LA EVIDENCIA BÍBLICA MÁS FUERTE PARA LA TRINIDAD.

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Una persona que compartió recientemente en la Internet sus luchas sobre la versión trinitaria de la Divinidad se encontró tan turbada por el supuesto origen pagano y papal de la doctrina, que concluyó que su aceptación por parte del adventismo podría ser posiblemente la «omega» de la apostasía mortal predicha por Elena de White.

Sin embargo, apeló a sus correligionarios adventistas para que abordaran este asunto con la seriedad y sinceridad de los bereanos, que eran más «nobles» o de «sentimientos más nobles» (NVI), descritos en el libro de Hechos. Ellos «recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así» (Hechos 17:11).

En el espíritu de los «nobles» bereanos, este primer capítulo buscará las respuestas más claras y más francas de la Escritura a las siguientes preguntas:

¿Hay suficiente evidencia bíblica en apoyo de las afirmaciones trinitarias de la inmensa mayoría de la tradición cristiana y del adventismo del séptimo día contemporáneo, al menos para que esas afirmaciones merezcan una consideración seria? ¿O es tan deficiente como para sugerir que esta doctrina es simplemente una vasta muestra de engaño que ha llegado directamente del politeísmo pagano y que ha sido «bautizada» erróneamente por el cristianismo apóstata (y, de esa manera, inconscientemente por los adventistas del séptimo día)?

Invitamos al lector a seguir cuidadosamente las líneas de evidencia bíblica que se presentan en las páginas siguientes y después a hacerse esta pregunta: ¿Hay evidencia suficiente para que consideremos honestamente las afirmaciones trinitarias de la mayoría de los cristianos en general y de los adventistas del séptimo día contemporáneos en particular?

En otras palabras, lo que estamos intentando hacer es presentar las evidencias bíblicas más obvias y convincentes en favor de la Trinidad. A riesgo de una repetición innecesaria, deseamos hacer claro al lector que no estamos exigiendo que ninguno engulla todo el paquete en un simple trago. Sólo lo exhortamos para que honestamente se haga la pregunta si la evidencia es suficiente para proseguir el tema con más estudio de la Biblia y con una reflexión piadosa.

Así que vayamos a la Escritura. Trate de imaginarse que es un candidato al bautismo, que se ha unido a una clase de estudios bíblicos del pastor con el fin de prepararse para ser miembro de iglesia. El pastor procede entonces a darle la mejor evidencia bíblica en apoyo de la declaración de la creencia fundamental en la Trinidad que sostiene la iglesia. Recordamos al lector que los asuntos básicos para ser examinados bíblicamente son:

(1) la plena y eterna deidad de Cristo,

(2) la personalidad y deidad plena del Espíritu Santo, y

(3) la unidad en naturaleza y carácter de las tres personas de la Divinidad.

Dos aclaraciones importantes.-

1. Antes que comencemos la interpretación directa de los datos bíblicos el lector debería saber lo que queremos decir cuando decimos cosas como «naturaleza divina» o «plenamente divino en naturaleza». Todos los cristianos que creen en la Biblia, tanto trinitarios como antitrinitarios, parecen estar de acuerdo en que cuando la Biblia describe al Dios Creador (en contraste con dioses falsos o seres creados) tiene los siguientes aspectos divinos distintivos:

Por naturaleza, Dios es…

(a) personal, pero presente en todas partes en su universo creado (omnipresente – Sal. 139:7-12);

(b) conoce todo (omnisciente – Sal. 139:1-4);

(c) todopoderoso (omnipotente – Mat. 19:26);

(d) desde «el siglo y hasta el siglo» (eterno – Sal. 90:2);

(e) inalterable en su naturaleza y carácter (inmutable – Mal. 3:6);

(f) justo y bueno (bondadoso – Sal. 145:9; 19:7-9);

(g) un ser de amor (amor perfecto, abnegado – 1 Juan 4:8).

Por tanto, si falta alguna de estas características divinas, no estamos hablando del gran Dios de la Biblia.

2. Mientras el Antiguo Testamento usa una cantidad de nombres y títulos para referirse a Dios (tales como «El», «Elohim», «Adonai» y la expresión más comúnmente usada, «Yahweh» parece claro que cuando la Biblia desea hablar acerca del Dios verdadero, cualquiera de esos nombres puede aplicársele apropiadamente. Sin embargo, como pronto llegará a ser patente, algunas veces el Nuevo Testamento clarifica que ciertos pasajes del Antiguo Testamento tienen más específicamente en mente al Hijo, al Padre o al Espíritu Santo. Por eso, cualesquiera de los nombres que se usan para Dios en el Antiguo Testamento pueden hablar de Dios en su unicidad unitiva (Deut. 6:4) o, más particularmente, a una persona diferente, ya sea el Padre, el Hijo o el Espíritu Santo.

Algunos antitrinitarios (los Testigos de Jehová) tratan de restringir el término Señor (YHWH, Yahweh o Jehová) sólo a Dios el Padre, mientras que otros (sintiendo la fuerza de la evidencia que estamos a punto de presentar) tratan de limitar el término Señor sólo al Hijo. Sin embargo, la evidencia apoya claramente el hecho de que desde la perspectiva del Nuevo Testamento, el término Señor en el Antiguo Testamento puede referirse a cualquiera de los miembros de la Trinidad o a todos los tres en su profunda unicidad.

Por ejemplo, Juan 8:58 interpreta claramente al Señor de Éxodo 3:14 y 15 como siendo Jesucristo. Sin embargo Apocalipsis 4:8 considera al «Señor Dios Todopoderoso» de Isaías 6:3 como el Padre, el que era, el que es, y el que ha de venir». De esta manera el Señor (Jehová) puede referirse a ambos: al Padre y al Hijo.8

LA DEIDAD PLENA DE JESÚS.-

La cuestión clave que confrontó a la iglesia primitiva fue la siguiente: ¿Podrían retener su fuerte concepto de la unicidad de Dios heredada del judaísmo) y sin embargo afirmar la deidad eterna de Jesucristo? La Epístola a los Hebreos.-

Este libro fascinante evidentemente tenía en mente a conversos con una fuerte antecedente judío y veterotestamentario. Está saturado con citas del Antiguo Testamento y da por sentado que los .atores tiene una familiaridad íntima con el templo/santuario judío y sus servicios.

Su mismísimo capítulo 1 incluye tres líneas de evidencia que son bastante llamativas (tiene otras, pero aquí presentaremos sólo las más fuertes) que sugieren poderosamente que el Dios Jehová del Antiguo Testamento incluye en su identidad la persona de Jesús de Nazaret.

Uno de los temas principales de toda la Epístola es demostrar a partir del Antiguo Testamento la superioridad de Jesucristo sobre ángeles, Moisés y los sacerdotes levíticos. Finalmente el autor la superioridad del sacrificio de Cristo, hecho una vez para siempre, comparado con las ofrendas numerosas y repetitivas que se hacían en el santuario terrenal.

El capítulo 1 trata de los ángeles, quienes son el tema de la primera comparación. El argumento básico del autor es que los ángeles son seres grandiosos, «espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación» (Heb. 1:14). Sin embargo, los ángeles no pueden compararse con la importancia y dignidad del Hijo de Dios. La conclusión es que Jesús es «mejor» que los ángeles.

Tracemos cuidadosamente el argumento del escritor. En los versículos 5 y 6 el autor pregunta a sus lectores si algún ángel ha sido establecido como objeto de adoración. El Padre, el que «introduce al Primogénito en el mundo»,

¿dijo alguna vez de un ángel: «adórenlo todos los ángeles de Dios»? ¡La respuesta obvia es un resonante «No»! La inferencia clara es que Jesús, el Hijo «unigénito» y «primogénito» del Padre, es quien recibe adoración de los «ángeles de Dios».

¿Qué sugiere esto acerca de Jesús? La conclusión ineludible parece ser que el «Hijo’ (Jesucristo) es Dios, dado que en el monoteísta Antiguo Testamento sólo Dios es digno de ser adorado por los seres creados (ver Éxo. 20:2-4; cf. Apoc. 19:9-10 y 22:8-9). Sin embargo, lo implícito en los versículos 5 y 6 llega a ser completamente explícito en los versículos siguientes.

En Hebreos 1:7-8 el escritor continúa diciendo que si bien Dios hizo a los ángeles «espíritus, y a sus ministros llama de fuego» (v. 7), «del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo» (v. 8). Aquí el autor del libro de Hebreos usa indiscutiblemente el Salmo 45:6 para hablar de Jesucristo, el Hijo de Dios. Es en efecto la primera de las siete aplicaciones directas del Nuevo Testamento de la palabra griega para «Dios» (theós) a Jesús. Los otros, que se tratarán en capítulos sucesivos, aparecen en Juan 1:1, 18; 20:28; Romanos 9:5; Tito 2:13 y 2 Pedro 1:1 (Hatton, pp. 42-43).

Tales pensamientos debieron haber llegado como una revelación pasmosa a los primitivos creyentes judíos: ¡que podían dirigirse a Jesús como Dios! Sin embargo no aparece ni un fragmento de evidencia en el Nuevo Testamento de que algún converso, ya fuera judío o gentil, objetase alguna vez esta conclusión tan sorprendente.

Una vez más, seamos muy claros en cuanto a lo que sucede aquí. Los escritores del Nuevo Testamento se están refiriendo a Jesús como «Dios» e interpretan el Antiguo Testamento, de principio a fin, aplicando a Jesús un salmo dirigido originalmente al Dios del (27) Antiguo Testamento. Y no se equivoque con respecto a la gramática de Hebreos 1:8: La expresión «oh Dios» está claramente en el caso gramatical griego de dirigirse directamente a él (se llama caso vocativo). Para poner el asunto en un castellano muy claro: Los autores de la Biblia están llamando con toda claridad al Hijo de Dios con el título de Dios. Sin embargo, el caso es aún más importante.

Volvamos ahora nuestra atención a los versículos 10 hasta el 12. Observe cuidadosamente que el escritor bíblico continúa exaltando al Hijo aún por encima de la condición privilegiada de los ángeles. Lo hace así aplicando pasajes del Antiguo Testamento al Hijo que elogian claramente el estatus divino del Hijo. El siguiente pasaje del Antiguo Testamento que se usa para el Hijo está en Salmo 102:2527. La porción citada comienza con «Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos» (Heb. 1:10).

¿Qué vamos a hacer del uso del Salmo 102 por parte del escritor bíblico? La primera cosa que necesitamos señalar es que en esta instancia el autor está diciendo de nuevo, como ya lo dijo en Hebreos 1:2, que Jesús es el Señor Creador que hizo la tierra y los cielos. Esto, por sí mismo, es ciertamente un apoyo poderoso para la plena deidad del Hijo, pero la evidencia llega a ser todavía más sorprendente cuando vamos al Salmo 102 y miramos el primer versículo de ese capítulo. Allí descubrimos que el salmo en su totalidad es una oración dirigida al «Señor» [«Jehová» en nuestra Reina-Valera revisada de 1960; ver aclaración siguiente].

Piense por un momento acerca de esto. Este Señor no es otro que el Jehová Dios del Antiguo Testamento. Dondequiera que usted vea la palabra «Señor» con mayúscula o minúscula en traducciones castellanas tales como la Reina-Valera, revisión de 1960; Straubinger; Biblia de Jerusalén; Nueva Versión Internacional y otras, siempre puede saber que es la traducción de la palabra más sagrada en el idioma hebreo para Dios, el «tetragrámaton», transliterado del hebreo ya sea como JHVH o YHWH. A más de esto, los eruditos de la Biblia traducen normalmente la palabra ya sea como «Señor» o `Jehová».10 Ahora bien, ¿qué vamos a hacer con todo esto?

Lo asombroso en este contexto es que el autor de la Epístola en Hebreos 1:10-12 está tomando una oración del Antiguo Testamento dirigida al Señor (Jehová o Yahweh Dios) ¡y no la aplica a ningún otro sino al Jesús del Nuevo Testamento! Este asunto parece muy claro: El escritor de esta enorme epístola judía está sugiriendo vehementemente que el Jehová Dios del Antiguo Testamento no es otro que el Jesús del Nuevo Testamento.

La evidencia bíblica tal como se encuentra en Hebreos 1 proporciona una respuesta rápida que los cristianos suelen dar a menudo cuando los abordan los celosos Testigos de Jehová: «Puedo confesar francamente que yo también soy un ‘Testigo de Jehová’, pues testifico del Jesús y para el Jesús que es ‘Señor’ Jehová en la mente de los escritores del Nuevo Testamento».

El libro del Apocalipsis.-

El libro del Apocalipsis también ofrece evidencia para la plena deidad de Cristo similar a la que se encuentra en Hebreos 1:8-12. En Apocalipsis 1:12-17 tenemos una visión de Jesús como el Sumo Sacerdote glorificado en el Santuario celestial. El lector debería notar particularmente el versículo 17, en el que Jesús le dice al profeta temeroso y acobardado: «No temas; yo soy el primero y el último».

Una mirada rápida a las referencias y notas marginales o al pie de cualquier buena Biblia de estudio le dirá al lector que Juan el Revelador aquí extrae de Isaías 41:4, 44:6 y 48:12. Por ejemplo, Isaías 44:6 declara: «Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios». ¿Qué vamos a hacer con esta terminología que el revelador refiere como saliendo de la boca de nuestro glorificado Sumo Sacerdote?

¿No es obvio que Juan se siente completamente cómodo cuando nos dice que Cristo, nuestro Sumo Sacerdote no es otro sino el Señor (YHWH, Yahweh o Jehová) del profeta Isaías del Antiguo testamento? ¿No podemos concluir razonablemente entonces que el Señor «primero» y «postrero» de Isaías es el «Señor Jesús», el personaje central del Apocalipsis?

Además de eso, es interesante que esta designación de Cristo como el «primero y el último» se hace eco de un titulo similar que se aplica claramente a Dios el Padre en este mismo capítulo inicial del libro. Apocalipsis 1:4 lo describe como «el que es y que era y que ha de venir», y en el versículo 8 lo presenta proclamándose a sí mismo como «el Alfa y la Omega [primero y último], principio y fin… el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso».

¿No son semejantes títulos que se refieren a YHWH en el Antiguo Testamento una fuerte evidencia de que el Hijo es igual al Padre en naturaleza divina cuando se aplican a ambos, al Padre y al Hijo, en el libro del Apocalipsis? Sin embargo, este no es el fin del asunto en cuanto a la expresión «el primero y el último’ en el Apocalipsis.

En Apocalipsis 22:12-13 encontramos a Juan presentando la siguiente declaración: «He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último». ¿De qué persona de la Divinidad se está hablando aquí? ¿Del Padre o del Hijo?

Por el contexto no es absolutamente claro, pero parece más probable que proviene de la boca de Jesús. Por favor, observe cuidadosamente que lo que precede inmediatamente a estos versículos es una cita en los versículos 9 al 11 del ángel a quien Juan equivocadamente se «postró para adorar» (v. 8). Esta cita termina e inmediatamente, sin ninguna identificación clara en cuanto a quién es el que habla, viene la gran declaración de «el primero y el último’ de los versículos 12 y 13. Ciertamente la declaración, que afirma títulos que podrían aplicarse sólo a Jesús o al Padre, no podría salir de la boca del ángel, que ha reprendido precisamente a Juan por tratarlo como a «Dios» (¡el único que puede ser adorado!). Es totalmente evidente que el que afirma en estos versículos «venir pronto» y ser «el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último’, ¡no es otro sino Jesús!

A más de esto, mientras no es claro que los versículos siguientes (14-15) se originan con Jesús, el contexto sugiere enfáticamente que se originan con Jesús, y después, en el versículo 16, viene un indicio clave en cuanto a la identidad del que habla. Claramente identifica a Jesús como el que habla al afirmar que es «Yo Jesús». Por otra parte, el versículo 20 hace sumamente claro que el que dice «vengo en breve» no es Dios el Padre, ¡sino el «Señor Jesús»! «El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve». Después viene el informe de la bendición de un «Amén» seguido por un llamamiento sincero y devoto: «Sí, ven, Señor Jesús» (v. 20).

¿Qué vamos a hacer de este notable uso de los títulos «Alfa y Omega, principio y fin» que, hasta esta parte del último capítulo en el Apocalipsis, han sido aplicados sólo alPadre?11 Sugerimos sencillamente al lector que la terminología es una evidencia palpable de que cualquier cosa que es común a la naturaleza divina del Padre, también lo posee el Hijo.

Adicionalmente deberíamos observar que estas expresiones son algunos de los medios más poderosos que usa la Biblia para expresar la preexistencia eterna de ambos: el Padre y el Hijo.

Finalmente debemos señalar que la razón más probable por la que Jesús emplea «Alfa y Omega» y «principio y fin» como títulos autodescriptivos es que aquí por primera vez en el libro del Apocalipsis describe a ambos, a «Dios y al Cordero», como compartiendo plenamente «el trono». Observe muy cuidadosamente como Apocalipsis 22:1 y 3 designan claramente «el trono de Dios» como el «trono de Dios y del Cordero». Ya no es Cristo el «Cordero» descrito como estando ante el trono de Dios (cf. Apoc. 5:6-7); ahora se sienta en el trono sobre un universo redimido como un soberano completamente igual al Padre.

El Evangelio de Juan.-

Muchos consideran que este Evangelio contiene posiblemente el testimonio más fuerte en cuanto a la deidad plena y eterna de Cristo en el Nuevo Testamento.

Uno de los pasajes que se cita más a menudo para demostrar la deidad plena de Cristo es Juan 1:1, especialmente la última frase en el versículo: «el Verbo era Dios». Me gustaría sugerir que el versículo presenta un fuerte apoyo para el Verbo (Jesús) como una persona divina. Sin embargo, puesto que una interpretación fidedigna involucra algunas consideraciones gramaticales más bien técnicas, lo trataremos con más profundidad en el capítulo 3. Basta decir que este versículo y su gramática detallada testifica claramente que Jesús, el Verbo, es un ser con plena deidad. Sin embargo, la evidencia más inequívoca e incontrovertible proviene de Juan 8:58.

Juan 8 narra un diálogo serio con los líderes judíos en el cual «Jesús les dijo: De cierto de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy» (v. 58). Algunos puntos asombrosos saltan a la vista de la declaración de Jesús.

Primero, la abrumadora mayoría de los estudiantes de la Biblia reconocen que cuando Jesús dijo «YO SOY» se estaba refiriendo claramente a Éxodo 3:14 y aplicándolo a sí mismo. En su famoso pasaje del Antiguo Testamento, Moisés le pregunta a Dios qué debe decirle a los hijos de Israel cuando le pregunten por el nombre del Dios que lo enviaba para sacarlos de la servidumbre egipcia (vs. 11-13). Dios le responde claramente a Moisés: «YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel:

YO SOY me envió a vosotros». Además, Dios le dijo a Moisés: «Así dirás a los hijos de Israel: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros» (vs. 14-15).

La aplicación que de estos versículos hizo Jesús refiriéndose a sí mismo ofrece una evidencia convincente de su plena deidad. Cristo estaba apropiándose claramente para sí de las mismas expresiones usadas por el Dios de Éxodo del Antiguo Testamento para identificarse ante los esclavizados hijos de Israel. Además de eso, no sólo se presenta Jesús a sí mismo como el Dios que se refiere a sí mismo como el «YO SOY», sino también la deidad que se refiere a sí mismo como «el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob», el único que es «el Dios de vuestros padres» (v. 15). Jesús está afirmando de la manera más obvia no ser ningún otro sino el Dios de Éxodo, el Señor (YHWH, Jehová) Dios de los grandes patriarcas fundadores de la nación de Israel. ¿Captó la audiencia de Jesús el empuje de lo que estaba afirmando? ¡Ciertamente que sí! Entendieron claramente que estaba diciendo que él no era otro sino el Dios del Antiguo Testamento, el Señor de los patriarcas y el del libro de Éxodo. ¿Y cómo es que sabemos que reconocieron sus pretensiones? El mismo versículo siguiente registra que la gente tomó «piedras para arrojárselas» (Juan 8:59). ¿Por qué? ¡Porque era la respuesta judía apropiada a cualquier ser humano que hiciera afirmaciones que ellos consideraban blasfemas! ¿Y qué es blasfemia? Que un ser humano pretenda ser Dios (cf. Juan 5:18).

Ahora bien, reconocemos que algunos consideran que el uso que Jesús hizo de la frase «YO SOY» en Juan 8:58 sólo habla de una preexistencia limitada antes que de una preexistencia eterna. Max Hatton nos ha proporcionado algunos comentarios útiles:

«Debe señalarse que si Jesús hubiera simplemente querido decir que existía antes de Abraham, podría haber dicho Egó én (Yo era). En vez de eso usó el término Yo soy en el sentido absoluto. La expresión se usa en otros lugares con un nombre que lo aclara: por ejemplo, Yo soy el buen pastor. Pero aquí Jesús dijo abruptamente ‘Yo soy’, sin ninguna aclaración ulterior:

«Éxodo 3:14: ‘YO SOY EL QUE SOY. Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envió a vosotros’ «.

«Debería ser evidente que el segundo ‘YO SOY’ es una forma abreviada del nombre que se da en primera instancia. ‘YO SOY EL QUE SOY’ en la traducción griega Septuaginta del Antiguo Testamento se rinde como ‘EGÓ EIMI HO ÓN’. Refiriéndose a Juan 8:58, Archibald Thomas Robertson, el gran erudito del griego del Nuevo Testamento, dice: ‘Sin duda alguna, aquí Jesús afirma existencia eterna con la frase absoluta que usa para Dios’ » (Ibíd., pp. 45-46). (33)

Para poner el asunto tan cándidamente como sea posible, Jesús fue lo que afirmó ser en Juan 8:58, o de lo contrario fue una de dos: (1) o un loco, o (2) ¡una de las personas más blasfemas en la historia de la humanidad!

El Evangelio de Juan contiene evidencia adicional para la plena deidad de Jesús como uno igual en naturaleza al Padre. Sin embargo, dejaremos eso hasta que lo abordemos en el capítulo 3.

LA PERSONALIDAD Y DEIDAD DEL ESPÍRITU SANTO.-

Sobre este asunto no es tan extenso el testimonio de la Escritura como lo es para la plena deidad de Cristo. Sin embargo, aún así la evidencia es muy sugerente (como mínimo), por no decir completamente persuasiva. El apoyo más sorprendente aparece en Hechos 5.

Hechos 5.-

La primera parte de este capítulo trata acerca del caso trágico de Ananías y su esposa, Safira. Los cristianos primitivos habían hecho un voto a Dios para donar todos los ingresos de la venta de sus propiedades para las necesidades de la naciente iglesia. El relato gira sobre el hecho de que la pareja secretamente «guardó parte de los ingresos» para ellos. Cuando fueron a dejar la ofrenda parcial a los pies de los apóstoles, murieron.

Note cuidadosamente la explicación que da Pedro para su ejecución sumaria por el poder de Dios: «Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?… ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios» (vs. 3-4).

Reflexionemos un momento en las inferencias de este informe tan franco.

En primer lugar, Pedro está diciendo que podemos mentirle al Espíritu Santo. Es bien evidente que sólo se le puede mentir a una «persona» o personalidad. Uno no puede mentirle a una cosa inanimada, sino sólo a seres autoconscientes con la habilidad de comunicarse personalmente y relacionarse responsablemente con otras personas. Puedo mentirle a mi computadora (u ordenador) todo el día y no lo afectará un ápice en la forma que podría afectar al lector si procediera a contarle un paquete proverbial de mentiras. Sólo se le puede mentir a seres personales que se relacionan, capaces de tener una comunicación significativa, de manera que eso tenga consecuencias morales.

En segundo lugar, Pedro no sólo le informa a Ananías que ha mentido al «Espíritu Santo», sino que luego procede a explicarle que no ha «mentido a los hombres sino a Dios» (v. 4). ¡La obvia inferencia es que el Espíritu Santo es Dios! Le pregunto al lector: ¿Hay alguna otra conclusión a la que podamos llegar?

Efesios 4:30.-

Una evidencia similar para la personalidad del Espíritu Santo aparece en Efesios 4:30.

Pablo amonesta a sus lectores y les dice: «No contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención». ¿Podemos contristar a un «ello» [o ,eso»; es decir, a algo neutro] o a una «cosa»? ¡Por supuesto que no! Sólo podemos contristar a las personas. Aquí contristar significa llevar al punto de profunda pena o chasco. Es una sensación que sólo los seres personales con sentidos, sentimientos y propensiones humanitarias pueden experimentar. Las cosas inanimadas o impersonales no tienen la habilidad de ser «contristadas».

LA TRIUNIDAD DEL ÚNICO DIOS.-

Aquí hacemos frente a uno de los misterios más profundos acerca de Dios. Aunque tenemos algunas ilustraciones humanas de unidades poderosas que pueden ocurrir entre personalidades distintas (matrimonio, amistades, equipos, etc.), el concepto que sirve de base a la visión trinitaria de Dios es el más profundo. ¿Cuál es la mejor evidencia de que la Divinidad no es simplemente unitaria, sino que consiste en una pluralidad en unidad de personas divinas?

Mateo 28:19.-

Probablemente las claves más fuertes para tal triunidad divina ocurran en la famosa comisión evangélica que Jesús le dio a la iglesia en su fórmula bautismal: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo» (Mat. 28:19). Por favor, observe que declara que los tres miembros de la divinidad tienen un «nombre» (singular, no plural), lo que sugiere fuertemente que son uno en carácter y naturaleza personal. En la Biblia el concepto de «nombre» incluye carácter o naturaleza. Aquí la Escritura sugiere que los Tres Santos son uno en nombre desde que comparten el mismo carácter de divinidad.

Este versículo, junto con el de 2 Corintios 13:14, ofrece una visión sorprendente de la vida de la primitiva iglesia apostólica. Los pasajes presentan los saludos apostólicos y la propia fórmula de Cristo para el rito de iniciación (bautismo) en la familia de Dios en formas trinas. Ambos sugieren la unidad de las tres grandes personas, quienes son operativas en la redención y la vida de la iglesia.

Mateo 3:16-17.-

Otra evidencia interesante de la unidad de la Divinidad surge de la presencia de los tres en el bautismo de Jesús. Observe cuidadosamente Mateo 3:16 y 17: «Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venia sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia». Lo verdaderamente notable acerca del incidente es que al comenzar Jesús formalmente su ministerio público de redención, todos los tres miembros del Trío celestial estaban presentes. El recién bautizado Jesús permanece en la orilla del Jordán, desciende el Espíritu sobre él semejante a una paloma, y el Padre habla audiblemente palabras de aprobación e identidad divinas desde el cielo. La escena describe poderosamente la unidad de propósito que hay en la Divinidad. Además de eso, patentiza claramente la distinción de cada ser divino. Mateo no presenta al Espíritu y al Hijo como simples manifestaciones o personificaciones del Padre, sino como personalidades distintas conjuntamente con el Padre. Con todo, dan toda la apariencia de unicidad en propósito y carácter al concentrarse en la misión redentora del Hijo.

EVIDENCIAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO.-

¿Es esta concepción de una unidad plural dentro de la Divinidad sólo típica del Nuevo Testamento? Ciertamente no.

Lo sorprendente es que el gran pasaje que se recitaba siempre para comenzar los servicios en la sinagoga y que confesaba poderosamente la creencia judía en un Dios verdadero, sugiere fuertemente que el Dios de Israel era un Dios multipersonal y al mismo tiempo profundamente un Dios.

Deuteronomio 6:4 y Génesis 2:24.-

Mencionado comúnmente como la Shemá, Deuteronomio 6:4 dice: «Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es».

Este famoso pasaje tiene una cantidad de puntos para enseñarnos acerca de nuestro tema. Primero que nada, el Dios de Israel no es otro sino el Señor (YHWH). Segundo, Jehová Dios es el Señor que es «uno». Lo llamativo acerca de esta palabra importante traducida como «uno» en castellano es la palabra hebrea original: ‘ejad. «Significa ‘uno [entre otros]’, estando el énfasis sobre uno en particular…

La posibilidad de que allí estén otros está inherente en ‘dad, pero yajid excluye esa posibilidad» (Christensen, p. 69). Otra forma de explicar ‘dad es que se refiere a la unidad que resulta de una unidad de numerosas personas.

Sin duda Moisés disponía de la palabra hebrea yajid la que podría haber empleado si hubiese deseado describir al Señor Dios de Israel como un ser exclusivamente unitario.

En contraste con ‘ejad la palabra yajid «significa ‘uno’ en el sentido de ‘solo’ o ‘único’ «(Ibíd.). Para ponerlo en otra forma, se refiere a uno en el sentido unitario, no plural. Sin embargo, Moisés empleó el plural ‘ejad (uno entre otros en una unicidad acoplada o compartida).

Nos ayuda a entender más completamente el sentido de ‘ejad el recordar que la Escritura la empleó para describir una de las uniones humanas más profundas: «Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Gén. 2:24). Aquí la palabra ‘ejad describe la unión matrimonial entre dos seres autoconscientes, amantes y relacionales.

Génesis 1:1-3, 26.-

Nuestra lectura del libro del Génesis nos lleva a las líneas finales de evidencia para la unidad personal de las personas divinas en la Divinidad. Génesis 1:26 describe al Dios Creador diciendo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza». El pasaje presenta a Dios hablando de si mismo con referencias en plural.

Cuando colocamos esta clase de evidencia al lado de otros dos hechos claves en los versículos 1 al 3, tenemos una evidencia fuertemente sugestiva de la naturaleza profundamente unitiva de la Divinidad:

(1) Génesis describe a Dios obrando en conjunción con «el Espíritu de Dios» que se movía sobre «la faz de las aguas», y

(2) las declaraciones repetidas del Nuevo Testamento de que el agente activo en la creación no es otro que Jesús, el Hijo de Dios. Aquí la Divinidad crea humanos a «nuestra» imagen: Padre, Espíritu e Hijo forman una pluralidad personal creadora y amante.

Además, cuando Dios creó a la humanidad a «nuestra» imagen estableció una pluralidad de dos individuos, distintos el uno del otro, y sin embargo capaces de llegar a ser «uno»

(Gén. 2:24). Estos (38) versículos describen enfáticamente el hecho histórico de que la pluralidad de unicidad involucra la imagen de Dios.

Resumen.-

Así que aquí tenemos algunas de las evidencias más claras para la plena divinidad de Cristo, la personalidad y deidad del Espíritu Santo, y la unión profundamente personal de la Divinidad. Ahora preguntamos: ¿Es esta evidencia lo suficientemente persuasiva como para que el lector dé consideración a una evidencia bíblica más amplia para la demanda trinitaria, de que debemos entender la Divinidad como tres personas que existen en un vínculo profundo de unidad personal? Esperamos que sí.

Aunque hemos presentado algunas de las evidencias más claras, hay mucho más para presentar. Si usted está dispuesto, volvamos ahora nuestra atención a otras líneas de evidencia de la Biblia.

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