El libre albedrío y la Providencia Divina

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Dios es soberano aunque no todos sus deseos se cumplan: Dios no determina todo lo que sucede. Aunque es todopoderoso, está moralmente comprometido con el libre albedrío humano. En consecuencia, no todo lo que sucede está en armonía con sus deseos, sino que es consecuencia de las decisiones de las criaturas moralmente libres. Dios es soberano en el sentido de que hace realidad su propósito providencial (voluntad ideal) y tiene en cuenta las decisiones libres de sus criaturas, que pueden ser contrarias a lo que él prefiere y hacen entrar en acción lo que podríamos llamar su voluntad reparadora.

La omnipotencia de Dios no excluye el libre albedrío humano: Hay cosas que Dios no hará y no puede hacer en razón de su carácter moral. Este concepto es significativo para nuestra comprensión de la providencia divina en el mundo. Las acciones providenciales de Dios son coherentes con su amor y no son impuestas por él; es decir, no anulan la libre elección humana. Por lo tanto, la omnipotencia de Dios no excluye el libre albedrío de sus criaturas.

La providencia divina incluye acciones ideales y correctivas: Las acciones providenciales de Dios no se definen solo en los términos de su voluntad ideal, basada exactamente en lo que Dios desea, sino que incluyen intervenciones reparadoras que se apartan de lo que Dios prefiere para sus criaturas. Aun así, Dios puede transformar una situación contraria a su voluntad moral en algo que esté alineado con su deseo ideal.

Aplicación a la vida

 ¿Es todo lo que ocurre en nuestra vida el fruto de la voluntad de Dios? ¿Por qué sí o por qué no? ¿Qué has aprendido acerca de la providencia divina a partir de la historia de José?

COMENTARIO

Dios es soberano aunque no todos sus deseos se cumplan Uno de los interrogantes clave debatidos en el libro Four Views on Divine Providence [Cuatro perspectivas acerca de la providencia divina] es si Dios siempre consigue lo que desea. Esta pregunta plantea el desafío de cómo “conciliar la responsabilidad moral del ser humano con la soberanía de Dios” (Dennis W. Jowers, ed., Four Views on Divine Providence [Zondervan, 2011], p. 10). Si Dios siempre consigue lo que quiere, entonces nadie puede hacer algo diferente de lo que Dios desea y, en consecuencia, todo lo que sucede en el mundo está de acuerdo con sus deseos, incluyendo lo malo. En última instancia, esto nos llevaría a concluir que Dios es el culpable de que el mal exista en este mundo. Pero esta imagen es contraria a la benevolencia amorosa de Dios y a la libertad moral de sus criaturas, como se observa en las Escrituras.

Hay varios lugares en las Escrituras donde algunas personas, incluso el pueblo de Dios, actúan de manera diferente de lo que Dios desea. En el Salmo 81:11 al 14, al llamar a Israel para que se arrepienta, el Señor se queja de que su pueblo “no oyó” su “voz, e Israel no me quiso a mí. Por eso los dejé a la dureza de su corazón, y caminaron en sus propios consejos. ¡Si mi pueblo me hubiera escuchado, si en mis caminos hubiera andado Israel! En un momento habría yo derribado a sus enemigos y vuelto mi mano contra sus adversarios”. Asimismo, en Isaías 66:4 el Señor subraya tristemente que, cuando él llamó, “nadie respondió; cuando hablé, no escucharon; antes hicieron lo malo ante mis ojos y eligieron lo que me desagrada”. En Ezequiel 18:23, Dios afirma que no se complace en la muerte de los malvados. Por el contrario, su deseo es que los malvados se arrepientan y vivan. En los evangelios se nos dice que “los fariseos y los sabios de la ley […] desecharon el plan de Dios para ellos” (Luc. 7:30). Del mismo modo, Jesús se lamenta porque Jerusalén vivía en rebelión contra sus deseos: “¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollos debajo de sus alas! Y no quisiste” (Luc. 13:34).

Este cuadro bíblico indica que las decisiones de sus criaturas moralmente libres no anulan la soberanía de Dios, ni impiden que sus deseos divinos queden insatisfechos. Esto se debe a que existe una diferencia entre la voluntad ideal de Dios y su voluntad efectiva. En última instancia, tal como enfatiza Job, “ningún plan tuyo [de Dios] puede ser frustrado” (Job 42:2). Peckham sugiere que “Dios no siempre consigue lo que quiere (su voluntad ideal), pero sin duda cumplirá su propósito providencial general y amoroso (su voluntad efectiva)” (“Providence and God’s unfulfilled desires”, Philosophia Christi 15, Nº 2 [2013], p. 236). Más concretamente, “Dios se sujetó voluntariamente al descontento temporal provocado por el mal. Sin embargo, él está satisfecho en el sentido general de que su propósito se cumplirá en última instancia y ello hará posible la máxima satisfacción para todo el universo dentro de una relación de amor eternamente armoniosa” (ibid., p. 235).

La omnipotencia de Dios no excluye el libre albedrío humano

Como Dios todopoderoso, el Señor puede hacer cualquier cosa. Nada es imposible para él (Gén. 18:14; Mar. 14:36; Luc. 18:27). Por lo tanto, desde el punto de vista de su poder y libertad de acción, Dios puede hacer lo que quiera. Sin embargo, desde el punto de vista de la naturaleza moral de su carácter y de sus decisiones libres respecto de la existencia y la realidad del mundo creado, hay cosas que no hará y que, en ese sentido, no puede hacer. Desde esta perspectiva, la Escritura afirma que Dios no puede hacer ciertas cosas. Por ejemplo, “no miente” (Tito 1:2; ver también Heb. 6:18); “no puede ser tentado por el mal” (Sant. 1:13); y “no puede negarse a sí mismo” (2 Tim. 2:13).

Esta concepción del carácter moral de Dios es importante para nuestra comprensión de la providencia divina; es decir, de las acciones de Dios en el mundo. Aunque él tiene el poder y la libertad de hacer cualquier cosa como parte de su providencia, sus acciones providenciales están limitadas por la naturaleza moral de su carácter y sus decisiones. Elena de White subraya que “Dios no violenta nunca la voluntad o la conciencia” de sus criaturas (El conflicto de los siglos, p. 649). En El camino a Cristo, ella menciona que “Cristo está dispuesto a liberarnos del pecado, pero él no fuerza la voluntad; y si por la persistencia en la transgresión la voluntad se inclina enteramente al mal, y no deseamos ser libres, si no queremos aceptar su gracia, ¿qué más puede hacer? Hemos obrado nuestra propia destrucción por causa de nuestro deliberado rechazo de su amor” (p. 30).

Este principio significa que, debido a su carácter amoroso, la omnipotencia de Dios no excluye el libre albedrío de sus criaturas. Sus acciones providenciales no fuerzan la conciencia, lo que explica por qué apela amorosamente a nuestras mentes para que elijamos la vida y no la muerte (Deut. 30:15-20) y para que no endurezcamos nuestros corazones a su voz (Heb. 3:7, 8). Aunque él desea la salvación de todos (Eze. 33:11; 1 Tim. 2:4-6; Tito 2:11; 2 Ped. 3:9), la Biblia no enseña que todos se salvarán (ver, por ejemplo, Mat. 25:31-46; Juan 5:28, 29).

La actividad providencial de Dios es coherente con su amor. Por definición, una relación amorosa no puede ser forzada, sino que implica necesariamente la libre elección. Como fuente del amor (1 Juan 4:7, 8), Dios no fuerza ni determina nuestro amor, sino que expresa su profundo amor por nosotros con el deseo de infundir ese amor en nosotros (Juan 3:16; 1 Juan 4:19). Según 1 Juan 4:19, “nosotros lo amamos a él porque él nos amó primero”. Un amor genuino hacia Dios se basa en una convicción personal acerca de su carácter amoroso y justo. Como lo expresa bellamente Elena de White: “Solo el servicio por amor puede ser aceptable para Dios; la lealtad de sus criaturas debe basarse en la convicción de su justicia y benevolencia” (Patriarcas y profetas, p. 22).

La providencia divina incluye acciones ideales y correctivas

Teniendo en cuenta que la soberanía de Dios no excluye sus deseos insatisfechos y que su omnipotencia no significa que sus acciones providenciales fuercen las decisiones de sus criaturas, la providencia divina no debe ser definida solo en términos de acciones ideales derivadas de la voluntad o deseo ideal de Dios. En vista de que muchas situaciones son causadas por decisiones humanas incompatibles con la voluntad moral de Dios, algunas acciones providenciales divinas son de naturaleza reparadora, en el sentido de que Dios transforma una situación contraria a su voluntad moral en algo que está alineado con su deseo moral ideal.

La noción de la acción divina providencial y reparadora se observa especialmente en la historia de José. Él interpreta la ambigüedad de que su dolorosa pero asombrosa experiencia de vida estuvo paradójicamente influida tanto por las malas intenciones humanas como por la amorosa providencia divina. Lo primero no excluye lo segundo. Lo segundo no justifica lo primero. En Génesis 50:20, José dice a sus hermanos: “Ustedes pensaron mal sobre mí, pero Dios lo encaminó para bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo”. En resumen, la providencia de Dios transforma una situación miserable, resultado de las malas intenciones y acciones injustificables de los seres humanos, en una bendición que nunca podríamos prever.

Elena de White utiliza la terminología propia de la anulación o revocación para describir la providencia reparadora de Dios: “Fue la envidia lo que impulsó a los hermanos de José a venderlo como esclavo; esperaban impedir que llegara a ser superior a ellos. Y, cuando fue llevado a Egipto, se vanagloriaron de que ya no serían molestados por sus sueños y de que habían eliminado toda posibilidad de que estos se cumplieran. Pero su proceder fue contrarrestado por Dios al ocasionar el mismo acontecimiento que trataban de impedir” (Patriarcas y profetas, p. 216).

APLICACIÓN A LA VIDA

 Aunque no siempre sigamos los deseos de Dios para nuestra vida, él puede transformar cualquier situación terrible en una bendición. A partir de este punto, analiza con tus alumnos las siguientes preguntas:

1. ¿Qué debe cambiar en nuestra vida para que podamos depender de la voluntad de Dios en nuestra experiencia espiritual? ¿Cómo podemos procurar que nuestras decisiones libres no estén en conflicto con la voluntad de Dios?

2. Nuestro fracaso espiritual no afecta el amor que Dios siente por nosotros. ¿Cómo nos motiva esta maravillosa verdad a la hora de predicar el evangelio?

3. ¿Cómo podemos explicar adecuadamente a los niños que no todo lo que sucede es la voluntad directa de Dios?

John C. Peckman, profesor de Teología en Andrews University, Michigan, EEUU

Categorías: La Deidad

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