Idolatría-

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(gr. eidololatría).

De acuerdo con el uso bíblico, idolatría incluye tanto la adoración de falsos dioses en diversas formas como la adoración de imágenes como símbolos de Yahweh. El NT amplia el concepto de idolatría para incluir prácticas como la glotonería (Fil. 3:19) y actitudes como la codicia (Ef. 5:5), lo que está en armonía con el énfasis espiritual en el NT.

La idolatría se practicó desde muy temprano en la historia. Los antepasados inmediatos de Abrahám «servían a dioses extraños» (Jos. 24:2). Los patriarcas se dedicaron a la adoración monoteísta de Jehová, pero miembros de sus familias fueron influidos a veces por la idolatría (Gn. 31:30, 32-35; 35:1-4). Fue un pecado frecuente en Israel (Dt. 32:16; 2 R. 17:12; Sal. 106:38) y una preocupación más que pasajera en la iglesia cristiana primitiva (1 Co. 12:2). El paganismo cananeo era popular por causa de sus bajas normas éticas en contraste con las elevadas de la religión hebrea, y la religión más exigente a menudo era abandonada por la adoración más fácil de Baal.

El problema de la idolatría era tan grave en la antigüedad que los primeros 2 mandamientos del Decálogo se ocupan en forma muy definida de esta fase de la vida religiosa (Ex. 20:3-6). Durante el período del éxodo hubo 2 violaciones notables de estos mandamientos: primero fue la adoración del becerro de oro (cp 32); segundo, la apostasía en Sitim, donde Israel cayó en las prácticas licenciosas de la idolatría moabita (Nm. 25:1, 2).

Desde la conquista de Canaán hasta la cautividad babilónica, la idolatría fue una modalidad persistente y desmoralizadora en la experiencia de Israel. En el período más temprano se repetía una y otra vez este esquema: Israel caía en la idolatría y era víctima de la agresión (Sal. 106); luego surgía un juez que lo liberaba y restablecía el culto a Yahweh. La fluctuación entre la adoración al Dios de Israel y la idolatría prosiguió durante el tiempo de los reyes, con frecuencia fortalecida por alianzas políticas y casamientos con paganos (1 R. 11:1-13; etc.). En esos tiempos la batalla contra los ídolos fue encabezada por profetas: Elías desafió al idólatra Acab (21:17-27); Amós previno al pueblo de que la cautividad sería el resultado de la adoración a dioses falsos (Am. 5:1, 26, 27); Oseas denunció el «becerro de Samaria» (Os. 8:4-6); Isaías ridiculizó la locura de adorar la obra de las propias manos (Is. 44:9-20); Jeremías predijo el castigo divino como resultado de la adoración de ídolos (Jer. 7:16-20, 29-34); Ezequiel anunció la desolación del país por causa de la idolatría (Ez. 6). La repetición de estas advertencias es muy frecuente, lo que indica la seriedad del problema en tiempos del AT.

Durante el cautiverio, los israelitas aprendieron la lección con respecto a la idolatría. Su rechazo de las imágenes llegó a ser tan fuerte y duradero que siglos más tarde consideraron que aun los estandartes romanos los contaminaban; y hasta llegaron a destruir el águila de oro del templo de Herodes. Hicieron todo esfuerzo posible por aislarse de cualquier influencia que pudiera inclinarlos hacia la idolatría. La nueva adoración en la sinagoga, que era muy común en tiempos del NT, fue una protección efectiva contra la influencia extranjera. La tendencia anterior de confraternizar con las naciones vecinas dio lugar a un aislamiento fanático (Jn. 4:9; Hch. 10:28) que tuvo consecuencias muy negativas.

Los conversos del paganismo en tiempos del NT estaban en constante peligro de recaer en la idolatría, por lo que hay muchas advertencias contra ella (1 Co. 5:10, 11; 6:9; 10:7; Ef. 5:5; Ap. 21:8; 22:15; etc.). Uno de los problemas que más preocuparon sobre el particular fue el comer alimentos sacrificados a los ídolos. Algunos conversos del paganismo no podían, con limpia conciencia, hacer uso de ellos. Pablo recomendó que se los tratara con consideración, y que los cristianos más maduros, para quienes los ídolos no eran nada 572 y, por lo tanto, el alimento sacrificado a ellos no tenía ninguna diferencia con los que no lo fueran, no presionaran las conciencias de aquéllos (1 Co. 8; cf Ro. 14). El genio del judaísmo y del cristianismo es el monoteísmo ético. La creencia de que «Dios es uno» y que «Dios se interesa por lo que la gente hace» contrasta con el politeísmo degradado de los siglos. Bib.: FJ-GJ ii.9.2, 3; FJ-JA xvii.6.2, 3. DBA

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