Comentario Lección EGW 08 Enero – Marzo 2012

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I Trimestre de 2012
Vislumbres de nuestro Dios 

Notas de Elena G. de White 

Lección 8
25 de Febrero de 2012

El cuidado de la creación

Sábado 18 de febrero

¡Cuánta propensión tiene el hombre a colocar sus afectos en las cosas terrenales! Su atención se concentra en sus casas y terrenos, y en esta forma descuida su deber hacia sus semejantes; su propia salvación es tratada como un asunto de poca importancia, y olvida los derechos que Dios tiene sobre él. Los hombres se aferran a las riquezas terrenales tan tenazmente como si pudieran conservarlas para siempre. Al parecer piensan que pueden utilizar sus recursos financieros en la forma como les plazca, independientemente de lo que el Señor ha ordenado y de las necesidades de su prójimo.

Se olvidan que todo lo que reclaman como suyo tan solo les ha sido confiado. Son mayordomos de la gracia de Dios. Dios les ha encomen­dado ese capital para probarlos, para que manifiesten su actitud hacia su causa y demuestren cuáles son sus pensamientos íntimos hacia él. No solo están negociando para este tiempo, sino también para la eternidad, con el dinero de su Señor, y el uso o el abuso de su talento determinará su posición y cargo en el mundo venidero (Consejos sobre mayordomía cristiana, pp. 118, 119).

Domingo 19 de febrero:
¡El movimiento de liberación de la langosta de mar!

Antes de que el Hijo del Hombre aparezca en las nubes del cielo todo estará convulsionado en la naturaleza. Rayos del cielo unidos con el fuego interno de la tierra harán que las montañas ardan como un homo y que hagan fluir sus torrentes de lava sobre aldeas y ciudades. Masas de rocas derretidas, arrojadas dentro del agua por el solevanta- miento de cosas ocultas dentro de la tierra, harán que hierva el agua y despida rocas y tierra. Habrá formidables terremotos y gran destrucción de vidas humanas. Pero así como Noé fue protegido en los días del gran diluvio dentro del arca que Dios había preparado para él, así también en estos días de destrucción y calamidad Dios será el refugio de los que creen en él… [Se cita Salmo 91:9-10; 27:5],

A la mano de la Omnipotencia no le faltan formas y medios para cumplir sus propósitos. Podría penetrar en las entrañas de la tierra en busca de sus armas, aguas allí ocultas, para que ayudaran en la destruc­ción de los corrompidos habitantes del envejecido mundo…

El agua no volverá nunca a destruir la tierra; pero las armas de Dios están ocultas en las entrañas de la tierra. El las extraerá para unirlas con el fuego del cielo y cumplir su propósito de destruir a todos los que no reciban el mensaje de amonestación y purifiquen sus almas obedecien­do a la verdad y siendo obedientes a las leyes de Dios.
Dios tiene en reserva en las entrañas de la tierra las armas que usará para destruir a la raza pecadora. Después del diluvio Dios ha usado tanto el agua como el fuego que están ocultos en la tierra para destruir las ciudades impías. En la conflagración final, Dios en su ira enviará rayos del cielo que se unirán con el fuego del interior de la tierra. Las montañas arderán como un horno y verterán torrentes de lava [se cita Nahúm 1:5, 6; Salmo 144:5, 6] (Comentario bíblico adventista, tomo 7, p. 958).

Cuando el diluvio de aguas llegó a su altura máxima sobre la tierra, ésta tenía la apariencia de un lago sin orillas. Cuando Dios finalmente purifique la tierra, parecerá un lago de fuego sin orillas. Así como Dios protegió el arca en medio de las conmociones del diluvio porque en ella había ocho personas justas, protegerá a la nueva Jerusalén, donde están todos los fieles de todos los siglos desde el justo Abel hasta el último santo que vivió. Aunque toda la tierra, con excepción de aquella parte donde descansa la ciudad, estará envuelta en un mar de fuego líquido, sin embargo la ciudad será protegida mediante un milagro del Todopoderoso, como lo fue el arca. Estará a salvo en medio de los elementos devoradores (Comentario bíblico adventista, tomo 7, p. 997).

Lunes 20 de febrero:
Una declaración sobre el cuidado de la creación

Aun antes de que se pudiera reservar el diezmo, había que reco­nocer los derechos de Dios. Se le consagraban los primeros frutos que maduraban entre todos los productos de da tierra. Se apartaban para Dios las primicias de la lana cuando se trasquilaban las ovejas, del trigo cuando se trillaba, del aceite y del vino. De idéntica manera se apartaban los primogénitos de los animales; y se pagaba rescate por el hijo primogénito. Las primicias debían presentarse ante el Señor en el santuario, y luego se dedicaban al uso de los sacerdotes.

En esta forma se le recordaba constantemente al pueblo que Dios era el verdadero propietario de todos sus campos, rebaños y manadas; que él les enviaba la luz del sol y la lluvia para la siembra y para la siega, y que todo lo que poseían era creación de Aquel que los había hecho administradores de sus bienes.

Cuando los hombres de Israel, cargados con las primicias del campo, de las huertas y los viñedos, se congregaban en el tabernáculo, reconocían públicamente la bondad de Dios. Cuando los sacerdotes aceptaban el regalo, el que lo ofrecía, hablando como si estuviera en presencia de Jehová, decía:… «Jehová nos sacó de Egipto con mano fuerte, y con brazo extendido, y con grande espanto, y con señales y con milagros»; y añadía: «Y nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, tierra que fluye leche y miel. Y, ahora, he aquí, he traído las primicias del finito de la tierra que me diste, oh Jehová» (Deuteronomio 26:8-10).

Las contribuciones que se les exigían a los hebreos para fines reli­giosos y de caridad representaban por lo menos la cuarta parte de su renta o entradas. Parecería que tan ingente leva de los recursos del pue­blo hubiera de empobrecerlo; pero, muy al contrario, la fiel observancia de estos reglamentos era uno de los requisitos que se les imponía para tener prosperidad. A condición de que le obedecieran, Dios les hizo esta promesa: «Increparé también por vosotros al devorador, y no os corromperá el fruto de la tierra; ni vuestra vid en el campo abortará… Y todas las gentes os dirán bienaventurados; porque seréis tierra desea­ble, dice Jehová de los ejércitos.» (Malaquías 3:11, 12) (Patriarcas y profetas, pp. 565, 566).

Dios está perpetuamente en acción en la naturaleza. Ella es su sierva; la dirige como él quiere. La naturaleza testifica en su obra la pre­sencia inteligente y la acción activa de un Ser que se mueve en todas sus obras de acuerdo con su voluntad. No es por un poder original inherente en la naturaleza por lo que año tras año la tierra produce abundantemen­te y el mundo continúa su marcha perenne alrededor del sol. La mano del poder infinito está perpetuamente en acción guiando este planeta. El poder de Dios, que se ejerce momento tras momento, es el que lo man­tiene en su rotación. El Dios del cielo está constantemente en acción. Su poder es el que hace que prospere la vegetación, que aparezca cada hoja y abra cada flor. No es por el resultado de un mecanismo, que una vez puesto en acción continúa su obra, por lo que late el pulso y un aliento sigue al otro. En Dios vivimos y nos movemos y somos. Cada aliento, cada latido del corazón es la continua evidencia del poder de un Dios omnipresente. Es Dios el que hace que salga el sol en los cielos. Él abre las ventanas del cielo y da lluvia. El hace que crezca la yerba en las montañas. «Da la nieve como lana, y derrama la escarcha como ceniza» (Salmo 147:16). «A su voz se produce muchedumbre de aguas en el cielo… hace los relámpagos con la lluvia, y saca el viento de sus depósitos» (Jeremías 10:13). Aunque el Señor ha cesado de su obra de creación, continuamente está en acción sosteniendo y usando, como a sus siervos, las cosas que ha hecho. Dijo Cristo: «Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo» (Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 1062).

Martes 21 de febrero:
El cuidado de la creación

Jesús dio a sus discípulos una lección respecto de la avaricia. «Y refirióles una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había llevado mucho; y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde juntar mis frutos?»…

La duración y felicidad de la vida no consiste en la cantidad de nuestras posesiones terrenales. Este rico insensato, en su egoísmo supremo, había amontonado tesoros que no podía emplear. Vivía sola­mente para sí. Se extralimitó en los negocios, obtuvo ganancias ilícitas y no practicó la misericordia ni el amor de Dios. Robó a los huérfanos y a las viudas, o defraudó a sus semejantes para aumentar su creciente reserva de bienes mundanales. Podía haberse hecho tesoros en los cielos en bolsas que no envejecen, pero por su avaricia perdió ambos mundos. Los que humildemente usan para gloria de Dios los recursos que él les ha confiado, recibirán antes de mucho su tesoro de la mano del Maestro con la bendición: «Bien, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu Señor» (Mateo 25:21).

Cuando consideramos el sacrificio hecho para la salvación de los hombres, nos embarga el asombro. Cuando el egoísmo clama por la victoria en el corazón de los hombres, y ellos se sienten tentados a retener la proporción que deben dedicar a cualquier buena obra, deben fortalecer sus principios de lo recto por el pensamiento de que el que era rico en el tesoro inestimable del cielo, se apartó de todo ello y se hizo pobre. No tuvo dónde reclinar su cabeza. Y todo este sacrificio fue hecho en nuestro favor, para que obtuviésemos las riquezas eternas.

Cristo asentó los pies en la senda de la abnegación y el sacrificio, que todos sus discípulos deben recorrer si quieren ser finalmente exal­tados con él. Acogió en su propio corazón las tristezas que el hombre debe sufrir. Con frecuencia la mente de los mundanos se embota. Pueden ver tan solo las cosas terrenales, que eclipsan la gloria y el valor de las cosas celestiales. Hay hombres que rodearán la tierra y el mar para obtener ganancias terrenales, y sufrirán privaciones y padecimien­tos para alcanzar su objeto, y, sin embargo, se apartan de los atractivos del cielo y no consideran las riquezas eternas (Joyas de los testimonios, tomo 1, pp. 382, 383).

Dios ha hecho a los hombres sus mayordomos y a él no se le puede culpar del sufrimiento, la miseria, la desnudez y la necesidad de la humanidad. El Señor ha hecho amplia provisión para todos. El ha dado a miles de hombres gran provisión con la cual mitigar la necesidad de sus prójimos. Pero aquellos a quienes Dios ha hecho sus mayordomos no han soportado la prueba, pues ellos han dejado sin aliviar a los dolientes y necesitados.

Cuando los hombres que han sido abundantemente bendecidos por el cielo con mucha riqueza fallan en llevar adelante los designios de Dios y no alivian al pobre y al oprimido, el Señor se desagrada y segu­ramente los visitará. No tienen excusa por retener la ayuda que Dios ha puesto en su poder para dar a sus prójimos, y se deshonra a Dios. Su carácter es mal interpretado por Satanás, y es representado como un juez duro que acarrea sufrimiento sobre las criaturas que ha creado. Esta mala interpretación del carácter de Dios está hecha como para que parezca verdad y de esta manera, como consecuencia de la tentación del enemigo, el corazón de los hombres es endurecido contra Dios. Satanás culpa a Dios el mal que él mismo ha causado al hacer que los hombres retengan sus recursos y no los den a los que sufren. Él atribuye a Dios sus propias características.

Si los hombres cumplieran con su deber como mayordomos fieles de los bienes del Señor, no habría el clamor por pan, ni el sufrimiento por la miseria, ni la desnudez y la necesidad. La infidelidad de los hombres trae el estado de sufrimiento en el que la humanidad está hundida. Si aquellos a quienes Dios ha hecho sus mayordomos tan solo emplearan los bienes del Señor para el objeto con el cual se los dio, este estado de sufrimiento no existiría. El Señor prueba a los hombres dándoles una abundancia de cosas buenas, así como probó al hombre rico de la pará­bola. Si somos hallados infieles en el manejo de las riquezas mundanales, ¿cómo nos podrá confiar las verdaderas riquezas? Aquellos que han per­manecido firmes en la prueba en el mundo, que han sido hallados fieles, que han obedecido las palabras del Señor al ser misericordiosos usando sus medios para el progreso de su reino, oirán de los labios del Maestro: «Bien, buen siervo y fiel» (El ministerio de la bondad, pp. 18, 19).

Miércoles 22 de febrero:
El sábado y el ambiente

No había nada de venenoso en el fruto del árbol del conocimiento; nada que pudiera causar la muerte al participar de él. El árbol había sido plantado en el huerto para probar la lealtad de ellos hacia su Creador. El Señor desea que estudiemos la lección del fracaso-de Adán en su pri­mera experiencia para que comprendamos que sus requerimientos para esta generación no son menores que los que existían en el Edén (Signs of the Times, 13 de febrero, 1896).

Cada hombre ha sido colocado a prueba como lo fueron Adán y Eva en el Edén. Así como el árbol de la ciencia fue colocado en medio del huerto del Edén, así el mandamiento del sábado está colocado en medio del Decálogo. En cuanto al fruto del árbol de la ciencia se presentó la prohibición: «No comeréis de él… para que no muráis» (Génesis 3:3). Dios dijo del sábado: No lo profanéis sino guardadlo santamente… Así como el árbol de la ciencia fue la prueba de la obe­diencia de Adán, así el cuarto mandamiento es la prueba que Dios ha dado para probar la lealtad de todos los suyos. La experiencia de Adán ha de ser una amonestación para nosotros mientras dure el tiempo. Nos advierte que no recibamos ninguna afirmación de boca de hombres o de ángeles que menoscabe una jota o una tilde de la sagrada ley de Jehová (Comentario bíblico adventista, tomo 1, p. 1120).

Las verdades especiales han sido adaptadas a las condiciones de las generaciones a medida que existían. La verdad presente, que prueba a los de esta generación, no era una prueba para los de las generaciones anteriores. Si la luz que ahora resplandece sobre nosotros acerca del sábado del cuarto mandamiento hubiese sido dada a las generaciones pasadas, Dios habría tenido a éstas por responsables de ella.

Cuando el templo de Dios fue abierto en el cielo, Juan vio en santa visión una clase de personas cuya atención había sido atraída por el arca que contenía la ley de Dios, a la cual miraban con reverencia. La prueba especial del cuarto mandamiento no llegó hasta después que el templo de Dios fue abierto en el cielo.

Los que murieron antes que fuese dada la luz referente a la ley de Dios y los requerimientos del cuarto mandamiento, no fueron culpables del pecado de violar el sábado. Es insondable la sabiduría y la miseri­cordia de Dios al dispensar luz y conocimiento en el momento oportu­no, a medida que el pueblo la necesite. Antes de venir a juzgar el mundo con justicia, envía una amonestación para despertar a las personas y llamarles la atención al descuido en que se tuvo el cuarto mandamien­to, para que, estando instruidas, puedan arrepentirse de la transgresión de su ley y demostrar fidelidad al gran Legislador. El ha provisto lo necesario para que todos puedan ser santos y felices si así lo desean. Se le ha dado suficiente luz a esta generación para que podamos saber cuáles son nuestros deberes y privilegios y disfrutar de la sencillez y el poder de las preciosas y solemnes verdades (Joyas de los testimonios, tomo1, pp. 284, 285).

Hubo un tiempo cuando había solo pocas personas que escuchaban la verdad y la aceptaban, y éstas no poseían muchos bienes terrenales. Y llegó el momento cuando fue necesario que algunos vendieran sus casas y sus tierras para comprar otras más baratas a fin de entregar al Señor el dinero sobrante para publicar la verdad y ayudar de otro modo a promover la causa de Dios. Esas personas con espíritu de sacrificio tuvieron que soportar privaciones; pero los que perseveran hasta el fin, éstos recibirán su recompensa.

Dios ha estado obrando sobre muchos corazones. Ha triunfado la verdad por la cual unos pocos realizaron tanto sacrificio, y ha sido recibida por las multitudes. En la providencia de Dios, gente que posee recursos económicos ha sido llevada a la verdad para que, a medida que la obra progresa, las necesidades de su causa puedan ser satisfechas. Dios no pide ahora las casas donde vive su pueblo; pero si los que poseen abundancia de bienes no escuchan su voz, no se separan del mundo y no se sacrifican por Dios, él los pasará por alto y llamará a los que están dispuestos a hacer cualquier cosa por Jesús, aun a vender sus casas para satisfacer las necesidades de la causa. Dios recibirá ofrendas voluntarias. Los que dan deben considerar un privilegio hacerlo así (Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 227).

Jueves 23 de febrero:
El dominio de la humanidad

Adán fue coronado rey en el Edén. A él se le dio dominio sobre toda cosa viviente que Dios había creado. El Señor bendijo a Adán y a Eva con una inteligencia que no le había dado a ninguna otra criatura. Hizo de Adán el legítimo soberano sobre todas las obras de sus manos.

Creados para ser la «imagen y gloria de Dios» (1 Corintios 11:7), Adán y Eva habían recibido capacidades dignas de su elevado desti­no… Todas las facultades de la mente y el alma reflejaban la gloria del Creador. Adán y Eva, dotados de dones mentales y espirituales superiores, fueron creados en una condición «un poco inferior a los ángeles» (Hebreos 2:1)…

Mientras permaneciesen leales a Dios, Adán y su compañera iban a ser los señores de la tierra. Recibieron dominio ilimitado sobre toda criatura viviente (La maravillosa gracia de Dios, p. 40).

…Diariamente todo el mundo recibe las bendiciones de Dios. Cada gota de lluvia, cada rayo de luz prodigados sobre la humanidad ingrata, cada hoja, flor y fruto, testifican de la tolerancia de Dios y de su gran amor.

¿Y qué se da en cambio al gran Dador? ¿Cómo consideran los hombres las demandas de Dios? ¿A quién rinden el servicio de su vida las multitudes? Sirven a Mammón. La riqueza, la posición, los placeres del mundo son su blanco. La riqueza se obtiene robando no solo a los hombres, sino a Dios. Los hombres usan los dones divinos para com­placer su egoísmo. Todo lo que pueden tomar lo usan para satisfacer su amor egoísta de placer.

El pecado del mundo de hoy día es el mismo que acarreó la destrucción de Israel. La ingratitud a Dios, el descuido de las oportunida­des y bendiciones, el aprovechamiento egoísta de los dones de Dios; todo esto estaba comprendido en el pecado que hizo caer la ira sobre Israel. Estos males están trayendo la ruina al mundo actual (Palabras de vida del gran Maestro, p. 243).

Los hombres se jactan de su maravilloso progreso y de la ilumina­ción que reina en nuestra época; pero Dios ve la tierra llena de iniquidad y violencia. Los hombres declaran que la ley de Dios ha sido abrogada, que la Biblia no es auténtica; y como resultado arrasa al mundo una marea de maldad como nunca ha habido desde los días de Noé y del apóstata Israel. La nobleza del alma, la amabilidad y la piedad se sacri­fican para satisfacer las codicias de cosas prohibidas (Profetas y reyes, p. 205).

Categorías: La Deidad

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