Dios lo sabe todo

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Dios lo sabe todo

La Escritura documenta muy bien el oficio profético. Dios llamó a varios hombres y mujeres en el período veterotestamentario para que anunciaran su palabra. El profeta Jonás es, pues, uno de muchos. Los registros de tales llamamientos proféticos son un elemento sobresaliente en la Biblia.

Anteriormente notamos que cuando Dios llama a un profeta el registro bíblico presenta algunos datos acerca de él. Se describe a los profetas como personas reales, provenientes de lugares que pueden identificarse geográficamente y, algunas veces, la Escritura incluso habla acerca de sus familias. En el caso del profeta Jonás, el autor se identifica como «hijo de Amitai» desde el mismo comienzo del libro (Jonás 1:1).

Este punto es importante. En la sociedad actual mucha gente no nos conoce. Incluso en la familia de la iglesia con frecuencia no conocemos a todos. Pero desde las primeras declaraciones del libro de Jonás comenzamos a descubrir un asombroso cuadro de Dios.

Del llamamiento profético de Jonás y el de otros en la Escritura aprendemos que el conocimiento que Dios tiene de cada ser humano es extraordinario. La Escritura deja en claro que él es el Creador de toda vida. Pero con ese don suyo no termina su relación con nosotros. Dios no es una «fuerza cósmica» impersonal; también sostiene el vasto universo que creó. Muchos pasajes de la Escritura así lo señalan.

El Salmo 104 es especialmente impresionante en este respecto.

Dicho salmo es un retrato ampliado del cuidado y asombrosa providencia de Dios. Cuando lo leemos completo descubrimos cómo la actividad divina sigue el mismo orden del relato de la creación de Génesis, pero con una significativa diferencia: los verbos relacionados con el poder de Dios ahora están en tiempo presente.

Aquí, y en muchos otros pasajes, la Escritura presenta a Dios en su constante función de sustentador y proveedor de su creación. Según el testimonio consistente de los escritores bíblicos, Dios no creó este mundo y luego se retiró, dejándolo seguir su camino solo, operando de acuerdo con las leyes naturales establecidas por él. Más bien, vemos a un Dios que ha permanecido vitalmente involucrado no sólo en la naturaleza como un todo, sino también en las vidas individuales de sus criaturas. La imagen de Dios en la Escritura no es borrosa, vaga ni abstracta.

Tampoco el conocimiento que Dios tiene de nosotros -su familia humana- es indefinido o simplemente general. La Escritura nos informa que la atención de Dios hacia cada uno de nosotros es íntima e inclusiva. Por ejemplo, ¡él sabe detalles acerca de nosotros que ni siquiera consideraríamos importantes, como cuántos cabellos tenemos en la cabeza! (Mateo 10:30). Al conocer a alguien, ¿es un asunto crucial para usted saber cuántos cabellos tiene esa persona en la cabeza? Ninguna descripción de trabajo o encuesta gubernamental solicita tal información. Pero la atención de Dios hacia cada uno de nosotros incluye lo que nosotros consideraríamos como un detalle menor.

Además, no conocemos realmente a alguien si no nos hemos entrevistado y relacionado con esa persona. En contraste, el conocimiento de Dios de nuestro ser era íntimo aun desde antes de nuestro nacimiento, como lo declara el salmista al exclamar:

«Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras;
Estoy maravillado,
Y mi alma lo sabe muy bien.
No fue encubierto de ti mi cuerpo,
Bien que en oculto fui formado,
Y entretejido en lo más profundo de la tierra.
Mi embrión vieron tus ojos,
Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas
Que fueron luego formadas,
Sin faltar una de ellas»
(Salmo 139:14-16).

El profeta Jeremías se expresa de manera similar: «Vino, pues, palabra de Jehová a mí, diciendo: Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones» (Jeremías 1:4, 5).

La Escritura es muy clara al aseverar que Dios conoce a cada persona de manera íntima. Unos cuantos ejemplos bastarán para recordarnos esa verdad:

1. Cuando Samuel era pequeño, su madre lo dedicó al Señor, y él sirvió en el tabernáculo en Silo bajo la dirección de Elí. Dios llamó al niño por nombre una noche, y le confió un mensaje trascendental que debía entregar al sumo sacerdote Elí (1 Samuel 3:110).

2. Cuando Samuel era adulto y se desempeñaba como profeta, Dios lo informó acerca de su preconocimiento de los hijos de Isaí y la próxima elección de uno de ellos para ser el futuro rey de Israel (1 Samuel 16:1-13).

3. Dios conocía a una viuda en Sarepta que luego involucró en un milagro divino para sostener a Elías durante una hambruna (1 Reyes 17:8-16).

4. El Señor designa a reyes y profetas, según instruye a Elías: «Y le dijo Jehová [a Elías]: Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco; y llegarás, y ungirás a Hazael por rey de Siria. A Jehú hijo de Nimsi ungirás por rey sobre Israel; y a Eliseo hijo de Safat, de Abel-mehola, ungirás para que sea profeta en tu lugar» (1 Reyes 19:15, 16).

5. En el Nuevo Testamento, cuando Jesús caminaba en Jericó rodeado por una multitud, levantó la vista a lo alto de un sicómoro y vio a un hombre sentado en sus ramas. Pero no le dijo: «Oiga, usted que está arriba del árbol». Más bien le habló por su nombre: «Zaqueo, quiero ir a tu casa». ¡El cobrador de impuestos sólo esperaba avistar brevemente al famoso predicador itinerante, pero cuando Jesús lo vio sobre las ramas del árbol, se refirió a Zaqueo por su nombre (Lucas 19:1-10)!

6. El apóstol Pablo declaró que Dios lo había apartado para el ministerio aún antes de nacer (Gálatas 1:15).

7. Dios incluso predijo el reinado de Ciro, un gobernante no israelita (Isaías 44:28; 45:1). Algunos consideran que esta parte del libro de Isaías en realidad se escribió en el siglo VIII a.C., arguyendo que Dios no podría haber predicho el reinado de Ciro en forma tan precisa cientos de años antes de su nacimiento. Pero en la Escritura encontramos evidencias consistentes y abundantes de que ¡Dios conoce no sólo cuántos cabellos tenemos en nuestra cabeza, sino incluso sabe nuestros nombres mucho antes de nuestro nacimiento! Dios mismo se refiere explícitamente a esto por medio de Isaías: «No temas [oh Israel], porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú» (Isaías 43:1; la cursiva fue añadida).

En el caso de Ciro -que ni siquiera era israelita-, Dios insiste en que sabía cuál sería su nombre y su misión mucho antes que naciera. Tal previsión personal es uno de los atributos sobresalientes de Dios en la Escritura, y nos da una percepción crucial del tipo de relación que él tiene con los seres humanos. Cuando Dios llama a la gente, nunca capta nuestra atención con un impersonal «Oye, tú». Él nos conoce a todos por nombre -incluso antes de nacer-, un hecho que se nos recuerda en el versículo inicial del libro de Jonás. Dios incluso sabía el nombre de la familia de Jonás (el profeta era hijo de Amitai).

Creer en el Dios de la Escritura nos da personalidad y propósito. Algunos movimientos filosóficos de nuestros días, como el existencialismo, enseñan que no hay Dios ni ningún propósito final en la vida. Los existencialistas insisten en que no hay nada fuera o más allá de nuestra propia existencia personal; el mundo material es todo lo que conforma la realidad. Ellos insisten en que la vida humana no tiene sentido; es inútil y absurda. Estamos solos en el universo.

Pero los cristianos que creen en la Biblia saben que no es así. Gracias al testimonio abundante y consistente de la Escritura, creemos que hay un Dios personal, que es Señor del cielo y de la tierra y nuestro Creador. No sólo nos ha dado la vida, sino que la sustenta minuto a minuto. «En Dios vivimos, y nos movemos y somos. Cada latido del corazón, cada aliento es la inspiración de Aquel que sopló en la nariz de Adán el hálito de vida: la inspiración del Dios siempre presente, el gran YO SOY».1 ¡Dios tiene preparado, además, un maravilloso destino para cada uno de nosotros, y por eso nos llama por nombre!

Dios también sabe dónde vivimos. Nuestro conocimiento de la geografía mundial, e incluso de nuestro propio país, puede ser muy limitado. Pero en las páginas de la Escritura encontramos que Dios no sólo está bien familiarizado con las personas, sino también con los pueblos, ciudades y naciones. Frecuentemente observamos que tiene un conocimiento preciso de todas las personas y lugares. No sólo los conoce por nombre, sino también a las ciudades, y está plenamente consciente de lo que ocurre en ellas. La Biblia contiene muchos ejemplos de ello:

1. Babel. La humanidad planeó deliberadamente esta ciudad a despecho de Dios. Consciente de esto, el Señor la visita y enjuicia. «Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad… y hagámonos un nombre… Y descendió Jehová para ver la ciudad…» (Génesis 11:4, 5; la cursiva fue añadida).

2. Sodoma. Nínive no fue la primera ciudad que Dios llamó a juicio. El Señor le informa a Abraham: «El clamor contra Sodoma y Gomorra se aumenta más y más, y el pecado de ellos se ha agravado en extremo, descenderé ahora…» (Génesis 18:20, 21).

3. Dios ordenó a Jeremías que predicara a Jerusalén en un ministerio que duró varios años, y cuyo propósito era llevar a Judá al arrepentimiento y evitar así cierto juicio contra ella.

4. En ocasión de la dedicación del bebé Jesús en el templo, la profetisa Ana proclamó el nacimiento del Mesías a todos lo que esperaban la redención en la ciudad capital de Jerusalén (Lucas 2:36-38). ¡En el idioma original, la forma verbal usada en la proclamación de Ana implica que ella hizo esto más de una vez!

5. Dios continuó amando a Jerusalén. Aun cuando ella finalmente lo rechazó, Jesús se expresó con profunda emoción acerca de su amada ciudad. «Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz!» (Lucas 19:41, 42).

Elena de White subraya el intenso afecto de Cristo hacia esta ciudad:

«Cuando la procesión llegó a la cresta de la colina y estaba por descender a la ciudad, Jesús se detuvo, y con él toda la multitud. Delante de él yacía Jerusalén en su gloria, bañada por la luz del sol poniente… Jesús contempla la escena y la vasta muchedumbre acalla sus gritos, encantada por la repentina visión de belleza. Todas las miradas se dirigen al Salvador, esperando ver en su rostro la admiración que sentían. Pero en vez de esto, observan una nube de tristeza. Se sorprenden y chasquean al ver sus ojos llenos de lágrimas, y su cuerpo estremeciéndose de la cabeza a los pies como un árbol ante la tempestad, mientras sus temblorosos labios prorrumpen en gemidos de angustia, como nacidos de las profundidades de un corazón quebrantado… Pero esta súbita tristeza era como una nota de lamentación en un gran coro triunfal. En medio de una escena de regocijo, cuando todos estaban rindiéndole homenaje, el Rey de Israel lloraba; no silenciosas lágrimas de alegría, sino lágrimas acompañadas de gemidos de irreprimible agonía… Las lágrimas de Jesús no fueron derramadas porque presintiera su sufrimiento.

Delante de él estaba el Getsemaní, donde pronto le envolvería el horror de una grande oscuridad… Estaba cerca el Calvario, el lugar de su inminente agonía. Sin embargo, no era por causa de estas señales de su muerte cruel por lo que el Redentor lloraba y gemía con espíritu angustiado. Su tristeza no era egoísta… Era la visión de Jerusalén la que traspasaba el corazón de Jesús… Él vio… lo que hubiera podido ser si hubiese aceptado a Aquel que era el único que podía curar su herida. Había venido a salvarla; ¿cómo podía abandonarla?» 2

6. Después de la dramática experiencia de conversión de Pablo, Dios ordena a Ananías que lo visite en la ciudad de Damasco, ¡dándole incluso el nombre de la calle (Hechos 9:10, 11)! Cuando Ananías expresa dudas acerca de si Dios podría estar equivocado sobre quién era realmente Pablo, Dios le aclara que él sabe lo que hace: «El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre» (versículos 15, 16).

7. Jonás fue el único profeta al que Dios le asignó un ministerio en una ciudad. El Señor también le dio instrucciones de viaje a Felipe. «Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza…» (Hechos 8:26). El Espíritu Santo llamó a Pedro de Jope a Cesarea (10:19-33). Pablo desempeñó un ministerio dinámico en las principales ciudades y provincias gentiles de su época, incluyendo Atenas (Hechos 17:16-34), Tesalónica (versículos 1- 4) y Corinto (18:1-11). «Cuando, en cumplimiento de la comisión que Dios le diera, Pablo había llevado el evangelio a los gentiles, había visitado muchas de las mayores ciudades del mundo…»3

Además, muchas de las cartas de Pablo están vinculadas con su ministerio público en ciudades prominentes de aquellos tiempos, como es, evidente en sus saludos introductorios:

«Pablo, apóstol… a las iglesias de Galacia» (Gálatas 1:1, 2).

«Pablo, apóstol de Jesucristo… a los santos… que están en Éfeso» (Efesios 1:1).

«Pablo y Timoteo… a los santos en Cristo Jesús que están en Filipos» (Filipenses 1:1).

«Pablo, apóstol de Jesucristo… a los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas» (Colosenses 1:1, 2).

«Pablo… a la iglesia de Dios que está en Corinto» (1 y 2 Corintios).

8. En el libro de Apocalipsis Juan recibe una extensa visión relacionada con las iglesias en siete ciudades (Apocalipsis 2; 3).

Elena de White, quien habló frecuente y claramente acerca de la importancia de vivir en el campo para criar mejor a los hijos, escribió con la misma intensidad acerca del interés de Dios hacia las principales ciudades del mundo.

«Despertad, despertad, mis hermanos y hermanas, y entrad en los campos de los Estados Unidos donde no se ha trabajado hasta ahora. Después de haber dado algo para los campos extranjeros no penséis que con ello ya habéis cumplido con vuestro deber. Hay una obra que debe hacerse en los campos extranjeros, pero también hay una obra que ha de realizarse en los Estados Unidos y que es igualmente importante que la otra. En las ciudades de este país vive gente de casi todos los idiomas. Ésta necesita la luz que Dios ha dado a su iglesia.»4

«En la ciudad de Nueva York, en Chicago, y en otros grandes centros de población, hay un numeroso elemento extranjero, multitudes de personas de varias nacionalidades, y todas ellas prácticamente sin amonestar. Entre los cristianos hay un gran celo -y no estoy diciendo que hay demasiado- por trabajar en los países extranjeros; pero sería agradable para Dios si se manifestara un celo proporcional por trabajar en las ciudades cercanas. Su pueblo necesita actuar cuerdamente. Necesita poner en marcha esta obra en las ciudades con fervoroso esfuerzo. Hombres de consagración y talento han de ser enviados a estas ciudades para ponerse al trabajo. Han de unirse muchas clases de obreros en la conducción de estos esfuerzos para amonestar a la gente.»5

«No hay cambio en los mensajes que Dios ha enviado en el pasado. La obra en las ciudades es una obra esencial para este tiempo. Cuando se trabaje en las ciudades como Dios quiere, el resultado será la puesta en operación de un movimiento poderoso tal como nunca hemos presenciado hasta ahora.»6

«La causa de Dios en la tierra necesita hoy en día representantes vivos de la verdad bíblica. Los ministros ordenados solos no pueden hacer frente a la tarea de amonestar a las grandes ciudades. Dios llama no solamente a ministros, sino también a médicos, enfermeros, colportores, obreros bíblicos, y a otros laicos consagrados de diversos talentos que conocen la Palabra de Dios y el poder de su gracia, y los invita a considerar las necesidades de las ciudades sin amonestar. El tiempo pasa rápidamente, y hay mucho que hacer. Deben usarse todos los agentes, para que puedan ser sabiamente aprovechadas las oportunidades actuales.»7

«Esto constituye una lección para los mensajeros que Dios envía hoy, cuando las ciudades de las naciones necesitan tan ciertamente conocer los atributos y propósitos del verdadero Dios, como los ninivitas de antaño… La única ciudad que subsistirá es aquella cuyo artífice y constructor es Dios… El Señor Jesús invita a los hombres a luchar con ambición santificada para obtener la herencia inmortal.

Así que no debiera sorprendernos el interés de Dios por una gran ciudad del tiempo de Jonás, cuando él manifiestamente dirige los pasos del profeta hacia la capital de Asiria. Nínive era una ciudad antigua muy poblada que se hallaba en las orillas fértiles del Tigris; había sido fundada por Asur, quien abandonó la tierra de Sinar por el tiempo de la dispersión de Babel.9

La primera mención bíblica de Nínive aparece mucho antes que existiera el libro de Jonás. Génesis 10:8-11 nos informa que la edificó «Nimrod, vigoroso cazador». Elena de White describe la importancia que tenía en el tiempo de Jonás: «Entre las ciudades del mundo antiguo, mientras Israel estaba dividido, una de las mayores era Nínive, capital del reino asirio».

Los arqueólogos han excavado el contorno principal de los muros de la antigua ciudad de Nínive que Jonás probablemente vio. El palacio más importante que existía cuando Dios lo envió a predicar a Nínive era probablemente el de Asurbanipal, un rey cuyo nombre significa «el dios Asur es guardián del heredero». Si así fue, Jonás probablemente habría sido llamado a entregar su mensaje de juicio a Nínive entre 60 y 100 años después de la construcción del palacio. Sólo los edificios del palacio ocupan una superficie de más de 2 mil 400 metros cuadrados.

Diodoro Sículo, que vivió durante el siglo 1 a. C., describe a Nínive como un cuadrángulo que medía 150 x 90 estadios, siendo su perímetro de 480 estadios: aproximadamente 96 kilómetros. Esto concuerda favorablemente con el registro acerca de Nínive en el libro de Jonás donde se la describe como una ciudad de «tres días de camino» (Jonás 3:3).

En vista de la experiencia de Jonás con el «gran pez», es particularmente interesante notar que la palabra hebrea Nineweh es una traducción del asirio Ninua. Ésta, a su vez, es una traducción del sumerio más temprano Nina, que era otro nombre de la diosa Istar, representada como un pez dentro de una matriz.

Nínive se hallaba situada a unos 800 kilómetros al noreste de Israel. Para obedecer la orden de Dios, Jonás tuvo que hacer un largo viaje a pie o en una caravana de camellos a través del desierto. Y todo esto implicaba hacer grandes esfuerzos para viajar a la capital de uno de los amenazadores enemigos de Israel. Dios sabía el nombre de la capital de Asiria. También sabía que Nínive no era una aldea desconocida, porque la describe como una «gran ciudad» (Jonás 1:2). Más adelante, el profeta mismo admitirá que él estaba bien enterado de su reputación como una ciudad idólatra, llena de pecado (Jonás 4:2).

La palabra «gran/grande» es una de las más repetidas en el libro de Jonás. Aunque se encuentra 38 veces en todos los otros profetas menores combinados, en los cuatro capítulos de Jonás aparece ocho veces, describiendo no sólo a la «gran ciudad» de Nínive (Jonás 1:2; 3:2, 3; 4:11), sino también al «gran viento» (1:4), la «gran tempestad» (versículo 12) y el «gran pez» (versículo 17).

Éste es un buen lugar para recordarnos que cuando encontramos ciertas palabras repetidas en una narrativa bíblica, las tales se convierten en indicadores claves para hacernos pensar mientras leemos. El escritor está tratando de enfatizar algo, por lo cual restringe deliberadamente su vocabulario. Varias veces en el libro de Jonás el escritor bíblico usa la palabra «gran» para describir a Nínive o a los ninivitas. Su uso especifica y enfatiza la importancia de la ciudad, intensificada con las palabras «ciudad grande en extremo» del capítulo tres. De esta forma, el libro logra comunicar su punto: Nínive no es una aldehuela pequeña e insignificante; y merece el interés de Dios.

El texto de la narrativa también deja en claro que Dios estaba consciente de la situación moral de la bulliciosa metrópoli. El le informa específicamente a Jonás que «ha subido su maldad delante de mi»(Jonás 1:2). Nínive había gozado de mucho tiempo de gracia y misericordia. El Señor, al fin, se sienta en su tribunal, listo para juzgar el caso de Nínive. La ciudad es intolerablemente mala y Dios mismo ha emplazado el juicio. El filoso cuchillo de la moralidad divina es enviado a prisa desde el trono de Dios hacia la «grande» pero éticamente oscura ciudad capital de Nínive. Dios tiene un mensaje de juicio inequívoco para una de las principales ciudades del mundo gentil de aquellos tiempos.

Aunque Nínive era una fortaleza de la gloria pagana, Dios señala que está plenamente consciente de su violencia y maldad. Más adelante, el Señor enviará todavía a otro profeta -Nahum- para confrontar nuevamente a los ciudadanos de Nínive con su maldad. El libro de Nahum incluye detalles gráficos del terrible mal que allí había. Los ministerios combinados de los dos profetas nos recuerdan cuánta atención invirtió Dios en esta preeminente ciudad.

Ciertamente, en la Escritura siempre encontramos a Dios profundamente involucrado con los individuos. Él conoce los detalles íntimos de sus vidas y corazones. Pero su omnisciencia incluye mucho más que eso. Dios también está consciente del calibre moral de los principales centros de población, y se interesa en ellos.



Referencias

1. Mensajes selectos, tomo 1, p. 346.
2. El Deseado de todas las gentes, p. 527-529.
3. Los hechos de los apóstoles, p. 325 (la cursiva fue añadida).
4. El evangelismo, p. 416.
5. Servicio cristiano, pp. 247, 248.
6. Un llamado al evangelismo médico, pp. 18, 19.
7. Los hechos de los apóstoles, p. 129.
8. Conflicto y valor, p. 230.
9. Review and Herald, 18 de octubre de 1906.
10. Profetas y reyes, p. 198.

                                                                                                                                    

Categorías: La Deidad

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