El papado desde el año 800-1216 d. C. 2da. Parte
Las cruzadas.–
El movimiento de las cruzadas es un extraño fenómeno de la Edad Media, que debe ser entendido teniendo en cuenta el feudalismo y las órdenes de caballería medievales. La razón aparente de las cruzadas fue rescatar a Palestina de las manos de los infieles musulmanes. Palestina siempre había sido considerada por los cristianos como la Tierra Santa. Constantino se había preocupado por preservar los lugares santos de la antigua tierra de Israel, y Carlomagno había hecho todo lo posible para proteger los sitios sagrados de esa tierra reverenciada, que había sido invadida por el Islam sólo unos pocos años antes de su reinado.
La marea árabe de invasores musulmanes prácticamente se había extinguido a comienzos del siglo X; pero el siglo XI vio la irrupción de una diferente clase de hombres: del este vinieron oleadas de turcos selyúcidas, los cuales entraron en contacto con el Islam y lo aceptaron con extremo fervor. Invadieron la antigua Persia y el valle de Mesopotamia, y después cruzaron el Asia Menor, la moderna Turquía, que no había caído antes en manos musulmanas. Los turcos estaban virtualmente en las puertas de Constantinopla. Esto ocurrió en 1071, dos años antes de que Hildebrando fuera entronizado como el papa Gregorio Vll. Alrededor de este mismo tiempo los turcos selyúcidas invadieron a Palestina y tomaron a Jerusalén.
El emperador romano de Oriente buscó entonces la ayuda de Occidente, y el papa Gregorio comenzó a hacer los debidos planes; pero, por supuesto, la ayuda para el imperio de Oriente con sede en Constantinopla, no era lo único que movía a Gregorio. En el siglo XI habían aumentado mucho las peregrinaciones a los lugares santos de Palestina; pero la presencia de los turcos selyúcidas había impedido esas empresas religiosas. Cuando comenzó a fermentar en Occidente la idea de atacar a los turcos, los planes del papa Gregorio eran: despejar el camino para las peregrinaciones, liberar los lugares sagrados del Oriente y humillar al patriarca de Constantinopla, en respuesta a las súplicas del emperador romano de Oriente.
Pero Enrique IV mantenía ocupado a Gregorio, y no fue sino hasta 1095 que se hizo algo definido, cuando el papa Urbano II convocó un concilio en Clermont, Francia. El Oriente presionaba pidiendo ayuda. Los caudillos turcos habían comenzado a luchar entre sí. Las peregrinaciones encontraban cada vez más obstáculos. Además, sufría el comercio occidental con el Oriente, y había otro problema que el papa debía resolver: continuaban sin tregua las pequeñas guerras entre los nobles feudales de la Europa occidental. Se derramaba sangre y castillos y pueblos estaban siendo destruidos con la consiguiente perturbación de la paz en los distritos rurales y en la agricultura. En Clermont el papa exhortó con franqueza a los nobles de la Europa occidental a dejar de luchar entre sí y dedicar sus energías bélicas a los propósitos más nobles de liberar los santos lugares de Palestina del vil dominio de los musulmanes. La idea fue abrazada con fanática energía. «¡Dios lo quiere!», exclamó la muchedumbre.
Esta cruzada que se originó en Clermont fue la primera, y en muchos sentidos la que tuvo más éxito. No fue la cruzada de un rey. Miembros de la pequeña nobleza dirigieron a los grandes grupos de caballeros que constituyeron un ejército para rescatar los lugares santos de Palestina. Millares de guerreros europeos tomaban la cruz, se reunían en lugares convenidos y marchaban hacia el este por diferentes caminos. Al pasar por Constantinopla, recibieron la bienvenida del emperador, reorganizaron sus ejércitos y prosiguieron hacia el este, al Asia Menor, donde derrotaron a los turcos. Luego se volvieron hacia el sur, penetraron en Siria, donde tomaron ciudad tras ciudad mientras seguían su marcha, y finalmente llegaron a la ciudad de Jerusalén, la que fue rescatada de las fuerzas de los infieles en 1099. Esto sucedió después de un corto y sangriento asedio, y el enemigo murió a filo de espada sin misericordia. Al fin se estableció el reino de Jerusalén, el cual duró unos 100 años. En el antiguo reino de Siria se fundaron tres principados. Los principados orientales de los francos fueron organizados siguiendo un modelo feudal, y todos los nobles gobernantes juraron fidelidad al emperador Miguel de Constantinopla, lo cual fue un motivo de dificultades futuras.
Medio siglo después los turcos recuperaron algunos de los territorios que habían perdido ante los cruzados, y se organizó la segunda cruzada debido a la predicación ferviente del famoso clérigo Bernardo de Claraval. La segunda cruzada fue una cruzada de reyes. La presidieron Luis VII de Francia y Conrado III de Alemania. Esta cruzada, considerada como un fracaso, comenzó en 1147 y terminó desastrosamente en 1148.
Una generación más tarde surgió en Egipto un gran caudillo sarraceno, Saladino. Era éste un gran caballero del Islam, pero se indignó porque los francos de Jerusalén violaron una tregua, y entonces dio comienzo a una jihad o guerra santa contra los cruzados o reino de Jerusalén. Atacó fuertemente a Jerusalén y después un corto asedio cayó de nuevo en manos de los musulmanes en el último trimestre de 1187. El resultado inmediato fue la declaración de la tercera cruzada (1189-1192), considerada como peculiar, pues fue promovida mediante la aprobación de un gran concilio de la iglesia y como resultado del profundo sentimiento reinante en Europa, de que Dios había permitido que Jerusalén cayera nuevamente en manos de los infieles para castigarla por sus pecados. El emperador Federico Barbarroja avanzó hacia el este con una gran fuerza de caballeros alemanes, quienes, a pesar de sus esfuerzos, perecieron casi todos en las derrotas sufridas después de que el emperador se ahogó en forma accidental en el este de Asia Menor. Ricardo I de Inglaterra y Felipe Augusto de Francia comandaron importantes contingentes en esta cruzada y lograron sitiar diversos lugares en Palestina; pero a pesar del magnífico liderazgo de la cruzada y de su cuidadosa organización, se logró muy poco. La mayor parte de los tres años que pasaron dichos reyes en Palestina, transcurrió entre escaramuzas y treguas con Saladino. El resultado fue el reconocimiento de los derechos mutuos en ciertas ciudades de Palestina y el privilegio que se concedía a los cristianos para que pudieran hacer sus peregrinaciones a los lugares santos de Jerusalén; sin embargo, la ciudad quedó en manos de Saladino.
La cuarta cruzada (1202-1204), que siguió poco después de la tercera, fue de todas, excepto la primera, la que tuvo más éxito en cuanto al objetivo al cual fue dirigida; pero también fue la que trajo más funestas consecuencias. Esta cruzada, concebida y financiada por la poderosa y mercantil república de Venecia, se apartó de la meta original en Palestina y atacó a otro Estado cristiano: el Imperio Romano de Oriente, cuya capital era Constantinopla. La cuarta cruzada tuvo lugar durante el pontificado del papa Inocencio III (1198-1216), uno de los papas más inteligentes y destacados. No se puede dudar de que el papa sabía que esta cruzada finalmente atacaría a Constantinopla; lo que no se puede saber con certeza es si él dio su consentimiento. Los ejércitos occidentales tomaron a Constantinopla en 1204, algo que los turcos no habían podido hacer, y el Imperio Romano Griego se convirtió por un tiempo en un reino latino. Hubo posteriormente otras cruzadas, todas las cuales significaron fracasos; pero ninguna fue tan desdeñable como ésta. No proporcionó ninguna ganancia verdadera al Occidente, y debilitó de tal manera al ya desfalleciente Imperio de Oriente, que en 1453, 250 años después, Constantinopla, el último bastión cristiano en el Oriente, cayó en manos de sus enemigos islámicos, esta vez los turcos otomanos; y Constantinopla se convirtió en la capital del islamismo. En respuesta, 40 años más tarde, en 1492, los españoles expulsaron de España a los últimos moros.
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