Sacerdote

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(heb. kôhên; gr. hieréus).



Para «sumo sacerdote», heb. kôhên haggâdôl, «gran sacerdote», y kôhên haro’sh, «primer sacerdote»; gr. arjieréus. Para el sacerdote hebreo también se suele emplear el vocablo mal’ âk «ángel»; para el sacerdote idolátrico se emplea la palabra heb. kômer. El término español «sacerdote» proviene de 2 palabras latinas, sacerdos y otis, referidas al ministro de un determinado culto.


I. Oficio.
Persona debidamente consagrada para ministrar en cosas sagradas como mediador entre el hombre y Dios, y para ofrecer sacrificios por los pecados de los hombres (He. 5:1; 8:1-3; cf v 6). Como institución, el sacerdocio se fundamenta en el concepto de que el hombre por naturaleza no goza del favor de Dios, y por tanto necesita de un mediador que conozca los caminos del Señor y pueda llevar a cabo la reconciliación. En Israel, así como en otras naciones de la antigüedad, los sacerdotes constituían una clase diferente (Gn.41:45; Ex. 2:16; 1 S. 6:2; Hch. 14:13). Durante la monarquía, generalmente el sumo sacerdote ocupaba un lugar inmediato al del monarca, tanto en rango como en dignidad e influencia, y en ocasiones ejercía el poder detrás del trono. El principal papel que desempeñaban los sacerdotes hebreos consistía en presentar «ofrendas y sacrificios por los pecados» (He. 5:1;cf 8:3), con el fin de «expiar [lograr reconciliación por] los pecados del pueblo» (2:17), con lo que, figuradamente, volvían a poner los seres humanos bajo el favor divino. Era «necesario» que el sacerdote tuviera «algo que ofrecer» (8:3), puesto que, simbólicamente, cuando Dios aceptaba el sacrificio, también aceptaba la súplica de aquel en cuyo favor se lo ofrecía.

Además de ministrar los ritos sagrados, se consideraba que los sacerdotes eran maestros religiosos del pueblo (Lv. 10:11; Dt. 33:10; Ez. 44:23; cf Esd.7:25). En ocasión de la conquista de Canaán no recibieron herencia entre las tribus, pero se les asignaron 13 ciudades rodeadas de campos de pastoreo y de huertas (Jos. 21:10-19; 1 Cr. 6:57-60). No se debían dedicar a ninguna tarea que implicara lucro, sino que tenían que ser sostenidos exclusivamente por los diezmos y ciertas ofrendas especiales (Lv. 10:12-15; 23:17-20; Nm.18:11, 20; Dt. 18:3-5). Incluso los físicamente defectuosos, provenientes de familias de sacerdotes, que por esa causa no podían ministrar delante del altar, tenían derecho a ese sostén (Lv. 21:21-23). En tiempos de Esdras los sacerdotes estaban exentos de pagar impuestos (Esd. 7:24).


II. Vestimenta.
En términos generales incluía el efod* de lino (heb, ‘êfôd bad) y la túnica (heb. metsîl qâtôn). La de los sacerdotes simples comprendía 4 partes: kuttôneth, prenda en forma de camisa; ‘abnêt, ceñidor; migbââh, tocado para la cabeza (gorro abovedado en forma de cuña); y miknesê bad, calzones de lino que debían cubrir los órganos genitales y el cuerpo desde las caderas hasta las rodillas (Ezequiel recurre a otros vocablos: el gorro es pa’aré pishtîm [«turbante de lino»], y la vestidura siempre es bigdê pishtlîm [«vestiduras de lino»]). El sumo sacerdote usaba un vestido blanco de lino (kethôneth bad qôdêsh), y turbante (mitsnefeth), calzones y ceñidor de lino (el uso del lino está justificado en Ez. 44:18; ropa ligera, no transparente, pero sobre todo que no haga traspirar). Para oficiar en la ceremonia: bolsa, pectoral con 12 piedras preciosas y el Urim* y el Tumim, efod colorido Y bordado primorosamente, túnica azul con campanitas en el ruedo, camisa, turbante* o mitra y ceñidor. En la parte delantera del turbante había una especie de flor de oro puro (tsîts zâhâb tâhôr) que tenía grabada la inscripción «Santidad a Yahweh» (qôdesh le- yahweh). Nada se dice de calzados, ni para los sumos sacerdotes ni para los sacerdotes comunes (1 S. 2:18; 22:18; Ex. 28:1- 42).


III. Responsables.
En los primeros tiempos, antes que hubiera un sacerdocio organizado, ciertas personas, como Caín y Abel (Gn, 4:3-5), ofrecían sacrificios y ejercían las funciones esenciales de un sacerdote (cf Ex. 19:21,22). Aun después de la organización de un sacerdocio regular, ciertos individuos ofrecían sacrificios en circunstancias especiales (Jue. 6:18, 24, 26; 13:16). Durante toda la dispensación patriarcal el jefe de la familia o de la tribu se desempeñaba generalmente como sacerdote. Por eso Noé (Gn. 8:20), Abrahán (22:13), Jacob (35:3) y Job (Job 1:5) sirvieron como sacerdotes de sus respectivas familias.

Al establecerse la teocracia en el Sinaí, y al erigirse el tabernáculo, Dios encomendó a la tribu de Leví que se encargara de sus sagrados ritos en lugar de los primogénitos o los jefes de las familias (Nm. 3:6-13). Se escogió a la tribu de Leví por la lealtad que manifestó en ocasión de la adoración del becerro de oro (Ex. 32:26-29). Se separó a Aarón y a sus hijos para el oficio sacerdotal, y desde ese momento sólo ellos desempeñarían tal cargo (Nm. 3: 10). El sacerdocio era hereditario en el caso de su familia (Ex. 28:1; 40:12-15; Nm. 16:40; 17; 18:1-8), de modo que cada descendiente suyo de sexo masculino tenía el derecho a ser sacerdote, a menos que tuviera un defecto físico (Lv. 21:17-21) o estuviera temporariamente «impuro» (22:3). Según Lv. 21:10; Nm. 35:25,28, etc., por su oficio, Aarón era «sumo sacerdote» y sacerdote «ungido» (Lv. 4:3,5,16). Como «el sacerdote» vitalicio (Ex. 31:10), transmitía el derecho a su cargo sagrado al mayor de sus descendientes calificados. Por eso, le sucedió su hijo Eleazar (Nm. 20:28; Dt. 10:6), quien a su vez fue reemplazado por su primogénito Finees (Nm. 25:11), en cuyo tiempo se estableció definidamente la sucesión del sumo sacerdocio (vs 12,13). En un sentido especial, el sumo sacerdote representaba a todo Israel, y los sacerdotes comunes servían en su nombre y como representantes suyos. El sumo sacerdote podía llevar a cabo todos los deberes de los sacerdotes comunes, pero el derecho de entrar en el lugar santísimo en el Día de la Expiación* era exclusivamente suyo (Lv. 16:2,3,17,33,34).


IV. Historial.
En la época de David, la cantidad de sacerdotes había aumentado tanto que los organizó en 24 turnos o divisiones (1 Cr. 24; Lc. 1:5,9). No se sabe mucho acerca de las actividades de los sacerdotes durante la monarquía después de Salomón, aunque es evidente que cierto número apostató y en ocasiones apoyó a reyes impíos (Jer. 1:18; 2:8, 26; etc.). Pero una declaración de Ezequiel parecería indicar que no cayeron tan profundamente en la idolatría como los levitas (Ez. 44:10-15). Es evidente que los sacerdotes retuvieron su conciencia profesional durante el exilio, porque miles de ellos pudieron probar su condición por medio de documentos cuando volvieron a su patria (Esd. 2:36-39). Muy probablemente fueron ellos los principales dirigentes religiosos durante la cautividad en Babilonia, entre los cuales se destacó Ezequiel (Ez. 1:3; 8:1;14:1-4; cf 2 Cr. 17:8,9; 23:16; 30:27), y quienes continuaron sus funciones durante el período de restauración después del regreso (Neh. 8:2; Hag. 2:11,12). Entonces, al principio, sólo se reconoció a 4 familias el derecho al sacerdocio, pero con el tiempo otras 20 más recuperaron su posición, lo que dio como resultado que, de acuerdo con Josefo, los 24 turnos que existían en la época de David se desempeñaran nuevamente en el sacerdocio durante la época neotestamentaria. Cabe acotar que por lo menos 2 de los grandes profetas del AT fueron sacerdotes: Jeremías (Jer.1:1) y Ezequiel (Ez. 1:3), y quizá Zacarías (Esd. 5:1; cf Neh.12:16); también lo habría sido Hageo.

Muy poco se sabe acerca de la historia del sacerdocio en tiempos de los persas. Bajo los Tolomeos y los primeros Seléucidas, el sumo sacerdote disponía de poder religioso y civil, pero estaba sometido al rey extranjero. La aristocracia sacerdotal, que vivía de los diezmos del pueblo y además recibía otras contribuciones, se enriqueció y, por consiguiente, procuró con vehemencia preservar la condición política de la nación y evitar cualquier rebelión que pusiera en peligro su lucrativa situación. Abrazaron el helenismo bajo los Seléucidas, pero un sacerdote común, Matatías, condujo una revuelta contra el deseo de Antíoco Epífanes de imponer el paganismo helénico; y sus hijos, los Macabeos,* galvanizaron a la nación para conseguir la independencia del yugo extranjero. Jonatán Y, después de él, su hermano Simón, aunque no pertenecían a la familia de los sumos sacerdotes obtuvieron ese cargo, y los Asmoneos (Macabeos) llegaron a ser sacerdotes-gobernantes, y más tarde sacerdotes-reyes de Judea. Poco a poco se mundanalizaron y, en gran medida, se helenizaron. Aunque la mayor parte de la gente se puso del lado de los fariseos (partidarios de la estricta observancia de la ley), los sacerdotes eran los dirigentes del partido político religioso de los saduceos. Que hayan podido mantenerse en su cargo en tales circunstancias se explica por el hecho de que el pueblo, por tradición y educación, estaba acostumbrado a honrar a los detentores de altos cargos eclesiásticos íntimamente relacionados con el templo y sus servicios.

Cuando aparecieron los romanos, dejaron en su cargo a los sacerdotes-gobernantes Asmoneos, pero más tarde instalaron a Herodes el Grande como rey vasallo. Durante su reinado, éste nombraba a los sumos sacerdotes, y esa costumbre continuó hasta la destrucción del templo en el 70 d.C. En el transcurso de ese período de 106 años (37 a.C.-70 d.C.) no menos de 28 sumos sacerdotes ocuparon el cargo. La mayor parte pertenecía a 5 familias destacadas, y algunos de ellos eran extremadamente mezquinos e ineptos para el puesto que ocupaban. Inclusive, cuando se deponía a un sumo sacerdote, generalmente se lo seguía considerando sumo sacerdote o sacerdote principal; de allí el plural «principales sacerdotes» que aparece en el NT (Mt. 2:4; 16:21; 20:18; etc.). Aunque éstos procuraban la muerte de Jesús, había muchos sacerdotes piadosos, entre los que se encontraba Zacarías (Lc. 1:5, 6), y un buen número de ellos se unieron a la naciente iglesia (Hch. 6:7). Con la destrucción del templo (70 d.C.), el sacerdocio judío desapareció y nunca más se restableció.

El ministerio del sacerdocio aarónico sólo era simbólico (He. 8:4, 5): nunca tuvo realmente eficacia en sí y por sí mismo para borrar los pecados (10:11). Tal como el santuario en el que servían, los sacerdotes eran sólo «símbolo para el tiempo presente» (9:9). La ley ritual de los sacrificios nunca podía «hacer perfectos a los que se acercan» (10:1), puesto que «la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados» (v 4). Ese sacerdocio formaba parte de un sistema «impuesto» sólo «hasta el tiempo de reformar las cosas», cuando Cristo mismo llegaría a ser «sumo sacerdote de los bienes venideros» (9:10,11). Unicamente como consecuencia de su sacrificio y su muerte, al final de la era levítica, cuando «por el sacrificio de sí mismo» quitó «de en medio el pecado» (v 26), recibieron perdón las transgresiones de las generaciones pasadas que habían creído en un Redentor venidero (v 15). Durante todo el período abarcado por el AT la salvación era provisoria, porque dependía de la muerte de Cristo, todavía en el futuro.

Puesto que la nación judía dejó de ser el Pueblo escogido de Dios como consecuencia del rechazo y del sacrificio de su Mesías (Mt. 21:40-43), Dios le quitó al templo el honor de ser su «casa», y de allí en adelante los servicios dejaron de tener significado para él (23:38). De acuerdo con esto, el sacerdocio fue mudado (He. 7:12; cf vs 15-17; 6:20).

Después de haber muerto por los pecados de la humanidad, Cristo ascendió a los cielos y se sentó » a la diestra de Dios» (He. 10:12): fue consagrado como nuestro Sumo Sacerdote y apartado para ministrar en favor de nosotros en la misma presencia del Padre (8:1, 2). Sólo luego de ofrecerse como sacrificio por el pecado, Cristo pudo comenzar su ministerio especial (8:3,10:12). Sólo después que participó de carne y sangre, hecho «en todo semejante a sus hermanos» (2:17) -ya que «fue tentado en todo según nuestra semejanza», para poder «compadecerse de nuestras debilidades» (4:15; cf 2:14,18)-, estuvo en condiciones de llegar a ser un «misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo» (2:17). Por tanto, después de su ascensión, Cristo entró «en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios» (9:24). «Dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie» (v 8).

Tal como Aarón, Cristo fue «llamado por Dios» (5:4) y no asumió el cargo de sumo sacerdote por decisión propia (v 5). Mediante un juramento (7:21), Dios lo declaró «sumo sacerdote según el orden de Melquisedec» (5:10; cf v 6). De este modo el sacerdocio fue «cambiado» (7:12) de la tierra al cielo; y puesto que él vive «siempre para interceder por ellos» (v 25), su sacerdocio dura para siempre (v 24). Como consecuencia de su sacrifico perfecto, «no tiene necesidad cada día. . . de ofrecer. . . sacrificios. . . porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo» (v 27). El suyo es un «mejor ministerio», puesto que es «mediador de un mejor pacto» (8:6), lo que en el estricto sentido del término ocurrió sólo en ocasión de su muerte (9:15-17). Este es «el camino nuevo, vivo que él nos abrió» por medio de su encarnación, «a través del velo, esto es, de su carne» (10:20). Tenemos un gran Sumo Sacerdote obre la casa de Dios (v 21), y se nos invita a acercarnos «con corazón sincero, en plena certidumbre de fe» (v 22), «confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (4:16).

Bib.: Flavio Josefo-Antiguedades Judaicas,  vii. 14.7;


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