El sábado
Introducción
Con una frecuencia mayor a la que deseamos, llegamos al final de nuestra jornada diaria de trabajo con la impresión de que el tiempo no ha sido suficiente para cumplir con todas las tareas que deberíamos haber llevado a cabo. Pensamos en las cosas que nos gustaría haber hecho, y que las hubiéramos concretado de haber tenido tiempo. La vida moderna nos impone un ritmo tan frenético que el tiempo se ha convertido en un bien perseguido por todos.c
Nos hemos acostumbrado a contar los minutos, incluso los segundos, como nunca antes. ¿Qué podemos decir de los semáforos que marcan cuánto estamos detenidos ante la luz roja? ¿O de ese download (descarga) que durará treinta segundos? Nos quedamos mirando la pantalla de la computadora pensando que aquellos treinta, veinte, diez segundos restantes parecen eternos. Esperamos ansiosamente el final de esas actividades con el próximo compromiso en mente, el cual no puede esperar. Comúnmente, no nos damos cuenta que la estructura de la vida moderna, generada por el propio hombre, se vuelve contra él con el ímpetu de un tsunami.
Lo cierto es que luchamos para aumentar el saldo de nuestra cuenta bancaria, nuestros inmuebles, nuestros títulos, y hacemos de estas cosas un fin en sí mismas. Necesitamos luchar por algo mejor, algo que ponga las cosas en su lugar, las personas en su lugar, y que nos permita conquistar el tiempo. Algo que, de hecho, ¡marque la diferencia! Abrahán Heschel, un conocido rabino judío, escribió en una oportunidad: “El hombre debe luchar por la libertad interior a fin de permanecer independiente de la esclavitud del mundo material… Hay muchos que han conquistado un alto grado de libertad política y social, pero muy pocos no se han convertido en esclavos de las cosas”.
Loron Wade afirma que “al apartarnos de la interminable presión de nuestras actividades habituales, y salirnos del trajín durante las horas del sábado, estamos reconociendo que el mundo no gira alrededor de nosotros”. Finalmente, argumenta: “El sol no se levante en la mañana y las flores no exhalan su perfume bajo nuestras órdenes. La creación puede subsistir perfectamente sin nuestra ayuda”. E insiste que el “reposo físico en el día sábado es una celebración de la maravillosa provisión de Dios para nosotros en el mundo físico, como lo ha sido para el pueblo de Dios desde el principio”.
Cristo, el creador del sábado
Recurrentemente escuchamos a personas que dicen que el Sábado fue establecido para los judíos en el monte Sinaí. Sin embargo, una lectura cuidadosa de la Biblia demostrará que el Sábado era observado mucho antes del Sinaí y la conformación de la nación hebrea.
De hecho, la observancia del sábado se remonta a los momentos de la creación de la tierra, aproximadamente unos dos milenios antes que naciera el primer israelita. El propio Jesús dijo que el sábado había sido hecho por causa del hombre, o sea, para toda la humanidad. En Génesis 2:2, 3, leemos: “Y acabó Dios en el séptimo día la obra que hizo, y reposó en el séptimo día de cuanto había hecho. Entonces Dios bendijo el séptimo día y lo santificó, porque en él reposó de cuanto había hecho en la creación”. En este pasaje hay tres informaciones muy importantes acerca de la relación entre Dios y el sábado: 1) Dios descansó en ese día, y es evidente que no lo hizo porque necesitara de descanso (Isaías 40:8); el reposo de Dios tiene que ver con el placer que sentimos al ver una tarea concluida; 2) Dios bendijo ese día, estableció el sábado para que fuera una bendición para la humanidad, un día para que pudiéramos despojarnos de la ansiedad y el estrés; 3) Dios santificó ese día. En la Biblia, la acción de santificar significa separar algo para un propósito sagrado. ¡Y el sábado fue separado para eso!
Un dato importante, al meditar en la creación de la tierra y la institución del sábado, es que el mismo Jesús que vino al mundo, nació y vivió como hombre, es precisamente la Persona que creó todas las cosas, estableció el ritmo semanal, y creó el sábado, descansando en ese día, bendiciéndolo y santificándolo. La actuación de Jesús en la creación puede evidenciarse claramente en el Evangelio de Juan. Comienza utilizando la expresión “en el principio”, la misma que encontramos al inicio del relato de la creación, en el primer versículo del libro de Génesis. Juan afirmó que todas las cosas fueron creadas a través del Verbo, y sin Él nada pudo ser hecho (Juan 1:3). La palabra griega utilizada es Logos. Esta expresión se enfatiza en los dos primeros versículos de manera sorprendente. Mientras que el libro de Génesis aporta la información: “En el principio… Dios”, Juan afirmó: “En el principio… el Verbo”.
En las lenguas bíblicas, y en las principales lenguas europeas, el lugar de mayor énfasis está al inicio de la oración. En tal sentido, la palabra principio (en griego, archē), asume un valor importante para la comprensión del mensaje de la apertura del evangelio de Juan, y su relación con el libro de Génesis (Juan 1:1-4). El Nuevo Testamento contiene cincuenta y cinco veces esta expresión, entre las cuales veintiuna están registradas en los escritos juaninos (8 en el evangelio, 8 en 1 Juan, 2 en 2 Juan y 3 en Apocalipsis), lo que representa casi la mitad de todas las apariciones en el Nuevo Testamento. No obstante, hay un dato importante en lo que respecta al hecho de que la fraseología de Juan 1:1 no se repite en ningún otro lugar del Nuevo Testamento. Lo más cerca que tenemos está registrado en 1 Juan 1:1: “lo que era desde el principio”. La impresión que esto debió haber causado en los lectores de la época de Juan puede ser resumida en las palabras de James Boice: “Los primeros versículos del evangelio, incluyendo la expresión ‘Verbo’, remite a un judío a las primeras palabras del libro de Génesis, donde se nos dice que en el principio Dios habló, y todas las cosas llegaron a existir”.
Juan quiso mostrar que Jesús es el Creador del relato de la creación en Génesis. Por lo tanto, Él también es el creador del sábado. Pero, según hemos visto en comentarios anteriores, Juan dejó bien en claro que Jesús y el Padre no son la misma Persona, sino personas distintas: el Verbo estaba con Dios. Además, es importante destacar que la Creación fue una tarea en equipo: Padre, Hijo y Espíritu Santo actuaron conjuntamente (Génesis 1:1, 2; comparar con Juan 1:1-3).
Cristo, el Señor del sábado
Jesús aclaró la razón por la cual el sábado fue establecido, al afirmar: “El sábado fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado” (Marcos 2:27). La expresión traducida como hombre, proviene del griego anthropos, que también significa hombre en sentido genérico, o sea, humanidad. En otras palabras, Jesús mismo dijo que el sábado fue creado para beneficio de toda la raza humana.
Esta declaración de Jesús fue hecho en el mismo día en que sus discípulos recogieron espigas en sábado, y que a causa de esto tuvieron que enfrentar la crítica de algunos fariseos. Personas bien intencionadas utilizan este texto para afirmar que Jesús transgredió el sábado. Sin embargo, están dándole más importancia al argumento de los fariseos que a la propia enseñanza de Jesús: “El Hijo del Hombre es Señor del sábado” (Mateo 12:8). “Los innumerables requisitos de los rabinos para la minuciosa observancia del sábado se basaban en el concepto de que, a la vista de Dios, el sábado era más importante que el hombre mismo. De acuerdo con el indudable razonamiento de esos ciegos expositores de la ley divina, el hombre fue hecho para el sábado: para guardarlo mecánicamente. Los rabinos reducían el sábado a un absurdo mediante su rígida e insensata distinción entre lo que se debía hacer y lo que no se debía hacer en ese día”.
La Mishná, importante obra judía considerada por los hebreos como fundamental después del Antiguo Testamento, llega a presentar una lista de 39 tipos diferentes de trabajos prohibidos de ser llevados a cabo en el sábado. Estaban incluidas actividades que involucraban la preparación del pan, de la ropa, o incluso de un animal para alimento. Además de esas reglas generales, había otras incontables prescripciones prohibitivas para las más variadas situaciones cotidianas: encender una vela, mirarse en un espejo, escupir sobre el suelo –esto podría configurar el regar la tierra– y muchas más. Con tantos detalles, podemos imaginarnos a las personas con un cuaderno lleno de anotaciones sobre lo que podían o no hacer.
Jesús denominó a eso “cargas pesadas y difíciles de llevar”, las cuales ni siquiera los escribas y fariseos cumplían (Mateo 23:4). De hecho, “los fariseos lo acusaron de no guardar el sábado… Pero… lo que Jesús había dejado de cumplir eran las reglas de los fariseos referentes a la observancia del sábado, y no los requerimientos de las Escrituras”.
La Biblia indica que el sábado debe ser un día placentero (Isaías 58:13). Esta es la razón por la cual Jesús afirmó tan categóricamente: “Es permisible hacer bien en sábado” (Mateo 12:12). Por lo tanto, Jesús nunca tuvo problemas con el sábado, sino con el modo en el que era observado. De esta manera, la conclusión lógica a la que podemos arribar es que, partiendo de los actos de Jesús en ese día, y que Él no vino a abolirlo o a cancelarlo, sino a enseñar cómo guardarlo (Mateo 5:17, 18), debe convertirse en un alivio para la carga estresante de la semana, en un día especial para contactarse con Dios y su creación (Mateo 11:28).
Al mencionar que Él era el Señor del sábado (Mateo 12:8; Marcos 2:27), Jesús se presentó como Creador del sábado. Al establecerlo, Él tenía en mente que el hombre “necesitaba tiempo en el cual los intereses y afanes humanos fueran subordinados al estudio del carácter y de la voluntad de Dios como se revelaban en la naturaleza y más tarde en la revelación. El día de reposo, el séptimo día -el sábado-, fue ordenado por Dios para suplir esa necesidad. Tergiversar en alguna manera las especificaciones del Creador en cuanto a cuándo y cómo debiera observarse ese día, equivale a negar que Dios sabe qué es lo mejor para sus criaturas”.
El sábado fue creado para que trajera felicidad al hombre, pero los rabinos, con sus reglas extravagantes, habían impuesto sobre él una carga que se volvió difícil de llevar. Terminaron desviando la atención de la verdadera esencia del sábado: una profunda y estrecha relación con el Señor del sábado, que lo había creado con el propósito de que fuera un lugar de encuentro en el tiempo. Eso no significa que no debamos estar en comunión con Él durante la semana, sino que el sábado es el clímax, la corona, de la relación construida diariamente.
El ejemplo de Jesús
Está claro que, en una sociedad capitalista, pensamos que cuanto más trabajamos, más acumulamos. En esto consiste la lógica de este mundo. Pero el reino de Dios funciona con una lógica muy diferente. El propio Creador descansó. Y como afirma Loron Wade, “claro está que este ‘reposo’ de Dios nada tiene que ver con el cansancio. Es el reposo que hay cuando el orden ha tomado el lugar del caos. Es la paz que sigue después de la tormenta”. Esa es la paz que Dios quiere proporcionarnos en el sábado, al recordarnos que ese día es una celebración de la obra de Dios y no de la nuestra. Él descansó para darnos ejemplo.
Al venir a este mundo, Jesús no rompió el ejemplo que nos había dado al descansar el primer sábado, precisamente luego de la semana de la creación. Tenemos la siguiente descripción acerca del modo en el que Jesús guardó ese día: “Cristo adoraba regularmente en el día sábado, tomando parte en los servicios e impartiendo instrucción religiosa (Marcos 1:21; 3:1-4; Lucas 4:16-27; 13:10). Pero el Salvador no se limitaba a dorar. También tenía comunión con los demás (Marcos 1:29-31; Lucas 14:1), caminaba al aire libre (Marcos 2:23) y se dedicaba a realizar santas obras de misericordia… sanaba a los enfermos y afligidos (Marcos 1:21-31; 3:1-5; Lucas 13:10-17; 14:2-4; Juan 5:1-15; 9:1-14)”.
Con esas acciones, Jesús demostró que el sábado debía ser un día de deleite, en consonancia con la afirmación del profeta Isaías: “Si retiras tu pie de pisotear el sábado, de hacer tu voluntad en mi día santo, y si al sábado llamas delicia, santo, glorioso del Señor, y lo veneras, no siguiendo tus caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando palabras vanas, entonces te deleitarás en el Señor” (Isaías 58:13, 14; énfasis añadido). Este deleite es el resultado de dos cosas: 1) la sensación de estar en la presencia de Dios; 2) obra benefactora en relación al prójimo. Haciendo un comentario sobre Isaías 58, Elena G. de White afirmó: “No puedo instar demasiado a todos los miembros de nuestras iglesias, a todos los que son verdaderos misioneros, a todos los que creen el mensaje del tercer ángel, a todos los que apartan su pie del sábado, para que consideren el mensaje del capítulo 58 de Isaías. La obra de beneficencia ordenada en dicho capítulo es la que Dios requiere que su pueblo haga en este tiempo. Es obra señalada por él […] El monumento recordativo de Dios, el sábado o séptimo día, recuerdo de la obra que hizo al crear el mundo, ha sido desplazado por el hombre de pecado. El pueblo de Dios tiene una obra especial que hacer para reparar la brecha que ha sido abierta en su ley; y cuanto más nos acercamos al fin, más urgente se vuelve esta obra […] El Señor dice: ‘Si retrajeras del sábado tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y al sábado llamares delicias… entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra" (versículos 13, 14). De este modo, la verdadera obra misionera médica está inseparablemente vinculada con la observancia de los mandamientos de Dios, entre los cuales se menciona especialmente el sábado, puesto que es el gran monumento recordativo de la obra creadora de Dios”.
Esta obra médico-misionera de que ella habla no es exclusivo para los médicos profesionales, sino de todos aquellos que atraen las personas hacia el gran Medico a través de la beneficencia social. “Son muchos los que han quedado sin esperanza. Devolvámosles la alegría. Muchos se han desanimado. Dirijámosles palabras de aliento. Oremos por ellos. Hay quienes necesitan el pan de vida. Leámosles la Palabra de Dios. Muchos tienen el alma aquejada por una enfermedad que ningún bálsamo ni médico puede curar. Roguemos por estas almas. Llevémoslas a Jesús. Digámosles que en Galaad hay bálsamo y Médico”.
Milagros en sábado
Pasar las horas del sábado adorando a Dios, en comunión con los hermanos, practicando actos de misericordia, atendiendo a las necesidades de los enfermos y afligidos, todo eso es una manera de entretejer la comunión con Dios. Jesús mismo dijo: “Os aseguro, cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40). Como lo demostró en varias oportunidades, es lícito hacer el bien en sábado (Mateo 12:10—12; Marcos 3:4, 5; Lucas 14:3, 4).
Hay un significado especial en el hecho de que Jesús haya realizado algunos milagros de sanación en sábado. Podría haber sanado a esas mismas personas en otro día de la semana. Sin embargo, “los evangelios parecieran dar énfasis especial a los milagros realizados en sábado, los cuales suscitaron roces con los judíos. Por medio de ellos Jesús impartió importantes enseñanzas acerca de la verdadera observancia del sábado. Más fundamental es el hecho de que por medio de estos milagros llamó la atención a su divinidad, a su unidad con el Padre y a su obra de salvación. La controversia que surgió a causa de estos milagros de curación en sábado le proporcionó a Jesús la oportunidad de enseñar las verdades vitales relativas a su obra salvadora. Además, el hecho de que los dos milagros de sanidad realizados en sábado reportados por Juan se llevaran a cabo en Jerusalén durante las fiestas anuales, incrementó las opciones de Jesús para proclamar verdades vitales relacionadas a la salvación de los seres humanos”.
Los actos de sanidad en sábado son un indicio más de que Jesús no había venido para abolirlo, sino para cambiar la visión equivocada que los judíos mantenían acerca de su observancia. Los milagros de Jesús, si los consideramos con atención, incluyendo aquellos que ocurrieron en sábado, son –en cierto sentido– anticipos de la eternidad. La Biblia aclara que en la eternidad no habrá luto (Apocalipsis 21:4; Jesús resucitó a muertos); no habrá pecado (Apocalipsis 21 y 22; Nahúm 1:9 ) y por eso no habrá enfermedad (Jesús sanó a enfermos); no habrá lágrimas (Apocalipsis 21:4, Jesús enjugó las lágrimas de la viuda de Naín, de las hermanas de Lázaro, etc.); no habrá dolor (Apocalipsis 21:4, las sanaciones de Jesús trajeron alivio).
Los milagros de Jesús son, por lo tanto, una prueba de su Divinidad, su calidad mesiánica, y un anticipo del reino eterno que Él vino a establecer, el cual traerá reposo a toda la multitud de los redimidos.
El sábado después de la resurrección
En el Nuevo Testamento encontramos varios ejemplos de que los discípulos y los apóstoles observaron el sábado. Algunos de esos ejemplos hacen referencia a episodios posteriores a la resurrección.
El apóstol Pablo tenía el hábito de adorar los sábados (Hechos 13:14; 17:1, 2). Otro ejemplo de este hábito en la vida del apóstol tuvo lugar en la ciudad de Corinto, donde Pablo “cada sábado… razonaba en la sinagoga, y persuadí a judíos y a griegos” (Hechos 18:4). Lo más sorprenden de esta historia es que el texto bíblico afirma que él “permaneció allí un año y seis meses, enseñando la Palabra de Dios” (versículo 11). Si Pablo estuvo, durante un año y seis meses, todos los sábados enseñando la Palabra de Dios, ¿no debía haberle avisado a sus oyentes que el sábado ya no debía ser observado? La respuesta a esta pregunta es simple: si hubiera sido el caso, lo habría hecho. Pero no lo hizo porque Jesús jamás enseñó que el sábado debía dejar de ser guardado.
Algunos podrían decir que Pablo se reunía con sus oyentes en sábado, porque ésa era la costumbre de los judíos. Sin embargo, en el libro de Hechos encontramos por lo menos dos ejemplos en los que Pablo predicó en otros lugares. El primero está en Hechos 13:42-44. Allí se menciona que, luego de predicarle a judíos y prosélitos en un sábado determinado, se le pidió que hablara el siguiente sábado. Pero el texto dice que al sábado siguiente, “se juntó casi toda la ciudad a oír la Palabra de Dios”. Hay dos cosas que podemos considerar en este texto. En primer lugar, no creemos que casi toda la ciudad entrara en la sinagoga, de modo que Pablo debió haber predicado en otro lugar. En segundo lugar, esta debió ser una excelente oportunidad para que él enseñara que el sábado había sido abolido, pero no dijo nada al respecto.
El segundo ejemplo está en Hechos 16:13, donde leemos: “El sábado salimos fuera de la ciudad, junto al río donde suponíamos que había un lugar de oración. Y sentándonos, hablamos a las mujeres que se habían reunido”. Por lo tanto, en este episodio, no predicó en la sinagoga.
Algunos mencionan que Colosenses 2:16, 17 demuestra que Pablo se opuso a la observancia del sábado. Sin embargo, un análisis correcto de este pasaje demuestra que su fiel observancia a los sábados semanales “se destaca en agudo contraste con su actitud hacia los sábados ceremoniales anuales. En sus escritos deja bien en claro que los cristianos ya no se hallan bajo la obligación de guardar esos días anuales de reposo, porque Cristo clavó las leyes ceremoniales en la cruz. Dice el apóstol: ‘Por tanto, nadie os juzgue en comida, o en bebida, o en parte de día de fiesta, o de nueva luna, o de sábados; lo cual es la sombra de lo por venir, mas el cuerpo es de Cristo’ (Colosenses 2:16, 17; ARV). Ya que ‘el contexto [de este pasaje] tiene que ver con asuntos rituales, los sábados a que aquí se refiere son los sábados ceremoniales de los festivales anuales judíos, ‘lo cual es la sombra’ o tipo, cuyos cumplimientos habían de suceder en Cristo (‘Sabbath’, Seventh Day Adventist Encyclopedia, 1976, p. 1244)”.
Entonces, Pablo se opuso a los sábados ceremoniales, pero no a los semanales. No existe siquiera uno pasaje del Nuevo Testamento que autorice a la transferencia del sábado al domingo. Ni Jesús, ni los apóstoles, incluyeron algo semejante en sus enseñanzas, aun cuando tuvieron la oportunidad de hacerlo. Jesús desarrolló su ministerio en un período algo mayor a los tres años, y la Biblia narra diversos eventos y discursos en ese período, pero nada dice acerca de una posible alteración en el día de observancia. Pablo, Pedro, Juan, Santiago y Judas escribieron cartas a las iglesias del primer siglo de la era cristiana, pero nunca tomaron el tema de una posible transferencia de la observancia del sábado hacia la del domingo. ¿Por qué no lo hicieron? ¡Porque Jesús jamás autorizó tal transferencia! En lugar de ello, en su discurso profético, registrado en Mateo 24 y 25, cuando habló de la destrucción de Jerusalén, la cual tendría lugar décadas después de su muerte y resurrección, Él dijo: “Orad que vuestra huida no sea en invierno o en sábado” (Mateo 24:10). ¿Por qué no en invierno ni en sábado? En invierno, por las dificultades que ofrece esta estación; en sábado, porque Él jamás pensó en abrogar la observancia de ese día. “Se ha sugerido que la huida en sábado se dificultaría debido a la interferencia por parte de los judíos; sin embargo, si los judíos estuvieran en guerra, el sábado sería un momento propicio para salir de la ciudad. Tampoco es coherente pensar que ‘la jornada de un día sábado’ sería un impedimento, puesto que el tipo de observancia de sábado presentado en los evangelios sugiere que los cristianos rechazaron esta disposición ajena a la Biblia (además, hasta la tradición rabínica permitía la huida con el propósito de salvar la vida). La implicancia del texto es que los discípulos deberían orar para que su huida no fuera en sábado para evitar una experiencia que no les permitiera observar en forma normal el sábado y de esa manera disminuir su percepción de la santidad del día del Señor”.
De hecho, “no fue sino hasta el siglo IV que el domingo comenzó a reemplazar el sábado como día de reposo”. El 7 de marzo del año 321 d.C., el famoso edicto dominical de Constantino promulgó en todo el imperio romano la veneración del domingo como día de observancia. Llamó a ese día “venerable día del sol”, siguiendo el ejemplo de las prácticas paganas. El cambio del sábado al domingo no ocurrió por una iniciativa divina, sino humana. El plan de Dios, según está registrado en la Biblia, todavía es el de la observancia del sábado, un día especial de comunión con Dios y de liberación de la ansiedad y el estrés que marcan nuestra actividad cotidiana.
Conclusión
Con asidua frecuencia olvidamos cosas que no deberíamos olvidar. La razón para ello es muy simple: la fragilidad de la condición y la memoria humanas. Dios, quien nos creó y nos conoce, sabía que el ser humano sería absorbido por el interés materialista, muchas veces en detrimento de la moral, la familia, y de sí mismo. Por esa razón, el mandamiento del sábado comienza con un sonoro “Acuérdate”. Y continúa “del sábado para santificarlo” (Éxodo 20:8). Ningún otro mandamiento comienza de ese modo. Es un mandamiento especial. Con él aprendemos a amar a Dios, la esencia de los cuatro primeros mandamientos y, como consecuencia de ello, respetar y amar al prójimo, la esencia de los seis restantes. Es como si desde el mismo comienzo, Dios hubiera planificado el sábado como un antídoto contra el materialismo, y la ansiedad y la violencia que derivan de él.
Boice, J. M. The Gospel of John: The Coming of the Light. Grand Rapids: Baker Books, 2005, tomo 1, p. 34.
Orrego, Aldo E., ed. Tratado de teología adventista del séptimo día, “El sábado” (Kenneth A. Strand), Buenos Aires: Casa Editora Sudamericana, p. 568.
Asociación Ministerial de la Asociación General, Creencias de los Adventistas del Séptimo Día, p. 297.
Elena G. de White hizo el siguiente comentario acerca de este texto: “Todo el universo habrá visto la naturaleza y los resultados del pecado. Y su destrucción completa que en un principio hubiese atemorizado a los ángeles y deshonrado a Dios, justificará entonces el amor de Dios y establecerá su gloria ante un universo de seres que se deleitarán en hacer su voluntad, y en cuyos corazones se encontrará su ley. Nunca más se manifestará el mal. La Palabra de Dios dice: ‘No se levantará la aflicción segunda vez’ (Nahúm 1:9, V. M.). Después de haber pasado por tal prueba y experiencia, la creación no se desviará jamás de la sumisión a Aquel que se dio a conocer en sus obras como Dios de amor insondable y sabiduría infinita” (El conflicto de los siglos, p. 558).
Para una comprensión más detallada del proceso del cambio del sábado al domingo, el cual –posiblemente– se haya iniciado a partir de la segunda mitad del siglo II, ver Kenneth Strand, Sábado, en Aldo Orrego, ed., Tratado de teología adventista del séptimo día; Buenos Aires: Casa Editora Sudamericana, pp. 583-588; Asociación Ministerial de la Asociación General de los Adventistas del séptimo día, Creencias de los Adventistas del Séptimo Día; Buenos Aires: ACES, 2006, pp. 291-295.
0 comentarios