La Reforma en Alemania

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Primeras experiencias de Martín Lutero.

En varios lugares surgieron simultáneamente movimientos tendientes a una ruptura con Roma y a la liberación de la conciencia. Las raíces del protestantismo se remontan a la iglesia primitiva, a Agustín, a los valdenses, a los predicadores místicos y a las sectas místicas de la Edad Media, a Wyclef y a Juan Hus. Pero por sobre todo, la enseñanza protestante tiene sus raíces en la Biblia, especialmente en las epístolas de Pablo.

Martín Lutero, el más destacado de todos los reformadores, nació en Eisleben, Alemania, el 10 de noviembre de 1483. Sus padres fueron personas laboriosas y estrictas en la educación de sus siete hijos. Martín fue criado en un típico hogar cristiano alemán. El temor de Dios y la creencia en la realidad de los ángeles y de los demonios lo afectó profundamente. Aprendió a conformarse estrictamente con las enseñanzas de la Iglesia Católica Romana. Vivió como un campesino, y retuvo toda la vida ese lenguaje y temperamento. Era robusto, diligente, brillante, y se lo consideraba como un excelente estudiante. Sus estudios se amoldaron al modelo común en la Edad Media. Asistió a la famosa Universidad de Erfurt, donde se educó con maestros que eran discípulos del famoso Guillermo Occam, es decir, los modernistas de esa época. Occam había enseñado que el cristianismo no puede ser demostrado por la razón sino que debe ser aceptado por fe conforme a la autoridad de las enseñanzas de la iglesia. Sin duda Occam ejerció alguna influencia en los comienzos de los estudios de Lutero; pero más tarde éste se volvió contra esos «porcunos teólogos», como él los llamaba. Después de recibir su título de magister, comenzó a estudiar leyes en armonía con los deseos de su padre.

Dos meses más tarde, en julio de 1505, súbitamente anunció su decisión de hacerse monje. Como se impresionaba muy fácilmente, fue aterrorizado por un rayo, y ante la amenaza de muerte le prometió a Santa Ana que se haría monje si le salvaba la vida. Aunque la decisión fue súbita, su temperamento nervioso y su conciencia sensible lo habían preparado para dar ese paso. En Erfurt fue víctima de sus primeros accesos de depresión, que fueron más frecuentes en la última parte de su vida. Entró en uno de los monasterios de los agustinos de Erfurt. Es significativo que se hiciera discípulo de Agustín, de quien se afirma que procede una gran parte de la teología protestante. Como Lutero mismo afirmó, fue llevado al monasterio y no atraído a él. Sus amigos estaban sorprendidos y su padre sumamente disgustado porque ese hecho lo privaba de su acariciada esperanza de que su hijo fuera el amparo de su vejez. Pero Martín Lutero había hecho un voto a Santa Ana, y a propósito eligió una orden donde se exigía estricta disciplina, pues en ese tiempo sólo eso parecía prometer paz para su mente y salvación para su alma.

Pero la vida monástica no le proporcionó ni paz en el alma ni la convicción de haber recibido la salvación. Staupitz, el vicario general para Alemania, le ordenó que estudiara teología, y en 1507 fue ordenado como sacerdote. Cuando celebró su primera misa se sintió tan aterrorizado ante la idea de entrar en la misma presencia de Dios, que, como lo dijo más tarde, estuvo a punto de salir corriendo. Siguieron muchos meses de angustia en su alma. Con frecuencia se refería a ese período de ansiedad en el monasterio describiendo sus angustiosos terrores, especialmente cuando disertaba sobre Gálatas. Ayunaba con frecuencia, oraba con fervor, se mortificaba el cuerpo, se confesaba largamente cada día, y sin embargo no lograba la seguridad de la salvación, hasta que al fin su angustia se volvió insoportable.

En 1511 fue de visita a Roma, y mientras atendía asuntos de su orden quedó horrorizado ante el descuido del clero italiano y la corrupción de una Roma repleta de reliquias. Subió de rodillas por la escalera de Pilato, pues se afirmaba que el que lo hacía liberaba a un alma del purgatorio. Cuando Pablo, el hijo de Lutero, tenía once años oyó a su padre contar el episodio de la escalera, al cual se refirió en 1582, 36 años después de la muerte del reformador. Entonces Pablo, escribiendo en cuanto a su padre, afirmó que cuando Martín Lutero «estaba repitiendo sus rezos en los peldaños de la escalera de Letrán, penetró en su mente el versículo del profeta Habacuc: …’el justo por su fe vivirá’ » (Dokumente zu Luthers Entwicklung [1929], p. 210).

Sin embargo, Lutero parece contradecir este informe posterior de su hijo cuando recuerda el episodio de la escalera en sus sermones y comentarios. Su afirmación más significativa fue presentada en 1545 (un año antes de su muerte). Recordando ese episodio, dijo: «En Roma, yo quería liberar a mi abuelo del purgatorio, y subí la escalera de Pilato recitando en cada peldaño un ‘Padrenuestro’, pues se creía que el que rezaba en esa forma salvaba un alma. Pero cuando llegué arriba estaba pensando: ‘¿Quién sabe si esto es verdad?’ » (Predigten des Jahres 1545, col. 1, 9 y siguientes, 15 de noviembre de 1545, op. cit. p. 197). Ambos recuerdos podrían ser fidedignos; no se contradicen.

Cuando regresó a Alemania continuó sus estudios teológicos de acuerdo con las instrucciones de sus superiores; pero su pensamiento había recibido la fuerte influencia de Gabriel Biel, de los Hermanos de la Vida Común. Biel era discípulo de Occam y sus ideas estaban en boga en la Alemania de los días de Lutero. El futuro reformador también leía diligentemente a Pedro d’Ailly, Gerson, Bernardo de Claraval, Tomás de Aquino y especialmente a Agustín. La doctrina de la predestinación lo inquietaba particularmente y lo angustiaba más que nunca. El pensamiento de un Dios arbitrario que predestinaba la salvación de un hombre, le causaba gran angustia. En realidad, temía a Dios, hasta el punto de decir que llegó a «odiar» a Dios. Sus pesados deberes no daban descanso a su alma. Fue nombrado profesor de teología en Wittenberg, una universidad que había sido fundada en 1502 por el elector de Sajonia, Federico el Sabio, quien se convirtió más tarde en el afectuoso protector de Lutero.

Finalmente la luz penetró en el alma de Lutero. El reformador halló a Dios directamente cuando se hizo claro en su mente a través de la meditación y del estudio, que el hombre es justificado únicamente por la fe sin las obras de la ley ni los méritos de las buenas obras. Se abrió ante él el camino a la paz y la salvación. En sus disertaciones sobre los Salmos (1513), Romanos (1515) y Gálatas (1517) reafirmó que la fe no es únicamente una entrega intelectual a la voluntad de Dios, sino un rendirse completamente y una entera confianza en Dios por medio de Cristo. Su insistencia en la fe era tan definida, que cuando tradujo el NT añadió la palabra «solamente» a «fe» en Rom. 3:28. Esta palabra no está en las Escrituras, y él bien lo sabía; pero argumentó que había sido usada antes por otros, como Ambrosio, al traducir este pasaje, y quedó satisfecho porque este concepto está en armonía con el espíritu de la enseñanza de la Biblia. Aunque no eliminaba las buenas obras de la vida cristiana, las descartaba totalmente como un medio para ganar la gracia de Dios.

El proceder de Lutero quedó definido cuando vio la luz del Evangelio. Su problema quedó resuelto en cuanto a la salvación; pero eso no impidió que pasara por momentos de depresión de vez en cuando. Su opinión en cuanto a la vida cristiana, en realidad, que un verdadero cristiano está justificado, pero que continúa siendo pecador hasta el último día de su vida. Desde ese momento se sintió impulsado a participar a otros lo que había experimentado, particularmente por medio de sus disertaciones, sermones y escritos. Como otros sacerdotes de su tiempo, se afanó con persistencia para lograr la reforma moral de la iglesia.

Comienzo de la Reforma.

Juan Tetzel, un monje dominico, en 1517 se hallaba vendiendo indulgencias por toda Alemania. Oficialmente se hacía para ayudar en la construcción de la catedral de San Pedro, en Roma, lo que parecía ser un digno propósito para la mayoría de las personas; pero en realidad, 50 por ciento del producto de la venta de las indulgencias estaba destinado al pago de una deuda que había contraído Alberto de Brandeburgo, quien había comprado, entre otros, el arzobispado de Mainz. Como ya se explicó, las indulgencias se vendían basándose en la creencia de que el papa podía sacar de la «tesorería de méritos» -que se suponía que habían sido acumulados por Cristo y los santos- lo necesario de obras buenas para condonar los castigos temporales por el pecado, tanto para los vivos como para las almas en el purgatorio.

Lutero había cuestionado abiertamente durante algún tiempo la validez de las indulgencias, mayormente porque las personas que las compraban creían equivocadamente que estaban comprando el perdón de Dios y el derecho a la absolución. Para Lutero ese tráfico era un escándalo, pues el perdón es la dádiva gratuita de Dios y no se puede ni comprar ni vender. Dios perdona gratuitamente, como Lutero bien lo sabía por experiencia. No se necesita ningún sacerdocio intermediario ni la iglesia tiene poder para perdonar. Argumentaba que la verdadera tesorería de Cristo es el tesoro de la infinita gracia de Dios. Lutero atacó todo el sistema de penitencias e indulgencias en sus «95 tesis» escritas en latín, que colocó en la puerta la iglesia del castillo de Wittenberg el 31 de octubre de 1517. Generalmente se considera que este acontecimiento y esta fecha marcan el comienzo de la Reforma Protestante.

Las «95 tesis» obtuvieron un éxito inmediato inmenso. Lutero mismo quedó sorprendido, y más tarde pensó que si se hubiera dado cuenta del efecto que iban a tener entre la gente quizá no las hubiera redactado. Seis meses más tarde escribió para disculparse ante el papa; pero la batalla ya había comenzado y Lutero no era hombre capaz de retroceder. Sus adversarios, como Prierias, argumentaban que iglesia estaba en lo correcto y que el papa no se equivocaba. En el transcurso de la contienda Lutero afirmó poco a poco que tanto el papa como los concilios pueden equivocarse. «Sólo la Palabra de Dios es infalible» -declaraba-, con lo cual quería decir que la autoridad del papa debía ser rechazada (Choisy, Histoire Générale du Christianisme, 4.ª ed. p. 88).

El legado papal, el cardenal Cayetano, pidió a Lutero en Augsburgo, en 1518, que se sometiera a la autoridad del papa; pero Lutero ya se había convertido en un cristiano firme en su fe, y se negó a someterse a cualquier papa. Sólo aceptaba la autoridad de las Escrituras, y por eso dijo: «Antes moriría e iría a la hoguera o al exilio, que ir en contra de mi conciencia» (Id. [ed. de 1923], p. 95). La actitud de Lutero se parecía mucho a la de Hus, un siglo antes, en el Concilio de Constanza. Esta analogía fue inmediata y astutamente aprovechada en el debate de Leipzig, en 1519, donde Lutero fue interrogado por el Dr. Juan Eck, un humanista profesor de la Universidad de Ingolstadt. Para entonces la causa de Lutero ya era apoyada por nuevos amigos, entre los que se destacaba Felipe Melanchton (1497-1560), quien acudió para defenderlo. A pesar de las advertencias de sus amigos, Lutero efectuó ciertas declaraciones que inevitablemente iban a hacer que fuera acusado por la iglesia, tales como: «Al condenar las enseñanzas de Hus acerca de la iglesia, el Concilio de Constanza condenó la verdad» (Id., 4.ª ed., p. 89).

Generalmente se cree que las enseñanzas teológicas de la Iglesia Católica están unificadas; pero la verdad es que antes de la Reforma había en ellas muchísimas discrepancias y una confusión completa. La Reforma fue, sin duda, lo que finalmente obligó a la Iglesia Católica a revisar y unificar su teología, y lo hizo en el Concilio de Trento (1545 -1563). Dentro de la iglesia de Roma hay aún una mayor diversidad de pensamiento, aunque sin confusión visible, de lo que captan la mayoría de protestantes y católicos. Martín Lutero fue el primer reformador evangélico que abrió una senda orientada por la Biblia a través de la selva teológica. No tenía por qué disculparse por el hecho de que él y sus amigos eran «todos, sin saberlo, seguidores de Hus». El debate de Leipzig claramente clasificó a Lutero junto con el hereje (Hus) que había sido quemado en la hoguera unos cien años antes. Se había separado de la Iglesia Católica Romana y contra ella colocó la Biblia como único guía e intérprete para el cristiano.

En 1520 Lutero defendió sus puntos de vista en una serie de tratados de la Reforma. Los más conocidos de ellos son: La alocución a la nobleza cristiana de la nación alemana, en el que advertía a los príncipes que los tiempos habían cambiado y que debían cooperar con el nuevo movimiento de reforma si querían sobrevivir; El cautiverio babilónico, en el cual Lutero desarrollaba el pensamiento de que el papado debía ser rechazado en su forma de culto y en los sacramentos; y La libertad del cristiano, una exposición mística del hecho de que el cristiano justificado por la fe, es libre, y sin embargo es siervo de Dios y sus hermanos.

En 1520 Lutero fue condenado debido a errores que el Vaticano aseguraba que había encontrado en sus escritos, y fue excomulgado por la bula papal Exsurge, Domine. Se le concedieron los 60 días de rigor para que se sometiera antes de que el decreto se hiciera efectivo; pero en vez de hacerlo, el 10 de diciembre de 1520, ante los profesores y alumnos de la Universidad de Wittenberg, echó en el fuego la bula papal junto con algunos de los escritos que habían apoyado la autoridad del papa, como las Decretales de Isidoro.

Lutero en Worms.

En 1521, un año después de que fuera condenado por la iglesia, Lutero fue citado para que se presentara ante la dieta imperial que Carlos V (1519-1556), el joven gobernante que acababa de ser coronado emperador, había convocado para que examinara, entre otros asuntos, la cuestión religiosa. El luteranismo se había convertido en un asunto importante en Alemania, y como la principal preocupación del emperador era la unidad del imperio, era obvio que la herejía era un grave peligro político y religioso. Lutero ya había sido excomulgado por la iglesia, por lo tanto, el Estado tenía la responsabilidad de ocuparse de él en el aspecto civil y político. Para entonces el luteranismo había ganado muchísimo la simpatía del pueblo y también de los príncipes de los Estados alemanes. Cuando Lutero supo que se lo emplazaba para que se presentara ante la dieta imperial en Worms, escribió: «Responderé al emperador que si soy invitado sencillamente para que me retracte, no iré. Si mi retractación es todo lo que se desea, puedo hacerlo perfectamente desde aquí mismo. Pero si me está invitando para que yo muera, entonces iré sin vacilación. Espero que ninguna persona, con la excepción de los papistas, manche sus manos con mi sangre. El anticristo reina. Sea hecha la voluntad del 56 Señor» (Rolando H. Bainton, Here I Stand, p. 179).
Cuando Lutero se presentó ante la dieta el 17 de abril de 1521, se le hicieron dos preguntas:

(1) si los libros amontonados ante él eran suyos, y (2) si se retractaba de todos o de parte de sus puntos de vista. Respondió afirmativamente a la primera pregunta, y en cuanto a la segunda pidió tiempo para reflexionar. Al día siguiente dio una respuesta que reflejaba su valor como cristiano: «Puesto que vuestra majestad y vuecencias deseáis una respuesta sencilla, contestaré sin cuernos y sin dientes. Si no se me convence por las Escrituras y por la clara razón, no acepto la autoridad de papas y concilios pues se han contradicho mutuamente. Mi conciencia está sometida a la Palabra de Dios. No puedo retractarme de ninguna cosa, ni lo haré, pues no es correcto ni seguro ir contra la conciencia. Dios me ayude, amén» (Id., p. 185).

Fue un momento dramático. Ese sencillo monje y profesor universitario de origen campesino arriesgó su vida desafiando la autoridad del Estado después de que la iglesia lo había declarado hereje y lo había excomulgado. Martín Lutero estaba convencido por sobre todo de que no podía hacer nada contra su propia conciencia de la cual estaba «cautivo». La semilla de la libertad moderna estaba contenida en su acto de humilde obediencia a la voz de su conciencia, y todo el protestantismo se somete junto con él sólo a las Escrituras y reconoce la entrega plena de la voluntad a Cristo.

La traducción del Nuevo Testamento hecha en Wartburgo.

Un edicto imperial condenó inmediatamente a Lutero como «cismático obstinado y hereje público». Debía ser encarcelado por el resto de su vida; él y sus amigos debían ser privados de su libertad. No se les debía dar hospitalidad en ninguna parte. Se prohibía la impresión y la venta de sus libros. Lutero permaneció bajo la amenaza de este edicto por el resto de su vida; pero esa orden nunca tuvo vigencia dentro de los límites del electorado de Sajonia. Su príncipe amigo, Federico el Sabio de Sajonia, lo ocultó en el castillo de Wartburgo, en Sajonia. Allí permaneció Lutero bajo un nombre supuesto durante unos nueve meses. En ese lapso escribió una cantidad de libros y sermones; pero pasó la mayor parte de su tiempo traduciendo el NT del texto griego al alemán. Posteriormente también tradujo el AT. La Biblia alemana de Lutero es una de las más grandes realizaciones del reformador. Tiene para los lectores alemanes tanta importancia como la versión de Casiodoro de Reina para los de habla española. No fue la primera traducción de la Biblia al alemán, pero revela el genio de Lutero al hacer que la Biblia hablara en un alemán que podía ser entendido por la gente sencilla y por los habitantes de diferentes regiones, quienes hablaban distintos dialectos. La Biblia alemana llegó a tener un valor inmenso no sólo porque ayudó a uniformar el idioma, sino porque también hizo que, en una forma viviente, la Palabra de Dios influyera en forma decisiva en la vida diaria.

La revolución religiosa no pudo ser detenida en Alemania, y con frecuencia alcanzó proporciones alarmantes. Lutero tuvo que abandonar transitoriamente el lugar donde se ocultaba para tomar el liderazgo del movimiento y oponerse a los extremistas que se llamaban a sí mismos «profetas» de Zwickau, cuyo fanatismo era fomentado por Tomás Münzer. Aunque Lutero era un dirigente dinámico no pudo retener la lealtad de todos los que habían anhelado un cambio. Muchos humanistas, reformadores y sectores enteros de la población, como sucedió con los campesinos, lo abandonaron y se le opusieron.

La revolución de los campesinos.

El año 1525 fue sumamente importante en la vida de Martín Lutero. Se casó con Catalina von Bora. El casamiento es un asunto personal; pero el suyo tuvo un significado particular, pues demostró que había renunciado al voto de celibato, al que se había sometido cuando se hizo sacerdote. Ya había expresado algunas de sus opiniones acerca del matrimonio en sus Votos monásticos (1522), opúsculo que dedicó a su «amadísimo padre». Esta obra, según Justo Jonas, colaborador de Lutero, «vació los claustros». Lutero argumentaba que los votos monásticos descansan sobre el falso concepto de que las llamadas «órdenes sagradas» confieren a una persona un carácter especial e inalterable. El casamiento de Lutero fue significativo porque con este paso el reformador rompió irrevocablemente con los ideales monásticos medievales y adoptó firmemente la forma de vida normal, basada en la Biblia, para las personas dedicadas a las actividades religiosas. Cuando Lutero tomó esa decisión revolucionaria sabía que sería criticado por ella quizá más que por cualquier otra cosa. Insistía en que el casamiento no era un sacramento de la iglesia sino una institución civil, y al mismo tiempo un estado santo y sagrado.
En ese mismo año tuvo lugar una cruenta revolución de los campesinos en el sur de Alemania. Unos pocos años antes, cuando Martín Lutero escribió a la nobleza de la nación alemana que «en Cristo no hay siervo ni libre» , los campesinos creyeron que se uniría a ellos para luchar por la libertad. Tenían la idea de que la Reforma era el medio para conquistar esa liberación, aun mediante el uso de la fuerza. En algunos sectores de Alemania, como por ejemplo en Hesse, los campesinos habían llegado a un acuerdo con su príncipe. En Suabia las quejas de ellos se expresaron en «doce artículos», en los que exigían la eliminación de abusos intolerables, la reducción de impuestos y el derecho de pescar y cazar. Los campesinos quizá habrían llegado a un convenio también en el sur de Alemania, si no hubiera sido por el fanatismo de dirigentes extraviados como Tomás Münzer.

Lutero afirmaba que los campesinos nunca debían usar la fuerza, y claramente les advertía que si tomaban la espada perecerían a espada; sin embargo, esas advertencias no fueron escuchadas y los campesinos comenzaron a dedicarse al pillaje, a asesinar y a invadir las tierras de sus señores. Lutero se sintió obligado a actuar. En su furibundo opúsculo Contra las hordas de campesinos asesinos y ladrones declaraba que puesto que los campesinos habían desoído sus advertencias y tomado la espada, se sentía obligado a exhortar a los señores para que establecieran el orden por la fuerza de las armas. «Heridlos, matadlos, apuñaladlos» como a perros rabiosos, ordenaba (Bainton, Id., p. 280). Desde ese momento los campesinos del sur de Alemania consideraron a Lutero como un traidor; y esa actitud del reformador fue una razón para que se perdieran para el protestantismo los Estados del sur de Alemania. Aunque Lutero prácticamente no tenía otras opciones en este asunto, a partir de ese momento dio su apoyo a los príncipes antes que al pueblo cuando los intereses de ambos estaban en pugna. Este proceder de Martín Lutero es defendido por algunos historiadores como inevitable; otros lo condenan como un error irreparable.

Lutero también encontró dificultades con el radicalismo y fanatismo crecientes de ciertos extremistas religiosos a quienes se refería como Schwärmer (fanáticos). Entre ellos estaba su ex colega Andrés von Carlstadt, el cual tenía puntos de vista divergentes en cuanto a la Santa Cena, que consideraba como un mero recordativo y no un sacramento . Ulrico Zwinglio, de Zurich, tenía la misma opinión de Carlstadt, y puesto que esta enseñanza acerca de la Cena del Señor era otra amenaza para la unidad de los protestantes, el príncipe Felipe de Hesse pidió que los paladines de cada facción se reunieran en Marburgo, en 1529, para allanar sus diferencias. Es evidente que el príncipe también tenía el propósito de que hubiera unidad política. No desaparecieron las diferencias de opiniones entre Lutero y los otros, y se amplió la brecha entre los luteranos, por un lado, y los reformados o evangélicos, por el otro.

La dieta de Augsburgo y la liga de Esmalcalda.

Los partidarios de Lutero presentaron su confesión de fe, la Confessio Augustana, redactada por Felipe Melanchton, ante la dieta imperial de Augsburgo, en Baviera, en 1530. Lutero no estuvo presente en Augsburgo porque estaba bajo el entredicho imperial y no podía salir de Sajonia. Esta confesión fue una declaración de las creencias luteranas notablemente completa y bien meditada, completamente libre de elementos de polémica. En realidad, parecía demasiado suave para muchos, incluso para Lutero, que esperaba en el castillo de Coburgo, en el sur de Sajonia, mientras sus correligionarios luteranos estaban en Augsburgo.

Había muchas personas destacadas en Alemania que pensaban que aún era posible una reconciliación entre católicos y protestantes; pero fue evidente que sólo era un sueño, y se hizo necesario que los príncipes luteranos de Alemania formaran una alianza conocida como la Liga de Esmalcalda, en 1531. La guerra entre los dos bandos estalló 15 años más tarde. Los artículos protestantes de Esmalcalda, en 1537, claramente presentaban los puntos de diferencia con Roma. La paz de Augsburgo concedió en 1555 a luteranos y católicos iguales derechos en Alemania, sobre la base de un principio adoptado en 1526 en la dieta de Spira, que requería que un residente en cualquier Estado alemán aceptara la forma de religión profesada por su príncipe si deseaba permanecer en ese Estado.

Ver Bibliografía en el Tema 8: «Acontecimientos Descollantes»

Categorías: Historia

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