Diezmo
Diezmo (heb. ma’aser, “décima parte”; gr. dekáte, “décimo”, “diezmo”). Décima parte de las ganancias que Dios reclama como suya (Lev 27:30). El diezmo, de una u otra forma, era practicado entre diversos pueblos de la antigüedad, tanto para propósitos religiosos como seculares, y por los adoradores del verdadero Dios en una época muy temprana. Una vez que el hombre pecó, fue sentenciado a ganar su sustento mediante el sudor de su frente (Gen 3:17-19), con el peligro de que dijera en su corazón: “Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza” (Deut 8:17), cuando en realidad era Dios quien se los daba para conseguirlos (v 18). De acuerdo con ello, cuando los israelitas estaban por entrar en Canaán, Dios les advirtió que al obtener cierto grado de prosperidad debían ser cuidadosos en no olvidarlo (vs 7-11; cf Rom 1:19-21). Devolviendo el diezmo, el hombre reconoce que es un mayordomo de Dios, el dueño de todo. El Señor no necesita el apoyo financiero del hombre, porque de él es el mundo y su plenitud (véase Sal 50:10-12). Pero el hombre, particularmente en su estado pecaminoso, tiene una necesidad urgente y constante de recordar que Dios es la fuente de “toda buena dádiva y todo don perfecto” (Stgo. 1:17). Aun antes de la entrada del pecado, el peligro del olvido estaba latente en el carácter del hombre, y Dios le prohibió comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal como una prueba para él (Gen 2:17); lo reclamó como suyo. Porque con la obediencia este mandato, Adán y Eva reconocían que Dios era el dueño del hermoso hogar confiado a su cuidado. Dios le dio a Adán el dominio sobre todo el mundo y sobre todas las formas de vida sobre él (1:28), pero retuvo para sí este solo árbol como señal de que era el Señor de todo. Así, el separar la 10a parte de las ganancias es un reconocimiento de la misma verdad eterna.
Que Abrahán entregara los diezmos a Melquisedec como sacerdote de Dios (Gen 14:18-20), quien al bendecir a Abrahán lo llamara siervo “del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra” (v 19), demuestra que quienes adoraban al verdadero Dios comprendieron desde muy temprano el principio de la devolución del diezmo. Jacob prometió dedicar “un décimo” a Dios (Gen 28:22). La práctica del diezmo se incorporó al código levítico en el monte Sinaí, cuando Dios explicó a Moisés que “el diezmo de la tierra… es cosa dedicada a Jehová” (Lev 27:30), y que el “diezmo de vacas o de ovejas” también lo es (v 32). Y se hizo una provisión: “Si alguno quisiere rescatar algo del diezmo, añadirá la quinta parte” (v 31). Algunos han interpretado esto como un permiso para retener temporariamente del diezmo para uso personal, sujeto al pago de una multa del 20% cuando se lo devuelva finalmente. El contexto, sin embargo, deja muy en claro que esa no era la intención de esta regla (cf v 33). Esa generosa provisión, que permitía al hombre cambiar -nunca retener- una clase de semillas “de la tierra como del fruto de los árboles” (Lev 27:30; si era necesario, por ejemplo, como semilla para la siguiente cosecha), estaba decretada para evitar infligir penurias a los agricultores. No había necesidad de la misma exención en el caso de los animales de los rebaños (vs 32, 33).
Bajo el sistema levítico, Dios ordenó que los diezmos de Israel se dedicaran al sostén de los levitas (Num 18:24), en vista de que éstos no habían recibido territorio como herencia, y con el fin de que pudieran emplear todo su 325 tiempo a ministrar en el templo y a instruir a la gente acerca de la ley de Dios (Num 18:21; cf 1Co 9:13; Deut 25:4). Los levitas, a su vez, devolvían un diezmo de lo que ellos recibían del pueblo (Num 18:26-28). El diezmo de Deut 14:23-29 (cf 12:5-11, 17-19), consistente en productos del suelo, del rebaño y del ganado, y que podía ser “comido delante de Jehová” en compañía de los levitas, de los pobres y de otros invitados, era aparentemente un 2do diezmo. El diezmo se debía calcular cada año (14:22). Los que vivían a gran distancia del templo y tendrían dificultades para llevarlo en especies, debían cambiarlo por dinero (vs 24, 25). Se hacía provisión para que cada 3er año el diezmo se usara para los levitas y los pobres (Deut 14:28; cf Amo 4:4). La negligencia en la devolución del diezmo condujo a Ezequías a estimular al pueblo a no descuidar su deber (2Ch 31:4-12). Su respuesta fue tan entusiasta que fue necesario preparar lugar adicional en el templo para almacenar los diezmos que traía el pueblo (vs 10, 11). El 2do templo también tuvo almacenes para ello (Neh 0:38; 13:10-14; cf Mal 3:10). El profeta Malaquías reprendió la tendencia de Israel al descuido en la devolución del diezmo (Mal 3:8-11). Retenerlo, dijo, es robar a Dios, y caer bajo una maldición. Inversamente, sobre los que fielmente lo devuelven, Dios promete abrir “las ventanas de los cielos” y derramar “bendición hasta que sobreabunde” (v 10).
El mandato de devolver el diezmo no fue repetido explícitamente por ningún escritor del NT. Pero en vista de que Abrahán, como algo normal, lo devolvió siglos antes de la formación del código levítico, y que su principio estaba implícito aun antes que el hombre pecara, es evidente que el deber y la práctica del diezmo existía mucho antes del sistema levítico, y no era exclusivo de él. Por lo tanto, la obligación no fue puesta a un lado automáticamente cuando el código levítico caducó en la cruz. La amonestación de nuestro Señor en Mt 23:23 constituye una aprobación tácita, aunque no un mandato explícito. Ni Cristo ni ningún escritor del NT disminuyó en lo más mínimo la obligación de devolver el diezmo. Jesús claramente no estaba en contra de su práctica, sino contra el espíritu hipócrita de los escribas y los fariseos, cuya religión consistía principalmente en la observancia escrupulosa de las formas exteriores de la ley; en este caso, de la ley del diezmo. El principio también está tácitamente aprobado por el autor de Hebreos (véase 7:8).
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