El Purgatorio. Un estudio exhaustivo.
EL PURGATORIO
Durante los cinco años que estudié en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, de 1969 a 1974, ocasionalmente trabajé como guía turístico. Uno de los lugares que me gustaba mostrarles a los turistas se llama La Scala Santa o La escalera santa. Estos 28 peldaños de mármol, protegidos por tablas de madera, están ubicados frente a la basílica de San Juan de Letrán. Según la tradición católica, Jesús ascendió estos peldaños durante su Pasión, cuando los peldaños eran parte del pretorio de Pilato en Jerusalén. Las leyendas medievales alegan que Helena, la madre de Constantino el Grande, llevó La escalera santa de Jerusalén a Roma alrededor de 326.
Los peregrinos devotos ascienden La escalera santa arrodillados
con entusiasmo, recitando oraciones prescriptas, porque creen que recibirán
indulgencias para ellos y sus seres queridos que están en el purgatorio. El
2 de septiembre de 1817, el papa Pío VII les concedió a los peregrinos que
ascendían la escalera del modo prescripto una indulgencia de nueve años
por cada peldaño. Una indulgencia es una remisión o liberación limitada del
castigo temporal que los creyentes deben sufrir en esta vida o en el purgatorio
por pecados veniales (menores, perdonables) que hayan cometido.
Un día fui bombardeado con preguntas probatorias por un turista norteamericano
muy curioso al que había llevado hasta La escalera santa. Cuando
entró en La escalera santa, el padre pasionista, que cuidaba el santuario, nos
dio una tarjeta con la foto de La escalera santa de un lado y las instrucciones
de cómo recibir nueve años de indulgencia por peldaño del otro lado.
Después de leer acerca de los nueve años de indulgencia por peldaño,
el turista norteamericano le preguntó al padre pasionista:
–Por favor, padre, ¿podría explicarme que ocurrirá si asciendo La
escalera santa de la forma prescripta cuatro veces, ganándome un total de
1008 años de indulgencias, pero necesito solo 500 años de indulgencia para
pasar del purgatorio al paraíso? ¿Qué va a hacer Dios con los 508 años de
indulgencia sobrantes por los que trabajé?
El sacerdote le respondió en forma pastoral:
–Hijo mío, no te preocupes por las indulgencias extra, porque Dios
automáticamente se las aplicará a tus parientes en el purgatorio.
Esta experiencia ilustra de qué modo el temor al purgatorio motiva
a los católicos piadosos a emprender peregrinajes a “lugares santos”, para
cumplir disciplinas como ascender La escalera santa, ayunar, dar limosnas,
recitar oraciones por los muertos, e incluso pagar por misas conmemorativas,
todo con la esperanza de acortar el castigo temporal en el purgatorio para sí
mismos o para sus seres queridos.
La experiencia de Lutero
Cuando Lutero fue enviado a Roma en el otoño de 1510 para resolver
algunas reformas disciplinarias de los conventos agustinianos de Alemania,
deseaba que sus padres estuviesen muertos para poder ayudarlos a salir
del purgatorio, celebrando la Misa en la basílica de San Juan de Letrán
y ascendiendo La escalera santa famosa. Con piadosa devoción, Lutero
ascendió La escalera santa; sin embargo, los resultados de esa experiencia
resultaron ser totalmente diferentes de lo que él esperaba.
“Ascendió arrodillado los 28 peldaños de la famosa Escalera Santa…
para poder asegurarse la indulgencia ligada a este ejercicio ascético desde
los días del papa León IV en 850, pero en cada peldaño, la palabra de la
Escritura sonaba como una protesta significativa en su oído: ‘El justo por la
fe vivirá’ (Rom. 1:17)”.1 El hijo de Lutero, Pablo, asegura que, al oír estas
palabras, Lutero se dio cuenta de cuán inconsecuentes eran sus acciones
con las palabras que acababa de escuchar. Inmediatamente se levantó, dio
media vuelta y bajó las escaleras caminando.
Hacia fines de 1512, Lutero volvió a leer Romanos 1:17 mientras
preparaba sus clases sobre el libro de Romanos: “Porque en el evangelio la
justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo
por la fe vivirá” (Rom. 1:17). Este texto llegó a ser para Lutero “una puerta
al paraíso”, porque le quitó la carga agobiante de tener que demostrar que
era meritorio ante Dios. Un gozo indescriptible inundó su corazón.
Con la nueva paz que halló, Lutero ya no podía tolerar más los
crasos abusos de la iglesia, personificados por el notorio vendedor Juan
Tetzel, un fraile dominico comisionado para vender indulgencias para
financiar la construcción de la basílica de San Pedro en Roma. Sus lanzamientos
de venta incluía la cantinela infame: “Tan pronto la moneda en el
cofre resuena, el alma al cielo brinca sin pena”.2 Lutero arremetió contra
ese lanzamiento de Tetzel expresamente en varias de las 95 Tesis que clavó
en la puerta de la iglesia-castillo de Wittenberg el 31 de octubre de 1517:
“27. Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto
suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando. 28. Cierto
es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja, el lucro y la avaricia
pueden ir en aumento, más la intercesión de la Iglesia depende sólo de la
voluntad de Dios ”.3
El desafío de Lutero a la doctrina del purgatorio fue el primer cañonazo
de advertencia que marcó el comienzo de la Reforma. Sin embargo,
en esa etapa inicial, Lutero se oponía fundamentalmente a los abusos de
esta doctrina, no a la doctrina en sí. No obstante, posteriormente Lutero y
otros reformadores rechazaron la doctrina del purgatorio y, en lugar de eso,
enseñaban “que las almas son libradas del pecado solo por fe en Cristo sin
ninguna obra, y por lo tanto, si salvas, van directamente al cielo”.4
De todas las enseñanzas católicas, la doctrina del purgatorio ofrece la más clara interpretación del sistema católico de salvación como una dispensa de la iglesia. Para comprender cómo funciona el sistema, necesitamos considerar un grupo de creencias relacionadas que incluyen el tesoro de
los méritos, las oraciones para y por los muertos y las indulgencias por los
muertos.
Objetivos de este capítulo
Este capítulo examina la creencia popular en el purgatorio al considerar varios componentes significativos de esta doctrina. Primero, definiremos los argumentos católicos para el purgatorio y luego presentaremos una respuesta bíblica a esos argumentos. El capítulo examina tres temas:
1) La doctrina católica del purgatorio;
2) Una mirada histórica de la doctrina del purgatorio;
3) Las razones bíblicas para rechazar el purgatorio.
Parte 1
LA DOCTRINA CATÓLICA DEL PURGATORIO
La doctrina del purgatorio, una creencia única y esencial de la Iglesia Católica Romana, se basa en su enseñanza de que la salvación es un proceso gradual de santificación que comienza con el sacramento del bautismo cuando la gracia santificadora es infundida inicialmente en el bebé recién nacido, y continúa a lo largo de la vida actual y en la mayoría de los casos después de la muerte en el purgatorio. El proceso de santificación, que se logra a través de la oración, el ayuno, las limosnas, los peregrinajes a los santos lugares, las indulgencias y especialmente las misas conmemorativas, hace que el alma sea santa y que intrínsecamente agrade a Dios. En pocas palabras, la doctrina católica del purgatorio consiste en los siguientes seis componentes:
1) El sacrificio expiatorio de Cristo nos libra solo de la “reatus culpae–culpa de nuestros pecados” y del castigo de la muerte eterna.
2) Para todos los pecados cometidos después del bautismo, el creyente debe hacer reparación por medio de la penitencia y las buenas obras.
3) Antes de que un alma pueda entrar al cielo, debe ser purificada de todo pecado y satisfacer las demandas de la justicia divina.
4) Si la reparación y la purificación del alma no son completadas en esta vida presente, deben llevarse a cabo después de morir en el purgatorio.
5) La eucaristía (misa) es un sacrificio propiciatorio que puede asegurar el perdón de los pecados post bautismales en conformidad con la decisión del sacerdote oficiante. Por consiguiente, si una misa conmemorativa se celebra en favor de un alma en el purgatorio, reduce y alivia el castigo temporal del alma.
6) El Papa y sus representantes, los sacerdotes, tienen el poder de perdonar pecados; es decir, de exonerar a los pecadores arrepentidos de la obligación de hacer reparación por sus pecados. Generalmente esto se hace otorgándole una indulgencia parcial o total (plenaria) que reduce o elimina el castigo temporal en el purgatorio.
Nuestro estudio mostrará que esta enseñanza católica ignora que la santificación/purificación de nuestra vida es un proceso experiencial que se da en esta vida, no después de morir en el purgatorio (comparar con 1 Cor. 3:10-13; 2 Cor. 5:10; Rom. 8:1-6). Para los creyentes, la única experiencia después de morir, es su glorificación en la mañana de la resurrección en la venida de Cristo. En breve veremos que, en la Escritura, la santificación no es un proceso en el que se paga por nuestros pecados y que continúa en el purgatorio, sino un proceso a través del que Dios, por su gracia, nos libra de la presencia y del poder del pecado en nuestra vida actual.
El objetivo del purgatorio
En la teología católica, el objetivo del purgatorio es lograr la limpieza completa de todo vestigio de pecado antes de que el alma pueda entrar en la presencia de Dios. Tomás de Aquino explica esta enseñanza con claridad.
Lo citaré frecuentemente, porque es considerado el teólogo católico más influyente, y porque brinda quizá la explicación más clara de las creencias católicas. En la Pontificia Universidad Católica se requería que los alumnos de teología tomaran cursos sobre la teología de Aquino, conocido como “Teología tomista”, porque su Summa Teologica aún es considerada como la definición y la defensa racional más exhaustiva de las doctrinas católicas. Es llamado cariñosamente “El doctor angélico”.
Aquino expone claramente: “El propósito principal del castigo del Purgatorio es limpiarnos de los restos de pecado; y por consiguiente el dolor del fuego solo es atribuido al Purgatorio, porque el fuego limpia y consume”.5
Aquino argumenta que, en el infierno, el dolor es infligido por diversos tipos de torturas que castigan a los malos eternamente, pero en el purgatorio el dolor es causado solo por el fuego, porque el fuego limpia y consume los restos de pecado. Al limpiar los restos de pecado, el purgatorio lógicamente extiende el proceso de salvación que comienza en esta visa presente, un proceso que es administrado por la Iglesia.6
El fuego del purgatorio es esencialmente el mismo que el fuego del infierno. La diferencia no está en la naturaleza del fuego, sino en su función.
Citando al papa Gregorio, Aquino explica: “Así como en el mismo fuego el oro refulge y la paja humea, así en el mismo fuego el pecador se quema [en el infierno] y el elegido es limpiado [en el purgatorio]. Por lo tanto, el fuego del Purgatorio es el mismo que el fuego del infierno… el Purgatorio está cerca del infierno o en el mismo lugar”.7
Las enseñanzas católicas se diferencian entre los castigos expiatorios de esta vida presente y los sufridos en el purgatorio. En su libro The Doctrine of Purgatory [La doctrina del purgatorio], el erudito jesuita John A. Hardon,
S.J., explica la diferencia de este modo: “Además, debiéramos distinguir entre los castigos expiatorios que pagan las pobres almas en el purgatorio y las penas de reparación que pagan las almas en un estado de gracia antes de morir. En tanto que antes de morir un alma puede limpiarse eligiendo libremente sufrir por sus pecados, y puede ganar méritos por este sufrimiento, un alma en el purgatorio no puede elegir del mismo modo y no gana méritos por el sufrimiento y ningún aumento en gloria. Más bien, es limpiada según las demandas de la Justicia Divina”.8
El sufrimiento físico en sí, ¿purifica a los pecadores?
La noción de que las almas en el purgatorio no tienen otra elección que sufrir pasiva y pacientemente en el fuego purificador hasta que Dios esté satisfecho de que han sido purificadas lo suficiente como para obtener acceso al paraíso, sugiere que el sufrimiento físico en sí puede purificar a los pecadores, incluso sin poder tomar decisiones morales por medio del libre ejercicio de la voluntad. Esta enseñanza, como veremos, es claramente refutada por la visión bíblica de la salvación, que se logra por medio del sufrimiento de Cristo, no de los pecadores. El sufrimiento en sí puede endurecer a los pecadores, como en el caso del ladrón impenitente crucificado al lado de Cristo.
La Escritura enseña que Jesús “efectu[ó] la purificación de nuestros pecados” (Heb. 1:3) en la cruz. Su sangre puede limpiar al pecador arrepentido más vil (Heb. 9:14). No queda ningún castigo temporal que los creyentes deban expiar en el purgatorio por los vestigios de pecado, porque Jesús pagó por todos ellos: “Él es la propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 2:2).
Esta “Buena noticia” fundamental del evangelio es negada por la doctrina católica del purgatorio.
El sistema de penitencias católicorromano
La doctrina del purgatorio es un elemento integral del sistema penitencial católicorromano. Según ese sistema, el pecado consiste en culpa et paena; es decir, en culpa y castigo. A través de su sacrificio, Cristo cargó nuestra culpa y nos libró del castigo eterno del infierno. Pero el pecador debe soportar la paena; es decir, el castigo temporal de los pecados y hacer reparación por medio de la penitencia y las buenas obras. Esta reparación debe completarse y el alma debe ser purificada de todo pecado antes de poder entrar en el paraíso.
Todo pecado debita un castigo temporal de la cuenta del pecador. Los actos de penitencia, sufrimiento e indulgencias pagan esta cuenta. Puesto que los pecadores quizá no sean capaces de hacer reparación plena por sus pecados en esta vida, se necesita el castigo del purgatorio en la otra vida, para hacer el balance en el libro de contabilidad.
Tomás de Aquino explica este último concepto, diciendo: “Si alguien que ama y cree en Cristo no ha quitado sus pecados en esta vida, es liberado [de sus pecados] después de morir por el fuego del Purgatorio. Por lo tanto, sigue habiendo alguna clase de limpieza después de esta vida… Alguien que después de contristarse por su falta y después de ser absuelto, muere antes de hacer la debida reparación, es castigado después de esta vida en el Purgatorio. Porque los que niegan el Purgatorio hablan en contra de la justicia de Dios”.9
El papa Pablo VI reiteró esta enseñanza en su Constitución apostólica sobre las indulgencias, promulgado el 1° de enero de 1967. El Papa declaró: “Que el castigo de los vestigios del pecado pueden seguir siendo expiados o limpiados… incluso después de la remisión de la culpa, se demuestra claramente por medio de la doctrina del purgatorio. En el purgatorio, de hecho, las almas de los ‘que murieron en la caridad de Dios y se arrepintieron verdaderamente, pero antes de hacer reparación con frutos de penitencia por los pecados cometidos y por las omisiones’, son limpiadas después de morir con castigos purgativos”.10
Esta enseñanza, de que los pecados perdonados bajo la autoridad y las regulaciones de la Iglesia Católica todavía deben ser expiados a través del castigo infligido sobre los pecadores arrepentidos en esta vida y, para la mayoría, también después de morir en el purgatorio, proviene de la doctrina católica de la reparación, no de la Escritura. Según esta doctrina, antes de que un pecado pueda ser absuelto (perdonado), debe hacerse reparación por medio del ayuno, las limosnas, la recitación de oraciones, los peregrinajes, las indulgencias y otras buenas obras.
Una negación de la buena noticia del evangelio
La doctrina católica de que los pecadores perdonados aún deben pagar el castigo de sus pecados va en contra de la buena noticia del evangelio, de que “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Este texto claramente expresa que Dios es fiel y justo, tanto para perdonarnos como para limpiarnos cuando confesamos nuestros pecados. La limpieza del pecado es una provisión divina de la gracia, no un logro humano al sufrir pacientemente en las llamas del purgatorio. La sangre de Cristo nos limpia de todo pecado. Los pecados de Pablo, ¿no fueron todos perdonados en el momento en que creyó? ¿Le dijo Jesús al ladrón arrepentido que finalmente estaría con él en el paraíso, después de pagar el castigo merecido por sus pecados en el purgatorio?
Desafortunadamente, la doctrina católica de la reparación niega la plena suficiencia del sacrificio de Cristo al afirmar que Dios, después de perdonar la culpa del pecado por medio del sacrificio de su Hijo, aún espera que los pecadores perdonados paguen el castigo temporal de sus pecados. Esto es llamado el castigo temporal, para distinguirlo del castigo eterno infligido en el infierno a los que no se salvan.
El asunto se reduce a esta pregunta: La salvación, ¿es un regalo divino de la gracia o es un logro humano por medio de las obras? Cristo, ¿murió para cargar solo con nuestra culpa y con el castigo eterno de nuestra culpa, pero no con el castigo temporal? La Biblia. ¿hace distinción entre el castigo temporal que debemos llevar nosotros y el castigo eterno que Cristo ha llevado por nosotros? La culpa, ¿puede ser legalmente transferida sobre una persona inocente? En nuestro sistema de justicia humano, la culpa no puede ser transferida a una persona inocente, pero ciertas penalidades, como el pago de una multa por exceso de velocidad, puede ser pagado por una parte inocente, como un padre en favor de un hijo culpable.
La Biblia no hace ninguna distinción artificial entre la culpa o el castigo de nuestros pecados pagados por el sacrificio de Cristo. Simplemente nos dice que “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8). “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras” (1 Cor. 15:3). “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados… Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isa. 53:5-6).11 Textos como estos enseñan claramente que
el sacrificio expiatorio de Cristo pagó en su totalidad el castigo de nuestros
pecados. La enseñanza de que los pecadores arrepentidos deben sufrir por
ellos mismos el castigo temporal de sus pecados es una clara negación de
la plena suficiencia de la muerte expiatoria de Cristo. Esta verdad bíblica
fundamental será ampliada en breve.
La duración del purgatorio
El castigo del purgatorio es temporal, no eterno como el del infierno, porque “el fuego purificador no continuará después del Juicio General”.12
En otras palabras, según las enseñanzas católicas, el fuego purgador del purgatorio durará solo hasta que el Juicio General sea ejecutado en el regreso de Cristo. Después del juicio final, el purgatorio se cerrará y solo habrá cielo e infierno.
Esta enseñanza se contradice con el destino de los pecadores arrepentidos que mueren o quedan vivos cuando Cristo viene a cerrar el purgatorio.
A estos pecadores, ¿se les dará una dispensación especial para permitirles entrar en el paraíso sin ser primeramente purificados por el fuego limpiador del purgatorio? ¿Tiene Dios una norma doble, una para los que mueren mucho antes del gran día del juicio, y otra para los que mueren inmediatamente antes de ese día? ¿Y con respecto a los creyentes que están vivos en el momento de la venida de Cristo? ¿Serán admitidos en el paraíso sin la limpieza purgativa de los pecados veniales (menores)? Preguntas como estas ponen de relieve la irracionalidad de la doctrina del purgatorio.
La intensidad del purgatorio
“Las penas del purgatorio –escribe Aquino–, son más dolorosas que las penas de este mundo”.13 La intensidad y la duración de las penas purgativas son proporcionales a la gravedad de los pecados cometidos en esta vida. Esto significa que los creyentes tal vez tengan que soportar el fuego expiatorio y purificador del purgatorio por pocas horas o por miles de años, dependiendo de su “carga de pecado”.
Aquino explica esta enseñanza católica, diciendo: “Algunos pecados veniales [menores] se aferran más persistentemente que otros, según si tienen más inclinaciones a las afecciones, y si las tienen fijadas con más firmeza. Y puesto que lo que se aferra más persistentemente se limpia con más lentitud, por lo tanto algunos son atormentados en el purgatorio más tiempo que otros, tanto como sus afecciones estén sumidas en pecados veniales.
“La intensidad del castigo equivale, hablando con propiedad, a la cantidad de culpa; en tanto que la extensión equivale a la firmeza con que el pecado se ha arraigado en este sujeto. Por consiguiente, puede ocurrir que alguien se demore más y sea menos atormentado y vice versa”.14
Se puede ser aliviar el sufrimiento de las almas en el purgatorio o se puede acortar la duración ofreciendo oraciones, dando limosnas, adquiriendo indulgencias y, especialmente, celebrando el sacrificio de la Misa. La razón es que el purgatorio es administrado por la autoridad del Papa y sus representantes, los sacerdotes, que tienen el derecho de decidir a discreción si perdonar total o parcialmente la pena de los pecados a ser expiados por las almas retenidas en el purgatorio. Esta enseñanza se basa en la distribución del “tesoro de los méritos”, que es un “banco celestial” administrado por la Iglesia Católica. El banco contiene los méritos de Cristo, de María y de los santos. En breve veremos que esta enseñanza malinterpreta burdamente la visión bíblica de la salvación como un don divino de la gracia, y no una dispensación de la iglesia.
Parte 2
UNA MIRADA HISTÓRICA
A LA DOCTRINA DEL PURGATORIO
Un sondeo histórico del origen y del desarrollo de la doctrina del purgatorio nos llevaría más allá del espacio limitado de este capítulo. Lo más que podemos ofrecer aquí es un vistazo de algunos sucesos significativos.
El origen del purgatorio
El origen del purgatorio se asemeja al origen de la creencia en la inmortalidad del alma, de modo que las dos creencias están íntimamente conectadas. La creencia en la supervivencia del alma contribuyó al desarrollo de la doctrina del purgatorio, un lugar donde las almas de los muertos se purifican por medio del fuego antes de ascender al paraíso. Si la iglesia cristiana en general hubiese permanecido fiel a la visión holística bíblica de la naturaleza humana, y hubiese rechazado la visión dualista griega del cuerpo mortal y el alma inmortal, nunca habría surgido la doctrina del purgatorio o del fuego del infierno. La razón es simple. Si el alma, es el principio animador del cuerpo que deja de existir con la muerte del cuerpo, entonces no sobrevive ningún alma en el purgatorio, en el infierno o en el paraíso. Sin la creencia en la inmortalidad del alma, una gran cantidad de creencias que no son bíblicas que han plagado a la iglesia cristiana a través de los siglos nunca habrían salido a luz.
Adolph Harnack, un renombrado historiador alemán del siglo XIX, argumenta que el purgatorio entró en la iglesia por medio de la filosofía dualista helénica y, por lo tanto, representa una intrusión de “ideas no bíblicas” y “poco realistas en el cristianismo”.15 Coincido totalmente con esta visión.
De hecho, la visión dualista de la naturaleza humana de Platón, que se difundió en la iglesia cristiana hacia fines del siglo II, fue promovida primero por Tertuliano y posteriormente por Orígenes, Agustín y Tomás de Aquino. Lo mismo es cierto de las premisas del purgatorio que entraron en la iglesia cristiana aproximadamente en el mismo tiempo, aunque la definición formal de la doctrina del purgatorio no tuvo lugar hasta el siglo XII.
El “purgatorio” griego adoptado por los judíos helenistas
La noción de una purificación del alma por medio del fuego después de morir es parte de la filosofía griega desarrollada por Platón. “La idea de una purificación por medio del fuego después de morir llegó a ser familiar para la mente griega, y fue absorbida por Platón, y se introdujo de a poco en su filosofía. Enseñaba que nadie podía ser perfectamente feliz después de morir, hasta haber expiado sus pecados; y que si había demasiado para expiar, su sufrimiento no tendría fin”.16
La creencia griega en la purificación del alma después de morir a la larga fue adoptada por los judíos helenistas durante el período intertestamentario.
Esto puede inferirse de 2 Macabeos 12:41 al 45, que habla de Judas Macabeo (m. 161 a.C.) que envía dos mil dracmas de plata al templo de Jerusalén para pagar sus ofrendas en favor de los soldados caídos. “Mandó ofrecer el sacrificio de expiación por los muertos, para que fueran librados de sus pecados” (2 Mac. 12:45).
Este es el texto primordial usado por los apologistas católicos para defender la visión de que “el pueblo judío creía en la existencia de un estado de purgación donde las almas eran limpiadas antes de entrar al cielo”.17 En breve veremos que este argumento ignora cuatro puntos importantes.
Primero, 2 Macabeos es un libro apócrifo que no pertenece al canon inspirado del Antiguo Testamento aceptado por los judíos y la mayoría de los cristianos.
Segundo, orar por los muertos está condenado en otro libro apócrifo, 2 (4) Esdras 7:105, de modo que muestra que incluso los apócrifos no están de acuerdo en las oraciones por los muertos.
Tercero, un examen minucioso del texto indica que se ofrecían oraciones y sacrificios por los muertos, no para aliviar su sufrimiento en el purgatorio, sino para suplicar la misericordia de Dios en el Día de la Resurrección. Analizaremos este texto en breve.
Por último, el Antiguo Testamento nunca habla de la purificación de las almas después de morir y antes de entrar en el paraíso. Como aprendimos el destino del alma está conectado indisolublemente con el destino del cuerpo, siendo este último la manifestación externa del alma.
La enseñanza platónica de la inmortalidad y de la purificación del alma después de morir se difundió en el judaísmo helenístico durante el período intertestamentario, como lo indica 2 Macabeos, escrito en el siglo II a.C. Algunos eruditos sostienen que los cristianos han adoptado la práctica de orar y de dar ofrendas por los muertos del judaísmo helenista.18 Esto es totalmente posible, puesto que notamos en el capítulo 2 que la enseñanza de Platón sobre la inmortalidad del alma se difundió en la iglesia cristiana a través de escritores judíos helenistas como Filo y Josefo.
El purgatorio en la iglesia primitiva
La doctrina del purgatorio, como se la conoce en la actualidad, fue
desarrollada a fines de la Edad Media, pero las premisas del purgatorio ya
están presentes en la iglesia primitiva, especialmente por medio de la práctica
de orar por los muertos. Las catacumbas ofrecen varios ejemplos de cómo
los fieles ofrecían oraciones por sus parientes y amigos difuntos.19 Una antigua
liturgia del siglo IV ilustra la costumbre de ofrecer oraciones por los
muertos: “Oremos por nuestro hermano que duerme en Cristo, para que el
Dios de la suprema caridad hacia los hombres, que ha llamado al alma de
los difuntos, perdone todo su pecado y, al hacer que sea bien intencionado
y amistoso hacia él, quiera llamarlo a la asamblea de los vivos”.20
Algunos escritores anteriores a Agustín enseñan explícitamente
que las almas aún manchadas de pecado necesitan purificarse después de
morir y antes de poder entrar en el paraíso. Cipriano (m. 258) enseñó que
los arrepentidos que mueren antes de ser absueltos por el sacramento de
la penitencia deben satisfacer los requisitos restantes después de morir y
antes de ser admitidos en el paraíso.21
Tanto Clemente de Alejandría (ca. 150-215) como su discípulo
Orígenes (ca. 185-254) desarrollaron no solo la enseñanza de la inmortalidad
del alma, sino además la visión de la purificación del alma después
de morir,22 extraída de la noción de la función purificadora del fuego en
la Biblia. Orígenes enseñó que las almas de los elegidos inmediatamente
entraban en el paraíso, pero los que estaban purificados pasaban a un estado
de castigo, de fuego penal, concebido como un lugar de purificación.23
Agustín (354-430) estableció las bases, no solo para la doctrina
de la inmortalidad del alma, sino además para la del purgatorio. Defendió
la existencia del purgatorio como una cuestión de fe y enseñó que los
difuntos son “beneficiados por la piedad de sus amigos vivos, que ofrecen
el Sacrificio del Mediador [Misas conmemorativas], o dan limosnas a la
Iglesia en su favor”.24
Casi al final de este libro, The City of God [La ciudad de Dios],
Agustín analiza un concepto que se parece al purgatorio. Escribió: “Pero los
castigos temporales son sufridos por algunos en esta vida solamente, por otros
después de morir, y por otros ahora y después; pero todos ellos antes de aquel
juicio último y de lo más estricto. Pero de los que sufren castigos temporales
después de morir, no están todos condenados a esos dolores eternos que han
de seguir a ese juicio”.25
El purgatorio en la Edad Media
Los distintos siglos después de Agustín no vieron ningún desarrollo
nuevo y significativo en la doctrina del purgatorio. De hecho, en su libro The
Birth of Purgatory [El nacimiento del purgatorio], Jacques Le Goff expone
que el purgatorio “nació” a fines del siglo XII, cuando se decía que la purificación
después de morir era llevada a cabo en un lugar específico llamado
purgatorium, el término en latín para purgatorio.26 Esta visión ha sido criticada
con toda razón como demasiado restrictiva, porque como hemos visto, los
documentos antiguos indican que mucho antes del siglo XII los cristianos
ofrecían oraciones y misas por los muertos, creyendo que podrían influenciar
su destino. La acuñación del término purgatorium representa simplemente
el refinamiento de las creencias existentes.
Después del siglo XII, la doctrina del purgatorio fue amplificada y
sistematizada por Tomás de Aquino, el Concilio de Lyons (1274), el Concilio
de Florencia (1439), y especialmente el Concilio de Trento (1545-1563). Estos
distintos cuerpos racionalizaron el estado y el propósito del purgatorio, al
argumentar que se necesitaba su fuego limpiador para purificar a los cristianos
de pecados veniales (menores) y pagar la deuda de los castigos temporales
todavía adeudados por esos pecados.
El Concilio de Trento resumió y formalizó la doctrina del purgatorio,
mayormente como una respuesta a su rechazo por parte de los reformadores.
El Concilio puso un anatema sobre los que niegan la necesidad de pagar
la deuda del castigo temporal en el purgatorio. “Si alguien dice que, después
de recibir la gracia de la justificación, la culpa de cualquier pecador
arrepentido es condonada y la deuda del castigo eterno es cancelada de tal
modo que no queda por pagar ninguna deuda de castigo temporal, en esta
vida o en el purgatorio, antes que se pueda abrir la puerta del reino de los
cielos: que sea anatema”.27
Poco antes de las sesiones de clausura (1563), el Concilio de Trento
expidió un Decreto sobre el purgatorio especial que resumía las definiciones
previas y advertía en contra de algunos de los abusos que dieron surgimiento
a la oposición protestante: “La Iglesia Católica, por medio de la enseñanza
del Espíritu Santo, en concordancia con la Sagrada Escritura y la antigua
tradición de los Padres, ha enseñado en los santos concilios, y más reciente
mente en este concilio ecuménico, que existe un purgatorio, y que las almas
retenidas allí son ayudadas por las oraciones de los fieles, y especialmente
por el aceptable Sacrificio del Altar [Misa].
“Por consiguiente, este santo concilio les ordena a los obispos a estar
diligentemente en guardia para que la verdadera doctrina acerca del purgatorio,
la doctrina legada por los santos Padres y los sagrados concilios, sea
predicada en todas partes, y que los cristianos sean instruidos en ella, que
crean en ella y que adhieran a ella”.28
The Catholic Encyclopedia [La enciclopedia católica] nota que “el
Concilio de Trento (Sesión XIV, can. xi) les recuerda a los fieles que Dios no
siempre perdona el castigo en su totalidad debido a que el pecado está junto
con la culpa. Dios requiere reparación, y castigará el pecado…”.29 Esta descripción
de un Dios vengativo y punitivo, que demanda plena reparación por
cada pecado cometido alguna vez, niega la visión bíblica de un Dios amante,
dispuesto a sacrificar a su Hijo para expiar todos nuestros pecados.
Esta definición oficial de la doctrina católica del purgatorio por parte
del Concilio de Trento fue reafirmada en el Concilio Vaticano II y se reitera
en el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica. Desafortunadamente, esta
doctrina representa una negación radical de la visión bíblica de la salvación
como una provisión divina a través del sacrificio expiatorio de Cristo de
liberar y purificar a los pecadores del poder y el castigo del pecado. La
noción de que el purgatorio purifica las almas de los pecadores arrepentidos
por medio del fuego, “las oraciones de los fieles, y especialmente por el
aceptable Sacrificio del Altar [Misa]”, es extraña a la Escritura. Representa
un intento equivocado de hacer de la salvación un logro humano, en vez
de un don divino de la gracia.
La obsesión con el sufrimiento en el purgatorio
La obsesión medieval con el estado de las almas en el purgatorio llevó
a la proliferación de leyendas increíbles acerca de los crueles sufrimientos
soportados por las almas encarceladas en el purgatorio. Estas leyendas inspiraron
la representación gráfica del purgatorio en el Purgatorio de Dante
Alighieri, el segundo libro de su Divina comedia, y podría decirse que el
mayor ejemplo de ficción literaria medieval.
El purgatorio de Dante es una isla montañosa elevada, la única
tierra del hemisferio sur, que consiste en siete terrazas niveladas, cada una
habitada por un grupo diferente de pecadores que hacen penitencia para
expiar los pecados que cometieron en la tierra. Por ejemplo, los orgullosos
son forzados a dar vueltas alrededor de su terraza durante siglos, inclinando
medio cuerpo en humildad. Los holgazanes tienen que correr alrededor
gritando ejemplos de celo y de pereza, mientras que los lujuriosos son
purgados por medio del fuego.
Los místicos como Catalina de Génova (1447-1510) hicieron del sufrimiento
del purgatorio un tema central de sus enseñanzas visionarias, y así
fijaron la idea en la mente occidental. En su Tratado sobre el purgatorio, Catalina
escribió: “Cuando el oro haya sido purificado hasta veinticuatro quilates, ya no
puede ser más consumido por el fuego; no el oro en sí, sino la escoria puede
ser consumida. De modo que el fuego divino obra en el alma: Dios sostiene
el alma en el fuego del Purgatorio hasta que cada una de sus imperfecciones
son consumidas y es conducida a la perfección, como si alcanzase la pureza
de veinticuatro quilates, cada alma sin embargo según su grado”.30
El deseo de ayudar a las almas sufrientes en el purgatorio condujo a
una floreciente demanda de misas e indulgencias a fin de reducir el tiempo y
la intensidad de su sufrimiento. La comercialización del purgatorio ,a la larga,
se convirtió en la mayor discusión en la crisis religiosa más grande conocida
como la Reforma.
El rechazo de la doctrina del purgatorio
Durante la Edad Media, los albigenses, los valdenses y los husitas
negaron la existencia del purgatorio, mayormente sobre el terreno de su interpretación
de la salvación como un don divino de la gracia. Pero el mayor
rechazo de la doctrina católica del purgatorio provino de Martín Lutero en el
tiempo de la Reforma. Lutero, inicialmente, creía en el purgatorio. En 1518
dijo que su existencia era innegable; pero para 1530 concluyó que la existencia
del purgatorio no podía probarse partiendo de pasajes bíblicos. Posteriormente,
aquel año rechazó el concepto del purgatorio completamente.
A partir de aquel entonces, todas las denominaciones protestantes importantes
rechazaron la noción católica del estado de purificación en el purgatorio
entre la muerte y la gloria celestial. Juan Calvino (1509-1564) estableció
las bases para el rechazo del purgatorio al enseñar que la salvación es un don
divino de la gracia sola, sin la necesidad de hacer reparación por los pecados
en el purgatorio. Escribió: “Debiéramos exclamar con todas nuestras fuerzas,
que el purgatorio es una ficción perniciosa de Satanás, que invalida la cruz de
Cristo, que insulta intolerablemente la Misericordia Divina, y debilita y anula
nuestra fe. Porque ¿qué es su purgatorio sino una reparación de los pecados
pagados después de morir por las almas de los difuntos? De modo que al ser
derribada la noción de la reparación, el purgatorio en sí es inmediatamente
subvertido desde la misma base.
“Se ha demostrado totalmente que la sangre de Cristo es la única
reparación, expiación y purgación de los pecados de los fieles. Entonces,
¿cuál es la conclusión necesaria sino que la purgación no es nada más que
una horrible blasfemia contra Cristo? Yo hago caso omiso a las pretensiones
sacrílegas con las que es diariamente defendida, las ofensas, que produce en
la religión, y en otros males innumerables, que vemos que se han originado
de esa fuente de impiedad”.31
Cuantiosas confesiones de fe reformadas, como la Confesión de fe de
Westminster de la Iglesia Presbiteriana dice: “La oración ha de hacerse por
cosas lícitas, y a favor de toda clase de hombres que ahora viven, o que vivirán
después; pero no de los muertos ni de aquellos de quienes se pueda saber que
hayan cometido el pecado de muerte”.32
The Thirty-nine Articles [Los treinta y nueve artículos] (1563) de la
Iglesia Anglicana (Episcopal en EE.UU.) son igualmente claros. Colocan la
existencia del purgatorio en la misma categoría con la adoración de imágenes y
la invocación de los santos: “La doctrina romana en relación con el Purgatorio,
las Indulgencias, la Veneración y la Adoración, al igual que las imágenes como
Reliquias, y además la invocación de los Santos, es algo inventado en vano,
y cimentado sobre ninguna garantía de la Escritura, sino más bien repugnante
para la Palabra de Dios”.33 El estudio de la visión bíblica de la salvación llegó
a los reformadores protestantes a rechazar toda la doctrina del purgatorio y a
desmantelar todas las prácticas asociadas con ella. El resultado fue no solo una
reforma religiosa sino además una revolución social y económica.
Intentos recientes de sofocar el fuego del purgatorio
En tiempos recientes, se han hecho intentos de sofocar los fuegos del
purgatorio, definiéndolo como un estado de estar inmerso en el amor de Cristo
en vez de estar encarcelado en un lugar de fuego purificador. El papa Juan Pablo
II usó su audiencia general de los miércoles a fines de julio y a comienzos de
agosto de 1999 para analizar temas relacionados con la vida y la muerte. Al
repetir su tema de las dos charlas previas sobre el cielo y el infierno en la
audiencia general del 4 de agosto, el Papa dijo que “el purgatorio no indica
un lugar, sino una condición de vida. Los que, después de morir, viven en
este estado de purificación, ya están inmersos en el amor de Cristo, lo que
los saca del residuo de la imperfección”.34 Luego, animó a los cristianos a
orar y a hacer buenas obras en favor de los que están en el purgatorio.
Al comentar sobre este cambio de paradigma de un lugar de sufrimiento
a un estado de purificación, Marcus Gee escribió en Globe and Mail [El
globo y el correo]: “Luego de tratar de quitar las nubes esponjosas del cielo y
el fuego y el azufre del infierno, el Papa ahora está intentando desmitificar la
sala de espera del purgatorio de Dios”.35 Este es un cambio de modelo importante
de la idea del purgatorio como la prisión de un deudor donde las almas
encarceladas pagan el castigo temporal de sus pecados hasta que alcanzan “un
proceso de purificación”, a un purgatorio más humano donde las almas están
“inmersas en el amor de Cristo”. Pero el Papa aún está ansioso en retener la
idea de que las almas en el purgatorio necesitan nuestras “oraciones y buenas
obras” que los ayuden a atravesar el proceso. No es de extrañarse, puesto que
las contribuciones que reciben los sacerdotes por las misas conmemorativas
que se ofrecen para ayudar a las almas a salir del purgatorio aún siguen siendo
una fuente importante de ingresos de la Iglesia Católica.
El purgatorio es una fuente importante de ingresos para la Iglesia
Católica
Me enteré del ingreso generado por el purgatorio de una forma muy
práctica a partir de una conversación con el padre Masi, un compañero de clase
en la Universidad Gregoriana de Roma. Él estaba trabajando como sacerdote
parroquial de la iglesia de San Leone Magno. Un día, me pidió que lo llevara,
porque le estaban arreglando su automóvil. Mientras lo llevaba hasta su casa,
le pregunté:
–¿Cuántos miembros tienes en tu parroquia?
Él me respondió: –Unos 16.000.
Yo le hice dos preguntas adicionales:
–¿Cuál es la asistencia promedio a tus misas dominicales y cuántas
ofrendas recibes?
Él respondió: –La asistencia oscila entre 150 y 200 miembros y las
ofrendas solo está entre 2.000 y 3.000 liras, es decir, entre 2 a 3 dólares cada
domingo.
Sorprendido por la asistencia y las ofrendas tan bajas, le hice la última
pregunta: –¿Cómo sobreviven?
Él respondió: –Mayormente con las donaciones que recibimos en los
bautismos, casamientos y funerales. En esas ocasiones, los católicos hacen
generosas donaciones a la iglesia. Las donaciones más grandes ingresan en
la forma de propiedades dadas a la iglesia por miembros moribundos, ansiosos
de pagar las misas conmemorativas que se celebrarán en su favor o
en favor de sus seres queridos. Sobre la base del tamaño de las donaciones,
un sacerdote se compromete a ofrecer determinada cantidad de misas para
acortar la estadía de los donantes en el purgatorio.
La doctrina católica del purgatorio no ha cambiado
A pesar de los recientes intentos por parte del papa Juan Pablo II de
mitigar los fuegos del infierno y del purgatorio, interpretándolos como una
condición del alma en vez de lugares de castigo, sigue siendo cierto que la
visión tradicional del purgatorio como el lugar donde las almas sufren la
purificación final por medio del fuego antes de ser admitidos en el paraíso,
sigue siendo la enseñanza oficial de la Iglesia Católica.
El nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, que mayormente se
basa en las enseñanzas del Concilio Vaticano II, afirma claramente: “Los
que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente
purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después
de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para
entrar en la alegría del cielo.
“La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos
que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia
ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los
Concilios de Florencia y de Trento. La tradición de la Iglesia, haciendo
referencia a ciertos textos de la Escritura habla de un fuego purificador:
Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio,
existe un fuego purificador”.36
La defensa católica del purgatorio
La Iglesia Católica apela a la Escritura y a la tradición para defender
su dogma del purgatorio. Se citan cuatro textos principales para respaldar el
purgatorio; a saber, 2 Macabeos 12:41 al 45, Mateo 12:42 al 46, Mateo 12:32
y 1 Corintios 3:15. Ninguno de estos textos, como se mostró anteriormente,
enseñan la purificación de las almas en el purgatorio.
La New Catholic Encyclopedia [Nueva enciclopedia católica] reconoce
abiertamente que “la doctrina del purgatorio no está explícitamente establecida
en la Biblia”.37 Tampoco se la enseña implícitamente en la Escritura,
puesto que el uso católicorromano de la Escritura para respaldar el purgatorio
viola el significado contextual de cada pasaje. A continuación analizaremos
brevemente de estos pasajes.
2 Macabeos 12:41 al 45
El texto clásico usado para defender el purgatorio se halla en el libro
de Macabeos (2 Mac. 12:41-45). Este texto se usa para probar la supuesta
creencia judía en la existencia del estado de purgación donde las almas son
limpiadas antes de entrar al cielo. El contexto del texto es la historia de Judas
Macabeo (m. 161 a.C.) que dirigió la rebelión judía contra los gobernantes
sirios cuando intentaron forzar a los judíos a adoptar las creencias y el estilo
de vida griegos. Venció exitosamente al ejército sirio y renovó la vida religiosa
al rededicar el templo; la fiesta de Hanukkah celebra este evento.
En el proceso de reunir los cuerpos de los soldados judíos que habían
caído en batalla, se encontraron amuletos de ídolos bajo sus camisas, que
la Ley les prohibía usar. Judas y sus hombres concluyeron que los soldados
habían muerto porque habían cometido este pecado de desobediencia. El texto
continúa describiendo lo que ocurrió luego: “Todos bendijeron el proceder
del Señor, el justo Juez, que pone de manifiesto las cosas ocultas, e hicieron
rogativas pidiendo que el pecado cometido quedara completamente borrado.
El noble Judas exhortó a la multitud a que se abstuvieran del pecado, ya que
ellos habían visto con sus propios ojos lo que había sucedido a los caídos en
el combate a causa de su pecado. Y después de haber recolectado entre sus
hombres unas dos mil dracmas, las envió a Jerusalén para que se ofreciera
un sacrificio por el pecado. Él realizó este hermoso y noble gesto con el
pensamiento puesto en la resurrección, porque si no hubiera esperado que
los caídos en la batalla iban a resucitar, habría sido inútil y superfluo orar
por los difuntos. Además, él tenía presente la magnífica recompensa que está
reservada a los que mueren piadosamente, y este es un pensamiento santo y
piadoso. Por eso, mandó ofrecer el sacrificio de expiación por los muertos,
para que fueran librados de sus pecados” (2 Mac. 12:41-45).
Los escritores católicos alegan que este texto muestra que los judíos
en tiempos precristianos creían “en un estado de purgación después de morir
y en la capacidad de ayudar a los fieles difuntos por medio de oraciones de
intercesión en su favor”.38
Una respuesta al uso católico de 2 Macabeos 12:41 al 45
Nuestra respuesta al uso católico de este texto para probar el purgatorio
puede enunciarse por medio de los siguientes cinco puntos importantes.
Primero, 2 Macabeos no es parte del canon inspirado del Antiguo
Testamento, sino que viene de lo que se conoce como libros apócrifos. Estos
libros no fueron aceptados por la comunidad de judíos palestinos que trataron
como canónicos (inspirados) solo a los actuales 27 libros del Antiguo Testamento.
En 90 d.C. el Concilio de Jamnia formalmente excluyó los apócrifos
de la Escritura Hebrea canónica, declarando que la Tanáj estaba completa; es
decir, la entera revelación de Dios a su pueblo en relación con su promesa.
Segundo, la enseñanza de este pasaje acerca de dar dinero para pagar
y ofrecer sacrificios por los muertos en sí misma es suficiente para probar la
falta de inspiración divina en este libro de los Macabeos. Ningún otro libro
de la Escritura contiene esta doctrina, que es negada por la visión bíblica del
perdón divino. De hecho, pregúntese, ¿por qué Dios les pediría a los creyentes
vivos que paguen con dinero para liberar a la gente del purgatorio? ¿Qué
bien le hace el dinero terrenal a Dios? De hecho, ¿a quiénes irá el dinero?
Obviamente, va a los cofres de los oficiales de la Iglesia. Es demasiado obvio
que toda esta enseñanza de pagar con dinero para aliviar el sufrimiento de los
seres queridos en el purgatorio es una elucubración monetaria eclesiástica en
vez de una provisión divina de perdón.
Tercero, los apócrifos no fueron aceptados por Jesús y los apóstoles,
que nunca los citaron en el Nuevo Testamento. Fueron rechazados, además,
por importantes padres de la iglesia primitiva como Jerónimo, el gran erudito
bíblico que tradujo la Biblia latina católicorromana, llamada Vulgata.
Jerónimo distinguió entre los libri canonici y los libri ecclesiastici, estos
últimos se refieren a los libros de los apócrifos, un término que aún no era
de uso corriente. Fueron añadidos formalmente a la Biblia católicorromana
por el Concilio de Trento solo después de la Reforma (1546 d.C.), en un vano
intento de sustentar el purgatorio y las oraciones por los muertos que atacó
Lutero. Sin embargo, incluso el Concilio de Trento, contradictoriamente,
rechazó algunos libros apócrifos, como (2 [4] Esdras 7:105), porque hablan
en contra de la oración por los muertos.
Cuarto, es importante notar que 2 Macabeos 12:41 al 45 contradice
la doctrina católica del purgatorio, porque Judas oró por los soldados caídos
“por motivo de la resurrección. Porque si no hubiese esperado que los que
habían caído se volverían a levantar, habría sido superfluo y e insensato orar
por los muertos”. El punto a destacar en este texto es que las oraciones y
los sacrificios habían de ofrecerse por los muertos, no para aliviar o acortar
sus sufrimientos en el purgatorio, sino para obtener más bendiciones para
ellos en el día de la resurrección. Orar para que los pecados de los muertos
pudiesen ser perdonados el día de la resurrección no es lo mismo que orar por
el alivio de los sufrimientos en el purgatorio. Ninguna de las dos enseñanzas
es bíblica, pero dos errores no equivalen a una verdad.
Quinto, el texto no es bíblico al enseñar que la oración y el sacrificio
por los muertos puede expiar sus pecados. Al enviar dinero para ofrecer
sacrificios por los soldados caídos, Judas Macabeo no estaba siguiendo las
Escrituras del Antiguo Testamento. Entre los muchos conceptos de la Ley de
Moisés, no había ningún sacrificio por los muertos. El texto, tal y como aparece,
contradice claramente la doctrina católica del purgatorio, porque habla
de que Dios trata con los pecadores en la resurrección, no en el purgatorio.
Mateo 12:32: ¿Perdón del pecado después de morir?
El segundo pasaje usado por los católicos para sustentar el concepto del
perdón del pecado después de morir es Mateo 12:32, que dice: “A cualquiera
que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero
al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo
ni en el venidero”.
Los teólogos católicos interpretan que este texto significa que algunos
pecados que no son perdonados en esta vida pueden ser perdonados después
de morir en el purgatorio. Luwig Ott, un destacado apologista católico, alega
que este texto “deja abierta la posibilidad de que los pecados son perdonados
no solo en este mundo, sino en el mundo venidero”.39 De un modo similar,
John Hardon, S. J., expresa: “Aquí Cristo reconoce que existe un estado más
allá de este mundo en el que el castigo merecido por los pecados, que fueron
perdonados en lo que se refiere a la culpa en el mundo, es perdonado”.40
La misma interpretación se encuentra en el nuevo Catecismo de la
Iglesia Católica: “Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que,
antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que
es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el
Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro. En
esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en
este siglo, pero otras en el siglo futuro”.41
Una respuesta al uso católico de Mateo 12:32
El uso católico de este pasaje para sustentar la creencia en el perdón
de los pecados después de morir es una fina hebra sobre la que pende una
pesada doctrina. Tres consideraciones fundamentales desacreditan la interpretación
católica de este texto.
Primero, Norman Geisler y Ralph Mackenzie expresan que “el texto
no se está refiriendo al perdón en la vida próxima después de sufrir por los
pecados, sino al hecho de que no habrá perdón por este pecado ‘en el siglo
venidero’ (Mat. 12:32). ¿Cómo puede ser que la negación de que este pecado
no será jamás perdonado, incluso después de morir, sea la base para especular
que los pecados serán perdonados en la próxima vida?”42
Jesús simplemente quería enfatizar la gravedad del pecado contra el
Espíritu Santo que nunca sería perdonado, como registra el pasaje paralelo
del evangelio de Marcos: “Excepto a quien blasfeme contra el Espíritu Santo.
Éste no tendrá perdón jamás; es culpable de un pecado eterno” (Mar. 3:29;
NVI).43 Decir que algo nunca puede ocurrir en este mundo ni en el mundo
venidero es una forma familiar de decir que nunca puede ser perdonado bajo
ninguna circunstancia.
Segundo, el purgatorio implica solo el perdón de los pecados veniales
(menores), pero el pecado contra el Espíritu Santo no es venial, sino mortal,
porque es imperdonable. ¿Cómo es que una declaración sobre el pecado mortal
imperdonable en la próxima vida puede sustentar la enseñanza católica de
que los pecados no mortales serán perdonados entonces?
Tercero, y más significativo aún, es el hecho de que Cristo no está
hablando acerca del castigo que los católicos alegan que se dará en el purgatorio,
sino acerca de la naturaleza imperdonable del pecado contra el Espíritu
Santo. La declaración de Cristo difícilmente pueda usarse para sustentar la
creencia en el purgatorio, donde la deuda debe ser pagada hasta el último
“centavo”, por medio de castigos de tormento o del pago de los parientes
vivos, o la combinación de ambos.
Cuarto, incluso si la declaración de Cristo implicara castigo, sería
para los no salvos, para los que finalmente se salvan como es el caso de los
que van al purgatorio. Una declaración acerca del castigo de los que no son
salvos no puede usarse legítimamente en defensa de la creencia en el castigo
purgativo de los salvos.
A la luz de las consideraciones anteriores, el uso católico de Mateo
12:32 para sustentar la doctrina del purgatorio evidencia una falta de verdadero
sustento bíblico para la doctrina.
1 Corintios 3:11 al 15: ¿El pecado y su castigo o el servicio y su recompensa?
Un tercer texto que usan los católicos para defender la doctrina del
purgatorio es 1 Corintios 3:11 al 15, que dice: “Porque nadie puede poner
un fundamento diferente del que ya está puesto, que es Jesucristo. Si alguien
construye sobre este fundamento, ya sea con oro, plata y piedras preciosas,
o con madera, heno y paja, su obra se mostrará tal cual es, pues el día del
juicio la dejará al descubierto. El fuego la dará a conocer, y pondrá a prueba
la calidad del trabajo de cada uno. Si lo que alguien ha construido permanece,
recibirá su recompensa, pero si su obra es consumida por las llamas, él sufrirá
pérdida. Será salvo, pero como quien pasa por el fuego” (NVI).
Los católicos creen que en este versículo Pablo “asevera la realidad
del purgatorio”. John Hardon, S.J., escribe: “En su primera carta a los
corintios, Pablo dice que ‘el fuego… pondrá a prueba la calidad del trabajo
de cada uno’ y ‘si su obra es consumida por las llamas, él sufrirá pérdida.
Será salvo, pero como quien pasa por el fuego’ (1 Cor. 3:13, 15, NVI). Estas
palabras claramente implican algún sufrimiento penal. Puesto que conecta
esto tan estrechamente con el juicio divino, difícilmente pueda limitarse al
sufrimiento en este mundo, pero parece incluir la idea de la purificación a
través del sufrimiento después de morir, concretamente en el purgatorio”.44
De modo similar, Ludwig Ott señala: “Los padres latinos consideran
que el pasaje significa un castigo pasajero de purificación en el otro mundo”.45
El nuevo Catecismo de la Iglesia Católica interpreta “el fuego” mencionado
en este texto como la limpieza y la purificación que el alma sufre en el purgatorio
para hacer expiación por el pecado.46
Una respuesta a la interpretación católica de 1 Corintios 3:11 al 15
Hay que reconocer que 1 Corintios 3:11 al 15 es un texto difícil de
interpretar, pero la interpretación católica de este texto ignora los siguientes
tres puntos importantes.
Primero, en este texto Pablo está hablando de la prueba de las obras
el día del juicio y no del sufrimiento de las almas en el purgatorio. El apóstol
dice que “‘el fuego… pondrá a prueba la calidad del trabajo de cada uno”;
es decir, las obras de cada cristiano serán probadas y todos serán recompensados
en consecuencia. Las obras sin mérito serán quemadas y el individuo
perderá la recompensa, aunque él mismo será salvo. En pocas palabras, la
cuestión aquí no es acerca del pecado y su castigo, sino de la recompensa
por el servicio prestado por los que ya son salvos.
Segundo, “el texto no dice nada acerca de los creyentes que sufren las
consecuencias temporales de sus pecados en el purgatorio. No son quemados
en el fuego; solo sus obras son quemadas. Los creyentes ven que sus obras se
queman, pero ellos escapan del fuego”.47 Si el fuego se estuviese refiriendo
a la limpieza purgativa del pecado, en lugar de a la prueba de las obras, ¿por
qué los que han construido con oro, plata y piedras preciosas debieran sufrir
junto con los que han construido con madera, heno y paja sin valor?
Tercero, el “fuego” mencionado en el texto no purga nuestras almas
del pecado, sino que “da a conocer” y “prueba” nuestro “trabajo”. El versículo
13 dice claramente: “Su obra se mostrará tal cual es, pues el día del juicio
la dejará al descubierto. El fuego la dará a conocer, y pondrá a prueba la
calidad del trabajo de cada uno”. Al contrario de las enseñanzas católicas,
este pasaje no dice nada acerca de la expiación del pecado, sino que, en vez de
eso, se centra en las recompensas que los creyentes recibirán por su servicio.
Lo que Pablo parece decir aquí es que la obra de algunos creyentes pasarán
la prueba del juicio final mientras que la de otros desaparecerá. El énfasis
está sobre la importancia de producir obras aceptables para Dios. Podemos
trabajar para Dios por razones equivocadas y motivos egoístas.
El significado del último versículo 15 es problemático. La NVI dice:
“Será salvo, pero como quien pasa por el fuego” (1 Cor. 3:15). Esta puede ser
una expresión proverbial que signifique “salvarse de milagro”, o como diríamos
hoy, “se salvó por un pelo”. Pablo parece que quiere hacer entender este
tema: Gracias a Dios que han sido salvados, pero ¿qué van a hacer con esta
oportunidad? ¿La van a desaprovechar o servirán al Señor de todo corazón?
Conclusión
El análisis anterior de los pocos textos comúnmente usados para probar
la doctrina católica del purgatorio ha mostrado que esa doctrina carece de
sustento bíblico. La noción de un proceso purgativo después de morir para
quitar los vestigios de pecado es extraña a las enseñanzas bíblicas. La Biblia
nunca presenta los sufrimientos o las obras personales como la expiación o
la reparación de nuestros pecados. No son las llamas del purgatorio las que
limpian a los pecadores arrepentidos de sus pecados, sino que “la sangre de
Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
Al leer Fundamentos del dogma católico, considerado como una autoridad católica clásica sobre dogma, es interesante notar cuántas veces admite que la doctrina del purgatorio “no está explícitamente revelada en la Escritura” o que “carece de pruebas bíblicas expresas”.48 Estas frases señalan el hecho de que el purgatorio no tiene base en la Escritura. La doctrina carece no solo de sustento bíblico, sino que además contradice abiertamente la visión bíblica de la salvación.
Parte 3
RAZONES BÍBLICAS
PARA RECHAZAR EL PURGATORIO
La doctrina católica del purgatorio debiera ser rechazada por varias razones bíblicas.
1) La doctrina del purgatorio no se enseña en la Biblia
La primera razón y la más obvia para rechazar la doctrina católica del purgatorio es el hecho de que no se enseña en la Biblia. Señalamos anteriormente que incluso sus defensores admiten que el purgatorio “no está expresamente revelado en la Escritura”. Al haber adoptado la doctrina sobre aspectos extrabíblicos, especialmente sobre las enseñanzas de algunos padres de la iglesia, los teólogos católicos han tratado de encontrar aquí y allá un pasaje que pueda ser explicado de acuerdo con sus enseñanzas. Pero no hay ningún texto bíblico que hable del purgatorio.
No existe evidencia de que el purgatorio alguna vez haya formado parte de las instrucciones de Cristo o de sus apóstoles. La razón es simple.
En la Biblia, nuestro destino eterno se decide durante la vida de cada uno.
Nuestros pecados nunca son expiados en un purgatorio ardiente después de
morir porque, cuando morimos, nuestros cuerpos y almas descansan en la tumba hasta la mañana de la resurrección.
2) El purgatorio contradice las claras enseñanzas bíblicas
Una segunda razón para rechazar la doctrina del purgatorio es el hecho de que contradice algunas de las enseñanzas bíblicas más claras e importantes. Si hay una verdad que se enseña claramente en la Biblia, es la certeza de la salvación para los creyentes que confiesan y abandonan sus pecados, que aceptan a Cristo como su salvador personal, que confían en él y obedecen sus mandamientos.
Esta enseñanza bíblica fundamental es negada por la doctrina del purgatorio, que se basa en la suposición de que el sacrificio expiatorio meritorio de Cristo no es suficiente para nuestra salvación. Los pecadores, además, deben hacer reparación por sus propios pecados durante la vida presente y, en la mayoría de los casos, después de morir en el purgatorio. Esta enseñanza es extraña a la Biblia, que nos asegura que somos “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe… Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Rom. 3:24-25, 28).
“Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Rom. 4:4-5). No hay nada más incompatible con la naturaleza del evangelio que la idea de que los creyentes deben “satisfacer la justicia divina” por sus pecados durante su vida y después de morir en el purgatorio. No obstante, esta creencia, que no es bíblica, es el fundamento mismo de la doctrina del purgatorio. Si la Iglesia Católica aceptara la plena reparación de nuestros pecados provista por el sacrificio expiatorio de Cristo, la doctrina del purgatorio se vendría abajo inmediatamente.
3) El purgatorio niega la suficiencia plena de la cruz
Una tercera razón bíblica para rechazar la doctrina del purgatorio es que niega la suficiencia plena de la muerte expiatoria de Cristo. Hebreos declara enfáticamente que el sufrimiento de Cristo en la cruz logró nuestra salvación de una vez por todas y para todos. “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Heb. 10:14). Este versículo demuestra la naturaleza acabada y suficiente de la obra de Cristo.
“¡Declarar que debemos sufrir por nuestros pecados es el insulto máximo para el sacrificio expiatorio de Cristo! Existe un purgatorio, pero no está después de nuestra muerte; fue en la muerte de Cristo. Porque ‘habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas’ (Heb. 1:3). La ‘purificación’ o la expiación de nuestros ‘pecados’ se ha ‘efectuado’ (tiempo pasado) en la cruz. Gracias a Dios que este es el único purgatorio que tendremos que sufrir alguna vez por nuestros pecados”.49
4) La doctrina del purgatorio se basa en la visión dualista griega de la
naturaleza humana
Una cuarta razón bíblica para rechazar la doctrina del purgatorio es su derivación de la visión dualista griega de la naturaleza humana. Esta visión se difundió en la iglesia cristiana a fines del siglo II. Según la visión dualista, el cuerpo es el “caparazón” temporal y físico de carne y hueso que aloja al alma. El alma es el componente no material e inmortal que deja el cuerpo al morir y continúa viviendo conscientemente para siempre en el cielo, en el infierno o en el purgatorio para los católicos.
La creencia en la sobrevivencia del alma contribuyó al desarrollo de la doctrina del purgatorio, un lugar donde las almas de los muertos son purificadas al sufrir el castigo temporal de sus pecados antes de ascender al paraíso.
Nuestro estudio del uso de “alma, cuerpo y espíritu” tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamentos (capítulo 2) ha mostrado que la Biblia es coherente al enseñar la unidad indisoluble de la naturaleza humana donde el cuerpo, el alma y el espíritu representan diferentes aspectos de la misma persona y no diferentes sustancias o entidades que funcionan independientemente. Esta visión holística de la naturaleza humana elimina la base para la creencia en la supervivencia del alma en el purgatorio, el infierno o el paraíso.
Desafortunadamente, la aceptación de la creencia pagana en la inmortalidad del alma ha condicionado la interpretación de la Escritura y ha dado surgimiento a una cantidad de herejías como el purgatorio, el tormento eterno en el infierno, la oración por los muertos, la intercesión de los santos, el tesoro de los méritos, las indulgencias y una visión etérea del paraíso. Estas herejías han oscurecido la visión bíblica de la salvación como un don divino de la gracia, al promover la salvación como una dispensación de la iglesia en su lugar.
5) La doctrina del purgatorio depende del tesoro de los méritos administrado
por la Iglesia Católica
Una quinta razón para rechazar la doctrina católica del purgatorio es su dependencia del tesoro de las obras meritorias administrado por el Papa y sus representantes, los sacerdotes. Según la teología católica, la iglesia administra un tesoro de los méritos obtenidos por Cristo en la cruz y ganado por los santos, que hicieron más buenas obras que lo necesario para su salvación.
En vez de perder los méritos extra, Dios los deposita en un banco conocido como “el tesoro de los méritos”. Estos méritos pueden ser concedidos por la iglesia en la forma de indulgencias, especialmente para las almas que sufren en el purgatorio.
El tesoro de los méritos se basa en la creencia de que los cristianos pueden ser más que perfectos, haciendo más de lo que requiere la ley para su salvación. Las buenas obras extra de los santos, llamadas obras de supererogación, es decir, obras hechas por encima del deber, podían ser almacenadas en el tesoro de los méritos, del que la iglesia puede sacar para otorgar indulgencias en favor de las almas en el purgatorio. Una indulgencia es la remisión de un castigo temporal por un pecado cuya culpa Dios ya ha perdonado.
El papa Clemente VI fue el primero en declarar en la Bula del Jubileo (1343 d.C.) la doctrina del “Tesoro de la Iglesia”. Según Ludwig Ott, un apologista católico destacado, la Bula habla de “los méritos (= expiaciones) de María, la Madre de Dios, y de todos los escogidos, del más grande al más pequeño de los justos,
[quienes]
contribuyen al aumento del tesoro del que la Iglesia saca a fin de asegurar remisión del castigo temporal”.50
La razón fundamental para rechazar la creencia en el tesoro de los méritos administrado por la Iglesia Católica para conceder indulgencias es el mismo concepto de los méritos. En la Biblia, la salvación no es merecida; se obtiene por gracia por medio de la fe. Pablo explícitamente dice: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efe. 2:8-9). Asimismo, en Romanos 4:5, el apóstol declara: “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia”. “No por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5). En la Escritura, los méritos y la gracia se excluyen mutuamente.
“Toda la idea de que uno puede comprar una indulgencia, la misma razón que incitó la reacción de Lutero contra los abusos de la Iglesia, es repugnante. Las palabras inspiradas de San Pedro bastarán: ‘… fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir… no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación’ ” (1 Ped. 1.18-19).51
6) La doctrina del purgatorio contradice otras doctrinas católicas
Una sexta y última razón para rechazar el purgatorio es su inconsistencia con la enseñanza católica de que el purgatorio se cerrará en la Segunda Venida. Puesto que se supone que todos los creyentes sufren las consecuencias temporales de sus pecados en el purgatorio antes de poder entrar en el paraíso, ¿qué ocurrirá con los millones de creyentes que mueran o que estén vivos cuando Jesús regrese? ¿Recibirán una dispensación especial que los admita en el cielo sin primero pagar el castigo temporal de sus pecados en el purgatorio?
Si el purgatorio no es necesario para los que mueran o estén vivos cuando Jesús venga, ¿por qué debiera ser necesario para los que vivieron mucho tiempo antes del regreso de Cristo? ¿Tiene Dios una doble norma de justicia, que envía a algunos a la ardiente purificación del purgatorio mientras que exonera a otros de esta experiencia ardiente?
Estas contradicciones sin sentido pueden resolverse simplemente reconociendo que el sacrificio expiatorio de Cristo cubre las consecuencias temporales y eternas de nuestros pecados. De modo que no hay necesidad de purgatorio para pagar las consecuencias temporales de los pecados de nadie. Cristo lo pagó todo.
Por supuesto, esto no significa que estemos exentos en esta vida presente de las consecuencias temporales de nuestros pecados. Dios sí permite que pasemos por el crisol del fuego del dolor y de las pruebas para aleccionar y purificar nuestro carácter (comparar con 2 Cor. 4:17; Gál. 6:7; Heb. 12:4-11).
Pero nuestros sufrimientos actuales no surgen de la necesidad de apaciguar el sentido de justicia de un Dios vengativo que quiere que paguemos hasta el último centavo la deuda de nuestros pecados. El sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz satisfizo completamente la justicia de Dios en favor de los pecados de toda la raza humana (Rom. 3:21-16; 5:18-19; 2 Cor. 5:21; 1 Juan 2:2).
CONCLUSIÓN
La doctrina del purgatorio y las enseñanzas que lo acompañan acerca del tesoro de los méritos, las indulgencias y las oraciones por los muertos ponen de relieve la diferencia fundamental entre la visión católica y la visión bíblica de la salvación. En la teología católica, la salvación es ofrecida por la iglesia, especialmente a través del sistema sacramental. La iglesia tiene la autoridad de otorgar remisión parcial o plenaria (total) del castigo temporal del pecado, vendiendo misas conmemorativas e indulgencias.
Estas pueden aliviar, acortar e incluso eliminar el tiempo pasado en los fuegos expiatorios del purgatorio.
En comparación, en la enseñanza bíblica, la salvación es un don divino de la gracia, no un logro humano. Jesús murió para pagar el castigo de todos nuestros pecados (Rom. 5:8). “Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isa. 53:5).
Jesús sufrió por nuestros pecados a fin de que pudiésemos ser librados de sufrir el castigo de nuestros pecados. Decir que nosotros también debemos sufrir por nuestros pecados para satisfacer las demandas de la justicia divina es decir que el sufrimiento de Jesús fue insuficiente. Decir que debemos expiar nuestros pecados por medio del fuego expiatorio del purgatorio es negar la suficiencia del sacrificio expiatorio de Cristo (1 Juan 2:2). En pocas palabras, la doctrina católica del purgatorio es contraria a todo lo que dice la Biblia acerca de la salvación.
Concordamos con los católicos en la necesidad del “purgatorio” o la “limpieza” de nuestros pecados antes de poder entrar en la presencia gloriosa del Señor. Pero disentimos en la forma de lograr esta limpieza. El catolicismo insiste en que, después del bautismo, los creyentes deben expiar sus pecados haciendo penitencias en este mundo, y soportando el fuego expiatorio en el purgatorio. Pero la Escritura enseña que solo la sangre de Cristo limpia nuestras vidas de pecado.
La Biblia reconoce el valor del sufrimiento y las pruebas que Dios permite para perfeccionar nuestro carácter. Nuestro Padre celestial nos disciplina a nosotros, sus hijos, con experiencias de pruebas apropiadas a fin de que aprendamos a despreciar el pecado y a convertirnos en cristianos maduros; pero la Biblia nunca presenta nuestro sufrimiento o nuestras obras personales como la expiación o la reparación por el pecado.
El mensaje tranquilizador de la Escritura es: “Ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor. 6:11). No son las llamas del purgatorio las que limpian al pecador del mal, sino “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
En la Tierra Nueva, a los redimidos nunca se los oirá alardear acerca de cómo consiguieron entrar en el cielo a través de penitencias e indulgencias.
En lugar de eso, cantan gozosos: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Apoc. 1:5, 6).
Jesucristo, y nada más, es nuestra purificación, nuestro purgatorio. Si percibimos la necesidad de experimentar perdón y limpieza completos, el tiempo y el espacio es ahora en esta vida presente, no después de morir en los fuegos purificadores del purgatorio. Si hemos dejado de vivir de acuerdo con los principios morales de Dios, no nos desesperemos. Servimos a un Dios misericordioso y compasivo que tiene muchas ansias de perdonarnos y de limpiarnos de los pecados que le confesemos: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
¿Creo en el purgatorio? Mi respuesta es: “Sí, creo en el purgatorio de Dios. Pero mi purgatorio es el Jesucristo que nos perdona y nos limpia de todos nuestros pecados”.
NOTAS
1. Philip Schaff, History of the Christian Church, 1910. t. 7. p.
129.
2. Ibíd., pp. 140-141.
3. Adolph Spaeth, L.D. Reed, Henry Eyster Jacobs, y otros traductores
y editores, Works of Martin Luther, 1915, t.1, pp. 29-38.
4. “Cross”, Oxford Dictionary, p. 1145.
5. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, 1948, t. 3, p. 3023.
6. Ibíd., p. 3023.
7. Ibíd., p. 3021.
8. John A. Hardon, The Doctrine of Purgatory, 2001, p. 65.
9. Santo Tomás de Aquino (nota 5), p. 3022.
10. Papa Pablo VI, Apostolic Constitution on Indulgences, (1° de
enero de 1967), capítulo 1, párrafo 3.
11. El énfasis es nuestro.
12. Ludwig Ott, Fundamentals of Catholic Dogma, 1960, p. 485.
13. Santo Tomás de Aquino (nota 5), p. 3021.
14. Ibíd.
15. Adolph Harnack, History of Dogma, trad. Neil Buchanan, 1905,
t. 2, p. 296.
16. Charles Hodge, Systematic Theology, 1999, t. 3, p. 768. Hodge cita
a Von W. Flügge, Geschichtedes Gaubens an Unsterblichkeit, Auferstehung,
Gericht und Vergeltung, 1799, t. 3, parte 1, p. 323.
17. John A. Hardon (nota 8), p. 66.
18. George Cross, “The Differentiation of the Roman and Greek
Catholic Views of the Future Life”, en The Biblical World, 1912, p. 106.
19. Cabrol y Leclercq, Monumenta Ecclesiæ Liturgica. Volume I:
Reliquiæ Liturgicæ Vetustissimæ, 1902, pp. ci-cvi, cxxxix.
20. Apostolic Constitutions, 8:41.
21. Cipriano, Epistola 55, 20.
22. Gerald O’Collins y Edward G. Farrugia, A Concise Dictionary
of Theology, 2000, p. 27; Ver además Adolph Harnack (nota 15), p. 337;
Clemente de Alejandría, Stromata 6:14.
23. Adolph Harnack (nota 15), p. 377.
24. Augustín, Enchiridion 69, 11.
25. San Augustín, The City of God, Introducción de Thomas Merton,
1995, capítulo 21, p. 784.
26. Jacques Le Goff, The Birth of Purgatory, 1984, pp. 55-57.
27. Henry Denzinger, The Sources of Catholic Dogma, 1954, p.
840.
28. Ibíd. p. 983.
29. “Purgatory”, Catholic Encyclopedia, t. XII, 1911, Edición en
línea.
30. Santa Catalina de Génova, Treatise on Purgatory. The Dialogue,
1946, capítulo 10.
31. Juan Calvino, Institutes of the Christian Religion, 1989, t. 3, p.
5.
32. Confesión de fe de Westminster, http://www.thirdmill.org/files/
spanish/77072~1_29_01_11-47-31_PM~Wcf-es2.html#21, Parte 2, capítulo
21, sección 4.
33. The Thirty-nine Articles of Religion, Ed. G. R. Bridge, 1991,
Artículo 22.
34. Audiencia General de Juan Pablo II, miércoles 4 de agosto de
1999, N° 5, http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/audiences/1999/
documents/hf_jp-ii_aud_04081999_en.html.
35. Marcus Gee, “Purgatory”, Globe and Mail, (5 de agosto de
1999).
36. Catecismo de la Iglesia Católica, 1994, http://www.mscperu.
org/catequesis/cat1.htm, #1030, 1031. El énfasis es nuestro.
37. New Catholic Encyclopedia, t. 11, p. 1034.
38. John A. Hardon (nota 8), p. 66. El énfasis es nuestro.
39. Ludwig Ott (nota 12), p. 483.
40. John A. Hardon (nota 8), p. 66.
41. Catecismo de la Iglesia Católica, 1994, http://www.mscperu.
org/catequesis/cat1.htm, # 1031.
42. Norman L. Geisler y Ralph E. Mackenzie, Roman Catholics and
Evangelicals: Agreements and Differences, 1995, p. 382.
43. El énfasis es nuestro.
44. John A. Hardon (nota 8), p. 67.
45. Ludwig Ott (nota 12), p. 483.
46. Catecismo de la Iglesia Católica, 1994, http://www.mscperu.
org/catequesis/cat1.htm), párrafo 1031.
47. Norman L. Geisler y Ralph E. Mackenzie (nota 42), p. 385.
48. Ludwig Ott (nota 12), pp.200- 208, 214, etc.
49. Norman L. Geisler y Ralph E. Mackenzie (nota 42), p. 386.
50. Ludwig Ott (nota 12), p. 317. 51. Norman L. Geisler y Ralph E. Mackenzie (nota 42), p. 38
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