Las bendiciones del don profético

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En el invierno de 1849-1850, Jaime y Elena White estaban trabajando por las almas en Oswego, Nueva York. Mientras estuvieron allí, se inició un reavivamiento en una de las iglesias protestantes, dirigido por un laico que era el tesorero del condado. Este hombre parecía tener una gran carga por los inconversos.
Un joven, Hiram Patch, y su novia, se estaban preguntando si deberían echar su suerte con el reavivamiento o unirse a los ad­ventistas guardadores del sábado. En visión, se le mostró a Elena de White el verdadero carácter del hombre que dirigía el reavi­vamiento, y ella le dijo a Hiram Patch que se le habían dado ins­trucciones para decirle: "Espera un mes, y sabrás por ti mismo el carácter de las personas que están ocupadas con este reavivamien­to, y que profesan tener una carga tan grande por los pecados. El no tiene ninguna carga real por los pecadores". A eso, el Sr. Patch respondió: "Voy a esperar".
Dos semanas más tarde, un vaso sanguíneo reventó en el estomago del tesorero que dirigía el reavivamiento, y quedó confinado en cama. Cuando otros tomaron a su cargo su trabajo en la oficina del condado, descubrieron que faltaban mil dólares de los fondos del condado. El jefe de policía hizo una investigación que produjo sólo solemnes declaraciones del tesorero negando que él supiera algo del dinero faltante, hasta que otro oficial observó que la esposa del tesorero estaba escondiendo algo apresuradamente en un banco de nieve, y encontraron que era una bolsa con el dinero. Demás está decir que el reavivamiento colapso, e Hiram Patch y su novia, con las palabras de la predicción todavía frescas en sus oídos, llegaron a ser miembros fructíferos de la iglesia remanente. Esta experiencia de una predicción cumplida dos semanas después de hecha, inspiró confianza en los corazones de los que observaban todo.
El consejo de Elena de White no solo fue útil para muchas per­sonas con quienes ella tomó contacto, sino que sus muchas con­tribuciones a la Iglesia Adventista del Séptimo Día han sido muy valiosas. Ello ayudó a que la iglesia aumentara su reconocimiento de la misión que Dios les dio en los aspectos educativo, de salud y de publicaciones, y al afrontar desafíos teológicos.
Misión
En las primeras décadas de nuestra historia, la mayoría de los adventistas creían que la iglesia estaba cumpliendo el mandato de Dios de enseñar a todas las naciones cuando predicaban a los mu­chos inmigrantes en Norteamérica. En respuesta a la carta de un lector, Uriah Smith escribió en 1859: "No tenemos ninguna infor­mación de que el mensaje del [tercer] ángel se esté proclamando en ningún país fuera del nuestro […] Nuestra propia tierra está forma­da por personas de casi todas las naciones".
Cinco años más tarde, M. B. Czechowski se ofreció como volun­tario para ir como misionero a Europa, pero la iglesia rechazó su pedido de que lo apoyaran. Czechowski entonces pidió el apoyo de los Adventistas del primer día, y ellos lo enviaron a Europa, don­de él predicó el mensaje de los tres ángeles y estableció grupos de creyentes adventistas del séptimo día. Entretanto, Elena de White estuvo educando a la iglesia acerca de su responsabilidad mundial. En 1871 ella escribió: "Mucho puede hacerse por medio de la pren­sa, pero se podría hacer aún más si la influencia de las labores de los predicadores activos acompaña a nuestras publicaciones […]
"Cuando las iglesias vean que hay jóvenes que poseen el celo que los califica para extender sus labores a ciudades, aldeas y pueblos que nunca han sido despertados a la verdad; cuando vean que hay misio­neros voluntarios dispuestos a ir a otras naciones a fin de llevarles la verdad, las iglesias se verán animadas y fortalecidas".
En 1874, ella tuvo un sueño impresionante acerca de dar el men­saje del tercer ángel al mundo. En el sueño se le dijo: "Estáis con­cibiendo ideas demasiado limitadas de la obra para este tiempo. Estáis tratando de planear la obra como para poder abarcarla con vuestros brazos. Debéis tener una visión más amplia. Vuestra luz no debe ser colocada debajo de un almud o debajo de la cama, sino en el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa. Vues­tra casa es el mundo […]
"El mensaje avanzará con poder a todas partes del mundo, a Oregon, a Europa, a Australia, a las islas del mar, a todas las naciones, lenguas y pueblos".
Ese mismo año, J. N. Andrews llegó a ser el primer misionero Adventista del Séptimo Día oficial. Él y sus hijos fueron a Suiza, y tres años más tarde, la familia de John G. Matteson fue enviada a Escandinavia. Para 1890, había misioneros adventistas en dieciocho países. Y hoy, los adventistas del séptimo día tienen obra establecida en 204 de los 229 países del mundo reconocidos por las Naciones Unidas.
Educación
En 1872, Elena de White recibió una visión sobre los principios adecuados de educación. Poco tiempo más tarde, ella escribió trein­ta páginas registrando lo que se le había dicho. Entre otras cosas, escribió: "Necesitamos una escuela donde los que recién están en­trando en el ministerio puedan ser enseñados por lo menos en los ramos comunes de la educación, y donde puedan también apren­der más perfectamente las verdades de la palabra de Dios para este tiempo".
El Colegio de Battle Creek fue abierto oficialmente dos años más tarde, y pronto ofrecía títulos de bachiller en artes y ciencias. Al prin­cipio, el curriculum reflejaba el esquema de la educación clásica que seguían los colegios superiores en ese tiempo. Esto significaba que los estudiantes del Bachillerato en Artes estudiaban tres años de latín clásico, y otros tres de griego, y los estudiantes de ciencias, cuatro años de latín y dos años de griego. Los estudiantes tenían que leer a Virgilio, Ovidio, Cicerón, Séneca, Jenofonte, Demóstenes, Hornero y otros autores paganos. Además, excepto por el curso de misiones, las especialidades ofrecidas no exigían ninguna clase de Biblia. De este modo, en 1877-1878, por ejemplo, el colegio tuvo una matrícula de 413 estudiantes, pero sólo 72 tomaban una clase de Biblia.
Durante años, Elena de White estimuló para que la Biblia fuera el centro de nuestro programa educativo, y no los autores incré­dulos. En 1896 escribió: "La mayor sabiduría, y la más esencial, es el conocimiento de Dios. El yo desciende a la insignificancia al contemplar a Dios y a Cristo Jesús a quién él ha enviado. La Biblia debe ser hecha el fundamento de todo estudio". Un año más tarde, E. A. Sutherland llegó a ser el presidente del colegio, y se abolió el curriculum clásico. Desde 1898 en adelante, sólo se enseño el griego del Nuevo Testamento, el latín del Nuevo Testamento, y latín médico.
Hoy, los adventistas del séptimo día tienen 5.500 escuelas y unos 100 colegios superiores o universidades alrededor del mundo. Te­nemos el sistema escolar protestante más grande del mundo. ¿Por qué? Porque nuestros pioneros tomaron en serio lo que Dios les dijo por medio del don de profecía.
Salud y obra médica
José Bates se había comprometido a vivir saludablemente antes de 1843, pero durante los primeros veinte años de nuestra historia, el resto de los pioneros eran de todo menos reformadores de salud. En las conferencias sobre el sábado en 1848 tenemos que imagi­narnos a nuestros pioneros mascando tabaco mientras estudiaban la Biblia; y comiendo chuletas de cerdo para el almuerzo. La reforma pro salud no estaba en su agenda.
En el otoño de 1848, se le mostró a Elena de White que el taba­co, el te y el café eran perjudiciales, pero no se hizo ningún esfuerzo "para inducir a los observadores del sábado adventistas a dejar el uso del tabaco hasta la última parte de 1853". Dos años más tarde, se decidió desglosar de la feligresía a las personas que rehusaban abandonar el tabaco.
El 6 de junio de 1863, Elena de White recibió una visión de cua­renta y cinco minutos en Otsego, Michigan, en la cual se le mostró la necesidad de una reforma pro salud. "Vi que era un deber sa­grado atender nuestra salud, y despertar a otros ante su deber en este sentido […] Tenemos el deber de hablar, de oponernos a la intemperancia en todas sus formas –intemperancia en el trabajo, en el comer, en el beber, intemperancia en el consumo de drogas–, y entonces señalarles la gran medicina de Dios: el agua, el agua pura y suave, para la enfermedad, para la salud, para la limpieza y la hi­giene y para los lujos […]
"Vi que no debíamos guardar silencio sobre el asunto de la salud, sino que debíamos despertar las mentes a este tema".
Dos años más tarde, el 25 de diciembre de 1865, la Sra. White tuvo una visión en Rochester, Nueva York, en la cual se le mostró que los adventistas "debían proveer un hogar para los afligidos y los que deseaban aprender a cuidar de sus cuerpos para que puedan evitar la enfermedad […]
"Nuestro pueblo debería tener una institución propia, bajo su propio control, para el beneficio de los enfermos y sufrientes entre nosotros, que desean tener salud y fortaleza para que puedan glo­rificar a Dios en sus cuerpos y sus espíritus, que son de Dios". Nueve meses más tarde, en setiembre de 1866, se abrió el Instituto Occidental de Reforma pro Salud, nuestra primera ins­titución de salud, en Battle Creek, Michigan. Hoy, los Adventistas del Séptimo Día operan más de setecientas hospitales, clínicas y dispensarios alrededor del mundo.
Muchos de los principios de vida saludable que se encuentran en los escritos de Elena de White ya eran enseñados en una forma limitada por otros reformadores de la salud de sus días. Pero en estas enseñanzas encontramos muchos errores y extremos, que la Sra. White pudo evitar por causa de las instrucciones que reci­bía de Dios. Por ejemplo, Sylvester Graham y James Jackson, dos eminentes reformadores de la salud del siglo diecinueve, ambos enseñaban que la gente no debía comer sal. La Sra. White, sin embargo, escribió: "Yo hago uso de un poco de sal, y siempre lo he hecho, porque la sal, lejos de ser nociva, es indispensable para la sangre". Y Elena de White evitó otras creencias erró­neas de los reformadores del siglo diecinueve, tales como que la gente no debía cortarse el cabello, que no debían beber agua sino obtener el líquido que necesitaban solo de las frutas, que la grasa en la carne ofrece la mejor nutrición, que la gente no debía usar jabón, y que las personas con sobrepeso son personas saludables. Cuando Elena de White presentó el tema de la salud a los fe­ligreses, algunos le dijeron: ‘"Ud. habla muy parecido a la revista Laws of Life [Leyes de vida] y otras publicaciones por los Drs. Trall, Jackson y otros. ¿Ha leído Ud. el periódico y esas obras?’" Ella con­testó que no los había leído, "y que tampoco las leería hasta que hubiera escrito completamente mi presentación, no fuera que se dijera que yo había recibido mi luz sobre ese tema de salud de los médicos, y no del Señor".
Los Drs. Leonard Brand y Don S. McMahon observan: "Du­rante la primera mitad del siglo veinte, hasta fines de la década de 1950, el conocimiento médico y nutricional hizo que los princi­pios de salud adventistas parecieran un error desafortunado. Por ejemplo, los nutricionistas consideraban una dieta vegetariana muy inadecuada para mantener una buena salud. Desde ese tiempo, la investigación en las ciencias médicas y de nutrición ha aumentado grandemente, y ha revertido esta opinión. Las autoridades médicas consideran ahora el estilo de vida adventista como el compendio de estilo de vida deseable".
Mientras en su mayor parte, las autoridades médicas actuales fe­licitan las prácticas de salud que Elena de White recomendaba a la iglesia, algunas de las razones que ella dio para los diversos prin­cipios de salud parecen algo extrañas hoy. El Dr. McMahon hizo un estudio comparativo de los escritos de Elena de White y los de otros reformadores de la salud de su época. Su estudio lo llevó a la conclusión de que ella recibió los principios de salud que promovía (los "qués") por medio de la inspiración, como lo evidencia el hecho de que sin educación médica ninguna ella fue capaz de reconocer conceptos válidos y rechazar los defectuosos. Pero él llegó a creer que a menudo ella tomaba prestado de sus contemporáneos las ex­plicaciones o razones (los "porqués") para los principios que ella enseñaba. La razón para esto, dice McMahon, fue que Dios "no podía explicar algunos de los ‘porqués’ correctamente en ese tiempo sin inventar vocabulario médico y revelar conceptos fisiológicos que no eran conocidos hasta décadas después que Elena de White los hubiera escrito".
Las publicaciones
En noviembre de 1848, Elena de White tuvo una visión en el hogar de Otis Nichol, en Dorchester, Massachussetts. Cuando salió de la visión le dijo a su esposo Jaime: "Tengo un mensaje para ti. Debes imprimir un pequeño periódico y repartirlo entre la gente. Aunque al principio será pequeño, cuando la gente lo lea te enviará recursos para imprimirlo y tendrá éxito desde el principio. Se me ha mostrado que de este modesto comienzo brotarán raudales de luz que han de circuir el globo’".
¡"Raudales de luz que han de circuir el globo"! ¿Cómo puede ser esto? Jesús estaba por venir muy pronto. Había pocos adventistas observadores del sábado, y ninguno de ellos eran eruditos o perso­nas ricas. Además, el mundo era incrédulo. No obstante, esta mujer joven predijo que una obra de publicaciones que debía ser iniciada por su esposo, sin dinero, crecería hasta rodear el globo.
Pasó más de medio año antes que Jaime White pudiera hacer si­quiera el menor comienzo. En el verano de 1849, hizo arreglos para la impresión, a crédito, de mil ejemplares de una revista de ocho pá­ginas llamada Present Truth [La verdad presente}. Como se le había mostrado a Elena de White, llegaron fondos suficientes para pagar el costo, y Jaime White siguió publicando ese pequeño periódico, que en 1850 cambió su nombre a The Second Advent Review and Sabbath Herald [La revista del segundo advenimiento y el heraldo del sábado]. Hoy, los Adventistas del Séptimo Día publican materiales en más de 270 idiomas en 57 casas editoras alrededor del mundo.
Teología
Más de una vez, el consejo de Elena de White previno a la iglesia de cometer serios errores teológicos.
El fanatismo. En las décadas de 1840 y 1850, la Sra. White tuvo que combatir el fanatismo de varias clases. Algunas personas pretendían ser perfectas, otras decían que ninguno debía trabajar más, y todavía otros seguían fijando fechas para el regreso de Jesús.
"Había algunos que profesaban profunda humildad, y abogaban por la práctica de arrastrarse por el suelo como los chiquillos en prueba de su humildad. Aseveraban que las palabras de Cristo en Mateo 18:1 al 6 debían tener cumplimiento literal en esta época en que esperaban el regreso de su Salvador. Acostumbraban arrastrar­se alrededor de sus casas, en las calles, en los puentes y hasta en la misma iglesia.
"Les dije claramente que no se nos pedía esto, que la humildad que Dios esperaba de su pueblo había de manifestarse en una vida semejante a la de Cristo, y no arrastrándose por el suelo. Todas las cosas espirituales se han de tratar con sagrada dignidad. La humil­dad y la mansedumbre están de acuerdo con la conducta de Cristo, pero han de manifestarse de una manera digna".
La justificación por la fe. La sesión de 1888 de la Asociación Ge­neral realizada en Minneapolis estuvo marcada por la controversia teológica. Hasta esa reunión, la mayoría de los adventistas del sépti­mo día creían que obedeciendo los mandamientos con la ayuda del Espíritu Santo, podían alcanzar una justicia aceptable para Dios. E. J. Waggoner y A. T. Jones, sin embargo, enseñaban que aun con la ayuda del Espíritu Santo la obediencia de la humanidad nunca puede satisfacer la ley de Dios; que la justicia imputada de Cristo es la única base de nuestra aceptación por Dios; y que necesitamos estar cubiertos por la justicia de Cristo continuamente, y no solo es necesario que cubra nuestros pecados pasados.
Muchas personas en cargos de liderazgo, incluyendo a G. I. Butler, el presidente de la Asociación General, y Uriah Smith, el direc­tor de la Review and Herald, se oponían a esta enseñanza. Temían que socavara la ley y el sábado. El sólido apoyo que dio Elena G. de White a Waggoner y Jones en Minneapolis, sin embargo, salvó a la iglesia del legalismo.
El panteísmo. En el concilio otoñal de 1903, la Junta de la Aso­ciación General luchó con el problema del panteísmo en el libro del Dr. Kellogg, The Living Temple [El templo viviente}. El panteísmo enseña que Dios no es un ser personal sino la fuerza de vida en to­dos los seres vivientes. Después de pasar un día entero discutiendo el asunto, el pastor Daniells, el presidente de la Asociación General, consideró que era tiempo de concluir la reunión, pero no se atrevía a pedir que se hiciera la votación. Las personas estaban demasiado confundidas e inciertas, y él no deseaba dar un paso que solidificara ninguna conclusión. De modo que concluyó la sesión, y todos fue­ron a sus domicilios.
Cuando Daniells llegó a su casa, un grupo de personas lo estaba esperando. Parecían estar muy felices, y una de ellas dijo: "Ha llega­do la liberación. Hay dos mensajes de la Sra. de White".
"Nadie puede imaginarse", dijo el pastor Daniells más tarde, "la avidez con que leí los dos documentos que habían llegado por co­rreo mientras estábamos en medio de nuestras discusiones. Eran un testimonio muy positivo acerca de los errores peligrosos que se enseñaban en El templo viviente".
En la primera carta, Elena de White había escrito: "Tengo que decir algunas cosas a nuestros profesores con referencia al nuevo libro El templo viviente. Sean cuidadosos de cómo mantienen los sentimientos del libro con referencia a la personalidad de Dios. Como el Señor me presentó el asunto, estos sentimientos no llevan la aprobación de Dios. Son una trampa que el enemigo ha prepara­do para estos últimos días".
En la segunda carta, ella le dijo a Daniells: "Después de tomar vuestra posición firme, sabia y cautelosamente, no hagáis una sola concesión en punto alguno acerca del cual Dios haya hablado clara­mente. Sed tan serenos como una noche de verano; pero tan firmes como las montañas eternas".
A la mañana siguiente, los delegados se reunieron de nuevo. Des­pués de la oración, el Hno. Daniells se puso de pie y les contó a los hermanos que había recibido dos mensajes muy importantes de la Hna. White. Todos estaban curiosos por escuchar las cartas, y se mantuvieron sentados en silencio reflexivo mientras él las leía. A medida que una declaración tras otra presentaban las falsas ense­ñanzas en el libro El templo viviente, se oyeron muchos "amenes", y las lágrimas fluían libremente.
Con esto, el asunto quedó resuelto en lo que respecta a los de­legados. Aun el Dr. Kellogg prometió retirar el libro de la venta, y corregir aquellas partes que habían planteado objeciones; sin em­bargo, él nunca cumplió su promesa.
¿Por qué llegó este mensaje exactamente en el momento preciso? Cuando la Hna. White recibió una carta de aprecio del Hno. Da­niells, ella le contestó:
"Poco antes de enviar yo los testimonios que Ud. dice que lle­garon tan a tiempo, había leído un incidente acerca de un barco que en una neblina se encontró con un témpano de hielo. Durante varias noches dormí poco. Parecía agobiada como un carro bajo las gavillas. Una noche se me presentó claramente una escena. Un navío estaba sobre las aguas, en una densa neblina. De repente el vigía gritó: ‘¡Témpano al frente!’Allí, elevándose muy por encima del barco, había un gigantesco témpano de hielo. Una voz dotada de autoridad clamó: ‘¡Afrontadlo!’ No hubo un momento de vacilación. Era tiempo de obrar instantáneamente. El maquinista lanzó el barco hacia adelante a todo vapor, y el timonel lo dirigió directamente contra el témpano. Con fragor dio contra el hielo. Hubo un choque terrible, y el témpano se deshizo en muchos pedazos, cayendo sobre el puente con un ruido atronador. Los pa­sajeros fueron violentamente sacudidos por la fuerza del choque, pero no se perdieron muchas vidas. El barco quedó perjudicado, pero no en forma irreparable. Rebotó por el impacto, temblando de proa a popa como un ser viviente. Luego siguió adelante en su viaje.
"Bien conocía yo el significado de esta representación. Tenía mis órdenes. Había oído las palabras, como una voz viviente de nuestro capitán: ‘¡Afrontadlo!’ Sabía cuál era mi deber, y no había un momento que perder. Había llegado el momento de actuar decididamente. Debía obedecer sin dilación a la orden: ‘¡Afrontadlo!’
"Esta es la razón por la cual Ud. recibió los testimonios cuando los recibió. Esa noche estuve levantada hasta la una, escribiendo tan ligero como podían mis manos pasar por el papel".
La conducción que Dios dio a la Iglesia Adventista del Séptimo Día por medio de los escritos y el consejo de Elena de White ha bendecido no solo a numerosos miembros individuales a lo largo de los años, sino también a la iglesia y a sus instituciones. Esto en sí mismo da una evidencia sólida de que Dios obró por intermedio de ella en una forma especial.


Este incidente fue adaptado de J. N. Loughborough, The Great Second Advent Movement (Nashville, Tenn.: Southern Publishing Association, 1905), pp. 230-232.

Review & Herald, 3 de febrero de 18S9, p. 87.

Notas biográficas, p. 226.

Ibíd., p. 231)

Testimonies for the Church, tomo  3, p. 160)

Emmett K. Vande Vere, The Wisdom Seekers (Nashville: Southern Publishing Association, 1972), p. 59.

Don F. Neufeld, ed., Seventh-day Adventist Encyclopedia (Washington: Review and Herald®, 1976), p. 47.

Fundamentals of Christian Education, p. 451.

D. E. Robinson, The Story of Our Health Message, 3* ed. aumentada (Nashville, Tenn.: Southern Publishing Assoc. 1965), p. 66.

Ibíd., p. 67.

Mensajes selectos, tomo 3, pp. 318, 319.

Testimonies for the Church, tomo 1, pp. 489-492

Joyas de los testimonios, tomo 3, p. 362.

Leonard Brand y Don McMahon, The Prophet and Her Critics (Nampa: Pacific Press®, 2005), pp. 77, 78.

Mensajes selectos, tomo 3, p. 315.

Ibíd., p. 51.

Ibíd., p. 73.

Notas biográficas, p. 137.

Notas biográficas, p. 94.

A. G. Daniells, El permanente don de profecía (Buenos Aires: Casa Editora Sudamericana, 1943), p. 370.

Arthur L. White, Ellen G. White: The Early Elmshaven Years: 1900-1905 (Washington, D. C.: Re­view and Herald®, 1981), pp.  297, 298.

Daniells, p. 371.

Daniells, p. 373.

 


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