¿Debe un Cristiano Tomar Alcohol? Parte II
En estos días cuando vicios y crímenes de toda clase están aumentando rápidamente, hay una tendencia a familiarizarse tanto con las condiciones prevalecientes que perdemos de vista su causa y su significado. Se están usando hoy día más bebidas embriagantes que en ninguna época anterior. En los horribles detalles de odiosa embriaguez y de terrible criminalidad, los diarios no presentan sino un informe parcial de la historia de la disipación resultante. La violencia está en la tierra (Drunkenness and Crime, pág. 3).
El testimonio de la magistratura.
La relación del crimen con la intemperancia es bien comprendida por los hombres que tienen que tratar con aquellos que traspasan las leyes del país. Según las palabras de un juez de Filadelfia: «Podemos achacar cuatro de cada cinco crímenes que se cometen a la influencia del licor. No hay un caso en veinte cuando la vida de un hombre está en juego ante un tribunal, en el cual la bebida no sea la causa directa o indirecta del asesinato. El licor y la sangre, o sea, el derramamiento de sangre, van tomados de la mano (Drunkenness and Crime, pág. 7).
Elevado porcentaje de crímenes atribuidos al licor.
Nueve de cada diez personas que son llevadas a la cárcel son individuos que han aprendido a beber (Review and Herald, 8-5-1894).
Secuencia de bebida y crimen.
Cuando se complace el apetito por la bebida embriagante, el hombre lleva voluntariamente a sus labios el trago que hunde a aquel que fue hecho a la imagen de Dios a un nivel inferior al de la bestia. La razón es paralizada, el intelecto es obnubilado, las pasiones animales son excitadas, y entonces se producen crímenes del carácter más degradante (Testimonies, tomo 3, pág. 561).
Por qué están relacionados el alcohol y el crimen.
Los que frecuentan las tabernas, que están abiertas para todos aquellos que son bastante necios como para familiarizarse con el mal mortal que contienen, están siguiendo el camino que lleva a la muerte eterna. Se están vendiendo a sí mismos, cuerpo, alma y espíritu, a Satanás. Bajo la influencia de la bebida que toman son inducidos a hacer cosas de las cuales huirían con horror si no hubiesen probado la droga enloquecedora. Cuando están bajo la influencia del veneno líquido, están bajo el dominio de Satanás. El los gobierna, y ellos colaboran con él (Carta 166, 1903).
La naturaleza de los crímenes cometidos bajo el dominio del alcohol.
El resultado del hábito de beber alcohol está demostrado por los terribles homicidios que suceden. Cuán a menudo se halla que el robo, el incendio, el asesinato se cometieron bajo la influencia del licor. Sin embargo la circulación del licor está legalizada y produce enorme perjuicio en las manos de aquellos que se deleitan en tocar aquello que arruina, no sólo a la pobre víctima, sino a toda su familia (Review and Herald, 1-5-1900).
Casas de prostitución, antros del vicio, juzgados, prisiones, hospicios, manicomios, hospitales, todos están, en extenso grado, llenos como resultado de la obra del vendedor de licor. Como la Babilonia simbólica del Apocalipsis, negocia con «esclavos y almas de hombres». Detrás del vendedor de licor se halla el poderoso destructor de almas, y cada acto que la tierra o el infierno pueda imaginar es empleado para llevar a los seres humanos bajo su poder.
Sus trampas se extienden en la ciudad y en el campo, en los trenes, en los grandes transatlánticos, en lugares de trabajo, en las salas de placer, en el dispensario médico, aun en la iglesia en la sagrada mesa de la comunión. Nada se deja sin hacer para crear y alimentar el deseo de bebida embriagante. En casi cada esquina está el local público con sus brillantes luces, su bienvenida y su alegría, para invitar al trabajador, al rico ocioso, y al joven desprevenido. La obra prosigue día tras día, mes tras mes, año tras año (Drunkenness and Crime, pág. 8). 23
El bebedor no tiene excusa.
Todos los grados del crimen han sido cometidos en estado de embriaguez, y sin embargo en muchos casos se ha excusado a los autores porque no sabían lo que estaban haciendo. Esto no aminora la culpa del criminal. Si con su propia mano lleva el vaso a sus labios, y toma deliberadamente aquello que sabe destruirá sus facultades de raciocinio, se hace responsable de todo el perjuicio que haga mientras esté ebrio, desde el momento mismo en que permite que su apetito lo domine y él trueca sus facultades de raciocinio por la bebida embriagante. Fue su propio acto lo que lo llevó más bajo que las bestias, y el crimen cometido cuando está en estado de embriaguez debiera ser castigado tan severamente como si la persona tuviera todo el poder de sus facultades de raciocinio (Spiritual Gifts, tomo 4, pág. 125).
Ebriedad y crimen antes del diluvio y ahora.
Los males que son tan evidentes en la época actual, son los mismos que trajeron la destrucción al mundo antediluviano. «En los días antes del diluvio» uno de los pecados prevalecientes era la embriaguez. Del registro del Génesis aprendemos que «se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia». El crimen reinaba supremo; la vida misma estaba insegura. Los hombres cuya razón estaba destronada por la bebida embriagante, consideraban una cosa baladí el tomar la vida de un ser humano.
«Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre». La embriaguez y el crimen que ahora prevalecen, han sido predichos por el mismo Salvador. Estamos viviendo en los días finales de la historia de esta tierra. Es un tiempo solemnísimo. Todo señala la pronta venida de nuestro Señor (Review and Herald, 25-10-1906).
Los juicios de Dios en nuestros días.
Debido a la impiedad que se produce en gran medida como resultado del uso del alcohol, los juicios de Dios están cayendo hoy sobre nuestra tierra (Counsels on Health, pág. 432).
La lección objetiva de San Francisco.
Por cierto tiempo después del gran terremoto de la costa de California, las autoridades de San Francisco y de algunas ciudades y poblaciones menores ordenaron el cierre de las tabernas. Fue tan notable el efecto de esta ordenanza estrictamente cumplida que los hombres pensadores de todo el país, especialmente en la costa del Pacífico, dirigieron su atención 24 hacia las ventajas que resultarían de un cierre permanente de todos los despachos de bebidas. Durante muchas semanas siguientes al terremoto, en San Francisco se vio muy poca ebriedad. No se vendían bebidas embriagantes. El estado de cosas desorganizado y confuso, hacía que las autoridades urbanas temieran un aumento anormal del desorden y del crimen, y quedaron grandemente sorprendidas al comprobar lo contrario. Aquellos de los cuales se esperaban dificultades, no dieron sino muy pocas. Esta inusitada falta de violencia y crimen podía atribuirse en gran medida a la no consumición de bebidas embriagantes.
Los directores de algunos de los principales diarios sostuvieron que el cierre definitivo de las tabernas resultaría en el mejoramiento permanente de la sociedad y serviría a los mejores intereses de la ciudad. Pero el sabio consejo fue desechado, y a las pocas semanas los traficantes de alcohol consiguieron el permiso de abrir nuevamente sus negocios, tras abonar una suma considerablemente mayor de la que había entrado en las arcas de la municipalidad en concepto de licencia.
En la calamidad que sobrevino a San Francisco, el Señor se proponía barrer con los despachos de bebidas que han sido la causa de tanto mal, miseria y crimen; sin embargo los guardianes del bienestar público traicionaron la confianza depositada en ellos legalizando la venta de licor. . . . Ellos saben que al hacerlo están virtualmente autorizando la comisión de crímenes; sin embargó el conocimiento de este seguro resultado no los arredra. . . . El pueblo de San Francisco deberá responder en el tribunal de Dios por la reapertura de las tabernas en esa ciudad (Review and Herald, 25-10-1906).
Significado del estado de cosas actual.
A pesar de las muchas evidencias del aumento del crimen y la impiedad, los hombres rara vez se detienen a pensar seriamente en el significado de estas cosas. Casi sin excepción, los hombres se jactan de la cultura y del progreso de la edad presente.
Sobre aquellos a quienes Dios ha dado una gran luz descansa la solemne responsabilidad de llamar la atención de otros al significado del aumento de la embriaguez y del crimen. También debieran poner ante la mente de otros las Escrituras que describen claramente las condiciones que imperarán inmediatamente antes de la segunda venida de Cristo. Debieran levantar fielmente el estandarte divino, y alzar su voz en protesta contra la sanción del tráfico de alcohol mediante un estatuto legal (Drunkenness and Crime, pág. 3).
2. Un problema económico
El tráfico de alcohol produce falta de honradez y violencia.
En cada fase del negocio de la venta de licores hay falta de honradez y violencia. Las casas de los traficantes de licores están construidas con el salario de la injusticia, y sostenidas por la violencia y la opresión (Review and Herald, 1-5-1894).
Millones gastados para comprar miseria y muerte.
«¡Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus salas sin equidad! . . . Que dice: Edificaré para mí casa espaciosa, y salas airosas; y le abre ventanas, y la cubre de cedro, y la pinta de bermellón. ¿Reinarás, porque te rodeas de cedro? . . . Tus ojos y tu corazón no son sino para tu avaricia, y para derramar sangre inocente, y para opresión y para hacer agravio».
Este pasaje de la Escritura describe la obra de aquellos que elaboran y venden el licor embriagante. Su negocio significa robo. Por el dinero que reciben no entregan ninguna cosa que sea útil. Cada dólar que añaden a sus ganancias ha traído una maldición al que lo gastó.
Cada año se consumen millones y millones de litros de bebida embriagante. Se gastan millones y millones de dólares para comprar miseria, pobreza, enfermedad, degradación, lujuria, crimen y muerte. Por el amor a la ganancia, el traficante de licores distribuye a sus víctimas aquello que corrompe y destruye mente y cuerpo. Hace perpetuar la pobreza y la miseria de la familia del bebedor (Drunkenness and Crime, págs. 7, 8).
Una situación económica contrastante.
El ebrio es capaz de cosas mejores. Dios le ha confiado talentos con los cuales glorifique a Dios, pero sus semejantes han tendido una trampa a su alma, y se han enriquecido a costa de sus recursos. Han vivido en el lujo, mientras sus pobres hermanos a los cuales han despojado, vivían en la pobreza y la degradación. Pero Dios requerirá todo esto de la mano de aquel que ha ayudado al bebedor a hundirse en el camino de la ruina (Manuscrito 54, sin fecha).
Legisladores y traficantes de licores son responsables.
Los legisladores y los traficantes de licores pueden lavarse las manos como Pilato, pero no estarán libres de la sangre de las almas. La ceremonia del lavado de sus manos no los limpiará, cuando por su influencia o por su intermedio han ayudado a hacer bebedores a los hombres. Serán considerados responsables de los millones de dólares que se han derrochado para consumir a los consumidores. Nadie puede cerrar los ojos ante los terribles resultados del tráfico de licores. Los diarios muestran que la miseria, la pobreza, el crimen que resultan de este tráfico, no son fábulas artificiosas, y que centenares de personas se están enriqueciendo a costa del sustento de los hombres a los cuales envían a la perdición por su maldito negocio de bebidas. ¡Ojalá que se suscitara una conciencia pública que pusiera fin al tráfico de bebidas, cerrara las tabernas, y diera a esos hombres enloquecidos la oportunidad de pensar en las realidades eternas! (Review and Herald, 295-1894).
Podrían haberse fundado escuelas.
Pensemos en el dinero mal gastado en las tabernas, donde los hombres venden su razón por aquello que los coloca plenamente bajo el dominio de Satanás. ¡Qué cambio habría en la sociedad si este dinero se usara para fundar escuelas donde se diera a niños y jóvenes instrucción bíblica, y se les enseñara cómo ayudar a sus semejantes, cómo buscar y salvar a los perdidos!
Hay una obra que debe hacerse para todas las capas de la sociedad. . . . No debemos olvidar a los ministros, abogados, senadores, jueces, muchos de los cuales usan bebidas alcohólicas y tabaco. . . . Pedidles que inviertan para el establecimiento de instituciones donde pueda prepararse a niños y jóvenes para llenar cargos de utilidad en el mundo el dinero que de otra manera gastarían en la dañina complacencia del licor y el tabaco (Carta 25, 1902).
Hay que alimentar al hambriento.
Los llantos de los millones de habitantes de nuestro mundo que se están muriendo de hambre, serían pronto acallados si el dinero entrado en las arcas de los vendedores de bebidas alcohólicas se usara para aliviar los sufrimientos de la humanidad. 27 Pero el mal está aumentando constantemente. Se educa a los jóvenes a amar esta vil mercadería que los está arruinando en alma y cuerpo. Se niegan a hacer la obra que podrían hacer en la viña del Señor (Manuscrito 139, 1899).
Podrían haberse establecido misiones.
Pensemos en los miles y millones de dólares que se invierten en la bebida que hará que el hombre se asemeje a una bestia, y destruirá su razón. . . . Todo este dinero podría realizar mucho bien si se usara para el sostén de las misiones en las zonas oscuras de nuestro mundo. Se está robando a Dios aquello que por derecho le pertenece (Manuscrito 38 1/2, 1905).
Podrían haberse impreso más publicaciones.
Cuando obedezcamos la orden del apóstol: «Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios», miles de dólares que ahora se sacrifican en aras del deseo pernicioso, fluirán a la tesorería del Señor, multiplicando las publicaciones en diferentes idiomas para esparcirlas como hojas de otoño. Se establecerán misiones en otras naciones, y entonces los seguidores de Cristo serán de veras la luz del mundo (Signs of the Times, 13-8-1874).
La intemperancia aumentada por los días de fiesta.
La embriaguez, el desorden, la violencia, el crimen, el homicidio, vienen como resultado de que el hombre vende su razón. Los numerosos días de fiesta aumentan los males de la intemperancia. Estas fiestas no ayudan a la moral o a la religión. En ellas los hombres gastan en la bebida el dinero que debiera usarse para satisfacer las necesidades de sus familias; y los vendedores de bebidas recogen su cosecha.
Cuando la bebida está adentro, la razón ha salido. Esta es la hora y el poder de las tinieblas, cuando todo crimen es posible, y toda la maquinaria humana está dominada por un poder infernal, cuando alma y cuerpo son puestos bajo el dominio de la pasión. Y, ¿qué puede resistir a esta pasión? ¿Qué puede detenerla? Estas almas no tienen un ancladero seguro. Las fiestas las llevan a la tentación, porque en un día de fiesta muchos piensan que, por el solo hecho de estar de vacaciones, pueden hacer lo que les plazca (Manuscrito 17, 1898).
Millones para la tesorería del diablo.
Mirad a los que beben vino, cerveza y licores. Que saquen la cuenta de cuánto dinero gastan en ello. ¡Cuántos miles y millones de dólares han entrado en la tesorería del diablo para perpetuar la iniquidad, para llevar adelante la disolución, la corrupción y el crimen (Manuscrito 20, 1894).
3. El alcohol y el hogar
El beber en forma moderada.
El beber moderadamente es la escuela en la cual los hombres se están educando para la carrera del bebedor (Review and Herald, 25-3-1884).
Bendiciones de Dios convertidas en una maldición.
Nuestro Creador ha otorgado sus bendiciones al hombre con mano generosa. Si todos estos dones de la Providencia fuesen empleados con prudencia y temperancia, la pobreza, la enfermedad y la miseria quedarían desterradas de la tierra. Pero ¡ay! por todos lados vemos que las bendiciones de Dios son trocadas en maldición por la perversidad de los hombres.
No hay clase de personas culpables de mayor perversión y abuso de sus dones preciosos que la de los que dedican los productos del suelo a la fabricación de bebidas embriagantes. Los cereales nutritivos, las sanas y deliciosas frutas, son convertidos en brebajes que pervierten los sentidos y enloquecen al cerebro. Como resultado del consumo de estos venenos, miles de familias se ven privadas de las comodidades y aun de las cosas necesarias de la vida, se multiplican los actos de violencia y crimen, y la enfermedad y la muerte sumen a miríadas de víctimas en las tumbas de los borrachos (Obreros Evangélicos, págs. 399, 400).
Los votos matrimoniales disueltos en el aguardiente.
Mirad el hogar del borracho. Notad la escuálida pobreza, la miseria, la inenarrable calamidad que está reinando allí. Mirad a la esposa que una vez fue feliz, huir delante de su maníaco consorte. Oíd sus ruegos mientras los crueles golpes caen sobre su cuerpo encogido. ¿Dónde están los votos sagrados hechos en el altar del matrimonio? ¿Dónde están ahora el amor y las caricias, y la fuerza para protegerla? ¡Ay, se han derretido como perlas preciosas en el aguardiente, la copa de las abominaciones! Mirad a esos niños semidesnudos. Alguna vez fueron acariciados tiernamente. No se permitía que los alcanzara la tempestad invernal, ni el gélido aliento del desprecio y el escarnio del mundo. El cuidado de un padre y el amor de una madre hacía de su hogar un paraíso. Ahora todo ha cambiado. Día tras día suben al cielo los gritos de agonía arrancados de los labios de la esposa y de los hijos del borracho (Review and Herald, 8-11-1881).
Ha perdido la virilidad.
Mirad al borracho. Ved lo que ha hecho por él el licor. Sus ojos están nublados e inyectados de sangre. Su rostro está abotagado y embrutecido e hinchado. Su paso es vacilante. El sello de la obra de Satanás está impreso sobre él. La naturaleza misma se niega a reconocerlo porque ha pervertido las facultades que Dios le ha dado y prostituido su virilidad complaciéndose en la bebida (Review and Herald, 8-5-1894).
Una expresión de la violencia de Satanás.
Así obra [Satanás] cuando tienta a los hombres a vender el alma por la bebida. Toma posesión de cuerpo, mente y alma, y ya no es el hombre, sino Satanás quien actúa. Y la crueldad de Satanás se expresa al alzar el borracho su mano para golpear sin misericordia a la mujer a la cual ha prometido amar y proteger por toda la vida. Los actos del ebrio son una expresión de la violencia de Satanás (Medical Ministry, pág. 114).
La complacencia en la bebida embriagante coloca al hombre enteramente bajo el dominio del demonio, quien inventó este estimulante con el objeto de mutilar y destruir la imagen moral de Dios (Manuscrito 1, 1899).
Se pierden la calma y la paciencia.
No es posible que el hombre intemperante posea un carácter calmo y bien equilibrado, y si maneja a los irracionales, los latigazos excesivos con que castiga a las criaturas de Dios revelan la condición alterada de sus órganos digestivos. En el círculo del hogar puede observarse el mismo espíritu (Carta 17, 1895).
La vergüenza y la maldición de todo país.
Los ofuscados y embrutecidos desechos de la humanidad, almas por quienes Cristo murió y por las cuales lloran los ángeles, se ven en todas partes. Constituyen un baldón para nuestra orgullosa civilización. Son la vergüenza, la maldición y el peligro de todos los países (El Ministerio de Curación, pág. 254).
La mujer, víctima de robo; los hijos, desnutridos.
El borracho no tiene conocimiento de lo que está haciendo bajo la influencia de la bebida enloquecedora, sin embargo el que le vende aquello que hace de él un irresponsable está protegido por la ley en su obra de destrucción. Es legal para él robar a la viuda el alimento que necesita para seguir viviendo. Es legal para él perpetuar la destrucción de la familia de su víctima, enviar niños indefensos por las calles en busca de monedas o de un mendrugo. Estas escenas vergonzosas se repiten día tras día, mes tras mes, año tras año, hasta que la conciencia del vendedor de bebidas queda cauterizada como con un hierro al rojo. Las lágrimas de los niños sufrientes, el grito agonizante de la madre, sólo sirven para exasperar al vendedor de bebidas. . . .
El comerciante de bebidas no vacilará en cobrar las deudas del bebedor a su afligida familia, y quitará las cosas aun más necesarias del hogar para pagar la cuenta de bebidas del marido y padre fallecido. ¿Qué le importa si los niños del muerto se mueren de hambre? Los considera criaturas atrasadas e ignorantes, de las cuales se ha abusado, que han sido maltratadas y degradadas; y no tiene cuidado por su bienestar. Pero el Dios que gobierna en el cielo no ha perdido de vista la primera causa ni el último efecto de la indecible miseria y degradación que han sobrevenido al borracho y a su familia. El libro mayor del cielo contiene cada detalle de la historia (Review and Herald, 155-1894).
El bebedor responsable por su culpa.
No piense el hombre que se complace en la bebida que podrá cubrir su degradación echando la culpa sobre el traficante de bebidas. El tendrá que responder por su pecado y por la degradación de su esposa e hijos. «Los que dejan a Jehová serán consumidos» (Review and Herald, 8-5-1894).
En la sombra del licor.
Día tras día, mes tras mes, año tras año, la perniciosa obra sigue adelante. Padres, maridos y hermanos, apoyo, esperanza y orgullo de la nación, entran constantemente en los antros del tabernero, para salir de ellos totalmente arruinados.
Pero lo más terrible es que el azote penetra hasta el corazón del hogar. Las mujeres mismas contraen más y más el hábito de la bebida. En muchas casas los niños, aun en su inocente y desamparada infancia, se encuentran en peligro diario por el descuido, el mal trato y la infamia de madres borrachas. Hijos e hijas se crían a la sombra de tan terrible mal. ¿Qué perspectiva les queda para el porvenir salvo hundirse aun más que sus padres? (El Ministerio de Curación, pág. 261).
4. Una causa de accidentes
El bebedor bajo el dominio de Satanás.
Los hombres que usan el licor se convierten voluntariamente en esclavos de Satanás. Satanás tienta a aquellos que ocupan cargos de responsabilidad en ferrocarriles, en barcos, los que tienen a su cargo lanchas o vehículos cargados de gente que acude en masa a lugares de diversión idólatra para complacer su apetito pervertido y así olvidar a Dios y sus leyes. Ofrece sumas tentadoras para sobornarlos y seducirlos para que, complaciendo hábitos y apetitos equivocados, se coloquen a sí mismos donde él puede dominar su razón, como un trabajador maneja su instrumento. Entonces trabaja para destruir a los amadores del placer.
Así los hombres cooperan con Satanás como sus agentes, sus instrumentos. No pueden ver qué están haciendo. Se hacen las señales en forma incorrecta, y se provocan colisiones entre los vehículos. De ahí viene el horror, la mutilación y la muerte. Este estado de cosas se verá cada vez más. Los diarios darán cuenta de muchos terribles accidentes. Sin embargo las tabernas seguirán siendo una tentación. Todavía se venderán bebidas a las pobres almas tentadas que han perdido el poder de erguirse y decir: «Yo soy un hombre», sino que por sus actos dicen: «No tengo dominio propio. No puedo resistir la tentación». Todos los tales han cortado su relación con Dios y son los juguetes del engaño de Satanás (Manuscrito 17, 1898).
El juicio perjudicado por la bebida.
Los bebedores están bajo la influencia destructora de Satanás. El les presenta sus falsas ideas, y no puede haber ninguna confianza en su juicio (Review and Herald, 1-5-1900).
En un tren, algún empleado pasa por alto una señal, o interpreta erróneamente una orden. El tren sigue adelante; ocurre un choque, y se pierden muchas vidas. O un vapor encalla, y tanto los pasajeros como los tripulantes hallan su tumba en el agua. Procédese a una investigación y se comprueba que alguien que desempeñaba un puesto importante estaba entonces bajo la influencia de la bebida (El Ministerio de Curación, pág. 254).
Dios considera responsable al bebedor.
Los hombres que están al mando de los grandes transatlánticos, que tienen el control de las vías férreas, ¿son personas estrictamente temperantes? ¿Están libres sus cerebros de la influencia de bebidas embriagantes? Si no, los accidentes que suceden bajo su manejo les serán imputados por el Dios del cielo, que es el dueño de hombres y mujeres (Review and Herald, 1-5-1900).
Hombres que tienen grandes responsabilidades en salvaguardar a sus semejantes de accidentes y daños son a menudo desleales a su deber. Debido a la complacencia en el tabaco y la bebida, no conservan la mente clara y serena como Daniel en la corte de Babilonia. Ofuscan su cerebro por el uso de drogas estimulantes, y pierden temporariamente sus facultades racionales. Muchos naufragios en alta mar pueden atribuirse a la bebida.
Una y otra vez ángeles invisibles han protegido a los barcos en el ancho océano porque a bordo había algún pasajero orando que tenía fe en el poder protector de Dios. El Señor tiene poder para mantener en sujeción las olas airadas que están ansiosas de destruir y sepultar a sus hijos (Manuscrito 153, 1902).
Reprobación del uso de licores.
Necesitamos hombres que, bajo la inspiración del Espíritu Santo, reprendan los juegos de azar y el uso de licores, males que tanto abundan en estos últimos días (Manuscrito 117, 1907).
El único camino seguro.
¡Cuántos terribles accidentes ocurren por causa de la bebida! . . . ¿Qué porción de este terrible embriagante puede tomarse sin atentar contra la vida de seres humanos? Sólo el que se abstiene estará seguro. Su mente no debe estar confundida por la bebida. Nada embriagante debe pasar por sus labios. Si proceden así y ocurre una desgracia, los que ocupan puestos de responsabilidad podrán hacer lo mejor y contemplar satisfechos su foja de servicios, sea cual fuere el desenlace (Review and Herald, 29-5-1894).
5. Un problema de salud pública
Han vendido su fuerza de voluntad.
Hay en el mundo una multitud de seres humanos degradados los cuales, cediendo en su juventud a la tentación de usar tabaco y alcohol, envenenaron los tejidos del organismo humano y pervirtieron sus facultades racionales hasta el límite donde quiso llevarlos Satanás. La capacidad de pensar está ofuscada. Las víctimas ceden a la tentación del alcohol y venden su capacidad de razonar por un vaso de bebida.
Mirad a ese hombre privado de razón. ¿Qué es? Es un esclavo de la voluntad de Satanás. El archiapóstata lo dota de sus propios atributos. Es un esclavo del libertinaje y de la violencia. No hay crimen que no esté dispuesto a cometer, porque ha puesto en su boca aquello que lo embriaga y hace de él, mientras esté bajo su influencia, un demonio.
Mirad a nuestros jóvenes. Escribo ahora acerca de algo que hace doler mi corazón. Han perdido su fuerza de voluntad. Sus nervios están debilitados porque su poder se ha agotado. En su semblante no está el brillo rubicundo de la salud. Se ha ido la mirada vivaz de los ojos. Se ha perdido su lustre. El vino que han bebido ha debilitado su memoria. Son como personas de edad avanzada. El cerebro ya no puede producir sus ricos tesoros cuando es necesario (Manuscrito 17, 1898).
Un pecado moral y una enfermedad física.
Entre las víctimas de la intemperancia hay representantes de toda clase social y de todas las profesiones. Hombres encumbrados, de gran talento y altas realizaciones, han cedido a sus apetitos hasta que han quedado incapaces de resistir a la tentación. Algunos que en otro tiempo poseían riquezas, han quedado sin familia ni amigos, víctimas de padecimientos, miseria, enfermedad y degradación. Perdieron el dominio de sí mismos. Si nadie les tiende una mano de auxilio, se hundirán cada vez más. En ellos el exceso no es tan sólo pecado moral, sino enfermedad física (El Ministerio de Curación, págs. 127, 128).
En una situación desesperada.
El hombre que contrajo el hábito de la bebida se encuentra en una situación desesperada. Su cerebro está enfermo y su voluntad debilitada. En lo que toca a su propia fuerza, sus apetitos son ingobernables. No se puede razonar con él ni persuadirle a que se niegue a sí mismo (El Ministerio de Curación, pág. 265).
Cuerpo y alma en esclavitud.
Las casas de bebida están esparcidas por todas las ciudades y pueblos. . . . El viajero entra en el local público con su razón, su capacidad de caminar en forma erecta; pero miradlo cuando sale. Se ha ido el brillo de sus ojos. Se ha ido la capacidad de caminar en forma erecta; va haciendo eses de un lado para el otro como un barco en el mar. Su capacidad para razonar está paralizada, la imagen de Dios está destruida. El brebaje que envenena y enloquece ha dejado una marca sobre él. . . . Está en una esclavitud de cuerpo y alma, y no puede distinguir entre lo bueno y lo malo. El comerciante de bebidas ha puesto su botella ante los labios de su prójimo, y bajo su influencia está lleno de crueldad y homicidio, y en su locura comete realmente homicidio.
Es llevado ante un tribunal terrenal, y los que legalizaron el expendio de bebidas son obligados a enfrentarse con el producto de su propia obra. Ellos autorizaron por ley que se le entregase a ese hombre una bebida que lo convertiría de cuerdo en loco, y ahora necesitan enviarlo a la prisión o a la horca por su crimen. Su esposa e hijos han quedado en el abandono y en la miseria, para convertirse en una carga de la comunidad en la cual viven. El hombre está perdido en cuerpo y alma, desheredado de la tierra, y sin esperanza del cielo. . . .
Ninguna fuerza para resistir a la tentación.
Las víctimas del hábito de beber se enloquecen tanto bajo la influencia del licor que están dispuestos a vender su razón por un vaso de aguardiente. No guardan el mandamiento: «No tendrás dioses ajenos delante de mí». Su fuerza moral está tan debilitada que no tienen poder para resistir a la tentación, y su deseo de bebida es tan fuerte que eclipsa todo otro deseo, y no se dan cuenta que Dios pide de ellos que lo amen con todo su corazón. Son prácticamente idólatras, porque todo lo que enajena sus afectos del Creador, todo lo que debilita y amortigua la fortaleza moral, está usurpando el trono de Dios, y recibe el servicio que es debido sólo a él. Satanás es adorado en todas estas viles idolatrías.
El que se detiene con el vino está jugando con Satanás el juego de la vida. El fue quien hizo a los malos hombres agentes suyos, de modo que los que comiencen el hábito de la bebida puedan convertirse en borrachos. El planeó que cuando el cerebro estuviera confundido con el alcohol, llevaría al borracho a la desesperación, y le haría cometer crímenes atroces. En el ídolo que ha levantado para que los hombres lo adoren todo es contaminación y crimen, y la adoración del ídolo arruinará tanto el alma como el cuerpo, y extenderá su nefasta influencia sobre la mujer y los hijos del borracho. Las inclinaciones corruptas del borracho se transmiten a su descendencia, y de ella a las generaciones siguientes.
Un poder demoníaco en acción.
Pero, ¿no son los gobernantes del país mayormente responsables por el aumento de la criminalidad, la ola de maldad que es resultado del expendio de bebidas? ¿No es su deber y no está en su poder eliminar este mal mortal? Satanás ha formado sus planes, y aconseja a los legisladores, y éstos reciben sus consejos, y así mantienen en actividad, mediante disposiciones legislativas, una plétora de mal que resulta en mucha miseria y crimen de un carácter tan terrible que la pluma humana no puede describirlo. Un poder demoníaco está en acción a través de instrumentos humanos, y los hombres están tentados a complacer el apetito hasta que pierden el dominio propio. La vista de un ebrio, si no fuera tan común, levantaría la indignación pública y haría que el tráfico de bebidas se eliminara; pero el poder de Satanás ha endurecido de tal manera los corazones humanos, ha pervertido de tal forma el juicio humano, que los hombres pueden contemplar los ayes, el crimen, la pobreza que inundan el mundo por causa del tráfico de bebidas y permanecer indiferentes. . . .
Día tras día, mes tras mes, año tras año, las trampas mortales de Satanás se ponen en nuestras comunidades, a nuestras puertas, en las esquinas, dondequiera sea posible atrapar almas, para que su poder moral pueda ser destruido, y la imagen de Dios raída, y las almas se hundan en la degradación más abajo que el nivel de las bestias. Las almas peligran y perecen, y ¿dónde está la energía activa, el esfuerzo decidido de parte de los cristianos para alzar una señal de advertencia, para iluminar a sus semejantes, para salvar a sus hermanos que perecen? No hemos meramente de hablar de idear métodos para salvar a los que ya están muertos y perdidos, sino ocuparnos de aquellos que no están todavía más allá del alcance de la comprensión y de la ayuda. . . .
Legalizando el tráfico de licores, la ley da su sanción a la caída del alma y se niega a detener el tráfico que inunda el mundo de mal. Consideren los legisladores si no puede evitarse todo esto que hace peligrar la vida humana, la fuerza física y la visión mental. ¿Es necesaria toda esta destrucción de la vida humana? (Review and Herald, 29-5-1894).
La responsabilidad del traficante de licores.
Los que venden bebida embriagante a sus semejantes . . . reciben las ganancias del borracho, y no le dan equivalente por su dinero. En lugar de eso le dan aquello que lo enloquece, que le hace actuar descabelladamente, y lo convierte en un demonio de mal y crueldad. . . .
Pero los ángeles de Dios han sido testigos de cada paso dado en el camino descendente, y han seguido el rastro de todas las consecuencias que resultaron del hecho de que un hombre haya puesto la botella en los labios de su prójimo. El traficante de bebidas figura en los registros entre aquellos cuyas manos están llenas de sangre. Es condenado por tener en la mano la bebida intoxicante por la cual su prójimo es tentado a la ruina, y por la cual los hogares se llenan de miseria y degradación. El Señor considera responsable al vendedor de bebida por cada centavo que entra en sus arcas sacado de las ganancias del pobre borracho, que ha perdido toda su fortaleza moral, que ha hundido su virilidad en la bebida (Review and Herald, 8-5-1894).
Debe dar cuentas a Dios.
No importa cuál sea la riqueza, poder o posición de un hombre a la vista del mundo, no importa si le está permitido por la ley del país vender bebidas embriagantes a su prójimo, será tenido por responsable a la vista del Cielo por degradar al alma que ha sido redimida por Cristo, y será culpado en el juicio por rebajar un carácter que debería haber reflejado la imagen de Dios, hasta reflejar la imagen de lo que está más abajo de la creación animal.
Al incitar a los hombres a educarse en el hábito del alcohol, el vendedor de bebidas está en la práctica quitando la justicia del alma y llevando a los hombres a convertirse en abyectos esclavos de Satanás. El Señor Jesús, el Príncipe de Vida, está en controversia con Satanás, el príncipe de las tinieblas. Cristo declara que su misión es elevar a los hombres. . . .
Jesús dejó los atrios celestiales y depuso su propia gloria, y revistió su divinidad con humanidad para que pudiese entrar en estrecho contacto con la humanidad, y por precepto y ejemplo pudiese elevar y ennoblecer la humanidad y restaurar en el alma humana la imagen perdida de Dios. Esta es la obra de Cristo; pero, ¿cuál es la influencia de aquellos que legalizan el tráfico de bebidas? ¿Cuál es la influencia de aquellos que ponen la botella en los labios de su prójimo? Contrasten la obra del vendedor de bebida con la obra de Jesucristo, y estarán forzados a admitir que los que trafican con el alcohol, y los que sostienen el tráfico, están trabajando en colaboración con Satanás. Mediante este negocio están haciendo una obra mayor en perpetuar la miseria humana de lo que lo están haciendo los hombres en cualquier otro negocio del mundo. . . .
El vendedor de bebidas asume la misma actitud de Caín, y dice: «¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?», y Dios le dice, como le dijo a Caín: «La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra». Los vendedores de bebidas serán tenidos por responsables del desamparo que ha entrado en los hogares de aquellos que eran débiles en fortaleza moral, y que cayeron por la tentación de la bebida. Se les imputarán la miseria, el sufrimiento, la desesperación que entraron en el mundo mediante el tráfico de bebidas. Tendrán que responder por los ayes y la necesidad de las madres y de los hijos que han carecido de comida, vestido y techo, que han sepultado toda esperanza y alegría. El que cuida del pajarillo y toma nota de cuando cae al suelo, que reviste el campo de hierba, que hoy es y mañana es echada en el horno, no pasará por alto a aquellos que han sido formados a su propia imagen, comprados con su propia sangre, ni desoirá sus gemidos de dolor. Dios toma nota de toda esta impiedad que perpetúa la miseria y el crimen. Considera responsables de todo ello a aquellos cuya influencia ayuda a abrir la puerta de la tentación para el alma (Manuscrito 54, sin fecha).
La sentencia de Dios sobre el vendedor de bebidas.
No sabe ni se preocupa de que el Señor tiene una cuenta que arreglar con él, y cuando su víctima ha muerto, su corazón de piedra no se inmuta.
No ha prestado oído a la advertencia: «A ninguna viuda ni huérfano afligiréis. Porque si tú llegas a afligirles, y ellos clamaren a mí, ciertamente oiré yo su clamor; y mi furor se encenderá, y os mataré a espada, y vuestras mujeres serán viudas, y huérfanos vuestros hijos» (Review and Herald, 15-5-1894).
No habrá excusa para el traficante de bebidas en aquel día cuando cada hombre recibirá de acuerdo con sus obras. Los que hayan destruido la vida tendrán que pagar la penalidad con la suya. La ley de Dios es santa, justa y buena» (Carta 90, 1908).
No fomentemos el deseo de estimulantes.
Recuerde cada alma que tiene la sagrada obligación ante Dios de hacer lo mejor por sus semejantes. ¡Cuán cuidadoso debería ser cada uno de no crear el deseo de estimulantes. Al aconsejar a amigos y vecinos a tomar licores para su salud, están en peligro de convertirse en agentes de la destrucción de sus amigos. Han llamado mi atención muchos incidentes en los cuales por un simple consejo hombres y mujeres se han convertido en esclavos del hábito de la bebida.
Los médicos son responsables de convertir a muchos en borrachos. Sabiendo lo que hará la bebida para quienes la aman, se han tomado la responsabilidad de prescribirla para sus pacientes. Si razonaran de causa a efecto, sabrían que los estimulantes habrán de producir el mismo efecto en el órgano del cuerpo que el que producen en el hombre entero. ¿Qué excusa podrán presentar los médicos por la influencia que han ejercido en convertir en bebedores a padres y madres? (Review and Herald, 29-5-1894).
Advertidos para librarse de las consecuencias.
Teniendo a la vista los terribles resultados de la complacencia en las bebidas embriagantes, ¿cómo es posible que haya hombre o mujer que pretende creer en la Palabra de Dios que se aventure a tocar, probar o manejar vino o licores? Una práctica tal está ciertamente en desacuerdo con la fe que profesan. . . .
El Señor ha dado indicaciones especiales en su Palabra acerca del uso del vino y los licores. Ha prohibido su uso, y ha recalcado su prohibición con fuertes advertencias y amenazas. Pero su amonestación contra el uso de bebidas embriagantes no es el resultado del ejercicio de una autoridad arbitraria. Ha amonestado a los hombres para que se libren del mal que resulta de la complacencia en el vino y los licores. . . .
El tráfico de bebidas es un terrible azote para nuestro país, y está sostenido y legalizado por quienes profesan ser cristianos. Al hacer así, las iglesias se hacen responsables de todos los resultados de este tráfico mortífero. El tráfico de bebidas tiene la raíz en el mismo infierno, y lleva a la perdición. Estas son consideraciones solemnes (Review and Herald, 1-5-1894).
6. El alcohol y las personas de responsabilidad
Lecciones del caso de Nadab y Abiú.
Nadab y Abiú, los hijos de Aarón que ministraban en el sagrado oficio del sacerdocio, se sirvieron vino en abundancia, y, como acostumbraban, fueron a ministrar delante de Jehová. Los sacerdotes que quemaban incienso delante de Jehová tenían que usar el fuego del altar de Dios que ardía día y noche, y nunca se apagaba. Dios dio indicaciones explícitas acerca de la forma en que debía realizarse cada parte de su servicio para que todo lo que estuviera relacionado con su culto sagrado estuviese de acuerdo con su santo carácter. Toda desviación de las indicaciones expresas de Dios en relación con su sagrado servicio era pasible de muerte. Dios no aceptaría ningún sacrificio que no estuviese sazonado con la sal del fuego divino, que representaba la comunicación entre Dios y el hombre accesible solamente mediante Jesucristo. El fuego sagrado que debía ser puesto en el incensario era mantenido perpetuamente encendido, y mientras los hijos de Dios estaban afuera, orando fervientemente, el incienso alumbrado por el fuego sagrado había de subir delante de Dios mezclado con sus oraciones. Este incienso era un emblema de la mediación de Cristo.
Los hijos de Aarón tomaron fuego común, que Dios no aceptaba, y ofrecieron un insulto al Dios infinito presentando este fuego extraño delante de él. Dios los consumió con fuego por su desprecio deliberado de sus expresas indicaciones. Todas sus obras eran como la ofrenda de Caín. No se representaba en ellas al divino Salvador. Si esos hijos de Aarón hubiesen tenido el dominio completo de sus facultades pensantes, habrían discernido la diferencia entre el fuego común y el sagrado. La complacencia del apetito rebajó sus facultades y oscureció de tal forma su intelecto que se extinguir su facultad de discernimiento. Comprendían plenamente el carácter sagrado del servicio simbólico y la terrible solemnidad y responsabilidad que pesaba sobre ellos al presentarse delante de Dios para ministrar en el servicio sagrado.
Eran responsables.
Algunos podrán preguntar: ¿Cómo podían los hijos de Aarón ser tenidos por responsables cuando sus intelectos estaban tan paralizados por la embriaguez que no podían discernir la diferencia entre el fuego sagrado y el común? En el momento de llevar la copa a sus labios se hicieron responsables por todos los actos que cometiesen bajo la influencia del vino. La complacencia del apetito les costó la vida a esos sacerdotes. Dios prohibió expresamente el uso del vino que influyera en la obnubilación del intelecto.
«Y Jehová habló a Aarón, diciendo: Tú, y tus hijos contigo, no beberéis vino ni sidra cuando entréis en el tabernáculo de reunión, para que no muráis; estatuto perpetuo será para vuestras generaciones, para poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio, y para enseñar a los hijos de Israel todos los estatutos que Jehová les ha dicho por medio de Moisés….
Aquí tenemos las clarísimas indicaciones de Dios, y sus razones para la prohibición del uso del vino; para que su facultad de discriminación y de discernimiento fuese clara, y no confusa en manera alguna; para que su juicio fuese correcto, y pudiesen siempre discernir entre lo limpio y lo inmundo. Se da también otra razón de suma importancia por la cual debían abstenerse de todo lo que pudiese embriagar. Se requería el pleno uso de la razón despejada para presentar a los hijos de Israel todos los estatutos que
Dios les había hablado.
Requisitos de los dirigentes espirituales.
Toda comida o bebida que impida el ejercicio sano y activo de las facultades mentales es un pecado provocativo a la vista de Dios. Este es especialmente el caso de aquellos que ministran en las cosas sagradas, que en todo momento debieran ser ejemplos para el pueblo, y estar en condiciones de darles instrucción adecuada. . . .
Ministros del púlpito sagrado cuyos labios y boca están corrompidos se atreven a tomar la sagrada palabra de Dios en sus labios impuros. Piensan que Dios no toma nota de su complacencia pecaminosa. «Por cuanto no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los hombres está en ellos dispuesto para hacer el mal». Dios no está más dispuesto a recibir un sacrificio de las manos de aquellos que de esta forma se mancillan a sí mismos y ofrecen con su servicio el incienso del tabaco y del alcohol de lo que lo estaba para recibir la ofrenda de los hijos de Aarón, quienes ofrecieron incienso con fuego extraño.
Dios no ha cambiado. Es tan específico y exacto en sus requerimientos hoy como lo era en los días de Moisés. Pero en los santuarios dedicados hoy día al culto, junto con los cantos de alabanza, las oraciones y la enseñanza desde el púlpito, no hay tan sólo fuego extraño, sino corrupción abierta. En vez de ser predicada la verdad con la santa unción que proviene de Dios, se la presenta estando bajo la influencia del tabaco y la bebida. ¡Fuego extraño, por cierto! Se presentan la verdad y la santidad bíblica a la gente, y se ofrecen a Dios las oraciones ¡mezcladas con el hedor del tabaco! ¡Incienso tal es lo que más agrada a Satanás! ¡Qué engaño terrible! ¡Qué ofensa para Dios! ¡Qué insulto para Aquel que es santo y habita en luz inaccesible!
Si las facultades de la mente estuvieran en un saludable vigor, los cristianos profesos discernirían la inconsecuencia de un culto tal. Como en el caso de Nadab y Abiú, sus facultades están tan embotadas que no hacen diferencia entre lo sagrado y lo profano. Cosas santas y sagradas son rebajadas al nivel de su aliento contaminado por el tabaco, de sus cerebros ofuscados, de sus almas mancilladas, contaminadas por la complacencia del apetito y la pasión. Profesos cristianos comen y beben, fuman y mastican tabaco, convirtiéndose en glotones y borrachos, para complacer el apetito, ¡y todavía hablan de vencer como Cristo venció! (Redemption; or the Temptation of Christ, págs. 82-86).
Se necesitan dirigentes con mentes claras. ¿Qué pasa con nuestros legisladores y nuestros hombres del foro? Si era necesario que los ministros de las cosas sagradas tuviesen mentes claras y dominio completo de su razón, ¿no es también importante que los que hacen y ejecutan las leyes de nuestra gran nación tengan sus facultades despejadas? ¿Qué diremos de los jueces y jurados, en cuyas manos está el disponer de la vida humana, y cuyas decisiones pueden condenar al inocente o dejar sueltos en la sociedad a los criminales? ¿No necesitan ellos tener el pleno dominio de sus facultades mentales? ¿Son ellos temperantes en sus hábitos? Si no lo son, no son aptos para puestos de tanta responsabilidad. Cuando los apetitos se pervierten, las facultades mentales se debilitan y existe el peligro de que los hombres no gobiernen con justicia. La complacencia en aquello que ofusca la mente, ¿es hoy menos peligrosa que cuando Dios puso restricciones para aquellos que oficiaban en el culto divino? (Christian Temperance and Bible Hygiene, pág. 19).
Cuando los hombres de gobierno traicionan su cometido. Los hombres que hacen las leyes que rigen la vida del pueblo, debieran más que cualquier otro ser obedientes a las leyes superiores que son el fundamento de todo gobierno en las naciones y en las familias. ¡Cuán importante es que los hombres que tienen el poder en sus manos sientan que ellos mismos están bajo un dominio superior. Pero nunca lo sentirán así mientras sus mentes estén debilitadas por la complacencia en drogas y bebidas. Los que tienen el encargo de hacer y ejecutar las leyes debieran tener todas sus facultades en condiciones de vigorosa acción. Practicando la temperancia en todas las cosas, pueden preservar la clara discriminación entre lo sagrado y lo común, y tener sabiduría para administrar con la justicia e integridad que Dios exigía al Israel de antaño. . . .
Muchos que son elevados a los más altos puestos de confianza para servir al público son exactamente lo opuesto. Ellos se sirven a sí mismos, y generalmente hacen uso de drogas, vino y licores. Abogados, juristas, senadores, jueces y representantes, han olvidado que el carácter no es el resultado de sus ensueños. Están deteriorando sus facultades mediante complacencias pecaminosas. Se rebajan de su elevada posición para corromperse con intemperancia, licencia y toda forma de mal. Sus facultades prostituidas por el vicio abren el camino para todo mal. . . .
Los intemperantes no debieran ser colocados en posiciones de confianza por el voto del pueblo. Su influencia corrompe a otros, y graves responsabilidades están en juego. Con cerebro y nervios nublados por el tabaco y los estimulantes, ellos hacen una ley de su propia naturaleza, y cuando se disipa la influencia inmediata [de los estimulantes o de los licores] se produce un colapso. Con frecuencia la vida humana se encuentra en la balanza; de la decisión de los hombres que ocupan esos cargos de confianza dependen la vida y la libertad, o la prisión y la angustia. Cuán necesario es que todos los que tienen parte en esas transacciones sean hombres probados, hombres de cultura propia, hombres honrados y veraces, de firme integridad, que desprecien el cohecho, que no permitan que su juicio o convicciones acerca de lo correcto sean torcidos por la parcialidad o el prejuicio. Así dice Jehová: «No pervertirás el derecho de tu mendigo en su pleito. De palabra de mentira te alejarás, y no matarás al inocente y justo; porque yo no justificaré al impío. No recibirás presente; porque el presente ciega a los que ven, y pervierte las palabras de los justos» (Signs of the Times, 8-7-1880).
Solamente hombres estrictamente temperantes e íntegros debieran ser admitidos en nuestras cámaras legislativas y elegidos para presidir en nuestros tribunales. La propiedad, la reputación y aun la vida misma están inseguras libradas al juicio de hombres intemperantes e inmorales. ¡Cuántas personas inocentes han sido condenadas a muerte, a cuántas más se las ha privado de todas sus posesiones terrenales por la injusticia de jurados, abogados, testigos y aun jueces adictos a la bebida! (Signs of the Times, 11-2-1886).
Si todos los magistrados fuesen temperantes. Si las personas representativas siguieran el camino del Señor, señalarían a los hombres una norma elevada y santa. Los que están en posiciones de confianza serían estrictamente temperantes. Magistrados, senadores y jueces tendrían un entendimiento claro, y su juicio sería sano y no pervertido. El temor del Señor estaría siempre delante de ellos, y estarían respaldados por una sabiduría más alta que la suya propia. El Maestro celestial haría sabios sus consejos y los fortalecería para obrar a pie firme en oposición a todo lo torcido, y para hacer avanzar aquello que es correcto, justo y verdadero. La palabra de Dios sería su guía y toda opresión sería desechada. Legisladores y administradores se sujetarían a toda ley justa y buena, enseñando siempre el camino del Señor para hacer justicia y juicio. Dios es quien dirige todo gobierno y toda ley buenos y justos. Los que tienen la responsabilidad de administrar alguna parte de la ley son responsables ante Dios como administradores de sus bienes (Review and Herald, 1-10-1895).
La razón destronada en la fiesta de Belsasar. En su orgullo y arrogancia, con temerario sentimiento de seguridad, «Belsasar hizo un gran banquete a mil de sus príncipes, y en presencia de los mil bebía vino». Todos los atractivos ofrecidos por la riqueza y el poder aumentaban el esplendor de la escena. Entre los huéspedes que asistían al banquete real había hermosas mujeres que desplegaban sus encantos. Había hombres de genio y educación. Los príncipes y los estadistas bebían vino como agua, y bajo su influencia enloquecedora se entregaban a la orgía. Habiendo quedado la razón destronada por una embriaguez desvergonzada, y habiendo cobrado ascendiente los impulsos y las pasiones inferiores, el rey mismo dirigía la ruidosa orgía (Profetas y Reyes, pág. 385).
En el mismo momento cuando la francachela estaba en su apogeo, surgió una pálida mano y trazó en la pared de la sala del banquete la condenación del rey y de su reino. «Mene, Mene, Tekel, Uparsín» fueron las palabras escritas y ésta fue la interpretación dada por Daniel: «Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto . . . Tu reino ha sido roto, y dado a los medos y a los persas». Y el relato nos dice: «La misma noche fue muerto Belsasar rey de los caldeos. Y Darío de Media tomó el reino».
Poco pensó Belsasar que un Vigilante invisible contemplaba su orgía idolátrica. Pero no hay nada que se diga o haga que no esté registrado en los libros del cielo. Los caracteres místicos trazados por la pálida mano testifican que Dios es testigo de todo lo que hacemos, y que es deshonrado por las francachelas y orgías. No podemos ocultar nada de Dios. No podemos escapar de nuestra responsabilidad ante él. Doquiera estemos y cualquier cosa que hagamos, somos responsables ante Aquel a quien pertenecemos por creación y redención (Manuscrito 50, 1893).
Terribles resultados de la disipación de Herodes. En muchas cosas Herodes había reformado su vida disoluta. Pero el consumo de excesivos alimentos y bebidas estimulantes estaba constantemente enervando y amortiguando sus facultades morales y físicas, y luchando contra los fervientes llamados del Espíritu de Dios, que había llevado la convicción al corazón de Herodes, despertando su conciencia para renunciar a sus pecados. Herodías estaba al tanto de los puntos débiles del carácter de Herodes. Sabía que en circunstancias normales, mientras tenía el pleno dominio de su inteligencia, no podría lograr la muerte de Juan….
Disimuló de la mejor manera posible su odio aguardando con expectación el día del cumpleaños de Herodes que ella sabía sería una ocasión de glotonería y embriaguez. El apetito de Herodes por la comida abundante y el vino le daría a ella la oportunidad de hacerle bajar la guardia. Lo induciría a complacer su apetito, lo cual despertaría la pasión y rebajaría el tono del carácter mental y moral haciendo imposible que sus sensibilidades amortiguadas percibiesen con claridad los hechos y las evidencias e hiciese decisiones correctas. Hizo los más costosos preparativos para el festejo y la voluptuosa disipación. Ella conocía la influencia de estas fiestas intemperantes sobre el intelecto y la moralidad. Sabía que la complacencia de Herodes en el apetito, el placer y la diversión excitaría sus pasiones más bajas y lo haría impotente ante las exigencias más nobles del esfuerzo y el deber.
El alborozo artificial de la mente y el espíritu producido por la intemperancia rebaja las sensibilidades para el avance moral, haciendo imposible que los impulsos santos afecten el corazón y tengan el dominio sobre las pasiones cuando la opinión pública y la moda las sustentan. Festividades y diversiones, bailes, y el abundante uso del vino, ofuscan los sentidos y quitan el temor de Dios. . . .
Mientras Herodes y sus príncipes estaban festejando y bebiendo en el salón del banquete, Herodías, envilecida por el crimen y la pasión, envió a su hija vestida en la forma más fascinadora a la presencia de Herodes y de sus reales huéspedes. Salomé estaba ataviada con costosas guirnaldas y flores. Estaba adornada de joyas relucientes y resplandecientes brazaletes. Con poca ropa y menos pudor danzó para la diversión de los reales huéspedes. Ante sus sentidos pervertidos, los fascinó la encantadora apariencia de ésta, que para ellos era una visión de belleza y hermosura. En lugar de ser dominadas por la clara razón, el gusto refinado o la conciencia sensible, las cualidades más bajas de la mente tenían las riendas del mando. La virtud y el principio no tenían ningún poder de dominio.
El falso encantamiento de la aturdidora escena pareció privar de toda dignidad y razón a Herodes y sus huéspedes, que estaban saturados de vino. La música, el vino y la danza habían quitado de ellos el temor y la reverencia de Dios. Nada parecía sagrado para los sentidos pervertidos de Herodes. Deseaba hacer algún despliegue que lo exaltara aún más alto ante los grandes hombres de su reino. Y temerariamente prometió, y confirmó su promesa con juramento, que daría a la hija de Herodías cualquier cosa que ésta pidiera. . . .
Habiendo obtenido una promesa tan maravillosa, ella corrió a su madre, deseando saber qué cosa pedir. La respuesta de la madre estaba lista: la cabeza de Juan el Bautista en un plato. Salomé al principio quedó aturdida. No comprendía la venganza escondida en el corazón de su madre. Se negó a formular un pedido tan inhumano; pero la determinación de esa impía mujer prevaleció. Además ordenó a su hija que no se detuviera, sino que se apresurara a presentar su pedido antes que Herodes tuviese tiempo para reflexionar y cambiar de opinión. Por lo tanto, Salomé volvió a Herodes con el terrible pedido: «Quiero que ahora mismo me des en un plato la cabeza de Juan el Bautista. Y el rey se entristeció mucho; pero a causa del juramento, y de los que estaban con él a la mesa, no quiso desecharla».
Herodes quedó atónito y confundido. Cesó su alegría desenfrenada y sus huéspedes se estremecieron de horror ante este inhumano pedido. Las frivolidades y la disipación de esa noche costaron la vida de uno de los más eminentes profetas que alguna vez llevaran un mensaje de Dios a los hombres. La copa embriagante preparó el camino para este terrible crimen (Review and Herald, 11-3-1873).
Ninguna voz para salvar a Juan. ¿Por qué no se levantó ninguna voz en esa concurrencia para disuadir a Herodes de cumplir su alocado voto? Estaban aturdidos por el vino y para sus sentidos ofuscados no había nada que debiese ser respetado.
Aunque los huéspedes reales estaban prácticamente en condiciones de librarlo de las obligaciones de su juramento, sus lenguas parecían paralizadas. Herodes mismo estaba bajo el engaño de que debía, a fin de mantener su propia reputación, cumplir con el juramento hecho bajo la influencia de la embriaguez. El principio moral, la única salvaguardia del alma, estaba paralizado. Herodes y sus huéspedes eran esclavos, sujetos a la más baja servidumbre por el apetito pervertido. . . .
Las facultades mentales estaban enervadas por el placer de los sentidos, que pervertía sus ideas acerca de la justicia y la misericordia. Satanás buscó esta oportunidad en la persona de Herodías para instarles a tomar decisiones apresuradas que costarían la vida preciosa de uno de los profetas de Dios (Review and Herald, 8- 4-1873).
Amonestaciones divinas. El Señor no puede soportar mucho más a una generación intemperante y perversa. Hay muchas solemnes amonestaciones en las Escrituras contra el uso de las bebidas embriagantes. En tiempos antiguos, cuando Moisés estaba recapitulando el deseo de Jehová concerniente a su pueblo, se pronunciaron contra los borrachos las siguientes palabras:
«Y suceda que al oír las palabras de esta maldición, él se bendiga en su corazón, diciendo: Tendré paz, aunque ande en la dureza de mi corazón, a fin de que con la embriaguez quite la sed. No querrá Jehová perdonarlo, sino que entonces humeará la ira de Jehová y su celo sobre el tal hombre, y se asentará sobre él toda maldición escrita en este libro, y Jehová borrará su nombre de debajo del cielo».
Dice Salomón: «El vino es escarnecedor, la sidra alborotadora, y cualquiera que por ellos yerra no es sabio». ¿Para quién será el ay? ¿Para quién el dolor? ¿Para quién las rencillas? ¿Para quién las quejas? ¿Para quién las heridas en balde? ¿Para quién lo amoratado de los ojos? Para los que se detienen mucho en el vino, para los que van buscando la mistura. No mires al vino cuando rojea, cuando resplandece su color en la copa. Se entra suavemente; mas al fin como serpiente morderá, y como áspid dará dolor».
El uso del vino entre los israelitas fue una de las causas que finalmente contribuyó a su cautiverio. El Señor les dijo mediante el profeta Amós:
«¡Ay de los reposados en Sion!… Vosotros que dilatáis el día malo, y acercáis la silla de iniquidad. Duermen en camas de marfil, y reposan sobre sus lechos; y comen los corderos del rebaño, y los novillos de en medio del engordadero; gorjean al son de la flauta, e inventan instrumentos musicales, como David; beben vino en tazones, y se ungen con los ungüentos más preciosos; y no se afligen por el quebrantamiento de José. Por tanto, ahora irán a la cabeza de los que van a cautividad, y se acercará el duelo de los que se entregan a los placeres».
«¡Ay de ti, tierra, cuando tu rey es muchacho, y tus príncipes banquetean de mañana! ¡Bienaventurada tú, tierra, cuando tu rey es hijo de nobles, y tus príncipes comen a su hora, para reponer sus fuerzas y no para beber!» «No es de los reyes, oh Lemuel, no es de los reyes beber vino, ni de los príncipes la sidra; no sea que bebiendo olviden la ley, y perviertan el derecho de todos los afligidos».
Estas palabras de amonestación y autoridad son claras y decididas. Los que ocupan cargos públicos de confianza, cuiden de que no olviden la ley y perviertan el juicio por el vino y la bebida fuerte. Gobernantes y jueces debieran siempre estar en condiciones de seguir la indicación del Señor: «A ninguna viuda ni huérfano afligiréis. Porque si tú llegas a afligirles, y ellos clamaren a mí, ciertamente oiré yo su clamor; y mi furor se encenderá, y os mataré a espada, y vuestras mujeres serán viudas, y huérfanos vuestros hijos».
Jehová el Dios de los cielos gobierna. El solo está sobre toda autoridad, sobre todos los reyes y gobernantes. El Señor ha dado en su Palabra instrucciones especiales con respecto al uso del vino y de las bebidas fuertes. Ha prohibido su uso, y ha recalcado su prohibición con severas amonestaciones y amenazas. Pero esta prohibición del uso de las bebidas embriagantes no es un acto de arbitrariedad. El quiere que los hombres se abstengan a fin de librarse de las consecuencias del uso del vino y de las bebidas alcohólicas. Degradación, crueldad, abyección y contienda son los resultados naturales de la intemperancia. Dios ha señalado las consecuencias de practicar esta conducta impía. Lo ha hecho para que no haya una perversión de sus leyes y para que los hombres eviten la miseria ampliamente extendida resultante de la conducta de hombres perversos los cuales, por amor a la ganancia, venden venenos enloquecedores (Drunkenness and Crime, págs. 4-6).
La Temperancia, págs. 22-48
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