EL SABADO, MENSAJE DE SERVICIO

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EL SABADO, MENSAJE DE SERVICIO

Vivimos en un tiempo tan privilegiado como paradójico. Estamos captando en nuestros receptores de radio y TV continuamente sonidos e imágenes procedentes de remotos puntos del globo, y sin embargo rara vez sintonizamos nuestras almas con Dios y nos ponemos a la escucha de su voz. Los científicos exploran las complejidades de nuestro sistema solar mediante complicadísimos instrumentos y vehículos espaciales, y al mismo tiempo desechan con escepticismo la existencia de Alguien que haya diseñado tan complejo y maravilloso sistema. Vivimos en una sociedad cada vez más superpoblada y «masificada», y no obstante, cada vez hay más personas afligidas por el sentimiento de su profunda soledad. Muchos vuelan enormes distancias para encontrar paz y tranquilidad en algún exótico rincón, y ni aún así pueden vencer el hastío, la inquietud y la ansiedad que los abruma.

Podemos obtener enormes cantidades de información de las computadoras y resolver los más difíciles problemas, y sin embargo la mayoría de los hombres son incapaces de encontrar respuesta a los grandes interrogantes del sentido y el destino de la vida. Somos capaces de dar la vuelta al mundo en aviones supersónicos, pero incapaces de llegar hasta el necesitado que vive al otro lado de la calle.

Con sólo marcar unos cuantos números podemos hablar instantáneamente con alguien que viva en el más lejano continente, pero a veces no conseguimos comunicar con aquellos que viven bajo nuestro mismo techo. Hemos aprendido a dominar los recursos naturales para asegurarnos el confort de la vida moderna, pero con ello hemos puesto en peligro hasta la propia subsistencia de la especie.

Dicho en pocas palabras, nuestra sociedad se ha hecho cada vez más rica en bienes de consumo y cada vez más pobre en cuanto al bien. La riqueza en conocimientos, posesiones y comodidades, no ha podido superar a la pobreza económica, la decadencia física, la frustración emocional, los conflictos sociales y el vacío espiritual.

¿De qué manera la recuperación de los valores bíblicos del sábado puede contribuir a encontrar una solución a estos graves problemas humanos? ¿Cómo puede una correcta observancia del sábado ayudar a los hombres a superar el sentimiento de la ausencia de Dios y hacerles experimentar su presencia? ¿Hasta qué punto puede el culto comunitario ayudar a aquellos que sufren de soledad a encontrar el calor de la confraternidad? ¿Puede la celebración del sábado, como memorial de la creación y la redención, proveer la motivación necesaria para ocuparse de los necesitados? ¿Pueden de alguna manera la admiración y la protección de la naturaleza, fomentadas por el cuarto mandamiento, contribuir a resolver la crisis ecológica? He aquí algunas de las preguntas básicas a las que intentaremos responder en este capítulo. Para mayor claridad lo hemos dividido en cuatro partes, estudiando en cada una de ellas uno de los diferentes aspectos del servicio al que fue destinado el sábado: (1) servicio a Dios; (2) servicio á sí mismo; (3) servicio a los demás; (4) servicio al habitat.

PARTE I: EL SABADO COMO SERVICIO A DIOS

El cristiano sirve a Dios cada día de su vida. Pero el servicio que rinde a Dios durante el sábado es diferente del de los demás días.

Porque durante la semana sirve a Dios al mismo tiempo que a su trabajo y a sus necesidades materiales. El servicio diario es un servicio tipo Marta, en el que se tiene en mente a Dios, pero sin dejar de atender a las obligaciones personales. El servicio sabático, por otra parte, es de tipo María, en el que Cristo es el centro de atención absoluta. Todos los intereses ajenos son puestos de lado para atender al Salvador como huésped de honor. Dejar de lado toda actividad lucrativa para acercarse a Cristo es ya, de por sí, un acto de adoración.

Es en realidad el acto imprescindible para que el sábado, como culto ofrecido a Dios, tenga sentido, ya que es la prueba de que el creyente ha decidido honrar a Dios plenamente en su santo día. Por lo tanto, nuestro estudio del servicio a Dios debe empezar por una comprensión correcta de lo que en sí significa el descanso, para examinar después las diferentes actividades que el descanso sabático favorece.

1. El reposo como servicio divino

Respuesta total. Hay una marcada tendencia a disociar en el sábado los aspectos de «culto» de los de «descanso». Desde que la semana de trabajo es más corta y no hay uno sino dos o más días festivos, el mandamiento que ordena descansar el séptimo día ya no tiene sentido para algunos cristianos contemporáneos. En su punto de vista, no tienen en cuenta que la Biblia define el descanso sabático no sólo en términos antropocéntricos sino principalmente teocéntricos.

Fue dado al hombre (Mr. 2:27), pero pertenece a Dios (Ex. 20:10; Mr. 2:28). Si su única finalidad fuese la de satisfacer las necesidades físicas, sociales y económicas, no sería más que un día festivo de relativo valor en nuestro tiempo, ya que un gran sector de la sociedad dispone de hecho de dos o más días libres por semana. Pero el centro del descanso sabático no está en el hombre sino en Dios: «el séptimo día será día de reposo consagrado al Señor» (Ex. 31:15; 16:23, 25; 35:2; Lv. 23:3). En otras palabras, el descanso del sábado no es un simple restablecimiento físico y mental de la fatiga de la semana, sino una participación del «reposo» que Dios mismo (Ex. 20:11) ha señalado para ayudar al hombre a reflejar su imagen.

Dios no necesita el «descanso» de los hombres. Lo que El desea es que éstos reconozcan y acepten el dominio divino sobre su tiempo y sus vidas. «Reconocer este dominio», dice acertadamente Franz X. Pettirsch, «es el primer deber de las criaturas dotadas de razón, y significa consagrar a Dios posesiones y propiedades, tiempo y espacio, trabajo y negocios. Por eso el día de culto es más que una regulación socio-económica; tiene un carácter divinamente inspirado e implica una profunda veneración religiosa de Dios.»1 La deliberada consagración del tiempo del sábado a Dios es señal de una respuesta total a El. Es un acto de adoración que no puede limitarse a una hora de servicios religiosos, sino que se extiende a las veinticuatro horas del día.2

Durante la semana laboral una actitud de este tipo es imposible, porque la mente está ocupada en las exigencias del trabajo. Pero reposando expresamente para Dios en el sábado, el cristiano demuestra su entrega total a El.

Solución para el culto al trabajo. Existe un riesgo constante de que el trabajo se convierta en objeto de nuestra veneración. La obsesión por la producción y el lucro por una parte, y la convicción de que todos tienen derecho a un empleo, sea el que fuere, por otra, convierten fácilmente el trabajo en la virtud máxima, el verdadero propósito de la vida. Cuando alguien fallece se le prodigan alabanzas como estas, «¡Era tan trabajador! El trabajo lo era todo en su vida.» Hay un error fatal en el culto al trabajo, y es convertirlo en el valor supremo de nuestra existencia.3 Los «adoradores del trabajo» viven sólo para él y llegan a creer que substituye a la protección divina. Al desconfiar de la providencia de Dios, viven constantemente preocupados por su seguridad y éxito personal (Mt. 6:25-33). La limitación del trabajo exigida por el descanso sabático tiene por objetivo contrarrestar la tentación de deificar el trabajo. Nos recuerda que Dios es el Señor de todas las actividades de la existencia humana. Nos dice que todo trabajo debe ser realizado lo mejor posible (Ex. 20:10), pero sin convertirlo en el centro de nuestros intereses. Porque la realidad última no está en el trabajo sino en Dios.

Los seres humanos no fueron creados para producir (sea para Dios, para ellos mismos o para otros), sino para servir a Dios en la felicidad de su presencia. El reposo sabático nos recuerda el noble destino de la humanidad. «Ultimo en ser creado, aunque primero en propósito,» el sábado es «el fin de la creación de los cielos y la tierra.» El trabajo de los seis días encuentra objetivo y significado en el descanso del séptimo. Prefigura y anticipa en el tiempo el reposo anhelado de la eternidad. Guardar el sábado es reconocer el significado del trabajo y de la vida. Significa rechazar ese tipo de vida que en aras del confort y del prestigio social lo sacrifica todo al dios del trabajo. Significa reconocer que el trabajo no es un valor supremo, y que Dios es el Señor de todas nuestras obras. Por lo tanto, el tiempo del sábado no es para alabar la obra de nuestras manos, sino el obrar de Dios en nuestras vidas. Es ofrecerle a Dios, como un acto de adoración, las realizaciones grandes o pequeñas de nuestra labor semanal.

Solución para el culto al ocio. Aunque muchos tienden a deificar el trabajo, son muchos más los que hacen del ocio el centro de sus aspiraciones. El aumento del tiempo libre disponible, el incremento de los ingresos y la deshumanización del trabajo mecanizado son algunos de los factores que han cambiado la actitud laboral de muchos.

Para éstos, el trabajo no es un fin sí mismo sino el medio necesario para pagarse las diversiones del fin de semana. Cada viernes salen del trabajo como del infierno, dispuestos a «disfrutar por fin»–en algún cercano o lejano lugar–de las actividades de su agrado. La triste realidad es que cada lunes, en vez de reanudar su trabajo, frescos y lozanos, vuelven agotados y decaídos.

¿Por qué hay tan pocos que consiguen recuperar y renovar energías en su tiempo libre? Una de las razones principales está en el descuido de sus profundas necesidades espirituales. Creyendo que el ocio, las diversiones o el simple descanso físico son suficientes en sí mismos para liberarlos de la fatiga, muchos acuden en busca de reposo a los santuarios de nuestra sociedad materialista: el estadio, el cine, el parque de atracciones, la discoteca, el restaurante, la playa, la estación de esquí, etc. Sin embargo, estos lugares de diversión–en el mejor de los casos –sólo proporcionan formas de evasión en las que uno se olvida de sí mismo por un tiempo, pero no son capaces de llenar el vacío espiritual que se encuentra a la base de la inquietud y del agotamiento.

La verdadera regeneración sólo se produce cuando todas las dimensiones de nuestro ser–físicas, mentales y espirituales-recuperan su unidad armónica. El sábado es el medio que Dios ha provisto para restaurar la armonía de nuestro cuerpo, mente y alma. A. Martín dice acertadamente: «La espiritualidad del sábado devuelve al hombre la unidad de su ser, esa unidad que está constantemente amenazada por el carácter fragmentario del trabajo y del ocio.»5 El sábado provee los recursos espirituales y temporales para rehacer esa unidad y dar sentido al trabajo y al ocio, es decir a la totalidad de la vida. Para los observadores del sábado, el descanso del séptimo día no es el bien supremo (summum bonum) que hay que alcanzar a toda costa, sino más bien la oportunidad ideal para conseguir un bien mayor, a saber, la bienhechora influencia de las actividades creadoras y redentoras de Dios en todo nuestro ser. Más adelante veremos qué hacer para conseguirlo.

La experiencia del reposo divino. La naturaleza profundamente religiosa del descanso sabático tiene mucho que ver con su función simbólica. Los seres humanos necesitamos signos familiares y frecuentes para preservar y enriquecer nuestra fe. Hemos visto que guardar el sábado es señal de respuesta total a Dios, de aceptación de sus derechos sobre nuestra vida, y de ofrecimiento a El de todo nuestro ser y obrar. Pero lo que hace del sábado un verdadero acto de culto no es sólo su significado simbólico: el sábado es ante todo la oportunidad de experimentar por la fe en Dios la creación, la redención y la restauración final. Todo símbolo es un medio de hacer presente la realidad que representa. Ya hemos visto que la realidad que el sábado

representa es la creación, la redención y la restauración final que Dios ofrece al hombre por medio de Cristo (Mt. 11:28; Lc. 4:18-21). Eso quiere decir que el descanso del sábado es más que un medio para recuperar las energías perdidas: es ante todo un medio para experimentar en este mundo inquieto el reposo divino y la paz de la salvación, como anticipos de la felicidad eterna que Dios concederá a su pueblo en el reino de gloria. «El verdadero descanso», escribe Alfred Barry, «es el descanso en el Señor; y tal descanso es ya en sí adoración sin palabras.»6 Esta adoración silenciosa es un significativo acto de culto, ya que predispone al hombre a aceptar la salvación en Cristo y a entrar en la comunión de Dios y de sus santos.

A muchos cristianos observadores del domingo les cuesta entender que el descanso pueda ser un acto de culto. La razón principal está en que ni la Biblia ni la historia revelan nada especialmente sagrado en el descanso del domingo. Saben que, como dice el eminente eclesiólogo católico Christopher Kiesling, «para los cristianos, el descanso dominical empezó a observarse sólo en el siglo cuarto.»7

Como sólo varios siglos más tarde «le fue conferido al descanso del domingo un significado religioso»,8 éste recibió unas connotaciones «sombrías, severas y excesivamente místicas,»9 por lo que ese autor propone «el abandono del descanso dominical como práctica cristiana.»10a Kiesling, pues, sugiere que se substituya por «un nuevo estilo de vida cristiana que refleje el gozo, el optimismo y la aceptación de la creación, que son las características de la fe, la esperanza y el amor cristianos.»10b

Las dificultades encontradas para desarrollar una teología práctica del descanso dominical, se comprenden cuando uno sabe que representan el esfuerzo por imponerle al domingo un significado que le es completamente extraño. Puesto que se siente la necesidad de desarrollar «un nuevo estilo de vida cristiano que refleje el gozo, el optimismo y la aceptación de la creación», ¿por qué no regresar al sábado del séptimo día, siendo que es el día que Dios instituyó precisamente para experimentar el gozo y la aceptación de la creación y la redención? Mi propuesta puede parecer utópica, sobre todo si tenemos en cuenta que, en palabras de Kiesling, «el descanso dominical es una realidad cristiana prácticamente muerta, y el culto en domingo está perdiendo rápidamente su sentido en la vida.»11 Dicho de otra manera, proponer el regreso a la observancia del sábado cuando la mayoría no respeta ni siquiera la del domingo, parece absurdo. Pero, ¿por qué están decayendo el descanso y el culto dominicales? ¿No será, en parte, por la falta de apoyo bíblico y apostólico para su observancia? No se puede esperar que los cristianos se tomen en serio la observancia del domingo cuando saben que ese día ha sido establecido por conveniencias de la Iglesia y que, en principio, no importa mucho qué día se observe. El descubrimiento y la aceptación del profundo significado del sábado bíblico ¿no podrían proporcionar la convicción teológica necesaria para motivar a los cristianos genuinos a consagrar a Dios en ese día su reposo, su adoración y sus recreaciones?

Es obvio que muchos no desean volver a la observancia del sábado de Dios porque lo que quieren no es un día santo para gozar de comunión con Dios, sino días de fiesta para gozar de sus placeres personales. Sin embargo, no hay que perder de vista el hecho de que muchos cristianos–más de trece millones de adventistas del séptimo día, y cientos de miles de creyentes de otras denominaciones–ya han respondido a este llamado y celebran gozosos el verdadero sábado.12

Pero más importante que las cifras es la siguiente pregunta: ¿Debe abdicar la Iglesia de su responsabilidad de proclamar un precepto dado por Dios, sólo porque éste vaya en contra de las tendencias materialistas de nuestro tiempo? La misión de la Iglesia no es la de seguir la corriente de la mayoría, sino la de interpretar y proclamar la revelación dada por Dios en las Escrituras. Su deber es llamar a los hombres al arrepentimiento, llevarlos de nuevo a Dios y mostrarles la necesidad de un cambio de rumbo, de una nueva comprensión de su destino, de una renovada relación con Dios, de un regreso al verdadero culto. Uno de los más importantes medios que la Iglesia tiene a su alcance para conseguir esos objetivos es el sábado. En ese día el cristiano tiene la oportunidad de aprender a amar a Dios, a sí mismo y a los demás, y poner en práctica en su vida ese amor. Su reposo es una ofrenda de adoración a Dios («un sacrificio vivo»–Ro. 12:1), en la que le entrega su trabajo y su tiempo libre, toda su vida, encontrando en El la verdadera paz y el verdadero descanso. ¿No es esta vivencia un medio pedagógico mucho más efectivo que cualquier sermón, y su influencia mucho mayor sobre los restantes días de la semana?

2. La adoración como servicio a Dios

Walter J. Harrelson definió la adoración como «una respuesta ordenada a la manifestación de lo Sagrado en la vida del individuo o del grupo.»13 Los elementos de orden y santidad que son indispensables para una adoración genuina, constituyen la verdadera esencia del sábado. La santidad del sábado, como vimos en el capítulo III, reside en la ocasión especial que ese día brinda para que Dios se manifieste en la vida del creyente, y el elemento de orden aparece en el modo en que ese día regula su vida. La existencia humana no alcanza su plenitud ni en la confusión ni en la monotonía. Una vida equilibrada y abundante necesita una división inteligente del tiempo: trabajo, descanso, estudio, adoración; para uno mismo, para los demás, y para Dios. El sábado nos enseña a discernir correctamente entre el tiempo común y el sagrado dentro de la ininterrumpida corriente de los días, las semanas, los meses y los años. El propósito de esta división no es realzar el sábado en detrimento de los demás días, sino enriquecer la totalidad de la vida con los valores espirituales del sábado.

El sábado enseña, de modo especial, a responder a Dios ordenadamente. Es una respuesta sistemática que requiere una interrupción deliberada de todas las actividades seculares. Pues solamente al cesar de nuestro quehacer para honrar a Dios podemos llegar a la adoración plena. Pero ¿cómo emplear el tiempo del sábado para que sea realmente un culto aceptable para Dios y una experiencia enriquecedora para el creyente? Cualquier intento de formular un programa minuciosamente detallado nos llevaría a una observancia legalista del día y, por lo tanto, destruiría su verdadero espíritu. Siendo que la Biblia propone más ideales y principios que programas y prescripciones, en vez de una lista arbitraria de actividades específicas, debemos buscar los principios fundamentales expresados en la Biblia sobre la observancia del sábado.

Servicio a Dios. El cuarto mandamiento no contiene ninguna indicación explícita acerca de la necesidad de asistir regularmente en sábado a determinados «servicios religiosos». Quizá Dios, en su divina sabiduría, previó que muchos creyentes a lo largo de la historia no podrían guardar el sábado asistiendo a un lugar de culto, impedidos por el aislamiento o por los deberes de beneficencia que se verían moralmente obligados a atender. No olvidemos que las sinagogas, que fueron los primeros lugares públicos del culto sabático, aparecieron muy tarde en el judaísmo, en torno a la época del exilio.14 Es posible que los servicios de la sinagoga se originasen a partir de las reuniones que se acostumbraba tener en sábado en algunos hogares (Ex. 16:21).

Teniendo en cuenta la amplitud del círculo familiar en el antiguo Israel, en el que entraban allegados y empleados (ver la lista de personas mencionadas en el cuarto mandamiento, Dt. 5:14), es fácil comprender el carácter comunitario que desde su origen tuvieron esas reuniones sabáticas.

Sea cual fuere el origen de esas primeras asambleas, no cabe duda de que las «reuniones sagradas» (Lv. 23:2) constituyeron una de las características distintivas del sábado. Estas se desprenden de la misma naturaleza del sábado, como día «para el Señor tu Dios» (Ex. 24:10; Dt. 5:14), y fueron favorecidas por la cesación del trabajo que el sábado garantizaba a todas las personas. El hecho de que todos gozasen de tiempo libre para honrar a Dios contribuyó, sin duda, a que se reuniesen para alcanzar juntos ese propósito.15 No tenemos apenas datos sobre los lugares de esas reuniones en tiempos del Antiguo Testamento. Quizá, como en tiempos del Nuevo Testamento, las asambleas se celebraban principalmente en los hogares. Según 2 Reyes 4:23, parece que en el siglo IX a. C. algunos israelitas acostumbraban ir los sábados a visitar al profeta en su casa, donde aparentemente tenía lugar un servicio religioso. En el capítulo anterior vimos que en sábado se intensificaban los servicios religiosos del templo. Isaías habla de la costumbre de acudir los adoradores al templo en sábado, aunque fustiga su actitud impenitente (Is. 1:2-15).

Después del exilio, como atestiguan el Nuevo Testamento y las fuentes judaicas, los servicios sabáticos realizados en las sinagogas adquirieron una gran importancia. El servicio de culto de los primeros cristianos sigue, en cierta medida, el modelo de la sinagoga.16 La asistencia a estos servicios por parte de Cristo y los apóstoles no hizo

sino confirmar la validez de esta forma de culto comunitario. Sin embargo, el valor de la celebración del sábado no depende tanto de la participación en el culto como de la actitud de los adoradores. Sin una participación correcta, la asistencia semanal a la iglesia es una formalidad vacía. Por eso conviene tener bien clara la función de los

servicios de culto en sábado. Llamaremos a estos servicios «formales» para distinguirlos de las demás actividades «informales» que, en otro sentido, también pueden ser considerados actos de culto.

Celebración. La función primordial del sábado es, como ya vimos en el capítulo II, la de celebrar las grandes realizaciones de Dios en favor de la humanidad. Esta celebración alcanza su máxima expresión en los servicios de culto, en los que el pueblo de Dios se une para ofrecerle su adoración. El carácter especial del culto comunitario del sábado depende de la importancia especial de los actos divinos que en él se celebran. Celebrar significa compartir el gozo que resulta de una realización especial. Los estudiantes celebran su graduación, los jugadores y los partidarios de un equipo de fútbol celebran el triunfo de un importante partido. Los padres celebran el nacimiento de su hijo. Los países celebran sus victorias militares y sus tratados de paz. El deseo de compartir con otros el gozo producido por una importante hazaña es muy humano. El servicio de culto del sábado es la ocasión en la que los cristianos se reúnen para celebrar las proezas divinas: su maravillosa creación, la redención de su pueblo y sus constantes manifestaciones de amor y cuidado.

Algunos de esos temas aparecen en el Salmo 92, que es un «Cántico para el día de sábado». En él se invita a los creyentes a celebrar el sábado dando gracias a Dios y cantando alabanzas a su nombre (v. 3). El propósito de esta gozosa celebración es proclamar las buenas nuevas de la fidelidad y el amor divino (v. 2), alabar la grandeza

de las obras de sus manos (vs. 4-5), y reconocer su poder y providencia (vs. 12-15).17 La celebración de la bondad y misericordia divina es la base del verdadero culto. Aunque el culto divino es posible en cualquier día de la semana, el sábado provee el marco necesario para su más plena expresión. Por una parte, el cristiano dispone en él del tiempo libre necesario para poner en la adoración todo su corazón y su mente.

Por otra, el sábado es el símbolo de las intervenciones de Dios en la historia humana pasada, presente y futura: creación, redención, providencia y restauración final. Por lo tanto, el sábado provee no sólo el tiempo sino también las razones para adorar a Dios: nos creó perfectamente, nos ha redimido plenamente, nos cuida constantemente

y nos restaurará finalmente; razones suficientes para celebrar con gratitud y alegría la vida que Dios nos da.

Antídoto contra la falsa adoración. En cierto modo, la Biblia es la historia del conflicto entre la adoración verdadera y la falsa. La amonestación de Dios a «echar fuera los dioses ajenos» (Gn. 35:2), es reiterada de diferentes maneras en toda la Biblia. En el Apocalipsis, esta admonición divina se presenta mediante la forma de tres ángeles que vuelan proclamando su mensaje «a toda nación, tribu, lengua y pueblo»

(14:6). Este mensaje es una invitación a abandonar los falsos cultos fomentados por «Babilonia» y «la bestia y su imagen» (14:8-11), y una exhortación a «temer a Dios y darle honra, porque la hora de su juicio ha venido» y a «adorar a Aquel que ha hecho los cielos y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas» (14:7). Este llamado solemne a abandonar los cultos falsos y a volver al culto verdadero aparece en el capítulo 14 de

Apocalipsis como parte de la preparación para «la cosecha de la tierra» (14:15). Cristo mismo hizo alusión al estado de abandono general del culto verdadero en el que se encontraría el mundo en el tiempo del fin, diciendo: «Cuando el hijo del hombre venga ¿encontrará todavía fe en la tierra?» (Lc. 18:8).

Aunque siempre ha existido el problema de adorar realidades humanas tales como el dinero (Mt. 6:24), el poder (Ap. 13:8; Col. 3:5), los placeres (Ro. 6:19; Tít. 3:3) e incluso ciertos sistemas religiosos (Gá. 4:9),18 en nuestros días éste se ha acentuado de un modo especial. Los triunfos de la ciencia moderna, la tecnología y el pensamiento racionalista han llevado a muchos a adorar más a las criaturas que al propio Creador. La misión de la Iglesia en este tiempo, tal como aparece descrita en el mensaje de los tres ángeles apocalípticos, es la de devolver la verdadera adoración a «Aquel que hizo el cielo y la tierra» (Ap. 14:7). El sábado es el medio más efectivo de que puede disponer la Iglesia para restaurar el culto verdadero. Al estar enfocado hacia Dios como Creador y Redentor, el sábado es un antídoto contra los cultos falsos. Es una barrera contra la tendencia humana de adorar sus propias realizaciones y ambiciones. Es una invitación a renunciar a la autonomía y al egoísmo humanos y, en su lugar, celebrar y aceptar la soberanía divina sobre la vida y el tiempo.

Revelación. El servicio de culto sabático no es solamente un momento de  celebración, sino también de revelación divina. Celebración y revelación van unidas. La celebración de las bendiciones divinas por medio de la música, la oración y la alabanza en el servicio de culto, provee la ocasión ideal para la exposición de la voluntad de Dios revelada y de sus planes para nuestra vida. Tal revelación sólo puede llegar al hombre cuando éste deja de lado todas las demás preocupaciones.19 La hora del servicio de culto es el momento especialmente propicio. Al abrigo de las múltiples voces que nos incitan a adoptar los nuevos valores morales (que demasiado a menudo no son más que los viejos valores inmorales), en el silencio del culto, la Palabra de Dios nos revela de nuevo cada sábado sus valores eternos. Esa revelación divina que se repite durante el servicio de culto es, en cierto sentido, según palabras de George Elliot, «un Sinaí donde el Eterno sigue exponiendo las solemnes pero necesarias lecciones de los deberes humanos; un Hermón donde Jesús, transfigurado en gloria, aparece de nuevo ante nosotros; un Monte de los Olivos donde nuestros ojos expectantes atisban las vislumbres del esperado Señor.»20

Elliot sigue diciendo que «en este monte sagrado nosotros no podemos plantar nuestras tiendas para siempre, sino que debemos abandonar continuamente sus radiantes cimas para llevar algo de su gloria al resto de los días de la semana.»21

Todo acto de culto ofrecido a Dios–en cualquier día—tiene carácter de revelación, puesto que eleva el alma cerca de Dios, avivando en ella el sentimiento de su presencia. Pero el culto del sábado reúne las condiciones para una revelación de mayor alcance.

Como vimos en el capítulo III, Dios ha prometido manifestarse a los hombres en ese día de un modo especial, tanto individual como colectivamente. El aspecto comunitario del culto es muy importante, ya que en él el cristiano deja su ambiente familiar para unirse a otros en una experiencia compartida de adoración en la iglesia. Los seres humanos reaccionamos de un modo diferente según el lugar donde nos encontramos. En los servicios religiosos comunitarios, el individuo se involucra en lo que William Hodgkins llama una influencia «circulatoria», que le lleva «de la congregación a Dios, y mediante la acción del Espíritu Santo, de Dios a la congregación.» 22 El ministro desempeña un papel determinante en esta experiencia «circulatoria» y reveladora, siendo que es a través de su predicación que Dios comunica a la congregación el conocimiento de su plan de salvación y de su voluntad para con los hombres.

No podemos dejar de insistir en el valor de las funciones de aprendizaje y enseñanza contenidas en el servicio de culto colectivo. El descarado desprecio por la ley divina y humana manifestado en la creciente marea de crimen e inmoralidad exige que la Iglesia asuma la responsabilidad de actuar como conciencia moral del mundo. El culto del sábado es una ocasión sin precedentes para que la Iglesia proyecte sobre el comportamiento humano la poderosa influencia del Evangelio.

La conciencia es impresionada en el momento en que se abre a la influencia de la revelación divina, y ésta la fortalece para vivir de acuerdo con los principios revelados, en medio de las presiones y tentaciones de cada día. Y así, la revelación recibida durante el servicio de culto se convierte en el faro que nos ilumina y guía durante toda la semana.

La conclusión que se desprende de la primera parte de este estudio es que tanto el descanso como la adoración son parte integrante del servicio rendido a Dios en el sábado. Hemos visto que el acto de reposar para Dios en el séptimo día es una forma significativa pero incompleta de adorarle. Por medio de la celebración del culto colectivo, en el cual el cristiano redescubre la revelación de la voluntad y la gracia divinas, conseguimos que este reposo se convierta en una adoración más plena y enriquecedora.

PARTE II: EL SÁBADO COMO SERVICIO A SI MISMO

El culto que el cristiano rinde a Dios en el sábado redunda siempre en beneficio propio y de los demás. Y es que, al reconocer la fuerza y el poder de Dios, nos ponemos en disposición de que esa fuerza y poder actúen en nuestra propia vida. Por eso el sábado es el día especial para la reflexión y la renovación personal.

1. El sábado: tiempo de reflexión

Necesidad de reflexión. Los analistas consideran la falta de reflexión como una de las causas fundamentales del desasosiego y la superficialidad de nuestro tiempo. Los seres humanos nacen, viven y mueren perdidos entre las masas, sin encontrarse realmente consigo mismos.23 La mayoría viven una vida de intensa actividad, inquieta y ruidosa, apenas conscientes de su inmenso vacío y desencanto. En un intento por poner orden y serenidad en su existencia, un buen número de occidentales buscan remedio en las técnicas orientales de meditación. Estos sistemas son promovidos y comercializados como una serie de pasos fáciles de seguir, tales como la forma de sentarse, de concentrarse y de salmodiar. Se pretende que ciertos ejercicios ponen al individuo en contacto con vibraciones divinas o realidades espirituales capaces de producir en el hombre una sensación de armonía y serenidad interior. Algunos practican esos ejercicios de meditación como una especie de recurso psicológico personal, pero sin dejarse llevar por las ideologías de las religiones orientales de las que esas técnicas de meditación derivan. Aparentemente, a algunas personas la práctica de ciertas formas adaptadas de la llamada Meditación Trascendental les ayuda a encontrar el descanso, la reflexión y la comunión interior que buscaban.

Esta búsqueda de la paz y el equilibrio interior pone de manifiesto la profunda necesidad que tenemos de reflexión e introspección para vivir una vida auténtica. Y esto es especialmente verdad para el cristiano, puesto que su vida supone una relación consciente e inteligente con Dios y con sus semejantes. Pero, ¿por qué tan pocos cristianos se esfuerzan por aumentar su comprensión de las cosas espirituales, y dedican tan poco tiempo a la meditación en la Revelación divina? Según una encuesta Gallup publicada el 21 de diciembre de 1979 en la revista Christianity Today, sólo el diez por ciento de los norteamericanos lee la Biblia semanalmente. En otros países donde los movimientos evangélicos tienen menos arraigo, el porcentaje es todavía más bajo. ¡Pero aún son muchos menos los que dedican algunos momentos a la meditación de lo que han leído! Hay una enorme diferencia entre una lectura ocasional, un estudio crítico y una meditación profunda de un texto bíblico. Es posible que muchos estén volviéndose hacia ciertas formas («extrañas») de meditación oriental precisamente porque las iglesias cristianas han fallado en su visión de enseñarles las formas de meditación bíblicas (¡también orientales!). ¿No habrá contribuido, además, a deteriorar la situación del cristianismo el abandono del sábado como tiempo de reflexión, meditación y culto?

El sábado y la meditación. Harvey Cox, eminente teólogo de la Universidad de Harvard, cuenta en su libro Turning East («Girando al Oriente») un interesante episodio que le ocurrió mientras estaba llevando a cabo una investigación acerca de las meditaciones orientales, en el Instituto Naropa, centro de estudios budistas fundado en Boulder, Colorado. Estando allí, un rabino le invitó a celebrar con él «un Shabbath (sábado) auténtico a la antigua usanza, un día entero con muy pocas actividades, para dedicarse en vez de a modificar la creación, a disfrutar de ella y contemplarla.»24 Cox confiesa que mientras compartía esa celebración desde la puesta de sol del viernes hasta la del sábado, dejando de «hacer» y saboreando «el simple hecho de ser», descubrió que «la meditación no es, en esencia, mas que una especie de miniatura del sábado.»25 Sin embargo, señaló algunas diferencias importantes entre la meditación oriental y el sábado.

Ambos requieren cesación de toda otra actividad; pero, mientras la meditación oriental es concebida como un sistema de vida completamente desligado de las realidades del mundo presente, el sábado es una tregua en los conflictos de la vida diaria; una tregua que prepara al hombre para afrontar la existencia en el mundo en que vive, y que le ayuda a buscar el mundo mejor por venir .26

Cox llama la atención hacia otra notable diferencia entre el sábado y la meditación oriental, que radica en la naturaleza universal del séptimo día. Mientras que en las religiones orientales la meditación sólo es practicada por unos pocos privilegiados, monjes en su mayoría, el sábado no beneficia sólo a una pequeña élite, sino a todos.27 El sábado condena la dicotomía social que algunos establecen entre la vía activa y la vía contemplativa, es decir, entre la clase que trabaja y laque medita, mientras que esa distinción de clases es propugnada tanto por las religiones orientales como por el monasticismo cristiano. El cuarto mandamiento contempla la integración de trabajo y descanso, hacer y ser, acción y reflexión, en la vida de cada persona. ¿Vale la pena rechazar este concepto bíblico de la vida para abrazar las pasivas actitudes orientales? Todo aquél que busca descanso, paz, serenidad y significado para su existencia en las religiones orientales, puede encontrar mucho más que eso en una institución también originaria del oriente, el cuarto mandamiento. Esta institución, como observa Cox, «ha podido ser empañada y deformada, pero sigue perteneciéndonos; y para nosotros que tenemos que vivir entre las contradicciones y los vaivenes de la historia, la mini-meditación del sábado puede significar el don de la vida misma.»28

Una base para la meditación. El sábado no sólo proporciona el tiempo, sino también la base teológica para una meditación bienhechora. Como memorial de la creación, redención y restauración final, el sábado invita al creyente a meditar, pero no en un ser supremo abstracto o en un poder espiritual indefinido, sino en un Dios de amor que siempre ha actuado y sigue actuando en favor de la felicidad eterna de sus hijos. Además, como símbolo de la presencia de Dios y de su paternal cuidado, el sábado saca al hombre de sí mismo y de su soledad, y lo pone en contacto personal con su Creador. El sábado es la ocasión especial que Dios ofrece al hombre para compartir su presencia. El propósito de la vida no es sólo vivir. Un propósito tal nos conduciría a la desesperación. El cristiano vive sabiendo que el compañerismo con Dios del que disfruta ahora es un anticipo de su comunión eterna con El. Su meditación no es una evasión de todo lo malo de la vida presente, sino el medio de introducir en ella la influencia bienhechora de la presencia de Dios y la esperanza de la vida futura.

Toda meditación es una toma de conciencia. Podemos definirla mejor en términos de receptividad consciente que en términos de investigación. Para ilustrar la diferencia entre estas dos actitudes, tomemos el ejemplo de la lectura de un libro devocional en sábado. Si lo leo teniendo en mente el propósito de criticar las expresiones y los

argumentos utilizados por el autor para desarrollar sus conceptos, no estoy meditando, sino dedicándome a uno de los más agotadores esfuerzos. En cambio, si lo leo con detenimiento y receptividad, con el simple deseo de que Dios hable a mi alma y me transmita sus mensajes, entonces estoy meditando. La atmósfera sabática de libertad

proporciona la base para una meditación enriquecedora, puesto que, al cesar de nuestro trabajo estamos libres para disfrutar de las múltiples manifestaciones de la bondad de Dios. Eso significa que en el sábado podemos disfrutar de la naturaleza sin necesidad de tener que profundizar en sus misterios científicos. Podemos escuchar música sin tener que analizar las claves y los compases de la composición.

Podemos deleitarnos leyendo poesía, sin medir cada verso para estudiar su estructura. Podemos escuchar receptivamente la predicación de la Palabra de Dios sin tener que resolver todos los misterios de la religión o armonizar sus aparentes contradicciones teológicas. El clima de paz y de receptividad que el sábado nos aporta es ideal para meditar y encontrarnos con Dios y con nosotros mismos, para experimentar su presencia y para «gustar y ver que el Señor es bueno» (Sal. 34:8).

2. El sábado: tiempo de renovación

Orden en la vida. El tiempo y las oportunidades que el sábado ofrece para la meditación, el culto, el compañerismo, el servicio y la recreación, son como dínamos que recargan las baterías de nuestra vida. Hay muchas maneras en que el sábado contribuye a nuestra renovación. Veamos, en primer lugar, cómo el sábado puede poner orden y armonía en nuestra fragmentada vida. Herbert Saunders cuenta una historia que ilustra muy bien el problema de la fragmentación de la vida moderna. En una expedición hacia un remoto rincón del interior de Africa, los porteadores africanos que llevaban a cuestas su equipaje habían tenido que caminar sin descanso durante varios días. «Pero un día rechazaron cargarse los bultos y seguir avanzando. Se sentaron al borde del camino e hicieron oídos sordos a las súplicas del capataz.

Finalmente, les pregunté exasperado: ‘¿Por qué no queréis avanzar?’

‘Porque’–respondió el jefe de los porteadores –‘estamos esperando que nuestras almas alcancen a nuestros cuerpos’.» 29

¿No sería ésta una descripción adecuada del problema con el que muchos se enfrentan hoy? Las prisas y presiones de la vida moderna tienden a destrozar el equilibrio entre las dimensiones materiales y espirituales de nuestro ser. La Escritura enseña, como indica Achad Haam, que «los dos elementos que existen en el hombre, el corpóreo y el espiritual, pueden y deben vivir en unidad perfecta.»30 Pablo ora por la total santificación y preservación del «espíritu, el alma y el cuerpo» (1 Ts. 5:23). La finalidad del sábado es la de restaurar el orden y la unidad de nuestro ser en su totalidad y ayudarnos a poner en su sitio las verdaderas prioridades. Durante la semana, mientras trabajamos para producir, vender, comprar y consumir cosas, nos sentimos tentados a tratar las cosas como si fuesen la realidad última y prioritaria. Estamos tan preocupados por lo material que nos olvidamos muchas veces de nuestras necesidades espirituales. Llegamos incluso a concebir a Dios como «algo» en vez de como «Alguien». El sábado detiene nuestra carrera en pos de lo material y nos enfrenta con lo espiritual, evitándonos caer en la tiranía del materialismo. Nos ayuda a reconocer que las cosas del espíritu están por encima de las materiales, y al darle así a la vida el orden correcto de prioridades, le devuelve su unidad y armonía. Podríamos decir–volviendo al ejemplo de los porteadores—que le da a nuestra alma la ocasión de reunirse con nuestro cuerpo. Como observa Samuel H. Dresner, si aprendemos en el sábado «a remendar nuestras almas harapientas, a unir la carne y el espíritu en el gozo y en el descanso, a hacer corresponder los sentimientos ocultos con los actos externos, quizá seamos capaces de guardar una porción del espíritu de ese día para el resto de la semana, y hacer que cada día tenga un poco de, sábado.»31

Renovación moral. El descubrimiento de los valores prioritarios no puede por menos que afectar nuestra conciencia moral. Los dirigentes de las instituciones políticas, sociales y religiosas se retraen periódicamente en una especie de retiro temporal para reexaminar y auto-evaluar su actuación y sus programas, y así poder reanudar sus tareas con energías renovadas y mejores estrategias. El sábado ofrece esta ocasión a cada ser humano. En ese día nos retiramos del tumulto del mundo para examinar nuestra situación en la vida, para revisar nuestros objetivos, nuestras motivaciones y nuestras actitudes frente a Dios, los demás, nuestro trabajo y nosotros mismos. Quizá descubramos que nuestro pasado ha sido una lamentable serie de errores y fracasos. El sábado, sin embargo, como tuvimos ocasión de ver en el capítulo V, nos libera de los reveses y cargas del pasado. Su mensaje es que Cristo nos ha «liberado» (Lc. 4:18) y podemos tener gozo y descanso en su perdón. Libres por la gracia de Cristo del temor y de la culpa de nuestros viejos errores, podemos empezar a comprender las infinitas posibilidades que Dios ha puesto ante nosotros. Mediante el culto y la meditación, mientras nos tomamos tiempo para reflexionar en todo aquello que el sábado conmemora, Dios nos invita a alcanzar metas cada vez más elevadas, asegurándonos la ayuda de su poder y presencia.

En un tiempo de valores inestables y conflictivos, el sábado nos llama a la reflexión moral, al desarrollo de la conciencia y la responsabilidad. Hoy existe una urgente necesidad de ayudar al mundo a encontrar un estilo de vida basado en la ley de Dios. Según una reciente encuesta de Gallup, «el 84 por ciento–más de ocho personas de cada diez (en Norteamérica)–cree que los Diez Mandamientos siguen hoy en vigor…, pero menos de la mitad (el 42 por ciento) es capaz de mencionar siquiera cinco» de ellos.32 El sábado no sólo proporciona tiempo para descubrir los principios bíblicos relativos a la conducta humana, sino que también proporciona la ocasión para practicarlos. Por el mismo hecho de ser un símbolo de nuestro pacto con Dios, el sábado renueva constantemente nuestra entrega a El y nuestro deseo vivir según sus principios.

Renovación espiritual. En la lista de las más urgentes necesidades del hombre contemporáneo, la búsqueda de una profunda vivencia espiritual ocupa uno de los primeros puestos. Las experiencias que muchos buscan en los cultos orientales o en las drogas alucinógenas son una expresión de su necesidad de elevarse por encima de lo material y alcanzar lo trascendente. Esta necesidad se ve aun más claramente en el éxito de los movimientos carismáticos neo-pentecostales, que en los últimos años están ganando millones de seguidores de todas las denominaciones. Uno de los últimos informes de Gallup indicaba que uno de cada cinco adultos estadounidenses

(29,4 millones de personas) se considera a sí mismo carismático.33 Y este fenómeno no se limita a los Estados Unidos, ya que éstos movimientos están extendiéndose a todos los países de Occidente.

Aunque muchas personas buscan en estos movimientos, como en las drogas, una evasión de la realidad, es evidente que en el fondo están buscando algo espiritual que llene el vacío de su existencia.

El sábado fue instituido para satisfacer la necesidad humana de entrar en una relación personal con Dios. El sábado es una invitación a entrar en una profunda comunión con el Creador. Los profetas reconocieron y fomentaron esta función del sábado, e hicieron lo posible por hacer entrar al pueblo de Dios en su divina presencia. Cuando Ezequiel vio a su pueblo amenazado por la apostasía, le exhortó a «santificar» el sábado para «conocer», es decir, experimentar su santificadora presencia en sus vidas («para que conozcan que yo soy el Señor que los santifico»-Ez. 20:12, 20). De modo similar, Isaías insta a los israelitas a «llamar al sábado delicia», es decir, un día para buscar la

satisfacción espiritual de la comunión con Dios, en vez de los placeres materiales y egoístas («tus propios caminos»–Is. 58:13). Si uno responde favorablemente a este llamado, «entonces»–afirma el profeta–«te deleitarás en el Señor» (Is. 58:14). ¡Deleitarse en el Señor! Esta es, en esencia, la fuente de la verdadera renovación que Dios ofrece a su pueblo por medio del sábado.

En su discurso ante el Parlamento Mundial de las Religiones, A. H. Lewis expresó la función del sábado con estas elocuentes palabras:

«Son horas sagradas en las que Dios se hace presente y eleva el alma con su comunión celestial. Todo lo que hay de mejor y más elevado irrumpe en la vida y muestra su belleza cuando el hombre descubre que Dios está cerca de él. El sentimiento de estar en deuda personal con Dios, avivado por la conciencia de su presencia, está a la base de la vida religiosa y del culto. El día de Dios es un símbolo perfecto de su proximidad, de su abarcante y maravilloso amor.»34 Hasta ahora hemos centrado nuestra atención en algunas de las más significativas oportunidades de renovación espiritual ofrecidas por el sábado. Hemos hablado del descanso, del culto, de la experiencia del perdón divino, del sentimiento de su presencia, del fortalecimiento de la conciencia moral y de la renovación de nuestra entrega a Dios. Ahora vamos a considerar otro tipo de oportunidades de renovación que el sábado ofrece.

PARTE III: EL SABADO COMO SERVICIO A LOS DEMAS

Además de ayudar al creyente a encontrarse con Dios y consigo mismo, el sábado le ayuda a encontrarse con su prójimo. La fe cristiana no es un consuelo egoísta sino un servicio altruista; no está volcada sobre sí misma sino sobre los demás. El Fundador del cristianismo no vino al mundo a enriquecer su vida personal en un exótico viaje al

planeta Tierra, sino a traer «vida en abundancia» (Jn. 10:10) a los seres humanos. Nuestro estudio nos ha mostrado que el amor divino se manifiesta particularmente en la institución del sábado. Dios no «reposó» para beneficiarse a sí mismo sino para entregarse a sí mismo a los hombres. Al introducirse en los límites del tiempo humano para aportar a los hombres vida abundante, Dios manifestó que estaba también dispuesto a entrar en los límites de la carne humana para llevar a los hombres a la vida eterna. La encarnación de Cristo es la revelación suprema de su amor. Su ministerio en la tierra, particularmente en el sábado, puso de manifiesto su amor en acción en favor de los hombres.

1. Tiempo para compartir

El sábado nos da el tiempo y la motivación teológica necesarios para compartir con otros las bendiciones recibidas. El creyente que adora al Dios de amor que lo liberó de la esclavitud del pecado (Dt. 5:15; Lc. 4:18; 13:16) se siente impelido a responder a ese amor divino compartiendo sus bendiciones con los necesitados. Para ayudar a pensar en el otro, el cuarto mandamiento da una lista sugerente de aquellas personas a las que nuestro sábado debe beneficiar. Esta lista menciona al hijo, la hija, el siervo, la criada, el extranjero, e incluso el buey y el asno (Dt. 5:14; cf. Ex. 20:10; 23:12). Esta función humanitaria del sábado ha sido generalmente olvidada. Para muchos la observancia del sábado es más un ejercicio de santificación propia que un acto de servicio a los demás. A lo largo de todo su ministerio, Cristo se esforzó repetidas veces por explicar la intención profunda del mandamiento.

Para contrarrestar las interpretaciones legales que restringían las actividades humanitarias durante el séptimo día a los casos extremos de emergencia, Jesús atendió intencionalmente en ese día no a enfermos críticos sino crónicos.

En el capitulo V examinamos uno de los ejemplos más significativos, el de la mujer encorvada. El jefe de la sinagoga criticó a Cristo diciendo que esa curación «debía haber sido hecha» durante los «seis días . . . y no en sábado» (Lc. 13:14). Cristo refutó tan erróneo concepto del sábado recordando a los creyentes la generalizada costumbre de abrevar al ganado en sábado. Si las necesidades cotidianas de los animales podían ser atendidas en sábado, ¡cuánto más las necesidades de «una hija, de Abraham a quien Satanás había tenido atada durante dieciocho años!» ¿No se la debía «desatar de esta ligadura en el día de sábado?» (Lc. 13:16). Cristo presenta claramente el sábado como el día ideal para compartir las bendiciones de la salvación con otros (Jn. 9:4).

2. Tiempo para hacer el bien

El episodio de la curación del hombre de la mano seca, registrado por los tres sinópticos (Mr. 3:1-6; Mt. 12:9-14; Lc. 6:6-11), ilustra todavía mejor la función social del sábado. Una delegación de escribas y fariseos, poniendo delante de Jesús a un pobre inválido, le pregunta: «¿Es lícito sanar en sábado?» (Mt. 12:10). Según Marcos y Lucas, Cristo les respondió planteándoles a su vez una cuestión de principio: «¿Qué está permitido hacer en sábado: el bien o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?» (Mr. 3:4; Lc. 6:9). Obsérvese que aquí Cristo substituye el verbo «sanar» (therapeuein) por el verbo «hacer el bien» (agathopoiein). ¿Cuál es la razón de este cambio? Es evidente que Cristo ha querido incluir en ese término todas las actividades contempladas por los propósitos del sábado.35 Una interpretación tan amplia del sábado no tiene paralelo en la legislación rabínica. De hecho, algunos teólogos, no comprendiendo la función del sábado–que Cristo quería clarificar–, llegan a interpretar sus palabras como una abrogación del cuarto mandamiento. Pero esa conclusión no tiene en cuenta que Cristo enuncia la función humanitaria del sábado respondiendo a una pregunta concreta acerca de qué estaba permitido hacer en él. ¿Cómo iba Cristo a rechazar el cuarto mandamiento siendo que con su respuesta estaba clarificando su observancia?36

¿Salvar o matar? Según Mateo, Cristo ilustra el principio de la legitimidad de los actos de benevolencia en sábado mediante otra pregunta: «¿Quién de vosotros, si tiene una oveja y se le cae en un pozo en sábado, no va y la saca? Pues, ¡cuánto mas vale un hombre que una oveja!» (Mt. 12:11-12). Apelando a una cuestión de principio y a esta

ilustración, Cristo revela el valor original del sábado, un día para honrar a Dios mostrando compasión por los demás. Desgraciadamente, un sinfín de restricciones (Mr. 7:9) habían convertido la observancia del sábado en un asunto de religiosidad legalista, en vez de una oportunidad para compartir con el prójimo necesitado el servicio de amor ejemplificado por un Dios Creador y Redentor. El creyente que ha experimentado en su vida la bendición de la salvación se sentirá automáticamente impelido a utilizar el sábado para «salvar» a otros, y no para «matarlos». Los acusadores de Cristo demostraban que no habían conocido las bendiciones del sábado, y por eso no sentían la necesidad de ayudar al prójimo. En vez de celebrar la bondad de Dios ocupándose en una labor de salvación, empleaban el sábado en actos destructivos, tales como señalar las faltas ajenas y planear la muerte de Cristo (Mr. 3:2-6).37

 Elena G. de White pregunta acertadamente, «¿Era mejor quebrantar el sábado, como ellos hacían, que sanar a un afligido, como El había hecho? ¿Era más lícito cometer un crimen en el pensamiento que amar a todos los hombres y manifestarlo en actos de

misericordia?»38

¿Comprensión o confusión? Cristo señaló expresamente el carácter esencialmente humanitario del sábado, declarando: «Por lo tanto, es lícito hacer el bien en sábado» (Mt. T2:12). W. Manson observa que Cristo «invalida de un solo golpe la actitud pasiva de sus contemporáneos, que amparándose en el principio de no trabajar en sábado, la confundían con la obediencia a la voluntad de Dios.»39 Willy Rordorf, incapaz de aceptar tan positiva interpretación, acusa a Mateo de «haber iniciado la serie de malentendidos moralistas sobre la actitud de Jesús hacia el sábado.»40 Es chocante que un erudito contemporáneo acuse al autor del primer Evangelio de no haber

entendido la enseñanza de Cristo acerca del sábado. Aún en el caso de que Mateo no fuese digno de confianza, su comprensión del sábado ¿no seguiría siendo la de un apóstol y miembro de la primera comunidad? Además, la opinión de Mateo de que el sábado es el día «de hacer el bien» (Mt. 12:12) y de manifestar «misericordia» antes que devoción (Mt. 12:7), ¿no es plenamente compartida por los demás evangelistas? Tanto Marcos como Lucas repiten las palabras de Cristo de que es lícito «hacer el bien» en sábado y «salvar» (Mr. 3:4; Lc. 6:9).

Lucas repite la declaración de Jesús de que el sábado es el día de desatar a los seres humanos de sus ligaduras físicas y espirituales (Lc. 13:16, 12). Juan recoge la invitación de Cristo a que sus seguidores compartan en sábado sus actividades redentoras (Jn. 9:4; 5:17; 7:22-23). Así que, según el consenso unánime de los Evangelios, Cristo presenta el sábado como un tiempo para servir a Dios sirviendo a los necesitados.41

Para sancionar los valores humanitarios del sábado, Cristo declaró su señorío sobre ese día (Mr. 2:28; Mt. 12:8; Lc. 6:5). Habiendo mostrado que el sábado es para el bien de la humanidad (Mr. 2:27), Cristo afirma también su «autoridad para determinar de qué manera debe guardarse el sábado para honra de Dios y beneficio de los hombres.» 42 Es interesante observar que la declaración de Jesús como «Señor del sábado» va seguida en los tres evangelios sinópticos por la curación del hombre de la mano seca. En esta curación, Jesús corrobora con su ejemplo incuestionable la función humanitaria del sábado. La situación de este relato después de la declaración de Jesús (Mr. 2:28 y paralelos) lo convierte en una demostración ejemplar de cómo Jesús ejerce su señorío sobre el sábado, no anulando el cuarto mandamiento sino revelando su verdadero sentido: un día para celebrar la bondad del Salvador dedicándolo «a hacer el bien» y «salvar» a otros (Mt. 12:12; Mr. 3:4; Lc. 6:9). ¿Quiénes son esos «otros» que requieren nuestra ayuda y entrega en el sábado? La respuesta es sencilla: desde los miembros de nuestra más inmediata familia hasta los miembros de la gran familia humana. Veamos brevemente cómo podemos compartir la celebración del sábado con otros.

3. Tiempo para la familia

Las ocupaciones diarias dispersan a los miembros de la familia en distintas direcciones: unos a su trabajo, otros a sus estudios. Las presiones laborales nos obligan a menudo a privar a los hijos de nuestra compañía, y a descuidar incluso las relaciones conyugales. Por exigencias del trabajo o los negocios, muchas personas tienen que salir de casa temprano por la mañana y volver muy tarde, llegando a convertirse en extraños para su propia familia. Con frecuencia oímos decir a los niños: «Nunca vemos a papá. Siempre está fuera.» Sin embargo, el sábado reúne a la familia y le da tiempo para la convivencia. Libres todos de las obligaciones de las tareas cotidianas, el descanso del sábado les brinda la oportunidad de estar juntos de nuevo.

En nuestro hogar, el momento más esperado es el viernes por la noche, cuando después del ajetreo de los seis días, nos reunimos toda la familia para agradecer al Señor la llegada del sábado cantando, leyendo, orando y compartiendo unos con otros las experiencias de la semana. La llegada del sábado crea una corriente de simpatía y afecto que fortalece y estrecha nuestros lazos familiares.

Nótese que la Biblia relaciona el sábado con el hogar en varias ocasiones. Ambas instituciones fueron establecidas en el Edén y fueron objeto de una bendición divina especial (Gn. 1:28; 2:3). Después de la caída siguieron existiendo como un recuerdo constante de la armonía, la paz y el gozo del paraíso perdido y de su futura restauración. El mandamiento del sábado y el que trata de las obligaciones filiales han sido puestos uno a continuación del otro en el Decálogo (Ex. 20:8-12).

Ambos mandamientos están relacionados con el estilo de vida  que Dios espera de su pueblo: «Seréis santos, porque yo el Señor vuestro Dios soy santo. Cada uno respetará a su madre y a su padre, y guardaréis mis sábados» (Lv. 19:2-3). El respeto a los padres y la observancia del sábado aparecen juntos porque los dos tienen consecuencias especialmente importantes en la calidad de la vida espiritual del grupo.

Los padres que guardan el sábado y toman en serio la educación religiosa de sus hijos, no sólo fortalecen con ello la conciencia moral de los suyos sino que están sentando las bases del verdadero respeto, tanto hacia ellos como hacia Dios.

Para conseguir este objetivo los padres deben procurar que el sábado no se convierta nunca en una imposición alienante, sino que sea siempre una celebración gozosa. Que no sea un día de frustración, centrado en las cosas que no se pueden hacer, sino un día de felicidad a causa de las cosas que se pueden disfrutar. Elena G. de White escribe a este respecto que «los padres pueden hacer del sábado lo que éste debería ser, el día más feliz de la semana. Pueden llevar a sus hijos a considerarlo como una delicia, el día especial, santo del Señor, glorioso.»43 El sábado producirá felicidad o hastío según los motivos que impulsen a observarlo. Los padres que obligan a sus hijos a guardar el sábado como un precepto necesario para ir al cielo, conseguirán que sus hijos consideren este día como una medicina repulsiva que hay que tragar cuanto antes para librarse de una enfermedad. Estos niños contarán las horas del sábado como los astronautas cuentan los segundos que preceden su lanzamiento al espacio: 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1, 0, ¡SE ACABO EL SABADO! Por fin podrán dedicar sus energías reprimidas durante ese día a sus actividades preferidas. Por el contrario, los padres que enseñan a sus hijos a observar el sábado como el día de celebrar con alegría la maravillosa creación de Dios y todos sus beneficios para con nosotros, lograrán que sus hijos no vean este día como un medicamento amargo sino como un delicioso pastel. Las horas del sábado pasadas en compañía agradable y actividades amenas siempre parecerán demasiado cortas. Más adelante veremos qué criterios seguir en cuanto a las actividades de sábado.

4. Tiempo para el cónyuge

Estamos presenciando un aumento alarmante del porcentaje de rupturas matrimoniales. La carrera vertiginosa de la vida moderna, agravada por las diferencias de intereses sociales y personales, contribuye en gran medida al distanciamiento de los esposos.44 El sábado, al brindar a los cónyuges tiempo y oportunidad para la convivencia, ¿no podría actuar como un importante catalizador para reforzar y renovar las relaciones matrimoniales? Hay por lo menos dos razones para una respuesta afirmativa: una teológica y otra de orden práctico. Teológicamente, la santidad del sábado sirve para salvaguardar el carácter sagrado del matrimonio. Ambas instituciones fueron dadas para que el ser humano experimentase y expresase una relación de pertenencia: el sábado a Dios (ver capítulo IV) y el matrimonio al cónyuge (Gn. 2:24; Mt. 19:5-6). Una pareja cristiana que cada sábado renueve su entrega a Dios, podrá más fácilmente renovar su entrega mutua.

El sábado enseña que esas alianzas, tanto la divina como la humana, son sagradas. La fidelidad a nuestro pacto con Dios, expresada especialmente en nuestro acatamiento del sábado, es la garantía de fidelidad a cualquier otro pacto. Aquellas personas que toman a la ligera sus compromisos con Dios, entre ellos el respeto a su día santo, son las que más fácilmente violan sus votos matrimoniales.

Cuando el ser humano es capaz de quebrantar su alianza con Dios, también será capaz, si la ocasión se presenta, de ignorar sus promesas de fidelidad a su cónyuge. En las Escrituras, el adulterio y la apostasía aparecen a menudo relacionados y descritos en términos similares. La profanación del sábado es llamada apostasía (Ez. 20:13, 21), y la infidelidad conyugal, adulterio (Ex. 20:14). Pero ambas expresiones son usadas indistintamente para describir la deslealtad de Israel (Jr. 3:8; Ez. 23:37). Por lo tanto, el sábado, al recordar a los esposos el carácter sagrado de su pacto con Dios, aporta una razón teológica suplementaria para reforzar sus votos de fidelidad mutua.45

En la práctica, el sábado puede contribuir poderosamente al mejoramiento de las relaciones conyugales. Su atmósfera apacible y relajada provee el marco ideal para una comunión más íntima y un compañerismo más profundo. El éxito del matrimonio depende en gran medida del grado de comunicación y comprensión mutua de la pareja.

Las estadísticas muestran que la mayoría de los matrimonios fracasan por falta de comunicación. El sábado proporciona a la pareja el tiempo y la inspiración necesarios para una convivencia mejor. La celebración de las bondades divinas aporta el espíritu ideal para una entrega mutua más generosa, expresada de múltiples maneras: compartiendo ideas, planes, penas y alegrías. Paseando y saliendo juntos, jugando, riendo y descansando juntos. Este acercamiento de cuerpos y almas que el sábado favorece ayuda a la pareja a superar el distanciamiento y las tensiones de la semana, y a renovar su entrega mutua y su alianza con Dios.

5. Tiempo para los necesitados

El sábado no es sólo un día para dedicar a Dios y a los miembros de nuestra familia. La Biblia nos dice que en ese día debemos pensar también en «el extranjero». En las diversas versiones del cuarto mandamiento, «el extranjero» o «forastero» es mencionado específicamente como uno de los beneficiarios del sábado (Ex. 20:10; 23:12; Dt. 5:14). Este término se refería inicialmente a los extranjeros que vivían en los territorios de Israel; pero con el transcurso del tiempo, esta palabra se aplicó también a los esclavos, los siervos y los empleados a sueldo. Si tenemos en cuenta el desprecio que el mundo antiguo sentía hacia estas gentes, el interés que el mandamiento del sábado demuestra por los marginados sociales no puede por menos que sorprendernos. Isaías 58 ilustra admirablemente hasta qué punto la observancia del sábado tiene en cuenta los problemas sociales. El profeta identifica como verdaderos actos de culto («el verdadero ayuno» vs. 6-7), el compartir el pan con los hambrientos y el liberar a los oprimidos. Para él, la observancia del sábado no es «deleitarse» en los placeres egoístas, sino en Dios (vs. 13-14).46 En los evangelios, la función humanitaria del sábado fue ensalzada y ejemplificada en las palabras y acciones de Cristo.

Celebrar el sábado significa acercarse al otro y compartir con él las bendiciones recibidas. En los hogares judíos, al preparar la comida para el sábado, se tenía en cuenta siempre a algún posible visitante.47

Del mismo modo, en los hogares cristianos el sábado debería ser la oportunidad especial para compartir la mesa y la amistad con el visitante, el huérfano, el solitario, el anciano, el extranjero y el desanimado, sea de nuestra iglesia o de la comunidad. A veces, nos enteramos durante la semana de que un pariente, un colega, o un vecino se encuentra enfermo o está pasando un momento difícil. Y quizá por razones de trabajo hemos desatendido a ese necesitado.

Cuando llega el sábado, y con él la presencia inmediata del amor de Dios, nos sentimos movidos a atender al enfermo, consolar al afligido, simpatizar con el que sufre y compartir con el necesitado. El servicio que prestamos a los demás en sábado no sólo honra a Dios, sino que enriquece nuestras vidas con las más profundas satisfacciones.

6. Tiempo para la recreación

El sábado es el día de la recreación física y espiritual. El término recreación sólo debería aplicarse a aquellas actividades que re-crean y restauran las energías. Al principio de este capítulo hemos considerado algunas de las oportunidades que el sábado ofrece para nuestra renovación espiritual. En este apartado vamos a dedicar nuestra atención a la renovación física. Diremos para empezar que no se puede

establecer ningún criterio uniforme en este aspecto, ya que la recuperación física de cada individuo depende de las necesidades de su edad y de su ocupación. Las exigencias físicas de un adolescente rebosante de energía son probablemente muy distintas de las de un albañil de cierta edad. Igualmente, un agricultor que trabaja todo el día al aire libre no tiene la misma necesidad de salir al campo que un oficinista que se pasa la semana entre cuatro paredes. Además, cualquier intento de poner en una lista las actividades recreativas «lícitas» en sábado corre peligro de engendrar actitudes legalistas, destruyendo así el espíritu de libertad y creatividad del sábado. Vamos a sugerir, por lo tanto, sólo tres criterios generales que–pensamos–pueden proveer una base suficiente para determinar qué actividades recreativas son adecuadas en sábado.

Dios, el centro. Ante todo, las recreaciones de sábado nunca deberían perder de vista a Dios. Deberían ser un modo de celebrar y disfrutar los beneficios de la creación y de la redención. Deberían producir en nosotros sentimientos semejantes a los que Maltbie D. Babcock expresa en las siguientes palabras:

El mundo es de mi Padre,

y en mis oídos atentos

toda la naturaleza canta,

y en torno a mí suena la música de las esferas.

El mundo es de mi Padre;

yo me deleito pensando

en las rocas y en los árboles,

en el cielo y en el mar.

¡Su mano ha hecho maravillas!

Isaías explica que las actividades del sábado no tendrían que buscar tanto nuestro «placer» como el «deleitarnos en el Señor» (Is. 58:13-14). Los padres y los dirigentes religiosos necesitan encarar el desafío de reeducar a jóvenes y adultos para que entiendan las recreaciones del sábado no como un fin en sí mismas, sino como un

medio para encontrar alegría en el Señor. Siendo el sábado el día en que Dios está con nosotros de un modo especial, todas nuestras actividades deberían favorecer el sentimiento de su presencia, en vez de alejarnos de Él.

Libertad y alegría. Las recreaciones del sábado deberían proporcionarnos un espíritu de libertad y alegría. Puesto que el sábado es el día que celebra la libertad que el Salvador nos ha dado, la alegría y la libertad tendrían que impregnar todas nuestras actividades. La tarea del educador religioso no es tanto la de indicar qué actividades son convenientes como la de estimular la actitud correcta. La misma actividad puede ser restrictiva o liberadora, según las circunstancias.

Una comida en el campo (picnic), por ejemplo, puede ser una ocasión muy feliz para disfrutar de la naturaleza, si los preparativos para ella se han hecho antes del sábado y todos pueden participar libremente de ella. Por el contrario, si se tiene que emplear el tiempo del sábado en conseguir la comida, cocinarla y prepararla, se sigue estando bajo la opresión egoísta del trabajo, y el sábado se convierte en un día como los demás. Así pues, podríamos enunciar este segundo principio diciendo que cualquier forma de recreación que restrinja la libertad para celebrar el sábado no responde a la finalidad del mandamiento.

Recreación. El tercer criterio para las recreaciones de sábado es su verdadero carácter re-creador. Deben contribuir a la renovación de las energías mentales, emocionales y físicas y no al agotamiento. La renovación espiritual y corporal del sábado prefigura la restauración final que experimentaremos en la segunda venida de Cristo. En cierta manera, la regeneración que Cristo realiza en nosotros mediante el sábado es la que nos ayuda a prepararnos para aquel gran acontecimiento. Podríamos decir que cuando nos preparamos semanalmente para encontrarnos con el Salvador en el tiempo (en su día santo), estamos preparándonos también para encontrarnos con El en el espacio (en su gloriosa venida). Por lo tanto, es importante recordar que las recreaciones del sábado deben tener una dimensión espiritual que no necesitan tener en el mismo grado las recreaciones de los demás días. Son, a pequeña escala, lo que Dios quiere hacer a gran escala con nuestras vidas en la restauración final. Por eso, aquellas recreaciones que producen excitación, desasosiego, o cualquier clase de agotamiento que disminuya nuestras energías para el día siguiente, van en contra de los propósitos de Dios para el sábado. Para determinar concretamente qué actividades son las mejores para la recreación total de su ser, cada persona debe tener en cuenta sus necesidades personales. Un vendedor que se pasa la semana hablando con el público, quizá sienta la necesidad de pasar parte del sábado a solas consigo mismo y Dios, leyendo, meditando o escuchando música. Un técnico de laboratorio, sin embargo, que se ha pasado la semana examinando especímenes y recogiendo datos en la soledad de su laboratorio, quizá necesite compañía y actividades al aire libre. Para decidir si una determinada actividad es buena para sábado necesitamos que responda a los tres criterios que hemos mencionado. Cuando una recreación tiene a Dios como su centro, produce libertad y gozo y nos recrea en el más profundo sentido de la palabra, podemos aceptarla como válida.

El sábado, entendido como un servicio al prójimo, muestra que su función principal es la de proporcionarnos tiempo, motivaciones y oportunidades para acercarnos a nuestros seres queridos, a nuestros amigos y a los necesitados, sean quienes fueren. El compañerismo del sábado debe ser disfrutado en recreaciones positivas que nos pongan en armonía con el Creador y su creación. Esto nos lleva a considerar la relación existente entre la celebración del sábado y la responsabilidad cristiana ante el mundo natural.

PARTE IV: EL SABADO COMO SERVICIO A LA NATURALEZA

1. La crisis ecológica

¿Obligación o convicción? La contaminación y desenfrenada explotación de los recursos naturales representan, según los científicos, la mayor amenaza para la supervivencia de la vida en el planeta Tierra.

Los profetas de la ecología predicen que los riesgos de auto-destrucción del mundo son tan grandes que nos hallamos al borde de un cataclismo ecológico irreversible. Los programas educacionales y las leyes nacionales están intentando encontrar una solución para el precario equilibrio ecológico de nuestro medio ambiente. Todo cristiano responsable no puede por menos que compartir esta preocupación, puesto que cree en la bondad de la creación de Dios y se siente involucrado en la tarea de cooperar con El para restaurar la armonía original de lo creado. Sus convicciones religiosas le dan una respuesta significativa para la crisis ecológica. La única motivación que las ideologías seculares pueden ofrecer al hombre para que respete la naturaleza y sus recursos es el temor: temor a la destrucción o a los inconvenientes producidos cuando las leyes del medio ambiente son transgredidas. Pero el miedo a las consecuencias sólo puede, en el mejor de los casos, limitar la explotación, la polución o la destrucción de la naturaleza. El miedo no puede inducir al amor y al respeto por las diferentes formas de vida. El miedo puede forzar, pero no convencer.

El temor al cáncer de pulmón ha llevado a muchos a abandonar el hábito de fumar, pero no ha conseguido que los demás millones de fumadores dejen de quemar su salud. Y es que la solución a la contaminación ambiental depende de la solución a la contaminación espiritual. El que no respeta su propia vida, difícilmente respetará la de las especies inferiores. Y no se puede resolver el problema sólo con leyes, puesto que su raíz está en el egoísmo humano. La solución de la crisis ecológica sólo sería posible si los seres humanos se dejasen guiar por los valores espirituales. Las convicciones religiosas son las motivaciones más poderosas de la conducta humana. Henlee H. Barnette dice con razón que «lo que la gente hace a, para y con los demás y el medio ambiente en que estos viven, depende en gran medida de cuáles son sus ideas acerca de Dios, la naturaleza, el hombre y su destino.»48 Sólo cuando una persona concibe el mundo y su propia existencia como objeto de la creación y la redención divinas, puede sentirse movido a actuar como responsable ante Dios del trato que da a su propio cuerpo, así como a todo el resto de la naturaleza .49

El sábado puede desempeñar un papel vital en la recuperación de los valores espirituales necesarios para resolver la crisis ecológica, puesto que proporciona a la vez las convicciones religiosas y las estrategias prácticas indispensables para ello. Veámoslo a continuación.

2. La bondad de la creación

El valor de la naturaleza. La comisión nombrada por el Arzobispo de Canterbury en 1971 para «estudiar la contribución de la doctrina cristiana a la solución de los problemas del hombre y su medio ambiente» concluyó su informe diciendo: «Este informe sostiene que el restablecimiento de la creencia en Dios como Creador es la clave del futuro bienestar de la humanidad.»50 Es interesante que estos pensadores cristianos vean la «clave» de la solución de los problemas ambientales en «el restablecimiento de la creencia en Dios como Creador». La ciencia contemporánea, al haber substituido la fe en el Creador por la creencia en la generación espontánea, ha reducido la naturaleza y todos sus constituyentes al nivel de simples objetos de uso y consumo. Apoyado por la tecnología, el hombre ya no trata a la naturaleza como un medio de revelación divina (un «tú»), sino como un medio de explotación económica (un «eso»).51

La observancia del sábado contribuye a descubrir el valor «sacramental» de la naturaleza, es decir, su función reveladora de la presencia, bondad y belleza de Dios. ¿De qué modo? Recordando al creyente el papel de la naturaleza en la creación, la redención y la restauración final. Como monumento conmemorativo de la perfección

original, el sábado recuerda al creyente que, a pesar de las aberraciones causadas por el pecado, este mundo sigue siendo valioso para Dios porque El lo creó «bueno en gran manera» (Gn. 1:31). Este recuerdo de la bondad original del mundo mantiene en el creyente la fe en que el plan divino se llevará a cabo y un día el orden volverá a la

tierra. Como símbolo de la presencia de Dios en el mundo (Gn. 2:3), el sábado demuestra que Dios es diferente, pero no indiferente a la creación. El sábado es la ocasión ideal para encontrarnos con el Creador en su creación. Como anticipo del nuevo cielo y la nueva tierra (Is. 66:22-23), el sábado invita al creyente a respetar y admirar el mundo presente, puesto que Dios ha de restaurarlo a su perfección primera para felicidad eterna de sus criaturas. Estos valores teológicos de la naturaleza–que el sábado pone de relieve–ofrecen la motivación más profunda para la protección del mundo natural. El cristiano que se ve a sí mismo y ve el mundo como parte del propósito creador y redentor de Dios nunca podrá explotar o destruir aquellos seres que comparten con él un mismo origen y destino.

El error dualista. El valor de la naturaleza todavía se hace más evidente a la luz de las enseñanzas bíblicas acerca de la redención. Es de lamentar que tanto católicos como protestantes hayan enfatizado la salvación individual del alma en detrimento del carácter cósmico de la redención.52 A menudo han descrito a los santos como peregrinos que tienen que arrastrar sus cuerpos por este mundo hasta que la muerte

libere sus almas y puedan llegar, por fin, a un lugar abstracto llamado «cielo». Este dualismo entre el mundo material y el espiritual, entre el cuerpo y el alma, es el resultado de la influencia platónica sobre el pensamiento cristiano, pero nada tiene que ver con el concepto bíblico del hombre y del mundo.54 El dualismo platónico (cosmológico y antropológico) ha originado una actitud de desprecio hacia el mundo

natural. Esta actitud se refleja en numerosos aspectos del cristianismo, como por ejemplo los himnos «No puede el mundo ser mi hogar», «Soy peregrino aquí, no hallo do morar», «Muy cansados de vagar por el desierto . . «. Este menosprecio del mundo no existe en los Salmos, el himnario bíblico, cuyo tema central es la alabanza a Dios porque «¡Tú, oh Señor, me has hecho feliz con tus acciones! ¡Tus obras me llenan de

alegría! Oh Señor, ¡qué grandes son tus obras!» (vs. 4, 5).55

El aprecio que el salmista siente por la naturaleza se basa en su comprensión de que ésta no es un mero telón de fondo para el drama de la creación y redención, sino una parte integrante del mismo. La Biblia dice que cuando Dios creó al hombre le encargó que, para su felicidad, tratase a su medio ambiente de un modo responsable (Gn. 2:15; 1:29-30).56 Cuando el hombre desobedeció, se perdió el equilibrio natural en la tierra (Gn. 3:17-19), y la armonía entre el hombre y su medio empezó a romperse. La naturaleza no tuvo nada que ver con la caída de Adán, pero sufrió sus consecuencias. El desequilibrio del orden natural se fue agravando con el aumento del pecado. Al distanciarse cada vez más de Dios, el género humano fue desviándose progresivamente de la naturaleza. Caín mató a Abel (Gn. 4:8) y la humanidad se corrompió hasta el punto que Dios tuvo que recurrir al diluvio (Gn. 6-8) para devolverle un poco de orden. Es notable observar que cuando la historia humana comienza de nuevo Dios establece su pacto no sólo con la humanidad, sino también «con todo ser viviente . . . aves, animales y toda bestia de la tierra» (Gn. 9:10, 12, 15, 16, 17). En este nuevo pacto Dios promete preservar la regularidad de los ciclos naturales. A pesar de la rebelión del hombre, Dios asegura que el caos del diluvio nunca más volverá a ocurrir. Jeremías menciona este pacto con la naturaleza como una garantía de la inmutabilidad del pacto de Dios con los hombres (Jr. 33:25, 26).

Redención cósmica. Después del diluvio las relaciones entre el hombre y la naturaleza se deterioraron, alejándose cada vez más de los propósitos de Dios (Gn. 1:28-30). La confianza dio paso al temor: «El temor y el miedo de vosotros estará sobre todo animal de la tierra» (Gn. 9:2). Eso no significa que los seres humanos ya no podían ejercer una mayordomía responsable sobre el mundo. Significa que la naturaleza iba a sufrir a causa de la conducta irresponsable del hombre. En el Antiguo Testamento abundan las referencias a este problema. Isaías, por ejemplo, escribe: «La tierra se contaminó bajo sus moradores; porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho, quebrantaron el pacto eterno. Por esta causa la maldición consumió la tierra.. (24:5-6).58

Pero del mismo modo que la naturaleza sufre las consecuencias de la rebelión humana, también compartirá la reconciliación y la restauración última de la humanidad. El propósito redentor de Dios es universal, y no sólo abarca al género humano, sino a todo lo creado.

A lo largo de toda la Biblia se repite la promesa de restauración de la armonía entre el hombre y la naturaleza. En el Antiguo Testamento, la renovación de la tierra está asociada con la esperanza de la era mesiánica, simbolizada–como vimos en el capítulo V–en el descanso del sábado. Una de las más bellas descripciones de la restauración final es la que se encuentra en Isaías 11: «Entonces el lobo y el cordero vivirán en paz, el tigre y el cabrito descansarán juntos, el becerro y el león crecerán uno al lado del otro, y un niño los pastoreará.

La vaca y la osa pacerán y sus crías se echarán juntas; el león comerá pasto como el buey . . . No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte» (vs. 6, 7, 9).59 La misma noción se encuentra en el Nuevo Testamento. Toda la creación comparte los beneficios de la redención.

Pablo dice que, por medio de Cristo, Dios va a devolver la unidad y la armonía a todas las cosas que hay en el cielo y en la tierra (Ef. 1:10; Col. 1:20). Y así, el apóstol explica: «Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una sufre con dolores de parto hasta ahora» esperando el momento en que «será liberada de la esclavitud de la corrupción para alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Ro. 8:22, 21)60 El Apocalipsis se termina con una visión gloriosa de los redimidos gozando de la paz y armonía de «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap. 21:1-4; cf. 2 Pe. 3:11-13).61

3. El sábado y la crisis ecológica

El mensaje bíblico de la restauración cósmica tiene repercusiones de importancia vital sobre la responsabilidad del cristiano frente a la naturaleza. Aceptar a Dios como Creador y Redentor de todo el orbe significa cooperar con sus planes y propósitos de restauración universal. Para motivar y orientar la participación del hombre en este

programa, la iglesia cuenta especialmente con la institución del sábado.

El sábado es el símbolo y la institución capaz de ofrecer a la vez los incentivos teológicos y las oportunidades prácticas para desarrollar lo que podría llamarse «una conciencia ecológica». Por sus contenidos teológicos el sábado inspira y fomenta el respeto y la solidaridad hacia todo lo creado, recordando al creyente que Dios creó, santificó, ha redimido y restaurará finalmente tanto al hombre como la naturaleza.

Por eso sabe que la misión de la ciencia y la tecnología no es destruir sino proteger el equilibrio natural. El sábado le ayuda, en ese sentido, a colaborar con Cristo en la regeneración del mundo caído. En la esfera práctica, el sábado proporciona el tiempo y la ocasión para poner en acción estos principios religiosos. La acción práctica en favor de la naturaleza responde a los conceptos de mayordomía, limitación y admiración.

Mayordomía. La observancia del sábado es un acto de mayordomía sobre todo lo creado. Significa el reconocimiento de Dios como único dueño del «cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos» (Ex. 20:11; 31:17) y la abstención, al menos en ese día, del uso lucrativo de los seres creados. Esto comporta la libertad de todos cuantos seres estén bajo nuestra autoridad, sean personas o animales (Dt. 5:14; cf. Ex. 23:12; 20:10). Como dice Samuel Raphael Hirsch, «El ave, el pez, el animal que dejamos de capturar en sábado, la planta que dejamos de arrancar, la materia que dejamos de modelar, cincelar, cortar, mezclar, fundir o transformar, toda esta inacción es un homenaje a Dios; es reconocerlo como Creador, Dueño y Señor del mundo». 62

El reconocimiento de Dios como único propietario de todo, expresado por medio de la renuncia al lucro en sábado, afecta la actitud general del cristiano hacia Dios y el mundo. Le impulsa a no actuar como depredador sino como guardián de la creación. El Antiguo Testamento había hecho hincapié en esta enseñanza, por medio de la

legislación de los años sabáticos y jubilares. Estas instituciones hermanas del sábado habían sido designadas para enseñar al pueblo hebreo que tanto la tierra como los hombres son propiedad de Dios («La tierra es mía, y vosotros forasteros y huéspedes sois para conmigo»–Lv. 25:23, 42, 55). En los años sabáticos, y para demostrar el señorío de Dios sobre todo, los esclavos eran emancipados, las deudas canceladas y la tierra que había sido vendida o embargada por dificultades económicas volvía a su antiguo propietario (Lv. 25; Dt. 15:1-18). Para evitar que la tierra se empobreciese por el abuso y para permitir su regeneración natural, todos los campos eran dejados en

barbecho durante los años sabáticos («el séptimo año la tierra tendrá un sábado de reposo total, un sábado para el Señor; no sembrarás tu tierra, ni podarás tu viña»–Lv. 25:4). Estas leyes sabáticas tratan a la tierra como si tuviese personalidad propia, y le otorgan derechos similares a los de los seres humanos, como son el descanso y la

libertad de la explotación. De este modo único y especial el sábado aportó durante los tiempos del Antiguo Testamento valiosas soluciones a lo que hoy llamamos «el problema ecológico».

Reconocemos que no es posible ni necesario aplicar a la situación económica de nuestros días tales normas legislativas. La esclavitud, por ejemplo, ha dejado de ser un problema social.

Análogamente, los préstamos ya no suelen tener carácter privado, sino que se obtienen de instituciones financieras totalmente impersonales.

Aun así, cualquier observador cuidadoso no podrá sino reconocer que el principio de mayordomía involucrado en las leyes sabáticas sigue teniendo valor para hacer frente a nuestra crisis ecológica. Supongamos que hacemos la siguiente pregunta a la ciencia moderna: ¿Qué beneficios proporcionaría a la humanidad y a su medio ambiente la observancia general del sábado de acuerdo con las directrices bíblicas?

Esto implicara el cierre de las fábricas, almacenes y centros de diversión durante las horas del sábado. Millones de máquinas y automóviles cesarían, un día de cada siete, de contaminar la atmósfera con sus gases tóxicos. Un informe científico sobre la atmósfera de la ciudad de Nueva York indica que el promedio de gases tóxicos que cada persona respira diariamente en sus calles equivale al veneno de 38 cigarrillos.63 Para la tierra, habría un año de descanso de cada siete.

Es evidente que se necesitaría un plan racional para llevar a cabo un programa de tal naturaleza: los factores económicos no pueden ser ignorados. A un nivel más personal significaría no emplear el día en competir, sino en convivir con la naturaleza; no en agotar el cuerpo con diversiones excitantes, sino en esparcir el cuerpo y el espíritu en la atmósfera de paz y felicidad del sábado. ¿Cuál sería la respuesta de la ciencia moderna a este nuevo estilo de vida? Sin duda alguna, completamente positiva. Quizá nuestros científicos, tanto en el área médica como en la ecológica, deberían recomendar la implantación de tal programa para restaurar y conservar el amenazado equilibrio entre la vida y su medio.

Limitación. El tipo de descanso que el sábado ofrece al hombre y a su medio, ha sido llamado restitutio ad integrum, lo que significa «restauración integral».64 Cuando Dios «bendijo» su creación y la declaró «buena en gran manera», le concedió la capacidad de regenerar sus energías perdidas. El descanso era un factor necesario para asegurar ese proceso regenerador, y el elemento esencial del descanso es el tiempo. Si les diésemos al aire y al agua un día de cada siete (la séptima parte del año) para regenerarse de los efectos tóxicos de la contaminación humana, y si la tierra fuese dejada en barbecho un año de cada siete para recuperar su potencial nutritivo, ¿no estaríamos contribuyendo en modo decisivo a la solución de la crisis ecológica?

Lo que necesita hoy nuestra sociedad es una «conciencia sabática», es decir, una toma de conciencia de nuestra responsabilidad como administradores del mundo. Una toma de conciencia que detenga la producción en su incontrolado consumo de espacio, y recursos naturales, y ponga límite a la codicia humana. El cuarto mandamiento fue establecido para enseñarnos la mayordomía responsable.

Prescribiendo el descanso, nos ayuda a limitar la producción, el lucro y nuestra avidez egoísta. Esta importante función del sábado es reconocida incluso por los que no practican su observancia. Por ejemplo, A. Martín, teólogo católico, afirma: «El sábado significa tomar conciencia de la duración. Significa tomar conciencia del límite . . .

Meditar acerca del sábado significa plantearnos el problema de la felicidad. Significa recordar que el hombre no puede girar en torno a sí mismo, verse a sí mismo como el centro del universo sin correr el riesgo de auto-destruirse. Significa denunciar el mito de la eficiencia, el provecho y la productividad. Para el cristiano, observar el sábado

significa decir no a esa estupidez que nos impide ver más allá del beneficio inmediato. Respetar el sábado significa saber que el hombre tiene un límite: y cuando el hombre lo traspasa, muere. «65

Admiración. El límite que el sábado pone al uso destructivo o constructivo del mundo físico hace posible la admiración de la naturaleza. Es prácticamente imposible apreciar la belleza de un bosque mientras uno trabaja en derribar sus árboles, o admirar la belleza de un jardín mientras uno trabaja en arrancar sus plantas. Para poder apreciar y admirar de veras la naturaleza hace falta hacerlo desde cierta perspectiva. El sábado ofrece la distancia requerida. En ese día, el cristiano debe dejar de ejercer su poder sobre la naturaleza.

Transformarla reformándola o destruyéndola sería violar el «descanso».

El sábado no es día para alterar la naturaleza sino para admirarla como expresión de la belleza de las obras de Dios (Sal. 19:1). A fin de desarrollar la conciencia ecológica es indispensable re-descubrir una ética de admiración por la naturaleza. «Cuando la naturaleza deja de ser un objeto de contemplación y admiración»–observa Albert Camus-«ya no es más que materia para aquellos que intentan transformarla.»66 La

pérdida del sentimiento ético de admiración hacia la naturaleza, fomentada por la visión científico-secular del mundo, ha tenido como resultado la ética de la explotación, que ha llevado a los hombres a la destrucción de su medio vital.

La solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza no se encontrará denunciando o renunciando al progreso tecnológico, sino más bien–como dijo inteligentemente Abraham Joshua Heschel–«llegando a un cierto grado de independencia con respecto a ella.»67 «En el sábado»–escribe el mismo autor–«vivimos como si fuésemos independientes de la civilización técnica, prescindiendo de toda actividad que implique la transformación o elaboración de la materia.»68 Al cambiar la explotación de la naturaleza por su admiración estamos en cierto sentido devolviéndole a Dios, como una ofrenda de consagración, lo que de El hemos recibido. Dejamos de usar las cosas para devolvérselas a Dios; y al hacerlo, las recibimos de nuevo, bendecidas y santificadas por El. Es esencial para el desarrollo de una actitud correcta hacia la naturaleza volver a tener conciencia de la santidad del mundo, es decir, de la presencia de Dios en él. Albert Schweitzer dijo: «El hombre sólo es moral cuando para él la vida en sí misma es sagrada; tanto la de las plantas y los animales como la de los hombres. Y además, es moral solamente en la medida en que presta su ayuda a cualquier forma de vida que la necesite.»69 El sábado como celebración de la santificación de este mundo por Dios (Gn. 2:2-3; Ex. 20:11), favorece esa indispensable toma de conciencia del carácter sagrado de la vida y contribuye de un modo especial a la formación de la tan necesaria conciencia ecológica.

El estudio del sábado como servicio a nuestro entorno nos ha mostrado las valiosas razones teológicas y oportunidades prácticas que ese día ofrece para el establecimiento de unas relaciones responsables entre el hombre y la naturaleza. La celebración gozosa del sábado como memorial de la creación, santificación, redención y restauración divina de todo el orden natural, mueve al cristiano a actuar como conservador del mundo y no como depredador. El estilo de vida sabático, caracterizado por la admiración de la tierra y no por su explotación, por la exaltación del Creador y no por la devastación de lo creado, es un ejemplo valioso de mayordomía responsable para una sociedad tan irresponsable como la nuestra.

Al principio de este capítulo nos habíamos preguntado de qué manera podría contribuir el sábado a la solución de algunos problemas humanos tan candentes como el sentimiento de ausencia de Dios, la sensación de soledad, el desamparo de los necesitados y la crisis ecológica. Hemos visto en nuestro estudio que el regreso a los valores bíblicos del sábado contribuiría significativamente a la solución de esos

problemas. El sábado ofrece al creyente, cada semana, una vivencia de la presencia de Dios, una nueva revelación de su gracia, el tiempo necesario para la reflexión y la renovación interior, una oportunidad de vivir más cerca de los seres queridos y de acercarse a los necesitados, y una ocasión de ejercer una mayordomía responsable para con la creación. El sábado tiene para el mundo un mensaje de servicio a

Dios, a uno mismo, a los demás y al entorno.

Bibliografía:

CAPITULO VI – EL SABADO: MENSAJE DE SERVICIO

1. Franz X. Pettirsch, «A Theology of Sunday Rest», Theology Digest 6 (1958): 115.

2. Pacífico Massi observa acertadamente que «para los judíos el reposo es un acto de culto, una especie de liturgia. Esto nos permite comprender que una serie de prescripciones rituales fuesen impuestas sobre la liturgia del reposo» (La Domenica, 1967, p. 366).

3. El que los Reformadores viesen el trabajo como «una vocación divina» contribuyó

aparentemente, en los siglos que siguieron, a la idealización del trabajo como objetivo de la vida.

Max Weber atribuyó a la ética protestante del trabajo la responsabilidad del auge del capitalismo (The Protestant Ethic and the Spirit of Capitalism, 1958). La tesis de Weber es bastante unilateral y ha sido duramente criticada. Para una breve discusión del problema, véase Niels-Erik Andreasen, The Christian Use of Time, 1978, pp. 32-34.

4. La primera declaración es de Rabbi Solomo Alkabez y la segunda de «The Evening Service for the Sabbath». Ambas son citadas por Abraham Joshua Heschel en The Sabbath: Its Meaning for Modern Man, 1952, p. 14.

5. A. Martin, «Notes sur le Sabbat», Foi et Vie 5 (1975): 50. El mismo autor dice de un modo muy agudo que «no necesitamos reposar para gozar del sábado: lo que necesitamos es el sábado para gozar del descanso» (Ibid., p. 48).

6. Alfred Barry, The Christian Sunday, 1905, p. 69.

7. Christopher Kiesling, The Future of the Christian Sunday, 1970, p. 16. W. Rordorf defiende hábilmente esta posición, diciendo: «Ya en el siglo IV la idea de reposo no tenía nada que ver con el domingo cristiano. Los cristianos trabajaban en ese día como todo el mundo: no se les habría ocurrido obrar de otra manera. Sólo cuando el emperador Constantino el Grande elevó el domingo a la posición de día oficial de reposo en el Imperio Romano, los cristianos empezaron a buscar una base teológica para el descanso en domingo, tal como lo exigía el Estado: y para ello recurrieron al

cuarto mandamiento» (Sunday, 1968, pp. 296-297; cf. pp. 167-168). W. Stott ha impugnado la tesis de Rordorf, pero–en mi opinión–su análisis de las fuentes deja mucho que desear (This is the Day. The Biblical Doctrine of the Christian Sunday, 1978, pp. 50-103).

8. Christopher Kiesling (n. 7), p. 16.

9. Ibid., p. 23.

10a. Ibid., p. 23. Kiesling indica que «algunos piensan que el Canon 1248 del Código de Leyes Canónicas, que obliga a los católicos a cumplir con el reposo y culto dominical, debería ser cambiado para que la obligación del culto semanal pudiera ser satisfecha en cualquier otro día de la semana» (p. 32). Kiesling considera esta propuesta como demasiado «individualista», y sugiere una solución de compromiso; concretamente, la retención del domingo, por una parte, y el desarrollo, por otra, de un estilo de vida que sea «menos dependiente de él; de modo que si el domingo cristiano es superado en la cultura del futuro, haya siempre algo que pueda tomar su lugar» (ibid. p. 34). Lo mínimo que podemos decir de esta propuesta es que ignora la función vital del sábado bíblico en la vida cristiana, al subordinar a las tendencias culturales la importancia y la supervivencia de una institución divina (el séptimo día). Kiesling debería replicar que, puesto que el domingo es una institución eclesiástica y no bíblica, la Iglesia tiene derecho de anularla si lo considera necesario. Pero tal explicación sería inaceptable para aquellos cristianos que mantienen el principio de sola Scriptura.

10b. Ibid., p. 23.

11. Ibid., p. 32.

12. El Directory of Sabbath-Observing Groups registra no menos de 120 iglesias y grupos diferentes que guardan el sábado en el séptimo día.

13. W. J. Harrelson, From Fertility Cult to Worship, 1969, p. 19.

14. Sobre la cuestión del origen de la sinagoga, ver H. H. Rowley, Worship in Ancient Israel: Its Form and Meaning, 1967, pp. 87, 224-241; J. Morgensten, «Sabbath Interpreter’s Dictionary of the Bible, 1962, IV, pp. 135-141; R. de Vaux, Ancient Israel II: Religious Institutions, 1961, pp. 343ss.

15. Esto lo sugiere también el hecho de que el sábado aparezca asociado frecuentemente con fiestas solemnes anuales, llamadas «asambleas solemnes» (Lv. 23:7, 8, 21, 23, 27, 35). Si las fiestas dedicadas «al Señor nuestro Dios» se celebraban en «asambleas solemnes» es de esperar que lo mismo ocurriese con el sábado. En Levítico 23, donde el sábado encabeza la lista de «las fiestas que el Señor ha fijado», se lo llama también «santa convocación»: «Seis días se trabajará, mas el séptimo día será de reposo, santa convocación; ningún trabajo haréis; es sábado del Señor en dondequiera que habitéis” (Lv. 23:2). Obsérvese también que el sábado comparte la misma dirección teológica («del Señor») y la misma prohibición de trabajar que las fiestas anuales (Nm. 28:18, 25, 2 29:1, 7, 12, 35; cf. Dt. 16:8). Estos elementos, que el sábado tiene en común con las

fiestas anuales, estaban aparentemente designados para conseguir la participación de todo el pueblo en asamblea. Para más detalles sobre el tema, ver Niels-Erik Andreasen, Rest and Redemption, 1978, pp. 64-68.

16. Acerca de la influencia de la sinagoga sobre el servicio de culto cristiano,ver nota 42 del capitulo V.

17. Merece la pena recordar que los judíos de todos los tiempos han expresado el gozo de la celebración del sábado por medio del rito de encender las luces. Como explica Abraham E. Millgram, «El encender las luces del sábado es una de las ceremonias hogareñas más impresionantes, porque simboliza la característica principal del sábado, la luz, el gozo y la alegría» (Sabbath. The Day of Delight, 1944, p. 10).

18. Mediante una acusación terrible, Pablo denuncia la universalidad del pecado de aquellos que sirven y adoran «a las criaturas en vez de al Creador» (Ro. 1:25).

19. A. Martin explica elocuentemente que observar el sábado «significa silenciar nuestras preguntas para dejar lugar a la Palabra de Dios, que es silencio verdadero y verdadera paz. Porque es en el silencio del sábado que el susurro de la Palabra puede ser oído. Guardar el pacto del sábado no significa decir que ‘Dios ha muerto’, bajo pretexto de que no dice nada: no es Dios quien ha muerto; somos nosotros los que debemos morir a nuestra palabrería. El pacto del sábado significa guardar silencio y experimentar el gran silencio de la Palabra de Dios. Porque Dios habla en el silencio» (n. 5, p. 31).

20. George Elliot, The Abiding Sabbath: An Argument for the Perpetual Obligation of the Lord’s Day, 1884, p. 81.

21. Ibid.

22. William Hodgkins, Sunday: Christian and Social Significance, 1960, p. 219, Hodgkins observa correctamente que en el culto colectivo «el individuo participa del poder de la influencia espiritual producida por la congregación, y cuando ésta es dirigida por un ministro hábil, se consiguen unos resultados que jamás podrá alcanzar alguien sentado en un sillón, escuchando en la soledad de su habitación el mismo servicio retransmitido por radio o televisión, o leyendo el sermón en un libro devocional o en un periódico. Esa es la gran ventaja de la iglesia: que nada puede substituir al acto de adoración comunitaria» (ibid.).

23. Gabriel Marcel considera la falta de reflexión como la causa principal de la deshumanización que prevalece en nuestro mundo (The Mystery of Being, vol. I, Reflection and Mystery, 1960, pp. 44-47). Sobre el significado de la reflexión en el culto cristiano, ver James White, The Worldliness of Worship, 1967, pp. 48-78. J. Bosco escribió: «El hombre moderno sólo está satisfecho consigo mismo cuando no le queda ningún momento para si mismo: cuanto más hace más cree que puede hacer. Pero esa agitación neutraliza la personalidad y la vida. La realidad interior del hombre se

destruye en el torbellino de la vida exterior. El hombre pierde la capacidad de ser autor de sus propios actos, es decir, de poner en ellos la totalidad de su ser en un acto consciente» («Juste place dans notre vie personnelle», en Le Semeur, 1947, p. 262).

24. Harvey Gallagher Cox, Turning East. The Promise and Peril of the New Orientalism, 1977,

p. 65.

25. Ibid.

26. Ibid., p. 66.

27. Ibid., p. 68.

28. Ibid., p. 72.

29. Herbert Saunders, «Reaching a Pluralistic Society With the Sabbath Truth», The Sabbath Sentinel 30 (1978): 5.

30. Achad Haam, IL Birio, 1927, p. 54.

31. Samuel H. Dresner, The Sabbath, 1970, p. 63. Dresner escribe anteriormente: «El hombre es medio-animal, medio-ángel, y durante seis días se encuentra en conflicto entre los dos. Pero un día a la semana consigue establecer la paz entre cuerpo y alma, carne y espíritu» (ibid., p. 52).

32. «The Christianity Today Gallup Poll: An Overview», Christianity Today 23 (21 Dic. 1979): 14.

33. Ibid.

34. A. H. Lewis, «The Divine Element in the Weekly Rest Day», en The World’s Parliament of Religions, John Henry, ed., 1893, p. 740.

35. Cf. R. J. Banks, Jesus and the Law in the Synoptic Tradition, 1975, p. 124.

36. David Hill apunta que «este argumento, entendido correctamente, ratifica la posición de Jesús dentro de la ley: haciendo el bien en sábado cumple la voluntad de Dios, quien desea de nuestra parte misericordia y no ritualismo legalista» (The Gospel of Matthew, 1972, p. 213).

37. G. B. Caird pregunta con razón: «¿Quién está guardando mejor el espíritu del sábado? ¿Cristo con sus obras de misericordia, o ellos con sus malas intenciones? La pregunta no necesita respuesta; siempre es lícito hacer el bien, y ¿qué mejor día que el sábado para hacer las obras de Dios?» (Saint Luke, 1963, p. 99).

38. Elena White, El Deseado de Todas las Gentes, 1955, pp. 253-254.

39. W. Manson, The Gospel of Luke, 1930, p. 60.

40. W. Rordorf (n. 7), p. 68. Ver mi respuesta a Rordorf en From Sabbath to Sunday, 1977, pp. 31-34.

41. Obsérvese que también en Isaías 58 el sábado está relacionado con la cuestión social. Un estudio de la estructura de este capítulo indica que el sábado es presentado «como el medio mediante el cual Israel debía manifestar el verdadero ayuno, es decir, su preocupación en favor de los marginados sociales» (Sakae Kubo, God Meets Man, 1978, p. 47). También James Muilenburg apoya la unidad del capítulo V, por lo tanto, la relación entre la preocupación social y la correcta observancia del sábado («Isaiah 40-66», Interpreter’s Bible, 1956, V, p. 677). Cf. C. Westermann,

Isaiah 40-66: A Commentary, 1969, p. 340.

42. Richard S. McConnell, Law and Prophecy in Matthew’s Gospel, Tesis doctoral, Universidad de Basilea, 1969, p. 77.. Ver mi comentario sobre esta declaración de Cristo en From Sabbath to Sunday, 1977, pp. 55-61.

43. Elena White, Testimonies for the Church, 1948, VI, p. 359.

44. George Elliot hace la siguiente observación: «En Francia, durante la Revolución, la substitución del séptimo día por el décimo fue acompañada por la ley del divorcio, y en menos de tres meses se registró en Paris un divorcio por cada tres matrimonios» (The Abiding Sabbath: An Argument for the Perpetua] Obligation of the Lord’s Day, 1884, p. 61).

45. Samuel M. Segal explica que «según la ley judía, cada hombre debía tener relaciones conyugales por lo menos una vez a la semana, preferentemente el viernes de noche. Siendo que el Cantar de los Cantares habla del amor entre hombre y mujer, el hombre lo lee al entrar en el sábado para crear una atmósfera de amor y afecto. Por esa razón, además, el viernes por la noche durante la cena, el hombre recita el último capítulo de los Proverbios, en el que se ensalza a la mujer» (The Sabbath Book, 1942, p. 17).

46. Ver n. 41.

47. Cf. Jewish Encyclopedia, 1962, s.v. «Sabbath».

48. Henlee H. Barnette, The Church and the Ecological Crisis, 1972, p. 65.

49. La importancia de las convicciones teológicas para resolver la crisis ecológica ha sido subrayada en el informe publicado por la comisión anglicana encargada del estudio de este problema. «La sociedad en su conjunto»–dice el informe–«sólo adoptará un estilo de vida diferente si llega a recibir un impulso que la lleve a ver, de un modo popular y lleno de imaginación, las cosas en su totalidad. Pero esa visión necesita algo más que una ideología secular. Creemos que sólo se llegará a ella a través de la teología, es decir, a través de una comprensión del hombre como criatura que encuentra su verdadera razón de ser en una relación de amor con Dios, y en cooperar con El en sus propósitos para el mundo» (Man and Nature, Hugh Montefiore, ed., 1975, p. 77). Más

adelante el informe subraya de nuevo que «las convicciones teológicas pueden cambiar y afectar las estrategias» (ibid., p. 80).

50. Ibid., p. 180.

51. «Nuestra atmósfera científica», escribe Eric C. Rust, «ha suprimido el deseo de disfrutar y celebrar la naturaleza, y la ha reducido, junto con todas las criaturas que la componen, a un mero ‘éso’. Ya no la consideramos como un ‘tú’ sino como objetos para el uso y el control de la ciencia y la tecnología. Se han convertido en medios para nuestros fines económicos y han dejado de ser fines en sí mismos. Hemos olvidado que nuestro Dios se gozó en su creación y la declaró buena porque contenía en potencia todas las posibilidades para realizar su propósito» (Nature: Garden or Desert, 1971, p. 133).

52. Existe la tendencia en el cristianismo occidental, de considerar la redención como un proceso ético y no como un proceso físico o natural. Se ha hablado mucho acerca de la redención individual del pecado y del mundo pecador, pero muy poco acerca del plan de Dios para la restauración última del planeta Tierra a su belleza y propósitos iniciales, «Es como si el elemento central de una historia hubiese sido aislado de su principio y de su final, hasta perder su significado esencial y su interés» (Man and Nature [n. 49], p. 39). La teología oriental ha mantenido, aparentemente, una noción más cósmica de la redención. Un trabajo excelente sobre este tema es el de A. M. Allchin, «The Theology of Nature in the Eastern Fathers and among Anglican Theologicans», en Man and Nature (n. 491, pp. 143-154.

53. J. R. Zurcher hace un incisivo análisis de la influencia de la antropología platónica en el desarrollo del concepto dualista de la naturaleza humana en el cristianismo (The Nature and Destiny of Man. Essay on the Problem of the Union of the Soul and the Body in Relation to the Christian Views of Man, 1969, pp. 1-22). Paul Verghese remonta hasta Agustín el concepto esencialmente pesimista de la depravación humana y el consiguiente menosprecio del mundo material. Escribe: «Cuando uno contempla la carne, el cuerpo, la materia, como malos e incluso inferiores, ya ha empezado a desviarse de la fe cristiana» (Freedom of Man, 1972, p. 55).

54. La teología bíblica de la redención no debe empezar a partir de la caída del hombre, sino a partir de su creación perfecta. Se debería reconocer que, a pesar de la realidad del pecado, los seres humanos y este mundo todavía son una obra «buena» de Dios. La creación, la redención y la restauración de la humanidad deben ser vistas como una parte de la actividad redentora de Dios, tanto antropológica como cosmológica. Jacob Needleman alega que es la falta de una cosmología cristiana lo que ha empujado a muchas personas a buscar en las religiones orientales–Budismo, Hinduismo e Islam–una salvación a la vez universal y personal (The New Religions, 1972).

55. Cf. Salmos 104; 8; 19:1-6.

56. Algunos pretenden que la tradición judeo-cristiana es la culpable del modo irresponsable en que se ha explotado la naturaleza. Incluso se ha querido basar esta explotación en el texto de Génesis 1:28: «Dios les dijo: fructificad y multiplicaos;’, llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.»

Se ha subrayado en este pasaje el dominio del hombre sobre la naturaleza como la causa responsable de la explotación. Esta es la opinión defendida por Lynn White, «The Historical Roots of the Ecological Crisis», Science (Marzo 10, 1967): 1205s.; Ian McHarg, Design with Nature,

1969. Pero cualquier intento de explicar la crisis ecológica sobre la base de una sola causa está llamado al fracaso. Además, Génesis 1:28 no se puede interpretar como una prerrogativa ilimitada dada al hombre por Dios para la explotación del mundo. La soberanía del hombre debe seguir el modelo divino, puesto que Dios creó al hombre a su imagen (Gn. 1:26-27). Gerhard von Rad recalca que el «dominio» del hombre debe entenderse a la luz de la creación del hombre a la imagen de Dios (Génesis: A Commentary, 1963, p. 56). Lo cual significa que el dominio del hombre debe estar impregnado de amor y debe ser ejercido con responsabilidad. Implica el trabajo pero también el cuidado de la tierra (Gn. 2:15; Lv. 25:1-5), el cuidado de los animales y de la vida natural (Dt. 25:4; 22:6-7). Henlee H. Barnette comenta con acierto: «Hecho a imago Dei, el hombre posee dignidad y dominio, mediante las cuales participa de la soberanía de Dios sobre el mundo.

Pero el hombre, con sus deseos orgullosos y egoístas de acaparar la soberanía, tiende a ignorar el hecho de que su dominio está limitado y por debajo del dominio de Dios» (n. 48, p. 80).

57. Eric C. Rust dice con razón: «A pesar de todo lo que la Biblia dice sobre el pecado y la necesidad de salvación, ¡el hombre no está tan completamente perdido que su Creador no siga confiándole la mayordomía del mundo!» (n. 51, p. 27).

58. Cf. Sal. 107:33, 34; Sof. 2:9; Jr. 49:20, 33; Job 38:26-29; Jr. 2:7.

59. Se encuentran otras descripciones semejantes en Is. 35; 65:17; 66:22; 2:4; Os. 2:18; Ez. 47:1-2; 34:25-27; Zac. 14:4.

60. Rudolf Bultmann advierte que la creación «tiene una historia que comparte con el hombre» (Theology of the New Testament, 1951, I, p. 30).

61. Henlee H. Barnette observa: «Hay un punto en que el concepto bíblico y el científico acerca del fin coinciden: el planeta Tierra será destruido por fuego. Según el punto de vista científico, no hay esperanza para el mundo; quedará vacío y se enfriará. Según la perspectiva bíblica, hay esperanza para la naturaleza y el pueblo de Dios en un mundo transformado, con un cielo nuevo y una tierra nueva» (n. 48, pp. 76-77).

62. Samuel Raphael Hirsh, «The Sabbath», Judaism Eternal, Israel Grunfeld, ed., 1956, p. 37.

63. Robert y Leona Rienow, Moment in the Sun, 1967, pp. 141s.

64. Véase Martin Noth, Exodus, J. H. Marks, trad., 1962, p. 189.

65. A. Martin (n. 5), p. 41.

66. Albert Camus, The Rebel, 1962, p. 299.

67. Abraham Joshua Heschel (n. 4), p. 28.

68. Ibid., pp. 28, 29.

69. Albert Schweitzer, Out of My Life and Thought, C. T. Campion, ed., 1953, p. 126.

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