El precio de la paz

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El precio de la paz


E

l sabio continúa hablando ahora acerca del extraño hecho de que, frecuentemente, aquellos que se preocupan más acerca de la religión están en conflicto con la gente. Podemos tener una vida religiosa rica y saber mucho de Teología, e incluso dar cuantioso dinero a la iglesia y sin embargo, siempre causamos conflictos con otros. El sabio de Proverbios dice que mejor que hacer “banquete” (17:1, NVI) donde hay discordia es el apetito de un miembro de iglesia sencillo, que vive en paz con sus prójimos (17:1).
Después de haber enfatizado la importancia de la soberanía de Dios y haber instado a su hijo a hacer de Dios una prioridad, Salomón entonces le advierte en contra de los peligros de la guerra. Porque las cruzadas y los jihad a menudo van estrechamente ligados con el celo por Dios. Después de una lección acerca de Dios, necesitamos entrenarnos en la administración de conflictos. Esta construcción de la paz no es fácil, pues esta no significa entrar en componendas sino, como implica la palabra hebrea para “paz” (shalom), demanda integridad. No podemos edificar una paz superficial. Primero, necesitamos trabajar en nuestros corazones para captar el problema de raíz. Luego, necesitamos movernos fuera de nosotros mismos y vivir con las otras personas. Ser santo estando en soledad no cuenta: tenemos que ser santos en la compañía de otros.
El sabio de Proverbios no promueve una vida monástica; para él, la santidad excluye la separación. Entonces tendremos que escucharnos unos a otros. El silencio del santo no es el silencio del desierto, donde no hay ningún otro ser humano, sino el silencio dentro de la comunidad, donde el otro está presente y habla en voz alta. El silencio lleva consigo el riesgo de transmitir las palabras que nos sacudirán. La paz se logrará a este precio.
LA RAÍZ DEL PROBLEMA
El primer requisito para la construcción de una paz genuina se relaciona con nuestras motivaciones: quiénes somos realmente. No es suficiente con ser hermanos y hermanas. Lo que importa es el corazón. Por ejemplo, un esclavo sabio podría ser más digno de herencia que un “hijo que deshonra” (17:2). El verdadero valor de un ser humano no debe ser medido por la calidad de su reloj, el tamaño de su casa, la señal de nobleza agregada a su nombre o por las grandes universidades a las que concurrió, sino por su corazón. Esta es la escala de valores por la cual Samuel debía elegir el rey correcto para Israel: “Porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Sam. 16:7). Este es el punto que presenta Proverbios: “Jehová prueba los corazones” (17:3b). El proceso sugerido por el verbo hebreo bkn, “probar”, implica una búsqueda completa (Salmo 139:23), como la que se utiliza en la industria metalúrgica (17:3a). No hay lugar aquí para mentiras e hipocresía.
Del lado opuesto están aquellos que evalúan solo lo que ven, la apariencia inmediata y el placer presente. Menosprecian a los pobres (17:5a) y se burlan de la calamidad que los afecta (17:5b), porque creen que la pobreza es evidencia de su propia superioridad sobre ellos. Su indiferencia y su falta de sensibilidad enoja a Dios, quien se asocia con los pobres (17:5a). Se detienen sobre el pecado de los pobres (17:9a) porque justifica su desprecio y establece su propia justicia. Esta actitud también quiebra la armonía social (17:9b; c/f 17:11). No podemos ya retroceder.
Este necio no se da cuenta del daño que hace su calumnia y el peligro que representa. El sabio lo compara con “una osa a la cual han robado sus cachorros” (17:12). No podemos razonar con una osa que ha perdido toda su lucidez y discernimiento; devolverá mal por bien (17:13), y habrá llegado a ser peligrosa. El sabio concluye que la única solución al problema es la prevención. “Deja, pues, la contienda, antes que se enrede” (17:14).
Note que el consejo no es detener la contienda en su comienzo, sino antes de que siquiera comience. El sabio no recurre a la contingencia de los políticos; se refiere, en cambio, al principio espiritual. El sabio había mencionado el “amor” como primera solución. Cubrir la falta no es encubrirla por temor a que su divulgación comprometa el futuro del cargo administrativo de esa persona. La expresión hebrea se corresponde con el lenguaje del perdón (Sal. 32:1). Cubrir es un acto de perdón; implica el reconocimiento del pecado y una reprensión inequívoca (17:10). Aquí, el amor va junto con la justicia.
Ahora, con el tema de la justicia, tenemos que asegurarnos de que no justifiquemos al impío y condenemos al inocente (17:15,26). La esencia de este principio es evitar concentrarse en la maldad: “El que ama la disputa, ama la transgresión” (17:19). Algunas personéis son rápidas para notar la transgresión de otros. La razón de esta actitud paradójica está dentro de ellos mismos: tienen una mente distorsionada, un corazón “perverso” (17:20). La única manera de producir una sociedad buena y saludable es trabajar sobre nuestro corazón. Si hay gozo en nuestro corazón traeremos salud y shalom tanto a nuestro cuerpo como a nuestra sociedad (17:22a).Si hay amargura en nuestro corazón, traeremos enfermedad a nuestro físico y conflicto al mundo (17:22b).
La solución de nuestro problema está muy cerca: “En el rostro del entendido aparece la sabiduría” (17:24a). Y aun con sabiduría existe la tentación de pensar que hay palabras mágicas para resolver el problema. El sabio nos advierte en contra de esta falacia. La mejor y única manera de prevenir la contienda y promover la paz es muy sencilla y enérgica: “¡Cállate!” El sabio explica que la expresión de sabiduría no es la calidad de nuestras palabras sino el ahorrar nuestras palabras (17:27a). El sabio nos insta a pensar antes de hablar y a controlar nuestra mente (17:27b). Aun si somos necios por naturaleza, recomienda el sabio, el silencio es la opción correcta porque, en ese caso, hará aparecer hasta al necio como una persona sabia (17:28).Aun si no sabemos qué decir, y especialmente si sabemos qué decir, el silencio continúa siendo la mejor fórmula.
SOLEDAD NO ES SANTIDAD
La idea del sabio de Proverbios no es el aislamiento en un monasterio o la soledad del desierto. Para ser santos, tenemos que vivir junto con otros. He aprendido esta lección temprano en mi vida. Un día, estaba sentado, quieto y comportándome bien, en el taller de encuadernación de mi padre. Él estaba perplejo por mi conducta perfecta. Me hizo una pregunta: “¿Cómo es que aquí eres un santo, y cuando estás en casa eres un demonio?”
La respuesta vino espontáneamente a mis labios: “En casa estoy con mis hermanos y hermanas” (éramos dos hermanos y dos hermanas).
Era la oportunidad perfecta para que mi padre me enseñara una lección acerca del significado de la santidad. El santo no es el que huye a un monte, sino el que vive bien con otros. El sabio de Proverbios revela, una vez más, la motivación secreta del corazón: “El que vive apartado, busca su capricho" (18:1a, BJ). La obtención de la santidad no es razón para buscar la soledad; la razón verdadera es el egoísmo. Nadie lo interrumpirá en sus deseos; nadie lo contradirá; ninguno lo molestará.
El sabio sugiere que la sabiduría obtenida en esas condiciones es sospechosa (18:1b). La persona que se separa de otros piensa que es superior que ellos. No está interesado en “la inteligencia” (18:2; “discernimiento”, NVI); por el contrario, se enoja por causa de las opiniones de otros, especialmente las opiniones sabias y rectas, porque se siente amenazado. Está interesado solo en su propio punto de vista (18:2b). El menosprecio es su segunda naturaleza (18:3a). Un proverbio anterior había anticipado el peligro representado por el hombre solitario: “el que abre su puerta, busca destrucción” (literalmente, nota 17:19b, NVI). El significado de este proverbio tiene diversas aplicaciones, incluyendo la alusión a la amenaza concreta de una posible invasión. Da la idea del delincuente que sospecha que hay un gran tesoro; entonces, forzará la casa para encontrarlo. En nuestro contexto de Proverbios, la lección nos advierte en contra del hombre solitario. Este hombre traerá destrucción. El pensamiento de esa persona se compara con “aguas profundas” (18:4a). Parecen “profundas” porque no se mueven; ninguna piedra perturba su superficie: esta agua no es saludable y no debe beberse. Por otro lado, la sabiduría es comparada con un “arroyo que rebosa” (18:4); no está quieta. Siempre es fresca, siempre es renovada por la lluvia del cielo o el agua en movimiento.
Por lo tanto, es importante ejercer buen juicio y aplicar discernimiento. La necedad de los impíos debe denunciarse como tal, y no ser considerada como sabiduría (18:5a). Inversamente, el punto de vista del sabio debería ser reconocido y promovido como tal (18:5b). En asuntos de sabiduría, la diplomacia no siempre es apropiada. No obstante, el sabio no confronta al necio; no entra a discutir con él para demostrar, a él y al mundo, que está equivocado. Otra vez, el silencio es su herramienta. Porque el necio que no ha probado la veracidad de sus palabras se revelará a sí mismo como necio, por sus propias palabras (18:6-8). Él mismo revelará su ignorancia.
Luego, establece varias pautas preciosas, con el fin de ayudar al buscador de la sabiduría, como opuestas a las acciones del necio. Primero, considera la sabiduría de otros; “escucha” antes de hablar y ofrecer su punto de vista (18:13).La otra persona puede estar en lo correcto y tú, equivocado. En ese caso, sugiere el sabio, en lugar de dar un discurso, escucha y aprende (18:15). Te beneficiarás de ese acto de escucha (18:16). El sabio sugiere ir aún más allá en esa experiencia. No te satisfagas con una sola opinión, pide una segunda: “Justo parece el primero que aboga por su causa; pero viene su adversario, y le descubre” (18:17). El apóstol Pablo hace eco de esta sabiduría: “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21).
No obstante, esta confrontación puede ser difícil y riesgosa. El sabio advierte en contra de un problema potencial. Podemos perder un amigo en este proceso (18:19). De este modo, sugiere que los dos concuerden en un criterio en común para la verdad. Para eso, indica echar suertes (18:18). La idea fundamental es que solo Dios tiene una respuesta absoluta a esa pregunta. Para el libro de Proverbios, existe una verdad absoluta que trasciende todas las otras opiniones, y que todos deben elegir. Este tipo específico de consulta, sin embargo, era posible solo en los tiempos bíblicos. Dios, en su generosidad, consintió en hablar directamente por medio de este proceso. La gente no tenía otra cosa.
Hoy, esto no sería apropiado, no solo porque no va bien con nuestra civilización, sino también porque Dios nos ha provisto con otros métodos que no existían entonces; específicamente, la voz de las Escrituréis y la experiencia de la historia.
Como hemos visto, la santidad implica la presencia de otros que, a veces, nos desafían a pensar y actuar en forma diferente. Un amigo es necesario en la búsqueda de la sabiduría y en la construcción de una sociedad pacífica, porque su compañía refinará nuestro carácter y nos forzará a ejercitar el respeto y la cortesía (18:24a). De hecho, el amigo a veces es más fiel que un hermano (18:24b), porque él está con nosotros y en favor de nosotros libremente, no por causa de obligaciones de familia.
EL VALOR DEL POBRE
El cambio al tema de los pobres en este momento (19:1) puede sorprendernos, pero no es irrelevante. Naturalmente, escucharemos a un amigo cercano o a un cónyuge amado, pero tendemos a alejar (19:4, 7b), o aun odiar, a los pobres (19:7a). Pensamos que los pobres no tienen nada para contribuir a nuestra felicidad y sabiduría.
Con esa actitud, cometemos un gran error. En primera instancia, el sabio nos advierte sobre el engaño de las apariencias. La observación de un rico necio y de un sabio pobre es perturbadora, y nos confunde; porque esto “debería” ser a la inversa: “No conviene al necio el deleite" (19:10). Pero la condición de pobreza no tiene nada que ver con la falta de sabiduría; como tampoco el estatus de las riquezas guarda relación con la posesión de la sabiduría. El pobre puede ser pobre porque rehúsa hacer trampa, porque “camina en integridad” (19: la); a diferencia de esta otra persona, que puede tener mucho éxito y ser rico, pero es de “perversos labios” y necio (19:1b).
Paradójicamente, esta asociación engañosa contiene una lección importante acerca de la autenticidad de la sabiduría. Que la sabiduría esté conectada con la pobreza es realmente la señal de la verdadera sabiduría: está libre de toda falsa pretensión. Si vamos a un sabio pobre para aprender acerca de la sabiduría, estamos interesados solamente en la sabiduría, en ninguna otra cosa, ya que el sabio pobre no tiene más que ofrecer que su sabiduría. Si la sabiduría estuviese asociada con el dinero, buscaremos sabiduría no porque la valoramos, sino porque valoramos el dinero. No obtendremos sabiduría en esas condiciones. Recibiremos dinero y olvidaremos la sabiduría.
Por esto, se nos anima a obtener esta gracia, este acto de atención libre y desinteresada hacia el pobre: presta al pobre (19:17). Aprende a pensar que el pobre te devolverá algo, aunque parezca que no podremos obtener nada de él. Este acto de fe hacia este otro ser humano está reforzado por una promesa de Dios mismo. Si damos al pobre, sabiendo muy bien que no nos compensará en nada, Dios mismo nos retribuirá esa deuda. Además de ser un estímulo económico aliviar a los pobres en nuestra sociedad, este proverbio implica una actitud que se ocupa del valor intrínseco de la sabiduría. Lo único vital que importa es la sabiduría. Esto se repite una y otra vez en nuestro pasaje: “El que posee entendimiento ama su alma” (19:8; cf. 19:2,16, 27).
Al mismo tiempo, el caso de prestar al pobre ilustra otro principio importante en la pedagogía de la sabiduría: aunque parezca ser una inversión a pérdida, retornará ese dinero mucho más tarde. La recompensa de la sabiduría nunca es inmediata: “Escucha el consejo, y recibe la corrección, para que seas sabio en tu vejez” (19:20). La educación es la clave para el futuro: “Corrige a tu hijo mientras aún hay esperanza” (19:18, NVI). Del mismo modo, que una esposa valga más que una herencia es precisamente el futuro potencial que ella representa. Hay más en un futuro con una buena esposa que con mucho dinero (19:14); inversamente, el futuro es la prueba que muestra una conducta equivocada.
El sabio suministra una lista de ejemplos típicos para apoyar su caso. El perezoso que vive solo en el presente no tendrá futuro. Duerme o entierra su mano en un plato y por ello morirá de hambre (19:15,24). El burlador que no respeta a su padre ni a su madre (19:26), rehúsa escuchar su instrucción (19:27) y no le interesa la verdad (19:28), tendrá un futuro solo de juicio y castigos (19:25, 29). La solución, entonces, es reprender al burlador y enseñarle a ser prudente y prever el riesgo potencial que yace en el futuro (19:25). El adiestramiento en sabiduría es aprender a pensar acerca del futuro. La supervivencia depende de la sabiduría: “Y con él vivirá lleno de reposo el hombre” (19:23).

Referencias:
La palabra hebrea significa literalmente “comida sacrificial”.


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