Dios habla mediante los Profetas

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Herbert E. Douglass

Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas…” (Heb. 1:1). “Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él” (Núm. 12:6).

Dios se ha estado comunicando siempre con los seres humanos desde que creó a Adán y Eva.1 Los seres humanos fueron creados como contrapartes de Dios, hechos “a su imagen” (Gén. 1:27). Los hizo responsables, esto es, capaces de responder a Dios y a otras personas. Dios proveyó todo lo que podía imaginarse para la felicidad de nuestros padres. “Plantó un huerto” (Gén. 2:8) ya en floración, lleno de plantas adecuadas para proveer alimento. Nuestra primera pareja no tuvo que luchar por la existencia ni valerse de tanteos a fin de sobrevivir.

 Más aún, Dios hizo a los hombres y las mujeres con la capacidad de producir hijos a la imagen de ellos, aunque Adán y Eva fueron creados a la imagen de Dios. Nada fue omitido; todo lo que los seres humanos necesitaban estaba en su lugar apropiado: la clase correcta de comida, el gozo de trabajar, una deslumbrante exhibición diaria de flores y jardines, no llovía ni nada se enmohecía, y había un perfecto compañerismo mutuo y con Dios. El plan de Dios para nuestros primeros padres permanece como un anteproyecto factible para nosotros hoy, mientras buscamos paz y salud en medio de un triste colapso de lo que el Señor había planeado para la familia humana.

Comunicación antes del pecado

 Antes de que nuestros primeros padres pecaran, estaban en constante comunicación con “Dios y sus ángeles. De esta manera aprendían cómo cuidar de todas las criaturas vivientes y de qué manera proveer a sus propias necesidades como mayordomos de este fantástico paraíso llamado el Planeta Tierra. Quizás cada día tenían un culto con Dios a la puesta del sol, “al aire del día” (Gén. 3:8). ¡Y descubrieron que no todo era seguridad, aun en el Edén! El mal acechaba en la sombra “del árbol de la ciencia del bien y del mal” (Gén. 2:17).

Pero cuando Adán y Eva pecaron, ocurrieron cambios terribles. Ya no podían hablar con Dios cara a cara. No porque Dios hubiese cambiado, sino porque la primera pareja lo había hecho: el pecado reconfiguró su mente y sus emociones. Isaías describió severamente esta nueva situación: “Vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isa. 59:2).

El pecado estropea las vías neurales. Nadie vuelve a ser el mismo después que ha pecado: se forman nuevos surcos en los caminos neurales que hacen que el pecado sea más fácil de repetir. Pensar nuevamente en forma clara requiere ayuda especial de Dios. Por esto, cuando nuestros primeros padres pecaron, Dios tuvo que cambiar su sistema de comunicación con los seres humanos. No todos los deplorables resultados del pecado les ocurrieron a Adán y Eva en forma inmediata, pero la triste degeneración de la raza humana comenzó ese día cuando cedieron a “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” (1 Juan 2:16).

Cómo cubrió Dios la brecha del pecado

 ¿Cómo podía cubrirse la sima del pecado? Dios siempre tiene una solución. El sabe cómo adaptarse a las circunstancias cambiantes. Por ejemplo, en vez de la comunicación cara a cara, él “habla” a todo ser humano mediante la “conciencia” (ver Juan 1:9; Rom. 2:15). En una forma significativa, el Espíritu Santo llama a la gente dotada de razón a que elijan el bien en lugar del mal, cualquiera sea su situación. Más aún, a aquellos que específicamente piden la ayuda divina, aunque no conozcan mucho acerca de Dios, se les extiende la promesa abierta como a todos los demás: “Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Prov. 3:6).2

El también se revela a sí mismo mediante los ángeles: “¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?” (Heb. 1:14).3

 Aunque malogrado por los resultados del pecado, el mundo físico todavía revela mucho de la naturaleza y el carácter de Dios: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Rom. 1:20). La gente de todos los continentes y a lo largo de toda la historia han asociado a Dios con “atributos” tales como orden, belleza, predictibilidad y diseño inteligente que han visto en los cuerpos celestes o en las maravillas de la tierra, tanto animadas como inanimadas.4

Antes de que Moisés guiara a los israelitas fuera de Egipto, Dios se había estado comunicando con los seres humanos mediante patriarcas como Noé (Gén. 5-9), Abrahán (Gén. 12-24), Isaac (Gén. 26:2-5) y Jacob (Gén. 32:24-30). Moisés fue el ejemplo destacado de un ser humano con quien Dios conversó (Exo. 3, etc.).

 Al relacionarse con la nación de Israel en sus primeros años, Dios “habló” mediante el Urim y el Tumim, dos piedras preciosas colocadas en el pectoral (unido al efod) del sumo sacerdote de Israel. Cuando los dirigentes de la nación querían conocer la voluntad de Dios, el sumo sacerdote formulaba preguntas específicas que eran contestadas por la luz que descansaba ya sea sobre el Urim o el Tumim.5 Para una nación joven que acababa de salir del cautiverio y aún no había recibido la Palabra escrita, este dramático método de comunicación era decisivo y afirmador.

Dios también habló mediante sueños. Pensemos en los sueños de José que tuvieron un significado profético (Gén. 37), los sueños del copero y el panadero de Faraón (Gén. 40), los sueños de Faraón (Gén. 41), el sueño del soldado madianita (Juec. 7), y los sueños de Nabucodonosor (Dan. 2, 4).

Sin la menor duda, la revelación más clara de Dios y de su voluntad hacia los seres humanos ha sido dada mediante Jesucristo: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Heb. 1:1-2). Jesús fue explícito: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). Pero Cristo no señaló a Dios como todos los profetas lo habían estado haciendo; él era Aquel a quien ellos habían estado señalando.

Los profetas: la forma más reconocida de revelación divina

 Aunque Dios usó muchos métodos, el “profeta” fue la forma más reconocida de comunicación divina. Los sacerdotes en Israel eran los representantes del pueblo ante Dios; los profetas eran los representantes oficiales de Dios ante su pueblo. La vocación sacerdotal era hereditaria; el profeta era específicamente llamado por Dios.6

 Los profetas han sido el canal más visible en el sistema de comunicación de Dios. “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7). “Jehová el Dios de sus padres envió constantemente palabra a ellos por medio de sus mensajeros, porque él tenía misericordia de su pueblo y de su habitación” (2 Crón. 36:15).

Dios dijo muy claramente que si el pueblono escuchase a sus profetas, él no tenía otro remedio para ayudarles en sus problemas personales o nacionales: “Mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que… no hubo ya remedio” (2 Crón. 36:16).

En el libro A ProphetAmongYou (Un profeta entre vosotros),7 T. HouselJemison enumeró ocho razones por las que Dios usó profetas en vez de algún recurso dramático que atrajese la atención, como escribir en las nubes o proclamar estruendosamente su voluntad cada mañana al amanecer:

1. Los profetas prepararon el camino para el primer advenimiento de Cristo.

2. Como representantes del Señor, los profetas mostraron al pueblo que Dios valoraba a los seres humanos lo suficiente como para elegir entre ellos hombres y mujeres que lo representasen.

3. Los profetas eran un continuo recordativo de la cercanía y la accesibilidad de la instrucción de Dios.

4. Los mensajes a través de los profetas cumplían los mismos propósitos que una comunicación personal del Creador.

5. Los profetas eran una demostración del tipo de compañerismo con Dios y de la gracia transformadora del Espíritu Santo que podían experimentarse en la vida de un ser humano.

6. La presencia de los profetas ponía al pueblo a prueba en cuanto a su actitud hacia Dios.

7. Los profetas ayudaron en el plan de salvación, porque Dios ha usado consistentemente una combinación de lo humano y de lo divino como su medio más efectivo para alcanzar a la humanidad perdida.

8. El producto sobresaliente de los profetas es su contribución a la Palabra Escrita.

La obra del profeta

La obra del profeta era doble: recibir el mensaje divino y entregar ese mensaje fielmente. Estos aspectos se reflejan en las tres palabras hebreas para “profeta”. Para destacar el papel de los profetas en escuchar la voluntad de Dios como ésta les era revelada, el escritor hebreo usaba chozeh o ro’eh, traducido como “vidente”. La palabra hebrea nabi (la palabra hebrea que más frecuentemente se usa para profeta) describe a los profetas como comunicando su mensaje en forma hablada o por escrito.

 En 1 Samuel 9:9 se indican ambos papeles: “Antiguamente en Israel cualquiera que iba a consultar a Dios, decía así: Venid y vamos al vidente [ro’eh]; porque al que hoy se llama profeta [nabi], entonces se le llamaba vidente [ro’eh]”.

 La palabra chozeh, derivada de la misma raíz hebrea de la que obtenemos la palabra española visión, destaca el hecho de que el profeta recibe mensajes mediante visiones divinamente iniciadas.

Cada uno de los tres términos hebreos para “profeta” subrayan el oficio profético como el lado humano del plan divino de comunicación.

En el Nuevo Testamento, la palabra griega prophetes, correspondiente al vocablo nabi del Antiguo Testamento, se la translitera “profeta” en el idioma español. Su significado básico es “hablar, declarar [o hacer una declaración]”. El genuino “profeta” habla por Dios.

Largo linaje de esplendor

El primero (hasta tanto sepamos) de este asombroso linaje de valientes, fieles y luminosos profetas mediante los cuales Dios manifestó su pensamiento fue “Enoc, séptimo desde Adán” (Jud. 14). Más tarde estuvieron Abrahán (Gén. 20:7) y Moisés (Deut. 18:15). María fue la primera mujer designada como una profetisa (Exo. 15:20).

Con el transcurso del tiempo, la nación de Israel perdió su visión espiritual y llegó a ser como sus vecinos en la adoración de otros dioses. Durante el largo y deprimente período de los jueces, Israel fue oprimido y humillado por sus vecinos. Cuando Samuel fue llamado a su función profética, los filisteos dominaban con dureza a Israel. Elí, el sumo sacerdote, era anciano e inefectivo. Sus dos hijos, Ofni y Finees, aunque se les había confiado el liderazgo tanto del gobierno como del sacerdocio, eran “impíos, y no tenían conocimiento de Jehová” (1 Sam. 2:12). No es de sorprenderse que “la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia” (1 Sam. 3:1).8

“La palabra de Jehová escaseaba” en Israel porque eran escasos los hombres y mujeres a quienes se les podían confiar los mensajes del Cielo. Dios estaba dispuesto a guiar a su pueblo, pero carecía de personas mediante quienes pudiesen impartir con seguridad su palabra. Cuando las visiones eran escasas, las circunstancias espirituales y políticas de Israel se hallaban en un nivel de decadencia. El bienestar de Israel fue restaurado sólo cuando se restauró el oficio profético.

 Por ejemplo, la restauración de Israel como una nación libre y bendecida coincidió con el ministerio profético de Samuel. La larga vida de Samuel es un registro asombroso de cómo un hombre puede cambiar el curso de toda una nación. Sus primeros años, después que su madre lo hubo entregado al Señor, son bien conocidos: “Y el joven Samuel iba creciendo, y era acepto delante de Dios y delante de los hombres” (1 Sam. 2:26). Al madurar, su liderazgo espiritual llegó a ser evidente: “Y Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras. Y todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová” (1 Sam. 3:19-20). Eventualmente, “Jehová se manifestó a Samuel en Silo… Y Samuel habló a todo Israel” (1 Sam. 3:21-4:1).

 La fidelidad de Samuel como mensajero de Dios permitió que Dios revertiese la miseria de Israel. El ejemplo espiritual del profeta, su exhortación y su liderazgo nacional fueron tan efectivos que el registro declara: “Así fueron sometidos los filisteos, y no volvieron más a entrar en el territorio de Israel; y la mano de Jehová estuvo contra los filisteos todos los días de Samuel” (1 Sam. 7:13).

La vida de Samuel es una ilustración clara y profunda de cuán efectivo puede ser el espíritu de profecía para establecer el programa de Dios en la tierra. ¡Quién puede imaginar lo que puede lograrse en estos últimos días al prestar atención al espíritu de profecía!

Cuando Samuel envejeció, ocurrió algo casi inexplicable. Los dirigentes israelitas acudieron a él y le pidieron que nombrase “un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones” (1 Sam. 8:5). Olvidaron que su soberanía restaurada y sus circunstancias placenteras se debían al liderazgo profético de Samuel.

 Dios les advirtió a los dirigentes que un rey le traería problemas y dificultades a su tierra, pero ellos persistieron: “Nosotros seremos también como todas las naciones, y nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras” (vers. 20).

Pero, aunque Israel rechazó el plan de Dios para la conducción de su pueblo (teocracia), Dios no rechazó a Israel. No retiró el don profético. Desde el tiempo de Saúl, el primer rey de Israel, hasta los días sombríos cuando tanto Israel como Judá fueron llevados en cautiverio por Asiria y Babilonia, treinta profetas se mencionan por nombre en la Biblia. Además, junto con los “hijos de los profetas” había también profetas cuyos nombres no se mencionan.

Bajo índice de éxito

¿Cuán exitosos fueron los profetas? Sólo en forma mínima, para gran detrimento de aquellos dirigentes nacionales que los rechazaron. Notemos a Joacim (Jer. 36), para quien el profeta Jeremías, por orden divina, debía escribir palabras de condenación y esperanza. Baruc, el ayudante editorial de Jeremías, leyó el mensaje “a oídos del pueblo” (vers. 10). El rollo pronto estuvo en las manos de los consejeros de la corte, quienes también se sintieron grandemente impresionados. Instaron al rey Joacim a que también leyese el mensaje de Jeremías. El rey le pidió a Jehudí que lo leyese en voz alta.

Pero cuando el ministro de confianza del rey hubo leído sólo “tres o cuatro planas, lo rasgó el rey con un cortaplumas de escriba, y lo echó en el fuego que había en el brasero, hasta que todo el rollo se consumió sobre el fuego… Y no tuvieron temor ni rasgaron sus vestidos” (Jer. 36:23-24).

Desafortunadamente, Joacim fue un símbolo de muchos dirigentes espirituales, aun de dirigentes cristianos de nuestro tiempo, que si pudiesen, destruirían completamente el mensaje de Dios y a sus mensajeros. Muchos han tratado a través de los años, ya sea con “un cortaplumas de escriba” o mediante el “descuido benigno”, de anular la efectividad de un profeta, pero el mensaje de Dios sobrevive para aquellos que procuran conocer su voluntad.

David es otro ejemplo de un dirigente israelita que recibió un mensaje de reproche de parte de un profeta. Pero el resultado fue el opuesto a la experiencia de Joacim. Después que el rey David hubo matado a Urías, de modo que pudiese casarse con Betsabé, la esposa de Urías, Dios le dijo al profeta Natán que enfrentase al rey. Sin tratar de velar sus palabras con “simpatía” o con concesiones, Natán apuntó con su índice a David y pronunció el mensaje de condenación de Dios: “Tú eres aquel hombre” (2 Sam. 12:7). David aceptó la palabra del Señor y capituló: “¡He pecado contra el Señor!” (2 Sam. 12:13, Nueva Biblia Española; ver también Sal. 51). David es uno de los ejemplos más excelentes de aquellos que han prestado atención a las palabras condenatorias del Señor, cambiando de ese modo su futuro para bien. Su ejemplo ha sido repetido muchas veces en la historia de la iglesia.

Nombres aplicados a los mensajes proféticos

En la Biblia se usan diversos términos para describir los mensajes dados por los profetas: consejo (Isa. 44:26); mensaje del Señor (Hag. 1:13, Nueva Biblia Española); profecía o profecías (2 Crón. 9:29; 15:8; 1 Cor. 13:8); testimonios (1 Rey. 2:3; 2 Rey. 11:12; 17:15; 23:3; también muchos versículos en el Salmo 119); y Palabra de Dios o de Jehová (1 Sam. 9:27; 1 Rey. 12:22).

Cada término, aunque fácilmente intercambiable, subraya un aspecto particular del sistema de comunicación de Dios. “Testimonios”, por ejemplo, sugiere “mensajes”. El pensamiento incluido en la frase “el testimonio de Jesús” (Apoc. 12:17 y 19:10) es que los mensajes o la voluntad de Jesús son revelados cuando un profeta habla o escribe.

Cómo interactúan Dios y los profetas

Los profetas reconocen claramente la presencia y el poder del Espíritu Santo en su papel como mensajeros de Dios. Pedro comprendió bien esta relación: “Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1:21).

Notemos la experiencia de Saúl: “Y cuando llegaron allá al collado, he aquí la compañía de los profetas que venía a encontrarse con él; y el Espíritu de Dios vino sobre él [Saúl] con poder, y profetizó entre ellos” (1 Sam. 10:10).

 Ezequiel se refirió a menudo a la presencia del Espíritu Santo: “Y luego que me habló, entró el Espíritu en mí y me afirmó sobre mis pies, y oí al que me hablaba” (Eze. 2:2; ver también 3:12, 14, 24; 8:3; 11:5; 37:1).

¿Cómo reconoció el profeta la presencia y el poder del Espíritu? Mediante visiones y sueños fuera de lo ordinario, y a través de los fenómenos físicos que los acompañan. Muchos de ellos han sido el cumplimiento de la promesa de Dios, de que “cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él” (Núm. 12:6). (El registro bíblico no hace una clara distinción entre una visión profética y un sueño profético; a menudo los términos se han usado en forma intercambiable.)

En Daniel 10, el profeta describió algunos de los fenómenos físicos que acompañaron a esta “gran visión” (vers. 8). Aunque cayó sobre su rostro “en un profundo sueño”, pudo oír “el sonido de sus palabras” (vers. 9). Otros se encontraban con Daniel cuando estaba en visión, pero “sólo yo, Daniel, vi aquella visión” (vers. 7).

 Daniel cambió físicamente mientras estaba en visión: “No quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno” (vers. 8).

Cualesquiera puedan haber sido los fenómenos particulares que acompañaban a una visión o un sueño, los profetas sabían que Dios les estaba hablando.

Lo que sabemos sobre los mensajes de los profetas y cómo los daban, se encuentra registrado en la Biblia. Originalmente, no todos los mensajes tal como los tenemos actualmente estuvieron en forma escrita. Algunos fueron sermones públicos, otros fueron cartas a amigos o a grupos de la iglesia, y otros fueron anuncios oficiales que reyes hacían a su pueblo. Algunos de los escritos proféticos inspirados ni siquiera se originaron con los profetas.

A partir de los abundantes mensajes proféticos presentados a lo largo de varios miles de años, Dios supervisó una compilación que llamamos la Biblia. Esta muestra se ha preservado con un propósito: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Cor. 10:11).

 Cómo entregaron los profetas sus mensajes

A lo largo de la historia el espíritu de profecía ha usado tres métodos para dar los mensajes de Dios: en forma oral, escrita o dramatizada.

Oral. La presentación regular, tipo sermón, es quizás la forma mejor conocida del trabajo de un profeta. Pensamos inmediatamente en Jesús dando su sermón sobre el Monte de las Bienaventuranzas (Mat. 5-7), o en el sermón de Pedro el día de Pentecostés (Hech. 2). Todo el libro de Deuteronomio fue un discurso oral en el cual Moisés recapituló los cuarenta años previos de la historia israelita. Muchos de los profetas menores entregaron primero sus mensajes oralmente.

 Además de estas presentaciones más formales, los profetas registraron por escrito sus consejos dados antes a dirigentes individuales o a grupos de personas. Isaías escribió su entrevista con Ezequías (Isa. 37). La mayor parte del libro de Jeremías es un resumen escrito de sus mensajes públicos. Ezequiel transcribió sus conversaciones anteriores con los dirigentes de Israel. Por ejemplo: “En el sexto año, en el mes sexto, a los cinco días del mes, aconteció que estaba yo sentado en mi casa, y los ancianos de Judá estaban sentados delante de mí, y allí se posó sobre mí la mano de Jehová el Señor” (Eze. 8:1; ver 20:1).

Estas entrevistas privadas como las de Natán con David (2 Sam. 12:1-7); Jeremías con Sedequías (Jer. 38:14-19); y Jesús con Nicodemo (Juan 3), fueron también consideradas dignas por el espíritu de profecía de una aplicación más amplia.

Además de sus deberes más oficiales y públicos, los profetas escribieron cartas personales a personas que tenían necesidades especiales.

 Por escrito. Los mensajes escritos tienen ventajas sobre otras formas de comunicación. Pueden ser leídos y releídos. En comparación con una presentación oral, son menos susceptibles de una mala interpretación. El Señor le dijo a Jeremías que escribiese un libro que contuviese las palabras que él le daría. Jeremías le pidió a Baruc que fuese su ayudante editorial, y el libro eventualmente fue leído al pueblo de Jerusalén y al rey. Años más tarde, el profeta Daniel (9:2) habla de su lectura de los mensajes de Jeremías y de cómo Jeremías había prometido liberación para el pueblo de Dios después de la cautividad de setenta años. Al mismo Daniel se le dijo que escribiese un libro especialmente para quienes viviesen en “el tiempo del fin” (12:4).

El apóstol Pablo escribió catorce libros del Nuevo Testamento, y todos ellos menos uno fueron cartas a varias iglesias o a sus pastores. Algunas de sus cartas no se incluyeron en la Biblia, como la carta a la iglesia de Laodicea (Col. 4:16).

 Pedro también escribió cartas a varios grupos de iglesia: “Amados, esta es la segunda carta que os escribo, y en ambas despierto con exhortación vuestro limpio entendimiento” (2 Ped. 3:1). También escribió cartas privadas, tal como a Silvano (1 Ped. 5:12).

 Juan escribió por lo menos tres cartas además de su Evangelio y el libro de Apocalipsis: “Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido” (1 Juan 1:4).

Las cartas llevan autoridad

 Las cartas de los profetas llevaban el mismo peso de autoridad que sus sermones formales. En algunos casos, las cartas serían más útiles que un sermón porque estaban escritas a personas específicas con problemas específicos. Las cartas escritas a una persona o a una iglesia llegaron a ser igualmente beneficiosas a otros, en la medida que dichas cartas (y sermones) se copiaron y distribuyeron ampliamente. Personas de todas partes a lo largo del tiempo se han identificado con estas aplicaciones inspiradas y prácticas de principios divinos a los detalles de la vida.

 Dramatización. Parábolas en palabras o en acciones son recursos didácticos frecuentemente usados a lo largo de la Biblia. Jesús usó parábolas generosamente a fin de hacer claro el valor de los principios divinos.

El ministerio de Jeremías usó a menudo la parábola de la acción y el ejemplo. Dios le pidió que no se casase (16:1-2), de modo que fuese un recordativo viviente para los judíos de los sufrimientos que se avecinaban durante la destrucción de Jerusalén. Pensemos en los recursos didácticos contenidos en “la vasija de barro del alfarero” (Jer. 19) que debía ser rota como una señal de la caída de Jerusalén; o las “coyundas y yugos” (Jer. 27) que presagiaban el yugo venidero bajo Babilonia.

 Como Jeremías, Ezequiel expresó a menudo sus mensajes proféticos en la forma de parábolas. Ejemplos de ello incluyen el rollo que se le pidió que comiese (Eze. 3:1-3); la navaja para cortar el cabello y la barba (Eze. 5:1); la olla para cocinar (Eze. 24:3-4); y el valle de huesos secos (Eze. 37). Los mensajes mediante parábolas captaban la atención y se los recordaba fácilmente.

Al repasar estos diferentes métodos para atraer la atención, a uno le impresiona el hecho de que Dios escogía cualquier método que mejor se adecuase a la ocasión. Dios es adaptable y persistente. Todos los métodos son auténticos porque proceden de la misma Fuente. El sermón deuteronómico de Moisés, las entrevistas personales de Isaías, los sermones transcriptos de Jeremías, las cartas de Pablo, las dramatizaciones parabólicas de Ezequiel, los libros de Daniel, el sermón de Pedro en Pentecostés, la entrevista de Jesús con Nicodemo, todos fueron inspirados por el Espíritu. “Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1:21).

Ayudantes literarios

Conocemos muy poco sobre cómo prepararon sus materiales la mayoría de los autores bíblicos. Sólo sabemos lo que ellos nos han dicho. Jeremías explicó de qué manera usó a Baruc como su ayudante literario: “Y llamó Jeremías a Baruc hijo de Nerías, y escribió Baruc de boca de Jeremías, en un rollo de libro, todas las palabras que Jehová le había hablado” (36:4). Cuando los oficiales del rey oyeron a Baruc que leía estos mensajes, le preguntaron: “Cuéntanos ahora cómo escribiste de boca de Jeremías todas estas palabras”. Baruc les contestó: “El me dictaba de su boca todas estas palabras, y yo escribía con tinta en el libro” (36:17-18).

 Baruc, conocido como un escriba (36:26), tenía una buena educación. Jeremías empleó las habilidades literarias de este hombre para preparar en forma escrita sus mensajes dados oralmente: “Y tomó Jeremías otro rollo y lo dio a Baruc hijo de Nerías escriba; y escribió en él de boca de Jeremías todas las palabras del libro que quemó en el fuego Joacim rey de Judá; y aun fueron añadidas sobre ellas muchas otras palabras semejantes” (36:32).

Varios ayudantes de Pablo

En el Nuevo Testamento, Pablo empleó varios ayudantes editoriales. Tercio ayudó a preparar el manuscrito a los Romanos (16:22). Aparentemente Sóstenes ayudó a escribir la primera carta a los Corintios (1:1). Pablo, en la prisión romana, dictó su segunda epístola a Timoteo, y Lucas, su médico, la preparó en forma escrita.9

Pablo era un erudito griego consumado, bien reconocido por los dirigentes judíos. Pero hubo razones plausibles para que él emplease ayudantes literarios. En la prisión, su capacidad para escribir se vio severamente reducida, pero sus ayudantes podían tomar sus pensamientos y escribirlos mucho más convenientemente. Algunos consideran que su “aguijón en la carne” era una vista deficiente (2 Cor. 12:7-9; Gál. 4:15). Cualquiera haya sido el método que Pablo usó para escribir sus epístolas, los que leían esas cartas (u oían su lectura) sabían que estaban escuchando mensajes inspirados.

 La diferencia significativa en el estilo griego (no necesariamente en el contenido) de cada una de sus epístolas, sugiere fuertemente que Pablo usó diferentes ayudantes literarios, con variadas aptitudes para colocar sus mensajes en forma escrita.10

Pedro se refirió por nombre a su ayudante literario, Silvano [Silas], calificándolo como nuestro “hermano fiel” (1 Ped. 5:12). ¿Por qué Pedro necesitaría ayuda editorial? Por varias razones: Además de no tener preparación académica, Pedro tuvo las mismas restricciones de prisión que Pablo; y puesto que su lengua materna era el arameo, probablemente no era hábil en el uso del griego. La primera epístola de Pedro se encuentra en un griego pulido, de una calidad superior, la marca de una mente educada, lo que refleja la ayuda de Silvano. Aunque la segunda epístola de Pedro está escrita en un estilo literario tosco, la verdad resplandece en forma brillante. Evidentemente, Silvano no estuvo disponible en esa ocasión, y Pedro la escribió por sí mismo o empleó a otro escriba sin la habilidad literaria de Silvano.11

Diferencia obvia entre 1 y 2 Pedro

 La diferencia entre Primera y Segunda Pedro es tan obvia que la paternidad literaria de una y aun de ambas epístolas ha sido cuestionada. Allan A. McRae observó: “Tampoco podemos descartar la idea de que ocasionalmente un escritor pudiese haber dado a un ayudante una idea general de lo que quería, diciéndole que lo pusiese en forma escrita.12 En tal caso, habría revisado el texto para asegurarse de que representaba lo que él quería decir, y por lo tanto él podía verdaderamente ser llamado su autor. El Espíritu Santo habría guiado todo el proceso de modo que lo que finalmente estaba escrito, expresase las ideas que Dios deseaba que su pueblo tuviese.

 “Probablemente Pablo raramente siguió este último procedimiento, puesto que tenía una educación elevada y debe haber confiado en su capacidad para expresarse en griego. Pero la situación puede haber sido diferente en el caso de Pedro y Juan. El estilo de Primera y Segunda Pedro difiere tan considerablemente que algunos críticos han sugerido que una de ellas es un fraude. Sin embargo, Pedro mismo pudo haber escrito una de las epístolas en griego (2 Pedro?) y, para la otra, haberle expresado su pensamiento en arameo a un asociado, quien tenía más experiencia para escribir en griego (1 Pedro). Este asociado pudo entonces haber escrito las ideas de Pedro en su propio estilo, y más tarde haber hecho alteraciones que Pedro podría haber sugerido. De este modo las dos cartas diferían en estilo; no obstante, bajo la dirección del Espíritu Santo ambas expresarían el pensamiento de Pedro tan ciertamente como si Pedro hubiese dictado cada palabra. Juan Calvino sustentó tal punto de vista, pero no tuvo dudas de que ambas presentaron fielmente el pensamiento de Pedro”.13

Al comparar el Evangelio de Juan con el libro de Apocalipsis vemos nuevamente un estilo literario llamativamente diferente. La evidencia muestra en forma convincente que el apóstol Juan escribió ambos libros, aun cuando los estilos literarios sean muy diferentes. El libro de Apocalipsis tiene una construcción griega generalmente imprecisa mientras que el Evangelio de Juan se amolda a normas literarias aceptables: una clara indicación de que hubo diferentes escribas.14 Parte de la diferencia, por supuesto, podría atribuirse al hecho de que Juan era un anciano cuando escribió Apocalipsis.

Cómo fue escrito Lucas

 El análisis de cómo y por qué fue preparado el libro de Lucas provee otra forma de examinar la cuestión de la ayuda editorial en la preparación del material bíblico. Lucas no fue un testigo ocular del ministerio de Cristo. Es probable que nunca oyó hablar a Jesús. Sin embargo, el Evangelio de Lucas ha sido comparable con el de Mateo, el de Marcos y el de Juan en cuanto a informar fielmente las palabras y los hechos de Jesús.

 ¿Cómo lo hizo Lucas? Recopilando los relatos más válidos de testigos oculares y presentándolos en una forma coherente.15

Lucas describió este procedimiento de la siguiente manera: “Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus propios ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido” (1:1-4).

Dios no comunicó sus mensajes a través de un dictado mecánico sino mediante actos y palabras que los hombres y mujeres podían entender. Los profetas que oyeron a Dios hablarles directamente transmitieron esos mensajes mediante la manera de pensar de su época, y a través de los idiomas y las analogías que sus oyentes podían comprender.

La comprensión correcta del proceso de revelación/inspiración impide una preocupación inquietante cuando la gente ve en los Evangelios claras diferencias entre informes sobre el mismo evento, incluso entre los mismos mensajes de Jesús. Nada perturba más a algunos sinceros estudiantes que observar las diferentes maneras en que los escritores bíblicos describen el mismo evento, “citan” la misma conversación, o informan las parábolas de Jesús. Aun el tener dos versiones del Padrenuestro, según se lo registra en Mateo 6 y en Lucas 11, perturba a aquellos que creen erróneamente que los escritores bíblicos escribieron, palabra por palabra, mientras el Espíritu Santo dictaba.

Inspiración verbal o inspiración de pensamiento

 La inspiración verbal, infalible, implica que el profeta es una máquina grabadora, que transmite mecánica e infaliblemente el mensaje de Dios. La creencia en una inspiración mecánica excluye diferencias al informar un mensaje o evento. La inspiración verbal requiere profetas que transmitan las palabras exactas suplidas por el Guía celestial, así como el taquígrafo de una corte o tribunal escribe lo que está siendo dicho por los testigos. No se les da margen a los profetas para usar su propia individualidad (y limitaciones) al expresar las verdades que se les revelan.

Uno de los problemas obvios para aquellos que creen en la inspiración verbal es qué hacer al traducir la Biblia, ya sea del hebreo/arameo del Antiguo Testamento o del griego del Nuevo Testamento, a otros idiomas.

Otro problema aparece en Mateo 27:9-10, donde Mateo se refiere a Jeremías en vez de Zacarías (11:12) como la fuente del Antiguo Testamento para una profecía mesiánica. Este podría ser el error de un copista. Pero si fuese de Mateo, es un error humano que cualquier maestro o ministro religioso podría cometer, un error que no causará ningún problema a los partidarios de la inspiración del pensamiento. ¿Por qué? Porque los que aceptan la inspiración de pensamiento saben lo que Mateo quiso decir.

 ¿O qué escribió realmente Pilato en el cartel colocado en la cruz de Cristo? Mateo 27:37; Marcos 15:26; Lucas 23:38, y Juan 19:19 presentan el texto en forma diferente. Para los que aceptan la inspiración de pensamiento, el mensaje es claro; para los que creen en la inspiración verbal, es un problema.

Los profetas son inspirados, no las palabras

Para los partidarios de la inspiración de pensamiento, Dios inspira al profeta, no sus palabras.16 Ellos leen la Biblia y ven a Dios obrando a través de seres humanos con sus características individuales. Dios provee los pensamientos, y los profetas, al transmitir el mensaje divino, usan la capacidad literaria que poseen, cualquiera sea. Eruditos con preparación presentarán un mensaje o describirán un evento de manera muy diferente de como lo haría un pastor de ovejas. Pero si ambos están inspirados por Dios, la verdad será oída igualmente por el educado y el indocto. Esta es la manera como fue escrita la Biblia; todos los escritores usaron sus mejores palabras para expresar fielmente el mensaje que habían recibido del Señor.

 La revelación en el proceso de revelación/ inspiración destaca el acto divino que descubre la información. Los adventistas del séptimo día creen que este mensaje o contenido divinamente revelado, es infalible y autorizado. “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Sal. 119:105).17

 La inspiración se refiere al proceso por el cual Dios capacita a una persona para que sea su mensajero. Esta clase de inspiración es diferente del uso coloquial de la palabra cuando describimos a un poeta perspicaz o a un cantante dotado como que están “inspirados”.

Pablo le escribió al joven Timoteo diciéndole que “toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Tim. 3:16). La palabra griega que Pablo usó, traducida como “inspirada”, es theopneustos, una contracción de dos palabras, “Dios-respira”. Esto es más descriptivo que un mero toque poético. Por ejemplo, cuando Daniel cierta vez estaba en visión, ¡literalmente no respiraba! (Dan. 10:17).

 Pedro dijo que los profetas fueron “movidos por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1:21, Biblia de Jerusalén). La palabra griega para “movidos” es pheromeni, la misma palabra que usó Lucas (Hech. 27:17, 27) para describir el hecho de ser “llevados” a través del mar Mediterráneo en una terrible tormenta. Los profetas no confundieron el “movimiento” del Espíritu con impulsos emocionales normales. Sabían cuándo el Señor les estaba hablando, ¡eran movidos o inspirados!

 Otra palabra que se usa a menudo al describir el sistema de comunicación de Dios es iluminación. Cuando los profetas dan sus mensajes, ¿cómo reconocen las personas que los mensajes son auténticos? El mismo Espíritu Santo que habló mediante los profetas habla a aquellos que oyen o leen el mensaje del profeta. El oyente o el lector es “iluminado” (pero no inspirado). Más aún, el Espíritu Santo capacita al creyente sincero para comprender el mensaje y aplicarlo personalmente.18

 En el capítulo 13 se ventilará cómo el proceso de revelación/inspiración funcionó en el ministerio de Elena de White. Afortunadamente, la Sra. White habló enérgica y lúcidamente sobre cómo este proceso tuvo lugar en los tiempos bíblicos y en su propio ministerio.

Algunos mensajes proféticos no preservados

La Biblia no contiene todo lo que los profetas han dicho o escrito. Por ejemplo, no tenemos todo lo que Jesús dijo o hizo.19

¿Significa eso que los mensajes no preservados eran menos importantes, menos inspirados, que aquellos que tenemos en la Biblia? ¡No! Todo lo que Dios dice es importante e inspirado. Pero algunos mensajes eran de interés local. Otros estaban incluidos en otros mensajes que fueron preservados. Indiscutiblemente, la mayor cantidad de mensajes proféticos, incluyendo las palabras de Jesús, no se preservaron.

Los profetas bíblicos pueden clasificarse en cuatro grupos:20

1. Profetas que escribieron algo de la Biblia, como Moisés, Jeremías, Pablo y Juan.

 2. Profetas que no escribieron nada de la Biblia, pero cuyos mensajes y ministerio se preservan ampliamente en la Biblia, como Enoc, Elías y Eliseo.

3. Profetas que dieron testimonios orales (quizás aún mensajes escritos), pero cuyas palabras no se preservaron. A lo largo del Antiguo Testamento, se mencionan muchos profetas sin indicar su nombre, incluyendo a los setenta ancianos que recibieron el Espíritu Santo y profetizaron (Núm. 11:24-25), el grupo que se unió a Saúl después que éste llegó a ser rey (1 Sam. 10:5-6, 10), y aquellos que fueron escondidos en cuevas por Abdías (1 Rey. 18:4, 13). En el Nuevo Testamento, por ejemplo, las cuatro hijas de Felipe profetizaron, pero sus mensajes no fueron registrados (Hech. 21:9).

4. Profetas que escribieron libros que no han sido preservados, incluyendo a Natán (1 Crón. 29:29), Gad (1 Crón. 29:29), Semaías (2 Crón. 12:15), Jaser (Jos. 10:13; 2 Sam. 1:18), Iddo (2 Crón. 12:15; 9:29), Ahías (2 Crón. 9:29) y Jehú (2 Crón. 20:34).

 Lo que ha sido preservado en la Biblia es la esencia del glorioso linaje de esplendor mediante el cual Dios ha hablado a la humanidad, “muchas veces y de muchas maneras” (Heb. 1:1). El propósito de los escritos bíblicos no fue producir una historia completa de todo lo que le ocurrió al pueblo de Dios en los tiempos del Antiguo y del Nuevo Testamento. El propósito primario de la Biblia es darles a los lectores una comprensión clara del plan de salvación y de los eventos más importantes que exponen el gran conflicto entre Cristo y Satanás. Además, Pablo escribió que la Biblia provee “ejemplos” del bien y el mal, de la verdad y el error, para alertar al lector a “estar firme, mire que no caiga” (1 Cor. 10:12).

Dios no hace acepción de género

 La Biblia menciona a un número de profetisas. Moisés consideraba que su hermana María era una profetisa (Exo. 15:20-21). Estando junto a su hermano desde sus más tiernos años, ella fue una fiel portavoz de Dios. A través de los siglos, Israel la consideró en alta estima y la incluyó como uno de los tres enviados “delante de ti” para la fundación de la nación israelita después del Exodo (Miq. 6:4). En cierto momento su fragilidad humana la indujo a rebelarse contra Moisés (Núm. 12), pero este triste hecho no puso en riesgo su posición como una verdadera profetisa.

 Débora fue juez durante un largo y deprimente período de la historia de Israel. Notemos cuán sombría fue esta era: “Y toda aquella generación también fue reunida a sus padres. Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel. Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales. Dejaron a Jehová el Dios de sus padres… Y se encendió contra Israel el furor de Jehová, el cual los entregó en manos de robadores que los despojaron, y los vendió en mano de sus enemigos de alrededor; y no pudieron ya hacer frente a sus enemigos… Y Jehová levantó jueces que los librasen de mano de los que les despojaban… Y cuando Jehová les levantaba jueces, Jehová estaba con el juez, y los libraba de mano de los enemigos todo el tiempo de aquel juez” (Juec. 2:10-18).

Débora, más que una juez

 Débora no sólo fue una juez, sino que fue la única juez llamada también una profetisa (Juec. 4:4). Fue una dirigente espiritual tan vigorosa que cuando se le pidió a Barac, su general, que encabezase un ejército contra los opresores cananitas, él dijo que no iría sin ella. Israel la reconocía como su líder espiritual, y Barac quería que la nación supiese que lo que a él se le había pedido era en realidad un llamado de su líder espiritual, y no una confabulación ambiciosa y personal. Después de todo, ¿cómo podría conseguir que 10.000 hombres fueran contra un ejército entrenado, con “novecientos carros herrados” (Juec. 4:3), a menos que también ellos estuvieran convencidos de que Dios había dirigido el plan? La trayectoria de Débora como una juez fiel era tan convincente que su consejo respecto a lo que parecía ser una aventura imposible, fue aceptado como la voluntad de Dios. Ella hablaba la palabra del Señor con autoridad, y puso su propia vida en peligro mientras condujo a sus compatriotas hacia un futuro mejor mediante su voz y su ejemplo.

 A lo largo de la historia otras mujeres han llevado la pesada carga de la responsabilidad profética. Claramente, el sexo no es un problema cuando Dios escoge a una persona para que hable en su nombre.

Hulda fue una profetisa durante un gran momento de cambio, cuando el joven rey Josías se consagró a sí mismo y a su nación a una obra de profunda reforma espiritual. En el proceso de “limpieza” del templo, los obreros encontraron una copia de lo que puede haber sido Deuteronomio, un libro que había sido extrañamente descuidado por los dirigentes religiosos de la nación.

 Josías, sintiendo que necesitaba saber más acerca de este descubrimiento, ordenó a sus consejeros: “Id y preguntad a Jehová por mí, y por el pueblo, y por todo Judá, acerca de las palabras de este libro que se ha hallado” (2 Rey. 22:13). Así que, ¿adónde fueron el sacerdote y los principales consejeros? “A la profetisa Hulda, mujer de Salum” (vers. 14). Jeremías había estado viviendo en Jerusalén durante cinco años (comparar 2 Rey. 22:3 y Jer. 1:2), ¡pero fue a Hulda a quien se dirigieron en busca de dirección espiritual!

 Cualquiera haya sido la razón, Hulda se había granjeado el respeto y la confianza de sus contemporáneos. Cuando querían recibir una palabra del Señor, se dirigían a ella. Les ayudó a comprender más claramente el significado de los escritos de Moisés. Iluminó la Palabra escrita e hizo predicciones específicas. Su comprensión de la Biblia y sus predicciones fueron aceptadas como divinamente inspiradas.

Isaías se refirió a su esposa como “la profetisa” (8:3) en ocasión del nacimiento de su hijo, pero lo hizo sólo en esa ocasión.

 Cuando José y María llevaron al recién nacido Jesús al templo para su dedicación, encontraron a dos personas interesantes además del sacerdote que realizó el servicio (ver Luc. 2). Simeón, “justo y piadoso”, había estado esperando al Libertador de Israel, e hizo varias predicciones conmovedoras respecto al ministerio del Salvador. Ese día también estaba Ana en el templo, una profetisa (vers. 36), que también reconoció al bebé Jesús como el Mesías. Debido a su clara comprensión de las Escrituras, ella captó la importancia de este Niño; por lo tanto, “hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén” (vers. 38).

Más de treinta y tres años más tarde, la joven iglesia cristiana estaba expandiéndose explosivamente en número e influencia. La presencia de hombres y mujeres piadosos mediante los cuales Dios reveló su consejo fue una de las razones de este fenómeno religioso.21

 El cuadro bíblico del sistema de comunicación de Dios incluye a hombres y mujeres. Aunque mencionadas menos frecuentemente que los hombres, las mujeres profetisas fueron reconocidas por sus contemporáneos como genuinas mensajeras del Señor. Iluminaron las Escrituras, aconsejaron a dirigentes e hicieron predicciones significativas.

Un intervalo sombrío entre Malaquías y Juan el Bautista

El registro del Antiguo Testamento de la ilustre línea de profetas y profetisas termina con Malaquías, quien vivió en la última mitad del siglo V a.C. ¿Se cerró el sistema de comunicación de Dios durante más de cuatro siglos?

Parece que Israel no tuvo más el beneficio de profetas nacionales durante este período. Al mismo tiempo, las Escrituras (el registro profético) eran grandemente valoradas. Se convirtieron en el foco de la adoración en las sinagogas, recién construidas en todo Israel por los exilados que regresaron de Babilonia.

 ¿Pero retiró Dios el “don de profecía” durante este período? Elena de White hace un comentario interesante sobre este largo intervalo entre profetas bíblicos: “Hubo, fuera de la nación judía, hombres que predijeron el aparecimiento de un instructor divino… y a quienes se les había impartido el Espíritu de la inspiración”.22

Durante este período intertestamentario (entre el tiempo de Malaquías y Mateo), eruditos “paganos” estudiaron las Escrituras hebreas (tal vez las tradujeron a sus propios idiomas). Dios les habló mientras ellos buscaban la verdad.23

 Los “magos” que “vinieron del oriente” (Mat. 2:1) sin duda fueron ejemplos de aquellos que en tierras de gentiles “predijeron el aparecimiento de un instructor divino” y a quienes “se les había impartido el Espíritu de la inspiración”. Conocieron el tiempo del nacimiento del Mesías y dónde habría de nacer. Dios habló directamente a estos hombres devotos, urgiéndolos a regresar a su hogar en el Oriente sin un contacto adicional con el malvado Herodes.

Debiéramos ponderar bien este incidente y la verdad general: “Dios no hace acepción de personas” (Hech. 10:34). Cada generación ha tenido en algún lugar hombres y mujeres, judíos o gentiles, que fueron testigos inspirados de Dios. Sus nombres pueden no estar registrados prominentemente en la Santa Escritura, pero su testimonio existe y la llama de la verdad sobrevivió.

 Malaquías, el último profeta del Antiguo Testamento, cerró sus mensajes con la predicción: “He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible” (Mal. 4:5).

El primer siglo d.C. 24

Hablando de Juan el Bautista, Jesús dijo: “Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Porque éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti” (Mat. 11:9-10).

Aun antes de su nacimiento, Juan el Bautista fue destinado a ser el portavoz de Dios. El ángel le dijo a su padre Zacarías: “Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan… Será grande delante de Dios… Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías… para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Luc. 1:13-17).

Juan dirigió a los hombres y a las mujeres hacia Dios; no hizo de sí mismo un gurú espiritual alrededor del cual sus seguidores se reunirían. Más que todos los otros profetas, antes o después de él, Juan tuvo el honor de señalar personalmente al Cristo viviente. Su momento cumbre fue cuando dijo: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30).

No todos piensan de Jesús como un profeta. Pero realmente lo fue: “Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea” (Mat. 21:11; Luc. 7:16).

El Profeta Jesús

 Los doce discípulos vieron a Jesús como un profeta. Uno de los evangelistas escribió: “De Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo…” (Luc. 24:19).25

Jesús se refirió a sí mismo como a un profeta: “Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su casa. Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos” (Mat. 13:57-58).

 Jesús lo sintió todo: experimentó el cuchillo ardiente de la ingratitud y el rechazo que soportaron la mayoría de todos los profetas y profetisas. Ninguno tuvo mejores credenciales personales, o una vida más impecable y consecuente, pero generalmente los profetas no son bienvenidos porque hablan en nombre de Dios y no para gratificar los deseos del corazón humano.26

Por primera vez en la historia del mundo, vino un profeta que no señalaría a otro. El profeta Jesús dijo de sí mismo: “Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado… De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo… Yo soy el pan de vida” (Juan 6:29-35).

Como todos los profetas y profetisas genuinos, el principal foco del ministerio de Cristo fue decir la verdad sobre Dios y cómo los seres humanos pueden unirse nuevamente a la familia celestial: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (Juan 17:3-4). Antes de que Jesús regresase al cielo, hizo provisión para que el oficio profético continuase hasta su retorno. Las mismas buenas nuevas acerca de Dios se necesitarían hasta que él volviese. Y se necesitarían las mismas buenas nuevas sobre cómo los rebeldes podían ser transformados en creyentes felices y obedientes. La provisión profética sería una de las responsabilidades primarias del Espíritu Santo, quien daría “dones a los nombres” (Efe. 4:8).

El comienzo de la iglesia cristiana coincide con la renovación de estos dones espirituales: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros evangelistas; a otros, pastores y maestros” (Efe. 4:11).

Estos dones no sólo fueron para el lanzamiento inicial de la iglesia cristiana; debían permanecer en la iglesia hasta el fin: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina…” (vers. 13-14). ¿Por cuánto tiempo? Se necesitarán apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, mientras la iglesia exista; mientras hombres y mujeres imperfectos e inmaduros necesiten tiempo para “crecer” “a la medida… de la plenitud de Cristo”.

Pablo les recordó a sus amigos corintios que “en todas las cosas fuisteis enriquecidos en él [Cristo], en toda palabra y en toda ciencia, así como el testimonio acerca de Cristo ha sido confirmado en vosotros” (1 Cor. 1:5-6). Esto es, ellos habían crecido espiritualmente y continuarían madurando en la medida en que siguiesen prestando cuidadosa atención a los mensajes de los profetas, a los que se alude como “el testimonio acerca de Cristo”. Como notamos en la página 3 de esta obra, “el testimonio de Jesucristo” (Apoc. 12:17) es el “espíritu de la profecía” (Apoc. 19:10).

Además, Pablo declaró que a la iglesia no le faltaría “ningún don, esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor. 1:7). Puede ser significativo que Pablo escogió el “don de profecía” cuando subrayó el hecho de que a la iglesia no le faltaría ninguno de los dones hasta que Jesús regresase. Probablemente ningún don se necesitaría más en el tiempo del fin que el don de profecía.

Más adelante, en la misma carta, Pablo explicó en detalle de qué modo los dones funcionarían en la tarea de la iglesia (1 Cor. 12). Aunque cada don tendría su propia función especial, todos los dones estarían al servicio del propósito común de ayudar a los hombres y mujeres a “crecer” espiritualmente.

Claramente, los dones del Espíritu son “dados” por el Espíritu (1 Cor. 12:7). No son habilidades obtenidas por entrenamiento o un honor conferido por los seres humanos. El “fruto del Espíritu” (Gál. 5:22) debe ser buscado por todos, pero los “dones del Espíritu” son distribuidos “a cada uno en particular como él quiere” (1 Cor. 12:11). Si uno posee un don particular, esto no debe convertirse en una prueba de fraternidad cristiana, porque nadie tiene todos los dones.

En la instrucción apostólica se da por sentada la permanencia de estos dones espirituales, especialmente el don de profecía. Recordando el consejo de Cristo de que se levantarían “falsos profetas” en el tiempo del fin (Mat. 24:24), Pablo advirtió: “No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tes. 5:19-21). El bienestar de los miembros de iglesia que aguardan el advenimiento dependerá de cómo acepten el consejo de los verdaderos profetas, especialmente para ser capaces de discernir la diferencia entre lo falso y lo verdadero.

 Desde los tiempos apostólicos

En el último capítulo notamos que los escritores del Nuevo Testamento esperaban que el don profético continuase hasta el segundo advenimiento. También vimos que el don profético será especialmente prominente en el tiempo del fin (Apoc. 12:17; 19:10). Pero, ¿por qué el aparente silencio, la ausencia de la voz profética, poco después de la muerte del apóstol Juan?

Los historiadores están divididos respecto a la presencia profética durante los últimos 2.000 años. Generalmente hablando, la mayoría de los escritores creen que la iluminación profética terminó poco después del siglo II d.C. Paul K. Jewett escribió: “Con la muerte de los apóstoles, quienes no tuvieron sucesores, aquellos que tenían el don de profecía también desaparecieron gradualmente, de modo que desde el siglo III en adelante, de la tríada original de apóstoles, profetas y maestros, permanecieron solamente los maestros… Con el surgimiento del montanismo en el siglo II, que sostenía nuevas ideas proféticas que no correspondían con la tradición recibida de los apóstoles, la iglesia comenzó a distinguir la diferencia entre dichas profecías y las verdaderas profecías contenidas en la Escritura. Desde esta época en adelante, el don profético aparece aquí y allá, pero progresivamente da paso a la enseñanza. Por el tiempo de Hipólito (235) y Orígenes (250), la palabra ‘profecía’ se limita a las porciones proféticas de la Escritura. En lugar del profeta uno encuentra al maestro, específicamente al catequista y al apologista, quienes se oponen a toda doctrina falsa y procuran corroborar su exposición de la verdadera doctrina apelando a la palabra autorizada de la Escritura”.27

 Justino Mártir, un filósofo pagano bien educado del siglo II, se unió a los cristianos después de estudiar la vida de Jesús. Una de sus defensas y apelaciones a sus amigos no cristianos, se la conoce actualmente como Diálogo con Trifón, un judío. En este extenso intercambio se incluye esta referencia a los dones espirituales, especialmente el don de profecía:

“Diariamente algunos (de vosotros) os estáis convirtiendo en discípulos en el nombre de Cristo, y renunciando a la senda del error; y también estáis recibiendo dones, cada uno según es digno, iluminado a través del nombre de este Cristo. Porque uno recibe el espíritu de entendimiento, otro de consejo, otro de fortaleza, otro de sanidad, otro de presciencia, otro de enseñanza, y otro del temor de Dios.

 “A esto Trifón me dijo: ‘Quisiera que supieses que estás fuera de ti mismo, expresando esas opiniones’.

“Y yo le dije: ‘Escucha, oh amigo, porque yo no estoy loco o fuera de mí mismo; sino que fue profetizado que, después de la ascensión de Cristo al cielo, él nos liberaría del error y nos daría dones’. Las palabras son estas: ‘Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres’. En consecuencia, nosotros que hemos recibido dones de Cristo, quien ha ascendido a lo alto, probamos por las palabras de la profecía que vosotros, ‘los sabios según vosotros mismos, y los hombres de entendimiento ante vuestros propios ojos’, sois insensatos, y honráis a Dios y a su Cristo sólo de labios. Pero nosotros, que estamos instruidos en toda la verdad, los honramos tanto en las acciones como en el conocimiento, y en el corazón, y aun en la muerte”.28

Más adelante en el diálogo, Justino Mártir continúa: “Porque los dones proféticos permanecen con nosotros, aun hasta el tiempo presente. Y por eso vosotros debéis comprender que (los dones) que antiguamente estaban entre vuestra nación, han sido transferidos a nosotros. Y así como hubo falsos profetas contemporáneos con vuestros santos profetas, así también ahora hay muchos falsos maestros entre nosotros, de quienes nuestro Señor nos previno que estuviéramos alerta; de modo que en ningún respecto somos deficientes, puesto que sabemos que él supo de antemano todo lo que nos ocurriría después de su resurrección de la muerte y ascensión al cielo”.29

 Después de reexaminar con Trifón el hecho de que después de Cristo “ningún profeta ha surgido entre vosotros” (esto es, en la nación judía), Justino Mártir explica la razón. Los dones espirituales serían dados nuevamente “por la gracia del poder de su Espíritu… a aquellos que creyesen en él, como él considere que cada hombre es digno de ello… Ahora, es posible ver entre nosotros hombres y mujeres que poseen dones del Espíritu de Dios”.30

Todos los apóstoles habían muerto. Cristo se encontraba en el cielo. El Espíritu Santo estaba haciendo su obra prometida de dar “dones” a los seres humanos, siempre y cuando lo considerase sabio para la proclamación del Evangelio. Eusebio, obispo de la iglesia en Cesarea (Palestina), es reconocido como una fuente excelente de la historia cristiana en los siglos II y III de nuestra era. En su Historia eclesiástica registra los nombres de una cantidad de dirigentes cristianos quienes, dice él, fueron dotados con dones espirituales, incluyendo el don de profecía. Concluyó así: “Como sabemos de muchos hermanos en la Iglesia que alcanzaron el don de profecía, y en virtud del Espíritu (Santo) hablan en todo género de lenguas y, para utilidad de los hombres, descubren cosas ocultas y exponen los arcanos misterios de Dios”.31

 ¿Hubo algunos factores que se estaban desarrollando en la iglesia cristiana y que pueden ayudar a explicar por qué el “don de profecía” dejó de ser un factor prominente? Notamos antes que la enseñanza tomó el lugar de la profecía, ¿pero por qué?

La enseñanza reemplazó a la profecía

Pueden ofrecerse por lo menos dos respuestas razonables:

 (1 ) Los excesos de los montanistas en la última mitad del siglo II d.C., quienes comenzaron bien recriminando a las iglesias por su negligencia y falta de celo, pero que se “desenfrenaron” en sus interpretaciones proféticas. “Pronto los profetas cristianos dejaron de existir como una clase separada en la organización de la iglesia”.32

(2) El surgimiento del sacerdotalismo (el surgimiento del sacerdocio como los principales mediadores entre Dios y la raza humana) y la institucionalización de los “santos” canonizados suplantaron la voz del profeta como un elemento visible en la vida de la iglesia.33

Pero, aunque la iglesia institucional se deslizó en la edad del oscurantismo, los dones espirituales estuvieron presentes doquiera el Evangelio se proclamaba fielmente. No cesaron por completo. Una de las razones por la que sabemos tan poco sobre este período relativamente silencioso respecto al don de profecía, puede ser simplemente porque los escritores en la iglesia institucionalizada rechazaron los dones espirituales y persiguieron a sus recipientes. Pero el registro de ese largo período existe: “La historia del pueblo de Dios durante los siglos de oscuridad que siguieron a la supremacía de Roma, está escrita en el cielo, aunque ocupa escaso lugar en las crónicas de la humanidad”.34

Referencias:

1. Para una reseña más extensa de los profetas y profetisas desde los tiempos patriarcales hasta los del Nuevo Testamento, ver A. G. Daniells, El permanente don de profecía (Florida, Buenos Aires: Casa Editora Sudamericana, 1943), pp. 39-189.

2. Ver también Isa. 30:21; Mat. 10:19-20.

3. Ver también Gén. 19:15; Juec. 6:11-14; Sal. 34:7; Mat. 1:18- 25.

 4. Ver también Hech. 14:17 y Sal. 19:1-2.

 5. Ver Exo. 28:30; Lev. 8:8; Núm. 27:21; 1 Sam. 22:10; 28:6.

6. Nótese la diferencia entre los deberes del sacerdote y el profeta: “El sacerdote se ocupaba mayormente de la ceremonia y los ritos del santuario (que se centraban en la adoración pública), en la mediación para el perdón de los pecados, y en el mantenimiento ritual de las relaciones correctas entre Dios y su pueblo. El profeta era principalmente un maestro de justicia, de espiritualidad y de conducta ética, un reformador moral con mensajes de instrucción, consejo, amonestación y advertencia, y su obra a menudo incluía la predicción de eventos futuros”.—SiegfriedHorn, Diccionario Bíblico Adventista del Séptimo Día (DBASD), (Buenos Aires, Argentina: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1995), p. 947.

7. T. Housel Jemison, A Prophet Among You (Mountain View, CA: Pacific Press Publishing Association, 1955), pp. 24-28.

8. La expresión “visión extendida” está traducida de dos palabras hebreas, paras (“explotar”) y chazon (“visión”). En cuanto a la nación israelita, ninguna “palabra del Señor” estaba “surgiendo”. Este es el primer uso de chazon en el Antiguo Testamento. La palabra que se usa con más frecuencia para “visión” es mar’ah, mensajes de Dios ya sea en sueños o por encuentros personales. El significado original de chazon es “percibir con visión interior”, en tanto que mar’ah se deriva de una raíz que significa “ver visualmente”.

9. Testimonies, t. 4, p. 353.

10. Comparando las diversas cartas de Pablo, notamos una diferencia sustancial en estilo literario. Por ejemplo, las cartas pastorales (1 y 2 Timoteo y Tito) usan un vocabulario considerablemente diferente del de las otras cartas de Pablo. Hay 902 palabras diferentes usadas en las cartas pastorales; de éstas, 206 no aparecen en las otras cartas paulinas. De las 112 partículas intraducibles (enclíticas) en las otras cartas paulinas, ni una se encuentra en las epístolas pastorales. Ver William Barclay, The Letters to Timothy, Titus, and Philemon (Philadelphia: The Westminster Press, 1975, ediciónrevisada), pp. 8-9.

11. “Ya él [Silvano} corrigió y pulió el griego necesariamente inadecuado de Pedro, o, puesto que Silvano era un hombre de tal eminencia, bien puede haber sido que Pedro le dijo lo que quería que fuese dicho, y lo dejó que lo dijera, y luego aprobó el resultado, y añadió a ello los últimos párrafos personales… Cuando Pedro dice que Silvano fue su instrumento o agente en la escritura de esta carta, nos da la solución a la excelencia del griego. El pensamiento es el pensamiento de Pedro; pero el estilo es el estilo de Silvano”.—William Barclay, TheLetters of James and Peter (Philadelphia: The Westminster Press, edición revisada, 1976), p. 144.

 12. En una ocasión cuando Elena de White estaba enferma, ella bosquejó sus pensamientos a Marion Davis, quien luego los escribió en una carta a Uriah Smith y George Tenney. La Sra. White firmó la carta (Carta 96, 8 de junio, 1896). Ver 1888 Materials, p. 1574, y Mensajes selectos, t. 1, pp. 297- 298.

13. “The Ups and Downs of Higher Criticism”, Christianity Today, 10 de octubre, 1980, p. 34. El argumento de McRae no describe cómo Elena de White escribía. Ver pp. 108-121.

14. “No es difícil explicar las diferencias lingüísticas y literarias que existen entre el Apocalipsis, escrito probablemente cuando Juan estaba solo en Patmos, y el Evangelio, escrito con la ayuda de uno o más de los creyentes en Efeso”.—CBASD, t. 7, p. 738.

15. Ver George E. Rice, Luke, a Plagiarist? (Mountain View, CA: Pacific Press Publishing Association, 1983).

16. “La Biblia está escrita por hombres inspirados, pero no es la forma del pensamiento y de la expresión de Dios. Es la forma de la humanidad. Dios no está representado como escritor. Con frecuencia los hombres dicen que cierta expresión no parece de Dios. Pero Dios no se ha puesto a sí mismo a prueba en la Biblia por medio de palabras, de lógica, de retórica. Los escritores de la Biblia eran los escribientes de Dios, no su pluma. Considerad a los diferentes escritores. “No son las palabras de la Biblia las inspiradas, sino los hombres son los que fueron inspirados. La inspiración no obra en las palabras del hombre ni en sus expresiones, sino en el hombre mismo, que está imbuido con pensamientos bajo la influencia del Espíritu Santo. Pero las palabras reciben la impresión de la mente individual. La mente divina es difundida. La mente y voluntad divinas se combinan con la mente y voluntad humanas. De ese modo, las declaraciones del hombre son la palabra de Dios”.—Mensajes selectos, t. 1, p. 24. En otras palabras, Dios inspira a los profetas, no las palabras. Compare el compendio que Mateo hace del Sermón del Monte (Mat. 5-7) con la ulterior condensación de Lucas en Lucas 6.

17. Ver Raoul Dederen, “The Revelation-inspiration Phenomenon According to the Bible Writers”, Frank Holbrook y Leo Van Dolson, Issues in Revelation and Inspiration (Berrien Springs, MI: Adventist Theological Society Publications, 1992), pp. 9-29.

18. Juan 14:26; Juan 16:13; 1 Juan 3:24; 4:6, 13; 5:6.

19. “Y hay también muchas otras cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir” (Juan 21:25).

20. Ver Jemison, A Prophet Among You, p. 73. “No a todos los profetas se les dio la misma misión, ni hicieron el mismo tipo de trabajo, pero todos hablaron en nombre de Dios; todos comunicaron mensajes inspirados por el Cielo. Algunos profetas expusieron normas divinas para la conducta humana, otros revelaron los propósitos de Dios para individuos y naciones, otros protestaron contra los males prevalecientes, otros instaron a la gente a la fidelidad, otros fortalecieron y guiaron a gobernantes nacionales, otros dirigieron construcciones y otros tipos de actividades, otros sirvieron como maestros. En el curso de su obra, algunos realizaron milagros, otros escribieron libros. En cada caso, los verdaderos profetas sirvieron como portavoces de Dios a un núcleo de personas; no fueron instruidos por Dios a un nivel meramente personal o familiar”.—Kenneth H. Wood, “TowardanUnderstanding of theProphetic Office”.—Journal of theAdventistTheologicalSociety primavera, 1991, p. 24.

 21. Lucas nota las cuatro hijas de Felipe “que profetizaban” (Hech. 21:9).

22. El Deseado de todas las gentes, p. 24. 23. Ibíd.

24. Aunque las designaciones de tiempo, B.C.E. (BeforetheCommon Era [Antes de la Era Común]) y C.E. son ahora populares, en todo este libro se emplean a.C. y d.C. debido a la larga historia de su uso.

25. Vertambién Jaroslav Pelikan, Jesus Through the Centuries (New Haven, CT: Yale University Press, 1985), pp. 14-17.

26. “Todo el ministerio público de nuestro Señor fue el de un profeta. El fue mucho más que esto. Pero fue como un profeta que actuó y habló. Fue esto lo que le dio su poder sobre la mente de la nación. Entró, como si fuera naturalmente, a un oficio vacante pero ya existente. Sus discursos fueron todos, en el más elevado sentido de la palabra, ‘profecías’ ”. —Dean Arthur P. Stanley, History of theJewishChurch, t. III (New York: Charles Scribner’sSons, 1880), p. 379.

27. Artículosobre “Prophecy” en The New International Dictionary of the Christian Church, J.D. Douglas, editor general (Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing House, 1974), pp. 806-807.

28. The Ante-Nicene Fathers (Grand Rapids, MI: William B. Eerdmans Publishing Company, 1981), t. I, cap. 39, p. 214.

29. Id., cap. 82, p. 240.

30. Id., caps. 87 y 78, p. 243.

31. Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, traducida por Luis M. de Cádiz (Buenos Aires: Editorial Nova, 1950), Libro V, cap. 7, p. 240.

32. Artículo, “Prophet”, en EncyclopaediaBritannica, 14.a ed., t. XVIII.

33. Artículo, “Prophet”, en EncyclopaediaBritannica, 11.a ed., t. XXII. Artículo, “Prophecy”, en The Westminster Dictionary of Christian Theology, editadopor Alan Richardson y John Bowden (Philadelphia: The Westminster Press, 1983), p. 474.

34. El Conflicto de los Siglos, p. 66.


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