Dios como Comandante
Dios como Comandante
Pr. Angel Manuel Rodríguez
Siempre he tenido dificultades para entender la exterminación de los «cananitas» que realizaron los israelitas bajo las órdenes de Dios. ¿Esta clase de guerra puede justificarse?
Ésta es una pregunta difícil
que no tiene respuestas rápidas. Sólo puedo resaltar algunos elementos
que deberían ser considerados. No podemos concentrarnos sólo en
unos pocos versículos para dar una respuesta bíblica, sino que
tenemos que tener en cuenta todas las enseñanzas de las Escrituras con
respecto a Dios, el pecado, la sociedad humana y la guerra; y rechazar las soluciones
simplistas (por ejemplo: que la visión de Dios en el Antiguo Testamento
difiere de la del Nuevo Testamento, que los escritores bíblicos utilizaron
nociones paganas, etc.). Limitaré mis comentarios a tres argumentos importantes.
1. Trasfondo temporal. El texto bíblico
indica que el exterminio de los cananitas fue limitado básicamente al
período de la conquista. Con frecuencia, Dios les recordaba a los israelitas
sus responsabilidades, presentando sus intenciones, al decir: Cuando hayáis
pasado el Jordán entrando en la tierra de Canaán… (Núm.
33:51); Cuando Jehová tu Dios te haya introducido en la tierra en la
cual entrarás para tomarla… (Deut. 7:1; véase Deut. 12:1; 18:19).
El Señor no esperaba que ésta sea una característica permanente
de las operaciones militares israelitas. Una vez que la conquista finalizara,
los israelitas sólo debían preocuparse por la defensa propia.
No existe apoyo bíblico para la práctica de la guerra santa.
2. Conflictos justificables moralmente. Quienes
van a la guerra intentan ganar a cualquier costo, y esto por sí mismo
hace de la exterminación del enemigo una parte intrínseca de las
contiendas armadas. Claramente, éste era el caso en el Antiguo Cercano
Oriente.
De manera interesante, el Antiguo Testamento realiza un esfuerzo especial para
demostrar que el mandamiento de Dios para destruir a los cananitas no fue arbitrario
o controlado por intereses expansionistas. Dios mismo dio la razón: los
cananitas sacrificaban sus niños a sus dioses, estaban involucrados en
la hechicería y brujería, y consultaban a los muertos (Deut. 18:10-12).
Su corrupción moral y religiosa había alcanzado un nivel intolerable.
Cientos de años antes, el Señor
había dicho a Abraham: Y en la cuarta generación volverán
acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo
hasta aquí (Gén. 15:16). Para el tiempo de la conquista, los pecados
de los amonitas habían llegado a su colmo, indicando que Dios haría
juicio sobre las naciones y sus compromisos con los valores morales y prácticas
religiosas correspondientes (véase Gén. 18; 20:33). Dios estaba
ejecutando el juicio contra el pecado y los pecadores impenitentes.
Un segundo motivo para la exterminación
de los enemigos de Israel es que, si ellos permanecían en la tierra,
se convertirían en instrumentos de corrupción para el pueblo de
Dios (Deut. 7:4). Un pueblo santo requiere un lugar santo para vivir. La guerra
era el intento divino de organizar un nuevo orden basado en sus principios de
justicia y amor, una tierra en la cual la paz y la seguridad prevalecerían.
Todo lo que podría hacer fracasar la intención divina debía
ser removido.
3. Los israelitas como asistentes de Dios.
Que Dios enrole a los israelitas como sus instrumentos en este tipo de guerras
genera preocupaciones éticas y morales. Muy pocos se sentirían
incómodos si Dios hubiera utilizado las fuerzas de la naturaleza. Sin
embargo, Dios utilizó la guerra.
La guerra es una característica ineludible
de un mundo caído y pecaminoso. Al transformar a Israel en una nación
con identidad política, y al declararse a sí mismo como su rey,
Dios y su pueblo estaban involucrados en contiendas militares. Sus enemigos
serían las otras naciones que no desearan reconocer las exigencias morales
de Dios sobre ellos e intentaran exterminar a su pueblo. Por medio de la conquista
de la tierra, Dios preparó a su pueblo para la guerra, de manera que
cooperara con su teocracia en el cumplimiento de las intenciones divinas para
ellos y para el mundo (Juec. 3:1, 2).
No podemos entender completamente este tópico,
pero hay algo que sabemos: Dios es amante, bondadoso y justo. Esta representación
bíblica de Dios es esencial para la discusión de un tema como
éste. Él es quien permitió que su hijo muriera en nuestro
lugar, aquél que, en un acto de amor y justicia, exterminará de
nuestro planeta al pecado y a los pecadores impenitentes para poder crear un
reino eterno y pacífico.
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