Ciencia Ficción : Otra perspectiva

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Scott E. Moncrieff

Históricamente, la mayoría de los cristianos han mostrado una actitud adversa a la literatura de ficción. Sin embargo, hay miembros de nuestra iglesia que escriben novelas y las casas editoras adventistas las publican. La mayoría de los profesores de literatura guardadores de sábado enseñamos novelas y llevamos a cabo trabajos de investigación relativos a ellas. Los estudiantes de las escuelas secundarias adventistas norteamericanas generalmente estudian una o dos novelas, como The Scarlet Letter o A Tale of Two Cities, y la novelística se enseña en prácticamente todos nuestros colegios superiores y universidades. Sin embargo, hay todavía muchos guardadores de sábado que consideran que la ficción literaria es dañina, trivial y un desperdicio de tiempo. Yo creo que esta situación se debe mayormente a una concepción general un tanto ingenua de la naturaleza y del valor de la buena ficción y por el legado que nos dejó al respecto Elena White.

Hecho y ficción

Algunos pueden asumir que la “ficción” y la “no ficción” son formas literarias opuestas y no relacionadas entre sí; que los escritores del género literario de no ficción obtienen sus temas recopilando extensas notas en un cuaderno de borrador, para luego pasar sus apuntes en limpio. Y por el contrario, los escritores de ficción estarían inventando cuentos descabellados de romances de adolescentes, novelas de ciencia-ficción, o algo por el estilo, con muy poca semejanza a la realidad o a la experiencia.

Pero consideremos algunos hechos. En primer lugar, la literatura de ficción y la de no ficción se asemejan mucho en lo que concierne a la composición. Ninguna narración es una presentación exclusiva de datos históricos, porque, para que pueda ser contada, es necesario darle forma. En efecto, entre la interminable corriente de acontecimientos, el autor selecciona un comienzo, un centro y un fin. Aun en el caso de la narrativa factual, la necesidad de ésta exige datos que van más allá de los disponibles. El autor carece de citas exactas para el diálogo y a menudo tiene que hacer conjeturas para mantener la motivación, y esto sin mencionar las brechas que pueden existir en los hechos mismos. Esta pobreza ha llevado a los autores a incluir diálogos creativos y a la yuxtaposición de eventos.

Por otro lado, las narrativas de ficción nunca son tejidas solamente por la imaginación, sino que brotan de la experiencia personal del autor y de su capacidad de observación e investigación. Decía C. S. Lewis: “Nosotros reorganizamos los elementos (que Dios) ha provisto. No hay vestigio de una creatividad real de nuevo en nosotros. Trate de imaginar un nuevo color primario, un tercer sexo, una cuarta dimensión… No sucede nada”.1

La narrativa real se mantiene cerca de los hechos disponibles y no debería engañar al lector cuando éstos no son factuales; la narración de ficción considera los hechos como la materia prima para ser usada, dejada de lado o transformada, según las necesidades de la historia y el propósito del autor.

La ficción como proposición

La mayoría de la literatura de ficción puede ser considerada como proposición; es decir, un autor experimenta con el concepto de qué pasaría si. El folleto de escuela sabática de nuestros hijos está lleno de verbos condicionales o potenciales. ¿Qué harían Adán y Eva durante los primeros días en el jardín del Edén? ¿Cómo sería un día típico en la vida de Dorcas? (Lo cual también sucede al nivel de los adultos.) ¿Cómo habría sido una familia creyente durante el Movimiento Millerita? Uno podría obtener datos históricos sobre este tema y podría convertir ese estudio en una narración a semejanza de Till Morning Breaks.2 Los personajes de esta historia —Justin Fletcher, Bethene Fletcher y Rufus Bailey— no son específicamente históricos, pero mucho del mérito de esta obra radica en su posibilidad de ser histórica. Por ejemplo, el tono del nombre “Bethene” del siglo XIX sería arruinado si se sustituyera por un nombre contemporáneo tal como “Brooke”. Este lazo con la plausibilidad es una de las grandes atracciones de la buena ficción y fue establecido como el criterio de evaluación más importante desde los tiempos de la Poética de Aristóteles. Los autores establecen los parámetros de una novela, y dentro de esos parámetros deben crear una novela plausible —aún cuando sea fantasía… Lejos de ser una bolsa llena de mentiras, la buena ficción es típicamente como un tejido compacto, con coherencia interna, la cual une íntimamente la causa y el efecto, la motivación y la acción, en una forma difícil de observar en la vida diaria, y en la cual los eventos a menudo parecen ser pura coincidencia o casuales. Los hechos son más extraños que la ficción, puesto que la ficción debe llevar consigo su propia plausibilidad interna, mientras que el hecho, es decir, la realidad, simplemente es.

El legado de Elena White

¿Por qué la Iglesia guardadora de sábado ha estado poco dispuesta a aceptar las novelas? En parte, por los comentarios críticos de Elena White acerca de la ficción, y en parte por sus intérpretes, tales como León William Cobb. En Give Attendance to Reading (1966), Cobb afirma que “a lo largo de un período de 57 años, que terminó solamente dos años antes de su muerte, [Elena White] fue inspirada para condenar toda clase y tipo de novela”. Para reiterar, “el lector no encontrará cabida a la duda honesta de que la ‘alta ficción’ es específicamente condenada tanto como la ‘baja’”.3 La señora White hizo muchas declaraciones fuertes acerca de las “novelas” y “la ficción”, y el tono de esos comentarios, aunque difiera en intensidad, es siempre negativo. Sin embargo, incluso los que reconocen su autoridad, han desarrollado varios argumentos para el uso inteligente de la ficción.

1. Los comentarios negativos de Elena White fueron extensa y justamente basados en la ficción popular inferior de su tiempo, dejando las puertas abiertas para el consumo inteligente de “la buena ficción”. Por ejemplo, John Wood en “The Trashy Novel Revisited: Popular Fiction in the Age of Ellen White”, examina el panorama de la literatura norteamericana de la última parte del siglo XIX, no dejando duda de que la mayoría de la ficción popular merecía una mala reputación.4 Muchos de los comentarios de Elena White se dirigieron específicamente en contra de esa categoría de ficción. Josephine Cunnington Edwards, una de nuestras “clásicas” escritoras de cuentos en el mundo de habla inglesa, afirma que “Elena White se refiere a la novela corrupta” cuando condena la ficción.5 Sin embargo, Elena White también hace declaraciones específicas condenando la ficción de “clase alta”.

2. Elena White abogaba por un amplio desarrollo intelectual y por la adquisición del conocimiento literario. Con seguridad, la lectura de ficción sería una de las ramas de tal desarrollo. Paul Gibbs, un profesor de inglés en Andrews University de finales de los años 50 hasta mediados de los años 60, presenta este argumento y señala que pareciera que Moisés, Daniel, y Pablo tenían un amplio conocimiento de la cultura secular de sus días.6 La desventaja del argumento de “cultura general” es que obra por implicación más que por declaración directa; en cambio, los argumentos en contra de la ficción están basados en declaraciones directas.

3. Elena White misma leyó y recomendó la ficción, por lo tanto, lo podríamos hacer también nosotros. Este argumento tiene dos elementos importantes. Primero, ella apreció y recomendó la lectura de El peregrino, de John Bunyan. Aunque se trata de una obra de ficción, El peregrino es considerada como una alegoría, y no una novela, de acuerdo con el uso literario general. Sin embargo, su extensa narrativa de ficción completa con caracteres vívidos, la convirtió en una influencia central en el desarrollo de la novela en inglés. Elena White no parece haber sido una escudriñadora exacta del género. Cabe presumir que ella no vio la contradicción existente entre el hecho de condenar la ficción y el de recomendar El peregrino.

El otro elemento consiste en la naturaleza de la composición de las historias coleccionadas por Elena White, que publicó bajo el título de Sabbath Readings for the Home, según el estudio del Dr. John Waller.7 Como lo muestra Waller, Elena White recortó muchas historias de periódicos religiosos de su época, las ensambló en cuadernos de borrador, y eventualmente recopiló selecciones de esos cuadernos que llegaron a formar parte de Sabbath Readings. Después de analizar las pautas y reglamentos editoriales de las revistas en donde se publicaban estas historias, Waller concluyó que muchas de esas historias eran ficticias. Otros eruditos guardadores de sábado han llegado a la misma conclusión.8 Entonces Elena White contradecía sus propios puntos de vista, o no se daba cuenta que lo que estaba recortando era ficción, o se refería a algo diferente que “ficción”, cuando hablaba de algo que no estaba basado en “hechos” reales. Waller sostiene el último punto: “Aparentemente, entonces, su condenación no intentaba ser aplicada indiscriminadamente a todas las historias que no estaban basadas en hechos verídicos”.9 Por lo tanto, pareciera lógico deducir que los profesores de literatura de hoy pueden seleccionar “buena” ficción para sus clases, así como las casas editoras cristianas pueden publicar “buena” ficción.

4. Aunque Elena White condenó la ficción, ella no la rechazó por ser ficción, sino que lo hizo por otras razones. Por lo tanto, cuando las “otras razones” no existen, la literatura de ficción es permisible. La mayor preocupación de Elena White con respecto a la ficción se puede resumir de la siguiente manera: “(1) Produce adicción. (2) Puede ser sentimental, sensacional, erótica, profana, o baladí. (3) Es escapista, llevando al lector a recurrir a un mundo de sueños e incapacitarlo para enfrentar los problemas de la vida diaria. (4) Inhabilita la mente para el estudio serio y la vida devota. (5) Consume tiempo y no tiene valor”.10 Irónicamente, la condenación específica de Elena White de la ficción revela, por reversión, las condiciones bajo las cuales ella la habría apreciado. A la vez que es evidente que ella presenta muchas declaraciones en contra de la novela y la ficción, una condenación completa del género estaría en contradicción con su propia práctica, y no estaría necesariamente en armonía con las razones por las cuales ella condena la ficción.

Los cristianos han presentado a menudo dos argumentos claves.

La Biblia y la ficción

La Biblia contiene material de ficción, por lo tanto le otorga su imprimatur a la literatura de ficción. La parábola narrada por Jesús acerca del hombre rico y Lázaro (Lucas 16:19-31) y la parábola de los árboles (Jueces 9:8-15) proveen ejemplos de ficción bíblica. Es difícil poner en duda este hecho, aunque Cobb, por ejemplo, crea definiciones peculiares para la parábola y la alegoría como “no literales”, pero tampoco como ficción, rescatando así la Biblia y El peregrino a favor de su argumento (pp. 59, 72). Estas definiciones no son generalmente persuasivas —ni lo eran para Arthur White, quien consideraba El peregrino como una obra de ficción”.11

Sentido común

Nadie, de los que yo haya leído, ha presentado un argumento convincente en contra de la ficción per se. Por lo tanto, la ficción debe ser juzgada caso por caso, como las obras de arte de otros géneros. Por mucho tiempo, algunos educadores cristianos de talla, incluso Harry Tippet, Alma McKibbin y Don Snider, han argumentado que el género mismo es moralmente neutro y que la obra debe ser examinada en forma individual.12

Cambio en los tiempos

Me gustaría sugerir un argumento más. En los días de Elena White, la ficción era primordialmente una forma popular de entretenimiento. Aunque, en parte, lo sigue siendo hoy, la radio, la televisión y el cine han cambiado dramáticamente el entretenimiento en el hogar. Muchas de las preocupaciones de Elena White acerca de la ficción serían hoy más propiamente dirigidas hacia la televisión, el cine y la música popular.

Yo concuerdo con ella en la medida en que muchas de las preocupaciones de Elena White se enfocan en “la gente joven” que consume el entretenimiento popular en un ambiente sin protección. Yo no quiero que mis hijos vean ciertos programas de televisión o concurran a salones de video. En cambio, el estudio de la literatura se ha convertido en un campo académico desde los tiempos de Elena White, produciendo lectores que son profesionales especializados en los estudios críticos y analíticos. Es verdad que nos entretenemos, pero no participamos ni enseñamos la lectura banal, ligera, superficial o casual que preocupó a Elena White; antes bien, estamos proveyendo el antídoto para ello.

Tres cambios en nuestra actitud

Dentro de ese contexto educativo yo sugeriría tres cambios de actitud hacia la ficción.

1. En lugar de preocuparnos por la selección de los libros “correctos”, debiéramos preocuparnos por la lectura correcta. Algunos libros son mejores que otros, y no hay la menor duda de que es mejor usar nuestro tiempo leyendo los mejores libros. Pero, ¿no habremos enfatizado erróneamente la selección como el aspecto más crucial de la lectura? El erudito literato cristiano Leland Ryken comenta: “El índice menos confiable en la moralidad de una obra es su tema, aunque ése es muy a menudo el mayor criterio aplicado por los cristianos cuando objetan las obras literarias”. Más importante que eso es “la perspectiva moral que los escritores entretejen en sus obras”, “y la respuesta de los lectores individuales”.13 Como parte de una educación sólida, necesitamos desarrollar buenos hábitos de lectura: tratar de entender un libro en el espíritu en el cual fue escrito; desarrollando una atención crítica rigurosa, que es la postura de un lector activo en lugar de uno pasivo; releer.

2. No usar la instrucción moral como la justificación exclusiva o principal en la enseñanza de la literatura. El propósito tradicional de la literatura es doble: deleitar e instruir. Nosotros solemos inclinarnos hacia un lado. Nos resulta difícil justificar la literatura como placer. La introducción por parte de los editores a mis reseñas sobre novelas cristianas señala que “desde las parábolas de Jesús hasta El peregrino de John Bunyan, los cristianos han usado personajes e historias imaginarias para transmitir la verdad moral y espiritual”.14 Es verdad, pero no se ha dicho nada acerca del deleite o el placer. Sin olvidar el potencial instructivo de la literatura, debemos a la vez reconocer que el placer y el deleite que provoca la lectura son cualidades meritorias.

3. Las novelas vienen como equipajes mezclados e invitan a los lectores maduros a tratarlas como tales. La parábola del trigo y la cizaña sugiere la naturaleza mixta de la vida terrenal. Por lo tanto, no nos concentremos en clasificar los libros en categorías de perfección y condenación, sino más bien esforcémonos por identificar las excelencias dentro de un libro en particular. Filipenses 4:8 ha sido ocasionalmente mal usado como una proscripción bíblica de la ficción, con “todo lo que es verdadero”, exigiendo que las historias estén basadas en hechos auténticos. Yo sugeriría otra aplicación. Como Lewis lo señala, uno de los mayores placeres de la literatura consiste en que nos saca de nosotros mismos y nos permite ver el mundo desde el punto de vista del otro.15 Como lector maduro, puedo investigar lo que es verdadero, noble, recto, puro, amable, admirable, excelente y digno de alabanza, tanto en las novelas de Lewis como en una película potencialmente controversial como Jesus of Montreal. Puedo estar en desacuerdo con algunos puntos y al mismo tiempo apreciar el libro o la película. Si, como iglesia, le hubiéramos dado más importancia a la identificación de la excelencia que a la imperfección, sospecho que, como joven, hubiera ingerido algo mejor que una dieta constante de películas de Disney en las actividades sociales de la iglesia.

Como guardadores de sábado, hemos mirado a la ficción con sospecha. Debemos considerar todas las formas de cultura, sea alta o popular, con atención crítica, sin ensañarnos más con la novela que con las otras manifestaciones de arte. Leamos con inteligencia y discriminación, pero estemos igualmente listos a leer por el mero placer, por el patetismo o la reflexión, según lo exija la situación.
 

Aprende a ser un buen lectorLee buenas novelas, ensayos, historias cortas y obras dramáticas, como parte de una educación literaria bien balanceada e integral.Relee. Desarrolla el placer de conocer mejor un libro. La buena literatura se aprovecha mejor al releer.Reacciona. A medida que vayas leyendo, escribe tus ideas en un diario. Discútelas con un amigo, con tus padres o con el bibliotecario. Las ideas se convierten en tuyas cuando las elaboras.No aceptes algo solamente porque el autor lo dice. Sé abierto a nuevas ideas pero no te precipites a ingerirlas.Edúcate tú mismo para llegar a ser un lector cristiano mejor. Te recomiendo que leas Experiment in Criticism, de C. S. Lewis, y/o Windows to the World, de Leland Ryken.Comienza con los clásicos. Su lectura te dará un patrón de medida elevado que podrás aplicar posteriormente a las obras contemporáneas.—Scott Moncrieff
 
Literatura: Criterio general para las instituciones de enseñanza de los guardadores de sábado.La literatura asignada para las instituciones de enseñanza cristiana debería:Ser un arte serio, lo cual conducirá a una significativa comprensión del ser humano en la sociedad y será compa-tible con los valores de la Iglesia Adventista.Evitar el sensacionalismo (la explotación del sexo o la violencia) y el quejumbroso sentimentalismo (la explotación de sentimientos tiernos en detrimento de una visión de la vida sana y equilibrada.)No caracterizarse por un lenguaje profano o crudo y ofensivo.Evitar elementos que den la apariencia de considerar el mal como algo deseable, o que el bien aparezca como algo trivial.Evitar historias simplificadas, de un suspenso excitante, o historias dominadas por un argumento que anime a una lectura apresurada y superficial.Adaptarse al nivel de madurez del grupo o de los individuos.—Seleccionado de Guía para la enseñanza de la literatura en las instituciones educativas adventistas, Departamento de Educación de la Asociación General.
 

Scott E. Moncrieff (Ph. D., University of California, Riverside) enseña literatura inglesa en Andrews University y es autor de varios artículos y estudios críticos.

Notas y Referencias

1.   C. S. Lewis, Letters of C. S. Lewis (New York: Harcourt, 1993), p. 371.

2.   Elaine Egbert, Till Morning Breaks: A Story of the Millerite Movement and the Great Disappointment (Boise, Idaho: Pacific Press Pub. Assn., 1993). Una reseña de este libro fue publicada in Diálogo 8:1 (1996), p. 31.

3.   Leon William Cobb, Give Attendance to Reading: Guidelines in the Field of Books and Reading: Studies Based on the Writings of Ellen G. White (Portland, Oregon: impresa en forma privada, 1966), p. 63.

4.   John Wood, “The Trashy Novel Revisited: Popular Fiction in the Age of Ellen White”, Spectrum (Abril, 1976), pp. 16-21.

5.   En Helen Metz Rhodes, “On Fiction”. Transcripción de una conferencia dada en Christian Scribes Campout at Crystal Springs, 15 de octubre, 1977.

6.   Paul T. Gibbs, “Literature in Adventist Schools”. Manuscrito no publicado, septiembre 1962, pp. 24-26.

7.   John O. Waller, “A Contextual Study of Ellen G. Elena White’s Counsel Concerning Fiction”. Estudio leído en la reunión cuadrienal de los profesores de inglés de las instituciones universitarias adventistas en La Sierra University, agosto, 1965.

8.   Gibbs, p. 8; John D. Snider, Highways to Learning: A Guide Through Bookland (Washington D.C.: Review and Herald, Publ. Assn., 1951), p. 303; Harry Moyle Tippett, “A Review of some Principles in Dealing with Fiction and Imaginative Forms of Literature in Our schools”. Manuscrito inédito leído en el concilio de profesores de inglés de instituciones universitarias, Takoma Park, agosto 23-30, 1949, p. 4.

9.   Waller, p. 18.

10. Guide to the Teaching of Literature in Seventh-day Adventist Schools (Washington, D.C.: Departamento de Educación de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, s.f.), p. 7.

11. Arthur White, carta inédita al Dr. Lamp, 2 de diciembre, 1974.

12. Snider, pp. 300-309.

13. Leland Ryken, “Literature in Christian Perspective”, God and Culture: Essays in Honor of Carl F. H. Henry (Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1993), p. 231.

14. Ver “Holiday Reading”, Adventist Review, edición de la División Norteamericana, (Diciembre, 1994), pp. 12-14; también “More Holiday Reading”, Adventist Review (8 de diciembre, 1994), pp. 15, 16.

15. C. S. Lewis, An Experiment in Criticism (Cambridge: Cambridge University Press, 1978), p. 137.

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