El Sábado, mensaje del Pacto
El deseo de pertenecer a alguien es una necesidad humana
fundamental. En mi país natal, hasta hace muy poco, a muchos de los
niños nacidos fuera del matrimonio se les negaba el apellido. En su
certificado de nacimiento, al igual que en sus documentos de
identificación, en lugar del apellido del padre figuraban las letras «N. N.»,
que significan «nescio nomen«, es decir, «apellido desconocido».
Frecuentemente los periódicos relataban la emotiva historia de alguno
de estos «anónimos-sin apellido» que había encontrado a su padre
natural después de muchos años de búsqueda. Al lado de éstas, hay en
todas partes personas que gastan una buena porción de su tiempo y
dinero para reconstruir su linaje. Ambos hechos prueban cuán arraigada
está en el hombre la necesidad de saber a quién pertenece.
La experiencia nos muestra que la persona que no tiene a nadie
en el mundo suele vivir inmotivada, alienada, amargada y rebelde
contra todo y contra todos. Por otra parte, aquellos que se saben
correspondidos en su afecto disfrutan de la seguridad y de la
motivación necesarias para desarrollarse y realizarse equilibradamente.
Sus sentimientos de afecto se manifiestan siempre, sea en palabras,
actitudes o acciones. Los regalos son sus más evidentes símbolos. La
joven piensa: «¡Qué reloj tan precioso me ha regalado mi novio!» El reloj
le dice mucho más que la hora. Le recuerda que ahora ella pertenece a
alguien que la ama.
PARTE I : EL PACTO COMO ALIANZA ENTRE DIOS Y EL
HOMBRE
La necesidad de sentirse vinculado a los seres queridos también
existe a nivel divino-humano. Dios no se nos ha revelado como un ente
abstracto, sino como un Ser personal, directamente interesado en el
bienestar de sus hijos.
1. Conceptos bíblicos
A lo largo de la historia de la salvación se han utilizado diferentes
conceptos humanos para ayudar a los hombres a comprender la
relación que Dios quiere entablar con ellos. En el Nuevo Testamento
encontramos las nociones de : «perdón», relacionada con la cancelación
de las deudas; «reconciliación» y «adopción», procedentes del lenguaje
de las relaciones familiares; «redención», término derivado de la
emancipación de los esclavos; «justificación», expresión utilizada para la
absolución de los reos en los tribunales de justicia; y «santificación», que
deriva del lenguaje del santuario, y que se refiere a la acción santificadora
de la presencia de Dios.
En el Antiguo Testamento, y en menor escala en el Nuevo,
destaca sobre todo la noción de pacto, un concepto ampliamente usado
en el mundo antiguo en las relaciones sociales y políticas. El pacto era
básicamente un acuerdo o contrato entre dos partes que libre y
voluntariamente se comprometían a aceptar ciertas obligaciones
mutuas.1
2. El concepto de Pacto
Este concepto fue adoptado, con grandes modificaciones, para
expresar la relación de alianza existente entre Dios y su pueblo. El
pacto bíblico se distingue completamente de los demás pactos de la
antigüedad, en el modo emotivo con que Dios apela a su pueblo:
«Vosotros habéis visto lo que hice a los egipcios, y cómo os he traído
hasta aquí como sobre alas de águilas. Así que si me obedecéis en todo
y cumplís mi pacto, seréis mi pueblo preferido entre todos los pueblos,»
(Ex. 19:4-5). Aunque el pacto incluía los mandamientos que Dios había
revelado y que el pueblo se había comprometido a observar (Ex. 24:7;
Dt. 27:1), su intención última era manifestar la gracia divina en, y por
medio de su pueblo: «Seréis un reino de sacerdotes, una nación santa»
(Ex. 19:6; cf. Dt. 14:1-2; 26:19).
Ley y gracia en el pacto. La dicotomía–discutida a
menudo-entre ley y gracia, no existe en el pacto del Antiguo
Testamento. En estudios recientes se ha demostrado que «la gracia de
Dios se da a conocer en los requerimientos de la ley. La discrepancia
entre pacto y mandamientos (léase gracia y ley) tal como la han
entendido los protestantes, no existe en el Antiguo Testamento.»2 Esto
se verá claramente cuando consideremos la función que desempeñaba
el sábado dentro del pacto. Aquí nos limitaremos a señalar que la
analogía del pacto es usada en las Escrituras para describir la relación
de dependencia mutua existente entre Dios y su pueblo («Vosotros
seréis mi pueblo predilecto entre todos» Ex. 19:5).
Signos y símbolos del pacto. La Biblia registra varias señales
usadas para recordar a los hombres la alianza que los une con Dios. El
arco iris sirvió como signo del pacto con Noé (Gn. 9:8-17). La
circuncisión fue la señal de la alianza con Abraham y sus descendientes
(Gn. 17:1-4). Cristo escogió el pan y el vino como emblemas del «pacto»
confirmado con su sangre (Mr. 14:24; Mt. 26:28). Estos y otros
símbolos3 fueron utilizados en la historia de la salvación para asegurar a
los hombres el deseo que Dios tiene de que se mantengan en comunión
con El. Se puede decir que el concepto de alianza aparecido en el
Antiguo Testamento y ratificado por Cristo en el Nuevo es la expresión
del plan de Dios para salvar a su pueblo y por medio de éste, a todos
los hombres. Pedro lo explica con estas palabras: «Vosotros sois un
grupo escogido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo
adquirido por Dios. Y esto es así para que anunciéis las obras
maravillosas de Dios, el cual os llamó a salir de la oscuridad para entrar
en su luz maravillosa» (1 Pe. 2:9; Dt. 20:10; Gn. 12:2-3).
3. El sábado como símbolo de alianza
Símbolo único. Entre los diferentes símbolos del pacto, el
sábado ocupa un lugar especial. Es un signo único, porque siendo un
día en el tiempo es accesible absolutamente a todos. Es además el
símbolo por excelencia de que Dios ha elegido un pueblo y le ha
encomendado una misión. En cinco ocasiones diferentes la Biblia
designa al sábado como «pacto perpetuo» o «señal» entre Dios y su
pueblo (Ex. 31:13, 16, 17; Ez. 20:12, 20)4 De Quervain resalta este
papel del sábado diciendo que «es la observancia de este mandamiento
la que demuestra si Israel teme y ama a Dios y se considera su pueblo.
Porque este día es la señal del pacto sellado con Israel. El que no
participa en el gozo del sábado, el que no descansa en él de su trabajo,
desprecia la bondad y la fidelidad divina, pues no pone su esperanza en
la decisión de Dios sino en sus propias obras. De ahí que el sábado sea
el símbolo de buenas nuevas por excelencia en el Antiguo
Testamento.»5
Origen único. El sábado no sólo es un signo único del pacto,
sino que es el primero dado por Dios para revelar su deseo de aliarse
con sus criaturas. Este día nos dice que Dios no creó a los hombres
para que viviesen en la soledad sino en el gozo de su compañerismo.
La epístola a los Hebreos explica que «Dios descansó en el séptimo día»
para invitar a su pueblo a «entrar en su reposo» (He. 4:4-6). Karl Barth
llama al sábado de la creación «el pacto de la gracia divina», porque
invita al hombre «a descansar con Dios . . . a participar en su
descanso.»6 Barth explica que, al descansar, Dios «aceptó
definitivamente al mundo y al hombre que había creado, y se los asoció
a sí plenamente. Por lo tanto, la historia del pacto comenzó realmente
con los acontecimientos del séptimo día.»7 El pacto es el «sí» de Dios a
sus criaturas y el sábado es el día de volver a escuchar ese «sí». Como
símbolo de la invitación inicial hecha por Dios para que el hombre
comunique con El, el sábado es el punto de arranque de las
subsiguientes manifestaciones de la gracia divina. Cuando la
desobediencia humana rompió esa alianza las consecuencias
inmediatas fueron la soledad y el alejamiento de Dios (Gn. 3:23). Una
vez perdido el Edén, el sábado siguió recordando al hombre cada
semana el deseo y el plan divinos de reanudar la comunión rota desde
su caída.
Supervivencia única. El sábado también es único porque ha
sobrevivido no sólo la caída, sino también el Diluvio, la esclavitud
egipcia, el exilio babilónico, las persecuciones romanas,8 los intentos
franceses y rusos por introducir la semana de diez días,9 los proyectos
de reforma del calendario, (introducción de días blancos interrumpiendo
el ciclo semanal), el antinomianismo y el secularismo moderno. El día
sigue aún en pie, como símbolo del pacto entre Dios y su pueblo. Los
antiguos profetas sabían que la observancia del sábado era muy valiosa
para mantener la fidelidad a Dios. Cuando Ezequiel vio que el pueblo de
Dios corría peligro de extinguirse como resultado del exilio, apeló al
sábado como signo distintivo y recordatorio de que eran el pueblo
elegido (Ez. 20:12-21). Isaías va más lejos y presenta el sábado como
símbolo de alianza con Dios (Is. 58:13-14), no sólo para Israel sino
también para todos aquellos «extranjeros que se entreguen a él (Is.
56:6, 7, 2, 4).
Función única. El sábado es, además, un símbolo único de
alianza, porque ha ayudado a los creyentes de todos los tiempos a
mantenerse en comunión con Dios. La fiel observancia del sábado,
como ha advertido Dennis J. McCarthy, «fue un medio que mantuvo viva
la idea de pacto como relación y doctrina.»10 Achad Haam subraya esta
importante función que el sábado ha tenido en la historia del judaísmo,
diciendo: «Podemos afirmar sin exageración que el sábado ha
conservado más a los judíos que los judíos el sábado. Si el sábado no
les hubiese vivificado el alma, renovando cada semana su vida
espiritual, las duras experiencias de la vida los hubiesen degradado y
hundido en lo más bajo del materialismo y de la decadencia moral e
intelectual.»11
La observancia del sábado no sólo ha contribuido a la supervivencia
del judaísmo, sino también del cristianismo. La esencia de la
vida cristiana es la relación con Dios. Esta relación se intensifica y
profundiza especialmente en las oportunidades de adoración,
meditación, servicio y confraternidad proporcionadas por el sábado. De
tal modo que la correcta observancia de este día va de par con una
saludable vida espiritual, mientras que su abandono suele ser síntoma
de debilitamiento. Así ocurrió en el antiguo Israel y así ocurre en el
cristianismo actual.
En un país como Italia, por ejemplo, donde menos del 10% de los
cristianos van a la iglesia los domingos (o sábados por la tarde) se ha
desarrollado el mayor partido comunista del occidente europeo (votado
por el 35% del electorado). La relación entre ambos hechos no es una
mera coincidencia. En aquellos países de Europa donde las prácticas
religiosas han disminuido todavía más que en Italia, el secularismo, el
ateísmo, el anticlericalismo, el escepticismo y la inmoralidad no cesan
de aumentar. No sería justo atribuir todos los males que afectan al
mundo religioso y social a la profanación del día de reposo, pero al
mismo tiempo, habría que estar ciego para no ver cuáles son las
trágicas consecuencias de tal profanación.
En un discurso pronunciado el 13 de noviembre de 1862, el
presidente Abraham Lincoln, dijo: «Por medio de nuestra observancia o
transgresión del sábado, podemos salvar noblemente o perder
miserablemente la última y la mejor esperanza que puede tener el
hombre.» 12 Evidentemente, el «sábado» al que se refería Lincoln era el
domingo. Los puritanos lo llamaban así. Eso no afecta al hecho de que
uno de los más importantes presidentes de los Estados Unidos
reconozca en la observancia del día de reposo la última esperanza para
regenerar y elevar a la humanidad. Si esto era verdad en los tiempos de
Lincoln, ¿no lo será con mayor motivo en nuestros días, cuando tantos
«ismos» (materialismo, secularismo, hedonismo, ateísmo, capitalismo,
comunismo, evolucionismo, etc.) pugnan por ganar adeptos? ¿En qué
otra época la tiranía de las cosas ha contado con tantos esclavos? Hoy
más que nunca antes, necesitamos que el sábado nos libere de tantas
servidumbres y nos permita redescubrir la fraternidad con los hombres y
la comunión con Dios, para las que fuimos creados.
PARTE II : RAZONES POR LAS QUE DIOS ESCOGIO
EL SABADO COMO SIMBOLO DEL PACTO
Por lo anteriormente considerado vemos tres características
básicas por las que el sábado simboliza de un modo especial la alianza
entre Dios y el hombre: su origen, su pervivencia y su función. Ahora
vamos a intentar comprender por qué Dios escogió este día en vez de
un objeto para recordar al hombre su alianza con El. ¿Qué
características tiene el sábado que lo convierten en el símbolo más
significativo de la relación entre Dios y el hombre? La Biblia nos sugiere
por lo menos siete.
1. Propiedad
La primera razón por la que el sábado fue escogido por Dios
como emblema de alianza con el hombre, se desprende de que este
día, usando la expresión de M. G. Kline, es «el sello de propiedad y
autoridad del Creador.»13 Como portador de ese sello, el sábado provee
la base legítima del pacto. El cuarto mandamiento exhorta al creyente a
«recordar» que «en seis días el Señor creó los cielos y la tierra, el mar y
todo lo que hay en ellos» (Ex. 20:11; 31:17). Como Creador, Dios es el
único dueño legítimo de este mundo. En los años sabáticos y jubilares
se requería de los israelitas que se abstuviesen de cultivar sus tierras y
que librasen a todos los oprimidos (Lv. 25; Dt. 15:1-18) para que no
olvidasen nunca que Dios es el único propietario legítimo de este mundo
(«La tierra es mía y vosotros no sois más que mis administradores» Lv.
25:24).
Como símbolo de propiedad divina, el sábado recuerda al
cristiano continua y eficazmente que el mundo y la vida son de Dios. A
nivel humano ocurre algo muy semejante. ¿Cómo pueden marido y
mujer creer de veras que se pertenecen el uno al otro, a menos que
estén dispuestos a decirse «yo soy tuyo y tú eres mía»? Una de las
trampas del sistema de vida en el que el marido la mujer y los hijos
trabajan independientemente y cada uno se administra aparte su dinero,
es el falso sentimiento de independencia que fomenta en lo que a la
propiedad personal se refiere. Ese sistema lleva fácilmente a que los
miembros de la familia piensen: «Esto es mío: es mi apartamento, es mi
auto. Me lo he comprado con mi dinero, por lo tanto puedo hacer con él
lo que quiera.»
Este engañoso y mezquino concepto de la propiedad, que tan a
menudo arruina las relaciones humanas, también amenaza las
relaciones entre el ser humano y Dios. Los bienes y riquezas que una
persona puede adquirir como resultado de su trabajo pueden inducirle a
una falsa sensación de autonomía e independencia para con Dios. Esta
actitud que consiste en vivir cada uno su propia vida de espaldas de
Dios, ¿no es la esencia del pecado? El sábado ha sido designado como
símbolo de propiedad divina para que el hombre refrene en su vida
cualquier sentimiento incipiente de autosuficiencia. Así como la primera
pareja observó el sábado en el primer día de su existencia
presentándose ante su Creador con las manos vacías y reconociendo
ante El su dependencia absoluta, así el creyente deja de hacer sus
propias obras en sábado para reconocer su dependencia y dejar que
Dios haga su obra en él.
Guardar el sábado es confesar a Dios como Creador y Dueño de
todo lo que somos y tenemos. Es reconocer que Dios es el único
verdadero propietario de todas las cosas. Eso es lo que reconocemos
cuando le dedicamos a Dios el tiempo del sábado. Toda propiedad tiene
unos límites que no se deben violar. Dios ha querido poner los límites
de su dominio en el tiempo. El que reconoce los derechos de Dios sobre
el último día de la semana-el sábado–es que admite también los
derechos de Dios sobre su vida y el mundo.14 El creyente que acepta
este signo concreto de pertenencia a Dios, cesando en sus trabajos
para permitir que Dios actúe en él,15 demuestra que su entrega a Dios
es total.
2. Santidad
La segunda razón por la que Dios escogió el sábado como signo
de alianza, está en el carácter sagrado de este día. Como día sagrado,
el sábado ejemplifica la naturaleza de lo que Dios elige, sea tiempo o
sean seres humanos. Las Escrituras afirman frecuentemente la santidad
del sábado. Dios mismo «lo santificó» (Gn. 2:3; Ex. 20:11) y
repetidamente lo llama «santo» (Ex. 16:22; 31:14; Is. 58:3). El sentido
básico de la palabra «santo» es el de «separado, puesto aparte» por
Dios.16 Aplicado al sábado, se refiere al carácter distintivo de este día
resultante de la manifestación especial de la presencia de Dios en la
vida de su pueblo. Isaías presenta en una ocasión a Dios negándose a
acompañar a su pueblo reunido en sábado, a causa del «mal»
generalizado (Is. 1:13-14). Esta ausencia de Dios convierte el ritual
religioso en algo no sólo «no santo», sino «abominable»: una
«profanación» (vs. 12-13).
Como símbolo del tiempo especialmente elegido por Dios para
manifestarse a los suyos, el sábado les recuerda constantemente que
ellos también han sido elegidos por Dios y que tienen una misión en
este mundo. Del mismo modo que el sábado es un «día santo» entre los
demás días, el creyente que lo guarda sabe que está llamado a ser
«santo» en medio de una generación perversa. La santidad en el tiempo
apunta a la santidad en el ser. Dios ha elegido un día y un pueblo para
que ambos sean santos. 17 Así como Dios escogió el día séptimo para
manifestarse a su pueblo, ha escogido a su pueblo para manifestarse al
mundo: «Sois gente escogida, un sacerdocio real, una nación santa, un
pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las obras maravillosas de
Dios, el cual os llamó a salir de la oscuridad para entrar en su luz
admirable» (1 Pe. 2:9; cf. Dt. 7:6). La santidad de Dios que se manifiesta
en el sábado es la que debe reflejar su pueblo santo. Y
así,–observando el sábado–el pueblo de Dios debe recordar
constantemente «que yo soy el Señor que os santifico» (Ex. 31:13;
Ez.20:12)
Como signo de «santificación y elección» de un pueblo, el sábado
habla más de misión que de mérito. La misión es «anunciar las
maravillosas obras de Dios, quien os llamó a salir de la oscuridad para
entrar en su luz» (1 Pe. 2:9). Al intentar convertir al mundo, muchos
cristianos se adaptan a sus normas y se convierten en parte de él. Esta
tendencia, como escribe A. Martin, «está teniendo como resultado la
disolución de la Iglesia.»18 El sábado ayuda al creyente a resistir las
presiones del conformismo. Le recuerda que está en el mundo, pero
que no es parte de él. Al separar del resto de la semana el día escogido
por Dios, el creyente recuerda que él también ha sido escogido como
mensajero de Dios en medio de un mundo secularizado.
Vale la pena observar que la expresión «santificar» y «consagrar»
es la traducción del término hebreo le-kadesh, el mismo que se emplea
en el Talmud para describir el compromiso entre un hombre y una
mujer.19 Al igual que la mujer que se prometía con un hombre «se
consagraba» a él, todo aquel que se entrega totalmente a Dios, se
«consagra» o se «santifica». El sábado, como emblema de entrega mutua
entre Dios y el hombre, contiene una iniciativa divina y una respuesta
humana. Dios ha querido elegir un pueblo, y éste acepta su alianza con
Dios, su presencia santificadora. Y el modo adecuado de expresar su
aceptación es poniéndose en sábado a la disposición divina. Dios no
impone su presencia a nadie. Está a la puerta y llama (Ap. 3:20). El
sábado es la oportunidad de abrir la puerta de nuestro corazón y recibir
en él a nuestro huésped de honor. Al recibir a Cristo y al dejarle que
actúe en nuestra vida, somos transformados, es decir, santificados.20
La naturaleza humana no está inclinada a trabajar y descansar a
intervalos regulares. Todo el mundo preferiría escoger su propio tiempo
de descanso y trabajo, según su humor o sus intereses sociales. Sin
embargo el tiempo del sábado llega semanalmente con la regularidad
de un reloj, sin depender para nada de nuestros gustos o estados de
ánimo. Cada uno puede aceptar o rechazar sus obligaciones. El que las
acepta y deja en suspenso sus ocupaciones y preocupaciones durante
24 horas para entrar en la paz de la presencia de Dios, está
confirmando su alianza con El. Al hacer esto, escribe M. L. Andreasen,
«está empleando el sábado para lo que fue establecido; en él se cumple
el propósito divino; ha recibido la señal y el sello de la santificación, y
Dios lo considera como suyo.»21
3. Incorruptible y Universal
El tiempo es por naturaleza, incorruptible y universal. Esa es la
tercera razón por la que Dios escogió el sábado como señal de alianza
con su pueblo. Siendo una parte en el tiempo, su carácter de signo es
siempre nuevo y accesible a todo ser humano. Siendo tiempo, el
sábado es incorruptible, y su valor incomparablemente más duradero
que cualquier signo en la materia o el espacio, como un tabernáculo o
un templo. Los conceptos asociados a objetos materiales, con el curso
del tiempo tienden a deteriorarse y a desintegrarse como ellos. Roma,
mi ciudad natal, está llena de gloriosos monumentos de la antigüedad.
Los romanos los admiran con orgullo, como símbolos de su pasada
grandeza. Pero si les preguntamos quién construyó el Coliseo (el
símbolo por excelencia de la eternidad de Roma), el noventa por ciento
responderían: «Eso no me lo pregunte. ¡No tengo ni idea!»
Los monumentos se contemplan con veneración, pero poco a
poco pierden significado y vigencia en la vida de cada día. El sábado no
es una reliquia de la antigüedad, pues siendo tiempo está más allá del
alcance de la manipulación y el deterioro. El sábado de Adán y el de
Jesús tienen la misma duración de 24 horas que el tuyo y el mío. La
misma vitalidad e importancia. De hecho, hoy es más significativo que
en su origen, puesto que su sentido y función no han hecho más que
crecer en el transcurso de la historia de la salvación. En el Edén, donde
todos los días eran en cierto sentido sábados (el paraíso gozaba de la
constante presencia divina), el sábado sólo reforzaba la conciencia de la
presencia de Dios. Pero hoy, cuando los días de la semana se
consumen en un mundo agitado y difícil, el sábado es más que nunca
un remanso de paz, donde el hombre puede refugiarse al amparo de la
presencia bienhechora de Dios.
Universal. Siendo tiempo, el sábado no sólo es imperecedero,
sino universal, es decir, accesible a todos. Como el tiempo puede ser
simultáneamente compartido, en el sábado se encuentran con Dios
todos aquellos que le buscan. Para llegar a la presencia divina, no hace
falta peregrinar a Roma, o a Jerusalén o a Salt Lake City. El sábado va
cada semana a cada hombre, esté donde esté, desde el soberbio
palacio hasta la lóbrega cárcel. Para celebrar la Pascua, se requería un
cordero, panes sin levadura y hierbas amargas. Para celebrar la Cena
del Señor, se necesita pan y vino (y recipientes con agua, para aquellos
cristianos que practican la ablución de pies). Todos esos elementos no
están a la disposición de todos en todas las circunstancias. Pero para
celebrar el sábado ese problema nunca se plantea. Ningún objeto es
necesario; lo único que se requiere es un corazón abierto al amor de
Dios.
Si para adorar a Dios debiéramos ofrecerle dinero, no habría
igualdad en nuestras ofrendas. Los ricos podrían dar mucho y los
pobres muy poco. Pero eso no ocurre con la ofrenda del tiempo, porque
todos los hombres lo reciben por igual. El sábado es una oportunidad
idéntica para todos. Unos pueden tener menos recursos que otros para
ofrecer a Dios, pero no menos tiempo, ya que la medida del sábado es
para todos igual. La vida humana es la medida del tiempo. Lo que cada
uno hace del tiempo de que dispone indica cuál es su sistema de
valores y prioridades. No tenemos tiempo para aquellos que nos son
indiferentes pero encontramos tiempo para los que amamos. Ser
capaces de dejar a un lado todo un mundo de cosas para encontrarnos
el sábado con nuestro Dios en el silencio de nuestra alma es dar a Dios
la prioridad en nuestra vida: es expresarle interior y exteriormente
nuestro amor total y nuestro deseo de pertenecerle.
4. Renovación del pacto bautismal
La cuarta razón por la que Dios escogió el sábado como signo
de alianza, es porque este día ayuda al hombre a recordar y renovar
semanalmente su voto bautismal. Aunque el bautismo no se describe en
el Nuevo Testamento en términos de alianza, es evidente que su
función principal es la de señalar la entrada del creyente en la Iglesia,
que es la comunidad del nuevo pacto, y el cuerpo de Cristo («Todos
fuimos bautizados para formar un sólo cuerpo» 1 Co. 12:13). El uso
velado que el Nuevo Testamento hace de los términos relacionados con
el pacto para describir las relaciones del cristiano con Dios y con su
prójimo se debe, probablemente, a que el Imperio Romano había
prohibido las sociedades secretas.22 Para los romanos, pacto equivalía
a asociación ilegal. Los cristianos, por prudencia, debieron evitar una
terminología que podía hacerlos sospechosos de traición política.23
A pesar de que los términos distintivos de la alianza en el
Antiguo Testamento no se aplican en el Nuevo al bautismo, el concepto
básico sí que está presente. El bautismo aparece asociado al recuerdo
del Exodo (1 Co. 10:1-2) y a la circuncisión (Col. 2:11-13), dos de las
más claras alusiones al pacto. De hecho, se puede decir con Louis
Tamminga que gran parte de «la historia de la Biblia es la historia del
pacto . . . El mundo evangélico fundamentalista, no ha sabido captar en
la mayoría de los casos, que es precisamente la noción del pacto entre
Dios y su pueblo la que une indisolublemente las Escrituras.»24 El
sábado y el pacto bautismal tienen en común su significado y su
función. El bautismo es una actualización de la muerte, sepultura y
resurrección de Cristo en la vida del creyente, que entra así en alianza
con Cristo, muriendo al pecado y resucitando a una nueva vida (Ro.
6:3-4). ¿Podemos decir que el sábado comparte ese simbolismo? ¿Hay
en él, como en el bautismo, algún contenido de renuncia y renovación?
Felipe Melanchthon (1496-1560) responde a estas preguntas en sus
Lugares Comunes (1555), diciendo: «Después de la caída, el sábado
fue restablecido cuando se le dio al hombre la promesa de una segunda
paz con Dios, que el Hijo de Dios moriría y descansaría en la tumba
hasta la resurrección. Por eso, nuestro sábado debería ser también para
nosotros un morir y resucitar con el Hijo de Dios, para que Dios pueda
de nuevo habitar en nosotros e impartirnos paz, sabiduría, justicia y
gozo, de manera que Dios sea glorificado eternamente en nosotros.
Ojalá los que temen a Dios meditasen en este significado del sábado.»25
Siguiendo el consejo de Melanchthon, meditemos nosotros en ese
significado.
Renuncia. Como el bautismo, el sábado también comporta
renuncia. No se pueden unir dos personas sin renunciar a ciertos
derechos, aunque al unirse consigan mayores privilegios. El sábado es
una invitación de Dios a los hombres para que, renunciando a ciertas
cosas, reciban mayores bendiciones. A lo primero que deben renunciar
es a la seguridad de su trabajo semanal (Ex. 20:10), aunque las
circunstancias parezcan adversas: «aun en tiempo de siembra y de
cosecha» (Ex. 34:21). A. Martin, recuerda que «en el contexto de la vida
judía, una interrupción laboral podía significar, sin juegos de palabras,
una interrupción mortal… El trabajo dejado sin hacer ponía en riesgo la
subsistencia.»26 Hoy también, para muchos la observancia del sábado
comporta sacrificio y renuncia, especialmente en aquellos países en los
que no existe libertad de conciencia. Se podrían escribir muchos libros
de los hechos de todos aquellos héroes del pasado y del presente que
prefirieron y prefieren renunciar a importantes ganancias y puestos de
responsabilidad (y en algunos casos, a su único sustento y a su propia
libertad) antes que romper su pacto con Dios.
Al igual que el bautismo, el sábado significa también la renuncia
a los pecados de egoísmo y codicia, que aunque fueron enterrados
simbólicamente en las aguas bautismales, continuamente tienden a
aflorar y deben ser vencidos de nuevo. Algunas personas han sido
esclavizadas al trabajo, pero muchas más se han esclavizado a sí
mismas por su insaciable codicia. Trabajan y quisieran hacer trabajar a
sus subordinados los siete días de la semana, para ser cada vez más
ricos, y estar cada vez menos satisfechos. El sábado está hecho para
combatir la codicia, apartando la mente del hombre de sus insaciables
deseos y llevándola al agradecimiento; deteniéndolo en la búsqueda de
bienes materiales e invitándole a la gratitud por las bendiciones
recibidas. Para gozar de una auténtica comunión con Dios es
indispensable un corazón agradecido.
Como el bautismo, el sábado también es renuncia propia. Ese
primer rendirse a Cristo, experimentado en el bautismo, se renueva
cada semana con la llegada del sábado. Las realizaciones de la semana
son una amenaza de seguridad y auto-suficiencia para el cristiano,
porque pueden hacerle perder de vista su dependencia de Dios; «porque
si me sobra, podría renegar de tí y decir que no te conozco» (Pr. 30:9).
El sábado le hace apartar la vista de sus obras para dirigirla a las obras
de Dios. El trabajo de la semana puede hacer pensar al cristiano que
merece la salvación por sus muchos esfuerzos. El descanso del sábado
le ayuda a darse cuenta de su total dependencia de Dios, y le lleva a
reconocer que no son sus obras, sino las de Dios, las que lo salvan. El
sábado no le permite, como dice Karl Barth, «tener fe en sus propios
planes y deseos, en su propia habilidad y en sus realizaciones como
justificación de lo que uno puede hacer por sí mismo. Lo que realmente
prohibe no es trabajar, sino confiar en su trabajo.
El sábado es la oportunidad semanal de renovar el pacto del
bautismo, de negarse a sí mismo y de «permitir que la gracia
todopoderosa de Dios tenga en todo la primera y la última palabra.»28 La
observancia del sábado es una señal de pertenencia a Dios más
significativa que la circuncisión y el bautismo. En primer lugar, porque la
circuncisión y el bautismo son en general administrados en una edad
demasiado temprana para que uno pueda comprender sus
implicaciones. Y en segundo, porque ambos ritos tienen lugar una sola
vez en la vida del individuo. Sin embargo, el sábado es una celebración
que renueva cada semana a lo largo de toda la vida, aquel voto de
entrega a Dios que uno pronunció en su juventud.29 Por eso, aquellos
que desprecian el sábado y prefieren hacer en él su propia voluntad (Is.
58:13), manifiestan más que una debilidad momentánea, un voluntario
rechazo de todo compromiso con Dios. Y así, los profetas calificaban la
transgresión del sábado de «apostasía» o «rebelión» (Ez. 20:13, 21; Neh.
13:18; Jr. 17:23), porque demuestra en el fondo una permanente actitud
de desobediencia. La vida cristiana puede compararse con una
«promesa de amor» que el Señor ha sellado con el bautismo y mantiene
viva con el sábado. Por eso el sábado es tan eficaz para mantener firme
el voto de fidelidad pronunciado en el bautismo.
Renovación. Así como el agua del bautismo es un símbolo a la
vez de muerte y resurrección, el descanso del sábado significa al
mismo tiempo renuncia y renovación. Si el bautismo es el acto de
entrada en la nueva vida cristiana, el sábado es la renovación semanal
de aquel acto. El sábado es el día de la renovación. El tiempo para
reencontrarse a sí mismo, encontrar a los demás y encontrarse con
Dios. El día de renovarse física, social y espiritualmente.
La renovación física (recreación) que proporciona el sábado es
diferente de la que se experimenta en el resto de la semana. Durante la
semana, en el mejor de los casos, podemos descansar del trabajo, pero
no de pensar en él. El hombre de negocios se lleva a casa sus
problemas en el portafolios o en la cabeza; el estudiante la
preocupación por sus tareas y exámenes; el ama de casa los desvelos y
cuidados por el día de mañana. La ansiedad del trabajo pendiente no se
aparta de nuestra mente ni durante el sueño. Al levantarnos por la
mañana nos sentimos tan cansados como si no hubiésemos dormido. El
sábado, sin embargo, el cristiano descansa hasta de la idea del trabajo,
sabiendo que por un día no necesita preocuparse del despertador, el
horario, el examen, la tarea, la producción o la competencia. En el
sábado el cuerpo puede descansar porque la mente descansa, y la
mente descansa porque descansa en Dios.
El sábado también contribuye a renovar nuestras relaciones
sociales iniciadas en el bautismo. El trabajo de cada día nos impide
disfrutar del compañerismo de nuestros familiares y amigos, no
dejándonos tiempo-para cultivar nuestras relaciones en el hogar o en la
iglesia. Durante las ajetreadas jornadas laborales es fácil olvidarse de
las necesidades de los demás miembros del cuerpo de Cristo en el cual
«todos hemos sido bautizados» (1 Co. 12:13). A veces, incluso hemos
descuidado a nuestros seres más queridos. En el sábado tenemos la
ocasión ideal para ocuparnos de aquellos que nos necesitan; para
aliviar el sufrimiento de unos, o para disfrutar del compañerismo de
otros. Esta vivencia de fraternidad que el sábado hace posible renueva
y fortalece la alianza que el día de nuestro bautismo hicimos con
nuestro Dios y con su pueblo.
El sábado es el tiempo para una renovación aún más importante:
la espiritual. Es el tiempo de reiterar nuestro pacto con Dios y de
recordar sus bendiciones en nuestro favor. Es como si en el sábado
fuésemos bautizados de nuevo, muriendo con Cristo en nuestras
renuncias y resucitando con él para vivificar nuestro espíritu.30 La
oración y el culto, privados o en comunidad, nos aportan en el sábado
una experiencia renovada. La adoración del sábado no es un simple
momento de meditación en medio de un programa cargado, sino el
espíritu de todo el día. Las preocupaciones del mundo quedan a un
lado, sus múltiples voces distractoras han dejado de oírse: en el silencio
interior Dios hace sentir su presencia, y oímos su voz. Este encuentro
especial nos trae el perdón que necesitamos; pone orden en la
confusión de nuestra vida; refresca nuestra conciencia moral; nos ayuda
a fijarnos nuevos objetivos de superación; restaura nuestras fuerzas con
la gracia divina y nos capacita para hacer la voluntad de Dios. Cada
sábado renueva nuestra vida espiritual, enriquece nuestra experiencia
iniciada en el bautismo y refuerza nuestra alianza personal con Dios.
5. Espiritual
Hay un quinto motivo que hace del sábado el más adecuado
símbolo del pacto entre Dios y su pueblo, y es su capacidad para evocar
la naturaleza espiritual de esa alianza. Jesucristo dio una acertada
definición de Dios cuando le dijo a la samaritana: «Dios es espíritu, y los
que lo adoran, deben hacerlo en espíritu y en verdad» (Jn. 4:24). En
esta ocasión Cristo definió intencionalmente a Dios en términos de
«espíritu» para corregir la idea de que a Dios se le debe adorar en un
lugar sagrado determinado. Para esta mujer, lo principal del culto era el
lugar correcto: «Nuestros antepasados (los samaritanos) adoraron a
Dios aquí, en este monte, pero vosotros (los judíos) decís que Jerusalén
es el lugar donde se le debe adorar» (Jn.4:20). La respuesta de Jesús
contiene uno de los más profundos pensamientos sobre la naturaleza
de la verdadera adoración. La comunión con Dios no se consigue por
medio de lugares u objetos sagrados, sino «en espíritu y en verdad», es
decir, de un modo espiritual y auténtico. Para ofrecer a Dios una
adoración genuina no es necesario acudir a ciertos santuarios o seguir
un determinado ritual especialmente establecido; basta con hablar y
escuchar a Dios en la intimidad del corazón, la mente y el alma (Mr.
12:30).
El sábado y la naturaleza de Dios. ¿Qué puede hacer el
sábado para prevenir el alejamiento de Dios? ¿De qué manera puede
contribuir a mantener una relación viva entre Dios y su pueblo? Su
misma razón de ser nos da varias respuestas a estas preguntas. En
primer lugar el sábado es un signo permanente en el tiempo. El ser del
tiempo es tan misterioso como la naturaleza de Dios. Como El, no
puede ser definido ni controlado. El hombre puede entrar en relación
con el tiempo pero no puede dominarlo. Puede entrar en contacto con
Dios, pero no puede manejarlo. Dios y el tiempo están fuera de su
alcance. No puede manipularlos ni gobernarlos. Abraham Joshua
Heschel llama al tiempo «lo de otro orden», un misterio que trasciende
la experiencia humana, y «lo que une,» la ocasión que permite la
convivencia.31 Trascendencia y solidaridad ¿no son dos aspectos
esenciales de la naturaleza divina? Al ser una medida en el tiempo y no
un objeto, el sábado recuerda al hombre que Dios no puede ser
objetivado, circunscrito o delimitado. Dios es el «completamente Otro,» el
que está siempre «más allá» de todas las analogías («¿Con quién
compararemos a Dios?» Is. 40:18) y el que trasciende todas las
categorías humanas. Pero al mismo tiempo, al ser el sábado un
momento de encuentro, nos recuerda que Dios no está sólo «más allá»
sino también «cerca,» tan cerca de nosotros que podemos descansar en
El (He. 4:10).
Un antídoto contra la idolatría. Precisamente por su función de
mantener las relaciones espirituales entre Dios y el hombre, el sábado
es una poderosa protección contra la idolatría. Fritz Guy observa
acertadamente que «el día santo es el medio de culto mas difícil de
idolatrar. Es imposible tallar, esculpir o construir la imagen de un día.»32
Esta declaración se podría impugnar alegando que los hebreos,
especialmente en tiempos de Cristo, idolatraron el sábado,
imponiéndole una serie de minuciosos reglamentos. Y en efecto, si en
vez de considerar el sábado como una ocasión para encontrarse con
Dios, se lo reduce a una «cosa» que debe ser guardada según unas
pautas precisas, se lo puede convertir de un medio en un objeto de
culto.33 Este riesgo de adulteración, sin embargo, no le quita al sábado
sus prerrogativas. Unicamente sirve para mostrar que hasta el más
inmaterial de los símbolos dado por Dios puede ser corrompido y
convertido en un objeto de culto legalista e idólatra.
El sábado sigue siendo, no obstante, el símbolo menos
vulnerable. Lo importante es no confundir su observancia con el culto a
Dios. Tanto en la creación como en los Diez Mandamientos, como
medio para entrar en contacto con Dios, no se le da a la humanidad un
«objeto sagrado» sino un «día sagrado.» Los primeros cuatro
mandamientos enuncian los tres «no» y el «sí» que deberían regular las
relaciones entre los hombres y Dios. El primero, no violar la fidelidad a
Dios adorando a otros dioses. El segundo, no adorarle a través de
representaciones materiales. El tercero, no usar en vano el nombre de
Dios. El cuarto mandamiento no comienza con un «no» sino con un «sí.»
Es una invitación a «recordar» a Dios en su santo día. Los tres primeros
mandamientos parecen destinados a eliminar los obstáculos que se
oponen a la verdadera comunión espiritual con Dios, concretamente, la
adoración de dioses falsos o de imágenes, y la falta de respeto a Dios.
Una vez hecho posible el acceso a Dios, el cuarto mandamiento invita al
hombre a entrar en la presencia divina, no recitando una fórmula
mágica, sino compartiendo el tiempo juntos. La humanidad siempre ha
tenido la tendencia de sustituir sus relaciones con Dios por la
veneración de objetos inanimados, como templos, imágenes, tumbas,
credos y reliquias (desde huesos y trozos de ropas de los santos, hasta
pedazos de madera de la cruz). Para evitar esta tendencia, Dios ha
puesto al sábado como signo inmaterial de la relación espiritual que
debe existir entre El y los hombres.
En San Lorenzo de Roma hay una pequeña capilla llamada
«Sancta Sanctorum», «el lugar Santísimo.» Sobre su altar hay una
inscripción en latín que dice: «Non est in toto sanctior orbe locus,» es
decir, «no hay un lugar más santo (que este) en el mundo.» ¿En qué se
funda tan sorprendente pretensión? En primer lugar en el gran número
de reliquias custodiadas en esa capilla. El objeto más venerado es una
imagen del Redentor supuestamente fabricada por directa intervención
divina. ¿Puede Dios fomentar esta tendencia humana de entrar en
contacto con la «santidad» por medio de objetos en vez de por una
relación personal con El? Desde luego que no. Dios siempre tomó las
máximas precauciones para evitar que los seres humanos
materializasen lo que sólo puede darse en el ámbito del espíritu. Incluso
cuando Dios se hizo hombre, y vivió en esta tierra como tal durante más
de treinta años, se cuidó muy bien de no dejar ningún vestigio material
que pudiese ser identificado como suyo. No edificó ni poseyó ninguna
casa; no escribió ningún libro; no dejó constancia de la fecha exacta de
su nacimiento o de su muerte; no dejó descendientes. No dejó ninguna
«cosa.» Sólo dejó la seguridad de su presencia: «He aquí yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt. 28:20).
¿Por qué salió Cristo de este mundo de un modo tan misterioso,
sin dejar ninguna huella tangible de su paso? ¿Por qué no dejó ni un
sólo vestigio material como evidencia irrefutable y permanente de su
estancia en este planeta? Dios ama demasiada a la humanidad para
hacerla caer en la tentación de aferrarse a una «adoración cosificada»
en vez de mantener con El una comunión espiritual viva. Por eso
escogió el sábado–y no un objeto–coma señal de su alianza con los
hombres. Por ser tiempo, por ser una parte de esa misteriosa realidad
que el hombre no consigue definir, el sábado protege al hombre de la
idolatría y le recuerda el carácter espiritual de su pacto con Dios.
6. Compromiso
La sexta razón por la que el sábado es el símbolo del pacta entre
Dios y su pueblo, viene dada por su carácter de compromiso mutuo.
Una alianza sólo puede ser duradera si ambas partes mantienen y
cumplen sus respectivas obligaciones. ¿En qué sentido es el sábado un
compromiso entre Dios y el hombre?
El compromiso de Dios. La primera iniciativa del pacto viene de
Dios. Su último acto creador no fue la formación de Adán y Eva, sino la
creación del sábado como reposo para la humanidad (Gn. 2:2-3). Este
reposo contiene un mensaje para la creación en general y el hombre en
particular. En relación con la creación, como vimos en el capítulo dos,
ese descanso expresa la satisfacción de Dios ante su obra perfecta y
completa. En relación con la humanidad, es el símbolo de su
disponibilidad para con sus criaturas. Por medio del gesto de «tomarse
tiempo» el primer sábado para bendecir con su presencia a la primera
pareja, Dios demuestra su deseo de comprometerse a estar siempre al
alcance de sus criaturas. Como dice A. Martin, «lo que Dios promete, y a
lo que Dios se compromete por medio del sábado, es su disponibilidad
en el tiempo. Dios no es una idea sino una Persona que quiere estar
presente en su creación. El sábado es el signo de su promesa. Pero
ésta no se limita al tiempo del sábado. Así como la presencia de Cristo
no se puede encerrar en los límites del pan, la presencia de Dios en la
humanidad rebasa los límites del sábado.»34
Este compromiso divino está especialmente expresado en el
pacto, donde el sábado aparece como la garantía de la presencia divina
entre su pueblo (Ex. 31:13; Ez. 20:12). Dios mantuvo su compromiso
aún a pesar de la desobediencia del hombre. Después de la caída, Dios
siguió garantizando, por medio del sábado, su voluntad de restablecer el
contacto roto por el pecado. Es más, Dios se comprometió a dar a «su
Hijo unigénito, para que todo aquél que cree en El, no se pierda, más
tenga vida eterna» (Jn. 3:16). El sábado, según palabras de Karl Barth,
«recuerda al hombre el plan de Dios en su favor, lo que ya ha realizado
y lo que realizará, tal como lo ha hecho saber en su revelación. Le habla
del sí con el que el Creador se ha comprometido con su criatura, el sí
cuya verdad se ha demostrado de una vez y para siempre en
Jesucristo.»35
La disponibilidad de Dios es lo que hace que la oración sea
posible. ¡Qué molesto es no poder hablar con un personaje importante
porque tiene todo su tiempo ocupado con un mes o más de antelación!
El sábado es la garantía de que Dios está siempre dispuesto a
recibirnos; de que nos escucha y nos responde; de que quiere
conversar y convivir con sus criaturas. Nos dice que Dios está
disponible y podemos acudir a El en cualquier momento. Así como el
padre que dedica el sábado a estar con su familia revela un interés por
ella no sólo periódico sino constante, del mismo modo Dios, aunque se
acerque especialmente a sus criaturas en el sábado, les garantiza su
continua disponibilidad y atención. Con regularidad semanal el sábado
nos recuerda que Dios «nunca se olvida de las promesas de su pacto»
(Sal. 105:8).
El compromiso del hombre. El sábado comporta también un
compromiso por parte del hombre. Eso significa que además del «Yo, el
Señor, os santifico,» está el «tú observarás mis sábados» (Ex. 31:13).
Como recuerdo de que Dios «está trabajando ahora» (Jn. 5:17) para que
la humanidad recupere la vida eterna, el sábado insta al creyente a
asumir su propia responsabilidad y a volver a Dios. Guardar el sábado
con Dios es aceptar su compañía. Y esta compañía no es, como señala
Karl Barth, «una relación indirecta, sino una verdadera interrelación, un
auténtico compañerismo.»36 Aceptando su compromiso, el hombre se
hace libre: libre para Dios, para sí mismo, para sus allegados y para los
demás. La ofrenda libre de nuestro tiempo a Dios es el supremo acto de
adoración, porque significa entregarle a Dios la verdadera esencia de la
vida: el tiempo. La vida es tiempo. Dejar de vivir es dejar de ser en el
tiempo. Al ofrecerle nuestro tiempo del sábado a Dios, estamos
reconociendo que toda nuestra vida, y no sólo un día de cada siete, le
pertenece. Esta es la respuesta a nuestro deber con Dios. Este es
nuestro modo de demostrar que Dios es el Señor de nuestra vida.37
Este es también el objetivo del diezmo: devolver una parte de nuestros
bienes a Dios es reconocerlo a El como Dueño supremo.
En el capítulo VI veremos cómo se puede ofrecer a Dios el
tiempo del sábado. El objetivo de este apartado es comprender lo que
implica nuestro compromiso con Dios expresado en la alianza del
sábado. Por su parte Dios se compromete a ponerse a disposición del
hombre para salvarlo, y por su parte el creyente acepta someterse a
Dios como Creador y Redentor, y dejarse guiar por El.
7. Redención
La séptima razón de que el sábado sea el símbolo de la alianza
entre Dios y su pueblo está en su función redentora. Como medio de
acción divina en favor de la salvación humana, el sábado es
particularmente significativo. La lealtad de una persona para con otra
depende en gran medida de lo que ésta ha hecho en favor de aquélla
para merecer su estima y confianza. Una madre que inmediatamente
después de dar a luz abandona a su hijo al cuidado de alguien para
seguir ejerciendo su profesión libremente, difícilmente puede esperar
que más tarde en la vida su hijo se sienta filialmente vinculado a ella. El
sábado es la confirmación no sólo de que Dios nunca nos abandona,
sino de que ha dado su vida para que nosotros podamos participar de
ella para siempre. Esta misión redentora del sábado se tratará en el
próximo capítulo, titulado El Sábado: Mensaje de Redención. En él
veremos cómo tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento el
descanso físico del sábado apunta al reposo espiritual obtenido
mediante la salvación en Cristo. En ese día el creyente al dejar de
hacer sus obras para ser salvo por la gracia divina, renuncia a sus
propios esfuerzos y reconoce su total dependencia de Dios, el autor y
consumador de su salvación.
Conclusión
Preguntábamos al principio de este capítulo cuáles eran las
características que hacían del sábado el símbolo representativo del
pacto entre Dios y los hombres. Hemos analizado los siete aspectos
más significativos. Primero, como signo de propiedad el sábado nos
recuerda que pertenecemos a Dios. Segundo, como sello de la santidad
divina, el sábado nos habla de nuestra elevada misión en el mundo.
Tercero, como emblema universal e inalterable, el sábado es el
recuerdo del carácter permanente de nuestro pacto con Dios. Cuarto,
como imagen del bautismo, el sábado nos invita a renovar nuestros
votos bautismales, volviendo a morir a nuestro egoísmo y reanudando
una vida nueva. Quinto, como señal en el tiempo, el sábado nos protege
de la idolatría, afirmando la naturaleza espiritual de nuestra alianza.
Sexto, como símbolo de compromiso mutuo, el sábado nos garantiza la
entrega de Dios a la humanidad, y nos mueve a consagrarle una parte
de nuestro tiempo–el séptimo día–como expresión de la entrega total
de nuestra vida. Y por último, como memorial de lo que Dios ha hecho
para salvarnos, el sábado nos permite experimentar y celebrar las
bendiciones del amor divino y el mensaje de alianza entre Dios y su
pueblo.
1. Uno de los mejores estudios sobre la noción de alianza en el Antiguo Testamento es el de D. J.
McCarthy, Treaty and Covenant, Analecta Biblica, 1963, 2a edición 1972. Véase también su
informe, Old Testament Covenant: A Survey of Current Opinions, Oxford, 1972. Cf. G. E.
Mendenhall, Law and Covenant in Israel and the Ancient Near East, 1955. Véase también su
artículo en The Interpreter’s Dictionary of the Bible, 1962, s.v. «Covenant»; K. Baltzer, The
Covenant Formulary in Old Testament, Jewish, and Early Christian Writtings, trad. de D. E.
Green. Oxford, 1971.
2. J. J. Stamm y M. E. Andrew, The Ten Commandements in Recent Research, 1967, p. 70. Más
adelante estos autores hacen la siguiente observación: «Ni la gracia ni lo que se requiere de
nosotros debe ser considerado como lo más importante o lo más básico. De hecho, es un error
plantear las cosas de esa manera, ya que se da la impresión de que se trata de dos cosas
distintas. Pero son inseparables. La gracia de Dios sólo puede sernos otorgada en la medida en
que se requiere de nosotros algo; y al recibir ese don, somos liberados de la esclavitud de la
confianza en nuestras propias fuerzas, la cual sólo puede llevarnos al orgullo y a la satisfacción
propia del legalismo» (p. 72).
3. Por ejemplo, el sacrificio de animales divididos (Gn. 15:7-16); el cordero pascual y su sangre (Ex.
12:12-14); el tabernáculo (Ex. 25:8).
4. El lenguaje de estos textos es claramente el del pacto. Obsérvese, por ejemplo, la expresión
«entre mí y vosotros» (Ex. 31:13, 16; Ez. 20:12, 20). Ernst Jenni explica que el sábado es totalmente
una institución de alianza (Die theologische BegrUndung des Sabbatgebotes in Alten
Testament, 1956, p. 13-15).
5. Citado en Karl Barth, Church Dogmatics, ET, 1956, III, parte 2, p. 51. Lo subrayado es nuestro.
6. Ibid., III, parte 1, p. 98. Karl Barth subraya que «es el pacto de la gracia de Dios lo que se revela
en este acontecimiento, en el clímax supremo y final del primer relato de la creación, como punto
de partida de todo lo que sigue. Todo lo que precede lleva a esa culminación» (p. 98).
7. Ibid., III, parte 1, p. 216, 217.
8. La prohibición de guardar el sábado impuesta por el emperador Adriano, es discutida por
Samuele Bacchiocchi en From Sabbath to Sunday, 1977, p. 159-161.
9. W. E. H. Lecky observa que «de todos los errores de la Revolución Francesa ninguno fue tan
completo como la substitución del séptimo día de descanso por el décimo, que se quiso imponer
por la fuerza de la ley. La innovación fracasó sin que nadie la echara de menos» (Democracy and
Liberty, 1930, II, p. 109). Cf. Charles Huestis, Sunday in the Making, 1929, p. 134.
10. Dennis J. McCarthy, Old Testament Covenant, 1972, p. 88.
11. Citado por Augusto Segre, en «Il Sabato nella storia Ebraica» en el simposio L’uomo nella
Bibbia e nelle culture ad essa contemporanee, 1975, p. 116. Herbert W. Richardson expresa un
punto de vista parecido cuando dice: «Creo que la fuerza del judaísmo para sobrevivir frente a
enemistades y adversidades constantes le viene de su convicción profunda de ser un «pueblo
sagrado», es decir, de su habitual celebración del sacramento del sábado» (Toward an American
Theology, 1967, p. 132).
12. Citado por R. H. Martin, The Day: A Manual on the Christian Sabbath, 1933, p. 184. Cf.
Sunday 65 (1978): 22.
13. M. G. Kline, Treaty of the Great King. The Covenant Structure of Deuteronomy, 1963, p. 18.
Gerard von Rad reconoce el «derecho de propiedad» expresado por el sábado, cuando dice: «Es el
día que pertenece realmente a Dios y establece una norma no contaminada por los asuntos
humanos … La celebración del sábado, por lo menos en el Israel antiguo, consistía en la
abstención del trabajo productivo como medida práctica, y en la devolución simbólica del día a
Dios» (Deuteronomy. A Commentary, 1966, p. 58).
14. A. T. Lincoln subraya esta función del sábado diciendo: «Al interrumpir la rutina del trabajo
durante veinticuatro horas, el pueblo manifestaba su lealtad y confesaba que el Dios de la alianza
era también el Dueño de su tiempo. Por eso el sábado pudo servir como señal de todas las
relaciones del pacto. Dejando de lado visiblemente sus trabajos y dejando, como si dijésemos, ‘en
barbecho’ el día del sábado, Israel demostraba su completa dependencia para con su Soberano»
(«From the Sabbath to the Lord’s Day: A Biblical and Theological Perspective», en From Sabbath to
the Lord’s Day: A Biblical, Historical and Theological Investigation, D. A. Carson, ed. [será
publicado en 1980], p. 563 del manuscrito).
15. Juan Calvino reconoce esta función del sábado: «Mediante el descanso del séptimo día, el
Legislador divino quería proporcionarle al pueblo de Israel un tipo de reposo espiritual, en el cual
los creyentes debían cesar de sus trabajos y permitir a Dios que obrase en ellos» (Institutes of the
Christian Religion, 1972, I, p. 339).
16. Ver The Interpreter’s Dictionary of the Bible, 1962, s.v. «Holiness». Johannes Pedersen
explica que la santidad, como vivencia del poder divino experimentada en ciertos lugares y
ocasiones, funciona como un principio regulador de la vida en su totalidad (Israel: Its Life and
Culture 1940, III-IV, p. 287).
17. A. Martin señala que la elección divina del sábado llena una función doble. «En primer lugar es
un tiempo que el hombre, objeto de la elección divina, aparta para el servicio de Dios. En segundo
lugar, el acto de poner aparte ese tiempo, le recuerda al cristiano que él mismo ha sido puesto
aparte» («Notes sur le Sabbat», Foi et Vie 5 [1975]: 18).
18. Ibid., p. 17.
19. Abraham Joshua Heschel escribe: «La palabra hebrea le-kadesh, santificar, significa, en el
lenguaje del Talmud, consagrar a una mujer prometida en matrimonio. De modo que el significado
de esa palabra en el Sinaí debía dejar grabada en Israel la idea de que su destino era el de ser el
‘prometido’ del día sagrado» (The Sabbath: Its Meaning for Modern Man, 1951, pp. 51-52).
20. Nathan A. Barack observa que la celebración del sábado «de puesta de sol a puesta de sol
permite al celebrante recibirlo y despedirlo mediante un ritual apropiado. El día es completo y
distinto. La experiencia religiosa de recibir y despedir el día santo hace también de la vida del
creyente algo distinto» (A History of the Sabbath, 1965, p. 32
21. M. L. Andreasen, The Sabbath: Which Day and Why?, 1942, p. 243.
22. La influencia de la legislación romana contra las sociedades secretas y las reuniones
(hetaeriae) religiosas de los cristianos es discutida en From Sabbath to Sunday (n. 8), pp. 95-99.
23. G. E. Mendenhall sostiene esta opinión: «La sorprendente escasez de referencias al pacto en el
Nuevo Testamento plantea serias dificultades, aunque es explicable: el pacto significaba para el
judaísmo la ley mosaica, pero para el Imperio Romano un pacto significaba una sociedad secreta
ilegal. Este doble conflicto hizo prácticamente imposible el uso significativo de este término en el
cristianismo naciente» (The Interpreter’s Dictionary of the Bible, 1962, s.v. «Covenant», p. 722).
Obsérvese que incluso la Cena del Señor perdió su significado de pacto («nuevo pacto en mi
sangre»–1 Co. 11:25) en la literatura posterior al Nuevo Testamento (ver, por ejemplo, Didache, 9,
10, 14), sin duda a causa de la legislación romana contra las hetariae (n. 22).
24. Louis Tamminga, «Review of Promise and Deliverance en S. G. De Graaf» Baptist
Reformation Review 3 (1979): 31.
25. Philip Melanchthon, On Christian Doctrine. Loci Communes, 1555, trad. de Clyde L.
Manschreck, 1965, p. 98. (Lo subrayado es nuestro).
26. A. Martin, (n. 17), p. 20.
27. Karl Barth (n. 5), p. 54.
28. Ibid.
29. George Foot Moore dice con razón que la observancia del sábado fue «más significativa, si
cabe, que la circuncisión. Esta última señal de pacto era impuesta al niño recién nacido por sus
padres no en razón de su comprensión ni de su voluntad, sino de su origen; mientras que la
observancia del sábado frente a los intereses materiales era una evidencia de que el hombre era
fiel, consciente y voluntariamente, a la religión en la que había crecido desde niño» (Judaism in the
First Centuries of the Christian Era, 1927, p. 24).
30. Sakae Kubo comenta que el sábado trae a su mente (del cristiano) el tiempo en que su nuevo
nacimiento tuvo lugar, el acontecimiento ocurrido una vez y para siempre en su bautismo. El
sábado semanal nos recuerda el acontecimiento definitivo de nuestra creación, nuestra redención
en Cristo y nuestra nueva creación» (God Meets Man, 1978, p. 49).
31. Abraham Joshua Heschel (n. 19), p. 99.
32. Fritz Guy, «Holiness in Time: A Preliminary Study of the Sabbath as Spiritual Experience»,
Andrews University, 1961, p. 5.
33. Hiley H. Ward escribe, por ejemplo: «El día (sábado) es intangible porque no es algo hecho con
las manos, según los rabinos judíos. ¿Pero es realmente intangible? Al haber sido delimitado con
regulaciones en cuanto a la manera de guardarlo y el género de vida en él exigido, se convierte en
algo tan tangible como una rueda de molino en el cuello de un hombre» (Space-Age Sunday,
1960, p. 146).
34. A. Martin (n. 17), pp. 24-25.
35. Karl Barth (n. 5), p. 54. Cf. ídem, III, parte 1, p. 226.
36. Ibid., p. 227.
37. Karl Barth expresa elocuentemente esta función del sábado diciendo: «La finalidad del
mandamiento del sábado es que el hombre permita a la gracia omnipotente de Dios tener la
primera y la última palabra en todo; . . . que éste se ponga a sí mismo, con todo su saber, querer y hacer, incondicionalmente a su disposición, (n. 5, p.54)
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