El Papado desde el año 590-800 d. C.

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El siglo VI presenció un notable aumento del poder papal. El papado era débil y estaba dominado por el emperador Justiniano, de Constantinopla, el que había ordenado la destrucción de los vándalos en el norte del África y de los ostrogodos en Italia. La eliminación de esas dos tribus germánicas fue lo que abrió el camino, en gran medida, para el desarrollo del poder papal, y lo que preparó el terreno para el grandioso pontificado del papa Gregorio, llamado «Magno», de 590 a 604.

Gregorio sistematizó el ritual de la iglesia y promovió el monasticismo, que gradualmente alcanzó popularidad en el Occidente, aunque todavía era visto con cierto recelo. Este papa se interesó mucho en la actividad misionera, y fue quien envió en 597 al monje italiano Agustín a Bretaña para que introdujera el catolicismo romano; pero el cristianismo ya se había arraigado firmemente mucho antes en Bretaña. Gregorio organizó tropas para la defensa de la ciudad de Roma contra los lombardos, quienes eran una espina para el papado y al mismo tiempo una verdadera amenaza para su poder. Virtualmente se convirtió en el gobernante civil de Roma y sus territorios circundantes, sustituyendo prácticamente al débil exarca de Ravena, quien debía gobernar a Italia en nombre de los emperadores bizantinos. Desde esa época el papado continuó aumentando su poder a pesar de que hubo algunos papas débiles; entretanto, la influencia del emperador de Constantinopla disminuía continuamente en Occidente, y finalmente se desvaneció. La diferencia entre el cristianismo occidental o latino y el oriental o griego, se acentuaba más y más.

El monasticismo.

Los cinco siglos que comienzan a partir de mediados del siglo VI han sido llamados «la edad monástica», porque los miembros de las órdenes religiosas llegaron a representar un segmento grande e influyente en la sociedad. Los monasterios prepararon dirigentes que ejercieron una influencia moduladora en Europa y ayudaron a fortalecer el papado.

Monasticismo significa vivir solo o aislado. Este enclaustramiento se ha practicado desde antes del establecimiento del cristianismo; generalmente lo buscan aquellos que desean cultivar la vida íntima en reclusión y ascetismo. En la Edad Media comenzó a ser practicado por individuos que se apartaban de la sociedad en un intento por practicar el cristianismo en un plano más elevado del que se esperaba de los miembros corrientes de la iglesia. En el siglo IV ya algunos comenzaron a apartarse a los desiertos, pero no tanto para huir del mundo como de las iglesias que, según ellos, se habían mundanalizado; al comienzo se retiraron cerca de Alejandría, Egipto, y pronto en otros lugares. Los ermitaños llegaron a ser en poco tiempo tan numerosos, que se juntaban en comunidades y comenzaron a establecer reglas de conducta, con horas fijas para la devoción, las comidas, el estudio y el trabajo. Estos monjes pronto constituyeron un poderoso ejército, el cual la iglesia fue suficientemente sabia como para retener dentro de su esfera de influencia antes que perderlos calificándolos de cismáticos.

El movimiento monástico se extendió rápidamente en el cristianismo, apartando a muchos hombres de la vida económica, social y familiar. Se extendió en el Occidente latino, y en el siglo VI Benito (Benedicto) de Nursia redactó un reglamento monástico práctico, adaptado a las condiciones occidentales. Andando el tiempo se fundaron a lo largo y ancho de Europa occidental numerosos monasterios que seguían el reglamento de Benito (benedictino); sin embargo, este reglamento era virtualmente el único vínculo entre ellos, pues cada monasterio era autónomo. Los votos de pobreza, obediencia y celibato debían, presumiblemente, ser mantenidos por todas las órdenes.

Su influencia se hizo sentir más allá de los claustros, no sólo en la enseñanza religiosa, sino también en los círculos administrativos, económicos y políticos. Puede decirse en términos generales que fue casi únicamente en los monasterios y bajo el cuidado de los monjes, en donde se conservó la luz del conocimiento y se protegió la literatura antigua por el trabajo de los monjes copistas. Pero el aumento de la influencia, la riqueza y el poder produjo abusos y corrupción entre los monjes y los clérigos, lo cual hizo necesarias las reformas introducidas por la orden cluniacense (Cluny) y otras más.

Surgimiento del islamismo.

Casi un siglo después de la muerte del emperador Justiniano, el Imperio Romano de Oriente tuvo que enfrentarse a un peligroso enemigo: el Islam. Mahoma era un comerciante árabe casi desconocido y poco educado. En sus continuos viajes se relacionaba con judíos y cristianos, y por lo menos leyó un poco las Escrituras hebreas (AT) y quizá el NT. Mahoma llegó a la conclusión de que el animismo supersticioso de los árabes era un error, y que sólo había un Dios a quien exclusivamente le correspondía ser adorado. Entonces comenzó a creer que él era el profeta de Dios, perteneciente a un largo linaje en el que estaban incluidos los profetas hebreos y Jesús de Nazaret, de los cuales él (Mahoma) era el mayor y el maestro más claro de la verdad.

El Islam declaró la soberanía plena de su Dios, Alá, pero no reconocía ninguna expiación por el pecado ni tenía sacerdocio. No había salvador. La voluntad de Alá era suprema, y los que vivían una vida de obediencia a esa voluntad podrían anticipar el gozo de las bellezas y los placeres del paraíso celestial.

Mahoma tuvo que enfrentarse a una intensa oposición cuando comenzó a predicar; pero ganó algunos adeptos. El nacimiento histórico del mahometismo data de la hégira o fuga de Mahoma, de La Meca a Medina, lo cual ocurrió en 622 d. C. Esta es la fecha desde la cual se computa toda la cronología musulmana.

Después de la muerte de Mahoma, el Islam comenzó a adquirir la fuerza de un gran movimiento político y militar. El animismo primitivo de los árabes desapareció como religión, señal de que la gente del desierto estaba madura para una nueva vida religiosa. El Islam se propagó luego entre las tribus del desierto como si hubiera tenido alas, y los árabes demostraron que eran adeptos fanáticos de la nueva fe. El liderazgo de Mahoma, pero no su pretendido don profético, fue transmitido, cuando murió, a algunos de sus parientes varones, los califas, quienes se convirtieron en gobernantes temporales y espirituales del creciente poderío musulmán.

El crecimiento de esta asombrosa fuerza tuvo lugar precisamente en el tiempo cuando la Roma oriental estaba debilitada por costosas y sangrientas guerras con el nuevo Imperio Persa. En el 628, sólo seis años después de la hégira, el emperador Heraclio finalmente pudo derrotar a los persas; por lo tanto, fue una Roma oriental debilitada la que hizo frente a los ataques de los furibundos y celosos árabes islámicos, los cuales avanzaron hacia el norte y atacaron simultáneamente a Palestina, Siria y el Imperio Persa. La capital persa cayó en 636; Jerusalén se rindió en 637; luego se produjo la caída de Antioquía de Siria, y Egipto fue conquistado en 640.

Los musulmanes construyeron entonces una gran flota, y avanzaron hacia el oeste conquistando provincia tras provincia del norte de África y llenando el vacío parcial que se había producido por la extinción de los vándalos; mientras tanto, tribus de origen eslavo, procedentes del norte, habían invadido los Balcanes y el valle del Danubio. El Imperio Romano de Oriente se encontró, pues, terriblemente presionado por todas partes.

Los musulmanes continuaron su marcha hacia el oeste, atravesaron el norte del África y cruzaron el estrecho de Gibraltar en 711. Como los visigodos estaban divididos por discordias internas y políticamente desorganizados, los musulmanes pudieron conquistar toda España en dos años, excepto la costa montañosa de Vizcaya, donde los vascos mantuvieron su independencia. Los musulmanes cruzaron los Pirineos en 732 e invadieron las Galias (Francia); pero fueron contenidos y derrotados por Carlos Martel, un jefe franco, en una sangrienta batalla que se libró cerca de Poitiers, y se retiraron con graves pérdidas.

Francia apoya al papado.

Carlos Martel fundó lo que fue virtualmente una nueva dinastía en Francia. Los francos se habían establecido en la Galia romana más de dos siglos antes, presididos por su caudillo tribal Clodoveo, que los hizo aceptar el catolicismo romano. Cuando Clodoveo murió el país ya había sido dividido entre sus hijos, y más tarde entre los sucesores de éstos, quienes gobernaron sus pequeños reinos en medio de continuas y pequeñas guerras civiles y de sangrienta violencia. El linaje de los merovingios, descendientes de Clodoveo, se debilitó. Carlos Martel era el principal dignatario o «alcalde» del palacio. El había dirigido las fuerzas de los francos en conquistas que no sólo habían consolidado su reino, sino que les habían permitido adueñarse de una gran parte del este y del sur de Alemania. Con la derrota de los musulmanes Carlos Martel consolidó la seguridad del sur de Francia.

Carlos Martel no tuvo en cuenta los derechos de los últimos miembros de la casa de los merovingios, y dispuso que sus propios hijos fueran los gobernantes del imperio franco. Pipino, su hijo, que llegó a ser el único gobernante del reino franco, se dio el título de rey en 752 y lo llevó hasta su muerte en 768. Uno de los actos de su reinado fue una reforma del clero franco, la cual fue posible por medio de Bonifacio, monje de Inglaterra que llegó a ser arzobispo de la iglesia franca y misionero entre los germanos que seguían siendo paganos.

Un hecho importante del reinado de Pipino fue su invasión a Italia y derrota de los lombardos. Cuando Pipino manifestó su intención de penetrar en Italia, el papa Esteban II, como reconocimiento de su evidente propósito de liberar al papado de la presión de los lombardos, legitimó sus pretensiones a la realeza coronándolo como rey de los francos. Pipino derrotó a los lombardos, le devolvió a Esteban su lugar en la ciudad de Roma, dio al papa las propiedades que reclamaba, y después le concedió todos los territorios que los lombardos le habían quitado al exarca de Ravena, que había estado gobernando a Italia como representante del emperador de Constantinopla. Esta Donación de Pipino -como se la llama- señala el comienzo de los Estados de la Iglesia en la Edad Media.

Ver Bibliografía en el tema «El Papado desde el año 1216-1517»

Categorías: Historia

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