Gozoso y agradecido

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III Trimestre de 2012
1 y 2 de Tesalonicenses

Notas de Elena G. de White 

Lección 4
28 de Julio de 2012

Gozoso y agradecido
1 Tesalonicenses 1:1-10

Sábado 21 de julio

Al cristiano se otorga el gozo de reunir los rayos de luz eterna del trono de gloria, y de reflejar esos rayos no solo sobre su propio camino, sino sobre los senderos de las personas con quienes él se relaciona. Al hablar palabras de esperanza y estímulo, de agradecida alabanza y bondadoso aliento, puede esforzarse por ayudar a quienes lo rodean a ser mejores, a elevarlos, a señalarles el camino al cielo y la gloria, y conducirlos a buscar, por sobre todas las cosas terrenales, la sustancia eterna, las riquezas que son imperecederas.

“Regocijaos en el Señor siempre —dice el apóstol— Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4). Doquiera vayamos, debemos llevar una atmósfera de esperanza y gozo cristianos; entonces quienes están separados de Cristo verán atractivo en la religión que profesamos; los incrédulos verán la consistencia de nuestra fe. Necesitamos tener una percepción más clara del cielo, la tierra donde todo es reluciente y ale­gre. Necesitamos conocer más de la plenitud de la bendita esperanza. Si estamos constantemente “regocijándonos en la esperanza”, seremos capaces de hablar palabras de aliento a quienes nos rodean (Reflejemos a Jesús, p. 212).

Los sobreveedores espirituales de la iglesia deben idear medios y modos de dar a cada miembro de la iglesia una oportunidad de des­empeñar alguna parte en la obra de Dios. Demasiado a menudo en lo pasado, esto no ha sido hecho. No se han trazado claramente ni se han llevado plenamente a cabo planes por los cuales los talentos de todos pudiesen ser empleados en un servicio activo. Son pocos los que com­prenden cuánto se ha perdido por causa de esto.

Los dirigentes de la causa de Dios, como generales sabios, han de trazar planes para que se realicen avances en toda la línea. Al hacer sus planes, deben dedicar estudio especial a la obra que pueden hacer los miembros laicos en favor de sus amigos y vecinos. La obra de Dios en esta tierra no podrá nunca terminarse antes que los hombres y mujeres abarcados por el total de miembros de nuestra iglesia se unan a la obra, y aúnen sus esfuerzos con los de los pastores y dirigentes de las iglesias (Obreros evangélicos, pp. 364, 365).

 

Domingo 22 de julio:
Una oración de gratitud (1 Tesalonicenses 1:1-3)

Se me llamó la atención a las palabras inspiradas de Pablo para aquellos que habían sido ganados al evangelio en Tesalónica: “Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros, haciendo memoria de voso­tros en nuestras oraciones, acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo”. El ejemplo de estos conversos a la fe glorificaba más a Dios que toda la predicación de Pablo y sus compañeros en el ministerio. De la misma manera, la conducta de los creyentes en la actualidad hará más para mos­trar el poder de la verdad que todos los sermones de nuestros ministros (The Australasian Union Conference Record, 30 de septiembre, 1912).

Ha llegado el tiempo cuando hemos de esperar abundantes ben­diciones del Señor. Debemos ascender a una norma más elevada en lo que concierne a la fe. Tenemos demasiado poca fe. La Palabra de Dios es nuestra garantía. Debemos recibirla creyendo con sencillez cada palabra. Con esta seguridad podemos pedir cosas grandes, y se nos concederán según sea nuestra fe…

La obra de la fe significa más de lo que nos imaginamos. Significa una confianza genuina en la Palabra de Dios tal como es. Por nuestras acciones debemos mostrar que creemos que Dios hará lo que ha dicho. Las ruedas de la naturaleza y de la providencia no pueden retroceder ni estarse quietas. Debemos tener una fe progresiva y eficaz, una fe que obre por amor y purifique el alma de todo vestigio de egoísmo. No debemos depender de nosotros, sino de Dios. No debemos albergar incredulidad. Debemos tener esa fe que acepta la Palabra de Dios como veraz…

La verdadera fe consiste en hacer lo que Dios ha ordenado, y no las cosas que no ha prescripto. Los frutos de la fe son la justicia, la verdad y la misericordia. Necesitamos andar en la luz de la ley de Dios; las buenas obras serán el fruto de nuestra fe, las obras de un corazón renovado diariamente. El árbol debe ser hecho bueno antes de que su fruto pueda ser bueno. Debemos estar enteramente consagrados a Dios. Nuestra voluntad debe corregirse antes de que su fruto pueda ser bueno. No debemos tener una religión antojadiza. “Hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31) (Dios nos cuida, p. 148).

 

Lunes 23 de julio:
Dios os escogió (1 Tesalonicenses 1:4)

No puede existir algo parecido a que alguien entre en el cielo sin estar preparado para el cielo. No hay nada así como un ser humano santificado e idóneo para el reino celestial sin antes haber hecho una elección por [a favor de] ese reino. Dios escoge a los que han estado actuando conforme al plan de adición. La explicación se da en el pri­mer capítulo de Segunda Pedro. Cristo ha pagado por cada ser humano el precio de la elección. Nadie tiene por qué perderse. Todos han sido redimidos. A los que reciben a Cristo como un Salvador personal se les dará poder para llegar a ser hijos e hijas de Dios. Se ha proporcionado una póliza de seguro de vida eterna para todos.

Cristo redime a los que Dios elige. El Salvador pagó el precio de la redención de cada alma. No somos nuestros, pues somos comprados por precio. Recibimos del Redentor, quien nos eligió desde la funda­ción del mundo, la póliza de seguro que nos da derecho a la vida eterna (Comentario bíblico adventista, tomo  7, p. 955).

Cristo puede salvar hasta lo sumo a todos los que se acercan a él con fe. Si se lo permiten los limpiará de toda contaminación; pero si se aferran a sus pecados no hay posibilidad de que sean salvos, pues la justicia de Cristo no cubre los pecados por los cuales no ha habido arrepentimiento. Dios ha declarado que aquellos que reciben a Cristo como a su Redentor, aceptándolo como Aquel que quita todo pecado, recibirán el perdón de sus transgresiones. Estas son las condiciones de nuestra elección. La salvación del hombre depende de que reciba a Cristo por fe. Los que no quieran recibirlo, pierden la vida eterna por­que se niegan a aprovechar el único medio proporcionado por el Padre y el Hijo para la salvación de un mundo que perece (Comentario bíblico adventista, tomo 7, pp. 942, 943).

El Padre dispensa su amor a su pueblo elegido que vive en medio de los hombres. Este es el pueblo que Cristo ha redimido por el precio de su propia sangre; y porque responden a la atracción de Cristo por medio de la soberana misericordia de Dios, son elegidos para ser salva­dos como hijos obedientes. Sobre ellos se manifiesta la libre gracia de Dios, el amor con el cual los ha amado. Todos los que quieran humillar­se a sí mismos como niñitos, que quieran recibir y obedecer la Palabra de Dios con la sencillez de un niño, se encontrarán entre los elegidos de Dios (La maravillosa gracia de Dios, p. 142).

En el concilio del cielo se hizo provisión para que los hombres, aunque transgresores, no perecieran en su desobediencia sino que por la fe en Cristo como sustituto y fiador pudieran ser elegidos de Dios, predestinados para la adopción de hijos por Jesucristo… Dios quiere que todos los hombres se salven, porque ha sido hecha amplia provisión al entregar a su amado Hijo unigénito para pagar la culpa del hombre. Los que perezcan perecerán porque rehúsan ser adoptados como hijos de Dios por medio de Jesucristo (La fe por la cual vivo, p. 159).

 

Martes 24 de julio:
Certidumbre en Cristo (1 Tesalonicenses 1:5)

La conversión es un cambio de corazón, un apartarse de la injus­ticia a la justicia. Confiando en los méritos de Cristo, ejerciendo ver­dadera fe en él, el pecador arrepentido recibe perdón de su pecado. Al dejar de hacer mal y al aprender a hacer bien crece en la gracia y el conocimiento de Dios. Comprende que para seguir a Jesús debe sepa­rarse del mundo y, después de haber estimado el costo, lo considera todo pérdida si tan solo puede ganar a Cristo. Se alista en el ejército de Cristo y valiente y gozosamente entra en la contienda y lucha contra las inclinaciones naturales y los deseos egoístas y coloca la voluntad en sujeción a la voluntad de Cristo. Diariamente busca al Señor en procura de gracia, y es fortalecido y ayudado. El yo una vez reinaba en su corazón y los placeres mundanos eran su delicia. Ahora el yo está destronado y Dios reina supremo. Su vida revela el fruto de la justicia. Ahora odia los pecados que antes amaba. Avanza con firmeza y reso­lución por la senda de la santidad. Esta es la conversión genuina (En lugares celestiales, p. 20).

La gracia es un favor inmerecido y el creyente es justificado sin nin­gún mérito de su parte, sin ningún derecho que presentar ante Dios. Es justificado mediante la redención que es en Cristo Jesús, quien está en las cortes del cielo como el sustituto y la garantía del pecador. Pero si bien es cierto que es justificado por los méritos de Cristo, no está en libertad de proceder injustamente. La fe obra por el amor y purifica el alma. La fe brota, florece y da una cosecha de precioso fruto. Donde está la fe, apare­cen las buenas obras. Los enfermos son visitados, se cuida de los pobres, no se descuida a los huérfanos ni a las viudas, se viste a los desnudos, se alimenta a los desheredados. Cristo anduvo haciendo bienes, y cuando los hombres se unen con él, aman a los hijos de Dios, y la humildad y la verdad guían sus pasos. La expresión del rostro revela su experiencia y los hombres advierten que han estado con Jesús y que han aprendido de él. Cristo y el creyente se hacen uno, y la belleza del carácter de Cristo se revela en los que están vitalmente relacionados con la Fuente de poder y de amor. Cristo es el gran depositario de la rectitud que justifica y de la gracia santificante (Mensajes selectos, tomo 1, pp. 465, 466).

El hombre regenerado mantiene una conexión vital con Cristo. Así como el pámpano obtiene la savia vital de la vid, y lleva mucho fruto debido a esto, también el creyente genuino, unido a Cristo, manifiesta en su vida los frutos del Espíritu. El pámpano se hace uno con la vid; la tormenta no puede arrancarlo; la helada no logra destruir sus propie­dades vitales. Nada puede separarlo de la vid. Es una rama viviente que lleva el fruto de la vid. Así ocurre con el creyente. Mediante buenas palabras y buenas acciones revela el carácter de Cristo (En lugares celestiales, p. 56).
Miércoles 25 de julio:
Hacer lo que Pablo haría (1 Tesalonicenses 1:6, 7)

En su primera epístola a los tesalonicenses, Pablo les escribe: “Porque conocemos, hermanos amados de Dios, vuestra elección; pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino tam­bién en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre, como bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros. Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo, de tal manera que habéis sido ejemplo a todos los de Macedonia y de Acaya que han creído”.

Aquellos que en la actualidad predican verdades impopulares encontrarán resistencia como les ocurrió a los apóstoles. No tendrán una recepción más favorable de los profesos cristianos que la que Pablo recibió de sus hermanos judíos. Aunque las diferentes organizaciones religiosas pueden tener diversos sentimientos y fe, unirán sus fuerzas para oponerse y ser una piedra de tropiezo para el cuarto mandamiento de la Ley de Dios.

Los que no acepten la verdad serán aun más celosos que los que 110 la reciban, e inventarán toda clase de falsedades para agitar las bajas pasiones de la gente a fin de que la verdad de Dios no tenga ningún efecto en ellos. Sin embargo, los mensajeros de Cristo deben armarse de valor, vigilancia y oración, y avanzar con fe, firmeza y coraje, y en el nombre de Jesús avanzar la obra como hicieron los apóstoles. Deben hacer sonar la nota de advertencia para indicar a los transgresores de la ley lo que es el pecado, y dirigirlos a Jesucristo como el único remedio (Sketches From the Life of Paul, p. 86).

Dios permite que cada ser humano ejerza su individualidad. No desea que ninguno sumerja su mente en la de otro mortal como él. Los que desean ser transformados en mente y carácter no han de mirar a los hombres, sino al ejemplo divino. Dios extiende la invitación: “Tengan ustedes la misma manera de pensar que tuvo Cristo Jesús” (Filipenses 2:5, versión Dios habla hoy). Por medio de la conversión y la transfor­mación los hombres han de recibir la mente de Cristo. Cada uno ha de estar delante de Dios con su fe individual y una experiencia individual, teniendo la certeza de que Cristo, la esperanza de gloria, ha sido for­mado en su interior. Imitar el ejemplo de cualquier persona, aun el de aquellos que podamos considerar casi perfectos en carácter, sería poner nuestra confianza en un ser humano defectuoso, incapaz de proveer una jota o una tilde de perfección.

Tenemos al que es todo como nuestro ejemplo, el señalado entre diez mil, cuya excelencia no tiene comparación. Generosamente adaptó su vida para que todos la imiten. Unidos en Cristo se hallaron la riqueza y la pobreza, la majestad y la humillación; el poder ilimitado y la man­sedumbre y humildad que se reflejarán en cada alma que lo reciba. En él, por medio de las capacidades y los poderes de la mente humana, se reveló la sabiduría del Maestro más grande que el mundo haya conoci­do (Reflejemos a Jesús, p. 27).

Cristo es nuestro modelo, el ejemplo perfecto y santo que se nos ha dado para imitarlo. Nunca podremos igualar al modelo, pero podemos imitarlo, asemejamos a él conforme sea nuestra habilidad. Cuando cae­mos, desvalidos, sufriendo como resultado de nuestra comprensión de la pecaminosidad del pecado; cuando nos humillamos delante de Dios, afligiendo nuestras almas mediante el verdadero arrepentimiento y la contrición; cuando ofrecemos nuestras fervientes oraciones a Dios en el nombre de Cristo, con toda seguridad seremos recibidos por el Padre al entregarnos completamente a Dios. Deberíamos comprender en lo más íntimo de nuestra alma que nuestros esfuerzos son enteramente indig­nos, porque únicamente en el nombre y el poder del Vencedor podemos ser vencedores (A fin de conocerle, p. 267).

Jueves 26 de julio:
Más evidencias de fe (1 Tesalonicenses 1:8-10)

[Se cita 1 Tesalonicenses 1:5-10] El apóstol escribió estas palabras de ánimo también para nosotros en quienes los fines de los siglos han parado. Mediante la gracia de Cristo nuestros caracteres deben ser transformados de tal manera que la palabra del Señor pueda impresionar muchas mentes a fin de que la fe en Dios sea extendida en todo lugar. Cuando el pueblo de Dios se permita ser plenamente controlado por el Espíritu Santo, aparecerá la semejanza a Cristo con toda la riqueza y grandeza de la verdad. Pero para que eso ocurra, el yo debe morir. El creyente debe estudiar la vida y el carácter de Cristo, y al contemplarlo será cambiado a su divina imagen, tanto en la vida como en el carácter.

¡Cuán cuidadosos debiéramos ser para no cultivar una independen­cia no santificada! El enemigo trabaja con tremendo poder para arruinar a las almas a quienes se les ha presentado la luz de la verdad. Satanás tomará ventaja de cualquier elemento defectuoso del carácter del instru­mento humano que pretende ser un siervo de Cristo, para transformarlo en su propio agente y llevar adelante sus designios (Signs of the Times, 15 de mayo, 1893).

Hay en el cristianismo una ciencia que debe dominarse, una ciencia tanto más profunda, amplia y elevada que cualquier ciencia humana, como los cielos son más elevados que la tierra. La mente tiene que ser disciplinada, educada, preparada; porque los hombres han de prestar servicio a Dios en maneras diversas que no están en armonía con la inclinación innata. A menudo uno debe desechar la preparación y la educación de toda la vida, a fin de poder aprender en la escuela de Cristo. El corazón debe ser enseñado a permanecer firme en Dios. Ancianos y jóvenes han de formar hábitos de pensamiento que los habilitarán para resistir la tentación. Deben aprender a mirar hacia arri­ba. Los principios de la Palabra de Dios —principios que son tan altos como los cielos y que abarcan toda la eternidad— han de ser compren­didos en su relación con la vida diaria. Todo acto, toda palabra, todo pensamiento, tiene que estar de acuerdo con estos principios (Consejos para los maestros, pp. 20, 21).

 

 


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