¿Debe un Cristiano Bailar? – Parte 1
Carlos A. Steger
Doctor en Teología
El Cristianismo tradicionalmente ha enseñado
que el cristiano no debe bailar, debido a que dicha práctica tiende a
menoscabar y destruir la vida espiritual y moral. Sin embargo, muchos se preguntan:
¿Por qué no podemos bailar? Posiblemente conocen lo que enseña
la iglesia, pero tienen dudas en cuanto a la base bíblica de tal enseñanza.
¿Acaso la Biblia no menciona al baile como una práctica aceptable?
Si David bailó delante de Jehová, ¿por qué no lo
podemos hacer nosotros?
El baile o la danza se mencionan un poco más de veinte veces en las versiones
castellanas de la Biblia. Por ejemplo, la Reina-Valera Revisada (RVR), versión
1960, utilizada por la mayoría, se refiere al baile o la danza en 27
pasajes. El número de veces varía según la versión,
debido a que las ocho palabras hebreas utilizadas tienen más de un significado
y pueden traducirse de distintas maneras. De un total de 139 veces que se usan
estas palabras en el texto original, no alcanzan a 30 las veces que se pueden
traducir como baile o danza. La mayoría de las referencias están
en el Antiguo Testamento (22 veces en la RVR), mientras que las 5 referencias
del Nuevo Testamento se circunscriben a los Evangelios sinópticos.
Bailes o danzas con fines
religiosos o de diversión
Un análisis de los 27 pasajes en los que la versión RVR se refiere
al baile o la danza muestra que, con una sola excepción, en todos los
casos se trata de una expresión de sano gozo y alegría, generalmente
asociada a la adoración religiosa. Muchos pueblos vecinos de Israel practicaban
el baile o la danza con otros fines, como el baile orgiástico y excitante
de los cultos idólatras, o la danza fúnebre acompañando
las ceremonias mortuorias. Pero los israelitas fueron diferentes. No se registra
ni un solo ejemplo de danza sensual, ni tampoco de danza fúnebre en la
Biblia. Por el contrario, la danza o el baile eran manifestaciones puras e inocentes
de júbilo, la mayoría de las veces asociadas con la alabanza a
Dios. Consideremos los textos más representativos.
Un buen pasaje para comenzar nuestro
estudio se encuentra en el capítulo 3 de Eclesiastés, donde Salomón
ilustra poéticamente el principio de que todo tiene su tiempo. Para ello
se vale de una serie de contrastes bellamente arreglados en pares paralelos,
un recurso típicamente hebreo. En el versículo 4 dice que hay
tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar.
La idea es clara: bailar es una expresión de alegría en contraposición
a endechar, así como reír denota gozo en contraste con llorar.
La palabra hebrea que aquí se ha traducido como bailar significa básicamente
saltar, y así se traduce en siete de los nueve pasajes donde aparece
en todo el Antiguo Testamento. En realidad, aun en nuestra cultura es muy común
la manifestación de alegría mediante pequeños saltos, conducta
que se puede observar en los niños cuando reciben una buena noticia,
o en los jóvenes y adultos cuando festejan un gol en un partido de fútbol.
Similarmente, en Salmos 30:11 y en Lamentaciones 5:15, la danza se presenta
como sinónimo de alegría en contraste con el lamento o el luto,
que en estos textos se considera un resultado de la providencia divina.
Salmos 30: 11:
“Has cambiado mi lamento en baile; Desataste mi cilicio, y me ceñiste
de alegría.”
El Antiguo Testamento presenta varios
ejemplos de manifestaciones de alegría valiéndose de esta expresión.
Uno puede imaginar a una adolescente, la hija de Jefté, que al recibir
a su padre victorioso expresa su júbilo brincando inocentemente, como
lo registra Jueces 11:34:
“Entonces volvió Jefté a Mizpa, a su casa; y he aquí
su hija que salía a recibirle con panderos y danzas, y ella era sola,
su hija única; no tenía fuera de ella hijo ni hija.”
De la misma manera, las mujeres de
Israel salieron a recibir a Saúl y a David cantando y danzando para festejar
el triunfo sobre Goliat y los filisteos (1 Sam. 18:6):
“Aconteció que cuando volvían ellos, cuando David volvió
de matar al filisteo, salieron las mujeres de todas las ciudades de Israel cantando
y danzando, para recibir al rey Saúl, con panderos, con cánticos
de alegría y con instrumentos de música.”
En una oportunidad anterior, las
mujeres israelitas habían expresado su gozo por la liberación
milagrosa en el Mar Rojo mediante cantos y danzas (Exo.15:20, 21):
“Y María la profetisa, hermana de Aarón, tomó
un pandero en su mano, y todas las mujeres salieron en pos de ella con panderos
y danzas.”
En este caso, el canto y la danza fueron una manifestación de gratitud y alabanza a Dios.
Este y otros casos evidencian que,
contrariamente a lo que ocurre en la cultura occidental, la danza en los tiempos
bíblicos estaba estrechamente asociada con la adoración y la alabanza
a Dios. El ejemplo más conocido es el de David encabezando la procesión
que llevaba jubilosamente el arca a Jerusalén. Vestido con un efod de
lino, atuendo característico de los sacerdotes, David danzaba con toda
su fuerza delante de Jehová (2 Sam 6:14):
“Y David danzaba con toda su fuerza delante de Jehová; y estaba
David vestido con un efod de lino.”
Se puede entender mejor el significado
de esta frase al leer en el versículo 16 que David Saltaba y danza delante
de Jehová. Nuevamente se presenta la danza como una manifestación
física de alegría mediante saltos. Efectivamente, el relato enfatiza
que el traslado del arca se realizó con gran alegría y júbilo
(vs. 12, 15).
Es en este contexto que se aclara el sentido de las invitaciones del salmista
a alabar a Jehová con danza, registradas en Salmos 149:3 y 150:4:
Salmos 149: 3:
“Alaben su nombre con danza; Con pandero y arpa a él canten.”
Salmos 150: 4:
“Alabadle con pandero y danza; Alabadle con cuerdas y flautas.”
Los últimos capítulos de Salmos utilizan un lenguaje figurado para llamar a la creación entera, animada e inanimada, a alabar a Dios. Si bien no se puede tomar en forma literal todo lo dicho, estas expresiones referidas a la danza como parte del culto divino eran perfectamente normales para la mentalidad oriental. La danza en los tiempos bíblicos era una manifestación externa de gozo santo, que se realizaba con el mismo espíritu con que se elevaban cantos de alabanza u oraciones de agradecimiento (Comentario bíblico adventista, t. 1, p. 584; ver también el t. 2, p. 626).
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