El Reino de Dios
Casa Publicadora Brasilera
Comentarios de la Lección de Escuela Sabática
II Trimestre de 2015
El libro de Lucas
Lección 11
(6 al 13 de junio de 2015)
El Reino de Dios
Pr Jônatas Leal
Introducción
Según los cuatro evangelios, la proclamación del Reino es el mensaje central de la predicación de Jesús. La manifestación del Reino fue visible e inequívoca. Estuvo acompañada de señales que apuntaban al inicio de una nueva era. Durante su ministerio, Jesús no solo proclamó la llegada del Reino (Lucas 4:43), sino también apeló a que la gente fuera súbdita de él.
El Reino que Cristo introdujo en su primera venida será consolidado en su segunda. Nosotros vivimos en este intervalo de tiempo. En él, la paradoja del “ya”, y el “todavía no”, en la cual la tensión entre estas realidades puede ser enorme, e incluso angustiosa, somos llamados a proclamar con todas las fuerzas no sólo el establecimiento futuro del Reino, sino también su realidad presente. Durante esta semana estudiamos este sorprendente tema presente en el evangelio de Lucas.
Cristo y el Reino
Desde el mismo comienzo del evangelio de Lucas, es clara la estrecha relación entre Cristo y el Reino (basileia). La primera mención de esta expresión aparece en el anuncio angelical del nacimiento de Jesús dada a María (Lucas 1:33). En verdad, el anuncio del ángel demostró que la promesa del Antiguo Testamento se estaba cumpliendo en Jesús. La era mesiánica estaría marcada por la restauración del trono de David por parte del Mesías. Muchas promesas mesiánicas del Antiguo Testamento apuntan a este aspecto de la obra mesiánica (ver Isaías 32:1; Jeremías 3:17; Zacarías 9:9).
A su vez, el Nuevo Testamento no deja dudas acerca del cumplimiento de esas promesas. Jesús es presentado como el Hijo de David (Mateo 1:1), y entró a Jerusalén como Rey (Lucas 19:28:40). Aunque haya rechazado los reinos terrenales (Lucas 4:5-8), y afirmado que su reinado era de índole espiritual (Lucas 23:3), Él no reprendió a nadie cuando explícitamente lo llamaron como rey de Israel (Juan 1:49). Así, desde su nacimiento, cuando los sabios de oriente buscaban al rey de los judíos (Mateo 2:1, 2), hasta el momento de su muerte, cuando en son de burla lo declararon rey (Mateo 27:27-30; Lucas 23:38), el reinado de Cristo fue abiertamente revelado.
Es necesario reconocer que la relación de Jesús con el Reino siempre fue paradójica. Si, por un lado, Jesús enfatizó la realidad del Reino, por el otro, fue muy reticente hacia el título de “Rey”. Podemos señalar al menos dos razones para esto. La primera tiene que ver con la comprensión errónea que, a lo largo del tiempo, el judaísmo terminó desarrollando acerca del Mesías. Como se sabe, los judíos del tiempo de Cristo esperaban un mesías político que los librara del yugo romano. Jesús rechazó tal pensamiento como proveniente de Satanás (Mateo 16:23). Hasta el mismo final se preocupó de resaltar de que su reino no era de este mundo (Juan 18:33). Aunque fue un firme opositor de las injusticias sociales, la corrupción y la dominación opresora, en ningún momento propuso la destrucción del Estado. Por el contrario, destacó la importancia de otorgarle al César lo que le correspondía (Lucas 20:25). La segunda razón para la reticencia de Cristo en cuanto al título de “Rey”, está vinculada a la verdadera naturaleza del reino de Dios. Analizaremos a continuación el concepto desde el punto de vista bíblico, especialmente en el evangelio de Lucas.
La naturaleza del Reino
La expresión “Reino de Dios” no aparece en el Antiguo Testamento. No obstante, no sólo la creencia en la realidad del reinado de Dios sobre Israel, sino también la expectativa de su establecimiento definitivo, permea gran parte del pensamiento del Antiguo Testamento.
El uso del vocablo hebreo malkut (reino), es equivalente al término basileia (reino) en el Nuevo Testamento. En ambos, la palabra asume dos sentidos. La expresión designa a reino el sentido literal de una nación. En este caso, generalmente designa naciones específicas como Israel, Asiria, Roma, etc. Sin embargo, el término también es utilizado para designar ideas abstractas, como “poder, gloria y dominio”. Por ejemplo, la expresión basileia, es traducida por la Revised Standard Version como “poder real”, en Lucas 23:42.
Por ejemplo, cuando Jesús dijo: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36), Él no quiso decir que su reinado no tenía nada que ver con el mundo, sino que su reino –su dominio– no provenía del hombre, sino de Dios. Por lo tanto, Él rechazó el uso de las fuerzas humanas para alcanzar sus objetivos. No hay objeción filológica ni teológica para entender “reino de Dios” primero como el gobierno o reino divino y, en segundo lugar, como la esfera de la bendición en la cual el reino es experimentado.
Es importante destacar que admitir la naturaleza espiritual del reino no significa negar su realidad escatológica literal. De hecho, esas dos dimensiones no son excluyentes. El reino espiritual, a saber, el poder, la gloria y el dominio, inaugurado en la llegada del Mesías y conquistado por la victoria en la cruz, preanuncia y apunta a la concreción de los planes divinos hacia la humanidad, lo cual tiene como etapa final el establecimiento de un reino universal y literal.
Tal doble naturaleza del reino fue determinante para el fracaso de los contemporáneos de Jesús en reconocer la llegada de la era mesiánica. En verdad, ese constituía el misterio del reino (Mateo 13:11; Marcos 4:11): “Antes de su consumación escatológica, el reino había llegado de manera inesperada en la misión histórica de Jesús de Nazaret”. Aún Juan, el Bautista, quien antes que Jesús había declarado que “el reino se había acercado” (Mateo 3:2), movido por sus expectativas personales sobre el reino, llegó a dudar de su propia predicación al preguntar si Jesús era “el que había de venir”, o debían esperar “a otro” (Lucas 7:20). Aunque de modo indirecto, la respuesta de Jesús fue clara: las señales de la inauguración del reino acompañaban a su ministerio: los ciegos veían, los cojos caminaban, los leprosos eran purificados, los sordos escuchaban, los muertos resucitaban, y a los pobres les era anunciado el evangelio (Lucas 7:22).
La naturaleza no consumada del reino queda evidente en el hecho de que no todos los muertos resucitaban, ni todos los enfermos eran sanados, ni todos los demonios eran expulsados. En verdad, por un lado tales señales eran tanto la prueba de que el reino de Dios había llegado, como la garantía de su realidad irreversible. Pero –por otro lado– eran sólo muestras, “aperitivos” de la consumación de los siglos, cuando todas las miserias humanas serán solucionadas y los poderes del mal ya no ejerzan su influencia sobre la humanidad.
Aún hoy, muchos se confunden en cuanto a la naturaleza del reino de Dios. Muchas denominaciones religiosas, por ejemplo, han desvirtuado la esperanza escatológica del reino de Dios en un evangelio puramente social. Creen que el reino de Dios puede ser alcanzado a través de una revolución social en la cual la caridad y la responsabilidad social y ambiental, practicadas ampliamente, solucionarán los problemas humanos. Así, es la humanidad quien construye y establece el reino. Aunque las obras caritativas que son un paliativo del sufrimiento humano deben ser practicadas por los fieles que aguardan el establecimiento del reino, no serán suficientes para arreglar el mundo. Sólo una intervención divina sobrenatural y dramática podrá establecer para siempre el reino de Dios.
Para citar un ejemplo más, y yendo al extremo contrario, hay otras denominaciones cristianas que ha revitalizado en los últimos años una nueva forma de mesianismo político muy similar a la de aquella del primer siglo. A través de la teología de la prosperidad, se enfocan en este mundo. Prometen que la fe puede liberar incondicionalmente a las personas de las enfermedades físicas y espirituales. A través de ella, también pueden alcanzar riqueza y éxito temporal. En otras palabras, el reino de Dios es aquí y no representa otra cosa que la liberación de todo aquello que en los tiempos de Cristo estaba representado por la “opresión romana”.
En ambos casos, el reino de Dios está presente aquí mismo, y es establecido por el esfuerzo y la inteligencia humanos. Sin embargo, Cristo vino a demostrar la doble naturaleza del Reino de Dios. Fue inaugurado en la primera venida. Y debemos experimentar su ciudadanía aquí. El Reino de Dios ya está entre nosotros. Pero sólo en ocasión de la Segunda Venida es que su establecimiento será universal y definitivo. Eso ocurrirá únicamente por la operación divina, tal como lo expresa el símbolo de la piedra de Daniel, cortada sin ayuda de la mano humana (Daniel 7:44, 45). Esa doble naturaleza es conocida como “ya, pero no todavía”.
Ya, pero no todavía
La tensión entre el “ya”, y el “todavía no”, es también una tensión entre la historia y la escatología. Esta tensión ya puede ser encontrada en el Antiguo Testamento. El gobierno de Dios es algo que puede ser percibido en la historia de Israel. La soberanía divina era real, pero limitada por los actos rebeldes de su pueblo, que constantemente rechazaba su gobierno y prefería andar en sus propios caminos. En este sentido, su reinado era parcial e imperfectamente percibido. No obstante, los profetas miraban hacia adelante, hacia el día en el que el gobierno de Dios sería plenamente experimentado, no sólo por Israel, sino por todo el mundo. El principal énfasis de los profetas estaba en la esperanza en el establecimiento del gobierno perfecto de Dios en el mundo.
Esta tensión entre la historia y la escatología queda evidente cuando los profetas consideraron a los juicios locales como precursores del juicio final. Esto nos lleva al concepto dinámico del “día del Señor”. Por ejemplo, Joel utilizó esta expresión para señalar el juicio histórica sobre Israel en la devastadora plaga de langostas (Joel 1:1-15). El día del Señor sería inmediato. Pero su descripción abarca mucho más que sus propios días. Pedro afirmó claramente que el día del Señor se cumplió en sus días en la inauguración de la era mesiánica, a la que él denominó “últimos días” (Hechos 2:16-21). A su vez, Jesús utilizó las mismas imágenes del “día del Señor” de Joel para describir eventos escatológicos que servirían de señales para su parousía (venida; Mateo 24:29; cf. Lucas 21:25). Estas mismas imágenes reaparecen en Apocalipsis, en ocasión de la apertura del sexto sello (Apocalipsis 6:12).
Así, el día del Señor tuvo su cumplimiento histórico en los días de Joel, y su cumplimiento escatológico lo ubicamos en el fin de los tiempos. Lo mismo ocurre con el reino de Dios. Históricamente, se cumplió en ocasión de la primera venida de Cristo. Es una realidad actual. Pero continúa hasta su desarrollo final o escatológico.
La tensión entre el “ya”, y el “todavía no”, nos lleva a vivir una paradoja: somos efectivamente ciudadanos de un reino que es –al mismo tiempo– presente y futuro. Con todo, es sólo en esta paradoja que encontramos el equilibrio adecuado en la vida cristiana. La realidad presente del reino, o –en otras palabras– el “ya”, nos conduce a vivir de manera responsable en nuestras relaciones con las personas, con el medio ambiente y con nosotros mismos. Aunque el mundo sea imperfecto y malo, es aquí donde se desarrolla el reino de Dios. Tenemos un deber presente. No podemos vivir alejados de la realidad que nos rodea. Somos llamados a aliviar el dolor de los sufrientes, a cuidar el medio ambiente, y a vivir plenamente la realidad presente del reino.
Pero eso no es todo. Aunque reconozcamos tales necesidades, no somos activistas ecológicos radicalizados, no creemos en una solución social para los males humanos. Esto en razón de la comprensión del aspecto del “todavía no”, del reino. Tal como dijo Pablo, “nuestra ciudadanía está en el cielo” (Filipenses 3:20, 21). Nuestra esperanza está basada en una intervención divina futura y dramática que destruirá el orden actual, trayendo a nuestro mundo nuevamente a la armonía plena. Esta tensión se describe claramente en las palabras de los versos que nos recuerdan que debemos vivir “con los pies en la tierra y la vista en el cielo”. En las palabras de Jesús, somos desafiados a estar en el mundo, pero no ser del mundo (Juan 17:15-18). Mientras esperamos la consumación de los siglos, somos llamados a testificar de esta esperanza.
Testigos del reino
Vale la pena resaltar que la iglesia no es el reino. Actualmente, el reino es el gobierno de Dios y la esfera en la cual lo experimentamos. En esta era, es invisible y espiritual (Colosenses 1:13). La iglesia, a su vez, es el pueblo del reino, aquellos que lo han recibido (Marcos 10:15), y que por medio de ello han entrado en las bendiciones del gobierno de Dios (Mateo 11:11). La iglesia testifica del reino (Mateo 24:14; Lucas 10:9). La iglesia es el instrumento del reino en el mundo. Así como el reino operó a través de Jesús, y luego por sus discípulos comisionados, el reino continuará hacia el triunfo por medio de sus discípulos actuales.
De acuerdo con Lucas, en Hechos 1:1-8 somos llamados a ser testigos de Cristo. Partiendo de la lectura de estos versículos, podemos extraer algunas lecciones acerca del genuino testimonio cristiano sobre el reino de Dios. En primer lugar, nuestra testificación no debe ser “de segunda mano” (Hechos 1:1-3, 8a). Debemos creer por nosotros mismos y tener una experiencia personal con Jesús fundamentada en la prueba infalible de su resurrección descripta en la Palabra de Dios. En segundo lugar, debemos ser conscientes de que nuestro testimonio sólo será eficaz a través de la obra del Espíritu en nosotros (Hechos 1:4, 5). En tercer lugar, aunque seamos testigos fieles de su venida y del establecimiento del reino, no nos corresponde a nosotros especular acerca del tiempo de su aparición (Hechos 1:6, 7). Cualquier expectativa o especulación acerca del tiempo del regreso de Jesús no es aprobada por el Maestro. Debemos simplemente esperar confiados de que Él siempre hace lo mejor por nosotros y que su promesa no tardará en cumplirse (2 Pedro 3:8). Finalmente, nuestra misión de testificar del reino es abarcante y no conoce límites étnicos ni geográficos (Hechos 1:8b).
Conclusión
Al revisar el contenido bíblico acerca del Reino de Dios, emergen tres temas primarios: a) la duración eterna del reino; b) sus aspectos tangibles y presentes en las vidas de los antiguos israelitas y los cristianos primitivos; y c) la creencia en una aparición futura de un reino de Dios superior y más abarcante.
Aunque vivamos el “ya”, miramos hacia el futuro con la certeza del “todavía no”. El “ya” nos motiva ahora, y el “todavía no”, nos anima respecto del futuro. El “ya” nos consuela hoy; el “todavía no” nos brinda esperanza final venidera. En verdad, esta tensión nos hace vivir el hoy con el sabor del mañana. Y hace del mañana, el gozo de hoy. Al sonar la séptima trompeta se declara: “El reino del mundo ha venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo, y reinará para siempre jamás” (Apocalipsis 11:15). ¡Cuán glorioso es el mañana que podemos experimentar hoy!
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