La Ira del amor divino (EGW)

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Lee para el estudio de esta semana

Salmo 78; Jonás 4: 1-4; Mateo 10: 8; 21: 12, 13; Jeremías 51: 24, 25; Romanos 12: 17–21.

Para memorizar

«Pero él, misericordioso, perdonaba la maldad y no los destruía; apartó muchas veces su ira y no despertó todo su enojo» (Sal. 78: 38).

La compasión de Dios es generalmente celebrada, pero a muchos les molesta la idea de su ira. Piensan que si Dios es amor nunca debería expresar ira. Sin embargo, esa idea es errónea, ya que su ira surge directamente de su amor.

Algunos afirman que el Dios del Antiguo Testamento es airado y que el del Nuevo Testamento es amoroso. Pero solo hay un Dios, y se revela como el mismo en ambos Testamentos. El Dios que es amor se enoja ante el mal precisamente porque él es amor. Jesús mismo expresó una profunda ira contra el mal, y el Nuevo Testamento registra numerosas veces la ira justa y apropiada de Dios.

La ira de Dios es siempre su respuesta justa y amorosa contra el mal y la injusticia. La ira divina es una justa indignación motivada por la bondad y el amor perfectos, y busca el bienestar de toda la Creación. La ira de Dios es simplemente la respuesta apropiada del amor al mal y a la injusticia. En consecuencia, el mal provoca la pasión de Dios en favor de las víctimas del mal y en contra de sus victimarios. La ira divina es, pues, otra expresión del amor divino.


Sábado

Comentarios Elena G.W

La indignación de Cristo iba dirigida contra la hipocresía, los groseros pecados por los cuales los hombres destruían su alma, engañaban a la gente y deshonraban a Dios. En el raciocinio especioso y seductor de los sacerdotes y gobernantes, él discernió la obra de los agentes satánicos. Aguda y escudriñadora había sido su denuncia del pecado; pero no habló palabras de represalias. Sentía una santa ira contra el príncipe de las tinieblas; pero no manifestó irritación. Así también el cristiano que vive en armonía con Dios y posee los suaves atributos del amor y la misericordia, sentirá una justa indignación contra el pecado; pero no le incitará la pasión a vilipendiar a los que le vilipendien. Aun al hacer frente a aquellos que, movidos por un poder infernal, sostienen la mentira, conservará en Cristo la serenidad y el dominio propio (Exaltad a Jesús, p. 331).

La tolerancia de Dios ha sido muy grande, tan grande que cuando consideramos el continuo desprecio manifestado hacia sus santos mandamientos, nos asombramos. El Omnipotente ha ejercido un poder restrictivo sobre sus propios atributos. Pero se levantará ciertamente para castigar a los impíos, que con tanta audacia desafían las justas exigencias del Decálogo.

Dios concede a los hombres un tiempo de gracia; pero existe un punto más allá del cual se agota la paciencia divina y se han de manifestar con seguridad los juicios de Dios. El Señor soporta durante mucho tiempo a los hombres y las ciudades, enviando misericordiosamente amonestaciones para salvarlos de la ira divina; pero llegará el momento en que ya no se oirán las súplicas de misericordia, y el elemento rebelde que continúe rechazando la luz de la verdad quedará raído, por efecto de la misericordia hacia él mismo y hacia aquellos que podrían, si no fuese así, sentir la influencia de su ejemplo (Profetas y reyes, pp. 206, 207).

Estudiemos más diligentemente la Palabra de Dios. La Biblia es tan sencilla y clara, que todos los que quieren, entenderán. Agradezcamos a Dios por su preciosa Palabra y por los mensajes de su Espíritu que dan tanta luz. Se me ha informado que cuanto más estudiemos el Antiguo y el Nuevo Testamento, más se impresionará en nuestra mente el hecho de que cada uno de ellos tiene una estrecha relación con el otro, y tanto más evidencia tendremos de su divina inspiración. Veremos claramente que ambos tienen un solo Autor. El estudio de estos preciosos volúmenes nos enseñará a formar caracteres que revelarán los atributos de Cristo (Mensajes selectos, t. 3, p. 409).

El Antiguo Testamento… no se escribió únicamente para los antiguos, sino que era para todos los siglos y para todas las gentes. Jesús quería que los maestros de su doctrina escudriñaran diligentemente el Antiguo Testamento en busca de aquella luz que establece su identidad como el Mesías predicho en la profecía, y revela la naturaleza de su misión para el mundo. El Antiguo y el Nuevo Testamento son inseparables pues ambos son las enseñanzas de Cristo (Comentario de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 5, p. 1069).

Afligido por el mal

El Dios de la Biblia ama la justicia y odia el mal. El pecado y el mal, por lo tanto, despiertan su ira, una pasión expresada en favor de los oprimidos y maltratados, incluso cuando la maldad de una persona la afecta a ella misma. Dios odia el mal porque este siempre hiere a sus criaturas, aunque sea autoinfligido. En los relatos bíblicos, Dios es provocado repetidamente a la ira por algo que los eruditos bíblicos denominan el ciclo de la rebelión. Este ciclo es el siguiente:

El pueblo se rebela contra Dios y hace lo malo ante sus ojos, incluso atrocidades horrendas como el sacrificio de niños y otras abominaciones.

Dios se retira en respuesta a las decisiones del pueblo.

El pueblo es oprimido por naciones extranjeras.

El pueblo clama a Dios por su liberación.

Dios libera al pueblo.

El pueblo vuelve a rebelarse contra Dios, a menudo de forma más atroz que antes.

Sin embargo, aunque Dios se enfrenta una y otra vez a la infidelidad humana ante este ciclo de maldad e infidelidad atroces, lo hace con una fidelidad interminable, una paciencia indulgente, una gracia asombrosa y una profunda compasión.

Lee Salmo 78. ¿Qué enseña este pasaje acerca de la respuesta de Dios a las repetidas rebeliones de su pueblo?

Según la Biblia, el amor y la justicia están indisolublemente ligados. La ira divina es la respuesta apropiada del amor contra el mal, porque el mal siempre hiere a alguien a quien Dios ama. No hay ningún caso en las Escrituras en el que Dios actúe arbitrariamente.

Y, aunque el pueblo de Dios lo abandonó y lo traicionó una y otra vez, él siguió a lo largo de los siglos concediéndole pacientemente una compasión que superaba todas las expectativas razonables (Neh. 9: 7-33), demostrando así la insondable profundidad de su compasión y su amor misericordioso. De hecho, según Salmo 78: 38: «Él [Dios], misericordioso, perdonaba la maldad y no los destruía; apartó muchas veces su ira y no despertó todo su enojo».

Seguramente te has airado alguna vez por el mal hecho a otros. ¿Cómo te ayuda esa emoción a comprender mejor la ira de Dios contra el mal?


Domingo

Comentarios Elena G.W

Con todo esto pecaron aún, y no dieron crédito a sus maravillas… Si los mataba, entonces buscaban a Dios; entonces se volvían solícitos en busca suya. Y acordábanse que Dios era su refugio, y el Dios Alto su redentor”. Pero no se volvían a Dios con un propósito sincero. Aunque al verse atacados y amenazados por sus enemigos, pedían la ayuda del único que podía librarlos, “sus corazones no eran rectos con él, ni estuvieron firmes en su pacto. Empero él misericordioso, perdonaba la maldad, y no los destruía: y abundó para apartar su ira… Y acordóse que eran carne; soplo que va y no vuelve”. Salmo 78:32-35, 37-39 (Historia de los patriarcas y profetas, p. 435).

Cristo se estaba acercando al final de su misión y él sabía que cuando llegara ese momento el tiempo de prueba de Jerusalén habría terminado. Pero le costaba pronunciar las palabras de condenación. Por tres años había buscado fruto sin encontrar nada. Durante ese lapso su alma tuvo un solo propósito: Presentar las solemnes amonestaciones y las misericordiosas invitaciones del cielo a su pueblo desagradecido y desobediente…

Lo llevó junto a su corazón. Hizo todo lo que pudo para salvarlo. Pero al terminar su obra en este mundo se vio obligado a decir en medio de la angustia y las lágrimas: “Y no queréis venir a mí para que tengáis vida”. Juan 5:40.

Las nubes de la ira divina se estaban acumulando sobre Jerusalén. Cristo vio la ciudad sitiada. La vio perdida. Con la voz alterada por las lágrimas exclamó: “¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos”. Lucas 19:42 (Cada día con Dios, p. 107).

Dios ha enviado mensajes de su Palabra a las almas que viven descuidadamente, y que no se avergüenzan de su conducta errónea. Oí pronunciar estas palabras: “¿Por qué dices, oh Jacob, y hablas tú, Israel: Mi camino está escondido de Jehová, y de mi Dios pasó mi juicio? ¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance”. Isaías 40:27, 28…

Dios está llamando constantemente al corazón humano, induciéndolo a reconocer su amor y su misericordia, y a aceptar su justicia en lugar de los principios del mal. De ese modo le ha suplicado a la humanidad en todas las épocas. En los días de Noé Cristo habló a los hombres por medio de un instrumento humano, y predicó a los que se hallaban en la esclavitud del pecado. Se presentó a Israel envuelto en una columna de nube de día y en una columna de fuego de noche. Él fue quien educó a aquella inmensa multitud en su peregrinar por el desierto.

Hay quienes no valoran suficientemente estas cosas. La instrucción dada a Israel debiera ser comprendida hoy por toda alma viviente (Cada día con Dios, p. 276).

Dios es lento en airarse

Dios se enoja ante el mal porque él es amor. Es tan compasivo y lleno de gracia que un profeta bíblico incluso llegó a reprocharle por ser demasiado misericordioso.

Considera la historia de Jonás y reflexiona acerca de su reacción ante el perdón compasivo de Dios para con los ninivitas en Jonás 4: 1 al 4. ¿Qué nos dice esto acerca de Jonás? (Ver también Mat. 10: 8).

La reacción de Jonás ante la misericordia de Dios es reveladora en dos aspectos principales. En primer lugar, muestra la dureza de corazón de Jonás. Odiaba tanto a los asirios por lo que habían hecho a Israel que no quería que Dios les mostrara misericordia.

¡Qué lección para nosotros! Debemos guardarnos de esta misma actitud, por comprensible que sea. De todas las personas, las que han recibido el beneficio de la gracia de Dios deberían reconocer cuán inmerecida es y, por lo tanto, estar dispuestas a mostrar misericordia a los demás.

En segundo lugar, la reacción de Jonás destaca cuán centrales son la compasión y la gracia de Dios en su carácter. Jonás estaba tan familiarizado con la misericordia de Dios que, precisamente porque es «clemente y piadoso, tardo en enojar[se] y de gran misericordia» (Jon. 4: 2), sabía que el Señor suspendería su juicio contra Nínive. Dios trata con justicia y misericordia a todos los pueblos y las naciones.

La frase hebrea traducida como «tardo en enojarte», o «longánime», podría traducirse literalmente como «largo de nariz». En el idioma hebreo, la ira estaba asociada metafóricamente con la nariz, y la longitud de esta representaba metafóricamente el tiempo que tardaba uno en enojarse.

Por lo tanto, las referencias a Dios como «narigudo» pretenden transmitir la idea de que es paciente y lento en airarse. Mientras que los seres humanos no tardan en airarse, Dios es sumamente paciente y concede su gracia libre y abundantemente, pero sin justificar el pecado ni ser indiferente a la injusticia. Por el contrario, Dios mismo expía el pecado y el mal en la Cruz para ser justo y justificar a quienes creen en él (Rom. 3: 25, 26).

¿Dejaste alguna vez de mostrar misericordia a alguien que te ofendió? ¿Cómo puedes recordar mejor lo que Dios ha hecho por ti para que así seas más misericordioso con los demás en respuesta a la abundante gracia que Dios te ha mostrado? Por otra parte, ¿cómo podemos hacer esto, mostrar misericordia y gracia, pero sin dar licencia al pecado o permitir el abuso o la opresión?


Comentarios Elena G. de White

Cuando Jonás conoció el propósito que Dios tenía de perdonar a la ciudad, que, a pesar de su maldad había sido inducida a arrepentirse en saco y ceniza, debiera haber sido el primero en regocijarse por la asombrosa gracia de Dios; pero en vez de hacerlo permitió que su mente se espaciase en la posibilidad de que se le considerase falso profeta. Celoso de su reputación, perdió de vista el valor infinitamente mayor de las almas de aquella miserable ciudad. Pero al notar la compasión manifestada por Dios hacia los arrepentidos ninivitas “Jonás se apesadumbró en extremo, y enojóse”. Preguntó al Señor: “¿No es esto lo que yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me precaví huyendo a Tarsis: porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo a enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal”. Jonás 4:1, 2…

Perdiendo de vista los intereses ajenos, y dominado por el sentimiento de que era preferible morir antes que ver sobrevivir la ciudad, exclamó, en su desconformidad: “Ahora pues, oh Jehová, ruégote que me mates; porque mejor me es la muerte que la vida” (Profetas y reyes, pp. 202, 203).

[La lección enseñada a Jonás es] para los mensajeros que Dios envía hoy, cuando las ciudades de las naciones necesitan tan ciertamente conocer los atributos y propósitos del verdadero Dios, como los ninivitas de antaño. Los embajadores de Cristo han de señalar a los hombres el mundo más noble, que se ha perdido mayormente de vista. Según la enseñanza de las Sagradas Escrituras, la única ciudad que subsistirá es aquella cuyo artífice y constructor es Dios. Con el ojo de la fe, el hombre puede contemplar el umbral del cielo, inundado por la gloria del Dios viviente. Mediante sus siervos el Señor Jesús invita a los hombres a luchar con ambición santificada para obtener la herencia inmortal. Les insta a hacerse tesoros junto al trono de Dios (Profetas y reyes, pp. 204, 205).

El amor divino dirige sus más conmovedores llamamientos al corazón cuando nos pide que manifestemos la misma tierna compasión que Cristo mostró. Solamente el hombre que tiene un amor desinteresado por su hermano, ama verdaderamente a Dios. El verdadero cristiano no permitirá voluntariamente que un alma en peligro y necesidad camine desprevenida y desamparada. No podrá mantenerse apartado del que yerra, dejando que se hunda en la tristeza y desánimo, o que caiga en el campo de batalla de Satanás.

Los que nunca experimentaron el tierno y persuasivo amor de Cristo, no pueden guiar a otros a la fuente de la vida. Su amor en el corazón es un poder compelente, que induce a los hombres a revelarlo en su conversación, por un espíritu tierno y compasivo, y en la elevación de las vidas de aquellos con quienes se asocian. Los obreros cristianos que tienen éxito en sus esfuerzos deben conocer a Cristo, y a fin de conocerle, deben conocer su amor. En el cielo se mide su idoneidad como obreros por su capacidad de amar como Cristo amó y trabajar como él trabajó (Los hechos de los apóstoles, pp. 439, 440).

Indignación justa

Aunque hay muchas formas inapropiadas de la ira, la Biblia también enseña que existe la «justa indignación».

Imaginemos a una madre que observa a su hija de tres años jugando en el parque y que es atacada de pronto por un hombre. ¿No debería airarse? Por supuesto que sí. La ira es la respuesta apropiada del amor en tal circunstancia. Este ejemplo nos ayuda a entender la «justa indignación» de Dios.

Lee Mateo 21: 12 y 13; y Juan 2: 14 y 15. ¿Qué nos dice la reacción de Jesús ante la forma indebida en que era utilizado el Templo acerca del enojo divino en respuesta al mal?

En estos casos, Jesús muestra el «celo piadoso» de la justa indignación contra quienes trataban el Templo de Dios como algo vulgar y lo habían convertido en una «cueva de ladrones» para aprovecharse de las viudas, los huérfanos y los pobres (Mat. 21: 13; compara con Juan 2: 16). El Templo y los servicios religiosos celebrados en él, que se suponía debían tipificar el perdón misericordioso de Dios y su obra para limpiar a los pecadores de sus pecados, estaban siendo utilizados para engañar y oprimir a algunos de los más vulnerables. Era lógico que Jesús se airara a causa de esa abominación.

Marcos 10: 13 y 14 y Marcos 3: 4 y 5 ofrecen más ejemplos de su justa indignación. Cuando la gente traía niños pequeños a él y los discípulos reprendían a quienes los traían, Jesús «se enojó»; literalmente, «se indignó». Les dijo: «Dejad a los niños venir a mí» (Mar. 10: 13, 14).

En otra ocasión, cuando los fariseos esperaban que Jesús sanara a alguien para acusarlo de quebrantar el sábado, el Señor les preguntó: «¿Es lícito en los sábados hacer bien, o hacer mal; salvar la vida, o quitarla?» (Mar. 3: 4). «Los miró con enojo y tristeza, al ver la dureza de sus corazones» y procedió a curar al hombre (Mar. 3: 5, RVC). La ira de Cristo se asocia aquí con el dolor por la dureza de ellos; es la justa ira del amor, la misma atribuida a Dios en el Antiguo Testamento. ¿Cómo podría el amor no sentirse molesto por el mal, especialmente cuando este hiere a quienes son objeto de ese amor?

¿Cómo podemos cuidarnos de justificar la ira egoísta como si fuera «justa indignación»? ¿Por qué es tan fácil cometer ese error y cómo podemos protegernos de esa trampa sutil pero real?


Martes

Comentarios Elena G.W

[Jesús] descendió lentamente los escalones [del templo] y, levantando el látigo, que en su mano parecía haberse convertido en un cetro real, ordenó a los negociantes que abandonaran los límites sagrados del templo y se llevaran sus mercancías. Con un celo sublime y una severidad que nunca antes había manifestado, volcó las mesas de los cambistas, y las monedas cayeron, sonando fuertemente sobre el suelo de mármol. Los más endurecidos y desafiantes no se atrevieron a desafiar su autoridad, sino que, con pronta obediencia, los dignatarios del templo, los sacerdotes negociantes, los comerciantes de ganado y los agentes de bolsa, huyeron de su presencia…

Un miedo aterrador se apoderó de la multitud que sintió la sombra de la divinidad de Cristo. Gritos de terror escaparon de cientos de labios palidecidos mientras la multitud se precipitaba del lugar. Jesús no los golpeó con el látigo de cuerdas, sino que, a sus ojos culpables, aquel simple instrumento les pareció como espadas relucientes y enfurecidas, girando en todas direcciones y amenazando con derribarlos… Si la presencia del Señor santificaba el monte, su presencia hacía igualmente sagrado el templo erigido en su honor… (The Spirit of Prophecy, t. 2, p. 118).

Cuán fácilmente habría podido resistir aquella inmensa muchedumbre a la autoridad de un hombre; pero el poder de su divinidad los abrumó con turbación y un sentimiento de su culpabilidad. No tenían fuerzas para resistir la autoridad divina del Salvador del mundo. Los profanadores del Lugar Santo de Dios fueron expulsados de sus portales por la Majestad del Cielo.

Después que el templo fue purificado, el proceder de Jesús cambió; la terrible majestad de su semblante dio lugar a una expresión de la más tierna simpatía. Miró a la multitud que huía con ojos llenos de dolor y compasión. Hubo algunos que se quedaron, retenidos por la irresistible atracción de su presencia. No se dejaban atemorizar por su espantosa dignidad; sus corazones se sentían atraídos hacia él con amor y esperanza. No eran los ricos y poderosos, que esperaban impresionarle con su grandeza, sino los pobres, los enfermos y los afligidos (The Spirit of Prophecy, t. 2, p. 119).

Es cierto que hay una indignación justificable, aun en los seguidores de Cristo. Cuando vemos que Dios es deshonrado y su servicio puesto en oprobio, cuando vemos al inocente oprimido, una justa indignación conmueve el alma. Un enojo tal, nacido de una moral sensible, no es pecado. Pero los que por cualquier supuesta provocación se sienten libres para ceder a la ira o al resentimiento, están abriendo el corazón a Satanás. La amargura y animosidad deben ser desterradas del alma si queremos estar en armonía con el cielo…

Muchos son celosos en los servicios religiosos, mientras que entre ellos y sus hermanos hay desgraciadas divergencias que podrían reparar. Dios exige de ellos que hagan cuanto puedan para restaurar la armonía. Antes que hayan hecho esto, no puede aceptar sus servicios. El deber del cristiano en este asunto está claramente señalado (El Deseado de todas las gentes, p. 277).

Dios no se complace en afligir

A lo largo de la Biblia, Dios muestra repetidamente su pasión en favor de los oprimidos y su correspondiente justa indignación contra los victimarios y opresores. Si no existiera el mal, Dios no se enfadaría. Su ira se expresa solo y siempre contra lo que daña a su Creación.

Según Lamentaciones 3: 32 y 33, Dios no se complace en afligir (literalmente, Dios no aflige «de corazón»). No quiere dañar a los malhechores, pero el amor exige justicia.

Esta verdad es ejemplificada por el reiterado perdón concedido por Dios a su pueblo y por las repetidas oportunidades que le dio de arrepentirse y reconciliarse con él. Por medio de los profetas, Dios llamó una y otra vez a su pueblo, pero este se negó a escuchar (ver Jer. 35: 14-17; Sal. 81: 11-14).

Lee Esdras 5: 12 y compáralo con Jeremías 51: 24, 25 y 44. ¿Qué enseñan estos textos acerca del juicio divino que sobrevino a Jerusalén por medio de los babilonios? (Ver también 2 Crón. 36: 16).

Según Esdras 5, después de que el pueblo provocara persistente e impenitentemente la ira de Dios, el Señor acabó por retirarse y «entregó» al pueblo «en manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia» (Esd. 5: 12). Pero Dios lo hizo solamente después de que «ya no hubo remedio» (2 Crón. 36: 16, RVC), y más tarde juzgó a Babilonia por la devastación excesiva que infligió a Judá (Jer. 51: 24, 25, 44; compara con Zac. 1: 15).

Muchos otros juicios que las Escrituras describen como desencadenados por Dios se explican como casos en los que él «entrega» al pueblo a sus enemigos (Juec. 2: 13, 14; Sal. 106: 41, 42) en respuesta a la decisión del pueblo de abandonar al Señor y servir a los «dioses» de las naciones (Deut. 29: 24-26; Juec. 10: 6-16). La ira de Dios contra el mal, que finalmente culminará en su erradicación, procede de su amor por todos y de su deseo del bien final del universo, que a su vez está en juego en toda la cuestión del pecado, la rebelión y el mal.

¿Cómo influye en tu comprensión de la ira divina el hecho de que Dios no desea condenar a nadie? Si Dios es lento en airarse, ¿no deberíamos ser más pacientes y magnánimos con los que nos rodean? ¿Cómo podemos hacerlo sin dejar de proteger a las víctimas de las malas acciones?


Miércoles

Comentarios Elena G.de White

La compasión divina se leía en el semblante del Hijo de Dios mientras dirigía una última mirada al templo y luego a sus oyentes. Con voz ahogada por la profunda angustia de su corazón y amargas lágrimas, exclamó: “¡Jerusalem, Jerusalem, que matas a los profetas, y apedreas a los que son enviados a ti! ¡cuántas veces quise juntar tus hijos, como la gallina junta sus pollos debajo de las alas, y no quisiste!” Esta es la lucha de la separación. En el lamento de Cristo, se exhala el anhelo del corazón de Dios (Exaltad a Jesús, p. 331).

Nuestro Padre celestial no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres.

Este mundo es el escenario de nuestras pruebas, nuestros dolores, nuestros pesares. Estamos aquí para soportar la prueba de Dios. El fuego del horno debe avivarse hasta que nuestra escoria sea consumida y salgamos como oro purificado en el horno de la aflicción… Saldrá luz de estas tinieblas… “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito”. Job 1:21. Sea este el lenguaje de su corazón. La nube de misericordia se cierne sobre su cabeza aun en la hora más oscura. Los beneficios de Dios para nosotros son tan numerosos como las gotas de lluvia que caen de las nubes a la tierra reseca para regarla y refrescarla. La misericordia de Dios está sobre usted…

Si pudieran ser abiertos sus ojos, vería a su Padre celestial inclinado sobre usted con amor, y si pudiera escuchar su voz, sería en tonos de compasión hacia usted que está postrado por el sufrimiento y la aflicción. Manténgase firme en su fuerza; hay descanso para usted (In Heavenly Places, p. 272; parcialmente en En los lugares celestiales, p. 274).

Dentro de pocos y cortos años el rey de Babilonia iba a ser usado como instrumento de la ira de Dios sobre el impenitente Judá. Una y otra vez Jerusalén iba a quedar rodeada y en ella entrarían los ejércitos sitiadores de Nabucodonosor. Una compañía tras otra, compuestas al principio de poca gente, pero más tarde de millares y decenas de millares de cautivos, iban a ser llevadas a la tierra de Sinar, para morar allí en destierro forzoso. Joaquim, Joaquín y Sedequías, esos tres reyes judíos iban a ser por turno vasallos del gobernante babilónico, y cada uno a su vez se iba a rebelar. Castigos cada vez más severos iban a ser infligidos a la nación rebelde, hasta que por fin toda la tierra quedase asolada, Jerusalén reducida a ruinas chamuscadas por el fuego, destruido el templo que Salomón había edificado, y el reino de Judá iba a caer para nunca volver a ocupar su puesto anterior entre las naciones de la tierra.

Aquellos tiempos de cambios, tan cargados de peligros para la nación israelita, fueron señalados por muchos mensajes enviados del Cielo, por medio de Jeremías. Así fue cómo el Señor dio a los hijos de Judá amplia oportunidad de librarse de las alianzas con que se habían enredado con Egipto, y de evitar la controversia con los gobernantes de Babilonia. A medida que se acercaba el peligro amenazador, enseñó al pueblo por medio de una serie de parábolas en actos, con la esperanza de despertarlos, hacerles sentir su obligación hacia Dios y alentarlos a sostener relaciones amistosas con el gobierno babilónico (Profetas y reyes, pp. 311, 312).

Mostrar compasión

Aunque la ira divina es algo «terrible», de ningún modo es inmoral o contraria al amor. Al contrario, en el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, Dios expresa su ira contra el mal a causa de su amor. La ira divina es terrible debido a la naturaleza insidiosa del mal en contraste con la pura bondad y el esplendor de Dios.

En este sentido, el amor, no la ira, es esencial para Dios. Donde no hay maldad ni injusticia, no hay ira. En última instancia, la acción más amorosa de Dios, consistente en erradicar el mal del universo, también hará desaparecer la ira y el enojo, pues la injusticia y la maldad dejarán de existir para siempre. Solo la dicha y la justicia existirán por la eternidad como resultado de una relación de amor perfecta. Nunca más habrá ira divina porque nunca más habrá necesidad de ella. ¡Qué pensamiento tan maravilloso!

A algunos les preocupa que la ira divina pueda interpretarse involuntariamente como una licencia para la venganza humana.

Lee Deuteronomio 32: 35; Proverbios 20: 22; 24: 29; Romanos 12: 17 a 21; y Hebreos 10: 30. ¿Cómo nos protegen estos textos contra la tentación de vengarnos?

Según las Escrituras, Dios tiene derecho a dictar sentencia y siempre lo hace con perfecta justicia. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento reservan explícitamente la venganza a Dios. Como escribe Pablo en Romanos 12: 19, citando Deuteronomio 32: 35: «No busquemos vengarnos, amados míos. Mejor dejemos que actúe la ira de Dios, porque está escrito: “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”» (RVC).

Si bien Dios es quien termina juzgando la injusticia y el mal, Cristo ha abierto un camino para todos los que creen en él. De hecho, Jesús es quien «nos libra de la ira venidera» (1 Tes. 1: 10; compara con Rom. 5: 8, 9). Esto está de acuerdo con el plan de Dios: «Dios no nos ha puesto para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes. 5: 9). La ira divina no queda anulada, pero quienes tienen fe en Jesús serán liberados de ella gracias a Cristo.

¿De qué manera la expiación de Cristo ha preservado la justicia a la vez que nos ha librado de la ira? Puesto que se ha hecho esa provisión para cada uno de nosotros a pesar de nuestros defectos, ¿cuánto más misericordiosos deberíamos ser con los demás?


Jueves

Comentarios Elena G.W

Si Satanás hubiera logrado con su tentación que Cristo pecara en lo mínimo, habría herido la cabeza del Salvador. Tal como sucedieron las cosas, solo le pudo herir el talón. Si hubiera sido tocada la cabeza de Cristo, habría perecido la esperanza de la raza humana. La ira divina habría descendido sobre Cristo así como descendió sobre Adán. Hubieran quedado sin esperanza Cristo y la iglesia.

No debemos tener dudas en cuanto a la perfección impecable de la naturaleza humana de Cristo. Nuestra fe debe ser inteligente; debemos mirar a Jesús con perfecta confianza, con fe plena y entera en el Sacrificio expiatorio. Esto es esencial para que el alma no sea rodeada de tinieblas. Este santo Sustituto puede salvar hasta lo último, pues presentó ante el expectante universo una humildad perfecta y completa en su carácter humano, y una perfecta obediencia a todos los requerimientos de Dios. El poder divino es colocado sobre el hombre para que pueda llegar a ser participante de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que está en el mundo por la concupiscencia. Por esto el hombre, arrepentido y creyente, puede ser hecho justicia de Dios en Cristo (Mensajes selectos, t. 1, pp. 299, 300).

Difícilmente hay dos personas cuyas experiencias sean iguales en todos los aspectos. Las pruebas de uno pueden no ser las pruebas de otro; y nuestros corazones deben estar siempre abiertos a la simpatía bondadosa, encendidos con el amor divino que Jesús manifestó por todos sus hermanos. A veces Cristo reprendió con severidad, y en algunos casos puede ser necesario que nosotros hagamos lo mismo; pero debemos considerar que, aunque Cristo conocía la condición exacta de aquellos a quienes reprendía, la cantidad exacta de reprimenda que podían soportar, y lo que era necesario para corregir su mal proceder, también sabía cómo compadecerse de los descarriados, consolar a los desafortunados y alentar a los débiles. Sabía cómo inspirar esperanza y valor, porque conocía los motivos exactos y las pruebas peculiares de cada mente. Reprendía con ternura, y amaba con amor divino a los que reprendía.

Jesús no podía equivocarse; pero el juicio humano es erróneo y puede equivocarse. Los hombres pueden juzgar mal los motivos; pueden ser engañados por las apariencias, y cuando piensan que están haciendo lo correcto al reprender el mal, pueden ir demasiado lejos, censurar demasiado severamente, y herir donde deseaban sanar; o pueden ejercer la simpatía imprudentemente, y, en su ignorancia, contrarrestar la reprensión que es merecida y oportuna.

El Señor quiere que seamos sumisos a su voluntad y santificados para su servicio. El egoísmo debe ser eliminado, junto con cualquier otro defecto de nuestro carácter. Debemos morir diariamente al yo. Pablo tuvo esta experiencia. Dijo: “Cada día muero”. Cada día tenía una nueva conversión; cada día avanzaba un paso hacia el cielo. Nosotros también debemos obtener victorias cada día en la vida divina, si queremos gozar del favor de Dios.

Nuestro Dios es clemente, compasivo y misericordioso. Conoce nuestras debilidades y necesidades, y aliviará nuestras flaquezas si confiamos en él (The Signs of the Times, 3 de marzo, 1887).

Para estudiar y meditar

Lee el capítulo titulado «La idolatría en el Sinaí» en las páginas 287 a 300 del libro Patriarcas y profetas, de Elena G. de White.

En el contexto del pecado del becerro de oro, Elena G. de White escribió: «Los israelitas eran culpables de haber traicionado a un Rey que los había colmado de beneficios, y cuya autoridad se habían comprometido voluntariamente a obedecer. Para que el gobierno divino pudiera ser mantenido, debía hacerse justicia con los traidores. Sin embargo, aun entonces se manifestó la misericordia de Dios. Mientras sostenía el rigor de su Ley, les concedió libertad para elegir y oportunidad para que todos se arrepintieran. Únicamente fueron exterminados los que persistieron en la rebelión.

»Era necesario castigar ese pecado para atestiguar ante las naciones circunvecinas cuánto desagrada a Dios la idolatría. Al hacer justicia en los culpables, Moisés, como instrumento de Dios, debía dejar escrita una solemne y pública protesta contra el crimen cometido. Como en lo sucesivo los israelitas debían condenar la idolatría de las tribus vecinas, sus enemigos podrían acusarlos de que, teniendo como Dios a Jehová, habían hecho un becerro y lo habían adorado en Horeb. Cuando así ocurriera, aunque obligado a reconocer la verdad vergonzosa, Israel podría señalar la terrible suerte que corrieron los transgresores, como evidencia de que su pecado no había sido sancionado ni disculpado.

»El amor, no menos que la justicia, exigía que este pecado fuera castigado […]. Por obra de la misericordia de Dios miles de personas sufrieron para evitar la necesidad de castigar a millones. Para salvar a muchos, había que castigar a los pocos» (Elena G. de White, Patriarcas y profetas, pp. 294, 295).

Preguntas para dialogar:

¿Por qué crees que tantas personas tienen dificultades con el concepto de la ira divina? ¿Qué te ayuda a entender ese concepto?

¿Qué problemas surgen siempre que las personas procuran vengarse, pero que nunca ocurren cuando la venganza es dejada en manos de Dios?

¿De qué manera el juicio de Dios contra Israel después de la rebelión del becerro de oro fue también un ejemplo de la misericordia divina? ¿Qué otros ejemplos bíblicos muestran que incluso el juicio de Dios es un acto de amor?

Aunque entendemos que Dios se indigna justamente contra el mal y juzga con perfecta justicia, ¿qué importancia tiene que nos abstengamos de condenar a los demás? Discute esto particularmente a la luz de 1 Corintios 4: 5.


Viernes

Comentarios Elena G.W

El conflicto de los siglos, “El destino del mundo predicho”, pp. 22, 23.

En los lugares celestiales, 23 de septiembre, “Dulzura a través de la aflicción”, p. 275.


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