El Santuario y el Nuevo Pacto
La carta a los Hebreos contiene una relación profética y tipológica muy fecunda entre el plan de Dios como fue revelado mediante el sistema hebreo de los sacrificios y su plan como fue revelado mediante el ministerio personal de Jesucristo en su vida, muerte, ascensión y mediación celestial [Ver artículos en Frank B. Holbrook, ed., Issues in the Book of Hebrews. Daniel and Revelation Committee Series (Silver Spring, MD: Biblical Research Institute, 1989), T. 4]. Hebreos 9:15 nos presenta un estudio de estas dos revelaciones complementarias del plan de Dios. "Cristo es mediador de un nuevo pacto, para que los llamados reciban la herencia eterna prometida, ahora que él ha muerto para liberarlos de los pecados cometidos bajo el primer pacto" (NVI).
Aquí la Biblia enfatiza claramente que Jesucristo es nuestro Mediador celestial de un pacto superior. Él cumplió el tipo del así llamado pacto antiguo de una manera doble.
Primero, él es el verdadero Sacrificio sobre el cual está basado ese pacto, cuya sangre también lo ratificó. La sangre de Cristo también ratificó el nuevo pacto y transformó en anticuado el pacto del Sinaí y su sistema mediador basado sobre sacrificios de animales. "El pacto hecho con Abrahán fue ratificado mediante la sangre de Cristo, y es llamado el ‘segundo’ pacto o ‘nuevo’ pacto, porque la sangre con la cual fue sellado se derramó después de la sangre del primer pacto" [Elena G. de White, Patriarcas y profetas, p. 387].
Segundo, Cristo cumplió el tipo al llegar a ser el Mediador del nuevo pacto, así como Moisés fue el mediador del pacto del Sinaí. El hecho de que Cristo sea el mediador, sin embargo, incluye también la redención "de las transgresiones que había bajo el primer pacto" (Hebreos 9:15). El que incluya todo indica que los sacrificios del pacto del Sinaí sólo eran tipos que señalaban hacia la muerte de Cristo en la cruz, y encontraron su significado sólo en la muerte sustitutiva, como sacrificio, de Cristo. El hecho de que sea mediador nos hace comprender que afecta a la redención de todos los creyentes, ya sea a los que están bajo el pacto nuevo como los que están bajo el antiguo.
El nuevo pacto también es superior al antiguo en la certeza del perdón. Se-ría un error, sin embargo, obtener la impresión de que bajo el pacto del Sinaí, con sus sacrificios animales, el perdón no estuviera disponible. El perdón de Dios fue también prometido a aquellos penitentes en el período durante el cual el pacto del Sinaí estuvo en operación (Éxodo 34:6, 7; Levítico 4:20, 26, 31, 35; 19:22; Salmo 103:12; Isaías 38:17; 43:25; Nehemías 9:17). Pero el perdón bajo el pacto sinaítico anticipaba el perdón que quedaría asegurado por la sangre de Cristo (Hebreos 9:15), "que por muchos es derramada para remisión de pecados" (Mateo 26:18).
El perdón de los pecados bajo el nuevo pacto puede ser llamado superior en el sentido de que está asegurado por la muerte de Cristo en la cruz. En el pacto antiguo, el pecado era perdonado en vista y en espera de lo que Cristo lograría en la cruz cuando muriera por los pecados de la humanidad; pero en el nuevo pacto, el perdón es concedido sobre la base de lo que ya había sido realizado en la cruz. En el primer caso, los creyentes miraban hacia adelante, al logro que alcanzaría el Hijo de Dios; en el segundo, contemplamos hacia atrás, a lo que ya ha sido logrado por él.
EL VERDADERO SANTUARIO EN EL CIELO
Así como el pacto antiguo tenía un santuario, el nuevo pacto tiene un santuario. El santuario en el cielo no es meramente una idea en el mundo celestial que tuvo un reflejo impreciso en la tierra; más bien es muy real: algo en el centro del universo que puede verse y apreciarse [William G. Johnsson, "The Hea-venly Sanctuary: Figurative or Real?", Issues in the Book of Hebrews, pp. 35,51; cf. Ángel Manuel Ro-dríguez, "The Sanctuary", Handbook of Seventh?day Adventist Theology, Seventh?day Adventist Bible Commentary, Raoul Dederen, ed. (Hagerstown, MD: Review and Herald, 2000), T. 12, pp. 388, 389, 412?416].
Dios deseaba morar con su pueblo; por eso dijo: "Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos" (Éxodo 25:8). El propósito pleno de Dios para la construcción de un santuario portátil en el desierto era que pudiera estar más íntimamente presente en medio de su pueblo del pacto. Él proyectó que el santuario terrenal, erigido para morada de la divina Presencia, re-velara su propósito de hacer de los corazones humanos templos para su habitación [Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 132]: una provisión clave del nuevo pacto (Hebreos 13:20, 2 1). Todo el proceso de establecer el pacto (Éxodo 19 y 24) y de la promulgación de la ley (Éxodo 20: 1 ?11) es una garantía de la realidad de la presencia de Dios en su tabernáculo y en el corazón de las personas.
Un estudio cuidadoso de Éxodo 25:9 y 40, revela que la repetición de las palabras diseño y modelo (en hebreo, tabnît) expresa la idea de que Moisés en su visión (Números 8:4) vio un modelo a escala o una copia en miniatura del santuario celestial. Dios le ordenó que construyera un santuario terrenal según el diseño de ese modelo en miniatura. Por lo tanto, el santuario terrenal era una copia diseñada siguiendo la realidad celestial [Ángel Manuel Rodríguez, "The Sanctuary", pp. 381, 382].
El libro del Apocalipsis, en el Nuevo Testamento, claramente enfatiza que el templo/santuario celestial no debe ser considerado idéntico a todo el cielo. Apocalipsis 11:19 claramente muestra un templo "en el cielo" que se abrió y que el arca del pacto estaba dentro de este templo divino. En Apocalipsis 14:17 el revelador informa que "salió otro ángel del templo que está en el cielo" (la cursiva fue añadida). Este énfasis aparece otra vez en Apocalipsis 15:5, donde declara que "el templo del tabernáculo del testimonio… fue abierto en el cielo" (la cursiva fue añadida). Este énfasis repetido revela más allá de toda duda que existe en el cielo un templo o santuario y que de ninguna manera el cielo mismo o los cielos superiores pueden ser interpretados como el santuario. En resumen, es claro sobre la base de la visión que recibió Moisés, y la visión que recibió Juan el revelador, que debe hacerse una distinción clara entre el cielo mismo y el santuario/templo de Dios en el cielo.
La realidad del santuario celestial también es enfatizada en Hebreos S. En el versículo 2 encontramos el adjetivo verdadero asociado con el santuario celestial. El santuario celestial es el "verdadero tabernáculo". La palabra verdadero aquí sería mejor traducida como real, porque el adjetivo griego usa-do aquí es aléthinós, que representa lo "real" en oposición a lo meramente "aparente". (Otro adjetivo griego, aléthés, significa "verdadero" y define algo como "verdadero" en oposición a algo "falso".) Este "verdadero tabernáculo" (Hebreos 8:2) es el original del cual los dos santuarios terrenales fueron "figura y sombra" (versículo 5). El santuario terrenal es sólo una "sombra"; la realidad está en el cielo. La "sombra" sobre la tierra refleja la realidad física y real del santuario en el cielo con dos partes, que arrojan su sombra (comparar Éxodo 25:40; 26:30; 27:8).
La carta a los Hebreos nos informa que en el cielo superior (Hebreos 4:14; 7:26; 8:1, 2; 9:24; 12:25, 26), muy por sobre la tierra y los cielos que serán sacudidos por Dios (Hebreos 1:10?12; 12:26), existe la realidad de una Jerusalén celestial (Hebreos 11:10; 12:22; 13:14) y el santuario "real" de dos partes (Hebreos 8:2, 5; 9:11, 28). Como su copia terrenal tenía sus dos compartimentos (Hebreos 9:1?6), así el original celestial tiene dos partes o escenarios (Hebreos 8:2, 5; 9:8, 11, 12, 23, 24; 10:19), uno de los cuales contiene el trono de Dios (Hebreos 4:16; 8:1; 12:2). Este santuario celestial real con dos partes no sólo es el original, sino el lugar exacto del ministerio celestial, salvador y benéfico.
La lógica de la carta a los Hebreos demanda que así como el pacto antiguo tenía un santuario con dos partes, el nuevo pacto tiene un santuario con dos partes. La tipología usada en Hebreos 8:1 al 5 y Hebreos 9:8 al 28 describe una tipología vertical celestial?terrenal y una tipología de original?copia.
Hebreos 9:1 al 5 describe la estructura del santuario terrenal con los lugares Santo y Santísimo. Los versículos 6 y 7 dan detalles de los servicios realiza-dos en cada uno de ellos. En Hebreos 9:8 la expresión el primer tabernáculo (NVI) [N. del Tr.: En la versión Reina?Valera 1960 se la traduce como primera parte del tabernáculo] (en hebreo protésken) se usa en el sentido temporal de "primer santuario" o "santuario anterior" del pacto antiguo en su totalidad, incluyendo tanto el lugar Santo como el Santísimo.
En Hebreos 9:8 la expresión "Lugar Santísimo" (griego, ta hagia) se refiere al santuario celestial entero con sus dos divisiones. "El más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos" (Hebreos 9:11) se refiere, del mismo modo, a las dos partes, las dos divisiones del santuario celestial. Todo esto afirma que el Nuevo Testamento así como el Antiguo (Salmo 11:4; 18:6; 29:9; 60:6; 63:2; 68:35; 96:6; 150:1; Miqueas 1:2, 3; Habacuc 2:20; etc.), enseñan la realidad del santuario celestial y que es el verdadero o "re-al" santuario celestial de dos partes, y no meramente una idea o una metáfora.
Antes del período del Nuevo Testamento, el camino divinamente designado para que el pecador se liberara del pecado y la culpa era llevando sacrificios animales. Levítico 1 al 7 detallan las ofrendas y sacrificios de los israelitas. Los procedimientos requerían una cuidadosa atención al uso y eliminación de la sangre en las diversas clases de sacrificios.
La persona que había pecado había quebrantado la relación del pacto y la ley que la regulaba. Esta persona, bajo el pacto antiguo, podía ser restaurada a la plena comunión con Dios y sus semejantes si esa persona traía un animal como sacrificio para sustituirlo a él. Los sacrificios, con sus ritos, eran los medios señalados por Dios para producir la limpieza del pecado y la culpa. Habían sido instituidos para limpiar al pecador, para transferir el pecado y la culpa del pecador por medio de la aspersión de la sangre al santuario, y para restablecer la comunión y el compañerismo pleno con Dios y los semejantes. "De hecho, la ley exige que casi todo sea purificado con sangre, pues sin derramamiento de sangre no se hay perdón" (Hebreos 9:22, NVI).
El israelita observador sabía que los sacrificios de animales eran el medio designado por Dios para apuntar proféticamente al gran Sacrificio. Un animal ciertamente no podía ser un sustituto para una expiación adecuada del pecado y la culpa de una persona (ver Oseas 6:6; Salmo 50:8?15; 51:15?19; Isaías 1:10?18; 53). El autor de Hebreos declara explícitamente: "Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados" (Hebreos 10:4). Así, los sacrificios de animales eran sólo una figura anticipada del Sacrificio que vendría, que moriría como una muerte sustitutiva por los pecados del mundo.
Esta verdad profunda está expresada proféticamente en uno de los capítulos más majestuosos de toda la Biblia: "Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca" Isaías 53:5?7). Estas palabras proféticas acerca del Mesías venidero y su lugar como el Sacrificio, manifiestan el hermoso plan de Dios para la salvación de la humanidad.
El hecho de que Jesucristo murió en la cruz como un sacrificio es el tema principal del Nuevo Testamento. Jesús es llamado el Cordero de Dios matado vicariamente: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Juan 1:29). Pablo describe a Jesús como "nuestra Pascua, que es Cristo", que fue "sacrificada por nosotros" (1 Corintios 5:7). De hecho, Jesús "se entregó a sí mismo por nosotros" como un "sacrificio a Dios" (Efesios 5:2), "como de un cordero sin mancha y sin contaminación" (1 Pedro 1:19). Él ofreció "una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados" (Hebreos 10: 12).
La idea de que la muerte de Cristo en la cruz es sustitutiva y no meramente representativa, ha perdido popularidad entre muchos intérpretes [Ver el repaso conveniente que da Richard Rice, ‘The Doctrine of Atonernent in Contemporary Protestant Theology", The Sanctuary and the Atonement: Biblical, Historical, and Theological Studies, Arnold V. Wallenkampf y W. Richard Lesher, eds. (Washington, DC: Review and Herald, 1981), pp. 478?499]. Sin embargo, el sacrificio sustitutivo de Cristo en la cruz no puede ser negado fácil-mente. El Nuevo Testamento insiste vez tras vez que Cristo, quien fue "sin pecado" (Hebreos 4:15), murió "a causa del pecado" (Romanos 8:3) y fue crucificado en favor de los hombres y las mujeres. Cristo "se dio a sí mismo por nuestros pecados" (Gálatas 12:4). "Fue entregado a la muerte por nuestros pecados" (Romanos 4:25, NVI). Él "murió por nuestros pecados, con-forme a las Escrituras" (1 Corintios 15:3). Estos pasajes, junto con Gálatas 3:13 y 2 Corintios 5:14, demuestran que la muerte de Cristo en la cruz fue sustitutiva. Él murió en nuestro lugar. Él nos sustituyó a nosotros. Él murió la muerte del transgresor, pagando la penalidad de nuestro pecado, y con ellos proveyó vida y compañerismo con él y la Deidad para siempre [Raoul Dederen, "Christ: His Person and Work", Handbook, pp. 175?182; Rodríguez, "Salvation by Sacrificial Substitution", Journal of the Adventist Theological Society 312 (1992), pp.49?77].
Así como se mataba al animal en el altar fuera del santuario, Jesucristo murió en la cruz en la tierra, fuera del santuario celestial. La muerte de Cristo en la cruz resumió y cumplió todos los tipos y sombras de todos los diversos sacrificios del sistema del Antiguo Testamento, los cuales señalaban a su muerte.
Cuando Jesucristo murió en la cruz, el templo y su ritual perdieron su importancia. El velo del templo se rasgó por el medio (Mateo 27:51), indicando que el templo y sus ritos habían perdido ahora su significado en el plan de Dios. Aun cuando los judíos ?y ciertos cristianos de origen hebreo, como podemos vislumbrar en la carta a los Hebreos? siguieron ofreciendo sacrificios en el templo terrenal, estos sacrificios ya no tenían valor. Jesucristo, el Sacrificio real, había venido, cumpliendo la totalidad de lo que estos sacrificios de animales habían señalado, haciendo que tales sacrificios ya no tuvieran sentido después que él murió.
LA PRIMERA FASE DEL MINISTERIO DE CRISTO EN EL SANTUARIO CELESTIAL
Después de la dedicación del santuario terrenal (Éxodo 40:1-11) y la consagración de los sacerdotes (Éxodo 40:12-33; 30:30), se inició el ministerio en el santuario terrenal. En el antitipo, nuestro Sacerdote y Sumo Sacerdote celestial también comenzó su ministerio en el santuario celestial después de su dedicación, un rito predicho en Daniel 9:24. El derramamiento pentecostal del Espíritu Santo significó, de acuerdo con Hechos 2:33, que Cristo había iniciado su ministerio celestial. Por medio del Espíritu Santo, el ministerio de Cristo sostiene a su iglesia sobre la tierra, y vindica a los creyentes ante sus enemigos.
Jesús es nuestro "mediador" celestial de un pacto superior. La propia sangre de Cristo, derramada en el Calvario en nuestro favor, ratificó el nuevo pacto e hizo caducar el pacto anterior y su sistema mediador. La propia sangre de Cristo nos da "libertad para entrar en el Lugar Santísimo" [el santuario] (Hebreos 10:19). Provee "el camino nuevo y vivo" (versículo 20) por el cual podemos "confiadamente" acercarnos "al trono de la gracia" (Hebreos 4:16).
Cristo es nuestro Sacerdote y Sumo Sacerdote celestial. La designación "sacerdote" se aplica tres veces en la carta a los Hebreos al Cristo exaltado y entronizado (Hebreos 7:15; 8:4; 10:21). En Hebreos 7:15 y 16, Cristo es presentado como el Sacerdote distinto a semejanza de la orden de Melquisedec. Melquisedec no es llamado "sumo sacerdote" sino "sacerdote” y es un tipo de Cristo, el "sacerdote" celestial.
Otra característica distintiva de la carta a los Hebreos es el desarrollo de una extensa tipología de Cristo como el Sumo Sacerdote celestial. Investigaciones recientes muy cuidadosas de esta tipología muestran que tiene aspectos horizontales así como verticales. Hablamos antes de la tipología vertical. La tipología sumo-sacerdotal de Hebreos se desarrolla principalmente siguiendo líneas horizontales. Hebreos 5:4 y 5 enfatiza que Jesús fue llamado por Dios a su cargo sumo sacerdotal así como Aarón lo fue. Su designación fue un cumplimiento de la predicción registrada en Salmos 110:4. Cristo fue "declarado" (Hebreos 5:10) y "hecho más sublime que los cielos” (Hebreos 7:26). Su designación como sumo sacerdote fue el resultado de un llamado divino y no por medio de un acto de designación propia o por herencia física. Investido de ese modo, Cristo demuestra que sus ministerios sacerdotal y sumo sacerdotal son de una naturaleza superior.
El Nuevo Testamento presenta la función de Cristo en el cielo, aparte de la de Sacerdote y Sumo Sacerdote, también como la de Mediador e Intercesor. Pablo describe a Moisés como el "mediador" de la ley (Gálatas 3:19), pero en 1 Timoteo 2:5, el Señor Jesucristo, quien se dio a si mismo como rescate por todos, es llamado "un solo mediador entre Dios y los hombres". El término Mediador es uno de los grandes títulos que el Nuevo Testamento da a Jesús, y se le aplica cuatro veces: 1 Timoteo 2:5; Hebreos 8:6; 9:15; 12:24.
El uso de la palabra "mediador" en el Nuevo Testamento es la de un árbitro o intermediario cuya tarea es unir de nuevo dos partes que se habían aleja-do mutuamente. Él borra las diferencias entre las partes enemistadas y también inicia un contrato o pacto. Un "mediador" también puede servir como garante (Hebreos 7:22) que asume la deuda de otra persona.
De este modo en la primera fase del ministerio celestial de Cristo, llevada a cabo en la primera parte o escenario del santuario celestial, Jesús, el Mediador celestial, actúa como nuestro intermediario entre nosotros y Dios. Él es el eslabón entre Dios y la humanidad. Él, como nuestro Mediador, ha pagado todas las deudas de cada uno de sus clientes. Jesús es el Mediador que responde por nuestra deuda ante Dios por lo que está representado por su sangre (Hebreos 10:10, 19), habiéndose dado a sí mismo por nosotros. Sólo él es capaz de unir las dos partes enemistadas.
Jesucristo es el camino de acceso al santuario celestial (ver Hebreos 9:8). Su mediación continuada en el santuario celestial es tan perfecta y de una naturaleza tan superior que el creyente en Cristo no necesita otro mediador, sea en la tierra o en el cielo. La gloria singular de Cristo como Mediador demanda que los fieles no inviertan en ningún otro ser que tuviera ni un remoto parecido con la función y la obra que Jesucristo está realizando en el santuario celestial.
Cristo también actúa como Intercesor celestial. El ministerio celestial de Cristo incluye el aspecto de una intercesión continua como se enfatiza en la forma del verbo en Romanos 8:34. También se dice que la obra de Jesús es "interceder" por los que "por él se acercan a Dios" (Hebreos 7:25). La enseñanza de la intercesión celestial continua de Cristo se desarrolla al máximo en la carta a los Hebreos, donde se muestra que sus actividades de intercesión continua (Hebreos 7:25) se realizan "por nosotros ante Dios" (Hebreos 9:24) y donde continuarán mientras Cristo sea el Sumo Sacerdote (Hebreos 6:20; 7:3).
Esta intercesión, realizada individualmente en favor de cada uno que se acerca a Dios por medio de Cristo, es un acto legítimamente sumo sacerdotal. Mediante su función intercesora, nuestro Sumo Sacerdote celestial nos limpia de toda iniquidad. La función intercesora de Cristo es la de un Paracleto, un abogado ante el Padre (1 Juan 2:1), quien habla al Padre en nuestra defensa, con el fin de que los pecados confesados de los santos puedan ser perdonados.
El conocimiento de la función de Cristo como Sacerdote y Sumo Sacerdote intermediario e intercesor en el cielo, como nuestro Mediador e Intercesor celestial, nos da confianza de nuestra salvación. Nos libera de la culpa cuando confesamos nuestros pecados a él. Nos eleva a un plano más alto de crecimiento espiritual. Nos enseña acerca de Aquel por quien solamente podemos llegar a ser perfectos. Nuestro conocimiento de las funciones celestiales de Cristo nos proporciona una clave esencial para entender el significado de la justificación por la fe.
LA SEGUNDA FASE DEL MINISTERIO CELESTIAL DE CRISTO
La segunda fase del ministerio celestial de Cristo se realiza en la segunda división o escenario del santuario celestial y comenzó en 1844. La separación de esta segunda fase del ministerio celestial de Cristo de la primera se relaciona tipológicamente con la separación del ministerio terrenal del sumo sacerdote en el día de la Expiación de la que se llevaba a cabo diariamente a través del año. El ministerio "anual" del sumo sacerdote terrenal durante los tiempos del Antiguo Testamento, en el gran Día de la Expiación, corresponden tipológicamente a la segunda fase del ministerio de Cristo en la segunda división del santuario celestial.
Al hablar de la segunda fase del ministerio de Cristo en el santuario celestial, es de gran importancia reconocer que la segunda fase no elimina la primera fase. Por el contrario, una nueva segunda fase de ministerio se añade a la primera fase de modo que ambas fases siguen operando simultáneamente. Vemos este paralelo en los ritos del santuario terrenal. En el Día de la Expiación, también se ofrecía un holocausto continuo, además de los sacrificios específicos de ese día (Números 29:11). Del mismo modo, al comienzo de la segunda fase del ministerio expiatorio de Cristo, en la fase sumo-sacerdotal, él no cesó de actuar como Intercesor y Mediador. Durante la segunda fase, así como durante la primera, el perdón como los demás beneficios que corresponden al creyente por el ministerio sacerdotal continuo de Cristo siguen estando disponibles.
Examinaremos ahora el factor de tiempo en la comparación del ministerio sacerdotal típico con el antitípico. La escena del juicio en Daniel 7 ilumina este aspecto del tema. Se ubica dentro del marco temporal del fin, después que la profecía de los 1.260 días-años del dominio del cuerno pequeño sobre el pueblo de Dios se haya cumplido y antes de que el pueblo de Dios reciba el reino (Daniel 7:2 1, 22). Aspectos adicionales que amplían el tema ya revelado en la visión de Daniel 7 se encuentran en Daniel 8: 13 y 14. Específicamente, proporcionan detalles con respecto al elemento de tiempo de la segunda fase, relacionando esta segunda fase con la "purificación" del santuario celestial y fechándola como iniciándose al concluir los 2.300 años, o sea, en 1844. (Ver Daniel 9:24-27 para encontrar las razones por las que la profecía de los 2.300 días-años comenzó en el año 457 a.C.)
Es asombroso notar que el término santuario en Daniel 8:14 es el término hebreo qúdesh. Este término mismo es la palabra típica usada para designar el santuario ("el tabernáculo de reunión", el "lugar santo", etc.) que debía ser purificado el Día de la Expiación en Levítico 16, donde aparece ocho veces (versículos 2, 3,16, 17, 20, 23, 27, 33). Aquí se demuestra claramente un eslabón en la terminología como también en el concepto entre Daniel 8:14 y Levítico 16. En Levítico 16, el capítulo del gran Día de la Expiación, la purificación del santuario es el del pacto antiguo. Pero en Daniel 8:14 la "purificación" del santuario es el del nuevo pacto, el santuario ungido después de la muerte y la ascensión de Cristo (ver Daniel 9:24, última frase) y que ahora es purificado en "el tiempo del fin" (Daniel 8:17; comparar con el versículo 19).
La actividad descrita en Daniel 8:14 que ocurrirá en el santuario celestial es aquella para la cual Daniel usó una palabra tradicionalmente traducida como "purificación". El término hebreo es nisdaq, la única vez que esta forma verbal se usa en el Antiguo Testamento. Ha sido traducida como "purificar" desde las traducciones más antiguas a otros idiomas. Dos traducciones griegas, llamadas la Septuaginta y Teodoción, contienen la misma traducción: "purificado". En la traducción latina conocida como la Vulgata, la palabra es traducida como mundabitur, "purificado" o "limpiado". Esto también es cierto en las traducciones como la Siríaca antigua y la copta.
Una investigación filológica cuidadosa revela que la idea de ser "purificado" es parte de la connotación de este término, como paralelo a términos hebreos (Job 4:17; 17:9; 15:14; Salmo 51:7; Proverbios 20:7?9) que significan "limpiar" o "purificar". Pero el término hebreo nisdaq en Daniel 8:14 abarca también ideas como las de "corregir", "restaurar", así como "justificar" y "vindicar" [Gerhard F. Hasel, "The ‘LittIe Horn’, The Heavenly Sanctuary and the Time of the End: A Study of Daniel 8:14", Symposium on Daniel, Frank B. Holbrook, ed. (Washington, D.C.: Biblical Research Institute, 1986), pp. 448?461; Richard M, Davidson, "The Meaning of Nisdaq in Daniel 8:l4", Journal of the Adventist Theological Society 7/1 (1996), pp. 107?119]. Parece no existir un término castellano adecuado que capte en una palabra los diversos matices de significado, tales como purificar, corregir, justificar y vindicar, que necesitan ser encapsulados en una sola palabra para transmitir la riqueza de esta palabra hebrea.
Hemos señalado antes que la nueva fase en el ministerio celestial de Cristo comenzó en el año 1844, una actividad en la segunda división o escenario del santuario celestial. Esta actividad previa al advenimiento es el antitipo de la obra del Día de la Expiación en el sistema levítico. Se lleva a cabo en el Lugar Santísimo y tiene dimensiones cósmicas. La "purificación" involucra el borrar los pecados. La "restauración" involucra obtener el lugar adecuado para el funcionamiento de la intercesión sumo sacerdotal de Cristo durante esta última fase del ministerio celestial. La "justificación" involucra la actividad forense y judicial del juicio, en el cual se toma la decisión acerca de quién será resucitado y los que serán rescatados en la segunda venida de Cristo (ver Daniel 12:1?3). La "vindicación" involucra la indicación de la inocencia de los santos antes las inteligencias del universo (ver Daniel 7:9, 10), y contados como dignos de la ciudadanía en el eterno reino de Dios. La "vindicación" también involucra que se vindican el carácter y la justicia de Dios.
La actividad judicial, redentora y purificadora descrita en Daniel 8: 14 señala precisamente el comienzo de estos eventos en el santuario celestial: ocurren al final de las 2.300 "tardes y mañanas". Estas actividades celestiales se comparan con el día típico de la Expiación registrado en Levítico 16, la purificación, justificación y vindicación del santuario y de los santos. La actividad judicial, redentora y purificadora del tiempo del fin ante las inteligencias del universo restauran el santuario a su lugar apropiado, borra el pecado, y los santos, así como Dios mismo, quedan vindicados delante del universo.
La base pactada de la actividad judicial, redentora y purificadora en el santuario celestial para el pueblo de Dios es Cristo y su sacrificio: "Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo" (Daniel 12: 1; comparar con Judas 9). Él puede salir victorioso en el tiempo de angustia y liberar físicamente a los santos, "todos los que se hallen escritos en el libro de la vida. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua" (Daniel 12:1, 2). Evidentemente, la gran culminación de la actividad judicial, redentora y purificadora del tiempo del fin (justificación, purificación, vindicación, restauración) afecta tanto al santuario celestial como a los san-tos que están en la tierra.
La contemplación de esta obra de Jesucristo, majestuosa, maravillosa, y que desafía la mente, puede revelar a cada uno de nosotros un sentido verdadero del elevado privilegio de pertenecer al pueblo de Dios en una relación de pacto. No estamos solos en nuestras luchas. Más bien, nuestro Sumo Sacerdote celestial ahora nos asegura de su ministerio en nuestro favor arriba y de su presencia con nosotros y en nosotros aquí abajo. La contemplación de lo que está ocurriendo en el cielo a nuestro favor también nos invita y nos motiva a participar en una purificación personal de nuestras vidas por su gracia. Además, una comprensión genuina de la actividad celestial que se realiza en lugar Santísimo del santuario celestial debiera animamos con un sentido de misión para cooperar con él para que las personas estén listas para su regreso.
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