Dios es el Juez

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Dios es el Juez

La narrativa continúa. Dios personalmente asignó una labor profética a Jonás. A partir de una referencia a su persona en 2 Reyes 14:25 sabemos dónde vivía y que fue vocero de Dios más de una vez: «…conforme a la palabra de Jehová Dios de Israel, la cual él había hablado por su siervo Jonás hijo de Amitai, profeta que fue de Gat-hefer». Gat-hefer está a sólo unos cuantos kilómetros al norte de Nazaret, en la región meridional de Galilea, haciendo de Jonás un profeta del reino del norte. Así que la vida de Jonás está bien documentada en varios textos.

También descubrimos en el mismo inicio del libro que Dios estaba plenamente informado de la «gran ciudad» de Nínive y de su degradación moral. Él instruye a Jonás para que pregone contra ella, «porque ha subido su maldad delante de mí» (Jonás 1:2).

Los arqueólogos han excavado y traducido numerosas inscripciones asirias. Por ejemplo, el siguiente documento proviene del reinado de Asurbanipal II (884-859 a.C.). Este escrito solo nos recuerda cuán correcto estaba Dios en su evaluación de los asirios. El monarca se jacta, diciendo:

«Yo construí un muro frente a su ciudad y despellejé a todos los jefes que se habían sublevado, y cubrí el pilar con su piel. A algunos los encerré dentro del pilar, a otros los traspasé en el pilar con estacas, y a otros los até a estacas alrededor del pilar… y corté las extremidades de los oficiales reales que se habían rebelado…”

«Quemé con fuego a muchos cautivos de entre ellos, y a muchos los tomé como rehenes. A muchos les corté la nariz, las orejas y los dedos de las manos; y a muchos les saqué los ojos. Hice un montón de los vivos y otro de cabezas, y até sus cabezas a troncos de árboles alrededor de la ciudad. Y quemé con fuego a sus jóvenes, hombres y mujeres”.

«Capturé a veinte hombres vivos y los sepulté en la pared de su palacio… El resto de sus guerreros los dejé morir de sed en el desierto del Éufrates». [D. D. Luckenbill, Ancient Records of Assyria and Babylonia, serie Registros Antiguos, tomo 1, citado en Geoffrey T. Bull, The City and the Sign: An Interpretation of the Book of Jonah (Londres: Hodder and Stoughton, 1970)].

Juntamente con tales inscripciones antiguas, secciones de pared de granito exquisitamente esculpido también describen gráficamente la legendaria crueldad asiria a la que Dios se refirió. La civilización asiria era conocida ampliamente por su violencia. Dios había inculpado correctamente a su ciudad capital. Como mencionamos en el capítulo anterior, el Señor incluso envió a otro profeta -Nahum- para reprobar la maldad de Nínive. Escuche la divina acusación:

«Profecía sobre Nínive. Libro de la visión de Nahum de Elcos… Mas acerca de ti mandará Jehová, que no quede ni memoria de tu nombre; de la casa de tu dios destruiré escultura y estatua de fundición; allí pondré tu sepulcro, porque fuiste vil… ¡Ay de ti, ciudad sanguinaria, toda llena de mentira y de rapiña, sin apartarte del pillaje!… Multitud de muertos, y multitud de cadáveres; cadáveres sin fin, y en sus cadáveres tropezarán, a causa de la multitud de las fornicaciones de la ramera de hermosa gracia, maestra en hechizos, que seduce a las naciones con sus fornicaciones, y a los pueblos con sus hechizos. Heme aquí contra ti, dice Jehová de los ejércitos… No hay medicina para tu quebradura; tu herida es incurable; todos los que oigan tu fama batirán las manos sobre ti porque, ¿sobre quién no pasó continuamente tu maldad?» (Nahum 1:1-3:19; la cursiva fue añadida).

Un aspecto llamativo del ministerio de Jonás y Nahum en la capital asiria, Nínive, es el evidente interés de Dios por la ciudad. Este aspecto merece una consideración seria. ¿Se ha conmovido alguna vez su corazón por causa de las principales ciudades del mundo, llenas como están de corrupción? ¿Alguna vez hemos suspirado por los habitantes de tan vastas metrópolis en la misma forma en que la Escritura dice que suspira el corazón de Dios? En ocasiones, después de observar los diferentes informes noticiosos acerca de la depravación perpetuada en muchas de esas ciudades, tal vez hemos pensado que si sufren algún desastre mayúsculo simplemente están recibiendo lo que merecen.

En el registro bíblico encontramos a Dios plenamente consciente de la maldad de Babel, Sodoma y Gomorra, Corinto y Roma. Él nunca ignora su suerte. Y eso es exactamente lo que encontramos en el libro de Jonás.

Sin embargo, el juicio divino preocupa a algunos cristianos. Les perturba que Dios juzgue la maldad. Para algunos es difícil creer que un Dios de amor pueda ser a la vez un Dios de juicio. Pero el retrato bíblico de Dios revela precisamente eso.

La orden de Dios a Jonás respecto a Nínive no debiera sorprendernos. Estaba fundamentada en el consistente estándar divino de rectitud y justicia contra el pecado, algo que Dios le declara a Jonás: «…ha subido su maldad delante de mí».

Evidentemente, éste es un lenguaje legal. El Señor, que habla aquí como juez, anuncia la acusación contra Nínive. No importan las muchas voces que hoy en día tratan de complacer nuestras conciencias enfocándose casi exclusivamente en el amor divino, aquí, y a través de toda la Escritura, observamos que Dios no pasa por alto la maldad humana. Así que éste es un momento sumamente serio para Nínive.

En el breve libro de Jonás las palabras «mal» y «maldad» aparecen siete veces. Tal como lo subrayamos anteriormente, cuando se hace un análisis cuidadoso de la narrativa bíblica debemos prestar atención a la elección de ciertas palabras y su repetición. Los escritores bíblicos no usaban las técnicas actuales para dar énfasis, como el uso de la cursiva o el subrayado. En vez de eso, elegían cuidadosamente su vocabulario a la luz de lo que deseaban comunicar o enfatizar. En sus cuatro capítulos el libro de Jonás usa las palabras «maldad» y «mal» más de una vez para referirse a los ninivitas. El lector debe, por lo tanto, entender que la ciudad de Nínive no es una aldehuela pacífica, y que su maldad y violencia no han pasado desapercibidas en el cielo.

En la Escritura también aprendemos que Dios nunca actúa con favoritismo. Tampoco aplica el juicio injustamente. Con frecuencia confrontó a la nación de Israel con su estándar de moralidad invariable y absoluto, y proclamó solemnes apelaciones a juicio cuando fue necesario. Por ejemplo:

«Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: … así ha dicho Jehová el Señor a la tierra de Israel: El fin, el fin viene sobre los cuatro extremos de la tierra. Ahora será el fin sobre ti, y enviaré sobre ti mi furor, y te juzgaré según tus caminos; y pondré sobre ti todas tus abominaciones. Y mí ojo no te perdonará, ni tendré misericordia; antes pondré sobre ti tus caminos, y en medio de ti estarán tus abominaciones; y sabréis que yo soy Jehová» (Ezequiel 7:1-4).

Como notamos anteriormente, Dios ordenó a otros profetas – como Isaías y Jeremías- a anunciar advertencias divinas a varias naciones fuera de Israel [Isaías: Babilonia (Isaías 13); Asiria (Isaías 14:24-27); Filistea (Isaías 14:28-32); Moab (Isaías 15; 16); Damasco (Isaías 17); Etiopía (Isaías 18); Egipto (Isaías 19:20); y Tiro (Isaías 23). Jeremías: Babilonia (Jeremías 25:12-38; 50; 51); Filistea (Jeremías 47); Moab (Jeremías 48); Arnón (Jeremías 49:1-6); Edom (versículos 7-22); Damasco (versículos 23-27); Cedar y Hazor (versículos 28-33); y Elam (versículos 34-39)]. Mucho antes que Israel fuera una nación, Dios tuvo a antiguos gobernantes como responsables ante el mismo estándar moral que quienes hicieron pacto con él. Es imperativo entender que el estándar de moralidad divino operaba aún antes que Dios diera el Decálogo en el Sinaí. ¡Los Diez Mandamientos siempre han estado vigentes! Revisemos la evidencia acerca de este importante punto.

En Génesis 12 Abraham viajó a Egipto debido a una hambruna. Allí persuadió a su esposa, Sara, a que mintiera acerca de la relación que había entre ellos. El presentimiento de Abraham de que el faraón querría tomar a Sara como esposa resultó cierto, y el gobernante egipcio así lo hizo. Pero Dios mismo trajo juicio sobre el faraón. Sin embargo, al gobernante egipcio le preocupó el hecho de que se le hubiera mentido.

«Mas Jehová hirió a Faraón y a su casa con grandes plagas, por causa de Sarai mujer de Abram. Entonces Faraón llamó a Abram, y le dijo: ¿Qué es esto que has hecho conmigo? ¿Por qué no me declaraste que era tu mujer? ¿Por qué dijiste: Es mi hermana, poniéndome en ocasión de tomarla para mí por mujer? Ahora, pues, he aquí tu mujer; tómala, y vete» (Génesis 12:17-19).

Más adelante, en una situación similar, Abraham volvió a mentir. De nuevo, Dios intervino, y otra vez el gobernante, en esa ocasión el de Gerar, también mostró un evidente y elevado estándar de moralidad.

«Pero Dios vino a Abimelec en sueños de noche, y le dijo: He aquí, muerto eres, a causa de la mujer que has tomado, la cual es casada con marido. Mas Abimelec no se había llegado a ella, y dijo: Señor, ¿matarás también al inocente? ¿No me dijo él: Mi hermana es; y ella también dijo: Es mi hermano? Con sencillez de mi corazón y con limpieza de mis manos he hecho esto. Y le dijo Dios en sueños: Yo también sé que con integridad de tu corazón has hecho esto; y yo también te detuve de pecar contra mí, y así no te permití que la tocases. Ahora, pues, devuelve la mujer a su marido; porque es profeta, y orará por ti, y vivirás. Y si no la devolvieres, sabe que de cierto morirás tú, y todos los tuyos» (Génesis 20:3-7).

Dios no destruyó las ciudades de Sodoma y Gomorra simplemente porque estaba de mal humor. Ni tampoco se irritaba arbitrariamente, como los dioses del Cercano Oriente. Una vez más la razón es clara: «Entonces Jehová le dijo: Por cuanto el clamor contra Sodoma y Gomorra se aumenta más y más, y el pecado de ellos se ha agravado en extremo» (Génesis 18:20). Los dos ángeles le repiten la misma acusación a Lot: «Y dijeron los varones a Lot: ¿Tienes aquí alguno más? …sácalo de este lugar; porque vamos a destruir este lugar, por cuanto el clamor contra ellos ha subido de punto delante de Jehová; por tanto, Jehová nos ha enviado para destruirlo» (Génesis 19:12, 13).

La respuesta de José a la seductora esposa de Potifar también es instructiva: «No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?» (Génesis 39:9). José podría haber argumentado que no deseaba deshonrar a Potifar. Sin embargo, él recurrió a una autoridad superior.

El libro de Job es reconocido como el libro más antiguo del Antiguo Testamento. Notablemente, Job no pertenece a la era de los pactos. Él vivió antes de la gran liberación de los israelitas del Éxodo; sin embargo, también muestra un elevado estándar de moralidad. En Job 31 él comenta de manera específica acerca de la mentira (versículos 5, 6); la codicia (versículos 7, 8); el adulterio (versículos 9-12); la idolatría (versículos 24-28); el robo (versículos 38-40); la atención a los pobres, y la justicia social (versículos 16-23).

A través de toda la Escritura, desde Génesis hasta Apocalipsis, encontramos que Dios es absolutamente consistente en su estándar de justicia. Él juzgó las fallas morales de Israel al igual que las de todas las demás naciones. No sólo Jonás y Nahum llamaron a Asiria ajuicio, sino también Isaías:

«Pero acontecerá que después que el Señor haya acabado toda su obra en el monte de Sión y en Jerusalén, castigará el fruto de la soberbia del corazón del rey de Asiria, y la gloria de la altivez de sus ojos. Porque dijo: Con el poder de mi mano lo he hecho, y con mi sabiduría, porque he sido prudente; quité los territorios de los pueblos, y saqueé sus tesoros, y derribé como valientes a los que estaban sentados» (Isaías 10:12, 13).

El profeta Amós, que vivió en el mismo siglo que Jonás, también pronunció fuertes denuncias contra el pecado de las naciones fuera de Israel:

«Dijo: Jehová rugirá desde Sión, y dará su voz desde Jerusalén, y los campos de los pastores se enlutarán, y se secará la cumbre del Carmelo. Así ha dicho Jehová: Por tres pecados de Damasco, y por el cuarto, no revocaré su castigo… Por tres pecados de Gaza, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque llevó cautivo a todo un pueblo para entregarlo a Edom» (Amós 1:2-6).

Sin embargo, muchos de los pensadores actuales consideran el juicio divino irreconciliable con un Dios de amor. Muchos cristianos que consideran el juicio como un concepto anticuado después de la muerte de Cristo piensan que nuestro enfoque ahora debiera centrarse exclusivamente en el amor de Dios. Sin embargo, en la mente de los escritores bíblicos esta dicotomía entre el amor y la justicia simplemente no existía. Para ellos, cuando Dios proclama justicia, su llamamiento emana de un corazón amoroso, como lo declara tan elocuentemente Fleming Rutledge:

«La Biblia nos muestra en mil formas que el juicio de Dios es un Instrumento de su misericordia. El juicio no implica una condenación eterna… significa la corrección del rumbo en dirección a la salvación. Los padres sabios siempre han sabido esto” [Fleming Rutledge, Help My Unbelief (Grand Rapids: Eerdmans, 2000), p. 60].

Elena de White está de acuerdo con lo anterior, y comenta notablemente este tema muchas veces. Por ejemplo, al describir el castigo de Dios a Israel después de la rebelión en el Sinaí, incluye numerosas razones por las que éste tuvo que aplicarse:

«El amor, no menos que la justicia, exigía que este pecado fuera castigado. Dios es Protector y Soberano de su pueblo. Destruye a los que insisten en la rebelión, para que no lleven a otros a la ruina. Al perdonar la vida a Caín, Dios había demostrado al universo cuál sería el resultado si se permitiese que el pecado quedara impune. La influencia que, por medio de su vida y ejemplo, él ejerció sobre sus descendientes condujo a un estado de corrupción que exigió la destrucción de todo el mundo por el diluvio. La historia de los antediluvianos demuestra que una larga vida no es una bendición para el pecador; la gran paciencia de Dios no los movió a dejar la iniquidad. Cuanto más tiempo vivían los hombres, tanto más corruptos se tomaban.”

«Así también habría sucedido con la apostasía del Sinaí. Si la transgresión no se hubiera castigado con presteza, se habrían visto nuevamente los mismos resultados. La tierra se habría corrompido tanto como en los días de Noé. Si se hubiera dejado vivir a estos transgresores, habrían resultado mayores males que los que resultaron por perdonarle la vida a Caín. Por obra de la misericordia de Dios sufrieron miles de personas para evitar la necesidad de castigar a millones. Para salvar a muchos había que castigar a los pocos”.

«Además, como el pueblo había despreciado su lealtad a Dios, había perdido la protección divina, y privada de su defensa, toda la nación quedaba expuesta a los ataques de sus enemigos. Si el mal no se hubiera eliminado rápidamente, pronto habrían sucumbido todos, víctimas de sus muchos y poderosos enemigos. Fue necesario para el bien de Israel mismo y para dar una lección a las generaciones venideras, que el crimen fuese castigado prontamente. Y no fue menos misericordioso para los pecadores mismos que se los detuviera a tiempo en su pecaminoso derrotero. Si se les hubiese perdonado la vida, el mismo espíritu que los llevó a la rebelión contra Dios se hubiera manifestado en forma de odio y discordia entre ellos mismos, y por fin se habrían destruido el uno al otro. Fue por amor al mundo, por amor a Israel, y aun por amor a los transgresores mismos, por lo que el crimen se castigó con rápida y terrible severidad» [Elena G. de White, Patriarcas y profetas, pp. 335, 336]

El involucramiento de Dios con las naciones del mundo seguramente no era un concepto desconocido para Jonás. Pero es fácil ser ciego respecto a la perspectiva de Dios acerca del pecado. Ninguna persona es inmune a tal peligro. Ni Jonás ni Israel rebosaron de alegría porque Dios pudiera extender su misericordia más allá de sus límites nacionales. Ambos pasaron por alto la manera en que Dios siempre había expresado interés por la humanidad entera. Incluso los pactos antiguos con Noé y Abraham claramente incluyeron a toda persona. Jonás y su pueblo olvidaron cómo tiempo atrás Dios había preparado un «salvador» durante una gran hambruna a fin de socorrer no sólo a Egipto sino a las naciones vecinas, incluyendo a Jacob y a sus hijos (Génesis 45:7, 8). Ahora Dios necesitaba recordarles cómo él siempre había incluido a «extranjeros» en su misericordia. Incluso Naamán, general del ejército sirio y, por lo tanto, un enemigo nacional en potencia, fue sanado de su lepra en Israel. Muchos profetas israelitas incluso hablaron de las intenciones de Dios de bendecir al mundo entero:

«Así dijo Jehová: Guardad derecho, y haced justicia; porque cercana está mi salvación para venir, y mi justicia para manifestarse… Y a los hijos de los extranjeros que sigan a Jehová para servirle, y que amen el nombre de Jehová para ser sus siervos; a todos los que guarden el día de reposo para no profanarlo, y abracen mi pacto, yo los llevaré a mi santo monte, y los recrearé en mi casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptos sobre mi altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos» (Isaías 56:1-7).

Nosotros también debemos ser suficientemente honestos para admitir que nos es fácil carecer de interés o incluso prejuiciarnos acerca de otra raza o nación. Durante los tiempos del Nuevo Testamento, Simón Pedro, hijo de otro Jonás, luchó con los mismos asuntos que el profeta Jonás del Antiguo Testamento. ¡Y en el mismo pueblo de Jope! Recuerde lo que Dios le dijo a Pedro: «Lo que Dios limpió, no lo llames tú común. Esto se hizo tres veces» (Hechos 10:15, 16).

Siendo que estamos aprendiendo a ser más sensibles a la narrativa bíblica, ¡la triple repetición del reproche divino debiera alertarnos inmediatamente! La propia explicación de Pedro de su visión deja en claro que era consciente de que ésta no se refería a hábitos alimentarios apropiados, sino que revelaba la compasión de Dios por todas las personas:

«Y les dijo: Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo… En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia» (versículos 28-35).

Dios conoce a todas las personas y todos los lugares por nombre. Él conoce los detalles más diminutos de nuestra apariencia física exterior. Y, todavía más importante, sabe lo que está oculto en el fondo de nuestro corazón, incluyendo aquellas áreas que hemos sido capaces de disfrazar y encubrir de los demás, y frecuentemente incluso de nosotros mismos. Dios también demuestra tal interés personal e íntimo en un nivel mundial. Y su estándar de moralidad es claro y consistente en ambos testamentos, tal como lo hemos observado:

«¡Cuán grandes son tus obras, oh Jehová!
Muy profundos son tus pensamientos.
El hombre necio no sabe,
Y el insensato no entiende esto.
Cuando brotan los impíos como la hierba,
Y florecen todos los que hacen iniquidad,
Es para ser destruidos eternamente.
Mas tú, Jehová, para siempre eres Altísimo.
Porque he aquí tus enemigos, oh Jehová,
Porque he aquí, perecerán tus enemigos;
Serán esparcidos todos los que hacen maldad»
(Salmos 92:5-9).

A la luz de todo esto, no debiera sorprendernos que Dios llame a Jonás para pronunciar juicio sobre la maldad de Nínive. ¿Quién pensaría que Dios no tenía reservada otra cosa sino juicio para la malvada ciudad de Nínive? La violencia puede derribar a las naciones más poderosas. Sin embargo, aunque el juicio divino es cierto, ¡no es la última palabra de Dios para Nínive! El llamamiento divino de Nínive a juicio debiera recordarnos que, con frecuencia, nos es imposible predecir lo que Dios finalmente hará. Nadie puede siquiera suponer que conoce lo siguiente que Dios hará. El próximo detalle de su plan maestro puede sorprendernos.

Por ejemplo, ¿quién de los hermanos de José habría creído que algún día éste se convertiría en el primer ministro de Egipto? Sin embargo, José testificó del involucramiento personal de Dios en su vida:

«Entonces dijo José a sus hermanos: Acercaos ahora a mí. Y ellos se acercaron. Y él dijo: «Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis para Egipto. Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros… Y Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación. Así, pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios, que me ha puesto por padre de Faraón y por señor de toda su casa, y por gobernador en toda la tierra de Egipto» (Génesis 45:4-8).

Dos veces en este pasaje José repite claramente que la providencia de Dios estuvo directamente involucrada en su estancia en Egipto.

¿Quién habría soñado que cuatro adolescentes prisioneros de guerra hebreos alcanzarían tal prominencia política en la tierra de su cautividad, Babilonia? ¿Quién habría pensado que Dios llamaría a un pastor de Tecoa para pronunciar juicio sobre Israel y las naciones circunvecinas (Amós 1)? ¿Quién habría pensado en la iglesia primitiva que alguien como Saulo de Tarso se convertiría? Y, ¿quién habría siquiera sugerido que deberían orar por su conversión? Incluso el profeta Ananías tembló al recibir las instrucciones de Dios para visitar a Saulo en Damasco.

«Entonces Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén; y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre» (Hechos 9:13, 14).

Seguramente Dios también sorprendió a Jonás cuando envió al profeta a una ciudad gentil, una de las ciudades paganas más infames que existían entonces sobre la faz de la tierra. Y por encima de eso, Dios rompía con todo precedente normal con la misión de Jonás. De todos los profetas de Dios sólo él recibió alguna vez tal cometido. El Señor hizo algo asombroso y glorioso cuando designó a un profeta para viajar más allá de los límites de Israel. ¡Dios violó todas las nociones israelitas presentes acerca del ministerio profético al enviar a su primer «apóstol» a los gentiles!

Sin embargo, Jonás pareció preferir que Dios encauzara su misericordia exclusivamente hacia los israelitas. Después de todo -admite él más adelante-, los malvados ninivitas merecían justamente sufrir el castigo por sus pecados. Como veremos, Jonás admite ante Dios que estaba bien consciente de la reputación de Nínive como una ciudad idólatra llena de pecado (Jonás 4:2). Y observaremos a través de las acciones del profeta que aparentemente nada era más repulsivo, desagradable o molesto para él que ir a ese lugar a predicar arrepentimiento. Nínive, el centro del poder asirio, era la ciudad capital del peor enemigo de Israel. Una vez más, Asiria aparecía como una amenaza para la seguridad y supervivencia de Israel. El drama de la situación es intenso cuando comienza un choque de voluntades con la orden de Dios a Jonás para que vaya a Nínive.

Pero antes de mostrarnos demasiado severos con Jonás, necesitamos preguntarnos: ¿Alguna vez hemos observado a algunas personas y pensado que las tales están más allá de toda posibilidad de conversión, y que tratar de ayudarlas significaría perder el tiempo? ¿Hemos admitido que somos un poco renuentes en compartir con otros el mensaje acerca del juicio final de Dios? ¿Hay algunas personas que preferiríamos evitar?

El mensaje de juicio de Dios para Nínive incluye aún otra sorpresa. El tiempo de juicio de Nínive también incluye la misericordia divina. Ciertamente, la gente de Nínive era evidentemente mala, y Dios ordenó a Jonás que llevara a esa ciudad un mensaje de juicio. Sin embargo, ellos podrían estar agradecidos por eso. Aunque con frecuencia es difícil reconocerlo al momento, un mensaje de juicio por parte de Dios es en realidad una señal de su gran misericordia. La mayor maldición que alguna vez puede amenazar a una nación o a una persona es no ser llamada a juicio, sino ser rechazada por Dios. Esto ocurrió incluso con su propio pueblo: «Efraín es dado a ídolos; déjalo» (Oseas 4:17; la cursiva fue añadida). Pablo nos recuerda ese mismo asunto en Romanos: «Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada…» (Romanos 1:28; la cursiva fue añadida).

Cuando las personas han rechazado deliberadamente a Dios, él no tiene otra opción más que apartarse renuentemente. Él los entrega a una mente reprobada, una mente perversa que no puede comprender la verdad. El juicio es un asunto extremadamente serio en relación con el cielo. Así que éste era un tiempo crítico para Nínive. Pero habría sido peor si Dios simplemente hubiera abandonado a sus habitantes sin emitir ninguna advertencia acerca del inminente juicio. Ciertamente, al final Dios tuvo que rechazar a Nínive. Pero antes de hacerlo, primero envió a dos profetas a la gran ciudad.

La misericordia de Dios hacia Nínive es sólo el principio de los sorprendentes aspectos del libro de Jonás. Ya hemos observado a Dios llamando a Jonás por nombre y confiándole a un profeta israelita un mensaje de juicio, lo cual es un patrón familiar en el Antiguo Testamento. Así que esperaríamos que la respuesta de Jonás al llamado de Dios fuera la misma que la de otros profetas.

Pero lo que ocurre enseguida está muy lejos de ser lo acostumbrado. El libro de Jonás altera toda noción convencional acerca de los siervos de Dios. En cambio, para sorpresa nuestra, observamos a Jonás rechazando la misión divina para él. De hecho, el libro de Jonás, y en realidad toda la Biblia, no presenta un épico cuento acerca de la búsqueda humana de Dios. Más bien, descubrimos que es Dios el que nos busca. Y muchos de sus hijos, al igual que Jonás, se niegan a que él los busque. Como dice James Edwards:

«El Dios de la Biblia no eleva a las almas intrépidas a alturas olímpicas. Ni tampoco puede hallársele concentrando nuestros poderes y sondeando lo más profundo de nuestro ser. Dios hace algo mucho más insospechado: irrumpe en este mundo, aun cuando no se lo espera ni es bienvenido. Dios nos acompaña en nuestros peores momentos, cuando estamos más débiles» [James R. Edwards, The Divine Intruder: When God Breaks Into Your Life (Colorado Springs, Colorado: NavPress, 2000), p. 17].

Descubriremos otras sorpresas en el libro de Jonás al continuar con nuestra «lectura cuidadosa del texto»

                                                                                                                                     

 

Categorías: La Deidad

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