Jesús como Hijo de Dios
Jesús como Hijo de Dios
El Título mesiánico aplicado a Jesucristo
que enfatiza su deidad (comparable con el de «Hijo del hombre», que
enfatiza su humanidad). Semejante a los muchos nombres y títulos adjudicados
a él en las Escrituras, el título «Hijo de Dios» se
acomoda a las mentes humanas para que éstas comprendan un aspecto importante
de su obra salvadora. En vista del amplio espectro de significados latentes
en la palabra «hijo»* -tal como lo usaban los hebreos y los escritores
bíblicos-, no es posible circunscribir arbitrariamente la expresión
dentro de los límites estrechos implicados en nuestro vocablo «hijo».
Que el título tenga o no algún sentido en describir adecuadamente
la relación absoluta y eterna entre el Hijo y el Padre, es un asunto
en que las Escrituras guarda silencio. Obviamente, esta expresión no
connota una relación genérica comparable de manera alguna con
la relación humana padre-hijo, por lo que se la debería entender
en algún otro sentido que el estrictamente literal. Puede ser que tengamos
cierta orientación para su significado implícito en el término
«unigénito»,* el que caracteriza a Cristo como quien tiene
una relación «única» con el Padre (Jn. 1:14). Entendido
correctamente el estatus único de Cristo como el Hijo de Dios, unigénito
distingue entre él y todos los que, por medio de la fe en él,
reciben la potestad de «ser hechos hijos de Dios» (v 12), de quienes
se declara que son «engendrados… de Dios» (v 13). Cristo es, y siempre
lo ha sido, verdadero «Dios» (v 1), y por virtud de este hecho nos
ha garantizado el privilegio de llegar a ser los «hijos de Dios».
Aspectos adicionales al significado de la frase «Hijo
de Dios» se registran en Col. 1:15 (Jesús es la «imagen del
Dios invisible»), He. 1:3 («la imagen misma de su sustancia»)
y Fil. 2:6 (previo a su encarnación, Cristo era «en forma de Dios»
e «igual a Dios»); expresiones todas que afirman la deidad absoluta
e incalificable de Jesús. Otra mención afín la encontramos
en la anunciación del ángel Gabriel a la virgen María:
en virtud de que el poder del Espíritu Santo la cubriría, su Hijo
sería llamado «Hijo de Dios» (Lc. 1:35). Aquí el ángel
claramente atribuye el título «Hijo de Dios» a la unión
única de la Deidad con la humanidad en la encarnación de nuestro
Señor. Pablo dijo que Jesús «fue declarado Hijo de Dios con
poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección
de entre los muertos» (Ro. 1: 4).
Los Evangelios sinópticos no registran que
Jesús se aplicara el título «Hijo de Dios» a sí
546 mismo, aunque cuando otros lo usaron, él lo aceptó de una
manera que reconocía su validez (Mt, 4:3, 4; 8:29; 14:33; 26:63, 64;
27:40, 43). Sólo en Juan se encuentra que Jesús lo utilizó
para sí (cps 5:25; 9:35; 10:36; 11:4). En el nacimiento (Lc. 1:35; cf
Mt. 1:23), el bautismo (Mt. 3:17) y de nuevo en la transfiguración, el
Padre reconoció a Jesús como su Hijo (Mt. 17:5). Esta relación
Padre e Hijo está explícita e implícita en muchas declaraciones
realizados por nuestro Señor (Mt. 11:27; Lc. 10:21; Jn. 5:18-23; 10:30;
14:28; etc.). La pretensión de Jesús de ser el Hijo de Dios provocó
el odio implacable de los judíos, los que le protestaron que con esa
actitud se «hacía igual a Dios» (Jn. 5:18) y, por tanto, declaraba
ser Dios (10:33). Eventualmente, declaraciones y pretensiones tan esclarecedoras
lo conducieron a la condenación y crucifixión (Mt. 26:63-66; Lc.
22:67-71).
Durante su ministerio terrenal, nuestro Salvador renunció voluntariamente a las prerrogativas -aunque no a la naturaleza- de la Deidad y asumió las limitaciones de la naturaleza humana, con lo que se subordinó al Padre (Sal. 40:8; Mt. 26:39; Jn. 3:16; 4:34; 5:30; 12:49; 14:10; 17:4, 8; 2 Co. 8:9; Fil. 2:7, 8; He. 2:9) así como nosotros deberíamos estar sujetos a él. Además, él dijo: «El Padre mayor es que yo» (Jn. 14:28), por lo que el Hijo no puede hacer «nada por sí mismo» (5:19). De modo que su uso de la expresión «Hijo de Dios» claramente une este título a su encarnación y ministerio terrenal, dando mayor significado a la frase.
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