El Imperio Romano – Parte 2
II. Origen del cristianismo en Roma
Por lo que hace al. NT, no está claro cómo se inició el círculo de los cristianos en Roma, ni tampoco si constituían una iglesia en el sentido corriente. No hay ninguna referencia clara a reuniones o actividades de la iglesia como tal, y menos a obispos o sacramentos. La iglesia de Roma sencillamente no aparece en nuestros documentos. Digamos de entrada que esto no significa necesariamente que ella no se hubiese formado todavía. Puede haber ocurrido, simplemente, que esa iglesia no estaba íntimamente relacionada con Pablo, apóstol con el cual se relaciona la mayor parte de nuestra información..
El primer vínculo conocido de Pablo con Roma fue cuando se encontró con Aquila y Priscila en Corinto (Hch. 18.2). Ellos habían abandonado la ciudad de Roma como resultado de la expulsión de los judíos por Claudio. Como no se indica que ya fueran cristianos, la cuestión tiene que quedar en suspenso. Dice Suetonio (Claudio, 25) que la cuestión que se suscitó en Roma la ocasionó un tal Cresto. Como esto podría ser variante de Cristo, se ha sostenido con frecuencia que el cristianismo ya había llegado a Roma. Suetonio, empero, tenía conocimiento del cristianismo, y, aun cuando hubiese cometido un error, la agitación en torno a Cristo podría haberla ocasionado cualquier movimiento mesiánico judío, y no necesaria ni únicamente el cristianismo. No hay indicio alguno en la Epístola a los Romanos de que hubiese habido algún conflicto entre judíos y cristianos en Roma, y cuando Pablo mismo llegó a Roma los líderes judíos manifestaron no conocer personalmente la secta (Hch. 28.22). Esto no sólo hace improbable el que hubiese habido un enfrentamiento, sino que agudiza la cuestión de la naturaleza de la organización cristiana en Roma, ya que sabemos que para esta época existía una comunidad bastante numerosa allí.
Varios años después de encontrarse con Aquila y Priscila, Pablo decidió que le era “necesario ver también a Roma” (Hch. 19.21). Cuando escribió la epístola, poco después, su plan consistía en visitar a sus amigos en esa ciudad de paso a España (Ro. 15.24). Se menciona un buen círculo de tales amigos (cap. 16), que llevaban allí “muchos años” (Ro. 15.23), y eran muy conocidos en los círculos cristianos en otras partes (Ro. 1.8). El deseo de Pablo de no querer “edificar sobre fundamento ajeno” (Ro. 15.20) no se refiere necesariamente a la situación en Roma; puede significar simplemente que esa era la razón por la cual su obra en otras partes había llevado tanto tiempo (Ro. 15.22–23); más aun, la autoridad que asume en la epístola deja poco lugar para otro líder. La suposición más natural, teniendo en cuenta las pruebas internas, es la de que Pablo le escribe a un grupo de personas que se ha formado en Roma en el curso de los años, después de haber tenido algún contacto con él en las diversas iglesias fundadas por él. A varios de ellos se los describe como “parientes”, otros han trabajado con él en el pasado. Les presenta una persona nueva para ellos (Ro. 16.1). Si bien algunos llevan nombres romanos, debemos suponer que se trata de extranjeros recientemente aceptados como ciudadanos, o por lo menos que la mayoría de ellos no son romanos, ya que las referencias de Pablo al gobierno aluden a la capital y al derecho a imponer tributo a los no romanos en particular (Ro. 13.4, 7). Si bien algunos son judíos, el grupo parece disfrutar de una vida independiente apartada de la comunidad judía (cap. 12). La referencia, en por lo menos cinco casos, a casas o grupos familiares (Ro. 16.5, 10–11, 14–15) insinúa la posibilidad de que esta haya sido la base del modo de asociación de los creyentes allí.
Cuando por fin Pablo llegó a Roma, varios años después, “los hermanos” salieron a su encuentro (Hch. 28.15). No aparecen otra vez, sin embargo, ni en conexión con las relaciones de Pablo con las autoridades judías, ni tampoco, en lo poco que dice la breve información, durante sus dos años de encarcelamiento. Las siete cartas que se supone pertenecen a este período contienen a veces saludos de “los hermanos, aunque en general se relacionan con mensajes personales. La referencia a predicadores rivales (Fil. 1.15) es lo que más se aproxima a una prueba neotestamentaria clara de alguna contribución no paulina al cristianismo romano. Por otra parte, la suposición de la existencia de alguna iglesia organizada independientemente de Pablo podría explicar, tal vez, el carácter amorfo del cristianismo romano en sus escritos.
III. ¿Estuvo Pedro en Roma alguna vez?
A fines del ss. II d.C. aparece la tradición de que Pedro había trabajado en Roma y que había muerto allí como mártir, y en el ss. IV surge la afirmación de que fue el primer obispo de la iglesia romana. Estas tradiciones nunca fueron discutidas en la antigüedad, y no son inconsecuentes con los indicios neotestamentarios. Por otra parte, en el NT no hay nada que las apoye claramente. La mayoría de los entendidos supone que “Babilonia” (1 P. 5.13) es un modo secreto de hacer referencia a Roma, pero, si bien hay paralelos de esto en la literatura apocalíptica, es difícil demostrar que fuera necesario obrar con tanto sigilo en una carta, como también a quién se podía engañar de esta manera, cuando el significado tenía que ser obvio para un círculo tan amplio de lectores. La llamada Primera epístola de Clemente, escrita cuando el recuerdo de los apóstoles se conservaba todavía en los miembros de la iglesia romana que aún vivían, se refiere tanto a Pedro como a Pablo en términos que sugieren que ambos murieron como mártires allí. El hecho desconcertante de que esto no se afirma claramente puede, desde luego, significar simplemente que se lo sobrentendía. De aproximadamente un siglo más tarde nos llega la información de que había “trofeos” de Pedro en el monte Vaticano y de Pablo en el camino a Ostia. Tomando como base la suposición de que se trataba de tumbas, las dos iglesias que llevan los nombres apostólicos fueron erigidas en dichos lugares en época posterior. Las excavaciones vaticanas han revelado un monumento que bien podría ser el “trofeo” de Pedro del ss. II. Está vinculado con un cementerio que se usaba a fines del ss. I.
Todavía carecemos, sin embargo, de indicios concretos en tanto a la presencia de Pedro en Roma. Las excavaciones fortalecen la tradición literaria, desde luego, y a falta de otras pruebas debemos aceptar la clara posibilidad de que Pedro haya muerto en Roma. El que haya fundado la iglesia allí, y que la haya gobernado por algún tiempo, son aspectos que tienen apoyo mucho más precario en la tradición, y tienen en contra el obstáculo casi insuperable del silencio de las epístolas paulinas.
La tradición del martirio de los apóstoles recibe el apoyo de las dramáticas circunstancias de la matanza del 64 d.C. El relato de Tácito (Anales 15.44) y la breve información de Suetonio proporcionan varios datos sorprendentes acerca de la comunidad cristiana de Roma. Su número se describe como muy grande. Su relación con Jesús se entiende claramente, y sin embargo se distingue del judaísmo. Es objeto de temor y aversión populares por razones que no se explican, aparte de una referencia al “odio a la raza humana”. Por ello las atrocidades de Nerón no hacen más que destacar la aversión con que fueron recibidos los cristianos en la metrópoli del mundo.
Bibliografía. °O. Cullmann, Pedro, discípulo, apóstolo, mártir (en portugués), 1964; W. Durant, César y Cristo, 1955.
J. P. V. D. Balsdon, Life and Leisure in Ancient Rome, 1974; O. Cullmann, Peter: Disciple, Apostle, Martyr, 1962.iones Certeza) 2000, c1982.
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