El Padre Nuestro – Parte 1
El Padre Nuestro – Parte 1
La oración que nuestro Señor enseñó
a sus discípulos como la plegaria modelo que debían usar regularmente.
En Mt. 6.9–13 aparece como parte integrante del Sermón del monte.
Pero en Lc. 11.2–4 la da nuestro Señor en circunstancias diferentes.
Es probable que haya repetido esta oración en diferentes oportunidades,
dado que era su intención que sirviera de modelo para todos sus discípulos
en todas las ocasiones.
En Mt. 6.9–13 aparece como oración ejemplar que cumple todos los requisitos que él mismo había puesto como condición esencial de la oración verdadera: “Oraréis así”, dijo (v. 9). De este modo continuaba enseñando a sus discípulos cómo tenían que orar. Después de haberles advertido que no debían orar como los hipócritas (v. 5), ni usando vanas repeticiones, como los gentiles (v. 7), les enseñó cuál era el tipo de oración que resultaba aceptable ante Dios. Pero en Lc. 11.1–4, en respuesta al pedido de un discípulo, esta vez les dice la oración, no sólo como ejemplo de una plegaria que se ajusta a sus enseñanzas, sino como una oración concreta que deben elevar sus seguidores: “Cuando oréis, decid …” (v. 2).
En Lc. 11.2–4 la oración aparece en forma más breve que en Mt. 6.9–13: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal”.
La forma breve probablemente representa la extensión que le dio Jesús cuando la compuso originalmente: la forma de tratamiento sencilla “Padre” corresponde a “Abba”, que él mismo empleaba (cf. Mr. 14.36), y que los primitivos cristianos usaron siguiendo su ejemplo (cf. Ro. 8.15; Gá. 4.6). El texto ampliado de Mateo ha sido adoptado para el uso litúrgico cristiano, habiéndose tomado la fórmula “Padre nuestro que estás en los cielos” del uso en la sinagoga. Aquí consideraremos el texto completo de Mateo.
Es obvio que nuestro Señor haya dicho la plegaria en arameo originalmente. Para la época en que Mateo y Lucas escribieron sus evangelios, sin embargo, es natural que los cristianos hayan usado la oración en griego también. Esto probablemente explica por qué Mt. 6 y Lc. 11 en general concuerdan en el lenguaje empleado, y ambos usan el término único epiousios (traducido “cada día”) en la oración.
Por medio de la introducción—“Padre nuestro que estás en los cielos”—se nos enseña la actitud y el espíritu correctos en los que debemos orar a Dios. Al dirigirnos a él como “Padre nuestro” lo hacemos en espíritu de amor y fe, como aquel que está cerca de nosotros en perfecto amor y gracia. Por medio de las palabras “que estás en los cielos” damos expresión a nuestra santa reverencia por él, que es el todopoderoso Rey de cuanto existe. Las palabras introductorias de la plegaria también nos recuerdan el hecho de que todos los creyentes cristianos somos uno en él, ya que debemos orar dirigiéndonos a él como Padre nuestro”. Una vez que el corazón del creyente está bien preparado por la invocación, las primeras peticiones se relacionan con la gloria y los propósitos divinos de nuestro Padre celestial. “Santificado sea (hagiastheµto) tu nombre”, es una oración en la que pedimos a Dios que nos permita, a los que oramos, y a todos los hombres, reconocerlo y honrarlo. Su nombre, e. d. él mismo en su autorrevelación, se ha de reconocer como santo; y él debe recibir todo el honor y la gloria debidas al que en perfección nos ama y es nuestro santo y omnipotente Creador. (* Dios, Nombres de). La petición “Venga tu reino”, puede usarse, en general, como súplica para que se extienda el divino dominio (basileia) de Dios “aquí y ahora” (en la era actual), tanto en el corazón de los individuos como en el mundo en general. Principalmente, sin embargo, esta oración tiene sentido escatológico. Es una súplica para que se establezca “con poder” el dominio real y soberano de Dios (Mr. 9.1) con la gloriosa aparición del Hijo del Hombre (* Reino de Dios).
La tercera petición “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”, que no figura en el texto auténtico de Lc. 11.2, es prácticamente una ampliación de la petición previa. En el cielo, donde todos aceptan en forma gozosa e incondicional el dominio de Dios, también se obedece en forma espontánea y gozosa su voluntad. Es por esto que los creyentes deben orar para que todos sobre la tierra también obedezcan a Dios en la misma forma, especialmente en su propia vida. Esta petición se refiere en forma parcial a la época actual, pero abre perspectivas a la era en la que toda rodilla se doblará ante el Rey de reyes y los poderes de las tinieblas serán finalmente destruidos. Dios será, entonces, todo en todos y su voluntad reinará en forma suprema (1 Co. 15.25–28). Los tres imperativos hagiastheto (‘santificado sea’), elthatoµ (‘venga’) y genetheto (‘hágase’) son todos aorísticos y se refieren a la consumación final.
Una vez centradas las tres primeras peticiones en la glorificación de Dios, las tres siguientes se refieren al bienestar físico y espiritual de los creyentes.
De este modo, los creyentes deben orar expresamente por la ayuda y la bendición de Dios para todos los aspectos de la vida en este mundo. Por medio de la petición “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” solicitamos a Dios, nuestro Padre celestial, que nos conceda las necesidades físicas de la vida. La palabra “pan” resume aquí todo lo que realmente necesitamos para nuestra existencia terrenal. En vista de las peticiones antedichas, se trata de una súplica en la que pedimos a Dios que continuamente nos supla las necesidades materiales de la vida, de modo que podamos asi santificar más efectivamente su nombre, obrar para la venida de su reino, y hacer su voluntad en la tierra. De este modo, nuestra plegaria por el sostén diario no tiene sentido egoísta, ni es una oración para satisfacer el lujo material, sino una oración en la que confesamos nuestra total dependencia de Dios, y por la que miramos a él con fe para poder vivir de acuerdo con su voluntad.
La voz gr. epiousios, traducida “de cada día”, sólo aparece en Mt. 6.11 y Lc. 11.3 y (según se dice) en un solo papiro (que lamentablemente ya no existe), en el que parecería que la forma neutra plural epiousia significaba “raciones diarias”. Aunque todavía no se ha podido establecer definitivamente la derivación etimológica correcta, y algunos prefieren traducir “para el próximo día” o “lo que es necesario o suficiente”, la traducción “de cada día” parece ser apropiada. La traducción ”pan supersustancial” se remonta a los días de Jerónimo, como si la referencia aquí fuera a Jesús como el verdadero pan de vida. J. Jeremias relaciona esta petición con el énfasis escatológico de sus predecesoras, como si la referencia fuera a “comer pan en el reino de Dios” (cf. Lc. 14.15). Pero en el contexto, lo que se quiere expresar es la provisión constante de lo que realmente se necesita y es adecuado para nosotros día tras día en el campo de la existencia física, material.
La petición que sigue, “y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”, es tanto una plegaria como una confesión. Porque el que ora por el perdón, al mismo tiempo admite que ha pecado y es culpable. En Lc. 11.4 la petición aparece así: “Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben”. La voz gr. hamartias, traducida aquí “pecados”, tiene el significado primario de “errar el blanco”, o sea “actuar incorrectamente” y “violar la ley de Dios”. En Mt. 6.12 ofeileµmata (“deudas”) preserva la expresión idiomática arm. en la que el término para “deuda” (hoba) también se emplea en el mismo sentido de “pecado”. Al pecar entramos en deuda moral y espiritual con nuestro Padre y Creador, que tiene total autoridad sobre nuestra vida. Por lo tanto, en esta petición humildemente le rogamos por la remisión de nuestras deudas, en vista de que nosotros mismos nunca podemos ganarnos el perdón.
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