Vida y Ministerio Público de Jesús – Parte 1
Vida y Ministerio Público de Jesús – Parte 1
1. De la infancia a la adultez.
Jesús nació en Belén, la ciudad
de David, para poder identificarse más fácilmente como el Hijo
de David y, por ello, el Mesías de las profecías del AT (Lc. 2:1-7;
cf Mi. 5:2). Al 8º día fue circuncidado (Lc. 2:21), por cuanto la
circuncisión era el signo del pacto y un compromiso de obediencia a sus
requerimientos. Jesús nació «bajo la ley» de Moisés
y se sometió a su jurisdicción (Gá. 4:4). Más tarde,
José y María lo llevaron al templo para la ceremonia de la dedicación
del primogénito (Lc. 2:22-39; cf Lv. 12:1-4). Desde muy temprano este
rito había sido seguido por los hebreos como reconocimiento de la promesa
de Dios de dar su Primogénito para salvar a los perdidos. En el caso
de Jesús fue un reconocimiento del acto de Dios de dar a su Hijo al mundo,
y el de la dedicación del Hijo a la obra que había venido a hacer.
Después de la visita de los magos (Mt. 2:1-12), mediante los cuales Dios
llamó la atención de los dirigentes de la nación judía
al nacimiento de su Hijo, José y María se refugiaron por breve
tiempo en Egipto de la furiosa persecución de Herodes (Mt. 2:13-18).
De regreso a Palestina, por instrucción divina se establecieron en Galilea
y no en Judea, sin duda para evitar el estado de anarquía que prevalecía
allí durante el turbulento reinado de Arquelao (Mt. 2:19-23; Lc. 2:39,
40). Se consideraba que a la edad de 12 años un varón judío
pasaba el umbral de la niñez a la juventud. Como «hijo de la ley»
llegaba a ser personalmente responsable de cumplir los requisitos de la religión
judía, y se esperaba que participara en sus sagrados servicios y fiestas.
De acuerdo con esto, a la edad de 12 años Jesús asistió
a su 1ª Pascua, donde por primera vez dio evidencia de comprender su propia
relación especial con el Padre y la misión de su vida (Lc. 2:41-50).
2. Ministerio público temprano.
El bautismo de Jesús y su ungimiento con el
Espíritu Santo, posiblemente en la época de la fiesta de los Tabernáculos
(otoño del 27 d.C.), fue para él un acto de consagración
a la tarea de su vida, que lo separó para el ministerio (Mt. 3:13-17;
cf Hch. 10:38). El Padre declaró públicamente que Jesús
era su propio Hijo (Mt. 3:17), y Juan el Bautista reconoció la señal
que se le había indicado para identificar al Cordero de Dios (Jn. 1:31-34).
Después de su bautismo, se retiró al desierto para contemplar
su misión. Allí, el tentador lo sometió a pruebas destinadas
a apelar a sus sentidos, al orgullo y al logro de su propia misión. Antes
que pudiera salir a salvar a los hombres, él mismo debía obtener
la victoria sobre el tentador (Mt. 4:1-11; cf He. 2:18). Más tarde regresó
al Jordán, donde Juan estaba predicando (Jn. 1:28-34), y poco después
reunió a su alrededor un pequeño grupo de seguidores: Juan, Andrés,
Simón, Felipe y Natanael (vs. 35-51). Su 1er milagro, en Caná
de Galilea (2:1-11), fortaleció la fe de ellos en él como el Mesías
y les dio una oportunidad de dar testimonio de su nueva fe a otros.
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