La consagración de Aarón y sus hijos. tema 5
Las ropas de los sacerdotes tenían un significado simbólico, como lo tenían en verdad las más de las cosas del santuario. Esto so aplicaba especialmente al sumo sacerdote, que personificaba al pueblo y lo representaba. Acerca de sus ropas, está escrito: “Los vestidos que harán son éstos: el racional, y el efod, y el manto, y la túnica labrada, la mitra, y el cinturón. Harán pues, los sagrados vestidos a Aarón tu hermano, y a sus hijos, para que sean mis sacerdotes” (Éxodo 28:4). Además de estas cosas se mencionan en Levítico 16:4 los pañetes de lino, y en Éxodo 29:6 y 28:36-38 la diadema santa.
El racional que se menciona en primer lugar era una prenda cuadrada que colgaba sobre el pecho por medio de cadenitas. En este pectoral había cuatro hileras de tres piedras preciosas cada una, en las cuales iban grabados los nombres de las tribus de los hijos de Israel, un nombre en cada piedra (Éxodo 28:21). Esta prenda es llamada el “racional del juicio” y Aarón había de llevarla “sobre su corazón, cuando entrare en el santuario” (versículo 29).
Se dice también que sobre el pectoral estaban el Urim y el Tumim, aquellas dos piedras misteriosas que denotaban el agrado o desagrado de Jehová cuando se lo consultaba en tiempo de necesidad (Levítico 8:8; Éxodo 28:30; 1 Samuel 28:6). Por el hecho de que se nos dice que estaban en el racional (pectoral), algunos han supuesto que era un bolsillo puesto allí con ese fin. Parece, sin embargo, preferible creer que se colocaban en forma prominente sobre el pectoral como las demás piedras, una a la izquierda y la otra a la derecha, bien a la vista.
El efod era una prenda corta hecha “de oro y cárdeno, y púrpura, y carmesí, y lino torcido de obra de bordador” (Éxodo 28:6). No tenía mangas, y colgaba sobre el pecho y la espalda. En las hombreras había dos piedras de ónix en que estaban grabados los nombres de las tribus de Israel, seis nombres en cada piedra. “Y pondrás aquellas dos piedras sobre los hombros del efod, para piedras de memoria a los lujos de Israel; y Aarón llevará los nombres de ellos delante de .Jehová en sus dos hombros por memoria” (Éxodo 28:12).
Debajo del efod había una larga túnica hecha de lino azul, sin mangas ni costura. En derredor del manto, en el borde, había granadas azules, púrpura y escarlata y “campanillas de oro alrededor… Y estará sobre Aarón cuando ministrare; y oiráse su sonido cuando él entrare en el santuario delante de Jehová y cuando saliere, porque no muera” (versículos 33-35). Debajo del manto del efod llevaba el sacerdote la túnica común blanca de los sacerdotes y los pañetes de lino.
El cinto del sumo sacerdote era hecho de oro, azul, púrpura y escarlata, igual que el efod; el de los sacerdotes era de lino blanco bordado en azul, púrpura y rojo. Se colocaba en derredor del manto del efod, en posición más bien alta, y servía para mantener junta la prenda (Éxodo 39:5; 29:5).
Los sacerdotes llevaban la túnica de lino blanco, los pañetes, el cinto y la mitra. El sumo sacerdote, además, llevaba el manto del efod, el racional (pectoral) y la diadema (tiara) sobre la mitra, además de llevar, por supuesto, las piedras preciosas en que iban grabados los nombres de Israel, y el Urim y el Tumim.
Las ropas de Aarón eran “para honra y hermosura” (Éxodo 28:2). Las ropas comunes de sacerdote que llevaba debajo de sus ropas de sumo sacerdote, simbolizaban la pureza interior, y servían también para su comodidad. Las ropas estrictamente sumo pontificias eran para gloria y hermosura, y eran en un sentido especial simbólicas.
Las ropas que Aarón llevaba no eran de su propia elección. Le eran prescritas. Eran “vestidos sagrados”, hechos por “sabios de corazón, a quienes yo he henchido de espíritu de sabiduría, a fin que hagan los vestidos de Aarón, para consagrarle a que me sirva de sacerdote” (Éxodo 28:3). Armonizaban en color y material con el tabernáculo mismo, e iban adornados con piedras preciosas.
“Harán el efod de oro.” “El artificio de su cinto que está sobre él, será de su misma obra, de lo mismo.” “Harás asimismo el racional del juicio… de oro”. “Harás el manto del efod todo de Jacinto… y… campanillas de oro” (Éxodo 28:6, 8, 15, 31, 33). Aunque estas prendas eran hechas de material distinto, el oro asumía una parte importante. Si a las prendas se añadía la diadema de oro que iba sobre la mitra, en la cual iba escrito: “Santidad a Jehová”, las doce piedras preciosas con los nombres de las tribus de Israel grabados en ellas, y las dos piedras de ónix que llevaban también los nombres de Israel, y finalmente el Urim y el Tumim, el efecto completo debía haber sido de gloria, y hermosura. Mientras el sumo sacerdote se movía lenta y dignamente de lugar a lugar, la luz del sol se reflejaba sobre las piedras preciosas, las campanillas emitían un sonido musical, y la gente quedaba profundamente impresionada con la solemnidad y la hermosura del culto de Dios.
En su posición oficial, el sumo sacerdote no era simplemente un hombre. Era una institución; era un símbolo; no solamente representaba a Israel, era la personificación de Israel. Llevaba los nombres de Israel en las dos piedras de ónix “en sus dos hombros por memoria”; los llevaba en las dos piedras preciosas “en el racional del juicio sobre su corazón”; llevaba “el juicio de los hijos de Israel sobre su corazón delante de Jehová” (Éxodo 28:12, 29, 30). Llevaba así a Israel tanto sobre sus hombros como sobre su corazón. En sus hombros, llevaba la carga de Israel; en el pectoral, que significaba la sede del afecto y del amor—el propiciatorio—, llevaba a Israel. En el Urim y el Tumim, “es decir, Luces y Perfecciones” (Éxodo 28:30, V. M., margen), llevaba “el juicio de los hijos de Israel sobre su corazón”; en la diadema (tiara) de oro que iba sobre la mitra que tenía la inscripción “Santidad a Jehová”, llevaba “el pecado de las cosas santas, que los hijos de Israel hubieren consagrado en todas sus santas ofrendas”, y todo esto “para que hayan gracia delante de Jehová” (versículos 36-38).
“El sumo sacerdote había de actuar por los hombres en las cosas pertenecientes a Dios, ‘para expiar los pecados del pueblo’ (Hebreos 2:17). Era el mediador que ministraba por los culpables. ‘El sumo sacerdote representaba a todo el pueblo. Se consideraba que todos los israelitas estaban en él. La prerrogativa que él sostenía pertenecía a todos ellos (Éxodo 19:6)… (Vitringa)’. Que el sumo sacerdote representaba a toda la congregación se desprende, primero, del hecho de que llevaba los nombres de las tribus en las piedras de ónix en sus hombros, y en segundo lugar, en los nombres de las tribus grabados en las doce piedras preciosas del pectoral. La explicación divina de esta doble representación de Israel en el traje del sumo sacerdote es que ‘llevará los nombres de ellos delante de Jehová en sus dos hombros por memoria’ (Éxodo 28:12, 29). Además, si cometía un pecado abominable, arrastraba a todo el pueblo en su curso: ‘Si el sacerdote ungido pecare según el pecado del pueblo’ (Levítico 4:3). Los Setenta dicen: ‘Si el sacerdote ungido pecase e hiciese pecar al pueblo’. El sacerdote ungido era por supuesto el sumo sacerdote. Cuando él pecaba, el pueblo pecaba. Su acción oficial era tenida por acción del pueblo. Toda la nación compartía la transgresión de su representante. Y lo opuesto parece haber sido también cierto. Lo que él hacía en su carácter oficial, según lo prescrito por el Señor, se consideraba que lo hacía toda la congregación: ‘Todo pontífice… es constituido a favor de los hombres’ (Hebreos 5:1)”. —The International Standard Bible Encyclopedia, pág. 2439.
El carácter representativo del sumo sacerdote debe recalcarse. Adán era el hombre representativo. Cuando él pecó, el mundo pecó, y la muerte pasó a todos los hombres (Romanos 5:12). “Por un delito reinó la muerte”; “por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores” (versículos 17, 19).
Igualmente, siendo Cristo el segundo y postrer Adán, era hombre representativo. “Está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán en ánima viviente; el postrer Adán en espíritu vivificante”. “El primer hombre, es de la tierra, terreno: el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo” (1 Corintios 15:45, 47). “De la manera que por un delito vino la culpa a todos los hombres para condenación, así por una justicia vino la gracia a todos los hombres para justificación de vida” (Romanos 5:18). “Porque como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos” (versículo 19). “Porque así como en Adán lodos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22).
Siendo el sumo sacerdote en un sentido especial una figura de Cristo, era también el hombre representativo. Estaba en lugar de todo Israel. Llevaba sus cargas y pe[1]cados. Llevaba la iniquidad de todas las cosas santas. Llevaba su juicio. Cuando él pecaba, Israel pecaba. Cuando hacía expiación por sí, Israel era aceptado.
La consagración de Aarón y sus hijos al sacerdocio era una ocasión solemnísima. El primer acto consistía en un lavamiento. “Harás llegar a Aarón y a sus hijos a la puerta del tabernáculo del testimonio, y los lavarás con agua” (Éxodo 29:4). Los sacerdotes no se lavaban a sí mismos. Siendo esto un acto simbólico, un símbolo de la regeneración, no podían lavarse a sí mismos (Tito 3:5).
Una vez lavado, Aarón era entonces revestido de sus ropas de hermosura y gloria. “Tomarás las vestiduras, y vestirás a Aarón la túnica y el manto del efod, y el efod, y el racional, y le ceñirás con el cinto del efod; y pondrás la mitra sobre su cabeza, y sobre la mitra pondrás la diadema santa” (Éxodo 29:5, 6). Nótese de nuevo que Aarón no se ponía las ropas. Otros se las ponían a él. Como eran simbólicas del manto de justicia, no podía vestirse a sí mismo. “Tus sacerdotes se vistan de justicia, y regocíjense tus santos” (Salmo 132:9). “En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió de vestidos de salud, rodeóme de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia compuesta de sus joyas” (Isaías 61:10).
Aarón está ahora completamente vestido. Tiene puestos una túnica blanca, el largo manto azul con las campanillas y las granadas, el efod con las dos hermosas piedras de ónix en las cuales van grabados los nombres de los hijos de Israel, el pectoral con las doce piedras y el Urim y el Tumim, la mitra y la tiara de oro con la inscripción “Santidad a Jehová”. Está lavado, está limpio, está vestido; pero no está todavía listo para oficiar. Falla el ungimiento. El aceite u óleo sagrado es derramado sobre su cabeza por Moisés. “Tomarás el aceite de la unción, y derramarás sobre su cabeza, y le ungirás” (Éxodo 29:7). No sólo es ungido Aarón, sino también el tabernáculo. “Y tomó Moisés el aceite de la unción, y ungió el tabernáculo, y todas las cosas que estaban en él, y santificólas. Y roció de él sobre el altar siete veces, y ungió el altar y todos sus vasos, y la fuente y su basa, para santificarlos” (Levítico 8:10, 11). Este ungimiento incluía todos los muebles y enseres del lugar santo como también del santísimo (Éxodo 30:26-29). Es de notar que mientras que el tabernáculo y lo que había en él era asperjado con aceite, sobre Aarón el aceite era derramado (Levítico 8:10-12; Éxodo 29:7).
El ungimiento con aceite es símbolo del otorgamiento del Espíritu de Dios (1 Samuel 10:1, 6; 16:13; Isaías 61:1; Lucas 4:18; Hechos 10:38). La profusión de aceite usado en el caso de Aarón —pues “desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y que baja hasta el borde de sus vestiduras”— simboliza la plenitud del Espíritu que Dios concede a su iglesia.
Hasta aquí, todas las ceremonias —excepto el lavamiento— han tenido por objeto único a Aarón. Pero ahora, los cuatro hijos tienen en lo que sigue una parte igual con el padre. Una ofrenda por el pecado, un becerro, ha sido provista, y Aarón y sus hijos colocan sus manos sobre ella y luego se le da muerte. La sangre es llevada por Moisés, quien la pone “sobre los cuernos del altar alrededor, y purificó el altar; y echó la demás sangre al pie del altar, y santificólo para reconciliar sobre él” (Levítico 8:15). Aquí se ha de notar que la sangre del becerro no es llevada al santuario como en el caso en que pecase el sacer[1]dote ungido, el sumo sacerdote (Levítico 4:6). Posiblemente la razón es que esta ofrenda particular por el pe[1]cado no era por Aarón solo, sino también por sus hijos, y también que parece aplicarse especialmente al altar para su purificación y santificación a fin de que se pudiese hacer reconciliación en él (Levítico 8:15). En verdad algunos sostienen que no era para Aarón, sino tan sólo para el altar.
Después de hacerse la ofrenda por el pecado, se proveía un holocausto. Este se ofrecía de la manera regular, siendo todo quemado en el altar, desde el cual subía ante Jehová como suave olor (versículos 18-21).
Hasta aquí el trabajo ha sido preparatorio. El servicio de consagración propiamente dicho empieza trayendo “el carnero de las consagraciones,” o literalmente, “el carnero del cumplimiento”, y matándolo, después de que se han puesto las manos sobre él. La sangre es llevada por Moisés, quien la pone “sobre la ternilla de la oreja, derecha de Aarón, y sobre el dedo pulgar de su mano derecha, y sobre el dedo pulgar de su pie derecho” (versículo 22, 21). Lo mismo se hace con los hijos, y se rocía también el altar. “Hizo llegar luego los hijos de Aarón, y puso Moisés de la sangre sobre la ternilla de sus orejas derechas, y sobre los pulgares de sus manos derechas, y sobre los pulgares de sus pies derechos: y roció Moisés la sangre sobre el altar en derredor” (versículo 24.)
Después de esto venía el “henchimiento”. El pan ázimo, una torta de pan con aceite, y una oblea, juntamente con la grasa del carnero y su espaldilla derecha, son puestos en las manos de Aarón y sobre las manos de sus hijos, para que los agiten como ofrenda delante de Jehová. Después que ha sido agitada por Aarón y sus hijos, Moisés la toma de sus manos y la quema sobre el altar. El pecho queda reservado para Moisés como parte suya.
Después de esto, Moisés tomó el aceite y la sangre y “roció sobre Aarón, y sobre sus vestiduras, sobre sus hijos, y sobre las vestiduras de sus hijos con él; y santificó a Aarón, y sus vestiduras, y a sus hijos, y las vestiduras de sus hijos con él” (versículo 30).
Con esta ceremonia terminaba la consagración especial de Aarón y sus hijos. Estaban ahora habilitados para oficiar en el santuario, aunque debían esperar todavía siete días durante los cuales no podían abandonar el santuario, sino que debían estar “a la puerta… del tabernáculo del testimonio… día y noche por siete días, y guardaréis la ordenanza delante de Jehová, pura que no muráis; porque así me ha sido mandado” (versículo 35).
Hasta ahí, Moisés había oficiado en todas las ofrendas hechas. Al fin de los siete días, Aarón empieza su ministerio. Ofrece una ofrenda por el pecado por sí, un becerro tierno, y un carnero para el holocausto (Levítico 9:2). También ofrece una ofrenda por el pecado, un holocausto, una oblación u ofrenda de alimentos, y una ofrenda pacífica por el pueblo (versículo 3, 4.) Al concluir las ofrendas, Aarón alza sus manos y bendice al pueblo. Moisés se une a él en esto, y la gloria de Jehová aparece. Moisés ha hecho su obra, y no necesita ya oficiar como sacerdote.
Todo el servicio de consagración tendía a hacer sentir a Aarón y a sus hijos el carácter sagrado de su vocación. Debe haber sido algo nuevo para Aarón ser lavado por Moisés. Difícilmente podría escapar a la lección que Dios se proponía darle. Mientras los dos hermanos se dirigen a la fuente, es fácil imaginar que hablan de la obra que va a realizarse. Moisés informa a su hermano que lo va a lavar. Aarón se pregunta por qué no lo puede hacer él mismo. Hablan del asunto. Moisés informa a Aarón de que Dios ha dado instrucciones específicas acerca de lo que ha de hacerse. “Esto es lo que Jehová ha mandado hacer” (Levítico 8:5). Por su conversación con Dios, Moisés tiene una mejor comprensión que Aarón de los requerimientos de Dios. Comprende que éste no es un baño común. Si lo fuese, probablemente Aarón podría realizarlo mejor. Es una limpieza espiritual. No puede limpiarse del pecado. Alguien debe hacerlo por él; de ahí, el lavamiento o baño simbólico.
Después del lavamiento, Aarón no puede vestirse. Moisés lo viste. Aarón se siente completamente impotente. ¿Se ha de hacer todo por mí? pregunta. ¿No se me permite hacer nada por mi cuenta? No, no debe ni siquiera ponerse la mitra. Todo tiene que hacérsele. ¡Qué lección maravillosa nos enseña este relato! Dios lo hace todo. Todo lo que el hombre tiene que hacer es someterse. Dios lo limpia; Dios lo viste. Provee el manto de justicia, las ropas de honra y hermosura. Todo lo que Dios pide es que no rechacemos la ropa que él provee, como hizo el hombre de la parábola.
En el servicio de consagración, Moisés tocó la oreja de Aarón con la sangre, significando por ello que había de escuchar los mandamientos de Dios y cernir sus oídos al pecado. “El obedecer es mejor que los sacrificios; y el prestar atención que el sebo de los carneros” (1 Samuel 15:22). Cristo fue obediente hasta la muerte (Filipenses 2:8). Nuestros oídos han de ser consagrados al servicio de Dios.
Moisés tocó también el pulgar de su mano derecha, para significar que Aarón debía obrar justicia. Como el oído tiene que ver con la mente, la mano tiene que ver con las actividades corporales. Representa las fuerzas de la vida, el acto externo, la acción de la justicia. Acerca de Cristo está escrito: “Heme aquí… para que haga, oh Dios, tu voluntad” (Hebreos 10:7). Cristo vino para hacer la voluntad de Dios. “Mi comida es —dijo él— que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 66 4:34). El tocar la mano con la sangre significa consagrar la vida y el servicio a Dios: una consagración completa.
El tocar el dedo pulgar del pie con la sangre tiene un significado similar. Significa andar en el buen camino, hacer las diligencias de Dios, ponerse de parte de la verdad y la integridad. Significa pisar la senda de la obediencia, tener los pasos ordenados por el Señor. Cada facultad del ser ha de ser dedicada a Dios y consagrada a su servicio.
No se ha de entrar livianamente en el ministerio de Dios. Es una temible responsabilidad actuar como mediador entre Dios y los hombres. La persona que lo desempeña debe llevar al pueblo en sus hombros, debe llevarlo en su corazón; debe tener la santidad en su frente, y sus mismas ropas deben ser santificadas. Debe ser limpia, debe ser ungida del Espíritu Santo, debe haber experimentado la aplicación de sangre en su oído, en su mano y en su pie. La melodía de una vida dedicada debe acompañar cada uno de sus pasos; sus progresos deben ir señalados por la felicidad fructífera; aun desde lejos debe ser evidente la dulce armonía de una vida bien ordenada. Debe discernir prestamente la voluntad de Dios en el brillo fugaz de la aprobación de Dios o en la sombra de su desaprobación; el oro del valor y la obediencia debe ir entretejido en la misma estructura de su carácter; debe reflejar en su rostro, su traje y el corazón la pureza, la paz y el amor de Dios. Debe someterse a la voluntad de Dios y estar dispuesto a que se cumpla en él; debe olvidarse del yo y pensar en los demás; no debe rehuir una carga pesada. Debe tener presente de continuo el hecho de que el bienestar y la felicidad ajenos dependen do él, que no vive para sí ni por sí mismo, sino que cada uno de sus actos tiene gran significado debido a su carácter público y oficial.
Mientras el verdadero ministro contempla la responsabilidad que recae sobre él y las consecuencias que han de resultar si no la cumple, bien puede exclamar: ¿Quién es suficiente para estas cosas?
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