Comentario Lección EGW 07 Enero – Marzo 2012

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I Trimestre de 2012
Vislumbres de nuestro Dios 

Notas de Elena G. de White 

Lección 7
18 de Febrero de 2012

Señor del sábado

Sábado 11 de febrero

Así como Adán y Eva podían comer de todo árbol del huerto excepto de uno, el Señor le ha dado al ser humano seis días para trabajar en sus labores pero se ha reservado el séptimo día como santo. Debe ser observado como recuerdo de la creación, porque «bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación».

Dios ha declarado en su Palabra que el séptimo día es una señal entre él y su pueblo elegido; una señal de lealtad. «Yo soy Jehová vues­tro Dios; anclad en mis estatutos, y guardad mis preceptos, y ponedlos por obra; santificad mis días de reposo, y sean por señal entre mí y vosotros, para que sepáis que yo soy Jehová vuestro Dios» (Ezequiel 20:19, 20). El día que Dios eligió para que no se ocupe en labores secu­lares debe ser respetado como recuerdo de su sabiduría, poder y bondad al crear al ser humano y el mundo. Si se acepta el sábado, se aceptarán los demás mandamientos del Decálogo, porque no se puede guardar el sábado y dejar de lado los demás mandamientos de la ley (Signs of the Times, 31 de marzo, 1898).

Domingo 12 de febrero:
El sábado en el Génesis

Así como el sábado, la semana se originó al tiempo de la creación, y fue conservada y transmitida a nosotros a través de la historia bíblica. Dios mismo dio la primera semana como modelo de las subsiguientes hasta el fin de los tiempos. Como las demás, consistió en siete días literales. Se emplearon seis días en la obra de la creación; y en el sép­timo, Dios reposó y luego bendijo ese día y lo puso aparte como día de descanso para el hombre.

En la ley dada en el Sinaí, Dios reconoció la semana y los hechos sobre los cuales se funda. Después de dar el mandamiento: «Acuérdate de santificar el día de sábado» (Éxodo 20:8, versión Torres Amat), y después de estipular lo que debe hacerse durante los seis días, y lo que no debe hacerse el día séptimo, manifiesta la razón por la cual ha de observarse así la semana, recordándonos su propio ejemplo: «Por cuan­to el Señor en seis días hizo el cielo, y la tierra, y el mar, y todas las cosas que hay en ellos, y descansó en el día séptimo: por esto bendijo el Señor el día sábado, y le santificó» (versículo 11). Esta razón resulta plau­sible cuando entendemos que los días de la creación son literales. Los primeros seis días de la semana fueron dados al hombre para su trabajo, porque Dios empleó el mismo período de la primera semana en la obra de la creación. En el día séptimo el hombre ha de abstenerse de trabajar, en memoria del reposo del Creador (Patriarcas y profetas, p. 102).

El gran Jehová había puesto los fundamentos de la tierra; había vestido a todo el mundo con un manto de belleza, y había colmado el mundo de cosas útiles para el hombre; había creado todas las maravi­llas de la tierra y del mar. La gran obra de la creación fue realizada en seis días. «Y acabó en el día séptimo su obra que hizo, y reposó el día séptimo de toda su obra que había hecho»… Dios miró con satisfacción la obra de sus manos. Todo era perfecto, digno de su divino Autor; y él descansó, no como quien estuviera fatigado, sino satisfecho con los frutos de su sabiduría y bondad y con las manifestaciones de su gloria…

Además de descansar el séptimo día, Dios lo santificó; es decir, lo escogió y apartó como día de descanso para el hombre. Siguiendo el ejemplo del Creador, el hombre había de reposar durante este sagrado día, para que, mientras que contemplara los cielos y la tierra, pudiese reflexionar sobre la grandiosa obra de la creación de Dios; y para que, mientras mirara las evidencias de la sabiduría y bondad de Dios, su corazón se llenase de amor y reverencia hacia su Creador.

Dios vio que el sábado era esencial para el hombre aun en el paraíso… necesitaba el sábado para que le recordase más vivamente la existencia de Dios y para que despertase su gratitud hacia él, pues todo lo que disfrutaba y poseía procedía de la mano benéfica del Creador (La fe por la cual vivo, p. 33).

Lunes 13 de febrero:
El sábado en el Éxodo

Durante los cuarenta años que los israelitas permanecieron en el desierto, el milagro del maná les recordó cada semana la obligación sagrada del sábado. Sin embargo, ni aun esto les inducía a obedecer. Aunque no se atrevían a cometer transgresiones tan osadas como la que recibiera tan señalado castigo, eran sin embargo muy negligentes en la observancia del cuarto mandamiento. Dios declara por medio de su profeta: «Mis sábados profanaron en gran manera» (Véase Ezequiel 20:13-24). Esto se enumeró entre los motivos por los cuales se excluía a la primera generación de la tierra prometida. Pero sus hijos no apren­dieron la lección. Tal fue su negligencia del sábado durante los cuarenta años de peregrinaciones, que a pesar de que Dios no les impidió entrar en Canaán, declaró que serían diseminados entre los paganos después de establecerse en la tierra prometida (Patriarcas y profetas, p. 434).

Algunos consideran que guardar o no el sábado no tiene conse­cuencias. Pero desde el punto de vista bíblico es un asunto de gran importancia. Si no hubiera sido importante, el Señor no hubiera libe­rado a su pueblo de la esclavitud de Egipto de una manera tan mara­villosa. Ellos no podían obedecer sus mandamientos mientras estaban en servidumbre, pero él, con su poderoso brazo, los libró para que le sirvieran. Cuando llegaron al Sinaí, Cristo y el Padre proclamaron juntos los Diez Mandamientos con solemne majestad y colocaron en el mismo centro del Decálogo la ordenanza del sábado. Una y otra vez el Señor prometió a su pueblo que si guardaban el sábado serían su pueblo elegido; y una y otra vez tuvieron que sufrir la vergüenza y la culpa por no obedecerlo. El sábado sigue siendo la señal de lealtad a Dios y su cumplimiento debe ser considerado de gran importancia (Historical Sketches, pp. 231, 232).

…Mientras el ser él nuestro Creador siga siendo motivo para que le adoremos, el sábado seguirá siendo señal conmemorativa de ello. Si el sábado se hubiese observado umversalmente, los pensamientos e inclinaciones de los hombres se habrían dirigido hacia el Creador como objeto de reverencia y adoración, y nunca habría habido un idólatra, un ateo, o un incrédulo. La observancia del sábado es señal de lealtad al verdadero Dios, «que hizo el cielo y la tierra, y el mar y las fuentes de agua». Resulta pues que el mensaje que manda a los hombres adorar a Dios y guardar sus mandamientos, los ha de invitar especialmente a observar el cuarto mandamiento (El conflicto de los siglos, p. 491).

Martes 14 de febrero:
El sábado en Deuteronomio

El sábado… pertenece a Cristo… Y como lo hizo todo, creó tam­bién el sábado. Por él fue apartado como un monumento recordativo de la obra de la creación. Nos presenta a Cristo como Santificador tanto como Creador. Declara que el que creó todas las cosas en el cielo y en la tierra, y mediante quien todas las cosas existen, es cabeza de la iglesia, y que por su poder somos reconciliados con Dios. Porque, hablando de Israel, dijo: «Díles también mis sábados, que fuesen por señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy Jehová que los santifico», es decir, que los hace santos. Entonces el sábado es una señal del poder de Cristo para santificarnos. Es dado a todos aquellos a quienes Cristo hace santos. Como señal de su poder santificador, el sábado es dado a todos los que por medio de Cristo llegan a formar parte del Israel de Dios… A todos los que reciban el sábado como señal del poder creador y redentor de Cristo, les resultará una delicia… El sábado les indica las obras de la creación como evidencia de su gran poder redentor. Al par que recuerda la perdida paz del Edén, habla de la paz restaurada por el Salvador. Y todo lo que encierra la naturaleza, repite su invitación: Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar». El sábado es el broche áureo que une a Dios con su pueblo (¡Maranata: El Señor viene!, p. 242).

En ocasión del éxodo de Egipto, la institución del sábado fue recor­dada al pueblo de Dios en forma destacada. Mientras estaba todavía en servidumbre, sus capataces habían intentado obligarlo a trabajar en sábado aumentando la cantidad de trabajo que exigían cada semana. Fueron haciendo cada vez más duras las condiciones de trabajo y exi­giendo cada vez más. Pero los israelitas fueron librados de la esclavitud y llevados a donde pudieran observar sin molestias todos los preceptos de Jehová.

La ley fue promulgada en el Sinaí; y una copia de ella, en dos tablas de piedra «escritas con el dedo de Dios», fue entregada a Moisés (Éxodo 31:18). Durante casi cuarenta años de peregrinación, el día señalado por Dios fue recordado constantemente a los israelitas por el hecho de que no había maná cada séptimo día, y la doble porción que caía en el día de preparación se conservaba milagrosamente.

Antes de entrar en la tierra prometida, los israelitas fueron exhortados por Moisés a guardar «el día de reposo para santificarlo» (Deuteronomio 5:12). El Señor quería que por una observancia fiel del mandamiento referente al sábado, Israel recordase continuamente que era responsable ante él como su Creador y Redentor. Mientras obser­vasen el sábado con el debido espíritu, no podría haber idolatría, pero si se descartaban las exigencias de ese precepto del Decálogo como si no estuviese en vigencia, el Creador quedaría olvidado, y los hombres adorarían otros dioses.

Dios declaró: «Diles también mis sábados, que fuesen por señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy Jehová que los santi­fico». Sin embargo, «desecharon mis derechos, y no anduvieron en mis ordenanzas, y mis sábados profanaron: porque tras sus ídolos iba su corazón». Y al suplicarles que volviesen a él, les llamó la atención nuevamente a la importancia que tenía la santificación del sábado. Dijo: «Yo soy Jehová vuestro Dios; andad en mis ordenanzas, y guardad mis derechos, y ponedlos por obra: y santificad mis sábados, y sean por señal entre mí y vosotros para que sepáis que yo soy Jehová vuestro Dios» (Ezequiel 20:12, 16, 19, 20) (Exaltad a Jesús, p. 131).

Miércoles 15 de febrero:
Jesús y su sábado: Parte 1

Jesús había venido para «magnificar la ley y engrandecerla». El no había de rebajar su dignidad, sino ensalzarla. La Escritura dice: «No se cansará, ni desmayará, hasta que ponga en la tierra juicio». Había veni­do para librar al sábado de estos requerimientos gravosos que hacían de él una maldición en vez de una bendición.

Por esta razón, había escogido el sábado para realizar el acto de curación de Betesda. Podría haber sanado al enfermo en cualquier otro día de la semana; podría haberle sanado simplemente, sin pedirle que llevase su cama, pero esto no le habría dado la oportunidad que deseaba. Un propósito sabio motivaba cada acto de la vida de Cristo en la tierra. Todo lo que hacía era importante en sí mismo y por su enseñanza. Entre los afligidos del estanque, eligió el caso peor para el ejercicio de su poder sanador, y ordenó al hombre que llevase su cama a través de la ciudad a fin de publicar la gran obra que había sido realizada en él. Esto iba a levantar la cuestión de lo que era lícito hacer en sábado, y prepa­raría el terreno para denunciar las restricciones de los judíos acerca del día del Señor y declarar nulas sus tradiciones (El Deseado de todas las gentes, p. 176).

Los judíos habían pervertido de tal manera la ley, que hacían de ella un yugo esclavizador. Sus requerimientos sin sentido habían llega­do a ser ludibrio entre otras naciones. Y el sábado estaba especialmente recargado de toda clase de restricciones sin sentido. No era para ellos una delicia, santo a Jehová y honorable. Los escribas y fariseos habían hecho de su observancia una carga intolerable. Un judío no podía encender fuego, ni siquiera una vela, en sábado. Como consecuencia, el pueblo hacía cumplir por gentiles muchos servicios que sus reglas les prohibían hacer por su cuenta. No reflexionaban que si estos actos eran pecaminosos, los que empleaban a otros para realizarlos eran tan cul­pables como si los hiciesen ellos mismos. Pensaban que la salvación se limitaba a los judíos; y que la condición de todos los demás, siendo ya desesperada, no podía empeorar. Pero Dios no ha dado mandamientos que no puedan ser acatados por todos. Sus leyes no sancionan ninguna restricción irracional o egoísta (El Deseado de todas las gentes, pp. 173, 174).

Jueves 16 de febrero:
Jesús y su sábado: Parte 2

Por fin Jesús descansaba. El largo día de oprobio y tortura había terminado. Al llegar el sábado con los últimos rayos del sol poniente, el Hijo de Dios yacía en quietud en la tumba de José. Terminada su obra, con las manos cruzadas en paz, descansó durante las horas sagradas del sábado.

Al principio, el Padre y el Hijo habían descansado el sábado des­pués de su obra de creación. Cuando «fueron acabados los cielos y la tierra, y todo su ornamento», el Creador y todos los seres celestiales se regocijaron en la contemplación de la gloriosa escena. «Las estrellas todas del alba alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios». Ahora Jesús descansaba de la obra de la redención; y aunque había pesar entre aquellos que le amaban en la tierra, había gozo en el cielo. La promesa de lo futuro era gloriosa a los ojos de los seres celestiales. Una creación restaurada, una raza redimida, que por haber vencido el pecado, nunca más podría caer, era lo que Dios y los ángeles veían como resultado de la obra concluida por Cristo. Con esta escena está para siempre vinculado el día en que Cristo descansó. Porque su «obra es perfecta»; y «todo lo que Dios hace, eso será perpetuo». Cuando se produzca «la restauración de todas las cosas, de la cual habló Dios por boca de sus santos profetas, que ha habido desde la antigüedad», el sábado de la creación, el día en que Cristo descansó en la tumba de José, será todavía un día de reposo y regocijo. El cielo y la tierra se unirán en alabanza mientras que «de sábado en sábado», las naciones de los salvos adorarán con gozo a Dios y al Cordero (El Deseado de todas las gentes, p. 714).

El Padre y el Hijo descansaron después de su obra de creación [se cita Génesis 2:1-3], La muerte de Cristo ocurrió en la hora que debía ocurrir. Estaba en el plan de Dios que la misión que Cristo había venido a cumplir fuera completada el viernes, y que él descansara en la tumba, como el Padre y el Hijo habían descansado después de su obra de crea­ción. La hora de la aparente derrota de Cristo fue la hora de su victoria. El gran plan, preparado desde antes de la fundación del mundo, había sido completado exitosamente (Manuscript Releases, tomo 3, pp. 425, 426).

«El Hijo del hombre es Señor aun del sábado». Estas palabras rebosan instrucción y consuelo. Por haber sido hecho el sábado para el hombre, es el día del Señor. Pertenece a Cristo. Porque «todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo que es hecho, fue hecho», y como lo hizo todo, creó también el sábado. Por él fue apartado como un monumento recordativo de la obra de la creación. Nos presenta a Cristo como Santificador tanto como Creador. Declara que el que creó todas las cosas en el cielo y en la tierra, y mediante quien todas las cosas exis­ten, es cabeza de la iglesia, y que por su poder somos reconciliados con Dios. Porque, hablando de Israel, dijo: «Díles también mis sábados, que fuesen por señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy Jehová que los santifico», es decir, que los hace santos. Entonces el sábado es una señal del poder de Cristo para santificamos. Es dado a todos aque­llos a quienes Cristo hace santos. Como señal de su poder santificador, el sábado es dado a todos los que por medio de Cristo llegan a formar parte del Israel de Dios (El Deseado de todas las gentes, p. 255).

Y mientras observamos el sábado, recordemos que es la señal que el Cielo nos da para confirmarnos que somos aceptos en el Amado, y que si somos obedientes, entraremos en la ciudad de Dios y participa­remos del árbol de la vida. Al descansar de nuestros trabajos el séptimo día testificamos al mundo que estamos del lado de Dios, que nos esfor­zamos por vivir en perfecta conformidad con sus mandamientos, y que reconocemos la soberanía de Aquel que hizo el mundo en seis días y el séptimo descansó (Review and Herald, 28 de octubre, 1902).

Categorías: La Deidad

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