El Calendario Bíblico
El Calendario Bíblico
LOS que tienen vecinos judíos saben que éstos festejan el día
de año nuevo, al que llaman Rosh Hashanah, entre septiembre y octubre.
Si se le pregunta a un rabino la fecha de Rosh Hashanah, explicará que
es el primer día del mes judío de Tishri, pero que cae en diferentes
fechas durante los meses de septiembre u octubre, ya que debe coincidir aproximadamente
con la luna nueva. Esto ocurre porque los judíos tienen un calendario
lunar, ahora modificado, pero calculado originalmente según los movimientos
de la Luna. En los tiempos antiguos, la aparición de la nueva creciente
al ponerse el sol, tras varias noches sin Luna, señalaba el comienzo
del primer día de cada nuevo mes. El rabino podría también
explicar que la temporada de año nuevo dura hasta después de Yom
Kippur (el día de la expiación), el 10 de Tishri, el día
más solemne de todo el año, cuando todos los judíos deben
concurrir a la sinagoga.
Si consultamos la Biblia en cuanto a esta información, encontramos que
el día de año nuevo (llamado «conmemoración al son
de trompetas») y el día de la expiación acaecían el
día 1.º y el día 10.º del mes 7.º (Lev. 23: 24-32),
y no del mes 1.º; y que la pascua, que en Palestina siempre cae en primavera
[marzo-abril], se celebraba el ler. mes (Lev. 23: 5). La respuesta a este enigma
la hallaremos si estudiamos el origen y la naturaleza del calendario judío,
según está en la Biblia y en otros registros de la antigüedad.
El primitivo calendario hebreo, tal como aparece en la Biblia, estaba admirablemente
bien adaptado a las necesidades de un pueblo que carecía de relojes,
calendarios impresos y, hasta donde lo sepamos, de astronomía. Se basaba
en principios sencillos: el comienzo del día era a la puesta del sol,
las semanas se contaban en forma continuada con siete días cada una,
el mes comenzaba con la luna nueva, y el año era regulado por la cosecha.
Por supuesto que tal calendario debía ajustarse para que el año
se mantuviese en la debida relación con las estaciones, pero lo mismo
puede decirse de nuestro calendario solar, usado hoy en la mayor parte del mundo.
La diferencia es que nuestro año tiene sólo aproximadamente un
cuarto de día menos que el verdadero año de las estaciones determinado
por el Sol, mientras que el año lunar corriente de 12 meses «lunares»
tiene 10 u 11 días menos que el verdadero año solar. Nosotros
ajustamos nuestro calendario solar dejando acumular el error durante 4 años
para luego agregar el 29 de febrero en el año bisiesto. En el calendario
lunar ese error de 10 u 11 días sigue hasta acumularse todo un mes, que
se corrige agregando un 13er. mes. cosa que ocurre cada dos o tres años
(7 veces en 19 años). 104
Los israelitas no poseían el conocimiento astronómico necesario
para elaborar un calendario solar como el que hoy usamos, con sus ajustes de
año bisiesto; pero en ocasión del éxodo Dios instituyó
un método sencillo y eficiente para que el año del calendario
no estuviera permanentemente fuera de relación con las estaciones del
año natural.
Los hebreos heredaron los elementos del calendario de sus antepasados semíticos,
quienes desde tiempos inmemoriales habían calculado sus meses según
la Luna. Suponemos que para Abrahán, como también para sus vecinos
mesopotámicos de Ur, cada nuevo mes, y en consecuencia el primer día
del mes, comenzaba con la aparición de la luna nueva al atardecer, y
sus descendientes no tendrían por qué cambiar su práctica.
Aun mientras estuvieron en Egipto, no hubo necesidad de que abandonasen su día,
que computaban de atardecer a atardecer, ni su mes lunar, para adoptar el calendario
solar egipcio de 365 días, porque estos barbudos pastores semitas, que
eran abominación para los egipcios, vivían aparte en Gosén
siguiendo sus propias costumbres.
Aunque en buena medida habían descuidado el sábado (PP 263), indudablemente
conservaban el conocimiento de este día santo semanal y del mes lunar,
porque aun un esclavo fabricante de ladrillos podía contar siete días
y observar la aparición de la luna nueva. Pero también es posible
que se hubieran confundido en cuanto a cuál de las lunas nuevas debía
marcar el comienzo del año calendario. Si acaso habían retenido
el método de añadir periódicamente un mes, como lo hacían
en Mesopotamia los babilonios y los asirios, no tenemos de ello registro. En
verdad, esta práctica no se menciona en la Biblia, aunque es evidente
que está implicada en el calendario mosaico.
Ya sea porque no sabían cuándo debía comenzar el año,
o para apartarlos del culto pagano relacionado con el año cananeo que
comenzaba en otoño [del hemisferio norte], Dios les señaló
definidamente el mes de primavera cuando debían comenzar a computar el
año. Poco antes del éxodo le dijo a Moisés: «Este
mes os será principio de los meses; para vosotros será éste
el primero de los meses del año» (Exo. 12: 2). No hubo ninguna codificación
sistemática del calendario, pero las leyes civiles y ceremoniales dadas
mediante Moisés contienen referencias ocasionales a los elementos del
calendario.
II. Los elementos del calendario hebreo
El día de tarde a tarde.-
Para el hebreo el día comenzaba al atardecer, como se ve claramente por
la regla de que el día 10.º del 7.º mes debía comenzar
con la puesta del sol del día 9.º (Lev. 23: 32). La terminación
del día al ponerse el sol queda demostrada por las directivas para la
purificación. El que estuviese ceremonialmente impuro durante 7 días,
cumplía ciertas ceremonias purificadoras el día 7.º, y quedaba
limpio nuevamente «a la noche» (Núm. 19: 16, 19). Del que estaba
inmundo hasta la noche se dice que quedaba limpio «cuando el sol se pusiere»
(Lev. 22: 6, 7). Entonces, es obvio que si el 7.º día de un período
acaba a la puesta del sol, todos los días del período deben también
terminar a la puesta del sol.
La semana marcada por el sábado.-
La semana había sido divinamente señalada, aun antes de darse
la ley, por la doble porción de maná que caía en el 6.º
día y la ausencia del mismo en el 7.º (Exo. 16). Este fue el único
elemento del calendario conservado en el Decálogo, porque el sábado
tiene aspectos morales que no están relacionados con fecha y calendarios.
Es una señal de lealtad al Creador, y le fue revelado a Israel como parte
de la ley moral y como un símbolo de santificación (Exo. 105 31:
13) no sólo como señal del poder creador de Dios sino también
de su poder de crear de nuevo. Por lo tanto, la semana es independiente de todos
los calendarios. No tiene el propósito de computar fechas. El sábado
no depende de ningún año ni mes del calendario.
El mes regulado por la Luna.-
Las dos palabras hebreas traducidas «mes» son: (1) yeraj, palabra
relacionada con yaréaj, «Luna», y (2) jódesh, literalmente
«la nueva», quese refiere a la «luna nueva», o sea el «día
de la luna nueva», y por lo tanto un mes lunar, de la raíz jadash,
«renovar». Yaréaj se usa poco, la palabra común es jódesh.
El mes cuando los israelitas salieron de Egipto fue establecido como el primero
del año. Se lo llamó Abib, el «mes de las espigas» de
cereal. Era el mes del comienzo de la cosecha en Palestina. Más tarde
se lo llamó Nisán, nombre que perdura hasta hoy (ver Exo. 23:
15; 34: 18; Deut. 16: 1; Est. 3: 7). Evidentemente se trataba de un mes lunar
al cual los hebreos estaban ya acostumbrados, pues nada se dice en cuanto a
la institución de un nuevo tipo de mes. Si se hubiese cambiado de un
mes solar a uno lunar, se habría necesitado dar alguna clase de instrucción
sobre la manera de calcular el nuevo mes. La única innovación
era que «este mes» debía ser el primero, ya que presumiblemente
no lo había sido antes.
El primer día del mes era considerado especial, y se lo celebraba al
son de trompetas y con sacrificios adicionales (Núm. 10: 10; 28: 11-14).
Se menciona con frecuencia la luna nueva junto con los días de reposo
y días de fiestas (2 Rey. 4: 23; Isa. 1: 13, 14; 66: 23).
Un incidente de la época de David muestra que el mes comenzaba con el
día de luna nueva. Después que Saúl hubo intentado quitarle
la vida, David probó las intenciones del rey hacia él ausentándose
de la mesa real en la fiesta de la nueva luna. Saúl no dijo nada el día
de luna nueva, pero su ira explotó cuando el lugar de David estuvo vacío
también «el segundo día de la nueva luna» (1 Sam. 20:
24 – 27). Es pues evidente que el primer día del mes, tal como sería
de esperar en un calendario lunar, era el día de luna nueva (cuando se
veía la luna nueva, no la fecha astronómico de la luna nueva;
la diferencia se explica en las págs. 118, 119).
Nombres preexílicos de los meses.-
Tenemos escasas informaciones en cuanto a los meses judíos antes del
exilio babilónico. Había 12 meses (1 Rey. 4: 7), pero no conocemos
sus nombres, fuera de los del 1er mes, Abib (Exo. 13: 4; 23: 15; 34: 18; Deut.
16: 1), el 2.º, Zif (1 Rey. 6: 1), el 7.º, Ethanim (1 Rey. 8: 2),
y el 8.º, Bul (1 Rey. 6: 38). Estos eran indudablemente nombres cananeos.
Se han hallado inscripciones fenicias que mencionan los nombres Ethanim y Bul.
No es de sorprender, puesto que el hebreo y el cananeo eran idiomas muy similares.
Antes del exilio, la Biblia se refiere más a menudo a los meses por número
que por nombre (Exo. 12: 2; 16: 1; 19: 1; 1 Rey. 12: 32; Jer. 28: 1; 39: 2).
Longitud del mes.-
Nada se dice en cuanto al número de días comprendidos en un mes.
En épocas posteriores la duración de los meses y los intervalos
entre años de 13 meses se calculaban por reglas astronómicas,
y se formó un calendario fijo y sistematizado. Pero al principio los
meses deben haberse determinado por la observación directa de la Luna.
Puesto que las fases de la Luna se repiten cada 291/2 días, aproximadamente,
la luna nueva reaparecía al atardecer, al concluir el día 29.º
ó 30.º del mes. Generalmente la duración de los meses alternaba
entre 30 y 29 días, pero podían ocurrir variantes. No sólo
se trata de las leves variantes en el movimiento de la luna que afectan la uniformidad
de los intervalos, sino que las condiciones atmosféricas pueden impedir
la visibilidad de la luna nueva. En los escritos judíos posteriores 106
se informa que era costumbre buscar la Luna nueva al final del 29.º día.
Si se la veía después de la puesta de sol, se calculaba como primero
del mes entrante el día que se iniciaba; si no se la veía aún,
o si había nubes, ese día era el día 30.º. Al día
siguiente del 30.º siempre comenzaba un nuevo mes, aun si la luna estaba
oculta tras las nubes. De este modo, podía producirse una secuencia de
dos o aun tres meses de 30 días, aunque esto no era habitual.
Los musulmanes hoy día cuentan sus meses por la observación de
la Luna (en sus relaciones con el mundo occidental usan también el calendario
gregoriano). De esta manera, puede ocurrir que en localidades aisladas la fecha
lunar se halle un día adelantada o atrasada en relación con la
fecha de una aldea vecina. Pero los judíos, que vivían en una
zona relativamente pequeña, parecen haber tenido un sistema centralizado
y controlado por los sacerdotes en Jerusalén. La tradición sostiene
que los que avistaban la luna nueva avisaban con señales de fuego que
había comenzado el nuevo mes, y estas señales se transmitían
de cerro en cerro para que todo Israel pudiese comenzar junto el nuevo mes.
En tiempos posteriores, y con seguridad en la forma revisada del calendario
adoptado después de Cristo, los 6 meses desde Nisán hasta Elul
tenían alternadamente 30 y 29 días, y cualquier reajuste exigido
por la observación de las fases de la Luna se hacía en otra parte
del año, para que los intervalos entre las fiestas fuesen siempre los
mismos. Tales reajustes no se habrían hecho si el comienzo del mes hubiese
dependido todavía de la observación de la luna nueva. Cuando David
dice que «mañana será nueva luna» (1 Sam. 20: 5), no
implica necesariamente que los meses se fijaban por cálculos adelantados.
David podría haber hecho el cálculo partiendo del mes anterior
sin equivocarse en más de un día, o podría haber hablado
en el día 30, en el que necesariamente el mes debía terminar.
No tenemos datos para saber en qué momento se adoptó un sistema
de cálculos regulares, pero es probable que esto no ocurrió sino
en épocas posteriores. Las fechas de los documentos escritos en las tablillas
de arcilla en Babilonia, muchos siglos después de David, no muestran
ninguna sucesión fija de meses de 30 y de 29 días, y los cómputos
babilónicos hechos con anticipación, con respecto a un mes definido,
a menudo dejaban tan día de margen.
Años lunisolares.-
En la ley no se menciona específicamente el número de meses que
debía tener el año (en lo que atañe a un período
posterior, ver 1 Rey. 4: 7), aunque lo más probable es que hubiera tenido
12 meses como los calendarios de Egipto y Mesopotamia. El 13er. mes lunar era
siempre la repetición de uno de los 12. Los 12 meses lunares terminaban
aproximadamente 11 días antes que el año solar completo computado
desde el mismo punto de partida. Por lo tanto, en determinada serie de años,
no necesitaban pasar muchos años de 12 meses lunares (como el que usan
los musulmanes hoy día) con 11 días menos que el año solar
hasta que el comienzo del año ocurriera en otra estación. Sumándose
esta diferencia todos los años, en aproximadamente 33 años el
año nuevo volvía a la misma fecha del calendario solar. De esta
manera, en un siglo se contaban 103 años. Es evidente el efecto que esto
tenía sobre la cronología. Pero no se conoce ningún calendario
semítico de tiempos antiguos que hubiese seguido durante muchos años
sin la corrección necesaria. En Babilonia se hacía el reajuste
mediante la intercalación periódica de un mes cada pocos años.
Se repetía el 6.º ó el 12.º mes. Al comienzo se lo hacía
en forma un tanto irregular, llegándose posteriormente a un ciclo de
19 años.
Un calendario lunar de 12 y 13 meses, aplicado de esta manera al año
solar, lleva el nombre de año lunisolar. Varía dentro del mes
en relación con las fechas exactas en el calendario solar. Por esta razón,
la fecha de pascua de resurrección, fechada 107 originalmente por la
pascua judía, y calculada todavía hoy por el calendario lunar,
varía de año en año; pero siempre más o menos dentro
del límite de un mes. Sin embargo, el año lunisolar usado por
los mesopotamios y judíos era más correcto que el calendario solar
de los egipcios, que computaba el año de 365 días y no tenía
año bisiesto (ver t. I, pág. 185), pues en una larga serie de
años sufría el año egipcio un desplazamiento de estaciones.
Es cierto que el año egipcio de 365 días era más preciso
que el judío o babilónico de 354 ó 384 días, pero
el error menor del calendario egipcio nunca era corregido, y el día perdido
cada cuatro años se iba acumulando. Por otra parte, el calendario lunisolar,
con su mayor variante cada año, sufría correcciones periódicas,
y de esta manera determinado número de años judíos equivalía
a la misma cantidad de años solares del mismo período. Nunca podía
haber un año adicional después de 33 años hebreos, porque
cada año judío tenía una pascua festejada en relación
con la cosecha, y en 33 años sólo puede haber 33 cosechas.
El año regulado por las flestas.
Los hebreos no necesitaban ciclos astronómicos para corregir su año
calendario mientras guardasen la pascua como se prescribía en la ley.
Puesto que Dios deseaba dar a los israelitas un sistema de fiestas anuales para
enseñarles lecciones religiosas en relación con los acontecimientos
de las estaciones, les proporcionó un sistema de calendario que les permitiera
saber por adelantado los tiempos regulares de estas reuniones y así pudiesen
observar esas fiestas en su debida estación. El sistema lunar, similar
al que se había usado durante mucho tiempo en Mesopotamia, era fácil
de seguir mediante la observación de la Luna. Aun las correcciones periódicas
necesarias podían determinarse fácilmente. Cuando salieron de
Egipto, los israelitas no habían acumulado ningún sistema de conocimientos
astronómicos en los cuales basar un sistema de fechas, y Dios no dio
a Moisés ninguna complicada instrucción técnica para regular
el calendario. Indicó que el «mes de las espigas» debía
ser el primer mes (Abib o Nisán) y, a partir de ese punto, las sencillas
directivas para las fiestas de primavera proporcionaron la base de un calendario
preciso.
La clave de la corrección del año lunar y su armonía con
el año de las estaciones debían encontrarse en las reglas que
unían la pascua y la fiesta de los panes sin levadura con Abib, el «mes
de las espigas» (Deut. 16: 1; Exo. 23: 15; 34: 18), y con el comienzo de
la cosecha. Debía ofrecerse una gavilla de grano maduro como primicia
durante la fiesta de los panes sin levadura (Lev. 23: 10-14), después
de lo cual podía comerse de la nueva cosecha de cebada. Por esta razón,
la mitad del mes de Abib no debía ocurrir demasiado pronto, cuando no
pudiera aún comenzarse la cosecha de cebada, el primer cereal que maduraba
en Palestina. Tampoco debía presentarse demasiado tarde, porque la fiesta
de las semanas, siete semanas más tarde, debía realizarse durante
la cosecha de trigo, ya que ésta era la fiesta «de las primicias
de la siega del trigo» (Exo. 34: 22; cf. Lev. 23: 15-17; Deut. 16: 9, 10).
Las referencias al tiempo de la fiesta de los tabernáculos o de la cosecha
en el 7.º mes, al final de la cosecha y de la vendimia (ver Exo. 23: 16;
Lev. 23: 34, 39), son menos específicas. Sin dar lugar a equivocación,
se recalca el tiempo exacto del mes de Abib en primavera, mes del cual partía
la numeración de todos los otros.
La cosecha de la cebada como clave.-
A fin de mantener la correlación del mes de Abib con la cosecha de la
cebada, se hacía necesario intercalar ocasionalmente un 13er. mes, tan
pronto como se hubiesen acumulado suficientes días de diferencia (cada
dos o tres años), como para hacer que el primer mes llegase demasiado
pronto 108 para que el cereal estuviese maduro para la pascua. Sirva de ilustración
este ejemplo hipotético: los israelitas cruzaron el Jordán y celebraron
la primera pascua en Canaán en la época de la cosecha (Jos. 4:
19; 5: 10-12). Al año siguiente la fiesta habría ocurrido unos
11 días antes en relación con la época de la maduración
del cereal; y al tercer año unos 22 días antes. Al tercer año
(y con mayor razón en el cuarto), el 16 de Abib ya no habría caído
dentro del tiempo de la cosecha de la cebada, y no habría podido ofrecerse
una gavilla de grano maduro. Por lo tanto, en ese año el mes que hubiera
tenido que ser el 1er mes del año habría sido un mes 13.º,
más tarde llamado Veadar (Heb. wa’adar, literalmente, «y Adar»),
un segundo Adar. A la siguiente luna nueva comenzaría Nisán*,
para que en el día 16 hubiese ya cebada madura. No hay pruebas del uso
del 13er. mes en tiempos de Josué, pero debe haber ocurrido algo así
si los israelitas siguieron literalmente las instrucciones en cuanto a la gavilla
mecida.
La tradición judía posterior nos informa que los sacerdotes responsables
de hacer la decisión examinaban la cosecha en el 12.º mes, y cuando
parecía que la cebada no estaría madura para el día 16
del mes siguiente, anunciaban que el siguiente mes sería llamado Veadar,
y que el mes siguiente a este segundo Adar sería Nisán, el 1er
mes.
Muchas autoridades sostienen que en todo el período bíblico el
mes judío se basó en la observación directa de la Luna,
y que la intercalación del segundo mes de Adar era determinada por la
cosecha de cebada en Judea. Otros encuentran evidencia de que en el período
postexílico se seguía un método arbitrario de calcular:
un esquema regular de meses de 30 días y de 29 días, y el ciclo
de 19 años. De todos modos, aún después de haberse introducido
un sistema de calendario por cálculos regulares, es probable que lo hubieran
controlado y regulado por las observaciones astronómicas durante mucho
tiempo.
De esta manera los años instituidos en el éxodo comenzaban con
Abib o Nisán, mes que se hacía coincidir con la cosecha de la
cebada mediante la intercalación de un 13er. mes cada dos o tres años.
0 comentarios