Filipos-

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(gr. Fílippoi, «ciudad de Filipo»)

 Ciudad en la Macedonia oriental. Está situada sobre una abrupta colina que domina el río Gangites. Su nombre original, Crenides («fuentes pequeñas»), derivaba de los numerosos manantiales que rodean la colina; hoy se llama Filibedjik.

Fue fundada por atenienses en el s VII a.C., pero en el 358/357 a.C. fue capturada por Filipo II de Macedonia, quien la reedificó como su residencia y le puso su nombre. La ciudad adquirió importancia por las minas de oro y plata en las montañas vecinas del cordón Pangeus. Cuando el comandante romano Emilio Paulo derrotó a Perseo, el último rey macedonio (168 a.C.), Filipos y el resto del país quedó en manos romanas. Entonces la ciudad llegó a ser parte del 1º de los 4 protectorados en que se dividió Macedonia (ésta se convirtió en provincia romana en el 146 a.C.). En el 42 a.C. se libró en la vecindad de Filipos la gran batalla entre Octaviano y Antonio (los vengadores del César) y Bruto y Casio (sus asesinos). Octaviano y Antonio salieron victoriosos y luego ensancharon la ciudad y la elevaron al estatus de colonia (Colonia Julia Philippensis). Más tarde se le otorgó el ius italicum, lo que significaba que sus habitantes recibían una forma de ciudadanía romana. Como muchos veteranos romanos se habían establecido allí, en tiempos del NT más o menos la mitad de su población era de origen latino (cf Hch. 16:12, 21); la otra mitad la formaban macedonios y algunos inmigrantes, como los judíos. Estos parecen haber formado sólo una pequeña minoría, porque no tenían una sinagoga en la ciudad (v 13). Aunque Filipos no era la capital de la provincia ni del distrito -este honor le correspondía a Anfípolis-, el hecho de ser un centro comercial y de estar en buena ubicación cerca de la Vía Ignacia, la carretera romana que cruzaba toda la Macedonia de oeste a este, la hacía la ciudad más importante del este de Macedonia (v 12).

 Pablo fue a Filipos, en su 2º viaje misionero (c 50 d.C.), en respuesta a la visión recibida en Troas (Hch. 16: 9-12). Fundó una iglesia que llegó a serle muy querida. Fue la única de la cual más tarde aceptó ayuda financiera (Fil. 1:3-8; 2:25; 4:10-16). Se vio obligado a dejar la ciudad por causa de las persecuciones (Hch. 16:38-40), pero sin duda visitó la iglesia otra vez durante su viaje de Efeso a Corinto (c 57 d.C.; 20:1, 2). En la primavera siguiente (hemisferio norte), en camino a Jerusalén, pasó la Pascua en Filipos (Hch. 20:6). Mientras estuvo en Roma, durante su 1er encarcelamiento, escribió una carta a la iglesia del lugar. Véase Filipenses, Epístola a los. Bib.: P. E. Davis, BA 26 (1963): 95-101. DBA

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