Narciso y Sansón
Parece ser que el antiguo mito de Narciso ha retornado a la consideración de un importante número de pensadores actuales que lo han propuesto como emblema de nuestro tiempo. Christopher Lasch, en un best-seller titulado, “La cultura del narcisismo” (1989), declaraba: “El narcisismo se ha convertido en uno de los temas centrales de la cultura americana”.1 Asimismo, Gilles Lipovetsky (1993), un sociólogo francés de reconocida valía en el mundo intelectual, ha denominado la época actual como la “era de Narciso”.2 La tendencia puede observarse aun en los nombres de revistas americanas populares como Life, People, Us o Self.
Según la leyenda, Narciso era un joven muy hermoso —y vanidoso—, que desdeñó los amores de la ninfa Eco y de Aminías. Esta última, herida en su orgullo, lo maldijo deseándole que nunca pudiera poseer el objeto de su amor. Un día, Narciso se inclinó en una cisterna para beber, vio su rostro reflejado en el agua y se enamoró de él. Quedó tan prendado de sí mismo que de continuo retornaba a la fuente para contemplarse. Así fue languideciendo hasta morir. Otra versión afirma que al contemplarse en el agua, quiso abrazar su propia imagen, ahogándose en el intento. En ese sitio, narra la leyenda, brotó una nueva flor que lleva el nombre de su desdichado creador, el narciso.
Sigmund Freud3 incorporó al vocabulario de la psicología el término narcisismo para designar el amor a la imagen de sí mismo y el estado del desarrollo en el cual el niño hace de su propio yo el objeto primordial de su amor.4 A partir de esas ideas, se han producido un sinfín de estudios sobre el tema que describen el perfil distintivo de la personalidad narcisista.
Según el manual de diagnósticos de los trastornos mentales de la American Psychiatric Association, los narcisistas se caracterizan por ser arrogantes, engreídos, tener fantasías grandiosas de sí mismos, sobrevalorar sus logros, necesitar ser admirados constantemente y esperar un trato preferencial continuo. Están convencidos de merecer mucho más de lo que reciben. Se preocupan por parecer y mantenerse joven. Son insensibles a las necesidades y problemas de los demás. Manifiestan poca tolerancia a las críticas, respondiendo a ellas con furia, encono y humillación. La mayoría son del sexo masculino.
Para resumir, los narcisistas enfocan su interés en sí mismos, fascinados con su propia personalidad y su cuerpo, “con un individualismo atroz, desprovisto de valores morales y sociales, y además desinteresado por cualquier cuestión trascendente”.5 Lo que vemos es el ego sentado en su trono, sin importarle ninguna otra cosa en la vida.
Los narcisistas de ambos sexos se exhiben en la TV y el cine, mostrando orgullosamente sus atractivas curvas o la abultada topografía muscular, haciendo alarde de proezas fantásticas. Los vemos por la calle vistiendo a la moda, en forma seductora, provocando admiración y envidia; los vemos en las playas donde pasean sus maravillosos cuerpos bronceados. Se visten al último grito de la moda, no ahorran en perfumes y cosméticos y se someten a dietas y terapias para ser más atractivos.
Ese exacerbado individualismo egoísta sólo busca su propia satisfacción y placer. El deseo de bienestar y distracción propios eclipsa todo lo demás. Con respecto al resto del mundo y los intereses ajenos domina una total insensibilidad o indiferencia. Las grandes cuestiones filosóficas, religiosas, económicas o políticas apenas despiertan alguna curiosidad superficial. Dios es un desconocido y se ha perdido el sentido de lo trascendente. Unicamente la esfera personal parece salir victoriosa de la apatía. Interesa la comodidad, preservar la situación material, cuidar la salud, desprenderse de los “complejos” y esperar las vacaciones. Es el ideal del hombre “light”. Se trata de vivir en el presente, sólo en el presente y no en función del pasado y del futuro.
La cultura del narcisismo
La cultura del narcisismo es la celebración de la apariencia, el triunfo del espejo, el culto a la imagen. Milan Kundera,6 el célebre escritor checo, acuñó el término “imagología” para referirse al imperio de la imagen social impuesta por quienes determinan las modas y las referencias en todos los órdenes, en la ropa que debemos ponernos, los objetos a usar, el color de la alfombra de la sala, a quien votar o aplaudir en el deporte. La palabra imagología —dice Kundera—, nos permite finalmente unir bajo un mismo techo lo que tiene tantos nombres: las agencias publicitarias, los asesores de imagen de los hombres de Estado, los diseñadores que proyectan las formas de los coches y de los aparatos de gimnasia, los creadores de moda, los peluqueros y las estrellas del show business, que dictan la norma de belleza física a la que obedecen todas las ramas de la imagología”.7
Hoy al morir las ideologías, reina la imagología, esto es, el narcisismo posmoderno.
Trágico componente del narcisismo
A pesar del éxito, el narcisismo tiene un trágico componente que no puede soslayarse, la maldición de Aminías: la incapacidad para amar a otra persona. Los narcisistas están enamorados del espejo, buscando apresar la imagen de sí mismos en los otros. Están sentenciados a la eterna insatisfacción. El absurdo de su vida sólo deja un sentimiento de vacío interior, sufrimiento y la imposibilidad para sentir; “el proceso narcisista es la estrategia del vacío”.8 El drama de Narciso es la ausencia de sentimiento y trascendencia, que lo condena inexorablemente a la soledad y a la autodestrucción. El mito es implacable y fatal; no hay solución posible.
Sin embargo, se abre una perspectiva de esperanza, no en el egocéntrico y vacío interés en sí mismo, sino en la eterna Palabra de Dios. El tema de la Biblia es el opuesto del narcisismo. Exige la sumisión del yo y la aceptación del otro. Considera, por ejemplo, la historia de Sansón, que podría ser paralela a la leyenda de Narciso de muchas maneras, pero muestra la tragedia de la centralización en sí mismo y el triunfo de la abnegación.
El experimento de Sansón con el narcisismo
Sansón fue llamado a rescatar a su pueblo de la sumisión a un poder extranjero. Fue dotado por Dios de capacidades y recursos extraordinarios, entre ellos, favorecido con una fuerza descomunal jamás igualada. Sin embargo, la mayor parte de su vida se dedicó a exhibir el espectáculo de su figura, a desplegar orgullosamente su ingenio y potencia muscular, a buscar la complacencia placentera y sensual con mujeres de dudosa moralidad y fastidiarse cuando no era satisfecho. En cierto modo, trataba de ser un Narciso.
La descripción bíblica (Jueces capítulos 14 y 16), se concentra en seis episodios claves de su vida: (1) un nacimiento milagroso con un propósito; (2) el matrimonio; (3) el enfrentamiento con los filisteos; (4) la visita a una prostituta en Gaza; (5) la traición de Dalila y (6) cautiverio, castigo, arrepentimiento, fe y triunfo en la muerte.
El relato es dramático y pintoresco. Un ángel les comunica a los padres el nacimiento milagroso del héroe. El mensajero celestial les da una serie de recomendaciones dietéticas y educativas, pues debía consagrarse a Dios por el voto del nazareato. El primer suceso que protagonizó fue a partir del deseo de casarse con una mujer filistea, perteneciente tan luego al pueblo de quien él debía librar a Israel. Simplemente dijo: “Porque ella me agrada”. Sus padres, que al principio se opusieron, finalmente aceptaron su decisión. Durante la fiesta de bodas, Sansón se ocupó más en llamar la atención de los invitados con un enigma que en cortejar a su novia. Al ser revelado el misterio se violentó de tal manera que mató a treinta filisteos para pagar la deuda de la apuesta, regresando enojado a la casa olvidándose completamente de su mujer. Su orgullo herido fue más fuerte que el aprecio hacia su flamante esposa. Tiempo después se acordó de ir a buscarla, pero llegó demasiado tarde: ella se había casado con otro. Nuevamente sufrió otra “herida narcisística”, reaccionando con violencia inusitada, incendiando los campos sembrados de los filisteos. Esa agresión puso en pie de guerra a los afectados, quienes atacaron a los israelitas. Estos convencieron a Sansón de entregarse. Lo ataron y fue llevado atado ante los filisteos. Pero Sansón rompió las cuerdas, tomó una quijada de asno y mató a mil hombres.
En otra ocasión, Sansón visitó a una ramera en Gaza. Los filisteos rodearon la ciudad para vigilar las puertas de la misma y capturarlo. Sin embargo, a la medianoche, se levantó, arrancó la puerta y sus dos pilares, cargó todo sobre sus hombros y los llevó hasta la cumbre de un monte. Después Sansón se enamoró de otra mujer llamada Dalila, quien lo traicionó al conseguir que le revelara el secreto de su poder. Dalila le cortó el cabello y el Espíritu se apartó de Sansón. Indefenso, fue capturado, le sacaron los ojos y lo arrojaron en la cárcel, forzándolo a realizar trabajos pesados. En esas circunstancias adversas y críticas, Sansón reflexionó, se arrepintió y cambió su vida.
El arrepentimiento de Sansón del narcisismo
Sansón cambió la dirección de su vida al llevar a cabo el último acto de su existencia, el verdaderamente heroico. En una fiesta realizada en el templo filisteo dedicado al dios Dagón, Sansón fue llevado para divertimiento del pueblo y gozar del triunfo. Los filisteos, orgullosos, lo exhibían para mostrar su triunfo. Ciego y atado, Sansón era el centro del ridículo y el menosprecio. A través de él, se burlaban del dios del universo y de su pueblo. En el momento crítico, Sansón se volvió a Dios, pidió perdón por su egocentrismo y oró para tener fuerzas una vez más. Esta vez para mostrar que Dios es Dios. Y su oración fue contestada. Pudo sentir el poder de Dios que se movía dentro de él. Asió las dos columnas principales del edificio y recostándose sobre ellas, se inclinó con todas su fuerzas, y las tumbó. El edificio se derrumbó y Sansón murió junto con 3.000 enemigos.
¿Cuál es el significado de la vida de este hombre insólito? Ciertamente toda su historia contiene un carácter enigmático, por las adivinanzas y el secreto de su fuerza. Aún su nombre es un misterio. Etimológicamente significa “sol”, aunque otros lo asocian a “servir” o con “fuerte”. El hecho destacado es ciertamente su fuerza prodigiosa que tenía por finalidad cumplir la misión de liberación. Pero eso recién pareció comprenderlo a último momento. En lugar de usar su fortaleza para “servir” la empleó para ser “sol”, es decir, en constituirse en el centro brillante del espectáculo. Es claro que Sansón no fue un psicópata, bravucón, pura fuerza y falto de cerebro. Por el contrario, fue ingenioso, sensible, con dotes de poeta y habilidoso para escapar de las tretas de los filisteos (Jueces 16:2-3). Su debilidad fueron las mujeres. Pero tampoco parece ser un sexópata, pura pasión, movido únicamente por sus pulsiones libidinosas. Parecería que busca en ellas satisfacer más una necesidad de reconocimiento que un impulso lujurioso; le interesaba más la admiración y el elogio que el placer. Sansón más que vencido por las mujeres fue derrotado por su propia arrogancia y narcisismo.
Hay un punto clave en el relato: el tema de la mirada. Desde el principio al fin la vista juega un rol gravitante. Se enamora de la filistea porque “ella está bien a mis ojos”, según se registra literalmente, hecho que probablemente ocurrió con la prostituta de Gaza y con Dalila. ¿Habrá sido esa la causa por la cual sus enemigos lo castigaron con la ceguera? Ese fue el momento decisivo. Recién allí Sansón pudo mirar hacia adentro y recuperar el sentido de su misión y vida; pudo vencer su narcisismo, arrepentirse y cambiar.
La paradoja existencial
El mensaje bíblico permanentemente insiste en esa paradoja existencial, el castigo convertido en bendición. El ejemplo de Cristo es el modelo básico, la cruz, símbolo de oprobio y humillación, es transformada en el emblema de la expiación y redención del mundo. Aquí es donde se separa la historia bíblica de la mitología. Mientras ésta última sucumbe en la tragedia, la primera abre la puerta de la esperanza. El mito lleva fatalmente el narcisismo hasta sus últimas consecuencias; en cambio, el mensaje bíblico nunca cierra la posibilidad del cambio.
Si Sansón hubiera vivido hoy sería el Hércules de la pantalla. Más que un heroísmo épico, protagonizó un rol estético. Es una historia que se inicia con los mejores augurios y termina en una catástrofe, como el mito de Narciso. Sin embargo, el último acto de la vida de Sansón fue el consagratorio, un acto que mostró arrepentimiento, fe, amor, abnegación, sacrificio por Dios y su pueblo el que exhibió su fe, el más heroico de su accidentada existencia, el que logró torcer el destino fatal de su naturaleza. Elena White afirma que: “En el sufrimiento y la humillación, mientras era juguete de los filisteos, Sansón aprendió más que nunca antes acerca de sus propias debilidades y sus aflicciones lo llevaron al arrepentimiento”.9 Recién allí escuchó a Dios. Hasta ese momento había vivido al margen de la trascendencia o utilizando a Dios a su servicio (Jueces 15:18). Pero en la crisis última percibió la dimensión de la fe.
El triunfo de la fe
Narciso era, en la mitología griega, el dios del amor a sí mismo, el interesado exclusivamente en satisfacer su propio placer, despreocupado totalmente de las necesidades de los demás y de Dios. Es el símbolo del culto al orgullo, la vanidad, la presunción y el hedonismo. En buena medida, nuestra cultura refleja los falsos valores del narcisismo. La sociedad contemporánea trata de congelar la adolescencia, exorciza la vejez, idolatra el placer y vive en la efervescencia del encanto y la seducción. Pero el mito advierte que esta dirección de vida concluye en la tragedia y la autodestrucción.
En contraste con los presagios fatídicos de la mitología, la historia de Sansón ofrece una alternativa de esperanza y fe. Sorprendentemente, pero apropiadamente, Pablo ubica a Sansón en la galería de los héroes de la fe (Hebreos 11:32). ¿Por qué? ¿Qué tuvo de heroico la vida de este personaje? No fueron las proezas que realizó combatiendo a los filisteos, ni los aciertos de su gobierno, sino la valentía de entregar su vida por la causa de la salvación de su pueblo. A diferencia de Narciso, quien sucumbió al hechizo de la contemplación de su propia imagen, Sansón fue obligado a dejar de mirarse para responder al llamado del sacrificio. Las horas oscuras de la crisis abatieron su orgullo y lo llevaron a cumplir con el objetivo de su vida, a asumir su destino de libertador en una acción final. Murió en un acto de sacrificio para salvar a su pueblo de la opresión extranjera.
En un planeta saturado del culto al narcisismo, la historia de Sansón enseña que nada queda de la vida cuando se pierde la misión. La historia bíblica evidencia en forma consistente que el significado de la existencia se encuentra en Dios, lejos del egocentrismo, firmemente anclada en la fe, la esperanza y el amor.
Mario Pereyra (Ph.D., Universidad de Córdoba), autor de varios libros, es psicólogo clínico que practica en el Sanatorio Adventista del Plata y enseña en la Universidad Adventista del Plata. Su dirección: 3103 Libertador San Martín, Entre Ríos, Argentina. E-mail: uap@uap.satlink.net
Notas y referencias
1. Christopher Lasch, The culture of narcissism (New York: Warner Books, 1989).
2. G. Lipovetsky, La era del vacío: Ensayos sobre el individualismo contemporáneo (Barcelona: Anagrama, 1993).
3. S. Freud, Introducción al narcisismo, en Obras Completas (Madrid: Biblioteca Nueva), vol. 1, pp. 1083-1096.
4. J. Laplanche y J. B. Pontalis, Diccionario de psicoanálisis, 3a. edición, revisada (Barcelona: Editorial Labor, 1981).
5. E. Rojas, El hombre light: Una vida sin valores (Madrid: Ediciones Temas de Hoy, 1992).
6. M. Kundera, La insoportable levedad del ser, 2a. edición (Barcelona: Tusquets Editores, 1990).
7. Id., p. 140.
8. Ibíd.
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