El Vaticano y los Grandes Genocidios del Siglo XX (20)

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Alberto Treiyer

Doctor en Teología

Los genocidios clero-fascistas.

El nazismo de Alemania mantuvo cierta independencia política del clero católico. Por tal razón, algunos consideran el nazismo alemán como ejemplo de un gobierno puramente fascista. No obstante, según ya vimos, el Concordato que firmó el Vaticano con Hitler tuvo como propósito transformar toda Alemania en un estado clero-fascista. En el sentido más estricto, sus 33 artículos principales fueron “ordenanzas clero-fascistas”. Mediante concordatos con los gobiernos autoritarios y dictatoriales, el Vaticano esperaba terminar fundiendo la sociedad con la Iglesia Católica, al imponer la enseñanza de la religión en todas las instituciones educativas del estado y lograr solventarlas con fondos del estado, así como del clero y otras instituciones de la Iglesia.

“¿Queremos contribuir con los valiosos y constructivos bloques católicos para construir la nueva sociedad” de Alemania?, se preguntaba el obispo Kaller en el año del concordato. “Recurramos a la encíclica Quadragesimo Anno de Pío XI”. Pero aunque los nazis favorecieron el sistema de educación católica y subvencionaron el obispado alemán, no se ajustaron en todo lo que respecta al ejercicio de la autoridad, a los principios de la Ley Canónica que el papado quería implementar en cada gobierno europeo. Por el contrario, quisieron ser ellos los protagonistas de la nueva realidad.

Si a pesar de esa diferenciación entre el fascismo “puro” de los nazis, el Vaticano no puede librarse aún hoy de haber sido cómplice en los genocidios perpetrados por los nazis contra los judíos, menos aún puede librarse de su complicidad con los genocidios clero-fascistas en los que participó activamente el clero romano. Tanto el clero como las autoridades civiles perpetraron las peores masacres en esos estados, sin recibir la condenación del Vaticano. Antes bien, contaron con el apoyo abierto y entusiasta hasta del mismo papa Pío XII.

1. El clero-fascismo de Austria.

Distinto a la Alemania nazi fue el caso de Austria, donde por primera vez se usó el término clero-fascismo para referirse al gobierno de Kurt von Schuschnigg (1932-1934). Su gobierno se sometió definidamente a los principios políticos que proponía la encíclica papal Quadragesimo Anno (1931). Primeramente el canciller Engelbert Dollfuss usó el término clero-fascismo para definir su papel como canciller de Austria. Seguidamente el dictador Schuschnigg usaría el término para precisar la implementación de los principios políticos-sociales-económicos de la encíclica papal que tendría el nuevo gobierno, y terminar así con el sistema parlamentario democrático que se volvía inservible para Austria—según los términos usados—“en su hora de necesidad”.

a. Uso del término. El término clero-fascismo no fue usado, pues, peyorativamente ya que, para entonces, muchos miraban un sistema de gobierno tal como salvador frente a la anarquía que, según se argüía, creaban los partidos de izquierda. La prensa austríaca y los discursos populares lo usaron durante todo 1930, para describir el movimiento político austríaco que intentaba combinar esa encíclica papal con el principio de gobierno autoritario del führer. Posteriormente, el obispo Alois Hudal recurrió a ese término para referirse tanto al fenómeno austríaco, como a su propia misión en el Vaticano. En realidad, Hudal citó a Mussolini, quien había descrito al gobierno austríaco en 1930 como “el sistema clerical Dollfuss”. También usó el término clero-fascismo una revista comunista en 1949, para identificar la posición política pro-nazi que había tenido el primado de Austria, Teodoro Innitzer.

¿Qué haría Schuschnigg para gobernar Austria bajo un sistema clero-fascista? Cambiar la constitución de tal manera que se ajustase a la encíclica del papa Pío XI. De esta forma, y a diferencia de otros estados en donde los mismos dictadores serían clérigos, el sistema de gobierno austríaco fue clero-fascista por constitución. El prelado y dictador Ignaz Seipel dedicó los últimos años de su vida a implementar esa reforma constitucional en armonía con la encíclica papal. Así, el 1 de mayo de 1934, Austria se transformaba en un estado “corporativo” que operaría bajo un liderazgo autoritario y fiel a la Iglesia Católica. Según lo había expresado Pío XI en el Osservatore Romano (31 de junio, 1931), su encíclica era “un signo de atención bienintencionada para el comercio de Italia y las entidades corporativas”.

b. Relación con el capital. El clericalismo mantiene, en un estado clero-fascista, una relación de mala fe con el capital, inspirado en las encíclicas papales Rerum Novarum y Quadragesimo Anno. Predica contra el materialismo de la sociedad capitalista pero busca involucrarse en la economía. El problema, según este concepto, no pasa tanto por la propiedad y la producción, sino por la distribución de las riquezas. De acuerdo a las encíclicas papales de entonces y de hoy, el mejor sistema social es el que permite que los ricos mantengan a los pobres en un acto de solidaridad social, y en el que, por consiguiente, el pueblo dependa de la obra social de la Iglesia para sobrevivir. Los problemas que tuvo la Iglesia con Hitler en Alemania y posteriormente con Perón en Argentina, se dieron más bien con los beneficios políticos de tal sistema. Mientras que la Iglesia quería ser ella la que figurase como benefactora, los dictadores y demagogos no querían que ésta les hiciese sombra, sino obtener sus propios dividendos populares.

Para encubrir su mala fe contra el capitalismo, el clero-fascismo recurre al antisemitismo por su tendencia a no entrar dentro del sistema redistributivo del capital, ni a reconocer la supremacía de la Iglesia en tal sistema de gobierno. Según esta perspectiva, son los judíos los responsables de haber estropeado el capitalismo al introducir un materialismo satánico en la sociedad civil. Los judíos vuelven a desempeñar así, el mismo papel diabólico que, según presumen los clérigos, cumplieron en el Nuevo Testamento. De allí en más, todo lo que implicase una revolución social de corte materialista, terminaría vinculándose con el judaísmo. Y siendo que el enemigo mayor que tenían por delante era el comunismo, cualquier cosa que no entrase dentro del esquema propuesto pasaba a ser enemigo e iba a terminar cayendo dentro de la misma mira condenatoria. Así, el trabajador bolchevique terminaría no siendo otra cosa que un judío internacional.

¿Qué otros enemigos más aparecerían en sistemas cerrados como lo pasaron a ser los gobiernos clero-fascistas? La intolerancia político-religiosa no iba a caer sólo sobre los judíos y los comunistas. Siendo que gobiernos tales se ligan a la Iglesia Católica, todos los extranjeros sufren también, en especial los cristianos y religiosos no católicos, porque pasan a ser considerados en un rango inferior. En efecto, los extranjeros y no católicos no tienen derecho de apelación en las tres clases que caracterizan una sociedad tal: la nobleza, el clero y los ciudadanos. Ese esquema estructural social sigue el esquema jerárquico católico: El papa y el Magisterio, el clero y los laicos. Y como la solución fascista busca soluciones sociales rápidas, se recurre a la exclusión, expulsión y aniquilación en lugar del diálogo y el acuerdo.

c. Relación con los trabajadores. Tanto el clero como el estado en un sistema clero-fascista, pretenden promover la causa del “trabajador”, pero terminan subordinando siempre los intereses de la clase trabajadora al capital. Cuando Schuschnigg reprimió violentamente la insurrección de los trabajadores de oficina en 1934, el cardenal Innitzer defendió la masacre, a pesar de haber pretendido vincularse a sí mismo con los pobres. De allí que se involucre tanto al Estado como a la Iglesia en la gran cantidad de crímenes de guerra que engendran sistemas de gobierno tales. Bajo este contexto, uno se pregunta sobre la verdadera naturaleza que esconde la continua predicación papal, ya comenzado el S. XXI, “en favor de los pobres”.

¿Puede considerarse el clero-fascismo como una versión más santa y atractiva del nazismo, por el hecho de someterse al Vaticano en su forma de gobierno? La historia prueba que no. Por el contrario, ese sistema engendró a menudo crímenes peores que los efectuados por los nazis. Schuschnigg mantuvo un campo de concentración para sus adversarios en Wullersdorf. Los campos de concentración de la vecina Croacia, en especial el de Jasenovac, fueron comandados por sacerdotes que perpetraron tales crímenes que horrorizaron por su barbarie aún a los mismos nazis alemanes. También Italia, España y Ucrania nombraron a un gran número de sacerdotes para que fuesen, realmente, verdaderos criminales de guerra, con pleno respaldo del Vaticano.

2. Otros estados clero-fascistas.

Siendo que la implementación del término se dio mayormente para referirse al fenómeno austríaco, se lo usó a menudo en alemán, sin traducirlo. Pero el Klerofaschismus no se limita a Austria. Es cierto que comprende la política social eclesiástica austríaca de Ignaz Seipel, Engelbert Dollfuss, Kurt von Schuschnigg, Alois C. Hudal y muchos otros. Pero incluye también la política clerical-fascista de los Ustashi en Croacia, con Ante Pavelic como dictador; del falangismo español bajo Francisco Franco; de las políticas estatales de la iglesia fascista italiana de Benito Mussolini; del justicialismo de Juan Domingo Perón en Argentina, así como de otros más. Perón llegó a decir también, poco después de concluída la Segunda Guerra Mundial, en su último discurso político antes de las elecciones, “mi política social está inspirada en las encíclicas”.

El 28 de agosto de 1940, el premier Volpetch Tuka de Eslovaquia se refirió también al clero-fascismo como al “futuro sistema gubernamental de Eslovaquia”, que implicaría “una combinación de nazismo alemán y catolicismo romano”. Consistiría, como en los demás casos, en un pacto entre dos sistemas autócratas, el del papado y el del dictador que gobierna el país. En el arreglo social resultante, toda orden provendría de arriba hacia abajo, y toda responsabilidad de abajo hacia arriba. La encíclica papal debía jugar el mismo papel que los decretos dictatoriales. De allí que, más estrictamente hablando, los gobiernos clero-fascistas adoptaron la Ley Canónica de 1917, preparada por el papado como una especie de constitución de su gobierno.

La prensa católica en Eslovaquia, antes de la guerra, apoyaba la agenda clero-fascista también, así como al “Eje” (gobiernos nazis y fascistas de Europa central), y la limpieza étnica. Cuando se estableció el estado títere de Eslovaquia, la Lista Katolicki lo alabó en los siguientes términos: “En un estado moderno, que pone los intereses del pueblo sobre toda otra consideración, la iglesia y el estado deben cooperar para evitar conflictos y malentendimientos… Los puntos de vista del Dr. Tuka se cumplen en la formación de una Eslovaquia del pueblo, con la aprobación del presidente de la república, monseñor Dr. Josip Tiso… La Iglesia no será perseguida”, sino “los que se oponen al Socialismo Nacional” (Enero, 1940).

Siendo que el enemigo común de todos estos estados era el comunismo, los gobiernos clero-fascistas sintieron que debían coaligarse para defenderse mutuamente, y asumir un papel ofensivo en la recuperación de los valores “cristianos”. Compartiendo la visión del papado de afirmar la presencia católica en el centro de Europa formaron, además, una Confederación Católica en ambas márgenes del río Danubio (Croacia, Austria, Eslovaquia y Alemania). A esa confederación se la llamó en diferentes momentos “El Eje”, la “Confederación del Danubio”, “Triple Alianza”, “Sacro Imperio Romano Reconstruido”, “Confederación Intermarium”, “Imperio Hamburgo Reconstituido” o, más enigmáticamente, “la cuestión de Europa Central”.

Aun después de la guerra, el Vaticano intentó reactivar esa confederación rescatando y reclutando a los criminales de guerra de todos esos países, con el propósito de infiltrar el mundo comunista y desestabilizarlo, recuperándolo para la fe católica. El propio general católico De Gaulle tuvo en Francia, para esa época, un sueño equivalente, que consistía en formar un pacto con todas las naciones centrales de Europa para salvarlas del comunismo, y volverlas a la comunión con el papado romano.

– El culto al dictador.

Un solo líder infalible y un solo dictador que actuasen en armonía bastaban para conformar un estado clero-fascista, y combatir a un enemigo común. Así, no sólo Austria, Croacia y Eslovaquia fueron estados clero-fascistas, sino también España, Portugal, Vichi (gobierno central de Francia durante la guerra: 1940-1944), e Italia, antes y/o durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Según el obispo Hudal, Pío XI se había inspirado en el clero-fascismo turco de Kamal Ataturk, cuya estatua está casi omnipresente en todas las ciudades principales de Turquía hasta el día de hoy.

Llama la atención el hecho de que los sistemas dictatoriales y fascistas se levantan en países cuya religión dominante mantiene un esquema de poder intolerante y de corte medieval. Para liberarse de esos sistemas religiosos autoritarios, los gobiernos seculares que los derrocaron debieron recurrir igualmente a gobiernos autocráticos equivalentes. El sistema totalitario comunista se levantó como alternativa y antídoto para poder derrocar a los gobiernos autoritarios católicos, ortodoxos, musulmanes y otras religiones paganas asiáticas. Ambos constituyen los dos extremos de la misma herradura, y ambos son genocidas por naturaleza, como lo probó su accionar no sólo durante la Edad Media, sino a partir de allí y, en especial, en la mayor parte del S. XX.

Otro aspecto que llama la atención es una especie de culto al dictador. Acostumbrados a venerar un papa, un santo, una virgen, las masas católicas buscan también un líder que ostente igualmente poderes absolutos, hechos a la imagen papal. Por esta razón, todos los dictadores clero-fascistas, incluyendo Hitler mismo, fueron visualizados por muchos bajo un espectro mesiánico-redentor, como profetas que anunciaban la salvación del mundo de los sistemas del mal que buscaban su destrucción, esto es, de las democracias capitalistas occidentales y del comunismo bolchevique oriental. El arzobispo Saric de Sarajevo llegó a publicar una poesía ensalzando al líder ustashi, titulada “Oda a Pavelic”, en donde lo presenta como salvador con términos equivalentes a los que la Biblia usa para referirse a Dios.

Abundan también los términos grandielocuentes con respecto a Franco en España, el hombre “providencial” y hasta “profeta” de la península hibérica. No sólo en vida, sino aún por mucho tiempo después de su muerte, el fervor populista justicialista por Perón en Argentina, se expresa en el canto que las masas le entonan: “Perón, Perón, ¡qué grande sos! Mi general, ¡cuánto valés! Perón, Perón, ¡gran capitán!, sos el primer trabajador”. Ni qué hablar del libro de Evita, su segunda esposa, “La Razón de mi Vida”, para quien su marido es ninguna otra cosa que Dios mismo.

En este culto a los dictadores, el problema se levanta cuando esos dictadores intentan absorver tanto la admiración de las masas hacia ellos, que la Iglesia se sienta excluida del reparto honorífico. Mientras la Iglesia Católica pueda seguir manteniendo su papel privilegiado y supremo en el “correcto” ordenamiento social de alma (Iglesia) y cuerpo (dictador), ese culto es aceptado. De allí que cuando Hitler se negó a ser manipulado por el Vaticano y a permitirle al papado usufructuar plenamente de los beneficios políticos conquistados por su partido nazista, el papa Pío XI emitió su encíclica Mit Brennender Sorge (Con Profunda Ansiedad), en una velada protesta por la deificación de una raza, de un pueblo, y de un estado. ¡Como si la veneración que exige el papa hacia su persona como presunto Vicario de Cristo, y hacia los representantes de su estado clerical, no entrase dentro de ese sistema de deificación hacia una persona humana que ocupa el lugar de Dios!

Así también, Perón comenzó a tener problemas con la Iglesia cuando en su obra social quiso terminar llevándose todo el mérito. Esto se debió a que para entonces no existía en Argentina una doctrina social que no fuese la de la Iglesia Católica, y no cuajaba en la mente del clero que apareciese otra doctrina social que fuese laica. Y cuando Menem, supuesto sucesor espiritual de Perón, le escribió al papa que era católico, pero que por razones históricas debía darse la separación de Iglesia y Estado, encontró una resistencia tan enconada de Roma y del clero que tuvo que desistir de ese plan.

El correcto ordenamiento social y reparto de alabanzas requeridos por los gobiernos cleromonárquicos medievales y clerofascistas modernos, es el mismo en el culto que se tributa al emperador, al papa, al rey y al dictador. Aparecen expuestos con dos milenios de anticipación en el Apocalipsis. “Y adoraron [todos los habitantes de la tierra] al dragón que había dado autoridad a la bestia, y adoraron a la bestia, diciendo: ‘¿Quién es como la bestia, y quién podrá luchar contra ella?” (Apoc 13:4). El dragón (el poder político civil representado antiguamente por el César), debe recibir su alabanza en la medida en que da autoridad a la bestia (el poder político-religioso del papado que se levanta en el mismo sitio del César). Claro está, esta predicción apocalíptica no ofrece un sistema tal de gobierno cívico-clerical como ideal y divino, ya que ambos poderes que lo componen se vuelven intolerantes y son inspirados por aquel que comenzó el mismo problema en el cielo, hasta que debió ser expulsado por querer recibir el homenaje que sólo le corresponde a Dios (Apoc 12:7-9; cf. Isa 14:12).

– Intentos renovados actuales de establecer gobiernos clericales. Poco después de la Segunda Guerra Mundial se dio el intento de unir las iglesias en contra del enemigo común que seguía siendo el comunismo ateo. Pero al subir Pablo VI y comenzar a pactar con los gobiernos comunistas, esa tensión se alivió y tales esfuerzos de unión de las iglesias se debilitó. Con la subida del polaco Wojtila a la silla vicaria de Pedro, un nuevo esfuerzo por unificar las iglesias se dio al lograr definir Juan Pablo II, en forma clara, un enemigo común equivalente que es el secularismo. Y esa prédica tiene éxito, ya que todas las iglesias van entrando, poco a poco, en esa misma perspectiva. Las prédicas de los católicos y de los evangélicos hoy apuntan, como en la era fascista, a objetivos comunes. Cada vez toleran menos el ordenamiento social moderno que separa el poder estatal del clerical. Y como en la era fascista, esa soldadura clerogubernamental busca como pantalla honorífica una promulgación de solidaridad en favor de los pobres.

En un libro conjunto que publicaron al terminar el S. XX, titulado Evangélicos y Católicos Juntos, líderes católicos y evangélicos exortan a las iglesias a unirse en los aspectos que tengan en común, para hacer frente a enemigos comunes. Abiertamente se menciona como enemigo común al secularismo que gangrena la sociedad con impiedad. Veladamente entran en la lista de enemigos comunes los grupos religiosos minoritarios proselitistas y disidentes porque se niegan a participar del espíritu ecuménico de la hora. En la actualidad las iglesias ecuménicas argumentan también que así como Europa y el mundo se están uniendo políticamente en acuerdos comunes, así también deben unirse las religiones para salvaguardar la paz. ¿Qué pasará cuando logren esa unión buscada? ¿Pasarán a ser catalogados como “enemigos comunes” los que, a conciencia, no puedan unirse a esa confederación religioso-política babilónica, con el propósito de seguir teniendo un justificativo para mantener esa unión buscada? (Apoc 12:17; 14:8; 18:1-5).

Categorías: Historia

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