LA IGLESIA ADVENTISTA DURANTE LA GUERRA DE SECESIÓN
Dr. Alberto R. Treiyer
A veces no sabemos cómo orar, qué es lo que conviene. Si hubiéramos estado en la época de la guerra de Secesión y hubiéramos orado por la paz, hubiésemos, tal vez sin quererlo, consentido en mantener un estado de cosas en donde la esclavitud fuese aceptada. La iglesia no debía armar una guerra o participar en la guerra para abolirla, ni incitarla. Pero tampoco correspondía que se opusiese a la guerra y, por consiguiente, buscase mantener un estado de cosas tal sin castigo divino. Por supuesto, toda oración implorando la misericordia divina por los pecadores que se matan en una guerra es bien mirada en el cielo, y el anhelo de la paz, de una paz genuina, debe ser nuestra petición constante (1 Tim 2:1-4,8; ver Tit 3:1-2; 1 Ped 2:13).
¿Cómo hizo Dios para castigar entonces, el terrible crimen de la esclavitud? Permitiendo la guerra entre el Norte y el Sur. ¿Quiénes fueron castigados? Ambos, inclusive los que luchaban para abolirla. En este contexto convendrá que consideremos varias declaraciones del Espíritu de Profecía y el papel que la Iglesia Adventista desempeñó en esa guerra. Las extraeré del tomo II de la historia de E. de White que preparó su nieto, Arturo White. Pondré entre paréntesis las páginas de ese tomo que cito.
I. La guerra como castigo divino a ambas partes.
Antes que se disparara el primer tiro en esa guerra, E. de White dio un panorama del conflicto inminente y su ferocidad el 12 de Febrero de 1861. Anunció luego que habría hijos de la congregación ante la cual habló después de una visión, que morirían en esa guerra, lo que se cumplió al pie de la letra. El 3 de Agosto de 1861 declaró, además, el propósito divino en esa guerra:
“Dios está castigando a esta nación por el alto crimen de la esclavitud. El tiene el destino de la nación en sus manos. Castigará al Sur por el pecado de la esclavitud, y al Norte por tolerar durante tanto tiempo su influencia excesiva y despótica” (34). Le fue “mostrado el pecado de la esclavitud que ha sido una maldición por tanto tiempo para esta nación” (34).
Aquí tenemos un cuadro en donde ambas partes en la contienda son castigadas por Dios y mediante la guerra. También podemos prever en esta cita que la razón por la que Dios permitía esa guerra era la abolición de la esclavitud, un bien a favor de la nación culpable de semejante crimen.
“El azote de Dios está ahora sobre el Norte porque se han sometido por tanto tiempo a los avances del poder sobre el esclavo. El pecado pro-esclavitud de los hombres del Norte es grande. Han fortalecido el Sur en su pecado al sancionar la extensión de la esclavitud; han tenido una parte prominente en llevar a la nación a esta condición de angustia presente” (35).
“Me fue mostrado que muchos no se dan cuenta de la extensión del mal que ha venido sobre nosotros. Se vanaglorian de que las dificultades nacionales serán arregladas pronto y que la confusión y la guerra terminarán también pronto, pero todos se convencerán de que hay más realidad en el asunto que lo que se anticipó…
“El Norte y el Sur me fueron presentados. El Norte se había engañado con respecto al Sur. Ellos están mejor preparados para la guerra que lo que se había representado. La mayoría de sus hombres está bien entrenada en el uso de las armas, algunos de ellos con experiencia en batallas, otros por su deporte habitual. Tienen la ventaja sobre el Norte en este respecto, pero no tienen, como algo general, el valor y el poder de persistencia que tienen los hombres del Norte” (35).
Un contexto bíblico equivalente de disgusto divino lo encontramos en Zac 1, en donde los emisarios divinos traen el informe sobre el estado de la tierra, que está “reposada y quieta”. Eso angustia al Angel del Señor porque se trata de una paz que condona la esclavitud del pueblo de Dios. Aunque un buen número de cautivos había podido volver ya bajo Ciro hacía unos años atrás, la mayoría del pueblo de Dios permanecía cautivo todavía en Babilonia bajo la administración medo-persa. Se trataba de una paz que satisfacía al príncipe de este mundo, ya que impedía que los propósitos de Dios para con su pueblo se cumpliesen, y fuesen liberados los que todavía estaban bajo el yugo del imperio opresor.
“¿Hasta cuándo…?”, clamó el Angel del Señor (Zac 1:12). “¿Hasta cuándo…,” clamó uno de los dos querubines que se encontraban (presumiblemente sobre el arca del templo celestial), en la visión de los 2,300 días de Daniel (8:13). “¿Hasta cuándo…”—clamaban también los mártires de la Edad Media según el quinto sello—iba Dios a permitir que la opresión continuara sin hacer justicia? (Apoc 6:10).
Dios revela su ira contra las naciones tranquilas en un contexto tal como el de Zacarías. Porque la paz de la que disfrutan está fundada en la injusticia o, en los términos de E. de White en relación con la nación norteamericana a mediados del S. XIX, en un crimen. Debían agitarse las naciones en los días de Zacarías, para que su pueblo regresase a su hogar y en libertad. Debía haber guerra en los EE.UU. para que se aboliese la esclavitud.
II. El crimen de la esclavitud.
En este punto, convendrá que nos detengamos para analizar la actitud que asumió E. de White con respecto a los esclavos, a la luz de lo que la Biblia reveló. Si miramos las leyes divinas dadas al antiguo Israel, vemos que Dios no condenó la esclavitud, pero la reguló. Los apóstoles en el Nuevo Testamento tampoco condenaron la esclavitud. Por el contrario, instaron a los que se convertían a no rebelarse contra sus amos, sino a serles más fieles aún. E. de White, en cambio, declaró que era el deber de los adventistas desacatar las leyes que en los EE.UU., en pleno S. XIX, imponían de entregar a sus dueños los esclavos que se escapasen.
a. Las leyes del Antiguo Testamento.
Se ha arguido y con razón, que las leyes divinas de la esclavitud en el Antiguo Testamento eran una especie de seguro social contra los descapacitados, los que empobrecían por incapaces o desgracias, etc. Un análisis detallado sobre tales leyes incluyo en mi libro, Jubileo y Globalización, cap. II. Para nuestro propósito, me atendré aquí a un aspecto primordial. Los esclavos maltratados por sus amos podían obtener la libertad.
“Si alguno hiere el ojo de su siervo o de su sierva, y lo deja tuerto, le dará libertad por razón de su ojo. Si le hace saltar un diente a su siervo o sierva, por su diente lo dejará libre” (Ex 21:26-27). El amo debía cuidar de no amenazar desmedidamente a su siervo, porque si lo angustiaba y buscaba refugio en otro lugar, no lo podía recuperar más. “No entregarás a su señor al siervo que huye de él, y te pide asilo. Habite contigo en el lugar que elija en algunas de tus ciudades donde le guste. No lo oprimirás” (Deut 23:15-16).
Esto es esencial para entender la firme determinación de E. de White en no entregar los esclavos que escapaban del sur a sus dueños cuando estos venían en su persecución. De hecho, el hogar de los White fue de a momentos un lugar de refugio por el que los que huían podían escapar más al norte.
La orden divina a los amos fue, en esencia: “No lo dominarás con dureza, sino que respetarás a tu Dios… No dominaréis a vuestros hermanos israelitas, ni los trataréis con dureza” (Lev 25:43úp; véase 2 Crón 28:9-15).
b. La actitud de los apóstoles ante la esclavitud.
La esclavitud romana, en los días de los apóstoles, era abusiva y no contaba con los recursos de protección y liberación que existía en Israel. No obstante, por inspiración divina, los apóstoles evitaron aparecer como reformadores sociales. Siguiendo el ejemplo de Jesús, quien rechazó un mesianismo político o militar como el que propician hoy muchos (Juan 6:15; 18:36), no incitaron a los esclavos a rebelarse contra sus amos, sino a servirlos mejor, según el orden político y social vigente. Su misión era poner la semilla del evangelio en los corazones para que la paz comenzase en lo interior, y de esa forma se evitase la guerra que se entabla cuando se la quiere imponer desde el exterior.
Lo que hicieron los apóstoles fue poner una bomba de tiempo en el corazón de la gente que, a la postre, siglos después, terminaría aboliendo la esclavitud. Su Señor les había conferido un reino como el que Su Padre le había asignado a él (Luc 22:29), es decir, “no de este mundo,” sino espiritual (Luc 17:20-21). Así, la iglesia no se corrompería con las típicas amarguras y contiendas que provocan las revoluciones sociales y aún las guerras de hoy.
“Esclavos, obedeced a vuestros amos terrenales con respeto y temblor, con sincero corazón, como a Cristo. No para ser vistos, como los que agradan a los hombres, sino como esclavos de Cristo, que hacen con ánimo la voluntad de Dios. Servid con buena voluntad, como quien sirve al Señor y no a los hombres… Y vosotros, amos, haced con ellos lo mismo. Dejad las amenazas, sabiendo que el Señor de ellos y de vosotros está en el cielo, y no hace acepción de personas” (Ef 6:5-9; ver Col 3:22ss).
Aparentemente, Pablo se dirigía en forma especial a la relación de amos y esclavos que se daba dentro de los conversos, porque se dirige igualmente a los amos. “Amos, dad a vuestros siervos lo que es justo y recto, sabiendo que también vosotros tenéis un Amo en el cielo (Col 4:1). Fue a Filemón, converso de Pablo, a quien el apóstol le dirigió una epístola para que aceptase de regreso a su esclavo que se había convertido también al Señor, sin tomar represalias contra él por haberse escapado. No se trata de un esclavo que Pablo devuelve a un amo no convertido y abusador, sino de un arreglo voluntario de ambas partes para con un amo y un esclavo convertidos. Esto entra dentro del espíritu de la ley de la esclavitud reflejado en el Antiguo Testamento.
No obstante, la recomendación de Pablo se dirigió también a aquellos que no tenían amos convertidos o con un carácter afable. “Exhorta a los esclavos a que sean sujetos a sus señores, que agraden en todo, que no sean respondones. Que no les roben, antes que se muestren confiables, leales, para que en todo adornen la doctrina de Dios, nuestro Salvador” (Tit 2:9-10). “Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos; no sólo a los buenos y afables, sino también a los rigurosos. Porque esto merece aprobación, si a causa de la conciencia ante Dios, alguno soporta molestias y padece injustamente… Porque… si haciendo bien sois afligidos, y lo soportáis, esto ciertamente es agradable ante Dios” (1 Ped 2:18-20).
No obstante, Pablo aconsejó que quien pueda obtener la libertad, obviamente por las vías regulares o legales, que la obtenga. “Cada uno quede en el estado en que fue llamado. ¿Eras esclavo cuando fuiste llamado? No te preocupes. Pero si puedes conseguir tu libertad, procúrala. Porque el que era esclavo cuando fue llamado por el Señor, es liberto del Señor. De igual modo, el que fue llamado siendo libre, es siervo de Cristo. Fuisteis comprados por precio. No os hagáis esclavos de los hombres. Cada uno, hermanos, en lo que fue llamado, así permanezca ante Dios” (1 Cor 7:20-24).
c. En la historia del cristianismo.
La esclavitud continuó en el cristianismo por mucho tiempo. Los papas no abolieron la esclavitud, sino que la recibieron como una herencia de los césares. Los obispos y el clero más alto del imperio poseían esclavos, y continuaron poseyéndolos hasta el S. XII (cf. Jubileo y Globalización…, 93). No es de extrañar que la trata de negros comenzó en países católicos luego que los teólogos de Valladolid llegasen a la conclusión de que los indios recién descubiertos en el S. XVI, eran seres humanos, y por lo tanto cristianizables. ¿Quiénes podrían hacer obra servil? Los negros a quienes no consideraban en el mismo nivel.
Posteriormente, la raza anglosajona con espíritu más comercial, vio en el plan una oportunidad extraordinaria para el negocio. Mientras que en algunos lugares de latinoamérica se exterminó a la mayoría de los negros poniéndolos al frente de batalla, en norteamérica se dio una guerra que les confirió la libertad. En este contexto encontramos las declaraciones de E. de White sobre la esclavitud y la guerra de Secesión.
d. Las declaraciones de E. de White.
“No tenemos que obedecer la ley de nuestra tierra que requiere que entreguemos un esclavo a su amo; y debemos sobrellevar las consecuencias de violar esta ley. El esclavo no es la propiedad de ningún hombre. Dios es su legítimo amo, y el hombre no tiene derecho de tomar la obra de Dios en sus manos, y reclamarla como suya” (34). “Cuando las leyes de los hombres entran en conflicto con la Palabra y la ley de Dios, debemos obedecer esto último, no importa cuáles puedan ser las consecuencias” (35).
En estas declaraciones, E. de White no llama a la guerra ni a una revolución social. Nadie es incitado a hacer una campaña pública de oposición al gobierno. Tampoco hace un llamado a los esclavos a sublevarse contra sus amos. Se trata de una apelación a los hogares adventistas que se encontraban en su mayoría, en el Norte de los EE.UU., y que se limita a no entregar los esclavos que vienen en busca de socorro, en armonía con las leyes del Pentateuco (Deut 23:15-16). Esto no está, por consiguiente, tampoco en contradicción con lo que expresaron los apóstoles. La devolución del esclavo por parte de Pablo a Filemón tuvo que ver con un regreso voluntario, y en donde la apelación al amo era factible por cuanto se había convertido al Señor (véase Ex 21:5-6; Deut 15:16-17).
e. Diferencias entre la esclavitud israelita y la norteamericana del S. XIX.
Convendrá resaltar, además ciertas diferencias fundamentales.
(1) La esclavitud israelita era voluntaria, mientras que la esclavitud negra del S. XIX era forzada. El texto dice, en efecto: “Si tu hermano hebreo… se vende a ti” (Deut 15:12; ver Lev 25:39-40; cf. 24:14).
(2) De esto se deduce también que no era comerciable, como en el caso de los afro-americanos (Lev 25:42: “Porque son mis siervos, que yo saqué de Egipto. No serán vendidos como esclavos”).
(3) Tampoco era vitalicia sino que, dependiendo de la cercanía del año sabático duraba 1, 3 o a lo sumo 6 años, ya que al séptimo recuperaba automáticamente su libertad (Deut 15:12).
(4) Los esclavos israelitas eran redimibles (Lev 25:48).
III. La intervención divina en la guerra.
Varias historias del Antiguo Testamento nos muestran cómo Dios intervino en las guerras antiguas en las que su pueblo estuvo involucrado. Sus armas fueron las avispas, el granizo y los cuerpos celestes. En una de las manifestaciones divinas más notables la liberación vino por la mano de un ángel que mató a 185.000 soldados del rey de Asiria (2 Rey 19:34-35).
El hecho de que Dios no revele su intervención en cada guerra, no significa que sus intervenciones se limitan a las guerras del pasado. En las guerras del papado contra Bohemia en plena Edad Media, vez tras vez fracasaron las invasiones papales. Ziska, el libertador de los bohemios, “confiando en la ayuda de Dios y en la justicia de su causa,” pudo resistir siempre con éxito a los cruzados papales. En cierta oportunidad “un terror misterioso y repentino se apoderó de ellos [las fuerzas del papa]. Sin asestar un solo golpe, esa fuerza irresistible se desbandó y se dispersó como por un poder invisible. Algo semejante volvió a ocurrir en una segunda cruzada. “Al oir el ejército que se aproximaba contra ellos y aun antes de que vieran a los husitas, el pánico volvió a apoderarse de los cruzados. Los príncipes, los generales y los soldados rasos, arrojando sus armas, huyeron en todas direcciones. En vano el legado papal que guiaba la invasión se esforzó en reunir aquellas fuerzas aterrorizadas y dispersas. A pesar de su decididísimo empeño, él mismo se vio precisado a huir entre los fugitivos…” (CS, 124-125).
E. de White agregó: “Era una manifestación del poder divino. Los invasores fueron heridos por un terror sobrenatural. El que anonadó los ejércitos de Faraón en el Mar Rojo, e hizo huir a los ejércitos de Madián ante Gedeón y los trescientos, y en una noche abatió las fuerzas de los orgullosos asirios, extendió una vez más su mano para destruir el poder opresor. ‘Allí se sobresaltaron de pavor donde no había miedo; porque Dios ha esparcido los huesos del que asentó campo contra ti: los avergonzaste, porque Dios los desechó” (Sal 53:5)’” (CS, 126.).
La batalla de Manasas.
Un coronel del ejército del Sur, W. W. Blackford, describió la primera batalla de Manassas, del 21 de julio de 1861:
“Eran más o menos las cuatro de la tarde y la batalla continuaba encarnizadamente con sostenido furor. Las líneas azules seguían indómitas haciendo fuego tan vigorosamente como siempre mientras acometían contra las sólidas filas grises que estaban inconmovibles en frente. Era en aquel cerro donde en las horas tempranas de ese día, Jackson ganó el nombre de Stonewall, o ‘muro de piedra.’
“Pero entonces ocurrió el espectáculo más extraordinario que yo haya jamás presenciado. Había estado observando las numerosas y bien formadas filas que avanzaban al ataque, algunas quince o veinte mil en plena vista, y por alguna razón había dirigido por un momento la mirada en otra dirección cuando alguien exclamó, señalando el campo de batalla: ‘¡Mire, mire!’ Miré y vi que un cambio extraordinario había ocurrido en un instante. Donde aquellas bien uniformadas y bien definidas filas con marcados espacios entre medio, habían estado avanzando firmemente, aparecía el campo como un confuso avispero de hombres que huían tan rápidamente como se lo permitían las piernas, sin orden ni organización alguna. En un momento el valle entero estuvo lleno de soldados hasta donde la vista podía alcanzar. Se precipitaban a través del Bull Run [riachuelo] por dondequiera pudieran sin preocuparse de los vados ni los puentes, y muchos se ahogaron. Fusiles, cartucheras, cinturones, alforjas, mochilas y frazadas, todo fue arrojado en su loca carrera, para que nada pudiera impedirles la fuga. En su atolondrado apuro la artillería pasó por encima de cuantos no salieron del camino. Los conductores de ambulancias y carros cortaron los aparejos y huyeron sobre las mulas. Al cruzar el Bull Run hizo explosión una granada conducida por una yunta de animales y el camino quedó interceptado y cayeron en nuestras manos 28 piezas de artillería.
“Pisando o saltando de una cosa a otra, de las que habían sido arrojadas en la despavorida fuga, podría haber caminado una larga distancia sin tocar con mis pies en el suelo, sobre un cordón de unas 40 ó 50 yardas de ancho a cada lado del camino. Un buen número de alegres miembros del Congreso habían venido de Washington para presenciar la batalla desde las colinas adyacentes, provistos de cestos con la merienda y champaña. De modo que hubo una verdadera carrera de carruajes cuando empezó la huída, siendo los carruajes los que tomaron la delantera según lo describieron gráficamente los prisioneros que capturé y otros ciudadanos” (cf. 36-37).
Años más tarde, el Sr. Johnson que había estado entre las fuerzas Confederadas, dijo lo siguiente: “Estuve de pie a menos de cuatro varas del General Beauregard cuando la huída repentina comenzó. Beauregard tenía sus cañones cargados y estaba para tirar. Miró hacia las huestes que avanzaban y exclamó: ‘Todos los Yankees se retiran. No disparen los revólveres’” (cf. 38). Lo que no resultó claro a los generales y observadores, le fue revelado a E. de White.
Descripción de E. de White.
“Tuve una visión de la desastrosa batalla de Manassas, Virginia; fue la escena más penosa e impresionante. El ejército del Sur tenía todo en su favor y estaba preparado para la terrible contienda. El ejército del Norte seguía adelante con paso triunfal no dudando de su victoria. Muchos eran temerarios y marchaban jactanciosamente como si la victoria ya fuera de ellos. Al acercarse al campo de batalla muchos estaban casi desfallecientes de cansancio y falta de alimento. No esperaban un ataque tan feroz. Se precipitaron a la batalla y pelearon valiente y desesperadamente. Hubo muertos y moribundos en ambos bandos; tanto los del Norte como los del Sur sufrieron grandes pérdidas. Los hombres del sur fueron cediendo y en poco rato hubieran tenido que retroceder aún más. Los del Norte seguían adelante con furor aunque sus pérdidas eran muy grandes. Y en ese preciso momento descendió un ángel y con la mano hizo la señal de retroceder. Instantáneamente hubo confusión en las filas. A los hombres del Norte les parecía que sus tropas estaban retrocediendo, cuando en realidad no era así; e inmediatamente empezó una precipitada retirada. Esto me pareció asombroso.
“Entonces me fue explicado que Dios tenía a esta nación en sus manos y no permitiría que se ganaran victorias más rápidamente de lo que él dispusiera y no permitiría que los hombres del Norte sufrieran más pérdidas de las que su sabiduría considerara conveniente para castigarlos por sus pecados. Y si el ejército del Norte en este momento hubiera seguido combatiendo en su condición exhausta y agotada, les hubiera esperado una mayor lucha y destrucción que hubiera causado un gran triunfo a los del Sur. Dios no permitió eso y envió un ángel que se interpuso. La repentina retirada de las tropas del Norte es un misterio para todos. Ellos no saben que la mano de Dios intervino en el asunto,” T, I, 264, 266-267.
IV. Cuando el ayuno y la oración por la guerra no sirven.
Hacia el final del año el gobierno comenzó a darse cuenta del largo y amargo conflicto que tenía por delante, y decidió proclamar un día de ayuno y oración. El 4 de Enero se le reveló a E. de White la inutilidad de esos ayunos nacionales en tales circunstancias.
“Parece imposible que se pueda llevar la guerra al éxito debido a que muchos de nuestros rangos están continuamente trabajando a favor del Sur, y nuestros ejércitos han sido repelidos e inmisericordemente masacrados por culpa de la conducción de esos hombres pro-esclavitud. Algunos de nuestros líderes en el Congreso están también trabajando constantemente a favor del Sur.
“En este estado de cosas se está proclamando ayunos nacionales, para orar que Dios lleve esta guerra rápida y favorablemente a su fin. Fui entonces dirigida a Isa 58:5-7: … ‘¿No es este el ayuno que yo escogí? ¿Desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas opresivas, dejar libres a los quebrantados, y que rompas todo yugo?’… Vi que esos ayunos nacionales eran un insulto a Jehová. El no acepta tales ayunos” (38-39). Véase también Prov 28:9: “El que aparta su oído para no oír la Ley, hasta su oración es abominable.”.
“Miles han sido inducidos a enrolarse con el entendimiento de que esta guerra era para terminar con la esclavitud; pero ahora… encuentran que han sido engañados, que el objetivo de esta guerra no es abolir la esclavitud, sino preservarla como está… En vista de todo esto, ellos se preguntan: si tenemos éxito en reprimir esta rebelión, ¿qué habremos ganado? Sólo pueden responder desanimados: nada. No se ha quitado la causa de la rebelión. Se ha dejado vivo el sistema de esclavitud que ha arruinado nuestra nación para que se suscite otra rebelión. Amargos son los sentimientos de miles de nuestros soldados” (39). “La guerra no tiene por objetivo quitar la esclavitud, sino meramente preservar la Unión” (39).
El cuadro de la guerra comenzó a cambiar cuando el presidente Lincoln hizo la Proclamación de la Emancipación, a ser efectivo el 1 de Enero de 1863. Cuando se proclamó un ayuno nacional para el 30 de abril, los adventistas sintieron que podían unirse en su observancia, debido a que el gobierno se estaba poniendo más en armonía con el testimonio de Isa 58. Bien al principio de Julio se tuvo una batalla decisiva en Gettysburg, Penssylvania, con la victoria de las fuerzas de la Unión.
Aquí podemos preguntarnos algunas cosas. Los adventistas no participaron en el primer ayuno porque los intereses de la guerra estaban divididos. ¿Habrán dejado de orar? Pienso que no. La mayoría habrá orado porque cambie el cuadro y se decida el gobierno de una vez por todas abolir la esclavitud, de acuerdo a las claras indicaciones divinas dadas a E. de White.
V. Fue Dios quien movió a los hombres para liberar a los esclavos negros.
El uso de expresiones como “nuestros rangos”, “nuestros líderes en el Congreso”, revela que E. de White se identificaba con los del Norte y anhelaba que cumplieran su deber de abolir la esclavitud. Esto se ve reforzado no sólo por las citas que ya vimos de ella en relación con la intervención divina en esa guerra, sino también por otras declaraciones que dio posteriormente, y que revelan tanto el plan de Dios para liberar a los negros como para castigar a esa nación que había sido tan grandemente bendecida pero que no hacía nada para abolir el crimen de la esclavitud.
“Dijo el ángel: ‘Escuchad, oh cielos, el clamor de los oprimidos, y dad doble pago a los opresores según sus hechos.’ Esta nación será aún humillada hasta el polvo.” (1 T, 259). La expresión, “doble pago,” se usa en el Antiguo Testamento únicamente para referirse al pueblo de Dios en apostasía. Se trata de gente que tuvo gran luz pero que la desechó. De allí que la Babilonia apocalíptica se refiere al cristianismo romano apóstata que tuvo la luz del evangelio pero que la opacó y ocultó adoptando prácticas paganas (Apoc 18).
“La nación hebrea no es la única que ha estado en cruel esclavitud, y cuyos clamores han venido a los oídos del Señor de los ejércitos. El Señor Dios de Israel ha mirado al vasto número de seres humanos que fueron sometidos a esclavitud en los Estados Unidos de América.
“Los EE.UU. han sido un refugio para los oprimidos. Se ha hablado de ellos como el baluarte de la libertad religiosa. Dios ha hecho más por este país que por cualquier otro país sobre el cual brilla el sol. Ha sido maravillosamente preservado de la guerra y del derramamiento de sangre. Dios vio la repugnante mancha de la esclavitud sobre este país, y observó los sufrimientos que debió soportar la gente de color. Movió los corazones de los hombres para trabajar en favor de los que fueron tan cruelmente oprimidos.
“Los Estados del Sur llegaron a ser un campo de batalla terrible. Las tumbas de los hijos de los norteamericanos que fueron alistados para librar la raza oprimida han engrosado su suelo. Muchos cayeron muertos, dando sus vidas para proclamar libertad a los cautivos, y apertura de la prisión a los que fueron sometidos.
“Dios habló con respecto a la cautividad del pueblo de color tan ciertamente como lo hizo con respecto a los cautivos hebreos, y dijo: ‘He visto la aflicción de mi pueblo…, y he escuchado su clamor en mano de sus amos; porque conozco sus penas, y he venido a librarlos.’ El Señor obró para liberar a los esclavos del Sur; pero dispuso hacer más por ellos como lo hizo por los hijos de Israel, a quienes tomó para educarlos, refinarlos y ennoblecerlos” (Advent Review, 12-17-1895, “An Example in History,” 03).
En este respecto pareciera haber una especie de contradicción. Como lo veremos en el siguiente punto, los adventistas, en general, no fueron a la guerra a pesar de simpatizar con la causa del Norte que buscaba abolir la esclavitud. Sin embargo, E. de White admitió más tarde que fue Dios quien movió a los hombres del Norte para liberar a los esclavos, al punto de dar muchos su vida por ellos. ¿Por qué los adventistas no se interesaron en la guerra, y buscaron evitar enrolarse en una guerra mediante la cual Dios iba a obrar la liberación de los esclavos? Veamos…
VI. Ir o no ir a la guerra.
Uno de los problemas que tuvo que enfrentar nuestra iglesia se dio con el llamado al servicio militar y reclutamiento de soldados. Al principio la guerra se llevó a cabo con voluntarios. Siendo que la guerra aumentaba, el presidente comenzó a exigir un número de soldados por cada estado, luego por cada condado, ciudad y distrito. Si no se obtenía el número fijado de voluntarios, iban a tener que reclutarse los soldados por la fuerza. Para evitar que esto ocurra, se formaron comités en muchas municipalidades con el propósito de recaudar fondos a favor de los reclutas.
Siendo que los adventistas querían evitar el reclutamiento, Jaime White, esposo de E. de White, participó en la colecta de fondos para pagar a los voluntarios. Los adventistas tenían como norma no llevar armas, sin embargo sintieron su deber unirse para levantar dinero para el pago de bonos para que fuesen a la guerra quienes no tendrían escrúpulos religiosos contra el servicio militar. Era comprensible que al no enrolarse en el ejército, los adventistas temiesen el reclutamiento nacional que vendría con fuerza más tarde. En este contexto, E. de White explicó al comenzar 1863:
“La atención de muchos se vuelve a los guardadores del sábado porque no manifiestan gran interés en la guerra y no se ofrecen como voluntarios. En algunos lugares se los consideró como simpatizando con la Rebelión (del Sur). Llegó el tiempo en que nuestros verdaderos sentimientos en relación con la esclavitud y la Rebelión debían darse a conocer. Había necesidad de moverse con sabiduría para alejar las sospechas que se levantaban contra los guardadores del sábado” (41).
Jaime White escribió entonces un artículo el 12 de Agosto en la Review and Herald titulado “La Nación,” que desató una considerable polémica porque, como lo dijo luego E. de White, cada cual lo interpretó a su manera. En ese artículo Jaime White expresó su propia opinión, haciendo referencia a lo que la iglesia había publicado por diez años contra la esclavitud, a tal punto que su distribución en los estados del Sur fue prohibida. También declaró que no conocía ningún adventista que tuviese la menor simpatía por la secesión. No obstante, admitió que “nuestro pueblo no ha tomado parte en la lucha actual como otros… La posición que nuestro pueblo ha tomado con respecto a la perpetuidad y sacralidad de la ley de Dios contenida en los Diez Mandamientos no está en armonía con todos los requerimientos de la guerra” (42-43). Mencionó en especial el cuarto y el sexto mandamientos. “Pero en el caso del reclutamiento, el gobierno asume la responsabilidad de la violación de la ley de Dios, y sería una locura resistirlo,” ya que sería fusilado y, de no ir, sería como un suicidio (42).
E. de White salió en defensa de su esposo diciendo que fue malinterpretado por gente impulsada por Satanás que en lugar de pesar el artículo con calma, se agitó dando rienda suelta a sus sentimientos rebeldes. Admitió, sin embargo, que su marido “dio la mejor luz que entonces tenía. Era necesario que se dijera algo” (43). Sin luz especial sobre el tema, según aclaró, ella abogó por una postura moderada. “Pienso que complacería al enemigo que rehusemos obstinadamente obedecer la ley de nuestro país (cuando esta ley no está contra nuestra fe religiosa) y sacrificar nuestras vidas… Tenemos que confiar en Dios ahora. Su ejército nos sostendrá” (44).
Posteriormente Dios le dio luz sobre el tema. Escribió lo siguiente: “Dios está castigando al Norte por haber soportado durante tanto tiempo el maldito pecado de la esclavitud… Dios no está con el Sur, y los castigará terriblemente al final… Vi que Dios no entregaría al ejército entero del Norte en las manos de un pueblo rebelde, para ser manifiestamente destruido por sus enemigos. Se me refirió Deut 32:26-30… Vi que tanto el Sur como el Norte estaban siendo castigados. Con respecto al Sur, fui dirigida a Deut 32:35-37…” (47).
A pesar de eso, E. de White advirtió que había deslealtad entre los generales y hombres de estado, traición, voracidad y determinación para usar la guerra con el propósito de escalar posiciones y obtener supremacía, lo que evitaba un triunfo rápido del Norte. También agregó que algunos generales actuaban bajo la instrucción de influencias espiritistas en sus decisiones y estrategias.
“En lugar de confiar en el Dios de Israel, y dirigir sus ejércitos a confiar en el único que puede librarlos de sus enemigos, la mayoría de los líderes en la guerra consulta al príncipe de los demonios y confía en él. Deut 32:16-22. Dijo el ángel: ‘¿Cómo puede Dios hacer prosperar a un pueblo tal? Si ellos recurriesen a él y confiasen en él; si tan solo vinieran donde pudiera ayudarlos, según su propia gloria, él lo haría presto” (48-49).
“Me fue mostrado que el pueblo de Dios, que es su tesoro peculiar, no puede comprometerse en esta perpleja guerra, porque se opone a todo principio de su fe. En el ejército ellos no podrán obedecer a la verdad y al mismo tiempo a los requerimientos de sus oficiales. Habría continua violación de conciencia. Hay hombres indignos que se dejan llevar por principios indignos… Pero el pueblo de Dios no puede ser gobernado por tales motivos… Los que aman los mandamientos de Dios se conformarán a cada ley buena de la tierra. Pero si los requerimientos de los gobernantes entran en conflicto con las leyes de Dios, queda la única pregunta para hacerse: ¿voy a obedecer a Dios o al hombre?” (49).
Todavía no se había decretado un reclutamiento forzoso para cuando E. de White publicó esta declaración. En algunos lugares la discusión de si ir o no a la guerra condujo a algunos al fanatismo, según comentó E. de White más tarde. “Confundieron celo y fanatismo con escrúpulos de conciencia. En lugar de guiarse por la razón y un juicio sano, permitieron que sus sentimientos tomasen la delantera. Estaban listos para ser mártires por su fe” (50). “En lugar de elevar sus peticiones al Dios de los cielos y confiar únicamente en su poder, elevaron sus peticiones a los legisladores con su consiguiente rechazo”, dejando peor parada a nuestra iglesia.
“Vi que los que han ido a hablar tan decididamente en contra de la obediencia al reclutamiento no entienden de lo que hablan. Si fuesen reclutados y rehusasen obedecer, y fuesen amenazados con prisión, tortura o muerte, retrocederían y descubrirían entonces que no estaban preparados para semejante emergencia. No soportarían la prueba de su fe. Lo que pensaban que era fe era sólo presunción fanática” (50).
“Los que están mejor preparados para sacrificar aún la vida, si les fuese requerido, en lugar de ponerse en un estado donde no podrían obedecer a Dios, hablarían lo menos posible. No harían alarde. Guardarían profundamente sus sentimientos y meditarían mucho. Sus oraciones más sinceras ascenderían al cielo por sabiduría para actuar y gracia para sufrir.
“Los que sienten que en el temor de Dios no pueden comprometerse a conciencia en esta guerra estarán bien callados, y cuando se los interrogue declararán simplemente lo que están obligados a decir para responder al que los interroga, y entonces harán ver que no tienen simpatías con la Rebelión…
“Me fue mostrado que como pueblo no podemos ser demasiado cuidadosos sobre la influencia que debemos ejercer; debiéramos ser cautelosos en cada palabra. Cuando por palabras o actos nos ubicamos en el campo de batalla del enemigo, alejamos a los santos ángeles de nosotros, y alentamos y atraemos a los ángeles malos en multitud alrededor nuestro” (50-51).
El 3 de Marzo de 1863, el Congreso de los EE.UU. votó una ley que llamaba al enrolamiento de todos los que tuviesen de 20 a 45 años. Algunas declaraciones trajeron alivio a los adventistas. “Los que por razones de fe no pudiesen portar armas, serían asignados a cumplir su deber en hospitales… o pagar la suma de 300 dls.”
Testimonios y consultas posteriores.
Años después, estando en Suiza (1886), en un contexto de paz (no de guerra), E. de White escribió: “Acabamos de despedir a tres de nuestros hombres responsables que trabajaban en la oficina, quienes recibieron orden del gobierno de ingresar, durante tres semanas en el servicio militar. En la casa editora pasábamos por una importantísima etapa en nuestro trabajo, pero los requerimientos del gobierno no se acomodan a nuestras conveniencias. Exigen que los jóvenes a quienes han aceptado como soldados no descuiden los ejercicios ni la preparación esencial para los soldados. Nos alegró ver que esos hombres con sus uniformes militares habían recibido condecoraciones por su fidelidad en su trabajo. Eran jóvenes dignos de confianza.
“No fueron por elección propia, sino porque las leyes de su nación así lo requerían. Los animamos a ser fieles soldados de Cristo. Nuestras oraciones acompañarán a esos jóvenes, para que los ángeles de Dios vayan con ellos y los protejan de toda tentación”, MS II, 386.
En relación con la primera guerra mundial, apenas irrumpió, E. de White fue consultada por Clarence Crisler el 20 de Octubre de 1914, debido a que algunos adventistas europeos estaban siendo reclutados por fuerza. Los hermanos en Europa pedían consejo y preguntaban si E. de White tenía alguna luz. Ella no dio un consejo específico sobre el tema, excepto que bajo tales circunstancias los cristianos no debían actuar en forma presuntuosa (Ellen G. White V 6, The Later Elmshaven Years 1905-1915, 426).
VII. Reflexiones adicionales con respecto a la guerra.
El tema de la guerra y de la pena de muerte ocupó mucho mi atención antes, durante y después de la preparación de mi tesis doctoral. Está en la Biblia y no la podemos ignorar. Lo que allí se cuenta y se determinó por ley provino de Dios. Capítulos enteros y numerosas páginas dediqué en mis libros a ese tema que no podremos abordar aquí porque escaparía al propósito de este análisis. Extraigamos, sin embargo, de todo lo expuesto en estas líneas, algunas conclusiones pertinentes ya que las guerras no se terminaron ni se terminarán hasta que venga el Señor.
1. A pesar de que Dios interviene en las guerras, y las permite, no son necesariamente ni él ni su iglesia los que la promueven. Como árbitro de todos los destinos, Dios deja a menudo cosechar a los hombres lo que ellos mismos sembraron.
“Dios usará a sus enemigos como instrumentos para castigar a aquellos que hayan seguido sus propios caminos perniciosos, por los cuales la verdad de Dios ha sido tergiversada, juzgada equivocadamente y deshonrada” (PC, 136 [1894]).
“En los anales de la historia humana, el desarrollo de las naciones, el nacimiento y la caída de los imperios parecen depender de la voluntad y las proezas de los hombres; y en cierta medida los acontecimientos se dirían determinados por el poder, la ambición y los caprichos de ellos. Pero en la Palabra de Dios se descorre el velo, y encima, detrás y a través de todo el juego y contra-juego de los humanos intereses, poder y pasiones, contemplamos a los agentes del que es todo misericordioso, que cumplen silenciosa y pacientemente los designios y la voluntad de él” (PR, 633).
“Aunque las naciones rechazaron los principios divinos y con ello labraron su propia ruina, un propósito divino predominante ha estado obrando manifiestamente a través de los siglos. En medio de las disensiones y el tumulto de las naciones, el que está sentado más arriba que los querubines sigue guiando los asuntos de esta tierra” (PR, 392-394).
2. Aunque pueden haber diferentes razones por las que las naciones se hacen la guerra, Dios las dirige de tal forma que sus designios se cumplan, incluso en ocasiones, en favor de su pueblo y de su misión de predicar el evangelio.
“¡Ay de Asiria, vara de mi enojo! En su mano he puesto mi ira. La mandaré contra una nación impía, y contra el pueblo objeto de mi ira…, aunque ella no lo pensará así, ni su corazón lo imaginará de esta manera; sino que su pensamiento será destruir y cortar a muchas naciones” (Isa 10:5-7).
“Porque Dios ha puesto en sus corazones ejecutar lo que él quiso, a saber, ponerse de acuerdo y dar a la bestia el poder de reinar, hasta que se cumplan las Palabras de Dios” (Apoc 17:17).
“Porque en verdad Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, se juntaron en esta ciudad contra tu santo Siervo Jesús… para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera” (Hech 4:27-28). “Agradó a Dios magullar a su unigénito Hijo para que padeciese tentación [Heb 2:10], y permitir a Satanás desarrollar sus atributos y los principios de su gobierno. La enemistad del apóstata contra el Comandante de todo el cielo debía ser vista. Debía mostrarse que la misericordia de Satanás es crueldad. ¡Y qué batalla que fue esa!” (Bible Echo and Signs of the Times, 05-29-99, 2).
“La providencia de Dios había contenido las fuerzas que se oponían a la verdad. Se Esforzaba Carlos V por aniquilar la Reforma, pero muchas veces, al intentar dañarla, se veía obligado a desviar el golpe. Vez tras vez había parecido inevitable la inmediata destrucción de los que se atrevían a oponerse a Roma; pero, en el momento crítico, aparecían los ejércitos de Turquía en las fronteras del oriente, o bien el rey de Francia o el papa mismo, celosos de la grandeza del emperador, le hacían la guerra; y de esta manera, entre el tumulto y las contiendas de las naciones la Reforma había podido extenderse y fortalecerse” (CS, 209).
3. A pesar de que Dios interviene en las guerras, es el diablo quien se deleita en ellas porque mediante ese medio puede distraer la atención de la gente del verdadero propósito de la vida que es asegurar la salvación del alma.
“Las agencias satánicas han transformado la tierra en un lugar de horrores, que ninguna lengua puede describir. Naciones que se dicen cristianas llevan a cabo guerra y derramamiento de sangre. Una desconsideración de la ley de Dios ha traído sus seguros resultados” (BC, VII, 974).
“Satanás se deleita en la guerra, que despierta las más viles pasiones del alma, y arroja luego a sus víctimas, sumidas en el vicio y en la sangre, a la eternidad. Su objeto consiste en hostigar a las naciones a hacerse mutuamente la guerra; pues de este modo puede distraer los espíritus de los hombres de la obra de preparación necesaria para subsistir en el día del Señor” (CS, 646).
Tanto los movimientos pro-guerra como los movimientos anti-guerra o pacifistas forman parte del objetivo del diablo de “distraer los espíritus de los hombres de la obra de preparación necesaria para subsistir en el día del Señor” (véase Col 3:1-8). Es probable que habrá incluso muchos hermanos que estarán de acuerdo con los EE.UU. y lo apoyarán en su papel final de dragón, y otros que se enfurecerán contra el mismo país por la manera en que cumple su papel profético. Craso error. La paz no se establecerá ni por la guerra ni por un “pacifismo” violento que se enfurece contra los que hacen la guerra.
4. Lo que Dios hace a menudo cuando se desatan las guerras, es retirar de la tierra su Espíritu para dejar a los hombres y naciones librados a la obra del destructor. Aún así, ni el diablo ni los hombres que son guiados por él pueden impedir que Dios cumpla sus propósitos más abarcantes a través de ellos.
“Con infalible exactitud, el Infinito mantiene un registro de la impiedad de las naciones y de los individuos. Amplia es la misericordia que se extiende hacia ellos, con llamados al arrepentimiento; pero cuando la culpa de ellos llega a cierto límite que Dios ha fijado, entonces la misericordia cesa sus intercesiones, y comienza el ministerio de la ira” (LP, 318).
“Dios lleva cuenta con las naciones… En esta era más que un desprecio común se ha mostrado a Dios. Los hombres han llegado a un punto en la insolencia y la desobediencia que muestra que la copa de su iniquidad está casi llena… El Espíritu de Dios se está retirando de la tierra. Cuando el ángel de la misericordia pliegue sus alas y parta, Satanás hará sus malas obras que por largo tiempo quiso hacer. Tormentas y tempestad, guerra y derramamiento de sangre—en estas cosas él se deleita, y así junta para su cosecha. Tan completamente serán engañados los hombres por él que declarará que tales calamidades son el resultado de profanar el primer día de la semana…” (That I May Know Him, 355).
“El Espíritu de Dios—insultado, rechazado, abusado—ya se está retirando de la tierra. Tan pronto como el Espíritu de Dios se aleje, se llevará a cabo la cruel obra de Satanás en tierra y mar” (Ms 134, 1898).
“El ángel de la misericordia está plegando sus alas, preparándose para descender del trono, y abandonar el mundo al gobierno de Satanás” (Review and Herald, May 13, 1902, 9).
5. El pueblo de Dios debe mantener su confianza en la protección divina en medio de las contiendas de las naciones, así como concentrar su esfuerzo en cumplir la misión que Dios le dio.
“Por cuanto has guardado mi Palabra de perseverar con paciencia, yo también te guardaré de la hora de prueba que ha de venir en todo el mundo, para probar a los que habitan en la tierra. Yo vengo pronto. Retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Apoc 3:10-11).
“El Espíritu de Dios está siendo contristado y retirado de la tierra. Las naciones están furiosas entre ellas. Se hacen abarcantes preparaciones para la guerra. La noche está cerca. Que la iglesia se levante y vaya a hacer su obra señalada. Que cada creyente, educado o no educado, pueda llevar el mensaje” (9 T, 26; PM, 279).
“Tremendas pruebas aguardan al pueblo de Dios. El espíritu de la guerra está conmoviendo a las naciones de un cabo al otro del mundo. Pero el pueblo de Dios permanecerá incólume en medio del tiempo de angustia que está por venir, un tiempo de angustia sin parangón en el mundo. Satanás y sus ángeles no pueden destruirlo, porque está protegido por ángeles de poder superior” (MS, II, 63 [Carta 119, 1904]).
“Juan ve los elementos de la naturaleza—terremotos, tempestades y lucha política—representados como siendo retenidos por cuatro ángeles. Estos vientos están bajo control hasta que Dios ordene soltarlos. Ahí está la seguridad de la Iglesia de Dios. Los ángeles de Dios son los que retienen los vientos de la tierra… hasta que los siervos de Dios sean sellados en sus frentes…” (TM, 452).
“Las potestades más poderosas de la tierra pueden empeñarse en batalla por la supremacía, pero los hijos de Dios, cuya vida está escondida con Cristo en Dios, no tienen nada que temer. Su refugio es firme y seguro (The Kress Collection, 125).
6. No pretendamos imponer la paz a un mundo impío.
Aunque es nuestro deber, en lo que a nosotros toca, seguir “la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Heb 12:14), no podemos ilusionarnos con el mismo destino en los demás. “En el mundo tendréis aflicción, pero tened buen ánimo”, dijo Jesús, “yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). ¿Por qué? Porque “no hay paz para los impíos, dice el Señor” (Isa 48:22).
Si Dios no prescindió de la guerra para frenar la maldad de las naciones en lo pasado, ¿por qué habríamos de pretender erradicar hoy la guerra entre las naciones? “Es necesario que estas cosas sucedan…” (Luc 21:9), dijo Jesús. Podemos desear la paz, pedirla, pero como iglesia no es nuestra misión imponerla desde afuera, con medidas de fuerza de diferente índole, sino producirla desde adentro mediante la predicación del evangelio.
“La paz que Cristo legó a sus discípulos, y por la cual nosotros oramos, es la paz que nace de la verdad, y que no puede ser erradicada por ninguna división producida por la verdad. Sin ella pueden haber guerras y peleas, celos, envidias, odio, lucha; pero esto no afecta la paz de Cristo, porque se trata de algo que el mundo no puede dar ni quitar… La paz no se la puede obtener poniendo a un lado los principios, y Cristo no buscó ni por un momento comprarla por una traición a sus cometidos sagrados. Su corazón rebosaba de amor hacia cada ser humano que él había hecho; pero ese amor profundo no lo condujo a exclamar, ‘paz y seguridad,’ cuando no había seguridad para el pecador” (Bible Echo and Signs of the Times, 04-09-94, 1).
7. El espíritu de la guerra perdurará hasta el fin.
“Pronto graves problemas se levantarán entre las naciones, problemas que no cesarán hasta que Jesús venga… Los juicios de Dios están en la tierra. Las guerras y rumores de guerras, la destrucción por fuego y sangre, dicen claramente que el tiempo de angustia, que aumentará hasta el fin, está muy cerca. No tenemos tiempo para perder. El mundo se agita con el espíritu de la guerra” (PH120, 11).
“Se me mostró a los habitantes de la tierra en la mayor confusión. Guerra, derramamiento de sangre, privación, necesidad, hambre y pestilencia azotaban la tierra… Se me llamó entonces la atención a otra escena. Parecía haber un corto tiempo de paz. Una vez más los habitantes de la tierra fueron presentados delante de mí; y de nuevo todas las cosas se hallaban en la mayor confusión. La lucha, la guerra, el derramamiento de sangre, con hambre y pestilencia, rugían por doquier. Otras naciones se hallaban empeñadas en esta guerra y confusión. La guerra causaba hambre. La necesidad y el derramamiento de sangre producía pestilencia. Y entonces los corazones de los hombres desfallecían de temor, ‘y expectación por las cosas que sobrevendrán a la redondez de la tierra’” (SC, 70).
“Habrá en el futuro tronos quebrantados [¿Irak y otros que le seguirán? Los precedió la Alemania de Hitler] y gran angustia de naciones, con perplejidad. Satanás obrará con intensa actividad. La tierra quedará llena de gritos de naciones sufrientes que perecen. Habrá guerra, guerra. Los lugares de la tierra estarán en confusión, a medida que se derrama el ardiente contenido de sus copas, para destruir a los habitantes del mundo que, en su maldad, se parecen a los habitantes del mundo antediluviano” (PR, 92 [no es Profetas y Reyes]).
“Estamos en el umbral de la crisis de las edades. En rápida sucesión se seguirán los juicios de Dios—fuego, diluvio, terremoto, con guerra y derramamiento de sangre. No debemos sorprendernos en esta época por los eventos grandes y decisivos, porque el ángel de la misericordia no puede permanecer mucho más tiempo para proteger al impenitente”(PK, 278).
[La mayoría de las citas las extraje del CD de los escritos de E. de White en inglés. Quiera Dios que este material que preparé pueda ayudar a ubicarnos mejor en el escenario profético en que nos encontramos, así como el papel que debemos cumplir en él].
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