El peligro de la codicia
En el pueblo de Dios hay muchos que están adormecidos por el espíritu del mundo, y que niegan su fe mediante sus obras. Cultivan el amor al dinero, a las casas y las tierras, hasta que éste absorbe las facultades de la mente y el ser, y desplaza el amor al Creador y a las almas por quienes Cristo murió. El dios de este mundo ha cegado sus ojos; sus intereses eternos pasan a ocupar un lugar secundario; y colocan un máximo de exigencia sobre el cerebro, los huesos y los músculos a fin de aumentar sus posesiones mundanales. Y toda esa acumulación de preocupaciones y cargas se efectúa en violación directa de esta orden dada por Cristo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan”. Mateo 6:19.
Olvidan que él también dijo: “Haceos tesoros en el cielo”; y al olvidarlo, obran en favor de sus propios intereses. El tesoro acumulado en el cielo está seguro; ningún ladrón puede aproximarse a él ni la polilla puede arruinarlo. Pero su tesoro está en la tierra y sus afectos están sobre sus tesoros.
La victoria de Cristo
En el desierto, Cristo enfrentó las grandes tentaciones que asaltarían al hombre. Allí, con las manos desnudas, se encontró con el enemigo astuto y sutil y lo venció. La primera gran tentación fue dirigida hacia el apetito; la segunda, hacia la presunción; la tercera, hacia el amor al mundo. Los tronos y los reinos de este mundo y su gloria fueron ofrecidos a Cristo. Satanás llevó el honor mundanal, las riquezas y los placeres de la vida, y se los presentó bajo la luz más atrayente a fin de tentarlo y engañarlo. “Todo esto te daré, si postrado me adorares”, le dijo. Sin embargo Cristo rechazó al astuto enemigo y salió victorioso.
Los hombres nunca serán probados por tentaciones tan poderosas como las que asaltaron a Cristo; y sin embargo Satanás consigue éxito al asediarlos. “Todo este dinero, esta ganancia, estas tierras, este poder, estos honores y riquezas, te daré”—¿a cambio de qué? Pocas veces se establece la condición con tanta claridad como ocurrió con el caso de Cristo: “Si postrado me adorares”. Se conforma con que se abandone la integridad y se adormezca la conciencia. Por medio de la dedicación a los intereses mundanales él recibe toda la honra que pide. La puerta es dejada abierta para que él entre cuando le plazca, con su estela de impaciencia, amor al yo, orgullo, avaricia y falta de honradez. El hombre es encantado y atraído traicioneramente hacia la ruina.
El ejemplo de Cristo está ante nosotros. El venció a Satanás y nos mostró cómo nosotros también podemos vencerlo. Cristo resistió a Satanás mediante las Escrituras. Pudo haber echado mano de su propio poder divino, y haber empleado sus propias palabras; pero dijo: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Mateo 4:4. Si los cristianos estudiaran y obedecieran las Sagradas Escrituras, recibirían poder para hacer frente a la tentación del astuto enemigo; pero la Palabra de Dios es descuidada y como consecuencia de esto se producen desastres y derrotas.
El joven rico
Un joven acudió a Cristo y le dijo: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” Jesús le indicó que debía guardar los mandamientos. Este replicó: “Todo esto lo he guardado desde mi juventud”. Jesús lo miró con amor y le señaló sus deficiencias en la observancia de la ley divina. No amaba a su prójimo como a sí mismo. Su amor egoísta a las riquezas era un defecto que, si no lo remediaba, le impediría entrar al cielo. “Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoros en el cielo; y ven, sígueme”. Lucas 18:18-22.
Cristo deseaba que ese joven comprendiera que lo único que requería de él era que siguiera el ejemplo que él mismo, el Señor del cielo, había establecido. El abandonó sus riquezas y su gloria, y se empobreció para que el hombre fuese hecho rico mediante su pobreza; y requiere que el hombre abandone las posesiones terrenales, el honor y los placeres, a fin de conseguir esas riquezas. Él sabe que cuando los afectos están dirigidos hacia el mundo, son retirados de Dios; por eso dijo al joven rico: “Vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoros en el cielo; y ven, sígueme”. ¿Cómo recibió él estas palabras de Cristo? ¿Se alegró porque podía conseguir el tesoro celestial? ¡Oh, no! “Se puso muy triste, porque era muy rico”. Para él las riquezas significaban honor y poder; y lo cuantioso de su fortuna hacía que casi fuera imposible desprenderse de ella.
Este hombre amador del mundo también deseaba el cielo; pero quería retener su riqueza, y por lo tanto renunció a la vida inmortal por amor al dinero y al poder. ¡Oh, qué transacción lastimosa! Sin embargo muchos que profesan guardar todos los mandamientos de Dios están haciendo la misma cosa.
En eso consiste el peligro de las riquezas para el hombre avaro; cuanto más gana tanto más difícil se hace para él ser generoso. Entregar una parte de sus posesiones es como si perdiera la vida; y por lo tanto se aparta de las atracciones de la recompensa eterna a fin de retener y aumentar sus posesiones terrenales. Si hubiera guardado los mandamientos, esas posesiones no habrían sido tan cuantiosas. ¿Cómo habría podido, mientras trabajaba y se esforzaba por complacer el yo, amar a Dios con todo su corazón, y con toda su mente, y con todas sus fuerzas, y a su prójimo como a sí mismo? Si hubiera satisfecho las necesidades de los pobres habría sido mucho más feliz, y hubiera tenido un tesoro celestial mucho mayor, y habría poseído menos aquí en la tierra a lo cual dirigir sus afectos…
Responsable delante de Dios
Pablo dijo: “A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor”. Romanos 1:14. Dios había revelado su verdad a Pablo y al hacerlo así lo había hecho un deudor hacia los que estaban en las tinieblas y a quienes debía iluminar. Pero muchos no comprenden que son responsables delante de Dios. Están utilizando los talentos de Dios, tienen las facultades mentales que, si las emplearan correctamente, los convertirían en colaboradores con Cristo y los ángeles. Muchas almas podrían salvarse mediante sus esfuerzos, para brillar como estrellas en su corona de gozo, pero manifiestan indiferencia hacia todo esto. Satanás ha procurado por medio de las atracciones del mundo encadenarlos y paralizar sus facultades morales, cosa que ha conseguido con mucho éxito.
Está en juego el destino futuro
¿Cómo podrían las casas y los terrenos compararse en valor con las almas preciosas por las que Cristo murió? Por vuestro intermedio, estimados hermanos y hermanas, esas almas podrían salvarse con vosotros en el reino de gloria; pero no podéis llevar con vosotros la parte más pequeña de vuestro tesoro terrenal. Podéis acumular todo lo que deseáis, podéis conservarlo con todo el celoso cuidado de que seáis capaces, y a pesar de esto Dios puede dar la orden y en unas pocas horas un fuego que nadie podría apagar puede destruir lo que se ha acumulado durante toda la vida y convertirlo en un montón de ruinas humeantes. Podéis dedicar todos vuestros talentos y energías a la tarea de acumular tesoros en la tierra; ¿pero de qué os servirá todo esto cuando se acabe vuestra vida o cuando Jesús venga? Todo lo que habéis sido exaltado aquí en detrimento de la vida espiritual, seréis rebajados en vuestra dignidad moral ante el tribunal del gran Juez. “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?”. Marcos 8:36.
La ira de Dios descenderá sobre los que han servido a Mammón en lugar de servir a su Creador. Pero los que hayan vivido por Dios y el cielo, señalando el camino de la vida a otros, encontrarán que la senda del justo es tan resplandeciente como la luz, que brilla cada vez más hasta que el día es perfecto. Y pronto oirán esta invitación de bienvenida: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. Mateo 25:21. El gozo de Cristo era ver a las almas salvadas en su reino glorioso; y por ese gozo “sufrió la cruz, menospreciando el oprobio”. Hebreos 12:2. Pero pronto “verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho”. Isaías 53:11. ¡Cuán felices serán los que habiendo participado en su trabajo ahora pueden compartir su gozo!—The Review and Herald, 23 de junio de 1885.
El poder hechizador de Satanás
Satanás se ha propuesto lograr que el mundo parezca muy atractivo. Tiene un poder hechizador que ejerce para atraer los afectos hasta de los seguidores más fieles de Cristo. Muchos que militan en el cristianismo están dispuestos a realizar cualquier sacrificio con tal de obtener riquezas, y cuanto más éxito tienen en sus esfuerzos por obtener el objeto de sus deseos, tanto menos se preocupan de la verdad preciosa y de su progreso en el mundo. Pierden su amor por Dios y obran como hombres faltos de juicio. Cuanto más son prosperados en riqueza material, tanto menos invierten en la causa de Dios.
Las obras de los que tienen un amor irracional por las riquezas muestran claramente que es imposible seguir a dos señores, a Dios y a Mammón. Revelan ante el mundo que su dios es el dinero. Rinden homenaje a su poder pero en realidad sirven al mundo. El amor al dinero se convierte en un poder dominante, y por amor a él violan la ley de Dios. Pueden profesar la religión de Cristo, pero no aman sus principios ni tienen en cuenta sus amonestaciones. Dedican lo mejor de su fuerza a servir al mundo y se inclinan ante Mammón.
Es alarmante que tantos sean engañados por Satanás. El estimula la imaginación con una brillante perspectiva de ganancia mundanal, y los hombres se ciegan y piensan que tienen por delante la perspectiva de una felicidad perfecta. Son atraídos por la esperanza de obtener honor, riqueza y categoría. Satanás le dice al alma: “Todo esto te daré; todo este poder y riqueza te permitirán hacer bien a tus semejantes;” pero cuando consiguen el objetivo que buscan, descubren que no tienen conexión alguna con el abnegado Redentor, no participan de la naturaleza divina. Se aferran a los tesoros terrenales y desprecian los requisitos de la abnegación, el espíritu de sacrificio y la humillación por amor a la verdad. No tienen ningún deseo de separarse de su amado tesoro terrenal sobre el que su corazón se ha fijado. Han cambiado de amo, y han aceptado servir a Mammón en lugar de servir a Cristo. Satanás se ha asegurado la adoración de esas almas engañadas por intermedio del amor a las riquezas mundanales.
Se encuentra con frecuencia que el cambio de la piedad a la mundanalidad se ha efectuado en forma imperceptible mediante las astutas insinuaciones del maligno, en tal forma que el alma engañada no se da cuenta que se ha alejado de Cristo y que le sirve tan sólo nominalmente.—The Review and Herald, 23 de septiembre de 1890.
Alejamiento del espíritu de sacrificio de los pioneros
Hubo un tiempo cuando había sólo pocas personas que escuchaban la verdad y la aceptaban, y éstas no poseían muchos bienes terrenales. Y llegó el momento cuando fue necesario que algunos vendieran sus casas y sus tierras para comprar otras más baratas a fin de entregar al Señor el dinero sobrante para publicar la verdad y ayudar de otro modo a promover la causa de Dios. Esas personas con espíritu de sacrificio tuvieron que soportar privaciones; pero los que perseveran hasta el fin, éstos recibirán su recompensa.
Dios ha estado obrando sobre muchos corazones. Ha triunfado la verdad por la cual unos pocos realizaron tanto sacrificio, y ha sido recibida por las multitudes. En la providencia de Dios, gente que posee recursos económicos ha sido llevada a la verdad para que, a medida que la obra progresa, las necesidades de su causa puedan ser satisfechas. Dios no pide ahora las casas donde vive su pueblo; pero si los que poseen abundancia de bienes no escuchan su voz, no se separan del mundo y no se sacrifican por Dios, él los pasará por alto y llamará a los que están dispuestos a hacer cualquier cosa por Jesús, aun a vender sus casas para satisfacer las necesidades de la causa. Dios recibirá ofrendas voluntarias. Los que dan deben considerar un privilegio hacerlo así.—The Review and Herald, 16 de septiembre de 1884.
El pueblo de Dios está a prueba ante el universo celestial; pero la escasez de sus donaciones y ofrendas y la debilidad de sus esfuerzos en el servicio de Dios los señalan como infieles. Si lo poco que ahora se realiza fuera lo mejor que ellos pueden hacer, no estarían bajo condenación, pero con los recursos que poseen podrían hacer mucho más. Ellos saben, y el mundo también lo sabe, que en gran medida han perdido el espíritu de abnegación y se han negado a llevar su cruz.—Testimonies for the Church 6:445, 446.
Cada uno será probado
A Mateo en su riqueza, y a Andrés y Pedro en su pobreza, llegó la misma prueba, y cada uno hizo la misma consagración. En el momento del éxito, cuando las redes estaban llenas de peces y eran más fuertes los impulsos de la vida antigua, Jesús pidió a los discípulos, a orillas del mar, que lo dejasen todo para dedicarse a la obra del Evangelio. Así también es probada cada alma para ver si el deseo de los bienes temporales prima sobre la comunión con Cristo.
Los buenos principios son siempre exigentes. Nadie puede tener éxito en el servicio de Dios a menos que todo su corazón esté en la obra, y tenga todas las cosas por pérdida frente a la excelencia del conocimiento de Cristo. Nadie que haga reserva alguna puede ser discípulo de Cristo, y mucho menos puede ser su colaborador. Cuando los hombres aprecien la gran salvación, se verá en su vida el sacrificio propio que se vio en la de Cristo. Se regocijarán en seguirle a dondequiera que los guíe.—El Deseado de Todas las Gentes, 239.
Elena G. de White, Consejos sobre Mayordomía Cristiana, capítulo 42
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