omentario Leccion EGW 11 Julio – Septiembre 2012
III Trimestre de 2012
1 y 2 de Tesalonicenses
Notas de Elena G. de White
Lección 11
15 de Septiembre de 2012
Promesas a los perseguidos
Tesalonicenses 1:1-12
Sábado 8 de septiembre
“Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Efesios 1:2).
“Gracia… a vosotros”. Todo lo debemos a la gratuita gracia de Dios. En el pacto, la gracia ordenó nuestra adopción. En el Salvador, la gracia efectuó nuestra redención, nuestra regeneración y nuestra exaltación a la posición de herederos con Cristo. No porque primero lo amáramos a él, Dios nos amó a nosotros sino que “cuando aun éramos débiles” Cristo murió por nosotros e hizo así una abundante provisión para nuestra redención. Aunque por nuestra desobediencia merecíamos el desagrado y la condenación de Dios, sin embargo no nos ha abandonado dejándonos luchar con el poder del enemigo. Ángeles celestiales riñen nuestras batallas por nosotros, y si cooperamos con ellos podemos ser victoriosos sobre los poderes del mal.
Si no hubiéramos caído, nunca hubiéramos aprendido el significado de esta palabra “gracia”. Dios ama a los ángeles que no pecaron, que realizan su servicio y son obedientes a todas sus órdenes, pero no les proporciona gracia a ellos. Esos seres celestiales no saben nada de la gracia; nunca la han necesitado, pues nunca han pecado. La gracia es un atributo de Dios manifestado a seres humanos indignos. Por nosotros mismos no la buscamos, sino que fue enviada en nuestra búsqueda. Dios se regocija en conferir su gracia en todos los que la anhelan, no porque son dignos, sino porque son completamente indignos. Nuestra necesidad es la característica que nos da la seguridad de que recibiremos este don. (En lugares celestiales, p. 34).
Si queréis avanzar hacia el cielo, el mundo será duro con vosotros… Se interpondrán las autoridades terrenales. Enfrentaréis tribulaciones, heridas morales, palabras duras, ridículo y persecuciones. Los hombres requerirán vuestra conformidad a las leyes y costumbres que os harían desleales a Dios. Aquí es donde el pueblo de Dios hallará la cruz en el camino de la vida… Si los requerimientos de Dios tienen validez para vosotros debéis obedecerlos todos, porque si no lo hacéis así, en el fin se os encontrará con los rebeldes. (En lugares celestiales, p. 151).
Domingo 9 de septiembre:
Nuevos saludos (2 Tesalonicenses 1:1, 2)
El pecado ha destruido nuestra paz. Mientras el yo no sea subyugado, no podemos encontrar descanso. Ningún poder humano puede regir las dominantes pasiones del corazón. En esto somos tan impotentes como lo fueron los discípulos para dominar la rugiente tempestad. Pero Aquel que apaciguó las olas de Galilea ha pronunciado las palabras que proporcionan paz a cada alma. No importa cuán fiera sea la tempestad, los que se vuelven a Jesús clamando “Señor, sálvanos”, hallarán liberación. La gracia de Jesús, que reconcilia el alma con Dios, aquieta la contienda de la pasión humana y en su amor halla descanso el corazón… “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). “El efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre” (Isaías 32:17).
Todo el que consiente en renunciar al pecado y abre su corazón al amor de Cristo, se hace participante de esta paz celestial. No hay otro fundamento para la paz fuera de éste. La gracia de Cristo, recibida en el corazón, subyuga la enemistad; apacigua la lucha y llena el alma de amor. El que está en paz con Dios y su prójimo no puede ser desdichado. La envidia no estará en su corazón; no encuentran lugar allí las malas conjeturas; no puede existir el odio. El corazón que está en armonía con Dios es participante de la paz del cielo y difundirá por doquiera su bendita influencia. El espíritu de paz actuará como rocío sobre los corazones cansados y turbados con las contiendas mundanales.
Los seguidores de Cristo son enviados al mundo con el mensaje de paz. Quienquiera que, mediante la influencia silenciosa e involuntaria de una vida piadosa, dé a conocer el amor de Cristo; quienquiera que, por medio de sus palabras o de sus obras, lleve a otro a abandonar el pecado y a entregar su corazón a Dios, es un pacificador.
“Bienaventurados los pacificadores”… El espíritu de paz es evidencia de su relación con el cielo. El suave aroma de Cristo los rodea. La fragancia de la vida y la belleza del carácter muestran al mundo que son hijos de Dios. Los hombres advierten que ellos han estado con Jesús. (En lugares celestiales, p. 35).
La reserva de la gracia de Dios está esperando la demanda de cada alma enferma de pecado. Curará toda enfermedad espiritual. Mediante ella, los corazones pueden ser limpiados de toda contaminación. Es el remedio evangélico para todo el que cree.
Podemos hacer progresos diarios en la senda ascendente que conduce a la santidad y sin embargo encontraremos todavía mayores alturas que alcanzar; pero cada esfuerzo de los músculos espirituales, cada cansancio del corazón y el cerebro ponen en evidencia la abundancia de la reserva de la gracia esencial para que avancemos. (En lugares celestiales, p. 34).
Se ha dispuesto gracia abundante para que el alma creyente pueda ser preservada del pecado, pues todo el cielo, con sus recursos ilimitados, ha sido colocado a nuestra disposición. Hemos de extraer del pozo de la salvación…
Cuanto más contemplemos estas riquezas, tanto más nos posesionaremos de ellas, y revelaremos los méritos del sacrificio de Cristo, la protección de su justicia, su amor inefable, la plenitud de su sabiduría, y su poder para presentarnos delante del Padre sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante. (La maravillosa gracia de Dios, p. 181).
Lunes 10 de septiembre:
Agradecimiento de Pablo (2 Tesalonicenses 1:3, 4)
“Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe va creciendo, y el amor de todos y cada uno de vosotros abunda para con los demás” (2 Tesalonicenses 1:3).
Para aquellos que creen en la verdad, es de positiva necesidad efectuar continuos progresos, creciendo en toda la estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús. No hay tiempo para reincidir en los errores ni para la indiferencia. Cada cual debe tener una experiencia viva en las cosas de Dios. Tengan raíces en Uds. mismos. Fúndense sobre la fe, de modo que habiendo hecho todo, puedan permanecer con confianza inconmovible en Dios, en el tiempo que probará la obra y el carácter de cada hombre. Ejerciten sus facultades en las cosas espirituales, hasta que puedan apreciar las cosas profundas de la Palabra de Dios, y avanzar de fortaleza en fortaleza.
Hay miles que dicen tener la luz de la verdad y que no progresan. No tienen una experiencia viva, a pesar de haber poseído todas las ventajas… La Palabra de Dios ofrece libertad espiritual e instrucción a aquellos que buscan sinceramente. Los que aceptan las promesas de Dios y actúan confiando en ellas con fe viva, tendrán la luz del cielo en sus vidas. Beberán de la fuente de vida, y guiarán a otros a las aguas que han refrescado sus propias almas. (Hijos e hijas de Dios, p. 334).
Las pruebas y tentaciones pueden venir, pero el hijo de Dios, sea ministro o laico, sabe que Jesús es su ayudador. Aunque seamos débiles en nosotros mismos, todas las fuerzas del cielo están a las órdenes del creyente hijo de Dios, y todas las huestes del infierno no pueden obligarlo a dejar el camino correcto, si se aferra a Dios con una fe viviente. La tentación no es pecado; el pecado es ceder a la tentación. “Hermanos míos —dice Santiago— tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Santiago 1:2-4). Dios permite que enfrentemos ciertas circunstancias para perfeccionar nuestro amor y nuestra confianza en él. Al sufrir con Cristo crecemos en gracia y en el conocimiento de la verdad. Las pruebas vendrán, pero son una evidencia de que somos hijos de Dios. Pablo pasó por grandes pruebas, pero no se desesperó como si su Padre celestial estuviera muerto. Se gozaba en la tribulación, porque al participar de los sufrimientos de Cristo, se asemejaba a él. Permitamos que este héroe de la fe hable por sí mismo: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:10). (Review and Herald, 20 de mayo, 1884).
Martes 11 de septiembre:
El sufrimiento como señal del fin (2 Tesalonicenses 1:5, 6)
Cristo pronunció sus bendiciones desde el monte de las bienaventuranzas como si hubiese estado cubierto por una nube de brillo celestial… De esa manera públicamente describió los atributos de los que habían de compartir las recompensas eternas. Destacó en forma particular a los que sufrirían persecuciones por causa de su nombre. Serían ricamente bendecidos convirtiéndose en herederos de Dios y coherederos con Jesucristo. Grande sería su recompensa en el cielo (Comentario bíblico adventista, tomo 5, pp. 1059, 1060).
En todas las edades, Satanás persiguió a los hijos de Dios. Los atormentó y ocasionó su muerte; pero al morir alcanzaron la victoria. En su fe constante se reveló Uno que es más poderoso que Satanás. Este podía torturar y matar el cuerpo, pero no podía tocar la vida escondida con Cristo en Dios. Podía encarcelar, pero no podía aherrojar el espíritu. Más allá de la lobreguez, podían ver la gloria y decir: “Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”. “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”.
Por las pruebas y persecuciones se revela la gloria o carácter de Dios en sus elegidos. La iglesia de Dios, perseguida y aborrecida por el mundo, se educa y se disciplina en la escuela de Cristo. En la tierra, sus miembros transitan por sendas estrechas y se purifican en el homo de la aflicción. Siguen a Cristo a través de conflictos penosos; se niegan a sí mismos y sufren ásperas desilusiones; pero los dolores que experimentan les enseñan la culpabilidad y la desgracia del pecado, al que miran con aborrecimiento.
Siendo participantes de los padecimientos de Cristo, están destinados a compartir también su gloria (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 29, 30).
Pronto llegará el momento cuando el Señor diga: “Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tras ti tus puertas; escóndete un poquito, por un momento, en tanto que pasa la indignación. Porque he aquí que Jehová sale de su lugar para castigar al morador de la tierra por su maldad contra él; y la tierra descubrirá la sangre derramada sobre ella, y no encubrirá ya más a sus muertos” (Isaías 26:20, 21).
Los que aman al Señor no necesitan sorprenderse si los que pretenden ser cristianos se llenan de odio porque no pueden doblegar la conciencia del pueblo de Dios. Dentro de poco comparecerán delante del Juez de toda la tierra para dar cuenta del dolor que han causado a los cuerpos y almas de la heredad de Dios. Ahora pueden hacer falsas acusaciones, escarnecer a los que Dios ha llamado a su obra, pueden ponerlos en prisión, aislarlos o castigarlos hasta la muerte. Pero tendrán que responder y recibir el castigo por cada angustia, por cada lágrima derramada, por cada gota de sangre que produjo la tortura. Por sus pecados recibirán el doble del castigo, porque han bebido de la sangre de los santos y se han embriagado con la sangre de los mártires de Jesús (Review and Herald, 28 de diciembre, 1897).
Miércoles 12 de septiembre:
Fuego y destrucción (2 Tesalonicenses 1:7-9)
Dios es paciente, no quiere que ninguno perezca; pero su paciencia tiene un límite, y cuando se pasa ese límite no hay un segundo tiempo de gracia. Su ira saldrá y destruirá sin remedio.
Cuando los que tienen autoridad oprimen y despojan a sus prójimos y no hay ningún tribunal terreno que haga justicia, Dios se interpone en favor de los que no pueden defenderse a sí mismos. El castigará cada acto de opresión. No hay sabiduría humana que pueda amparar a los pecadores de los castigos del cielo. Y cuando los hombres ponen su confianza en los poderes terrenales en vez de su Hacedor, cuando se infatúan y enorgullecen, a su debido tiempo Dios hará que sean menospreciados (Comentario bíblico adventista, tomo 7. pp. 957, 958).
La providencia misteriosa que permite que los justos sufran persecución por parte de los malvados, ha sido causa de gran perplejidad para muchos que son débiles en la fe. Hasta los hay que se sienten tentados a abandonar su confianza en Dios porque él permite que los hombres más viles prosperen, mientras que los mejores y los más puros sean afligidos y atormentados por el cruel poderío de aquéllos. ¿Cómo es posible, dicen ellos, que Uno que es todo justicia y misericordia y cuyo poder es infinito tolere tanta injusticia y opresión? Es una cuestión que no nos incumbe. Dios nos ha dado suficientes evidencias de su amor, y no debemos dudar de su bondad porque no entendamos los actos de su providencia. Previendo las dudas que asaltarían a sus discípulos en días de pruebas y obscuridad, el Salvador les dijo: “Acordaos de la palabra que yo os he dicho: No es el siervo mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros perseguirán” (Juan 15:20). Jesús sufrió por nosotros más de lo que cualquiera de sus discípulos pueda sufrir al ser víctima de la crueldad de los malvados.
Los que son llamados a sufrir la tortura y el martirio, no hacen más que seguir las huellas del amado Hijo de Dios. “El Señor no tarda su promesa” (2 Pedro 3:9). Él no se olvida de sus hijos ni los abandona, pero permite a los malvados que pongan de manifiesto su verdadero carácter para que ninguno de los que quieran hacer la voluntad de Dios sea engañado con respecto a ellos. Además, los rectos pasan por el horno de la aflicción para ser purificados y para que por su ejemplo otros queden convencidos de que la fe y la santidad son realidades, y finalmente para que su conducta intachable condene a los impíos y a los incrédulos.
Dios permite que los malvados prosperen y manifiesten su enemistad contra él, para que cuando hayan llenado la medida de su iniquidad, todos puedan ver la justicia y la misericordia de Dios en la completa destrucción de aquéllos. Pronto llega el día de la venganza del Señor, cuando todos los que hayan transgredido su ley y oprimido a su pueblo recibirán la justa recompensa de sus actos; cuando todo acto de crueldad o de injusticia contra los fieles de Dios será castigado como si hubiera sido hecho contra Cristo mismo (El conflicto de los siglos, pp. 51, 52).
Jueves 13 de septiembre:
Glorificar a Cristo (2 Tesalonicenses 1:10–12)
“Para que el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él por la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:12).
Nuestro deber es que seamos muy celosos de la gloria de Dios y no demos a entender, por lo sombrío de nuestro semblante o por palabras inconvenientes, que los requerimientos de Dios constituyen una restricción de nuestra libertad. El ser entero tiene el privilegio de presentar un decidido testimonio en cada aspecto: en los gestos, en el temperamento, en las palabras, en el carácter, de que el servicio del Señor es bueno.
Dios ama al pueblo que guarda sus mandamientos, porque mediante su obediencia honra su santo nombre, testificando de su amor por él… Nuestra fe y la intensidad de nuestro celo debieran estar en proporción a la gran luz que brilla sobre nuestra senda. La fe, la fe humilde y confiada en Dios, en nuestros hogares, en nuestro vecindario y en nuestras iglesias se revelará a sí misma. La obra del Espíritu Santo no será, no podrá ser estorbada. Dios se complace en revelarse a su pueblo como un Padre, como un Dios en quien puede confiar implícitamente. (En lugares celestiales, p. 326).
“El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:14).
Con estas palabras Cristo declara la obra culminante del Espíritu Santo. El Espíritu glorifica a Cristo convirtiéndolo en el supremo objeto de estima, y el Salvador llega a ser la delicia y el regocijo del elemento humano en cuyo corazón se obra esa transformación…
El arrepentimiento frente a Dios y la fe en Jesucristo son los frutos del poder renovador de la gracia del Espíritu. El arrepentimiento representa el proceso por medio del cual el alma trata de reflejar la imagen de Cristo ante el mundo.
Cristo les da el aliento de su propio espíritu, la vida de su propia vida. El Espíritu Santo despliega sus más altas energías para obrar en el corazón y la mente. La gracia de Dios amplía y multiplica sus facultades, y toda perfección de la naturaleza divina los auxilia en la obra de salvar almas. Por la cooperación con Cristo, son completos en él, y en su debilidad humana son habilitados para hacer las obras de la Omnipotencia.
La obra de la vida de un cristiano debería ser vestirse de Cristo y asemejarse más perfectamente a él. Los hijos de Dios deben progresar en su obra de asemejarse a Cristo, nuestro modelo. Deben contemplar diariamente su gloria e incomparable excelencia.
¡Ah, si el bautismo del Espíritu Santo descendiera sobre vosotros, para que fuerais impregnados del Espíritu de Dios! Entonces, día tras día os iríais asemejando cada vez más a la imagen de Cristo, y cada acción de vuestra vida encerraría la pregunta: “¿Glorificará esto al Maestro?” Haciendo el bien paciente y constantemente, buscaréis la gloria y el honor, y recibiréis el don de la inmortalidad. (Dios nos cuida, p. 43).
Nuestro Salvador no requiere lo imposible de ninguna alma. No espera nada de sus discípulos para lo cual no esté dispuesto a darles gracia y fortaleza a fin de que puedan realizarlo. No les pediría que fueran perfectos, si junto con su orden no les concediera toda perfección de gracia a aquellos sobre los que confiere un privilegio tan elevado y santo…
Nuestra obra es esforzarnos para alcanzar, en nuestra esfera de acción, la perfección que Cristo en su vida terrenal alcanzó en cada aspecto del carácter. Él es nuestro ejemplo. En todas las cosas, hemos de esforzamos para honrar a Dios en carácter… Debemos depender completamente del poder que ha prometido darnos.
Jesús no reveló cualidades ni ejerció facultades que los hombres no pudieran tener por la fe en él. Su perfecta humanidad es lo que todos sus seguidores pueden poseer si quieren vivir sometidos a Dios como él vivió.
Nuestro Salvador es un Salvador para la perfección del hombre en su totalidad. No es Dios solo de una parte del ser. La gracia de Cristo obra para disciplinar toda la textura humana. Él la hizo toda. Él lo ha redimido todo. Ha hecho participante de la naturaleza divina a la mente, la energía, el cuerpo y el alma, y todos son su posesión adquirida. Hay que servirle con toda la mente, el corazón, el alma y las fuerzas (La maravillosa gracia de Dios, p. 230).
0 comentarios