La naturaleza y el propósito de los milagros

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Los escritores de los Evangelios se refieren a los milagros de nuestro Señor en varios términos. Los más comunes son dúnamis, «poder», y semeíon, «señal». El primero se usa cuando se desea caracterizar el milagro como una manifestación del poder divino; el segundo, como una confirmación visible de la autoridad divina de Jesús. Cuando el escritor desea destacar la reacción de la gente, usa téras, «maravilla», thaumásion, «cosa admirable», éndoxon, «cosa gloriosa», o parádoxon, «cosa extraña». Téras era la palabra común para una «maravilla» hecha por un mago, y por eso los escritores del Nuevo Testamento siempre la acompañan con una de las palabras que indican un milagro genuino como un acto de Dios. Jesús comúnmente hablaba de sus milagros como érga, «obras».

He aquí dos definiciones de milagro: «Acto del poder divino, superior al orden natural y a las fuerzas humanas. Cualquier suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa» (Diccionario de la Real Academia). «En sentido estricto, intervención extraordinaria de la Providencia en el orden natural de las cosas, y puede definirse: suceso ocurrido fuera del orden y de las leyes naturales (supra, contra o praeter naturam) cuya causa excede el poder de toda naturaleza creada» (Martín Alonso, Enciclopedia del idioma).

La palabra milagro deriva del latín miraculum: «un objeto de admiración», «cosa maravillosa», «cosa extraña», «cosa admirable», «algo asombroso»; de mirari: «maravillarse».

Por lo tanto, nuestra palabra «milagro» designa específicamente cualquier suceso que resulta inexplicable debido a las limitaciones del conocimiento humano y a nuestra comprensión. No hay milagros para Dios, pues su conocimiento y su comprensión son infinitos. La apariencia milagrosa de ciertos fenómenos naturales no radica tanto en los hechos mismos como en el efecto que producen en la mente de los seres limitados que los contemplan. El suceso es objetivo, pero su apariencia milagrosa es subjetiva.

A medida que aumentan el conocimiento y la comprensión de los hombres, algunos sucesos que antes parecían milagrosos pueden dejar de serlo. Por ejemplo, cuando se inventó la imprenta, se la consideró como algo milagroso y se la atribuyó al diablo. Los hombres de ese tiempo y con esos conceptos, ¿qué habrían pensado de la televisión? Sin embargo, los milagros de nuestro Señor significaron la acción de un poder completamente desconocido para el hombre y produjeron resultados que aún hoy día no se pueden explicar dependiendo del conocimiento humano.

A pesar de todo, lo que parece ser una violación de una ley de la naturaleza, tal como la comprendemos, podría ser sencillamente la acción de una ley de naturaleza superior y desconocida que modifica o contrarresta una ley inferior y conocida. Por ejemplo, la gravedad atrae todas las cosas hacia la tierra; pero una ley superior de la naturaleza contrarresta la ley de la gravedad cuando un ser viviente levanta esas mismas cosas, cuando el sol eleva hacia la atmósfera toneladas de agua para formar las nubes, o cuando la acción de la capilaridad hace subir la savia desde las raíces de un abeto gigantesco (como las sequoais de California) hasta sus ramas más altas. O cuando una ley puede ser modificada por otra, como en el caso de las fuerzas centrífuga y centrípeta, que se equilibran para mantener un planeta en su órbita. Las fuerzas de la naturaleza actúan de acuerdo con la expresa voluntad de Dios, y por esto es difícil pensar o demostrar que los milagros sean una violación de la ley natural. Sería más correcto considerarlos como variaciones de la acción de una ley natural tal como la conocen y entienden los hombres. Dios nunca procede en contra de sí mismo.

 Un milagro de curación no es mayor que el milagro de una vida transformada. En realidad, una vida tal es el mayor de todos los milagros. Y Dios sencillamente actúa en cada uno de ellos en forma que no podemos comprender plenamente, para nuestro bien en esta vida y en la venidera. Hay una ley espiritual que determina que «la paga del pecado es muerte»; pero hay otra ley superior que enseña que «la dádiva de Dios es vida eterna» (Rom. 6: 23; 7: 21 a 8: 4). Ver DTG 373-374.

Para poder comprender el propósito por el cual se produjeron los milagros de Jesús y las condiciones bajo las cuales pudieron ser hechos, es necesario verlos en su verdadera perspectiva, tal como se relacionan con el ministerio de Jesús en la tierra.

¿Por qué Jesús hizo milagros? Cada milagro de nuestro Señor tuvo un propósito definido. Nunca ejerció su poder divino para satisfacer la curiosidad ociosa o para demostrar que tenía la facultad de proceder así (DTG 678), o para beneficiarse a sí mismo (DTG 677). «Sus obras admirables fueron todas hechas para beneficio de otros» (DTG 95; cf. 373), y contribuyeron material y espiritualmente al bienestar de ellos. De esa manera procuraba que los hombres estuvieran seguros del amor, la simpatía y la protección de su Padre celestial. La evidencia de la obra de Cristo en favor de los hombres, demostrada en formas extraordinarias los guiaría a una mejor comprensión y a un aprecio más profundo de la forma en que él suple las necesidades de ellos día tras día en los sucesos más comunes de la vida (DTG 334-335; ver también p. 117).

Los milagros de nuestro Señor también ilustraban verdades espirituales. El paralítico de Capernaúm primero fue curado de su parálisis espiritual (Mat. 2: 9-11). El ciego de Siloé disfrutó de la restauración de su vista natural y de la espiritual (Juan 9:5-7, 35-38). El pan que se dio a los 5.000 tenía el propósito de conducirlos al Pan de vida que descendió del cielo (Juan 6: 26-35). La resurrección de Lázaro demostró el poder de Cristo para impartir vida a todos los que creen en él (Juan 11: 23-26; cf. 5: 26-29) y su poder para infundir nueva vida en los que están espiritualmente muertos. «Cada milagro era de un carácter destinado a conducir a la gente al árbol de la vida, cuyas hojas son para la sanidad de las naciones» (DTG 334).

Los milagros de nuestro Señor testificaban, por sobre todo, de su misión divina como el Salvador de la humanidad y daban validez a la verdad de su mensaje. Jesús se refirió una y otra vez a sus obras asombrosas como una evidencia de su autoridad divina y de su mesianismo (Mat. 11: 20-23; Juan 5: 36; 10: 25, 32, 37-38; 14: 10-11); y por eso los de sincero corazón reconocían la divinidad que obraba en Cristo y mediante él (Mat. 13: 54; Luc. 9: 43; 19: 37; 24: 19 ; Juan 3: 2; 6: 14; 9: 16, 33).

Los milagros de Cristo no sólo contribuyeron en una forma general para la comprensión de esos propósitos, sino que cada uno -por lo menos los registrados en los Evangelios- parece haber sido significativo en sí mismo y por sí mismo (ver com. Luc. 2:49). Por eso, un estudio de los milagros de nuestro Señor debiera incluir una investigación de sus resultados, y, por lo tanto, del propósito que los produjo y qué indujo a los evangelistas a registrarlos (ver la columna «Propósito Y [o] resultado(s)», pp. 200-203).

¿En qué circunstancias hizo Jesús milagros? «Cristo no realizó nunca un milagro que no fuese para suplir una necesidad verdadera» (DTG 334). Dios no recibe honra cuando se acude a él para que haga lo que los hombres pueden hacer por sí mismos. El propósito final de un milagro sólo se puede comprender cuando los hombres reconocen que sus necesidades superan a su sabiduría. No hay duda de que primero debe haber un profundo sentido de necesidad. Luego debe creerse que Dios puede proporcionar la ayuda que se necesita tan desesperadamente y que él la proporcionará, También debe existir un ferviente deseo y un intenso anhelo de que Dios supla esa necesidad. Debe haber una disposición del corazón y de la mente de avanzar por fe, en armonía con todo lo que Dios pueda pedir. Finalmente tiene que sentirse la disposición de ordenar la vida desde ese momento en armonía con los principios del reino de los cielos y de dar testimonio del amor de Dios y de su poder.

Los milagros de nuestro Señor están registrados cronológicamente en la tabla siguiente. La referencia bíblica que se da indica el lugar en donde aparece la explicación principal en este Comentario. La designación numérica de los milagros se distribuye así: (1) enfermedad y deficiencia, (2) posesión demoníaca, (3) muerte, (4) las fuerzas de la naturaleza. El número de la Armonía de los Evangelios (pp. 186-191) que se cita para cada milagro conduce a otras fuentes de información relacionadas con cada milagro, tales como los mapas y los diagramas en que aparecen. La columna titulada «Propósito y [o] resultado(s)» presenta un breve análisis de la contribución especial de cada milagro para el ministerio de nuestro Señor en la tierra. Las referencias entre paréntesis indican otros milagros comparables en propósito o resultado.

CBA, tomo 5, páginas 198-200

En los evangelios se registran 35 milagros de Jesús:

Mateo     8

Marcos 14

Lucas      7

Juan        6

Total     35

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