El Vaticano y los Grandes Genocidios del Siglo XX (6)
Alberto Treiyer
Doctor en Teología
Los grandes genocidas del S. XX.
El sistema de gobierno católico-romano es monárquico por naturaleza, y sigue siéndolo así hasta el día de hoy. No son los creyentes católicos los que eligen al papa, quien por otro lado, se considera infalible en materias de fe y costumbres. Subsiste en el romanismo un sistema medieval monárquico de gobierno cuyo representante máximo es establecido en forma vitalicia, como los reyes en las monarquías europeas anteriores. Lo más sorprendente, es que tal sistema de gobierno haya podido perdurar en medio de regímenes modernos elegidos democráticamente por el pueblo, y cuyos gobernantes ejercen su oficio en forma temporaria, según lo decida la autoridad que emana no de una cúpula, sino del mismo pueblo.
El peligro para esta visión piramidal del poder se agrandó para el Vaticano cuando comenzaron a levantarse en Europa y América partidos políticos católicos que abrazaban el sistema democrático de gobierno y, por consiguiente, no se sujetaban fácil e incondicionalmente a las directivas de la cúpula romana. Esto sucedió a comienzos del S. XX, especialmente en Francia y en Alemania, y aún en la misma Italia y otros países de orientación religiosa católica. ¿Qué hacer entonces, para evitar que con tal corriente, se terminase democratizando aún el mismo sistema jerárquico de la Iglesia Católica Romana? (Pope’s Hitler, 35-40). Si se desprendía el papado de esos partidos políticos católicos liberales, ¿a qué sistemas de gobierno podría recurrir para hacer oir su voz, y se acatasen sus dogmas político-económico-religiosos?
Vanos habían sido los intentos del papado por lograr concordatos con los países democráticos de Europa, en donde al menos sus escuelas fuesen reconocidas y pagados los obispos de la Iglesia. Algún logro obtuvo en la región católica de Baviera en 1924. Pero tal concordato favorable a la Iglesia Católica le creó mayores problemas para lograr otros concordatos con Prusia, por ejemplo, y con el Reich alemán. Mientras que en Baviera logró que el clero fuese pagado por ese estado regional de Alemania, en Prusia tuvo que dejar la cuestión de las escuelas fuera del acuerdo (Pope’s Hitler, 100-104).
Una nueva opción intermedia aparece, entonces, con el nazismo alemán y el fascismo italiano entre la segunda y tercera décadas del S. XX. Ambos se autoproclaman favorables a la Iglesia Católica y contrarios al comunismo. Ambos necesitan un reconocimiento “moral” para superar las críticas de las demás corrientes democráticas occidentales y del comunismo. ¿Cómo desaprovechar, pues, el papado romano, semejante oportunidad para resarcirse del golpe de gracia que había recibido en la Revolución Francesa, y del que no se podía recuperar todavía? Es más, su presunta posición intermedia entre el capitalismo y el comunismo apuntaban en esa dirección.
El Vaticano vio en Hitler y Mussolini una oportunidad para afianzarse en el poder y recuperar el centro de Europa para la Iglesia Católica. Más aún, los vio como divinamente señalados para poder deshacerse del comunismo y relanzar la evangelización católico-romana del resto de Europa, inclusive del mundo ortodoxo en el este. Con ellos (los dictadores), iba a poder firmar y, por la vía rápida, concordatos de mutuo reconocimiento. Al ver luego, los demás países católicos de Europa y Latinoamérica, cuán rápido el papado daba reconocimiento a tales gobiernos, iban a saludar con el mismo beneplácito a gobiernos dictatoriales que apareciesen súbitamente en su medio y con motivos semejantes.
En efecto, todos los grandes dictadores y genocidas del S. XX en occidente, fueron católicos y contaron con el respaldo abierto y explícito del papado romano. Este hecho no puede ser negado ni debe pasarse por alto. La Iglesia vio en ese nuevo sistema una oportunidad para recuperar el dominio perdido en el centro de Europa, e imponerse, a partir de allí, en el resto del mundo como la única autoridad moral, política y espiritual reconocida. Siendo que la Iglesia Romana es una institución autoritaria por definición, no debía extrañar a nadie que favoreciese gobiernos hechos a su imagen y semejanza.
Consideremos por unos momentos los nombres de los dictadores del S. XX. Indiscutiblemente, todos fueron católicos. Entre los más sobresalientes podemos mencionar los siguientes.
Benito Mussolini (Italia), 1922-1943; Engelbert Dollfuss and Kurt von Schuschnigg (Austria), 1932-1934; Adolf Hitler (Alemania), 1933-1945; Antonio Salazar (Portugal), 1932-1968; Francisco Franco (España), 1936-1975; Ante Pavelic (Croacia), 1941-1945; Juan Perón (Argentina), 1946-1955; Videla (con la Junta Militar que gobernó a Argentina durante la “guerra sucia” en los 70s), Pinochet en Chile, etc. De entre ellos, los más criminales fueron Hitler, Musolini, Franco y Pavelic (también, aunque en no tan grande número, Videla y Pinochet). Corresponderá, a continuación, demostrar la relación de estos regímenes dictatoriales y sus genocidios con el Vaticano y la Iglesia Católica en general.
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