Biografía de Elena G. de White
ELENA G. DE WHITE
Narración autobiográfica
hasta 1881 y resumen de
su vida posterior basado
en fuentes originales.
ASOCIACIÓN PUBLICADORA INTERAMERICANA (APIA)
1890 NW 95th Avenue
Miami, Florida 33172
Estados Unidos de Norteamérica
Prefacio
LA HISTORIA de la experiencia cristiana relativa a los primeros años de la
Sra. Elena G. de White y el relato de sus labores públicas, fueron publicados
por primera vez en 1860, en un pequeño volumen de trescientas páginas
titulado Mi experiencia cristiana, mis opiniones y mis actividades en relación
con el surgimiento y el progreso del mensaje del tercer ángel.
Esta narración de su vida y actividades hasta 1860 fue ampliada por ella
misma, y se volvió a publicar en 1880 como parte de una obra mayor titulada
Life Sketches of James White and Ellen G. White. Este libro, así como la
autobiografía anterior, han estado agotados por mucho tiempo.
En este volumen se encontrará, narrada por su autora, una breve historia de
los días de su niñez, su conversión y su experiencia cristiana de los primeros
tiempos en relación con el gran movimiento que proclamó la segunda venida
entre 1840 y 1844. Ella cuenta de manera vívida las aflicciones y los gozos
de su ministerio juvenil en los años siguientes. Describe las pruebas, las
luchas y los éxitos que coronaron las labores de unas pocas personas
sinceras, y mediante cuyos esfuerzos surgieron las iglesias que más tarde se
unieron para formar la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
La autora nos relata sus más extensos viajes y sus labores relacionadas con
su esposo, el pastor Jaime 18 White. Comienza con su casamiento en 1864,
y termina con la muerte de su esposo en 1881.
La historia de su vida la continúa C. C. Crisler en el capítulo 42, quien, con la
ayuda del hijo de la Sra. de White, W. C. White y D. E. Robinson, completó la
biografía.
Muchos incidentes interesantes de sus viajes y actividades son narrados
brevemente en los capítulos finales, a fin de dar algunas de sus
declaraciones más inspiradoras e instructivas relacionadas con el desarrollo
de la experiencia cristiana, y el deber que todo seguidor de Cristo tiene de ser
un verdadero discípulo de Aquel que dio su vida por la salvación del mundo.
Las páginas finales presentan un relato de su última enfermedad y del
servicio fúnebre en su honor.
Puede decirse con toda certeza de la Sra. White: «Hizo cuanto pudo». La
suya fue una vida llena de inspiración para todos aquellos que se hallan
empeñados en la tarea de la salvación de las almas. 19
Los editores.
- Mi Infancia
NACI en Gorham, población del Estado de Maine Estados Unidos, el 26 de
noviembre de 1827. Mis padres, Roberto y Eunice Harmon, residían desde
hacía muchos años en dicho Estado. Desde muy jóvenes fueron fervorosos y
devotos miembros de la lglesia Metodista Episcopal, en la que ocuparon
cargos importantes, pues trabajaron durante un período de cuarenta años por
la conversión de los pecadores y el adelanto de la causa de Dios. En ese
tiempo tuvieron la dicha de ver a sus ocho hijos convertirse y unirse al redil
de Cristo.
Infortunio
Siendo yo todavía niña, mis padres se trasladar de Gorham a Portland,
también en el Estado de Maine donde a la edad de nueve años me ocurrió un
accidente cuyas consecuencias me afectaron por el resto mi vida.
Atravesaba yo un terreno baldío en la ciudad de Portland, en compañía de mi
hermana gemela y de una condiscípula, cuando una muchacha de unos trece
años, enfadada por alguna cosa baladí, nos tiró una piedra que vino a darme
en la nariz. El golpe me dejó tirada en el suelo, sin sentido.
Al recobrar el conocimiento me encontré en la tienda de un comerciante. Un
compasivo extraño se 20 ofreció a llevarme a mi casa en un carruaje. Yo, sin
darme cuenta de mi debilidad, le dije que prefería ir a pie. Los circunstantes
no se imaginaban que la herida fuera tan grave, y consintieron en dejarme ir.
Pero a los pocos pasos desfallecí, de modo que mi hermana gemela y mi
condiscípula hubieron de transportarme a casa.
No tengo noción alguna de lo que ocurrió por algún tiempo después del
accidente. Según me dijo luego mi madre, transcurrieron tres semanas sin
que yo diese muestras de conocer lo que me sucedía. Tan sólo mi madre
creía en la posibilidad de mi restablecimiento, pues por alguna razón ella
abrigaba la firme esperanza de que no me moriría.
Al recobrar el uso de mis facultades, me pareció que despertaba de un
sueño. No recordaba el accidente, y desconocía la causa de mi mal. Se me
había dispuesto en casa una gran cuna, donde yací por muchas semanas.
Quedé reducida casi a un esqueleto.
Por entonces empecé a rogar al Señor que él me preparase para morir.
Cuando nuestros amigos cristianos visitaban la familia, le preguntaban a mi
madre si había hablado conmigo acerca de mi muerte. Yo entreoí estas
conversaciones, que me conmovieron y despertaron en mí el deseo de ser
una verdadera cristiana; así que me puse a orar fervorosamente por el
perdón de mis pecados. El resultado fue que sentí una profunda paz de
ánimo y un amor sincero hacia el prójimo, con vivos deseos de que todos
tuviesen perdonados sus pecados y amasen a Jesús tanto como yo.
Muy lentamente recuperé las fuerzas, y cuando ya pude volver a jugar con
mis amiguitas, hube de aprender la amarga lección de que nuestro aspecto
personal influye en el trato que recibimos de nuestros compañeros. 21
Mi educación
Mi salud parecía irremediablemente quebrantada. Durante dos años no pude
respirar por la nariz, y raras veces pude asistir a la escuela. Me era imposible
estudiar y no podía acordarme de las lecciones. La misma muchacha que
había sido causa de mi desgracia fue designada por la maestra como
instructora de la sección en que yo estaba, y entre sus obligaciones tenía la
de enseñarme a escribir y darme clases de otras asignaturas. Siempre
parecía sinceramente contristada por el grave daño que me había hecho,
aunque yo tenía mucho cuidado de no recordárselo. Se mostraba, muy
cariñosa y paciente conmigo y daba indicios de estar triste y pensativa al ver
las dificultades con que yo tropezaba para adquirir una educación.
Tenía yo un abatimiento del sistema nervioso, y me temblaban tanto las
manos que poco adelantaba en la escritura y no alcanzaba más que a hacer
sencillas copias con caracteres desgarbados. Cuando me esforzaba en
aprender las lecciones, parecía como si bailotearan las letras del texto, mi
frente quedaba bañada con gruesas gotas de sudor, y me daban vértigos y
desmayos. Tenía accesos de tos sospechosa, y todo mi organismo estaba
debilitado.
Mis maestras me aconsejaron que dejase de asistir a la escuela y no
prosiguiese los estudios hasta que mi salud mejorase. La más terrible lucha
de mi niñez fue la de verme obligada a ceder a mi flaqueza corporal, y decidir
que era preciso dejar los estudios y renunciar a toda esperanza de obtener
una preparación. 22 - Mi Conversión
EN MARZO de 1840 el Sr. Guillermo Miller vino a Portland para dar una
serie de conferencias sobre la segunda venida de Cristo. Estas conferencias
produjeron grandísima sensación. La iglesia cristiana de la calle Casco
donde se las presentó, estuvo colmada de gente noche y día. No se produjo
una conmoción alocada, sino el ánimo de cuantos las escucharon se
sobrecogió solemnemente. Y el interés por el tema no sólo se despertó en la
ciudad, sino que de toda la comarca llegaban día tras día multitudes que se
traían la comida en cestos y se quedaban desde la mañana hasta que
terminaba la reunión de la tarde.
Yo asistía a esas reuniones en compañía de mis amigas. El Sr. Guillermo
Miller exponía las profecías con tal exactitud que llevaba el convencimiento al
ánimo de los oyentes. Se extendía especialmente en la consideración de los
períodos proféticos y presentaba muchas pruebas para reforzar sus
argumentos; y sus solemnes y enérgicas exhortaciones y advertencias a
quienes no estaban preparados, subyugaban por completo a las multitudes.
Primeras impresiones
Cuatro años antes de esto, en mi camino a la escuela, yo había recogido un
trozo de papel en el que se mencionaba a un hombre de Inglaterra que
estaba 23 predicando en su país que la tierra sería consumida
aproximadamente treinta años a partir de entonces. Yo llevé esa hoja de
papel y se la leí a mi familia. Al considerar el acontecimiento predicho me vi
poseída de terror; parecía tan corto el tiempo para la conversión y la
salvación del mundo. Me impresioné tan profundamente por el párrafo del
trozo de papel, que apenas pude dormir durante varias noches, y oraba
continuamente para estar lista cuando viniera Jesús,
Se me había enseñado que ocurriría un milenio temporal antes de la venida
de Cristo en las nubes del cielo; pero ahora escuchaba el alarmante anuncio
de que Cristo venía en 1843, a sólo breves años en lo futuro.
Un reavivamiento espiritual
Se empezaron a celebrar reuniones especiales para proporcionar a los
pecadores la oportunidad de buscar a su Salvador y prepararse para los
tremendos acontecimientos que pronto iban a ocurrir. El terror y la convicción
se difundieron por toda la ciudad. Se realizaban reuniones de oración, y en
todas las denominaciones religiosas se observó un despertar general, porque
todos sentían con mayor o menor intensidad la influencia de las enseñanzas
referentes a la inminente venida de Cristo.
Cuando se invitó a los pecadores a que dieran testimonio de su
convencimiento, centenares respondieron a la invitación, y se sentaron en los
bancos apartados con ese fin. Yo también me abrí paso por entre la multitud
para tomar mi puesto entre los que buscaban al Salvador. Sin embargo
sentía en mi corazón que yo no lograría merecer llamarme hija de Dios.
Muchas veces había anhelado la paz de Cristo, pero no podía hallar la
deseada libertad. Una profunda tristeza 24 embargaba mi corazón; y aunque
no acertaba a explicarme la causa de ella, me parecía que yo no era lo
bastante buena para entrar en el cielo, y que no era posible en modo alguno
esperar tan alta dicha.
La falta de confianza en mí misma, y la convicción de que era incapaz de dar
a comprender a nadie mis sentimientos, me impidieron solicitar consejo y
auxilio de mis amigos cristianos. Así vagué estérilmente en tinieblas y
desaliento, al paso que mis amigos, por no penetrar en mi reserva, estaban
del todo ignorantes de mi verdadera situación.
justificación por la fe
El verano siguiente mis padres fueron a un congreso de los metodistas
celebrado en Buxton, Maine, y me llevaron con ellos. Yo estaba
completamente resuelta a buscar allí anhelosamente al Señor y obtener, si
fuera posible, el perdón de mis pecados. Mi corazón ansiaba profundamente
la esperanza de los hijos de Dios y la paz que proviene de creer.
Me alentó mucho un sermón sobre el texto: «Entraré a ver al rey, . . . y si
perezco, que perezca» (Est. 4:16). En sus consideraciones, el predicador se
refirió a los que, pese a su gran deseo de ser salvos de sus pecados y recibir
el indulgente amor de Cristo, con todo vacilaban entre la esperanza y el
temor, y se mantenían en la esclavitud de la duda por timidez y recelo del
fracaso. Aconsejó a los tales que se entregasen a Dios y confiasen sin
tardanza en su misericordia, como Asuero había ofrecido a Ester la señal de
su gracia. Lo único que se exigía del pecador, tembloroso en presencia de
su Señor, era que extendiese la mano de la fe y tocara el cetro de su gracia
para asegurarse el perdón y la paz.
Añadió el predicador que quienes aguardaban a 25 hacerse más
merecedores del favor divino antes de atreverse a apropiarse de las
promesas de Dios se equivocaban gravemente, pues sólo Jesús podía
limpiarnos del pecado y perdonar nuestras transgresiones, siendo que él se
comprometió a escuchar la súplica y a acceder a las oraciones de quienes
con fe se acerquen a él. Algunos tienen la vaga idea de que deben hacer
extraordinarios esfuerzos para alcanzar el favor de Dios; pero todo cuanto
hagamos por nuestra propia cuenta es en vano. Tan sólo en relación con
Jesús, por medio de la fe, puede el pecador llegar a ser un hijo de Dios,
creyente y lleno de esperanza.
Estas palabras me consolaron y me mostraron lo que debía hacer yo para
salvarme.
Desde entonces vi mi camino más claro, y empezaron a disiparse las
tinieblas. Imploré anhelosamente el perdón de mis pecados, esforzándome
para entregarme por entero al Señor. Sin embargo me acometían con
frecuencia vivas angustias, porque no experimentaba el éxtasis espiritual que
yo consideraba como prueba de que Dios me había aceptado, y sin ello no
me podía convencer de que estuviese convertida. ¡Cuánta enseñanza
necesitaba respecto a la sencillez de la fe!
Alivio de la carga
Mientras estaba arrodillada y oraba con otras personas que también
buscaban al Señor, decía yo en mi corazón: «¡Ayúdame, Jesús! ¡Sálvame o
pereceré! No cesaré de implorarte hasta que oigas mi oración y reciba yo el
perdón de mis pecados». Sentía entonces como nunca mi condición
necesitada e indefensa.
Arrodillada todavía en oración, mi carga me abandonó repentinamente y se
me alivió el corazón. Al principio me sobrecogió un sentimiento de alarma, y
quise reasumir mi carga de angustia. No me parecía 26 tener derecho a
sentirme alegre y feliz. Pero Jesús parecía estar muy cerca de mí, y me sentí
capaz de allegarme a él con todas mis pesadumbres, infortunios y
tribulaciones, en la misma forma como los necesitados, cuando él estaba en
la tierra, se allegaban a él en busca de consuelo. Tenía yo la seguridad de
que Jesús comprendía mis tribulaciones y se compadecía de mí. Nunca
olvidaré aquella preciosa seguridad de la ternura compasiva de Jesús hacia
un ser como yo, tan indigno de su consideración. Durante aquel corto tiempo
que pasé arrodillada con los que oraban, aprendí mucho más acerca del
carácter de Jesús que cuanto hasta entonces había aprendido.
Una de las madres en Israel se acercó a mí diciendo: «Querida hija mía, ¿has
encontrado a Jesús?» Yo iba a responderle que sí, cuando ella exclamó:
«¡Verdaderamente lo has hallado¡ Su paz está contigo. Lo veo en tu
semblante».
Repetidas veces me decía yo a mí misma: «¿Puede ser esto la religión? ¿No
estoy equivocada?» Me parecía pretender demasiado, un privilegio
demasiado exaltado. Aunque muy tímida como para confesarlo
abiertamente, yo sentía que el Salvador me había otorgado su bendición y el
perdón de mis pecados.
«En novedad de vida»
Poco después terminó el congreso metodista y nos volvimos a casa. Mi
mente estaba repleta de los sermones, exhortaciones y oraciones que
habíamos oído. Durante la mayor parte de los días en que se celebró la
asamblea, el tiempo estaba nublado y lluvioso, y mis sentimientos
armonizaban con el ambiente climático. Pero luego el sol se puso a brillar
esplendorosamente y a inundar la tierra con su luz y calor. Los árboles, las
plantas y la hierba reverdecían lozanos y el firmamento 27 era de un intenso
azul. La tierra parecía sonreír bajo la paz de Dios. Así también los rayos del
Sol de justicia habían penetrado las nubes y las tinieblas de mi mente y
habían disipado su melancolía.
Me parecía que todos debían estar en paz con Dios y animados de su
Espíritu. Todo cuanto miraban mis ojos me parecía cambiado. Los árboles
eran más hermosos y las aves cantaban más melodiosamente que antes,
como si alabasen al Creador con su canto. Yo no quería decir nada,
temerosa de que aquella felicidad se desvaneciera y perdiera la valiosísima
prueba de que Jesús me amaba.
La vida tenía un aspecto distinto para mí. Veía las aflicciones que habían
entenebrecido mi niñez como muestras de misericordia para mi bien, a fin de
que, apartando mi corazón del mundo y de sus engañosos placeres, me
inclinase hacia las perdurables atracciones del cielo.
Me uní a la Iglesia Metodista
Poco después de regresar del congreso, fui recibida, juntamente con otras
personas, en la Iglesia Metodista para el período de prueba. Me preocupaba
mucho el asunto del bautismo. Aunque joven, no me era posible ver que las
Escrituras autorizasen otra manera de bautizar que la inmersión. Algunas de
mis hermanas metodistas trataron en vano de convencerme de que el
bautismo por aspersión era también bíblico. El pastor metodista consintió en
bautizar a los candidatos por inmersión si ellos a conciencia preferían ese
método, aunque señaló que el método por aspersión sería igualmente
aceptable para Dios.
Llegó por fin el día de recibir este solemne rito. Éramos doce catecúmenos, y
fuimos al mar para que nos bautizaran. Soplaba un fuerte viento y las
encrespadas 28 olas barrían la playa; pero cuando cargué esta pesada cruz,
mi paz fue como un río. Al salir del agua me sentí casi sin fuerzas propias,
porque el poder del Señor se asentó sobre mí. Sentí que desde aquel
momento ya no era de este mundo, sino que, del líquido sepulcro, había
resucitado a nueva vida. Aquel mismo día por la tarde fui admitida
formalmente en el seno de la Iglesia Metodista. 29 - Luchando Contra la Duda
DE NUEVO llegué a sentirme muy ansiosa por asistir a la escuela y tratar una
vez más de obtener una educación. Ingresé en un seminario de señoritas de
Portland. Pero al tratar de proseguir mis estudios, mi salud decayó
rápidamente, y llegó a ser evidente que si persistía en ir a la escuela, lo haría
a expensas de mi vida. Con gran tristeza regresé a mi hogar.
Había encontrado muy difícil disfrutar de una experiencia religiosa en el
seminario, rodeada por influencias calculadas para atraer la mente y
distraería de Dios. Por algún tiempo me sentí muy insatisfecha conmigo
misma y con mi vida cristiana, y no sentía una convicción continua y viva de
la misericordia y el amor de Dios. Me dominaban sentimientos de desánimo,
y esto me causaba gran ansiedad mental.
La causa adventista en Portland
En junio de 1842, el Sr. Miller dio su segunda serie de conferencias en la
iglesia de la calle Casco, en Portland. Yo sentía que era un gran privilegio
para mí asistir a esas conferencias, pues estaba sumida en el desánimo y no
me sentía preparada para encontrarme con mi Salvador. Esta segunda serie
creó mucha mayor conmoción en la ciudad que la primera. Salvo pocas
excepciones, las diferentes denominaciones le cerraron las puertas de sus
iglesias al Sr. Miller. Muchos 30 discursos, pronunciados desde diferentes
púlpitos, trataron de exponer los supuestos errores fanáticos del
conferenciante; pero multitudes de ansiosos oyentes asistían a sus
reuniones, y muchos eran los que no podían entrar en la casa donde se
realizaban las conferencias. Las congregaciones guardaban inusitado
silencio y prestaban gran atención.
La manera de predicar del Sr. Miller no era florida o retórica, sino que
presentaba hechos sencillos y alarmantes, que despertaban a sus oyentes de
su descuidada indiferencia. El apoyaba sus declaraciones y teorías con
pruebas bíblicas a medida que progresaba en la exposición. Un poder
convincente acompañaba sus palabras, y parecía darles el sello de un
lenguaje de verdad.
Manifestaba cortesía y simpatía. Cuando todos los asientos en la casa
estaban ocupados, y la plataforma y los lugares que circundaban el púlpito
parecían atestados, lo he visto abandonar el púlpito, caminar por un pasillo y
tomar algún hombre anciano y débil por la mano para encontrarle algún
asiento. Luego regresaba y continuaba con su discurso. Con justa razón lo
llamaban «el padre Miller», porque cuidaba con interés a los que se
colocaban bajo su ministerio, era afectuoso en sus modales y tenía una
disposición cordial y un corazón tierno.
Era un orador interesante, y sus exhortaciones, dirigidas tanto a cristianos
profesos como a personas impenitentes, eran poderosas y al punto. A veces
sus reuniones respiraban una solemnidad tan pronunciada que hasta parecía
penosa. Un sentido de la crisis inminente en los acontecimientos humanos
impresionaba las mentes de las multitudes que lo escuchaban. Muchos se
rendían a la convicción del Espíritu de Dios. Ancianos de cabello cano y
mujeres de edad buscaban, 31 con pasos temblorosos, los asientos ansiosos
[destinados a los oyentes más fervorosos]; aquellos que se hallaban en el
vigor de la madurez, los jóvenes y los niños, eran profundamente
conmovidos. Los gemidos, la voz del llanto y de la alabanza a Dios se
mezclaban en el altar de la oración.
Yo creía las solemnes palabras pronunciadas por el siervo de Dios, y mi
corazón se dolía cuando alguien se oponía o se burlaba. Asistía
frecuentemente a las reuniones, y creía que Jesús vendría pronto en las
nubes del cielo; pero mi ansiedad era estar preparada para encontrarlo. Mi
mente se espaciaba constantemente en el tema de la santidad de corazón.
Anhelaba por sobre todas las cosas obtener esta gran bendición, y sentir que
yo había sido completamente aceptada por Dios.
Perplejidad sobre el tema de la santificación
Entre los metodistas había oído hablar mucho acerca de la santificación, pero
no tenía ninguna idea definida sobre el asunto. Esta bendición parecía estar
fuera de mi alcance, ser un estado de pureza que mi corazón jamás
alcanzaría. Había visto a personas perder su fuerza física bajo la influencia
de una poderosa excitación mental, y había oído que esa era la evidencia de
la santificación. Pero no podía comprender qué era necesario hacer para
estar plenamente consagrado a Dios. Mis amigos cristianos me decían:
«¡Cree en Jesús ahora! ¡Cree que él te acepta ahora!» Trataba de hacerlo,
pero hallaba imposible creer que había recibido una bendición que, a mi
parecer, debía electrificar mi ser entero. Me preguntaba por qué tenía una
dureza tal de corazón que no me permitía experimentar la exaltación de
espíritu que otros sentían. Me parecía que yo era diferente de ellos, y que
estaba privada para siempre del gozo perfecto de la santidad de corazón. 32
Mis ideas respecto de la justificación y la santificación eran confusas. Estos
dos estados de la vida se me presentaban como cosas separadas y distintas
la una de la otra; y sin embargo no podía notar la diferencia de los términos o
comprender su significado, y todas las explicaciones de los predicadores
aumentaban mis dificultades. Me era imposible reclamar esa bendición para
mí, y me preguntaba si la misma había de encontrarse sólo entre los
metodistas, y si, al asistir a las reuniones adventistas no me estaba
excluyendo a mí misma de aquello que deseaba por encima de todo: el
Espíritu santificador de Dios.
Además observaba que los que aseveraban estar santificados manifestaban
un espíritu acerbo cuando se introducía el tema de la pronta venida de Cristo.
Esto no me parecía ser una manifestación de la santidad que profesaban
poseer. No podía entender por qué algunos ministros se oponían desde el
púlpito a la doctrina de que la segunda venida de Cristo estaba cercana. De
la predicación de esta creencia había resultado una reforma, y muchos de los
más devotos ministros y miembros laicos la habían recibido como una
verdad. Me parecía que los que amaban a Jesús sinceramente estarían
listos para aceptar las, nuevas de su venida, y regocijarse en el hecho de que
ella era inminente.
Sentía que yo podía reclamar tan sólo lo que ellos llamaban justificación. En
la Palabra de Dios yo leía que sin santidad nadie podía ver a Dios. Existía,
por lo tanto, alguna condición más elevada que yo debía alcanzar antes que
pudiera estar segura de la vida eterna. Volvía a estudiar el tema
continuamente; pues creía que Cristo vendría pronto, y temía que pudiera
hallarme sin preparación para encontrarme con él. Palabras de condenación
resonaban en mis oídos día y 33 noche, y mi clamor constante a Dios era:
«¿Qué debo hacer para ser salva?»
La doctrina del castigo eterno
En mi mente la justicia de Dios eclipsaba su misericordia y su amor. La
angustia mental por la cual pasaba en ese tiempo era grande. Se me había
enseñado a creer en un infierno que ardía por la eternidad; y al pensar en el
estado miserable del pecador sin Dios, sin esperanza, era presa de profunda
desesperación. Temía perderme y tener que vivir por toda la eternidad
sufriendo una muerte en vida. Siempre me acosaba el horroroso
pensamiento de que mis pecados eran demasiado grandes para ser
perdonados, y de que tendría que perderme eternamente.
Las horribles descripciones que había oído de almas perdidas me
abrumaban. Los ministros en el púlpito pintaban cuadros vívidos de la
condición de los perdidos. Enseñaban que Dios no se proponía salvar sino a
los santificados; que el ojo de Dios siempre estaba vigilándonos; que Dios
mismo llevaba los libros con una exactitud de infinita sabiduría; que cada
pecado que cometíamos era registrado contra nosotros, y que traería su justo
castigo.
Se lo representaba a Satanás como ávido de atrapar a su presa, y de
llevarnos a las más bajas profundidades de la angustia, para allí regocijarse
viéndonos sufrir en los horrores de un infierno que ardía eternamente,
adonde, después de torturas de miles y miles de años, las olas de fuego
impulsarían hacia la superficie a las víctimas que se contorsionaban, las
cuales lanzarían agudos gritos preguntando: «¿Por cuánto tiempo, oh Señor,
por cuánto tiempo más?» Entonces la respuesta resonaría como trueno por el
abismo. «¡Por toda la eternidad!» Y de nuevo las llamas de fundición
envolverían 34 a los perdidos, llevándolos hacia abajo, a las profundidades
de un mar de fuego siempre inquieto.
Mientras escuchaba estas terribles descripciones, mi imaginación era tan
activa que comenzaba a traspirar, y me resultaba difícil contener un clamor
de angustia, pues me parecía ya sentir los dolores de la perdición. Entonces
el ministro se espaciaba sobre la incertidumbre de la vida: en un momento
podríamos estar aquí, y el próximo momento en el infierno; o en un momento
podríamos estar en la tierra, y el próximo momento en el ciclo.
¿Escogeríamos el lago de fuego y la compañía de los demonios, o la
bienaventuranza del ciclo, teniendo a los ángeles por compañeros?
¿Querríamos oír los gemidos y las maldiciones de las almas perdidas por
toda la eternidad, o entonar los cánticos de Jesús delante del trono?
Nuestro Padre celestial me era presentado como un tirano que se deleitaba
en las agonías de los condenados; y no como el tierno y piadoso Amigo de
los pecadores, que amaba a sus criaturas con un amor que sobrepujaba todo
entendimiento, y deseaba salvarlos en su reinó.
Cuando me dominaba el pensamiento de que Dios se deleitaba en la tortura
de sus criaturas, que habían sido formadas a su imagen, un muro de tinieblas
parecía separarme de él. Cuando reflexionaba en que el Creador de]
universo arrojaría al malvado al infierno, para que allí ardiera por los siglos
interminables de la eternidad, mi corazón se sumergía en el temor, y perdía la
esperanza de que un ser tan cruel y tiránico jamás condescendiera en
salvarme de la condenación del pecado.
Pensaba que la condición del pecador condenado sería la mía, para soportar
las llamas del infierno para siempre, por lo tanto tiempo como Dios existiera.
Una 35 oscuridad casi total me rodeaba, y parecía que no había forma de
escapar a las tinieblas. Si me hubieran presentado la verdad como la
entiendo ahora, me habrían ahorrado mucha perplejidad y dolor. Si se
hubieran espaciado más en el amor de Dios, y menos en su severa justicia, la
hermosura y la gloria de su carácter me habrían inspirado a sentir un amor
profundo y ferviente por mi Creador. 36 - Comienzo de mis Actividades Públicas
HASTA entonces nunca había orado en público, y tan sólo unas cuantas
tímidas palabras habían salido de mis labios en las reuniones de oración.
Pero ahora me impresionaba la idea de que debía buscar a Dios en oración
en nuestras reuniones de testimonios. Sin embargo, temerosa de
confundirme y no poder expresar mis pensamientos, no me atrevía a orar.
Pero el sentimiento del deber de orar en público me sobrecogió de tal manera
que al orar en secreto me parecía como si me burlara de Dios por no haber
obedecido su voluntad. El desaliento se apoderó de mí, y durante tres
semanas ni un rayo de luz vino a herir la melancólica lobreguez que me
rodeaba.
Sufría muchísimo mentalmente. Hubo noches en que no me atreví a cerrar
los ojos, sino que esperé a que mi hermana se durmiese, y levantándome
entonces despacito de la cama, me arrodillaba en el suelo para orar
silenciosamente con una angustia muda e indescriptible. Se me
representaban sin cesar los horrores de un infierno eterno y abrasador.
Sabía que me era imposible vivir por mucho tiempo en tal estado, y no tenía
valor para morir y arrostrar la suerte de los pecadores. ¡Con qué envidia
miraba yo a los que se sentían aceptados por Dios! ¡Cuán preciosa parecía la
37 esperanza del creyente en mi alma agonizante!
Muchas veces permanecía postrada en oración casi toda la noche, gimiendo
y temblando con indecible angustia y tan profunda desesperación que no hay
manera de expresarlas. Mi ruego era: «¡Señor, ten misericordia de mí!», y,
como el pobre publicano, no me atrevía a levantar los ojos al cielo sino que
inclinaba mi rostro hacia el suelo. Enflaquecí notablemente y decayeron
mucho mis fuerzas, pero guardaba mis sufrimientos y desesperación para mí
sola.
Sueño del templo y del cordero
Mientras estaba así desalentada tuve un sueño que me impresionó
profundamente. Soñé que veía un templo al cual acudían muchas personas,
y tan sólo los que se refugiaban en él podían ser salvos al fin de los tiempos,
pues todos los que se quedaban fuera del templo se perderían para siempre.
Las muchedumbres que en las afueras del templo iban por diferentes
caminos se burlaban de los que entraban en él y los ridiculizaban, diciéndoles
que aquel plan de salvación era un artero engaño, pues en realidad no había
peligro alguno que evitar. Además, detenían a algunos para impedirles que
entraran en el templo.
Temerosa de ser ridiculizada, pensé que era mejor esperar que las multitudes
se marcharan, o hasta tener ocasión de entrar sin que me vieran. Pero el
número fue aumentando en vez de disminuir, hasta que, recelosa de que se
me hiciese demasiado tarde, me apresuré a salir de mi casa y abrirme paso a
través de la multitud. Tan viva era la ansiedad que tenía de verme dentro del
templo, que no reparé en el número de los concurrentes.
Al entrar en el edificio vi que el amplio templo estaba sostenido por una
enorme columna y que atado 38 a ella había un cordero completamente
mutilado y ensangrentado. Los que estábamos en el templo sabíamos que
aquel cordero había sido desgarrado y quebrantado por nuestras culpas.
Todos cuantos entraban en el templo debían postrarse ante el cordero y
confesar sus pecados. Delante del cordero vi asientos altos donde estaba
sentada una hueste que parecía muy feliz. La luz del cielo iluminaba sus
semblantes, y alababan a Dios entonando cánticos de alegre acción de
gracias, semejantes a la música de los ángeles. Eran los que se habían
postrado ante el cordero, habían confesado sus pecados y recibido el perdón
de ellos, y aguardaban con gozosa expectación algún dichoso
acontecimiento.
Aun después de haber entrado yo en el templo, me sentí sobrecogida de
temor y vergüenza por tener que humillarme a la vista de tanta gente; pero
me sentí obligada a avanzar, y poco a poco fui rodeando la columna hasta
ponerme frente al cordero. Entonces resonó una trompeta. El templo se
estremeció y los santos congregados dieron voces de triunfo. Un pavoroso
esplendor iluminó el templo, y después todo quedó en profundas tinieblas. La
hueste feliz había desaparecido por completo cuando se produjo el pasajero
esplendor, y yo me quedé sola en el horrible silencio de la noche.
Desperté angustiada y a duras penas pude convencerme de que era un mero
sueño. Me parecía que estaba determinada mi condenación, y que el
Espíritu del Señor me había abandonado para siempre.
Visión de Jesús
Poco tiempo después tuve otro sueño. Me veía sentada con profunda
desesperación, con el rostro oculto entre las manos me decía reflexionando:
Si Jesús 39 estuviese en la tierra iría a postrarme a sus pies y le manifestaría
mis sufrimientos. El no me rechazaría. Tendría misericordia de mí, y yo le
amaría y serviría por siempre.
En aquel momento se abrió la puerta y entró un personaje de un aspecto y un
porte hermosos. Me miró compasivamente y dijo: «¿Deseas ver a Jesús?
Aquí está, y puedes verlo si quieres. Torna cuanto tengas y sígueme».
Oí estas palabras con indecible gozo, y alegremente recogí cuanto poseía,
todas las cositas que apreciaba, y seguí a mi guía. Me condujo a una
escalera escarpada y en apariencia quebradiza. Al empezar a subir los
peldaños el guía me advirtió que mantuviera la vista en alto, pues de lo
contrario corría el riesgo de desmayar y caer. Muchos otros que trepaban
por la escalera caían antes de llegar a la cima.
Y finalmente llegamos al último peldaño y nos detuvimos frente a una puerta.
Allí el guía me indicó que dejase cuanto había traído conmigo. Yo lo depuse
todo alegremente. Entonces el guía abrió la puerta y me mandó entrar. En
un momento estuve delante de Jesús. No cabía error, pues aquella hermosa
figura, aquella expresión de benevolencia y majestad, no podían ser de otro.
Al mirarme él, yo comprendí en seguida que él conocía todas las vicisitudes
de mi vida y todos mis íntimos pensamientos y emociones.
Traté de resguardarme de su mirada, pues me sentía incapaz de resistirla;
pero él se me acercó sonriente y, posando su mano sobre mi cabeza, dijo:
«No temas». El dulce sonido de su voz hizo vibrar mi corazón con una dicha
que no había experimentado hasta entonces. Estaba yo por demás gozosa
para pronunciar palabra, y así fue como, profundamente conmovida, caí
postrada a sus pies. Mientras que allí yacía impedida, 40 presencié escenas
de gloria y belleza que pasaban ante mi vista, y me parecía que había
alcanzado la salvación y la paz de¡ cielo. Por último, recobradas las fuerzas,
me levanté. Todavía me miraban los ojos amorosos de Jesús, cuya sonrisa
inundaba mi alma de alegría. Su presencia despertaba en mí santa
veneración e inefable amor.
El guía abrió la puerta y ambos salimos. Me mandó que volviese a tomar
todo lo que había dejado afuera. Hecho esto, me dio una cuerda verde
fuertemente enrollada. Me encargó que me la colocara cerca del corazón, y
que cuando deseara ver a Jesús la sacara de mi pecho y la desenrollara por
completo. Me advirtió que no la tuviera mucho tiempo enrollada, pues de
tenerla así podría enredarse con nudos y ser muy difícil de estirar. Puse la
cuerda junto a mi corazón y gozosamente bajé la angosta escalera alabando
al Señor y diciendo a cuantos se cruzaban en mi camino en dónde podrían
encontrar a Jesús.
Este sueño me infundió esperanza. La cuerda verde era para mí el símbolo
de la fe, y en mi alma alboreó la hermosa sencillez de la confianza en Dios.
Simpatía y amistosos consejos
Entonces le confié a mi madre las tristezas y perplejidades que
experimentaba. Ella tiernamente simpatizó conmigo y me alentó diciéndome
que pidiera consejo al pastor Stockman, quien a la sazón predicaba en
Portland la doctrina adventista. Yo tenía mucha confianza en él, porque era
un devoto siervo de Cristo. Al oír mi historia, él puso afectuosamente la
mano sobre mi cabeza y dijo, con lágrimas en los ojos: «Elena, tú no eres
sino una niña. Tu experiencia es muy singular en una persona de tan poca
edad. Jesús debe estar preparándote para alguna obra especial». 41
Luego me dijo que, aunque fuese yo una persona de edad madura y me
viese acosada por la duda y la desesperación, me diría que sabía de cierto
que, por el amor de Jesús, había esperanza para mí. La misma agonía
mental era una evidencia positiva de que el Espíritu de Dios contendía
conmigo. Dijo que cuando el pecador se endurece en sus culpas no se da
cuenta de la enormidad de su transgresión, sino que se lisonjea con la idea
de que anda más o menos bien, y que no corre peligro especial alguno.
Entonces el Espíritu del Señor lo abandona, y lo deja asumir una actitud de
negligencia e indiferencia o de temerario desafío. Este señor bondadoso me
habló del amor de Dios para con sus hijos extraviados, y me explicó que él,
en vez de complacerse en la ruina de ellos, anhelaba atraerlos a sí con una
fe y una confianza sencillas. Insistió en el gran amor de Cristo y en el plan de
la redención.
El pastor Stockman habló del infortunio de mi niñez, y dijo que era de veras
una grave aflicción, pero me invitó a creer que la mano de nuestro amante
Padre no me había desamparado; que en lo futuro, una vez desvanecidas las
neblinas que oscurecían mi ánimo, discerniría yo la sabiduría de la
providencia que me parecía tan cruel y misteriosa. Jesús dijo a sus
discípulos: «Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás
después» (Juan 13: 7). Porque en la incomparable vida venidera ya no
veremos oscuramente como en un espejo, sino que contemplaremos cara a
cara los misterios, del amor divino.
«Ve en paz, Elena me dijo; vuelve a casa confiada en Jesús, pues él no
privará de su amor a nadie que lo busque verdaderamente».
Después oró fervientemente por mí, y me pareció que Dios seguramente
escucharía las oraciones de su santo varón, aunque desoyera mis humildes
peticiones. 42 Yo quedé mucho más consolada, y se desvaneció la maligna
esclavitud del temor y de la duda al oír los prudentes y cariñosos consejos de
aquel maestro de Israel. Salí de la entrevista con él animada y fortalecida.
Durante los pocos minutos en que recibí instrucciones del pastor Stockman
aprendí más del amor y la compasiva ternura de Dios que en todos los
sermones y exhortaciones que había oído antes.
Mi primera oración en público
Volví a casa y nuevamente me postré ante el Señor, prometiéndole hacer y
sufrir todo cuanto de mi exigiera, con tal que la sonrisa de Jesús alegrara mi
corazón. Entonces se me presentó el mismo deber que tanto me perturbó
anteriormente: tomar mi cruz entre el pueblo congregado de Dios. No tardó
en presentarse una oportunidad para ello, pues aquella misma tarde se
celebró en casa de mi tío una reunión de oración, a la que asistí.
Cuando los demás se arrodillaron para orar, yo también me arrodillé toda
temblorosa, y luego de haber orado unos cuantos fieles, se elevó mi voz en
oración antes que yo me diera cuenta de ello. En aquel momento las
promesas de Dios me parecieron otras tantas perlas preciosas que se podían
recibir con tan sólo pedirlas. Mientras oraba, desapareció la pesadumbre
angustiosa de mi alma que durante tanto tiempo había sufrido, y las
bendiciones del Señor descendieron sobre mí como suave rocío. Alabé a
Dios desde lo más profundo de mi corazón. Todo me parecía apartado de
mí, menos Jesús y su gloria, y perdí la conciencia de cuanto ocurría en mi
derredor.
El Espíritu de Dios se posó sobre mí con tal poder, que no pude volver a casa
aquella noche. Al recobrar el 43 conocimiento me hallé solícitamente
atendida en casa de mi tío, donde nos habíamos reunido en oración. Ni mi
tío ni su esposa tenían inquietudes religiosas, aunque el primero había
profesado ser cristiano en un tiempo, pero luego había apostatado. Me
dijeron que él se sintió muy perturbado mientras el poder de Dios reposaba
sobre mí de aquella manera tan especial, y que había estado paseándose de
acá para allá, muy conmovido y angustiado mentalmente.
Cuando yo fui derribada al suelo, algunos de los concurrentes se alarmaron,
y estuvieron por correr en busca de un médico, pues pensaron que me había
atacado de repente alguna peligrosa indisposición; pero mi madre les pidió
que me dejasen, porque para ella y para los demás cristianos
experimentados era claro que el poder admirable de Dios era lo que me
había postrado. Cuando volví a casa, al día siguiente, mi ánimo estaba muy
cambiado. Me parecía imposible que yo fuese la misma persona que había
salido de casa de mi padre la tarde anterior. Continuamente me acordaba de
este pasaje: «Jehová es mi pastor; nada me faltará» (Sal. 23: 1). Mi corazón
rebosada de felicidad al repetir estas palabras.
Visión del amor del Padre
La fe embargaba ahora mi corazón. Sentía un inexplicable amor hacia Dios,
y su Espíritu me daba testimonio de que mis pecados estaban perdonados.
Cambié la opinión que tenía del Padre. Empecé a considerarlo como un
padre bondadoso y tierno más bien que como un severo tirano que fuerza a
los hombres a obedecerlo ciegamente. Mi corazón sentía un profundo y
ferviente amor hacia él. Consideraba un gozo obedecer su voluntad, y me
era un placer estar en su servicio. Ninguna sombra oscurecía la luz que me
revelaba 44 la perfecta voluntad de Dios. Sentía la seguridad de que el
Salvador moraba en mí, y comprendía la verdad de lo que Cristo dijera: «E]
que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan
8: 12).
La paz y la dicha que yo sentía constituían un tan marcado contraste con mi
anterior melancolía y angustia, que me parecía haber sido rescatada del
infierno y transportada al cielo. Hasta podía alabar a Dios por el accidente
que había sido la desgracia de mi vida, porque había sido el medio de fijar
mis pensamientos en la eternidad. Como por naturaleza yo era orgullosa y
ambiciosa, tal vez no me habría sentido inclinada a entregar mi corazón a
Jesús, de no haber sido por la dura aflicción que, en cierto modo, me había
separado de los triunfos y vanidades del mundo.
Durante seis meses, ni una sombra oscureció mi ánimo, ni descuidé un solo
deber conocido. Todos mis esfuerzos tendían a hacer la voluntad de Dios, y
a recordar de continuo a Jesús y el cielo. Me sorprendían y arrobaban las
claras visiones que tenía acerca de la expiación y la obra de Cristo. No
intentaré explicar más en detalle las preocupaciones de mi mente; baste decir
que todas las cosas viejas habían pasado, y todo había sido hecho nuevo. Ni
una sola nube echaba a perder mi perfecta felicidad. Anhelaba hablar del
amor de Jesús, y no me sentía con disposición de entablar conversaciones
triviales con nadie. Mi corazón estaba tan lleno del amor de Dios, y de la paz
que sobrepuja todo entendimiento, que me gustaba meditar y orar.
Dando testimonio
La noche después que yo recibiera una bendición tan grande asistí a la
reunión adventista. Cuando les 45 llegó el turno de hablar en favor del Señor
a los seguidores de Cristo, yo no pude permanecer en silencio, sino que me
levanté para referir mi experiencia. Ni un solo pensamiento acudió a mi
mente acerca de lo que debía decir; pero el sencillo relato del amor de Jesús
hacia mí fluyó libremente de mis labios, y mi corazón se sintió tan dichoso de
verse libre de sus ataduras de tenebrosa desesperación, que perdí de vista a
las personas que me rodeaban y me pareció estar sola con Dios. A no ser
por las lágrimas de gratitud que entrecortaban mis palabras, no encontré
dificultad alguna en expresar mis sentimientos de paz y felicidad.
El pastor Stockman estaba presente. Me había visto poco antes en profunda
desesperación, y al ver ahora transformada mi cautividad, lloraba de alegría
conmigo y alababa a Dios por esta muestra de su misericordiosa ternura y
amor cariñoso.
No mucho después de recibir tan señalada bendición asistí a una reunión en
la iglesia de la cual era ministro el pastor Brown. Se me invitó a referir mi
experiencia, y no sólo tuve gran facilidad de expresión, sino que también me
sentí feliz de relatar mi sencilla historia del amor de Jesús y el gozo de verme
aceptada por Dios. A medida que iba hablando con el corazón subyugado y
los ojos arrasados en lágrimas, mi alma parecía impelida hacia el cielo en
acción de gracias. El poder enternecedor de Dios descendió sobre los
circunstantes. Muchos lloraban y otros alababan a Dios.
Se invitó a los pecadores a que se levantaran a orar, y no pocos
respondieron al llamamiento. Mi corazón estaba tan agradecido a Dios por la
bendición que me había otorgado, que deseaba que otros compartieran este
sagrado gozo. Mi ánimo se interesaba profundamente por quienes pudiesen
creerse en desgracia del Señor y bajo la pesadumbre del pecado. Mientras
refería 46 mi experiencia, me parecía que nadie podría negar la prueba
evidente del poder misericordioso de Dios, que tan maravillosa mudanza
había efectuado en mí. La realidad de la verdadera conversión me parecía
tan notoria, que procuré aprovechar toda oportunidad de ejercer influencia en
mis amigas para guiarlas hacia la luz.
Trabajo en favor de mis jóvenes amigas
Programé algunas reuniones con esas amigas mías. Algunas tenían
bastante más edad que yo, y unas cuantas estaban ya casadas. A muchas
de ellas, que eran vanidosas e irreflexivas, mis experiencias les parecían
cuentos y no escuchaban mis exhortaciones. Pero resolví perseverar en el
esfuerzo hasta que esas queridas almas, por las que tenía vivo interés, se
entregasen a Dios. Pasé noches enteras en fervorosa oración por las amigas
a quienes había buscado y reunido con el objeto de trabajar y orar con ellas.
Algunas se reunían con nosotras por curiosidad de oír lo que yo diría. Otras
se extrañaban del empeño de mis esfuerzos, sobre todo cuando ellas mismas
no mostraban interés por su propia salvación. Pero en todas nuestras
pequeñas reuniones yo continuaba exhortando a cada una de mis amigas y
orando separadamente por ellas hasta lograr que se entregasen a Jesús y
reconociesen los méritos de su amor misericordioso. Y todas se convirtieron
a Dios.
Por las noches me veía en sueños trabajando por la salvación de las almas, y
me acudían a la mente casos especiales de amigas a quienes iba a buscar
después para orar juntas. Excepto una, todas ellas se entregaron al Señor.
Algunos de nuestros hermanos más formales recelaban de que yo fuese
demasiado celosa por la conversión de las almas, pero el tiempo se me
figuraba 47 tan corto, que convenía que cuantos tuviese esperanza de la
inmortalidad bienaventurada y guardaran la pronta venida de Cristo,
trabajasen sin cesar en favor de quienes todavía estaban sumidos en el
pecado, al borde terrible de la ruina.
Aunque yo era muy joven, el plan de salvación me presentaba tan claro a la
mente, y tan señaladas habían sido mis experiencias que, considerando el
asunto, comprendí que era mi deber continuar esforzándome por la salvación
de las preciosas almas y confesar a Cristo en toda ocasión. Había puesto
por todo mi servicio de mi Maestro. Sucediera lo sucediera, estaba
determinada a complacer a vivir como quien espera la venida del Salvador
para recompensar a sus fieles. Me consideraba como niñita al allegarme a
Dios y preguntarle qué quería que hiciese. Una vez consciente de mi deber,
mi felicidad era cumplirlo. A veces me asaltaban pruebas especiales, pues
algunas personas más experimentadas que yo trataban de detenerme y
enfriar el ardor de fe. Pero las sonrisas de Jesús que iluminaban mi vi el amor
de Dios en mi corazón, me alentaban a proseguir.48 - Mi Separación de la Iglesia
LA FAMILIA de mi padre asistía todavía de vez en cuando a los cultos de la
Iglesia Metodista, y también a las reuniones de clases [es decir, de estudio de
la Biblia, y de oración] que se celebraban en casas particulares.
Una noche mi hermano Roberto y yo fuimos a una reunión de clase. El
pastor presidente estaba presente. Cuando a mi hermano le tocó el turno de
dar testimonio, habló muy humildemente y, sin embargo, con mucha claridad
de lo necesario que era hallarse en perfecta disposición de ir al encuentro de
nuestro Salvador cuando con poder y grande gloria viniese en las nubes del
cielo. Mientras mi hermano hablaba, su semblante, de ordinario pálido,
brillaba con luz celestial. Parecía transportado en espíritu por encima de todo
lo que le rodeara y hablaba como si estuviese en presencia de Jesús.
Cuando se me invitó a mí a hablar, me levanté con ánimo tranquilo y el
corazón henchido de amor y paz. Referí la historia de mi sufrimiento bajo la
convicción de pecado, cómo había recibido por fin la bendición durante tanto
tiempo anhelada -una completa conformidad con la voluntad de Dios- y
manifesté mi gozo por las nuevas de la pronta venida de mi Redentor para
llevar a sus hijos al hogar. 49
Diferencias doctrinales
En mi sencillez esperaba que mis hermanos y hermanas metodistas
entendieran mis sentimientos y se regocijaran conmigo, pero me chasqueé.
Varias hermanas murmuraron su desaprobación, movieron sus sillas
ruidosamente y me dieron la espalda. Yo no podía pensar qué se había
dicho que pudiera ofenderlas, y hablé muy brevemente, al sentir la fría
influencia de su desaprobación.
Al terminar mi relato, me preguntó el pastor presidente si no sería mucho
mejor vivir una vida larga y útil haciendo bien al prójimo, en lugar de que
Jesús viniera prestamente para destruir a los pobres pecadores. Respondí
que deseaba el advenimiento de Jesús, porque entonces acabaría el pecado
para siempre, y gozaríamos de la eterna santificación, pues ya no habría
demonio que nos tentase y extraviara.
Cuando el pastor que presidía se dirigió a los otros en la clase, expresó gran
gozo en anticipar el milenio temporal, durante el cual la tierra sería llena del
conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar. El anhelaba ver
llegar ese glorioso período.
Después de la reunión noté que las mismas personas que antes me habían
demostrado cariño y amistad me trataban con señalada frialdad. Mi hermano
y yo nos volvimos a casa con la tristeza de vernos tan mal comprendidos por
nuestros hermanos y de que la idea del próximo advenimiento de Jesús
despertara en sus pechos tan acerba oposición.
La esperanza del segundo advenimiento
Durante el regreso a casa hablamos seriamente acerca de las pruebas de
nuestra nueva fe y esperanza. «Elena -dijo mi hermano Roberto-, ¿estamos
50 engañados? ¿Es una herejía esta esperanza en la próxima aparición de
Cristo en la tierra, pues tan acremente se oponen a ella los pastores y los que
profesan ser religiosos? Dicen que Jesús no vendrá en millares y millares de
años. En caso de que siquiera se acercasen a la verdad, no podría acabar el
mundo en nuestros días».
Yo no quise ni por un instante alentar la incredulidad. Así que repliqué
vivamente: «No tengo la menor duda de que la doctrina predicada por el Sr.
Miller sea la verdad. ¡Qué fuerza acompaña a sus palabras! ¡Qué
convencimiento infunde en el corazón del pecador!»
Seguimos hablando francamente del asunto por el camino, y resolvimos que
era nuestro deber y privilegio esperar la venida de nuestro Salvador, y que lo
más seguro sería prepararnos para su aparición y estar listos para recibirlo
gozosos. Si viniese, ¿cuál sería la perspectiva de quienes ahora decían: «Mi
Señor se tarda en venir», y no deseaban verlo? Nos preguntábamos cómo
podían los predicadores atreverse a aquietar el temor de los pecadores y
apóstatas diciendo: «¡Paz, paz!», mientras que por todo el país se daba el
mensaje de amonestación. Aquellos momentos nos parecían muy solemnes.
Sentíamos que no teníamos tiempo que perder.
«Por el fruto se conoce el árbol observó Roberto-. ¿Qué ha hecho por
nosotros esta creencia? Nos ha convencido de que no estábamos
preparados para la venida del Señor; que debíamos purificar nuestro corazón
so pena de no poder ir en paz al encuentro de nuestro Salvador. Nos ha
movido a buscar nueva fuerza y una gracia renovada en Dios.
¿Qué ha hecho por ti esta creencia, Elena? ¿Serías lo que eres si no
hubieses oído la doctrina del pronto advenimiento de Cristo? ¡Qué esperanza
ha infundido en tu corazón! ¡Cuánta paz, gozo y amor te ha dado! Y 51 por
mí lo ha hecho todo. Yo amo a Jesús y a todos los hermanos. Me
complazco en la reunión de oración. Me gozo en orar y en leer la Biblia».
Ambos nos sentimos fortalecidos por esta conversación, y resolvimos que no
debíamos desviarnos de nuestras sinceras convicciones de la verdad y de la
bienaventurada esperanza de que pronto vendría Cristo en las nubes de los
cielos. En nuestro corazón sentimos agradecimiento porque podíamos
discernir la preciosa luz y regocijarnos en esperar el advenimiento del Señor.
Último testimonio en reunión de clase
No mucho después de esto volvimos a concurrir a la reunión de clase.
Queríamos tener ocasión de hablar del amor precioso de Dios que animaba
nuestras almas. Yo, en particular, deseaba referir la bondad y misericordia
del Señor para conmigo. Tan profundo cambio había yo experimentado, que
me parecía un deber aprovechar toda ocasión de testificar del amor de mi
Salvador.
Cuando me llegó el turno de hablar, expuse las pruebas que tenía del amor
de Jesús, y declaré que aguardaba con gozosa expectación el pronto
encuentro con mi Redentor. La creencia de que estaba cerca la venida de
Cristo había movido mi alma a buscar con gran vehemencia la santificación,
que es obra del Espíritu de Dios. Al llegar a este punto el director de la clase
me interrumpió diciendo: «Hermana, Ud. recibió la santificación por medio del
metodismo, y no por medio de una teoría errónea».
Me sentí compelida a confesar la verdad de que mi corazón no había recibido
sus nuevas bendiciones por medio del metodismo, sino por las
conmovedoras verdades referentes a la personal aparición de Jesús, que 52
me habían infundido paz, gozo y perfecto amor. Así terminó mi testimonio, el
último que yo había de dar en clase con mis hermanos metodistas.
Después habló Roberto con su acostumbrada dulzura, pero de una manera
tan clara y conmovedora que algunos lloraron y se sintieron muy
emocionados. Pero otros tosían en señal de disentimiento y se mostraban
sumamente inquietos.
Al salir de la clase volvimos a hablar acerca de nuestra fe, y nos
maravillamos de que estos creyentes, nuestros hermanos y hermanas,
tomasen tan a mal las palabras referentes al advenimiento de nuestro
Salvador. Nos convencimos de que ya no debíamos asistir a ninguna otra
reunión de clase. La esperanza de la gloriosa aparición de Cristo llenaba
nuestras almas y, por lo tanto, desbordaría de nuestros labios al levantarnos
para hablar. Era evidente que no podríamos tener libertad en la reunión de
clase porque al terminar la reunión, oíamos las mofas y los insultos que
nuestro testimonio provocaba, por parte de hermanos y hermanas a quienes
habíamos respetado y amado.
Difundiendo el mensaje adventista
Por entonces los adventistas celebraban reuniones en la sala Beethoven. Mi
padre y su familia asistían a ellas con regularidad. Se creía que el segundo
advenimiento iba a ocurrir en el año 1843. Parecía tan corto el tiempo en que
se podían salvar las almas, que resolví hacer cuanto de mí dependiese para
conducir a los pecadores a la luz de la verdad.
Tenía yo en casa dos hermanas: Sara, que me llevaba algunos años, y mi
hermana gemela, Isabel. Hablamos las tres del asunto, y decidimos ganar
cuanto dinero podíamos para invertirlo en la compra de libros y folletos que
distribuiríamos gratuitamente. Esto era 53 lo mejor que podíamos hacer, y
aunque era poco, lo hacíamos alegremente.
Nuestro padre era sombrerero y la tarea que me correspondía, por ser la más
fácil, era elaborar las copas de los sombreros. También hacía calcetines a
veinticinco centavos el par. Mi corazón estaba tan débil que me veía
obligada a quedar sentada y apoyada en la cama para realizar mi labor. Pero
día tras día estuve allí dichosa de que mis dedos temblorosos pudiesen
contribuir en algo a la causa que tan tiernamente amaba. Veinticinco
centavos diarios era cuanto podía ganar. ¡Cuán cuidadosamente guardaba
las preciosas monedas de plata que recibía en pago de mi trabajo y que
estaban destinadas a comprar publicaciones con que iluminar y despertar a
los que se hallaban en tinieblas!
No sentía ninguna tentación de gastar mis ganancias en mi satisfacción
personal. Mi vestido era sencillo, y nada invertía en adornos superfluos,
porque la vana ostentación me parecía pecaminosa. Así lograba tener
siempre en reserva una pequeña suma con que comprar libros adecuados,
que entregaba a personas expertas para que los enviasen a diferentes
regiones.
Cada hoja impresa tenía mucho valor a mis ojos; porque era para el mundo
un mensaje de luz, que lo exhortaba a que se preparase para el gran
acontecimiento cercano. La salvación de las almas era mi mayor
preocupación, y mi corazón se dolía por quienes se lisonjeaban de vivir con
seguridad mientras que se daba al mundo el mensaje de admonición.
El tema de la inmortalidad
Un día escuché una conversación entre mi madre y una hermana, con
referencia a un discurso que recientemente habían oído acerca de que el
alma no es inmortal por naturaleza. Repetían algunos textos que el 54
pastor había usado como prueba de su afirmación. Entre ellos recuerdo los
siguientes, que me impresionaron profundamente:»El alma que pecare, esa
morirá»(Eze. 18: 4). «Los que viven saben que han de morir; pero los muertos
nada saben»(Ecl. 9:5). «La cual a su tiempo mostrará el bienaventurado y
solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene
inmortalidad»(1 Tim. 6: 15-16).»El cual pagará a cada uno conforme a sus
obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y
honra e inmortalidad»(Rom. 2: 6-7).
Y oí a mi madre que decía, comentando este último pasaje: «¿Por qué
habrían de buscar ellos lo que ya tienen?»
Escuché estas nuevas ideas con intenso y doloroso interés. Cuando estuve
a solas con mi madre le pregunté si verdaderamente ella creía que el alma no
era inmortal. Me respondió que a su parecer temía que hubiésemos estado
errados en aquella cuestión, lo mismo que en varias otras.
-Pero, mamá -repuse yo-, ¿de veras crees tú que las almas duermen en el
sepulcro hasta la resurrección? ¿Piensas tú que cuando un cristiano muere
no va inmediatamente al cielo ni el pecador al infierno?
La Biblia no contiene prueba alguna de que haya un infierno eterno
-respondió ella-. Si existiese un lugar tal, el Libro sagrado lo mencionaría.
-¿Cómo es eso, mamá? -repliqué yo, asombrada-. Es muy extraño que digas
tal cosa. Si crees en tan rara teoría, no se lo digas a nadie, porque temo que
los pecadores se considerarían seguros con ella, y nunca desearían buscar al
Señor.
-Si es una sana verdad bíblica -respondió mi madre-, en vez de impedir la
conversión de los pecadores, será el medio de ganarlos para Cristo. Si el
amor 55 de Dios no induce al rebelde a someterse, no lo moverán al
arrepentimiento los terrores de un infierno eterno. Además, no parece un
medio muy apropiado para ganar almas para Jesús el recurrir al abyecto
temor, uno de los atributos más bajos de la mente humana. El amor de
Jesús atrae, y subyugará al corazón más empedernido.
Hasta pasados algunos meses después de esta conversación, no volví a oír
nada más referente a dicha doctrina. Pero durante este tiempo reflexioné
muchísimo sobre el asunto. De manera que cuando oí una predicación en
que se expuso esto, creí que era la verdad. Desde que la luz acerca del
sueño de los muertos alboreó en mi mente, se desvaneció el misterio que
envolvía la resurrección, y este grandioso acontecimiento asumió una nueva
y sublime, importancia. A menudo habían conturbado mi mente los esfuerzos
que hiciera para conciliar la idea de la completa recompensa o castigo de los
muertos con el indudable hecho de la futura resurrección y el juicio. Si al
morir el hombre, su alma entraba en el gozo de la eterna felicidad o caía en la
eterna desdicha, ¿de qué servía la resurrección del pobre cuerpo reducido a
polvo?
Pero esta nueva y hermosa creencia me descubría la razón por la cual los
inspirados autores de la Biblia insistieran tanto en la resurrección del cuerpo.
Era porque todo el ser dormía en el sepulcro. Entonces me di cuenta de la
falacia de nuestro primitivo criterio sobre el asunto.
La visita del pastor
Toda mi familia estaba profundamente interesada en la doctrina de la pronta
venida del Señor. Mi padre había sido una de las columnas de la Iglesia
Metodista. Había actuado como exhortador y había presidido
56 reuniones celebradas en casas distantes de la ciudad. Sin embargo, el
pastor metodista vino a visitarnos especialmente para decirnos que nuestras
creencias eran incompatibles con el metodismo. No preguntó por las razones
para creer lo que creíamos, ni tampoco hizo referencia alguna a la Biblia para
convencernos de nuestro error, sino que se limitó a decir que habíamos
adoptado una nueva y extraña creencia inadmisible para la Iglesia Metodista.
Replicó mi padre diciéndole que sin duda debía equivocarse al calificar de
nueva y extraña aquella doctrina, pues el mismo Cristo, en sus enseñanzas a
sus discípulos, había predicado su segundo advenimiento, diciendo: «En la
casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera
dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os
preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo
estoy, vosotros también estéis» (Juan 14: 2-3). Cuando ascendió a los cielos,
y los fieles discípulos se quedaron mirando tras su desaparecido Señor,»he
aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales
también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este
mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le
habéis visto ir al cielo» (Hech. 1: 10-11).
«Y -prosiguió mi padre, entusiasmado con el asunto-, el inspirado apóstol
Pablo escribió una carta para alentar a sus hermanos de Tesalónica,
diciéndoles: ‘Y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros,
cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su
poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios,
ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán
pena de eterna perdición, excluidos de 57 la presencia de Señor y de la gloria
de su poder, cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y
ser admirado en todos los que creyeron'(2 Tes. 1: 7-10). ‘Porque el señor
mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios,
descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego
nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados
juntamente con ellos en las nubes para recibir al señor en el aire, y así
estaremos siempre con el señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con
estas palabras’ (1 Tes. 4: 16- 18).
«Esto es de suma autoridad para nuestra fe. Jesús y sus apóstoles insistieron
en el suceso del segundo advenimiento gozoso y triunfante; y los santos
ángeles proclaman que Cristo, el que ascendió al cielo, vendrá otra vez. Este
es nuestro delito: creer en la palabra de Jesús y sus discípulos. Es una
enseñanza muy antigua, sin mácula de herejía».
El predicador no intentó hacer referencia ni a un solo texto que probara que
estábamos en error, sino que se excusó alegando falta de tiempo, y
aconsejándonos que nos retiráramos calladamente de la iglesia para evitar la
publicidad de un proceso. Pero nosotros sabíamos que a otros de nuestros
hermanos se los trataba de la misma manera por igual causa, y como no
queríamos dar a entender que nos avergonzábamos de reconocer nuestra fe,
ni dar lugar a que se supusiera que no podíamos apoyarla en la Escritura,
mis padres insistieron en que se les diesen las razones de semejante
petición.
Por única respuesta declaró evasivamente el pastor que habíamos ido en
contra de las reglas de la iglesia, y que el mejor método era que nos
retiráramos voluntariamente de ella para evitar un proceso. Replicamos a
esto que preferíamos un proceso regular para saber 58 qué pecado se nos
atribuía, pues sentíamos la seguridad de que no estábamos obrando mal al
esperar y amar la aparición del Salvador.
Sometidos al juicio de la iglesia
No mucho tiempo después se nos notificó que estuviéramos presentes en la
sala de la junta de la iglesia. Había sólo unos pocos asistentes. La influencia
de mi padre y de su familia era tal que nuestros opositores no tenían deseo
alguno de presentar nuestro caso ante un número mayor de la congregación.
La sencilla acusación preferida era que habíamos contravenido las reglas de
la iglesia. Al preguntarles qué reglas habíamos quebrantado, se declaró,
después de alguna vacilación, que habíamos asistido a otras reuniones y
habíamos descuidado la asistencia regular a nuestra clase.
Contestamos que una parte de la familia había estado en el campo durante
un tiempo, que ninguno de los que habían permanecido en la ciudad se había
ausentado de la clase más que unas pocas semanas, y que ellos se vieron
obligados a no asistir porque los testimonios que presentaban eran recibidos
con tan marcada desaprobación. También les recordamos que ciertas
personas que no habían asistido a las reuniones de clase por un año eran
consideradas todavía como miembros en regla.
Se nos preguntó si queríamos confesar que nos habíamos apartado de los
reglamentos metodistas y si queríamos también convenir en que nos
conformaríamos a ellos en lo futuro. Contestamos que no nos atrevíamos a
renunciar a nuestra fe ni a negar la sagrada verdad de Dios; que no
podíamos privarnos de la esperanza de la pronta venida de nuestro
Redentor; que según lo que ellos llamaban herejía debíamos seguir adorando
al Señor. 59
Mi padre en su defensa recibió la bendición de Dios, y todos nosotros
salimos de la sala con un espíritu libre, felices, con la conciencia de la sonrisa
de Jesús que aprobaba nuestro proceder.
El domingo siguiente, al principio de la reunión, el pastor presidente leyó
nuestros nombres, siete en total, e indicó que quedábamos separados de la
iglesia. Declaró que no se nos expulsaba por mal alguno, ni porque nuestra
conducta fuese inmoral, que teníamos un carácter sin mácula y una
reputación envidiable; pero que nos habíamos hecho culpables de andar
contrariamente a las regias de la Iglesia Metodista. También indicó que
ahora quedaba una puerta abierta, y que todos los que fueran culpables de
quebrantar las reglas serían tratados de la misma manera.
Había en la iglesia muchos que esperaban la aparición del Salvador, y esta
amenaza se hacía con el propósito de intimidarlos y obligarlos a estar sujetos
a la iglesia. En algunas clases este procedimiento produjo el resultado
deseado, y el favor de Dios fue vendido por un puesto en la iglesia. Muchos
creían, pero no se atrevían a confesar su fe, no fuera que resultaran
expulsados de la sinagoga. Pero algunos salieron poco después, y se
unieron con el grupo que aguardaba al Salvador.
Entonces nos fueron sobremanera preciosas las palabras del profeta:
«Vuestros hermanos que os aborrecen, y os echan fuera por causa de mi
nombre, dijeron: Jehová sea glorificado. Pero él se mostrará para alegría
vuestra, y ellos serán confundidos»(Isa. 66: 5). 60 - La Desilusión de 1843-44
CON temblorosa cautela nos acercábamos al tiempo en que se esperaba la
aparición de nuestro Salvador. Todos los adventistas procurábamos con
solemne fervor purificar nuestra vida y así estar preparados para ir a su
encuentro cuando viniese. En diferentes parajes de la ciudad se celebraban
reuniones en casas, particulares, con lisonjeros resultados. Los fieles
recibían exhortaciones para trabajar en favor de sus parientes y amigos, y día
tras día se multiplicaban las conversiones.
Las reuniones en la sala Beethoven
A pesar de la oposición de los predicadores y miembros de las otras iglesias
cristianas, la sala Beethoven de la ciudad de Portland se llenaba de bote en
bote todas las noches, y especialmente los domingos la concurrencia era
extraordinaria. Personas de toda condición social asistían a estas reuniones.
Ricos y pobres, encumbrados y humildes, clérigos y seglares, todos, por uno
u otro motivo, estaban deseosos de escuchar la doctrina del segundo
advenimiento. Muchos eran los que no podían entrar en la sala por estar
ésta demasiado llena, y ellos se marchaban lamentándolo.
El programa de las reuniones era sencillo. Se pronunciaba un corto discurso
sobre determinado tema, y después se otorgaba completa libertad para la
exhortación general. No obstante lo numeroso de la concurrencia, reinaba
generalmente el más perfecto orden, 61 porque el Señor detenía el espíritu
de hostilidad mientras sus siervos expresaban las razones de su fe. A veces
el que exhortaba era débil, pero el Espíritu de Dios fortalecía poderosamente
su verdad. Se notaba en la asamblea la presencia de los santos ángeles, y
muchos convertidos se añadían diariamente a la pequeña grey de fieles.
Una exhortación del pastor Brown
En cierta ocasión, mientras el pastor Stockman predicaba, el pastor Brown,
ministro bautista ya mencionado, estaba sentado en la plataforma
escuchando el sermón con intenso interés. Se conmovió profundamente, y
de repente su rostro palideció como el de un muerto; se tambaleó en su silla,
y el pastor Stockman lo recibió en sus brazos cuando estaba cayendo al
suelo. Luego lo acostó sobre el sofá que había en la parte trasera de la
plataforma, donde quedó sin fuerzas hasta que terminó el discurso.
Se levantó entonces, con el rostro todavía pálido, pero resplandeciente con la
luz del Sol de justicia, y dio un testimonio muy impresionante. Parecía recibir
una unción santa de lo alto. De costumbre hablaba lentamente y con fervor,
pero de un modo enteramente desprovisto de excitación. En esta ocasión
sus palabras, solemnes y mesuradas, vibraban con un nuevo poder.
Relató su experiencia con tanta sencillez y candor, que muchos de los que
antes sintieran prejuicios fueron movidos a llorar. En sus palabras se sentía
la influencia del Espíritu Santo, y se la veía en su semblante. Con santa
exaltación, declaró osadamente que él había tomado la Palabra de Dios
como su consejera; que sus dudas se habían disipado y que su fe había
quedado confirmada. Con fervor invitó a sus hermanos del ministerio, a los
miembros de la iglesia, a los pecadores y a 62 los incrédulos, a que
examinasen la Biblia por sí mismos y a que no dejasen que nadie los
apartase del propósito de indagar la verdad.
Cuando dejó de hablar, todos los que deseaban que el pueblo de Dios orase
por ellos fueron invitados a ponerse de pie. Centenares de personas
respondieron al llamamiento. El Espíritu Santo reposó sobre la asamblea. El
cielo y la tierra parecieron acercarse. La reunión duró hasta una hora
avanzada de la noche, y se sintió el poder de Dios sobre jóvenes, adultos y
ancianos.
El pastor Brown no se separó ni entonces ni más tarde de su Iglesia Bautista,
pero sus correligionarios le tuvieron siempre gran respeto.
Gozosa expectación
Mientras regresábamos a casa por diversos caminos, podía oírse,
proveniente de cierta dirección, una voz de alabanza a Dios, y como si fuese
en respuesta, se oían luego otras voces que desde diferentes puntos
clamaban: «¡Gloria a Dios! ¡El Señor reina!» Los hombres se retiraban a sus
casas con alabanzas en los labios y los alegres gritos repercutían en la
tranquila atmósfera de la noche. Nadie que haya asistido a estas reuniones
podrá olvidar jamás aquellas escenas llenas del más profundo interés.
Quienes amen sinceramente a Jesús pueden comprender la emoción de los
que entonces esperaban con intensísimo anhelo la venida de su Salvador.
Estaba cerca el día en que se lo aguardaba. Poco faltaba para que llegase el
momento en que esperábamos ir a su encuentro. Con solemne calma nos
aproximábamos a la hora señalada. Los verdaderos creyentes permanecían
en apacible comunión con Dios, símbolo de la paz que esperaban disfrutar en
la hermosa vida venidera. 63 Nadie de cuantos experimentaron esta
esperanzada confianza podrá olvidar jamás aquellas dulces horas de espera.
Durante algunas semanas, la mayor parte de los fieles abandonaron los
negocios mundanales. Todos examinábamos los pensamientos de nuestra
mente y las emociones de nuestro corazón, como si estuviéramos en el lecho
de muerte, prontos a cerrar para siempre los ojos a las escenas de la tierra.
No confeccionábamos «mantos de ascensión» para el gran acontecimiento;
sentíamos la necesidad de la evidencia interna de que estuviéramos
preparados para ir al encuentro de Cristo, y nuestros mantos blancos eran la
pureza del alma y un carácter limpio de pecado por la sangre expiatorio de
Cristo.
Días de perplejidad
Pero pasó el tiempo de la expectación. Esta fue la primera prueba severa
que hubieron de sufrir quienes creían y esperaban que Jesús vendría en las
nubes de los cielos. Grande fue la desilusión del expectante pueblo de Dios.
Los burladores triunfaban, y se llevaron a sus filas a los débiles y cobardes.
Algunos que habían denotado en apariencia tener verdadera fe, demostraron
entonces que tan sólo los había movido el temor, y una vez pasado el peligro,
recobraron la perdida osadía y se unieron con los burladores, diciendo que
nunca se habían dejado engañar de veras por las doctrinas de Miller, a quien
calificaban de loco fanático. Otros, de carácter acomodaticio o vacilante,
abandonaban la causa sin decir palabra.
Nosotros estábamos perplejos y chasqueados, pero no por ello renunciamos
a nuestra fe. Muchos se aferraron a la esperanza de que Jesús no diferiría
por largo tiempo su venida, pues la palabra del Señor era 64 segura y no
podía fallar. Nosotros nos sentíamos satisfechos de haber cumplido con
nuestro deber, viviendo según nuestra preciosa fe. Estábamos chasqueados,
pero no desalentados. Las señales de los tiempos denotaban la cercanía del
fin de todas las cosas, y por lo tanto, debíamos velar y mantenernos
preparados a toda hora para la venida del Maestro. Debíamos esperar
confiadamente, sin dejar de congregarnos para la mutua instrucción, aliento y
consuelo, a fin de que nuestra luz brillase en las tinieblas del mundo.
Un error de cálculo
Nuestro cómputo del tiempo profético era tan claro y sencillo, que hasta los
niños podían comprenderlo. A contar desde la fecha del edicto del rey de
Persia, registrado en Esdras 7, y promulgado el año 457 a C., se suponía que
los 2.300 años de Daniel 8: 14 habían de terminar en 1843. Por lo tanto,
esperábamos para el fin de dicho año la venida del Señor. Nos sentimos
tristemente chasqueados al ver que había transcurrido todo el año sin que
hubiese venido el Salvador.
En un principio, no nos dimos cuenta de que, para que el período de los
2.300 años terminase a fines de 1843, era preciso que el decreto se hubiese
publicado a principios del año 457 a. C.; pero al establecer nosotros que el
decreto se promulgó a fines del año 457, el período profético había de
concluir en el otoño (hemisferio norte), o sea a fines de 1844. Por lo tanto,
aunque la visión del tiempo parecía tardar, no era así. Confiábamos en la
palabra de la profecía que dice «Aunque la visión tardará aún por un tiempo,
mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque
sin duda vendrá, no tardará»(Hab. 2: 3). 65
Dios puso a prueba a su pueblo al pasar el plazo fijado en 1843. El error
cometido al calcular los períodos proféticos no lo advirtió nadie al principio, ni
aun los eruditos contrarios a la opinión de los que esperaban la venida de
Cristo. Los doctos declaraban que el Sr. Miller había computado bien el
tiempo, aunque lo combatían en cuanto al suceso que había de coronar aquel
período. Pero tanto los eruditos como el expectante pueblo de Dios se
equivocaban igualmente en la cuestión del tiempo.
Quienes habían quedado chasqueados no estuvieron mucho tiempo en
ignorancia, porque acompañando con la oración el estudio investigador de los
períodos proféticos, descubrieron el error, y pudieron seguir, hasta el fin del
tiempo de tardanza, el curso del lápiz profético. En la gozosa expectación
que los fieles sentían por la pronta venida de Cristo, no se tuvo en cuenta esa
aparente demora, y ella fue una triste e inesperada sorpresa. Sin embargo,
era necesario esta prueba para alentar y fortalecer a los sinceros creyentes
en la verdad.
Esperanza renovada
Entonces, se concentraron nuestras esperanzas en la creencia de que el
Señor aparecería en 1844. Aquélla era también la época a propósito para
proclamar el mensaje, del segundo ángel que, volando por en medio del
cielo, clamaba:»Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad» (Apoc. 14: 8).
Los siervos de Dios proclamaron por vez primera este mensaje en el verano
de 1844, y en consecuencia fueron muchos los que abandonaron las
decadentes iglesias. En relación con este mensaje, se dio el «clamor de
media noche», que, decía: «¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!»(Mat.
25:1-13). En todos los puntos del país se recibió luz acerca 66 de este
mensaje, y millares de personas despertaron al oírlo. Resonó de ciudad en
ciudad y de aldea en aldea, hasta las más lejanas comarcas rurales.
Conmovió tanto al erudito como al ignorante, al encumbrado como al
humilde.
Aquél fue el año más feliz de mi vida. Mi corazón estaba henchido de gozosa
esperanza, aunque sentía mucha conmiseración e inquietud por los
desalentados que no esperaban en Jesús. Los que creíamos, solíamos
reunirnos en fervorosa oración para obtener una experiencia genuina y la
incontrovertible prueba de que Dios nos había aceptado.
Prueba de fe
Necesitábamos mucha paciencia, porque abundaban los burladores.
Frecuentemente se nos dirigían pullas respecto de nuestro desengaño. Las
iglesias ortodoxas se valían de todos los medios para impedir que se
propagase la creencia en la pronta venida de Cristo. Se les negaba la
libertad en las reuniones a quienes se atrevían a mencionar la esperanza en
la venida de Cristo. Algunos de los que decían amar a Jesús rechazaban
burlonamente la noticia de que pronto los visitaría Aquel acerca de quien
ellos aseveraban que era su mejor Amigo. Se excitaban y enfurecían contra
quienes, proclamando las nuevas de su venida, se regocijaban de poder
contemplarle pronto en su gloria.
Tiempo de preparación
Cada momento me parecía de extrema importancia. Comprendía que
estábamos trabajando para la eternidad y que los descuidados e indiferentes
corrían gravísimo peligro. Mi fe era muy clara y me apropiaba de las
preciosas promesas de Jesús, que había dicho a sus discípulos: «Pedid, y se
os dará». Creía yo firmemente 67 que cuanto pidiera en armonía con la
voluntad de Dios se me concedería sin duda alguna, y así me postraba
humildemente a los pies de Jesús con mi corazón armonizado con su
voluntad.
A menudo visitaba diversas familias, y oraba fervorosamente con aquellos
que se sentían oprimidos por temores y el desaliento. Mi fe era tan fuerte
que ni por un instante dudaba de que Dios iba a contestar mis oraciones. Sin
una sola excepción, la bendición y la paz de Jesús descendían sobre
nosotros en respuesta a nuestras humildes peticiones, y la luz y la esperanza
alegraban el corazón de quienes antes desesperaban.
Confesando humildemente nuestros pecados, después de examinar con todo
escrúpulo nuestro corazón, y orando sin cesar, llegamos al tiempo de la
expectación. Cada mañana era nuestra primera tarea asegurarnos de que
andábamos rectamente a los ojos de Dios, pues teníamos por cierto que, de
no adelantar en santidad de vida, sin remedio retrocederíamos. Aumentaba
el interés de unos por otros, y orábamos mucho en compañía y cada uno por
los demás. Nos reuníamos en los huertos y arboledas para comunicarnos
con Dios y ofrecerle nuestras peticiones, pues nos sentíamos más
plenamente en su presencia al vernos rodeados de sus obras naturales. El
gozo de la salvación nos era más necesario que el alimento corporal. Si
alguna nube oscurecía nuestra mente, no descansábamos ni dormíamos
hasta disiparla con el convencimiento de que el Señor nos había aceptado.
Pasa el tiempo fijado
El expectante pueblo de Dios se acercaba a la hora en que ansiosamente
esperaba que su gozo quedase completo con el advenimiento del Salvador.
Pero tampoco esta vez vino Jesús cuando se lo esperaba. Amarguísimo 68
desengaño sobrecogió a la pequeña grey que había tenido una fe tan firme y
esperanzas tan altas. No obstante, nos sorprendimos de sentirnos libres en el
Señor y poderosamente sostenidos por su gracia y fortaleza.
Se repitió, sin embargo, en grado aún más extenso la experiencia del año
anterior. Gran número de personas renunció a su fe. Algunos de los que
habían abrigado mucha confianza, se sintieron tan hondamente heridos en su
orgullo que deseaban huir del mundo. Como Jonás, se quejaban de Dios, y
preferían la muerte a la vida. Los que habían fundado su fe en las pruebas
ajenas, y no en la Palabra de Dios, estaban otra vez igualmente dispuestos a
cambiar de opinión. Esta segunda gran prueba reveló una masa de inútiles
despojos que habían sido atraídos al seno de la fuerte corriente de la fe
adventista, y arrastrados por un tiempo juntamente con quienes creían de
veras y obraban fervorosamente.
Quedamos de nuevo chasqueados, pero no descorazonados. Resolvimos
evitar toda murmuración en la experiencia crucial con que el Señor eliminaba
de nosotros las escorias y nos afinaba como oro en el crisol. Decidimos
someternos pacientemente al proceso de purificación que Dios consideraba
necesario para nosotros, y aguardar con paciente esperanza que el Señor
viniese a redimir a sus probados fieles.
Estábamos firmes en la creencia de que la predicación del tiempo señalado
era de Dios. Fue esto lo que movió a muchos a escudriñar diligentemente la
Biblia, con lo cual descubrieron en ella verdades no advertidas por ellos hasta
entonces. Jonás fue enviado por Dios a proclamar en las calles de Nínive que
a los cuarenta días la ciudad sería destruida; pero Dios aceptó la humillación
de los ninivitas y extendió su 69 tiempo de gracia. Sin embargo, el mensaje
que dio Jonás había sido enviado por Dios, y Nínive fue probada conforme a
su voluntad. El mundo calificó de ilusión nuestra esperanza y de fracaso
nuestro desengaño; pero si bien nos habíamos equivocado en cuanto al
acontecimiento, no había tal fracaso en la veracidad de la visión que parecía
tardar en realizarse.
Quienes habían esperado el advenimiento de Señor no quedaron sin
consuelo. Habían obtenido valiosos conocimientos de la investigación de la
Palabra. Comprendían más claramente el plan de salvación, y cada día iban
descubriendo en las sagradas páginas nuevas bellezas, de modo que
ninguna palabra estaba de más, pues un pasaje daba la explicación de otro y
una maravillosa armonía los concertaba a todos.
Nuestra desilusión no fue tan grande como la de los primeros discípulos.
Cuando el Hijo del hombre entró triunfalmente en Jerusalén, ellos esperaban
que fuese coronado rey. La gente acudió de toda la comarca circunvecina, y
clamaba: «¡Hosana al Hijo de David!» (Mat. 21: 9). Y cuando los sacerdotes y
ancianos rogaron a Jesús que hiciese callar la multitud, él declaró que si ésta
callaba, las piedras mismas clamarían, pues la profecía se había de cumplir.
Sin embargo, a los pocos días, estos mismos discípulos vieron que su amado
Maestro, acerca de quien ellos creían que iba a reinar sobre el trono de
David, estaba pendiente de la cruenta cruz por encima de los fariseos que lo
escarnecían y denostaban. Sus elevadas esperanzas quedaron
chasqueadas, y los envolvieron las tinieblas de la muerte. Sin embargo,
Cristo fue fiel a sus promesas. Dulce fue el consuelo que dio a los suyos, rica
la recompensa de los veraces y fieles.
El Sr. Guillermo Miller y los que con él iban, supusieron que la purificación
del santuario de que habla 70
Daniel 8:14 significaba la purificación de la tierra por el fuego antes de quedar
dispuesta para morada de los santos. Esto había de suceder cuando viniese
Cristo por segunda vez; y por lo tanto, esperábamos este acontecimiento al
fin de los 2.300 días o años. Pero el desengaño nos movió a escudriñar
cuidadosamente las Escrituras, con oración y seria reflexión y tras un período
de suspenso, penetró la luz en nuestra oscuridad y quedaron disipadas todas
las dudas.
Quedó evidente para nosotros que la profecía de Daniel 8: 14, en vez de
significar la purificación de la tierra, se refería al término de la obra de nuestro
sumo Sacerdote en el cielo, o sea el fin de la expiación, y la preparación del
pueblo para el día de su venida.71 - Mi Primera Visión
POCO después de pasada la fecha de 1844, tuve mi primera visión. Estaba
en Portland, de visita en casa de la Sra. de Haines, una querida hermana en
Cristo, cuyo corazón estaba ligado al mío. Nos hallábamos allí cinco
hermanas adventistas silenciosamente arrodilladas ante el altar de la familia.
Mientras orábamos, el poder de Dios descendió sobre mí como nunca hasta
entonces.
Me pareció que quedaba rodeada de luz y que me elevaba más y más, muy
por encima de la tierra. Me volví en busca del pueblo adventista, pero no lo
hallé en parte alguna, y entonces una voz me dijo: «Vuelve a mirar un poco
más arriba». Alcé los ojos y vi un recto y angosto sendero trazado muy por
encima del mundo. El pueblo adventista andaba por este sendero, en
dirección a la ciudad que en su último extremo se veía. En el comienzo del
sendero, detrás de los que ya andaban, había puesta una luz brillante que,
según me dijo un ángel, era el»clamor de medianoche»(Mat. 25: 6). Esta luz
brillaba a todo lo largo del sendero, y alumbraba los pies de los caminantes
para que no tropezaran.
Delante de ellos iba Jesús guiándolos hacia la ciudad, y si no apartaban los
ojos de él, iban seguros. Pero no tardaron algunos en cansarse, diciendo
que la ciudad estaba todavía muy lejos, y que contaban con haber
72 llegado más pronto a ella. Entonces Jesús los alentaba levantando su
glorioso brazo derecho, del cual dimanaba una luz que ondeaba sobre la
hueste adventista, y exclamaban: «¡Aleluya!» Otros negaron temerariamente
la luz que tras ellos brillaba, diciendo que no era Dios quien hasta ahí los
guiara. Pero entonces se extinguió para ellos la luz que estaba detrás y dejó
sus pies en tinieblas, de modo que tropezaron y, perdiendo de vista el blanco
y a Jesús, cayeron abajo fuera del sendero, en el mundo sombrío y perverso.
Pronto oímos la voz de Dios, semejante al ruido de muchas aguas, que nos
anunció el día y la hora de la venida de Jesús. Los 144.000 santos vivientes
reconocieron y entendieron la voz; pero los malvados se figuraron que era
estruendo de truenos y de un terremoto. Cuando Dios señaló el tiempo,
derramó sobre nosotros el Espíritu Santo, y nuestros semblantes se
iluminaron refulgentemente con la gloria de Dios, como le sucedió a Moisés al
bajar del Sinaí.
Los 144.000 estaban todos sellados y perfectamente unidos. En su frente
llevaban escritas estas palabras: «Dios, Nueva Jerusalén», y además una
gloriosa estrella con el nuevo nombre de Jesús. Los malvados se
enfurecieron al vernos en aquel estado santo y feliz, y querían apoderarse de
nosotros para encarcelarnos, cuando extendimos la mano en el nombre del
Señor y cayeron rendidos en el suelo. Entonces conoció la sinagoga de
Satanás que Dios nos había amado, a nosotros que podíamos lavarnos los
pies unos a otros y saludarnos fraternalmente con ósculo santo, y ellos
adoraron a nuestras plantas.
Luego se volvieron nuestros ojos hacia el oriente, por donde había aparecido
una negra nubecilla, del tamaño de la mitad de la mano de un hombre, y que
era, según todos comprendíamos, la señal del Hijo del 73
hombre. En solemne silencio contemplábamos cómo iba acercándose la
nubecilla, volviéndose más y más brillante y esplendoroso, hasta que se
convirtió en una gran nube blanca con el fondo semejante a fuego. Sobre la
nube lucía el arco iris y en torno de ella aleteaban diez mil ángeles cantando
un hermosísimo himno. En la nube estaba sentado el Hijo del hombre. Sus
cabellos, blancos y rizados, le caían sobre los hombros; y llevaba muchas
coronas en la cabeza. Sus pies parecían de fuego; en la diestra tenía una
voz aguda y en la siniestra llevaba una trompeta de plata. Sus ojos eran
como llama de fuego, y con ellos escudriñaba a fondo a sus hijos.
Palidecieron entonces todos los semblantes y se tornaron negros los de
aquellos a quienes Dios había rechazado. Todos nosotros exclamamos:
«¿Quién podrá estar firme? ¿Está inmaculado mi manto?» Después cesaron
de cantar los ángeles, y durante un rato quedó todo en pavoroso silencio,
cuando Jesús dijo: «Quienes tengan las manos limpias y puro el corazón
podrán estar firmes. Bástaos mi gracia». Al escuchar estas palabras, se
iluminaron nuestros rostros y el gozo llenó todos los corazones. Los ángeles
volvieron a cantar en tono más alto, mientras la nube se acercaba a la tierra.
Luego resonó la argentina trompeta de Jesús, mientras él iba descendiendo
en la nube, rodeado de llamas de fuego. Miró los sepulcros de los santos
dormidos. Después alzó los ojos y las manos al cielo y exclamó: «¡Despertad!
¡Despertad! ¡Despertad! los que dormís en el polvo, y levantaos». Entonces
hubo un Formidable terremoto. Se abrieron los sepulcros y resucitaron los
muertos revestidos de inmortalidad. «!Aleluya!», exclamaron los 144.000, al
reconocer a los amigos que de su lado había arrebatado la muerte, y en el
mismo instante fuimos nosotros transformados y 74 nos reunimos con ellos
para encontrar al Señor en el aire.
Juntos entramos en la nube y durante siete días fuimos ascendiendo al mar
de vidrio, donde Jesús sacó coronas y nos las ciñó con su propia mano. Nos
dio también arpas de oro y palmas de victoria. Sobre el mar de vidrio, los
144.000 formaban un cuadro perfecto. Algunos tenían coronas muy
brillantes, y las de otros no lo eran tanto. Algunas coronas estaban cuajadas
de estrellas, mientras que otras tenían muy pocas; y sin embargo, todos
estaban perfectamente satisfechos con su corona. Iban vestidos con un
resplandeciente manto blanco desde los hombros hasta los pies. Los
ángeles nos rodeaban en nuestro camino por el mar de vidrio hacia la puerta
de la ciudad. Jesús levantó su brazo potente y glorioso y, posándolo en la
perlina puerta, la hizo girar sobre sus relucientes goznes, y nos dijo: «En mi
sangre lavasteis vuestras ropas y estuvisteis firmes en mi verdad. Entrad».
Todos entramos, con el sentimiento de que teníamos un perfecto derecho a
la ciudad.
Allí vimos el árbol de vida y el trono de Dios, del que fluía un río de agua
pura, y en cada lado del río estaba el árbol de vida. En una margen había un
tronco del árbol y otro en la otra margen, ambos de oro puro y transparente.
De pronto me figuré que había dos árboles, pero al mirar más atentamente, vi
que los dos troncos se unían en su parte superior y formaban un solo árbol.
Así estaba el árbol de la vida en ambas márgenes del río de vida. Sus ramas
se inclinaban hacia donde nosotros estábamos, y el fruto era espléndido,
semejante a oro mezclado con plata.
Todos nosotros nos ubicamos bajo el árbol, y nos sentamos para contemplar
la gloria de aquel paraje, cuando los Hnos. Fitch y Stockman, que habían
predicado 75 el Evangelio del reino y a quienes Dios había puesto en el
sepulcro para salvarlos, se llegaron a nosotros y nos preguntaron qué había
sucedido mientras ellos dormían. Quisimos referirles las mayores pruebas
por las que habíamos pasado; pero éstas resultaban tan insignificantes frente
a la incomparable y eterna gloria que nos rodeaba, que nada pudimos
decirles y todos exclamamos: «¡Aleluya! Muy poco nos ha costado el cielo».
Pulsamos entonces nuestras arpas gloriosas, y sus ecos resonaron en las
bóvedas del cielo.
Al salir de esta visión, todo me parecía cambiado y una melancólica sombra
se extendía sobre cuanto contemplaba. ¡Oh, cuán tenebroso me parecía el
mundo! Lloré al encontrarme aquí y experimenté nostalgia. Había visto un
mundo mejor que empequeñecía este otro para mí.
Relaté esta visión a los fieles de Portland, quienes creyeron plenamente que
provenía de Dios, y que, después de la gran desilusión de octubre, el Señor
había elegido este medio para consolar y fortalecer a su pueblo. El Espíritu
del Señor acompañaba al testimonio, y nos sobrecogía la solemnidad de la
eternidad. Me embargaba una reverencia indecible porque yo, tan joven y
débil, había sido elegida como instrumento por el cual Dios quería comunicar
luz a su pueblo. Mientras estaba bajo el poder de Dios, rebosaba mi corazón
de gozo, y me parecía estar rodeada por ángeles santos en los gloriosos
atrios celestiales, donde todo es paz y alegría; y me era un triste y amargo
cambio el volver a las realidades de esta vida mortal. 76 - Llamada a Viajar
EN MI segunda visión, unos ocho días después de la primera, el Señor me
mostró las pruebas que yo iba a tener que sufrir, y me dijo que yo debía ir y
relatar todo cuanto él me había revelado. Se me mostró que mis trabajos
tropezarían con recia hostilidad, que la angustia me desgarraría el corazón;
pero que, sin embargo, la gracia de Dios bastaría para sostenerme en todo
ello.
Al salir de esta visión, me sentí sumamente conturbada, porque en ella se me
señalaba mi deber de ir entre la gente a presentar la verdad. Estaba yo tan
delicada de salud que siempre me aquejaban sufrimientos corporales y,
según las apariencias, no prometía vivir mucho tiempo. Contaba a la sazón
diecisiete años, era menuda y endeble, sin trato social y naturalmente tan
tímida y apocada que me era muy penoso encontrarme entre personas
desconocidas.
Durante algunos días, y más aún por la noche, rogué a Dios que me quitase
de encima aquella carga y la transfiriese a alguien más capaz de
sobrellevarla. Pero no se alteró en mí la conciencia del deber, y
continuamente resonaban en mis oídos las palabras del ángel: «Comunica a
los demás lo que te he revelado».
Hasta entonces, cuando el Espíritu de Dios me había inspirado el
cumplimiento de un deber, me había sobrepuesto a mí misma, olvidando todo
temor y timidez al pensar en el amor de Jesús y en la admirable 77 obra que
por mí había hecho.
Pero me parecía imposible llevar acabo la labor que se me encargaba, pues
tenía miedo de fracasar con toda seguridad en cuanto lo intentase. Las
pruebas que la acompañaban me parecían superiores a mis fuerzas. ¿Cómo
podría yo, tan jovencita, ir de un sitio a otro para declarar a la gente las
santas verdades de Dios? Tan sólo de pensarlo me estremecía de terror. Mi
hermano Roberto, que tenía solamente dos años más que yo, no podía
acompañarme, pues era de salud delicada, y su timidez era mayor que la
mía, y nada podría haberlo inducido a dar un paso tal. Mi padre tenía que
sostener a su familia y no podía abandonar sus negocios; pero él me aseguró
repetidas veces que, si Dios me llamaba a trabajar en otros puntos, no
dejaría de abrir el camino delante de mí. Estas palabras de aliento daban
poco consuelo a mi abatido corazón; y mi senda se me aparecía cercada de
dificultades que no podía vencer.
Deseaba la muerte para librarme de la responsabilidad que sobre mí se
amontonaba. Por fin perdí la dulce paz que durante tanto tiempo había
disfrutado, y nuevamente se apoderó de mi alma la desesperación.
Aliento recibido de los hermanos
El grupo de fieles de Portland ignoraba las torturas mentales que me habían
puesto en tal estado de desaliento; pero no obstante, echaban de ver que por
uno u otro motivo tenía deprimido el ánimo, y, al considerar la misericordioso
manera en que el Señor se me había manifestado, opinaban que dicho
desaliento era pecaminoso de mi parte. Se celebraron reuniones en casa de
mi padre; pero era tanta la angustia de mi ánimo que durante algún tiempo no
pude asistir a ellas. La carga se me iba haciendo cada día más pesada,
hasta 78 que la agonía de mi espíritu pareció exceder a lo que yo podía
soportar.
Por fin me indujeron a asistir a una de las reuniones que se celebraban en mi
propia casa, y los miembros de la iglesia tomaron cuanto me sucedía como
tema especial de sus oraciones. El Hno. Pearson, quien en mi primera
experiencia había negado que el poder de Dios obrase en mí, oró
fervorosamente ahora por mí y me aconsejó que sometiese mi voluntad a la
del Señor. Con paternal solicitud procuró animarme y consolarme, y me
invitó a creer que el Amigo de los pecadores no me había desamparado.
Me sentía muy débil y desalentada para intentar esfuerzo alguno por mí
misma, pero mi corazón se unía a los ruegos de mis hermanos. Ya no me
inquietaba la hostilidad del mundo y estaba deseosa de hacer cualquier
sacrificio para recobrar el favor de Dios.
Mientras se oraba por mí para que el Señor me diese fortaleza y valentía
para difundir el mensaje, se disipó la espesa oscuridad que me había
rodeado y me iluminó una luz repentina. Una especie de bola de fuego me
dio sobre el corazón, y caí desfallecida al suelo. Me pareció entonces
hallarme en presencia de los ángeles, y uno de estos santos seres repetía las
palabras: «Comunica a los demás lo que te he revelado».
El Hno. Pearson, que no podía arrodillarse porque padecía de reumatismo,
presenció este suceso. Cuando recobré el sentido se levantó el Hno.
Pearson de su silla y dijo: «He visto algo como, jamás esperaba ver. Una
bola de fuego descendió del ciclo e hirió a la Hna, Elena Harmon en medio
del corazón. ¡Lo he visto! ¡Lo he visto! Nunca podré olvidarlo. Esto ha
transmutado todo mi ser. Hna. Elena, tenga ánimo en el Señor, Desde esta
noche yo no volveré a dudar. Nosotros le ayudaremos en adelante sin
desanimarla jamás». 79
Temor de engreimiento
Me oprimía el gran temor de que, si respondía al llamamiento del deber y me
declaraba favorecida por el Altísimo con visiones y revelaciones para
comunicarlas a las gentes, era posible que cayese en pecaminoso
engreimiento y quisiera elevarme a un puesto más alto del que me
correspondía, con lo cual me acarrearía el disgusto de Dios y la pérdida de mi
alma. Conocía algunos casos, por el estilo, y mi corazón rehuía la tremenda
prueba.
Por lo tanto, rogué al Señor que si había de ir a relatar lo que él me había
mostrado, era preciso que me resguardara de indebida exaltación. El ángel
dijo: «Tus oraciones han sido oídas y tendrán respuesta. Si te amenaza el
mal que temes, extenderá Dios su mano para salvarte. Por medio de la
aflicción, te atraerá a sí y conservará tu humildad. Comunica fielmente el
mensaje. Persevera hasta el fin y comerás del fruto del árbol de vida y
beberás del agua de vida».
Al recobrar la conciencia de las cosas de este mundo, me entregué al Señor
dispuesta a cumplir sus mandatos, fueran lo que fuesen.
Entre los creyentes de Maine
No pasó mucho tiempo antes que el Señor me abriese el camino para ir con
mi cuñado a ver a mis hermanas que estaban en Poland, punto distante
cincuenta kilómetros de mi casa, y allí tuve ocasión de dar testimonio. Hacía
tres meses que estaba muy delicada de la garganta y los pulmones, de modo
que apenas podía hablar, y eso en voz baja y ronca. Pero en aquella
oportunidad me levanté en la reunión y comencé a hablar como en un
murmullo. A los cinco minutos, desapareció el dolor y la obstrucción de
garganta; mi 80 voz resonó clara y firme, y hablé con completa facilidad y
soltura durante cerca de dos horas. Terminada la proclamación del mensaje,
volví a quedar afónica hasta que al presentarme de nuevo ante el público, se
repitió tan singular recuperación. Me afirmaba constantemente en la
seguridad de que cumplía la voluntad de Dios y veía que señalados
resultados correspondían a mis esfuerzos.
Providencialmente se me abrió el camino para ir a la parte oriental de Maine.
El Hno. Guillermo Jordán marchaba por asuntos de negocio a Orrington en
compañía de su hermana, y me instaron a que fuera con ellos. Puesto que
yo había prometido al Señor andar por la senda que ante mí abriese, no me
atreví a rehusar la invitación. El Espíritu de Dios acompañó al mensaje que
di en Orrington; se alegraron los corazones en la verdad y los desanimados
recibieron aliento y estímulo para renovar su fe.
En Orrington encontré al pastor Jaime White. El conocía ya a mis amigos y
se ocupaba en trabajar por la salvación de las almas.
También visité Garland, donde muchas persona se reunieron de diferentes
puntos para oír mi mensaje.
Poco después, fui a Exeter, pueblito no lejano de Garland. Allí sentí una
pesada carga, de la cual no pude obtener alivio hasta tanto que relaté lo que
me había sido revelado acerca de algunos fanáticos circunstantes. Declaré
que estas personas se engañaban al creer que las animaba el Espíritu de
Dios. Mi testimonio les fue muy desagradable, a ellas y a los que
simpatizaban con ellas.
Poco después, regresé a Portland, habiendo dado el testimonio recibido de
Dios, y experimentando su aprobación en todos mis pasos. 81 - Oraciones Contestadas
EN LA primavera de 1845 visité Topsham, Maine. En cierta ocasión nos
hallábamos reunidos en casa del Hno. Stockbridge Howland, cuya hija mayor,
la Srta. Francisca Howland, muy querida amiga mía, estaba enferma de
fiebre reumática y recibía los cuidados médicos. Tenía las manos tan
hinchadas que no se le distinguían las coyunturas. Mientras que, sentados
juntos, hablábamos del caso, le preguntamos al Hno. Howland si tenía fe en
que su hija pudiera sanar en respuesta a la oración. Respondió que
procuraría creer que sí, y luego declaró que lo creía posible.
Todos nos arrodillamos en ferviente oración a Dios en favor de la enferma.
Nos acogimos a la promesa «Pedid, y recibiréis» (Juan, 16: 24). La bendición
de Dios apoyaba nuestras oraciones y teníamos la seguridad de que Dios
quería sanar a la paciente. Uno de los hermanos allí presentes exclamó:
-¿Hay aquí alguna hermana que tenga bastante fe para tomar a la enferma
de la mano y decirle que se levante en el nombre del Señor?
La Hna. Francisca yacía en el dormitorio de arriba, y antes de que el
hermano cesara de hablar, la Hna. Curtis se encaminó hacia las escaleras.
Poseída del Espíritu de Dios, entró en la alcoba, y tomando de la mano a la
inválida, le dijo: «Hna. Francisca, en el nombre del Señor, levántate y sé
sana». Nueva vida circuló por las venas de la joven enferma, la poseyó una
82 santa fe y, obediente a su impulso, se levantó de la cama, se mantuvo de
pie y caminó por la pieza alabando a Dios por su restablecimiento. Se vistió
en seguida y, con el semblante iluminado de indecible gozo y gratitud, bajó a
la sala en donde estábamos reunidos.
A la mañana siguiente desayunó con nosotros. Poco después, mientras el
pastor White leía el quinto capítulo de Santiago para el culto de familia, entró
el médico, y como de costumbre se encaminó escalera arriba a visitar a su
paciente. No hallándola allí, bajó presuroso y, con la alarma pintada en su
semblante, abrió la puerta de la espaciosa cocina donde todos estábamos
sentados en compañía de la Hna. Francisca. La miró asombrado y por último
exclamó: «¡Así que Francisca está mejor!»
El Hno. Howland respondió:
-El Señor la ha sanado.
El Hno. White reanudó la lectura del capítulo en el punto interrumpido por la
llegada del médico, y era el pasaje que dice:»¿Está alguno enfermo entre
vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él»(Sant. 5: 14). El
médico escuchó con extraña expresión de admiración e incredulidad
entremezcladas, meneó la cabeza y salió apresuradamente del aposento.
La Hna. Francisca anduvo ese día cinco kilómetros en coche. Regresó
cuando ya anochecía, y a pesar de que llovía, no sintió malestar alguno y su
salud continuó mejorando rápidamente. A los pocos días pidió el bautismo y
fue sumergida en el agua. A pesar de que el tiempo era crudo y el agua
estaba muy fría, no sufrió. Por el contrario, desde entonces quedó libre de la
enfermedad y disfrutó de salud normal.
El Hno. Guillermo H. Hyde también estaba muy enfermo de disentería. Sus
síntomas eran alarmantes, 83 y el médico había informado que su caso era
desesperado. Lo visitamos y oramos con él, pero él se había puesto bajo la
influencia de ciertas personas fanáticas, que traían deshonra a nuestra
causa. Anhelábamos liberarlo de esas personas, y rogamos al Señor que le
diera fuerza para salir de ese lugar. El fue fortalecido y bendecido en
respuesta a nuestras plegarias, y recorrió cuatro millas en un carruaje hasta
la casa del Hno. Patten, pero después de llegar allí pareció que rápidamente
se hundía de nuevo en la enfermedad.
El fanatismo y los errores en los cuales había caído por causa de una mala
influencia parecían obstaculizar el ejercicio de su fe, pero con gratitud recibió
el sencillo testimonio que se le presentó, confesó humildemente su falta, y
firmemente se puso de parte de la verdad.
Solamente a unas pocas personas que eran fuertes en la fe se les permitió
entrar en la pieza del enfermo. A los fanáticos cuya influencia sobre él había
sido tan perniciosa, y que lo habían seguido persistentemente hasta la casa
del Hno. Patten, se les prohibió que entraran en su presencia, mientras
orábamos con fervor por su restauración física. Pocas veces he visto ruegos
más fervientes para reclamar el cumplimiento de las promesas de Dios. Se
reveló la salvación del Espíritu Santo, y un poder de lo alto descansó sobre
nuestro hermano enfermo y sobre todos los presentes.
El Hno. Hyde se vistió inmediatamente y salió de la habitación, alabando a
Dios, con la luz del cielo brillando en su semblante. Sobre la mesa estaba
servida una comida habitual en una granja. El dijo: «Si yo estuviera bien,
debería participar, de este alimento; y como yo creo que Dios me ha sanado,
voy a poner en ejercicio mi fe». Se sentó a comer con el resto de la gente, y
comió con apetito sin ningún daño. Su recuperación fue completa y
permanente. 84 - Actividades en New Hampshire
POR entonces se me mostró que era mi deber visitar a nuestros hermanos
de New Hampshire. Mi constante y fiel compañera en esta oportunidad era
Luisa Foss, una hermana de Samuel Foss, el esposo de mi hermana María.
Nunca podré olvidar su atención bondadosa y hermanable hacia mí durante
mis viajes. También nos acompañaban el pastor Files y su esposa, que eran
antiguos y valiosos amigos de mi familia, el Hno. Ralph Haskins y el pastor
Jaime White.
Fuimos cordialmente recibidos por nuestros amigos en New Hampshire, pero
había males que existían en ese campo que me preocupaban mucho.
Hubimos de hacer frente a un espíritu de justicia propia que era muy
deprimente.
Ánimo para el pastor Morse
Mientras visitaba el hogar del pastor Washington Morse, me sentí muy
enferma. Se ofreció oración en mi favor, y el Espíritu de Dios descansó sobre
mí. Fui arrebatada en visión, y se me mostraron algunas cosas concernientes
al caso del pastor Morse en relación con el chasco de 1844.
El pastor Morse había sido firme y consecuente en la creencia de que el
Señor vendría en ese tiempo; pero 85 cuando pasó el período sin que
ocurriera el acontecimiento esperado, estaba perplejo y no podía explicar la
demora. Aunque estaba amargamente decepcionado, a diferencia de lo que
hicieron algunos, no renuncio a su fe, para llamarla una ilusión fanática; pero
se sentía anonadado, y no podía entender la posición del pueblo de Dios en
el tiempo profético. Había sido tan ferviente en declarar que la venida del
Señor estaba cerca, que cuando el tiempo pasó, se sintió abatido, y no hizo
nada para animar a los del pueblo chasqueado, que eran como ovejas sin
pastor, abandonados para ser devorados por los lobos.
Nos fue presentado el caso de Jonás. El pastor Morse estaba en una
condición similar a la del chasqueado profeta. El había proclamado que el
Señor vendría en 1844. El tiempo había transcurrido. El freno del temor, que
parcialmente había dominado al pueblo, fue quitado, y la gente se complacía
en mofarse de los que habían esperado en vano a Jesús. El pastor Morse
sentía que era objeto de burla entre sus vecinos, que lo hacían víctima de las
bromas, y no podía reconciliarse con su posición. No pensó en la misericordia
de Dios, a quien concedía al mundo un tiempo más largo a fin de que se
preparase para su venida, ni pensó que la advertencia del juicio sería
escuchado en forma más amplia, y que el pueblo recibiría como prueba una
mayor luz. Unicamente pensó en la humillación de los siervos de Dios.
En lugar de sentirse desanimado por este chasco, como lo estaba Jonás, el
pastor Morse debía haber hecho a un lado su dolor egoísta, y recogido los
rayos de luz preciosa que Dios había dado a su pueblo. Debería haberse
regocijado de que al mundo se le concediera más tiempo; y debería haber
estado listo para ayudar a llevar adelante la gran obra que aún había de 86
hacerse en la tierra, y traer a los pecadores al arrepentimiento y la salvación.
Carencia de verdadera piedad
Fue difícil hacer mucho bien en New Hampshire. Espiritualmente hablando,
nos encontramos con poca cosa allí. Muchos declararon que su experiencia
en el movimiento de 1844 había sido una ilusión engañosa. Fue difícil,
alcanzar a esa clase, porque no podíamos aceptar la posición que ellos
habían tomado. Muchos que habían sido activos predicadores y exhortadores
en 1844, ahora parecían haber perdido su punto de apoyo y no sabían dónde
estábamos en materia de tiempo profético; se estaban uniendo rápidamente
con el espíritu del mundo.
Magnetismo espiritual
En New Hampshire tuvimos que luchar con una especie de magnetismo
espiritual, de un carácter similar al mesmerismo. Fue nuestra primera
experiencia de esta clase, y ocurrió de la siguiente manera: Al llegar a
Claremont, se nos dijo que había allí dos divisiones de adventistas, una que
negaba su fe anterior, y otra, un pequeño número, que creía que en su
pasada experiencia habían sido guiados por la providencia de Dios. Se nos
condujo hacia dos hombres que en forma especial tenían puntos de vista
similares a los nuestros. Hallamos que había mucho prejuicio contra estos
hombres, pero suponíamos que ellos eran perseguidos por causa de la
justicia. Los visitamos, y fuimos recibidos con bondad y tratados con
cortesía. Pronto nos dimos cuenta de que ellos pretendían poseer una
santificación perfecta, y declaraban que estaban por encima de toda
posibilidad de pecado.
Estos hombres vestían excelentes trajes, y tenían un 87 aire de naturalidad y
soltura. Mientras hablábamos con ellos, un niño de ocho años de edad,
vestido literalmente de harapos, entró en la habitación en la cual estábamos
sentados. Nos sorprendimos al descubrir que este niño era el hijo de uno de
estos hombres. La madre parecía excesivamente avergonzada y molesta;
pero el padre, totalmente despreocupado, continuó hablando de sus elevadas
conquistas espirituales, sin prestar la menor atención a su hijito.
Su santificación de repente perdió todo encanto a mis ojos. Entregado a la
oración y la meditación, y rehuyendo toda la carga y las responsabilidades de
la vida, este hombre había dejado de proveer a las necesidades presentes de
su familia y de dar a sus hijos una atención paternal. Parecía olvidar que
cuanto mayor es nuestro amor a Dios, más fuerte debe ser nuestro amor y
nuestro cuidado por aquellos que él nos ha dado. El Salvador nunca enseñó
la ociosidad y la devoción abstracta a costa de descuidar los deberes que nos
conciernen directamente.
Este esposo y padre declaró que el logro de la verdadera santidad guiaba a
la mente hasta estar por encima de todo pensamiento terrenal. Sin embargo,
él todavía se sentaba a la mesa y comía alimentos temporales. No era
alimentado por un milagro. Alguien debía proveer el alimento que él
consumía, aunque él se preocupaba poco por este asunto, pues su tiempo
era enteramente dedicado a las cosas espirituales. No pasaba así con su
esposa, sobre la cual descansaba la carga de la familia. Ella trabajaba con
ahínco en todo tipo de trabajo de la casa para mantener todo en orden. Su
esposo declaró que ella no estaba santificada, y que ella permitía que las
cosas mundanas desviaran su mente de los temas religiosos.
Pensé en nuestro Salvador que trabajó en forma 88 tan incansable por el
bien de los demás. «Mi padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo»(Juan 5: 17),
declaró él. La santificación que el Señor enseñaba se mostraba por hechos
de bondad y misericordia, y por el amor que induce a los hombres y mujeres
a considerar a otros mejores que ellos mismos.
Hablando de la fe, uno de ellos dijo: «Todo lo que tenemos que hacer es
creer, y cualquier cosa que pedimos de Dios nos será dada».
El pastor White sugirió que había condiciones para que esta promesa se
cumpliera: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros,
pedid todo lo que queréis y os será hecho’, declaró Jesús»(Juan 15: 7). Su
teoría de fe -continuó- debe tener un fundamento».
La hermana de uno de estos hombres pidió una entrevista privada conmigo.
Ella tenía mucho que decir con respecto a la completa consagración a Dios, y
trató de conocer mis opiniones con respecto a este asunto. Mientras
hablaba, ella me tenía la mano en la suya, y con la otra me repasaba
suavemente el cabello. Oré para que los ángeles de Dios me protegieran de
las influencias impías que esta atractiva mujer estaba tratando de ejercer
sobre mí con su lindo discurso y sus suaves caricias. Ella tenía mucho que
decir con respecto a las conquistas espirituales y a la gran fe de su hermano.
Su mente parecía estar muy ocupada en pensamientos relativos a él y a su
experiencia. Sentí que necesitaba ser cuidadosa en lo que yo decía, y me
alegré cuando la entrevista hubo terminado.
Estas personas que hacían tan alta profesión de religiosidad estaban
engañando a los incautos. Hablaban mucho con respecto a la caridad que
cubría multitud de pecados. Yo no podía estar de acuerdo con sus opiniones
y sentimientos, y me di cuenta de que estaban 89 ejerciendo un terrible poder
para el mal, y estaba muy contenta de alejarme de su presencia.
Tan pronto como las opiniones de estas personas eran contrariadas, ellas
manifestaban un espíritu terco de justicia propia y rechazaban toda
instrucción. Aunque profesaban gran humildad, se jactaban mucho de sus
sofismas con respecto a la santificación, y resistían todo llamamiento a la
razón. Nos dimos cuenta de que todos nuestros esfuerzos para convencerlos
de su error eran inútiles, ya que asumieron la posición de que no necesitaban
aprender, pues eran maestros.
Una reunión en casa del Hno. Collier
Por la tarde fuimos a la casa del Hno. Collier, donde nos proponíamos
celebrar una reunión esa noche. Le hicimos al Hno. Collier algunas
preguntas sobre estos hombres, pero no nos dio ninguna información. «Si el
Señor os envió aquí – dijo él-, vosotros descubriréis qué espíritus los
gobierna, y nos resolveréis el misterio».
Estos dos hombres asistieron a la reunión en la casa del Hno. Collier.
Mientras yo oraba fervorosamente por luz y por la presencia de Dios, ellos
comenzaron a gemir y exclamar: «¡Amén!», aparentemente apoyando mi
oración con su simpatía. Pero mi corazón se sintió inmediatamente oprimido
con un gran peso. Las palabras morían en mis labios, y una oscuridad se
difundió por todo el ambiente.
El pastor White dijo: «Estoy afligido. El Espíritu de Dios es agraviado. Yo
resisto esta influencia en el nombre del Señor. Oh Dios, reprende este mal
espíritu».
Inmediatamente yo me sentí aliviada, y me elevé por encima de las tinieblas.
Pero de nuevo, mientras hablaba palabras de ánimo y de fe a los que
estaban presentes, sus gemidos y sus amenes me congelaban. 90 Una vez
más el pastor White reprendió el espíritu de las tinieblas, y de nuevo el poder
de Dios descansó sobre mí mientras hablaba a la gente. Estos agentes del
enemigo se vieron tan atados que les fue imposible ejercer nuevamente su
funesta influencia aquella noche.
Después de la reunión el pastor White dijo al Hno. Collier: «Ahora puedo
hablarle acerca de estos dos hombres. Ellos están actuando bajo una
influencia satánica, y sin embargo atribuyen todo al Espíritu del Señor».
«Yo creo que Dios os ha enviado para animarnos – contestó él-. Nosotros
llamamos a esta influencia mesmerismo. Ellos dominan las mentes de otras
personas de una manera notable, y han dominado a algunas personas para
gran perjuicio de ellas. Raramente tenemos reuniones aquí; porque ellos
aparecen entre nosotros, y nosotros no podemos tener unión alguna con
ellos. Manifiestan un profundo sentimiento, como habéis observado esta
noche, pero extraen y anulan la verdadera vida de nuestras oraciones, y
dejan una influencia más negra que la oscuridad de Egipto. Nunca los he
visto dominados hasta esta noche».
La teoría de que «no pueden pecar»
Durante la oración familiar esa noche el Espíritu del Señor descansó sobre mí
y se me mostraron muchas cosas en visión. Estos hombres me fueron
presentados como gente que hacía un gran daño a la causa de Dios.
Mientras profesaban santificación, estaban transgrediendo la sagrada ley.
Tenían un corazón corrupto, y los que se unían con ellos estaban bajo una
ilusión satánica engañosa, obedeciendo sus instintos carnales en lugar de la
Palabra de Dios.
Sostenían que los que estaban santificados no 91 podían pecar. Y esto
naturalmente conducía a la creencia de que los afectos y deseos de los
santificados eran siempre correctos, y nunca había peligro de que los
indujeran al pecado. De acuerdo con este sofisma, estaban practicando los
peores pecados bajo el manto de la santificación, y por medio de su
influencia engañosa y mesmérica estaban obteniendo un extraño poder sobre
sus asociados, que no veían el mal de estas teorías de apariencia hermosa y
por ello seductoras.
Su poder sobre la gente era terrible, pues mientras mantenían su atención y
su confianza por medio de una influencia mesmérica, inducían a los
inocentes e incautos a creer que esta influencia era del Espíritu de Dios. Por
lo tanto los que seguían su enseñanza eran engañados a creer que ellos y
sus asociados, que reclamaban estar completamente santificados, podían
satisfacer todos los deseos de su corazón sin pecado.
Los engaños de estos falsos maestros me fueron presentados en forma bien
abierta, y vi la terrible cuenta que se lleva de su vida en los libros de registro,
y la tremenda culpa que descansaba sobre ellos por profesar completa
santidad mientras que sus actos diarios eran ofensivos a la vista de Dios.
Algún tiempo después, los caracteres de estas personas fueron revelados
delante de la gente, y la visión que yo había tenido con respecto a ellos
resultó plenamente vindicada.
La verdadera santificación
«Creed en Cristo -era el clamor de estas personas que pretendían la
santificación-. Solamente creed; esto es todo lo que se requiere de vosotros.
Solamente tened fe en Jesús».
Las palabras de Juan vinieron con fuerza a mi mente:»Si decimos que no
tenemos pecado, nos engañamos 92 a nosotros mismos, y la verdad no está
en nosotros»(1 Juan 1:8). Se me mostró que los que reclaman triunfalmente
estar sin pecado, manifiestan por medio de su misma jactancia que se
encuentran lejos de estar sin mancha de pecado. Cuanto más claramente el
hombre caído comprenda el carácter de Cristo, tanto menos confianza tendrá
en sí mismo, y más imperfectas aparecerán sus obras a sus ojos, en
contraste con aquellas que distinguieron la vida del inmaculado Redentor.
Pero los que están lejos de Jesús, aquellos cuya percepción espiritual está
tan nublada por el error que no pueden comprender el carácter de gran
Ejemplo, lo consideran a él como si fuera sencillamente uno de ellos, y se
atreven a hablar de la perfección de su propia santidad. Mas están lejos de
Dios; se conocen poco a sí mismos, y conocen mucho menos a Cristo. 93 - Haciendo Frente al Fanatismo
AL REGRESAR a Portland, tropecé con pruebas notorias de los desoladores
efectos del fanatismo. Algunos se figuraban que la religión consiste en
mucha excitación y ruido. Solían hablar de manera que irritaba a los
incrédulos y concitaba el odio contra las doctrinas que enseñaban y contra
ellos mismos. Entonces se regocijaban de verse perseguidos. Los
incrédulos no podían ver que semejante conducta fuera consecuente. En
algunos lugares se les impidió a los hermanos celebrar sus reuniones. Los
justos sufrían con los culpables.
Mi ánimo se apesadumbraba y entristecía gran parte del tiempo. Parecía tan
cruel que la causa de Cristo quedara perjudicada por la conducta de aquellos
hombres imprudentes que, no sólo perdían sus propias almas, sino que
echaban sobre la causa un estigma difícil de borrar. Y Satanás lo veía con
gusto. Le convenía que gentes profanas manosearan la verdad; que ésta
quedara mezclada con el error, y que luego el todo fuese hollado en el polvo.
Miraba con aire de triunfo el estado confuso y disperso de los hijo de Dios.
Temblábamos por las iglesias que iban a caer bajo el yugo de este espíritu de
fanatismo. Mi corazón se dolía por el pueblo de Dios. ¿Había de engañarlo y
extraviarlo 94 aquel falso entusiasmo? Yo comuniqué fielmente las
advertencias que me había dado el Señor; pero poco efecto produjeron, fuera
de concitar contra mí los celos de aquellos extremistas.
Falsa humildad
Había algunos que profesaban profunda humildad, y abogaban por la práctica
de arrastrarse por el suelo como los chiquillos en prueba de su humildad.
Aseveraban que las palabras de Cristo en Mateo 18:1-6 debían tener
cumplimiento literal en esta época en que esperaban el regreso de su
Salvador. Acostumbraban arrastrarse alrededor de sus casas, en las calles,
en los puentes y hasta en la misma iglesia.
Les dije claramente que no se nos pedía esto, que la humildad que Dios
esperaba de su pueblo había de manifestarse en una vida semejante a la de
Cristo, y no arrastrándose por el suelo. Todas las cosas espirituales se han
de tratar con sagrada dignidad. La humildad y la mansedumbre están de
acuerdo con la conducta de Cristo, pero han de manifestarse de una manera
digna.
El cristiano denota verdadera humildad siendo afable como Cristo, estando
siempre dispuesto a ayudar al prójimo, pronunciando palabras cariñosas y
haciendo obras de altruismo que elevan y ennoblecen el más sagrado
mensaje dirigido a nuestro mundo.,
La doctrina del «ocio»
En Paris, Maine, había algunos que creían que era pecado trabajar. El Señor
me encargó que reprobase al dirigente de este error, declarándole que iba en
contra de la Palabra de Dios al abstenerse del trabajo, al propagar este error
y al condenar a quienes no lo aceptaban. Rechazó todas las pruebas que dio
el Señor para 95 convencerlo de su yerro y determinó no variar de conducta.
Solía hacer viajes penosos e ir a poblaciones distantes donde no recibía sino
ultrajes, con lo cual creía que así sufría por causa de Cristo. Prescindiendo
de la razón y del juicio, obedecía a sus impresiones.
Vi que Dios iba a obrar por la salvación de su pueblo y que aquel extraviado
sujeto se daría pronto a conocer, de suerte que todos los sinceros de corazón
viesen que no obraba con rectitud de espíritu, y así acabaría pronto su
carrera. Poco tardó en romperse el hechizo y apenas tuvo influencia en los
hermanos. Dijo que mis visiones eran obra del demonio y siguió dando
rienda suelta a sus antojos hasta que se le trastornó el entendimiento y
hubieron de encerrarlo en un manicomio. Finalmente se ahorcó con las
retorcidas sábanas de su cama, y los que lo habían seguido se convencieron
de la falacia de sus enseñanzas.
Dignidad del trabajo
Dios dispuso que los seres creados por él debían trabajar. De esto depende
su dicha. En los vastos dominios de la creación del Señor nadie había de ser
zángano. Nuestra dicha aumenta y nuestras facultades se fortalecen cuando
nos ocupamos en labores útiles.
La actividad acrecienta la fuerza. En el universo de Dios reina perfecta
armonía. Todos los seres celestiales están en constante actividad; y el Señor
Jesús nos dio a todos un ejemplo en la obra de su vida. Anduvo «haciendo
bienes». Dios ha establecido la ley de acción obediente. Todas las cosas
creadas ejecutan callada pero incesantemente la obra que les fue señalada.
El océano está en continuo movimiento. La naciente hierba que hoy es y
mañana es arrojada en el horno, cumple su encargo vistiendo de hermosura
los campos. Las hojas se mueven sin que mano alguna las 96 toque. El sol,
la luna y las estrellas cumplen útil y gloriosamente su misión.
A toda hora funciona el mecanismo de cuerpo. Día tras día late el corazón,
haciendo su tarea regular y señalada impeliendo incesantemente el carmíneo
fluido por todas las partes del cuerpo. Se ve que la acción incesante
predomina en toda la maquinaria viviente. Y el hombre, con su mente y
cuerpo creados a semejanza de Dios, debe estar activo para desempeñar la
labor que tiene señalada. No ha de estar ocioso. La ociosidad es pecado.
Una dura prueba
En medio de mi experiencia de lucha contra el fanatismo, me vi sujeta a una
dura prueba. Si en las reuniones el Espíritu de Dios descendía sobre alguna
persona y ella glorificaba y ensalzaba a Dios, había quienes lo achacaban a
mesmerismo; y si al Señor le placía mostrarme alguna visión en una reunión,
también se figuraban que era excitación y mesmerismo.
Afligida y desalentada, solía retirarme a un lugar apartado para derramar la
carga de mi alma ante Aquel que invita a todos los cansados y cargados a
que acudan en busca de alivio. A medida que mi fe descansaba en las
promesas, me parecía que Jesús estaba muy cerca. Me circuía la suave luz
del cielo, y me veía rodeada por los brazos de mi Salvador y transportada en
visión. Pero cuando relataba lo que Dios me había revelado a solas, donde
ninguna influencia terrena podía afectarme, me afligía y asombraba al oír a
alguien decirme que quienes viven más cerca de Dios están mayormente
expuestos a ser engañados por Satanás.
Algunos querían hacerme creer que no existía el Espíritu Santo, y que todo
cuanto los santos varones de 97 Dios experimentaron fue tan sólo efecto del
mesmerismo o de los engaños de Satanás.
Quienes, exagerando textos de la Escritura, se abstenían de todo trabajo y
rechazaban a cuantos no compartían sus ideas respecto a este y otros
puntos del deber religioso, me acusaban de conformarme al estilo mundano.
Por otra parte, los adventistas nominales me culpaban de fanatismo, y se me
representaba falsamente como la cabecilla del fanatismo que yo me ocupaba
sin cesar en combatir.
Se señalaron diferentes fechas para la venida del Señor y se hicieron
insistentes esfuerzos para hacerlas adoptar por los hermanos. Pero el Señor
me mostró que dichas fechas pasarían, porque el tiempo de angustia había
de sobrevenir antes del regreso de Cristo, y que cada vez que se fijaba una
fecha y ésta pasaba de largo, se debilitaba la fe del pueblo de Dios. Por esto
me acusaron de ser el siervo malo que decía:»Mi Señor tarda en venir»(Mat.
24: 48).
Todas estas cosas pesaban gravemente sobre mi ánimo, y en mi confusión
estuve tentada varias veces a dudar acerca de lo que me sucedía.
Una mañana, durante las oraciones de familia, el poder de Dios descendió
sobre mí, y me acudió a la mente el pensamiento de que aquello era
mesmerismo. Lo resistí e inmediatamente quedé muda, y por algunos
momentos perdí de vista cuanto me rodeaba. Vi entonces mi pecado al
dudar del poder de Dios y que por ello me había quedado muda, pero que
antes de veinticuatro horas se desataría mi lengua. Se me mostró una tarjeta
en que estaban escritos en letras de oro el capítulo y versículo de cincuenta
pasajes de la Escritura.
Desvanecida la visión, hice señas de que me trajesen la pizarra y escribí en
ella que estaba muda, y 98
también lo que había visto, y que deseaba la Biblia grande. Tomé la Biblia y
rápidamente busqué todos los textos que había visto en la tarjeta.
No pude hablar en todo el día. A la mañana siguiente, temprano, mi alma se
llenó de gozo, se desató mi lengua y prorrumpí en grandes alabanzas a Dios.
Después de esto ya no me atreví a dudar; ni por un momento resistí al poder
de Dios, aunque los demás pensaran de mí lo que quisieran.
Hasta entonces no me había sido posible escribir, y mi mano temblorosa era
incapaz de sujetar firmemente la pluma. Mientras estaba en visión, un ángel
me mandó que escribiera la visión. Obedecí, y pude escribirla fácilmente.
Mis nervios estaban fortalecidos, y desde entonces hasta hoy, he tenido la
mano firme.
Exhortaciones a la fidelidad
Muy penoso me era decirles a los que andaban en error lo que se me había
mostrado respecto a ellos. Me causaba mucha angustia ver a otros turbados
o afligidos. Y cuando me veía obligada a declarar los mensajes, a menudo
los suavizaba y los hacía parecer tan favorables para las personas a quienes
concernían como me era posible, y después me retiraba a la soledad para
llorar en agonía de espíritu. Me fijaba en aquellos que parecían no tener que
cuidar sino de sus propias almas, y pensaba que, de hallarme yo en su
situación, no me quejaría. Me era muy penoso referir los explícitos y
terminantes testimonios recibidos de Dios. Anhelosamente aguardaba el
resultado, y si los reprendidos se rebelaban contra la reprensión y después
se oponían a la verdad, yo me preguntaba: ¿Habré dado debidamente el
mensaje? ¿No podía haber algún medio de salvarlos? Y entonces se oprimía
tan angustiosamente mi alma, que muchas veces la muerte 99 habría sido
para mí una mensajera bienvenida, y la tumba un dulce lugar de reposo.
No me daba cuenta de que, con estas dudas y preguntas, quebrantaba mi
fidelidad; ni advertía el peligro y el pecado de semejante conducta, hasta que
fui transportada en visión a la presencia de Jesús. Me dirigió una mirada de
desaprobación y apartó de mí su rostro. No es posible describir el terror y la
agonía que sentí entonces. Postré mi rostro en el suelo ante él sin poder
articular una palabra. ¡Oh, cuánto anhelaba ocultarme y esconderme de
aquel terrible ceño! Entonces pude percatarme en parte de lo que sentirán los
perdidos cuando griten a las montañas y a las peñas: «Caed sobre nosotros,
y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira
del Cordero» (Apoc. 6: 16).
Al rato, un ángel me mandó que me levantara, y es difícil describir lo que
vieron mis ojos. Ante mí había una hueste, de cabellos desgreñados y
vestidos desgarrados, en cuyos semblantes se retrataban el horror y la
desesperación. Se me acercaron y restregaron sus vestiduras contra las
mías. Miré después mi vestido y lo vi manchado de sangre. De nuevo caí
como muerta a los pies del ángel que me acompañaba, y sin poder alegar
excusa alguna, deseaba alejarme de aquel lugar santo.
El ángel me puso en pie y dijo: «Este no es ahora tu caso; pero has visto esta
escena para que sepas cuál será tu situación si descuidas declarar a los
demás lo que el Señor te ha revelado. Pero si eres fiel hasta el fin, comerás
del árbol de la vida y beberás del agua del río de vida. Habrás de sufrir
mucho; pero la gracia de Dios es suficiente».
Entonces me sentí con ánimo para hacer cuanto el Señor exigiese de mí, a
fin de lograr su aprobación y no experimentar su terrible enojo.100
El sello de la aprobación divina
Aquélla fue una época de tribulaciones. De no mantenernos entonces firmes,
hubiera naufragado nuestra fe. Algunos decían que éramos tercos; pero
estábamos obligados a mantener nuestros rostros como el pedernal, sin
volvernos ni a derecha ni a izquierda.
Durante años nos esforzamos en combatir los prejuicios y vencer la
oposición, que a veces amenazaba con arrollar a los fieles portaestandartes
de la verdad: los héroes y heroínas de la fe. Pero echamos de ver que
quienes acudían a Dios con humildad y contrición de alma, podían discernir
entre lo verdadero y lo falso. «Encaminará a los humildes por el juicio, y
enseñará a los mansos su carrera»(Sal. 25: 9).
En aquellos días nos dio Dios una valiosa experiencia. Al vernos en estrecho
conflicto con las potestades de las tinieblas, como frecuentemente
estábamos, confiamos por entero en el poderoso Protector. Repetidas veces
oramos en demanda de fortaleza y sabiduría. No queríamos cejar en el
empeño, convencidos de que íbamos a recibir auxilio. Y, gracias a la fe en
Dios, la artillería del enemigo se volvió contra él, la causa de la verdad obtuvo
gloriosas victorias, y comprendimos que Dios no nos daba su Espíritu con
mezquindad. A no ser por aquellas apreciadas pruebas del amor de Dios, y
si, por la manifestación de su Espíritu, no hubiese puesto él su sello sobre la
verdad, acaso nos habríamos desalentado; pero aquellas pruebas de la
dirección divina, aquellas vívidas experiencias en las cosas de Dios nos
fortalecieron para pelear varonilmente las batallas del Señor. Los creyentes
pudieron discernir con toda claridad cómo Dios les había señalado el camino,
guiándolos por entre pruebas, desengaños 101 y terribles conflictos.
Cobraban mayores bríos según iban encontrando y venciendo obstáculos, y
adquirían valiosa experiencia en cada paso que daban hacia adelante.
Lecciones del pasado
En años ulteriores se me mostró que todavía no se han abandonado las
falsas teorías expuestas en lo pasado. Resurgirán en cuanto hallen
circunstancias favorables. No olvidemos que será sacudido todo cuanto
pueda ser sacudido. El enemigo logrará quebrantar la fe de algunos, pero
quienes se mantengan fieles a los principios no serán conmovidos.
Permanecerán firmes entre las pruebas y las tentaciones. El Señor ha
señalado los errores, y quienes no disciernan dónde se ha introducido
Satanás, continuarán extraviados por falsos senderos. Jesús nos manda
velar y fortalecer las cosas que quedan y que están por morir.
No debemos entrar en controversia con quienes sustentan teorías falsas. La
controversia es inútil. Cristo nunca entró en discusiones. El arma empleada
por el Redentor del mundo fue: «Escrito está». Adhirámonos a la palabra.
Dejemos que el Señor Jesús y sus mensajeros den testimonio. Sabemos
que su testimonio es verdadero.
Cristo preside todas las obras de su creación. Guió a los hijos de Israel en la
columna de fuego, pues sus ojos ven el pasado, el presente y el futuro. El ha
de ser reconocido y honrado por cuantos amen a Dios. Sus mandamientos
han de ser la fuerza reguladora de la conducta de su pueblo.
El tentador se nos acerca con el supuesto de que Cristo ha trasladado su
sitial de honor y poder a alguna región desconocida, y que los hombres ya no
necesitan molestarse por más tiempo en exaltar su carácter y 102 obedecer
su ley. Añade que cada ser humano ha de ser su propia ley. Estos sofismas
exaltan al yo y reducen a Dios a la nada. Destruyen el freno y las
restricciones morales de la familia humana, y debilitan más y más la
represión del vicio. El mundo no ama ni teme a Dios. Y quienes no temen ni
aman a Dios pronto pierden el sentimiento del deber para con el prójimo.
Están sin Dios y sin esperanza en el mundo.
En grave riesgo se hallan los instructores que no incorporan la palabra de
Dios en la obra de su vida, pues no tienen un conocimiento salvador ni de
Dios ni de Cristo. Quienes no viven la verdad son los más propensos a
inventar sofismas para ocupar el tiempo y absorber la atención que debieran
dedicarse al estudio de la Palabra de Dios. Es para nosotros una terrible
equivocación desdeñar el estudio de la Biblia para investigar teorías
extraviadoras, y apartar la mente de las palabras de Cristo para dirigirla a
falacias de invención humana.
No necesitamos enseñanzas imaginarias respecto a la personalidad de Dios.
Lo que Dios quiere que conozcamos de él está revelado en su Palabra y en
sus obras. Las bellezas de la naturaleza denotan su carácter y su poder
como Creador. Ellas son el don que hizo al género humano para manifestar
su poder y demostrar que él es un Dios de amor. Pero nadie está autorizado
a decir que Dios en persona reside en una flor, en una hoja o en un árbol.
Estas cosas son obra de Dios y revelan su amor a la humanidad.
Cristo es la perfecta revelación de Dios. Quienes deseen conocer a Dios han
de estudiar la obra y enseñanzas de Cristo. A quienes lo reciban y crean en
él, les da poder de llegar a ser hijos de Dios. 103 - El Sábado del Señor
DURANTE mi visita a Nueva Bedfor, Massachusetts, en 1846, conocí al
pastor José Bates, que había abrazado la fe adventista desde el principio de
su propagación, y que era un activo obrero en la causa, un verdadero
caballero cristiano, cortés y amable.
La primera vez que me oyó hablar, manifestó profundo interés, y al concluir
yo mi discurso, se levantó diciendo.- «Yo dudo como Tomás. No creo en las
visiones. Pero si yo pudiese creer que el testimonio relatado esta noche por
la Hna. Harmon es verdaderamente la voz de Dios para nosotros, sería el
más feliz de los hombres. Mi corazón está hondamente conmovido. Creo en
la sinceridad de la persona que acaba de halar; pero no acierto a explicarme
cómo se le han mostrado las maravillas que nos ha referido».
El pastor Bates guardaba el sábado, séptimo día de la semana, y nos lo
presentó insistentemente como verdadero día de descanso. Por mi parte, no
le daba a esto gran importancia, y me parecía que el pastor Bates se
equivocaba al dedicar más consideración al cuarto mandamiento que a los
otros nueve.
Pero el Señor me dio una visión del santuario celestial. El templo de Dios
estaba abierto en el cielo, y se me mostró el arca de Dios cubierta con el
propiciatorio. Había dos ángeles, uno a cada lado del arca, con las alas
extendidas sobre el propiciatorio y el rostro vuelto 104 hacia él. Esto, según
me dijo el ángel que me acompañaba, era una representación de cómo todas
las cohortes del cielo miran con reverente temor la ley divina que fue escrita
por el dedo de Dios.
Jesús levantó la cubierta del arca y vi las tablas de piedra en que estaban
escritos los diez mandamientos. Me asombré al ver el cuarto mandamiento
en el mismo centro de los diez preceptos, con una aureola luminosa que lo
circundaba. El ángel dijo: «Este es, entre los Diez Mandamientos, el único
que define al Dios vivo, que creó los cielos y la tierra y todas las cosas que en
ellos hay».
Cuando Dios asentó los cimientos de la tierra, también asentó el cimiento del
sábado. Se me mostró que si se hubiese guardado el verdadero día de
descanso, nunca hubiera habido incrédulos ni ateos. La observancia del
sábado hubiera preservado al mundo de la idolatría.
El cuarto mandamiento ha sido pisoteado, y por lo tanto, estamos nosotros
llamados a reparar la brecha abierta en la ley y a abogar por el profanado
sábado. El hombre de pecado, que se exaltó sobre Dios y pensó mudar los
tiempos y la ley, transfirió el descanso del séptimo al primer día de la
semana. Al hacerlo así, abrió una brecha en la ley de Dios. Poco antes del
gran día de Dios, se ha de enviar un mensaje para exhortar a las gentes a
que vuelvan a la obediencia de la ley de Dios quebrantada por el Anticristo.
Por el precepto y el ejemplo, hemos de llamar la atención de las gentes hacia
la brecha abierta en la ley.
Se me dijo que las valiosas promesas de Isaías 58: 12-14 se aplican a
quienes trabajan por la restauración del verdadero sábado.
Se me mostró también que el tercer ángel, que proclama los mandamientos
de Dios y la fe de Jesús, 105 representa a quienes reciben este mensaje y
alzan la voz a fin de amonestar al mundo para que guarde los mandamientos
de la ley de Dios como la niña de sus ojos, y que, en respuesta a esta
amonestación, muchos abrazarían el sábado del Señor. 106 - Matrimonio y Actividades Conjuntas
EL 30 de agosto de 1846 me uní en matrimonio con el pastor Jaime White,
quien tenía profunda experiencia en el movimiento adventista y cuya labor en
la proclamación de la verdad Dios había bendecido. Nuestros corazones se
unieron en la magna obra y juntos viajamos y trabajamos por la salvación de
las almas.
Confirmación de la fe
En noviembre de 1846 asistimos mi esposo y yo a una reunión celebrada en
Topsham, Maine, en la que estaba presente el pastor José Bates, quien
entonces no creía del todo que mis visiones fuesen de Dios. Aquella reunión
revistió mucho interés. El Espíritu de Dios descendió sobre mí; tuve una
visión de la gloria de Dios, y por primera vez se me mostraron otros planetas.
Al salir de la visión, relaté lo que había visto. El pastor Bates me preguntó
entonces si yo había estudiado astronomía, a lo que respondí que no
recordaba haber mirado jamás un libro que tratase de esta ciencia. Entonces
exclamó: «Esto es cosa del Señor». Su aspecto se iluminó con la luz del cielo
y exhortó con poder a la iglesia.
Acerca de su actitud respecto a las visiones, declaró el pastor Bates:
«Aunque nada veía en ellas contrario a la Palabra, 107 me sentía alarmado y
muy puesto a prueba, y durante largo tiempo no quise creer que las visiones
fuesen algo más que un fenómeno resultante de la prolongada debilidad
corporal de quien las recibía.
«Por lo tanto, busqué ocasiones de interrogarla y hacerle preguntas
capciosas, a ella y a las amigas que la acompañaban, especialmente a su
hermana mayor, y esto en presencia de otras personas y cuando su mente
estaba libre de excitación (fuera de las reuniones), todo ello con el intento de
averiguar la verdad, si fuese posible. Durante las visitas que desde entonces
hizo la Hna. Elena a Nueva Bedford, Fairhaven, y mientras asistía a nuestras
reuniones, la he visto yo en éxtasis unas cuantas veces, como también la vi
en Topsham, Maine; y todos los que presenciaron algunas de aquellas
emocionantes escenas, saben con cuán vivo interés y ahínco escuchaba yo
cada palabra, y vigilaba cada movimiento, por si descubría alguna impostura
o influencia mesmérica. Doy gracias a Dios por esta ocasión que me deparó
de ser, juntamente con otras personas, testigo de estas cosas. Ahora puedo
hablar confiadamente por mí mismo. Creo que la obra es de Dios, y es dada
para consolar y fortalecer a su ´pueblo dividido y disperso´, desde que
terminó nuestra obra por el mundo en octubre de 1844″.(1) Oraciones fervientes y eficaces Durante una reunión celebrada en Topsham se me mostró que tendría mucha aflicción, y que se pondría a prueba nuestra fe después de regresar a Gorham, donde residían mis padres.108 Al regresar, caí muy enferma con intensos sufrimientos, Mis padres, mi esposo y mis hermanas se unieron en oración por mí, pero continué sufriendo durante tres semanas. A menudo desfallecía y quedaba como muerta, pero en respuesta a la oración, revivía. Mi agonía era tan grande que suplicaba a los que me rodeaban que no orasen por mí; porque pensaba que sus oraciones prolongaban tan sólo mis sufrimientos. Los vecinos creyeron que me moría. Y durante algún tiempo le plugo al Señor poner a prueba nuestra fe. El Hno. Nichols y su esposa, de Dorchester, Massachusetts, se enteraron de mi aflicción, y su hijo Enrique vino a Gorham para traer algunas cosas con que aliviarme. Durante su visita, mis amigos volvieron a unirse en oración en demanda de mi restablecimiento. Después de orar los demás, el Hno. Enrique Nichols empezó a orar muy fervorosamente con el poder de Dios sobre él, y al levantarse del suelo donde se había arrodillado, cruzó el aposento, y poniéndome las manos en la cabeza, dijo: «Hna. Elena, Jesucristo te sana». Dicho esto, cayó hacia atrás, postrado por el poder de Dios. Yo creí que la obra era de Dios y desapareció el dolor. Mi alma se llenó de gratitud y paz. En mi corazón decía: «Sólo tenemos auxilio en Dios. Podemos estar en paz sólo cuando descansamos en él y esperamos su salvación». Actividades en Massachusetts Pocas semanas después, en nuestro viaje para ir a Boston, nos embarcamos en Portland. Sobrevino una violenta tempestad y corrimos grave riesgo. Pero por misericordia de Dios, desembarcamos todos a salvo. Desde Gorham, Maine, a poco de nuestro regreso a casa, el 14 de marzo de 1847, mi esposo escribió lo que sigue, acerca de nuestra labor en Massachusetts 109 durante el mes de febrero y la primera semana de marzo: «Mientras hemos estado alejados de nuestros amigos, desde hace casi siete semanas, Dios ha sido misericordioso con nosotros. Ha sido nuestra fortaleza en tierra y mar. Durante las últimas seis semanas. Elena ha disfrutado de mejor salud que en los seis últimos años pasados. Los dos gozamos de excelente salud… «Desde que salimos de Topsham, hemos pasado algunas pruebas; pero también hemos tenido momentos celestiales y refrigerantes. En conjunto, ha sido una de las mejores visitas que hayamos hecho a Massachusetts. Nuestros hermanos de Nueva Bedford y Fairhaven han sido poderosamente fortalecidos y confirmados en la verdad y el poder de Dios. También los hermanos de otros lugares han recibido muchas bendiciones». Una visión del santuario celestial(2)
En una reunión celebrada el sábado 3 de abril de 1847 en casa del Hno.
Stockbridge Howland, sentimos un extraordinario espíritu de oración, y
mientras orábamos descendió sobre nosotros el Espíritu Santo. Todos nos
considerábamos muy felices. Pronto perdí el conocimiento de las cosas
terrenas y quedé envuelta en la visión de la gloria de Dios.
Vi a un ángel que con presteza volaba hacia mí. Me llevó rápidamente desde
la tierra a la santa ciudad, donde vi un templo en el que entré. Antes de
llegar al primer velo, pasé por una puerta. Se levantó el velo y entré en el
lugar santo, donde vi el altar del perfume, el candelabro con las siete
lámparas y la mesa con los panes de la proposición. Después que hube
contemplado la gloria del lugar santo, Jesús levantó el segundo velo y pasé al
lugar santísimo.110
En él vi un arca, cuya cubierta y lados estaban recubiertos de oro purísimo.
En cada punta del arca, había un hermoso querubín con las alas extendidas
sobre el arca. Sus rostros estaban frente a frente, pero su vista estaba
dirigida hacia abajo. Entre los dos ángeles había un incensario de oro, y
sobre el arca, donde estaban los ángeles, una gloria muy esplendorosa que
semejaba un trono en que moraba Dios. Junto al arca estaba Jesús, y
cuando las oraciones de los santos llegaban a él, humeaba el incienso del
incensario, y Jesús ofrecía a su Padre aquellas oraciones con el humo del
incienso.
Dentro del arca estaba el vaso de oro con el maná, la vara florecida de Aarón
y las tablas de piedra, que se plegaban como las hojas de un libro. Jesús las
abrió, y vi en ellas los Diez Mandamientos escritos por el dedo de Dios. En
una tabla había cuatro, y en la otra seis. Los cuatro de la primera brillaban
más que los otros seis. Pero el cuarto, el mandamiento del sábado, brillaba
más que todos, porque el sábado fue puesto aparte para que se lo guardase
en honor del santo nombre de Dios. El santo sábado resplandecía, rodeado
de un nimbo de gloria. Vi que el mandamiento del sábado no estaba clavado
en la cruz, pues de haberlo estado, también lo hubieran estado los otros
nueve, y así quedaríamos en libertad para quebrantarlos a todos ellos, así
como el cuarto. Vi que Dios no había cambiado el día de descanso, porque
Dios es inmutable; pero el papa lo había transferido del séptimo al primer día
de la semana, pues había pensado cambiar los tiempos y la ley.
También vi que si Dios hubiese cambiado el día de reposo del séptimo al
primer día, asimismo hubiera cambiado el texto del mandamiento del sábado,
escrito en las tablas de piedra que están en el arca del lugar 111 santísimo
del templo celestial, y diría así: El primer día es el día de reposo de Jehová tu
Dios. Pero vi que decía lo mismo que cuando el dedo de Dios lo escribió en
las tablas de piedra antes de entregarlas a Moisés en el Sinaí: «Mas el
séptimo día será reposo para Jehová tu Dios». Vi que el santo sábado es, y
será, el muro separador entre el verdadero Israel de Dios y los incrédulos, así
como la institución más adecuada para unir los corazones de los queridos y
esperanzados santos de Dios.
Vi que Dios tenía hijos que no echan de ver ni guardan el sábado. No han
rechazado la luz referente a él. Y cuando empezó el tiempo de angustia,
fuimos llenos del Espíritu Santo al salir a proclamar más plenamente el
sábado.*(3) Esto enfureció a las otras iglesias y a los adventistas nominales,
pues no podían refutar la verdad sabática, y entonces todos los escogidos de
Dios comprendieron claramente que nosotros poseíamos la verdad, y
salieron y sufrieron la persecución con nosotros. Vi guerra, hambre,
pestilencia y grandísima confusión en la tierra. Los malvados pensaron que
nosotros habíamos acarreado el castigo sobre ellos, y se reunieron en
consejo para raernos de la tierra, creyendo que así cesarían los males.
En el tiempo de angustia *(4) huimos todos de las ciudades y pueblos, pero
los malvados nos perseguían y entraban a cuchillo en las casas de los
santos; pero al levantar la espada para matarnos, ésta se quebraba y caía
tan inútil como una brizna de paja. Entonces clamamos día y noche por
liberación, y el clamor llegó a Dios. 112
Salió el sol y la luna se detuvo. Cesaron de fluir las corrientes de aguas.
Aparecieron negras y densas nubes que se entrechocaban unas con otras.
Pero había un espacio de gloria fija, del que, cual estruendo de muchas
aguas, salía la voz de Dios que estremecía cielos y tierra. El firmamento se
abría y se cerraba en honda conmoción. Las montañas temblaban como
cañas agitadas por el viento y lanzaban peñascos a su alrededor. El mar
hervía como una olla y despedía piedras sobre la tierra.
Y al anunciar Dios el día y la hora de la venida de Jesús, en tanto expresaba
ante su pueblo el pacto sempiterno, pronunciaba una frase y se detenía,
mientras las palabras repercutían por toda la tierra. El Israel de Dios
permanecía con los ojos en alto, escuchando las palabras según salían de
labios de Jehová, que retumbaban por la tierra como estruendo del trueno
más potente. El espectáculo era pavorosamente solemne, y al terminar cada
frase, los santos exclamaban: «¡Gloria! ¡Aleluya!» Su aspecto estaba
iluminado con la gloria de Dios, y resplandecían sus rostros como el de
Moisés al bajar del Sinaí. A causa de esta gloria, los malvados no podían
mirarlos. Y cuando la bendición eterna se pronunció sobre quienes habían
honrado a Dios santificando su sábado, resonó un potente grito por la victoria
lograda sobre la bestia y su imagen.
Entonces comenzó el jubileo, durante el cual la tierra debía descansar. Vi al
piadoso esclavo levantarse en triunfal victoria, y desligarse de las cadenas
que lo ataban, mientras que su malvado dueño quedaba confuso sin saber
qué hacer; porque los malvados no podían comprender las palabras de la voz
de Dios.
Pronto apareció la gran nube blanca. Me pareció mucho más hermosa que
antes. En ella se sentaba el Hijo del hombre. Al principio no distinguimos a
Jesús 113 en la nube; pero al acercarse más a la tierra, pudimos contemplar
su bellísima figura. En cuanto apareció, esta nube fue la señal del Hijo del
hombre en el cielo.
La voz del Hijo de Dios despertó a los santos dormidos y los levantó
revestidos de gloriosa inmortalidad. Los santos vivientes fueron
transformados en un instante y arrebatados con aquéllos en el carro de
nubes. Este resplandecía en extremo mientras rodaba hacia las alturas.
Tenía alas a uno y otro lado, y debajo ruedas. Y cuando ascendía, las
ruedas exclamaban: «¡Santo!», y las alas, al batir, gritaban: «¡Santo!», y la
comitiva de santos ángeles que rodeaba la nube exclamaba: «¡Santo, santo,
santo, Señor Dios Todopoderoso!» Y los santos en la nube cantaban: «¡Gloria!
¡Aleluya!» El carro subió a la santa ciudad. Jesús abrió las puertas de la
ciudad de oro y nos condujo adentro. Fuimos bien recibidos, Porque
habíamos guardado «los mandamientos de Dios», y teníamos derecho «al
árbol de la vida» (Apoc. 14: 12; 22: 14). 114 - Lucha con la Pobreza
EL 26 DE AGOSTO de 1847, nació en Gorham, Maine, nuestro hijo
primogénito, Enrique Nicolás White. En el mes de octubre, el Hno. y la Hna.
Howland, de Topsham, nos ofrecieron amablemente una parte de su casa
que nosotros aceptamos gozosos, y nos instalamos con muebles prestados.
Éramos pobres y preveíamos tiempos difíciles. Habíamos resuelto no
depender de manos ajenas sino valernos por nosotros mismos, y tener algo
con que ayudar al prójimo. Sin embargo, no prosperamos. Mi marido
trabajaba penosamente en acarrear piedra para la vía férrea, pero no pudo
obtener lo que se le debía por su labor. Los Hnos. Howland compartían
generosamente con nosotros cuanto les era posible; pero también ellos
pasaban penurias. Creían plenamente en el primer mensaje y en el segundo,
y liberalmente contribuyeron con sus recursos al adelanto de la obra hasta
verse precisados a vivir de su trabajo diario.
Mi esposo dejó de acarrear piedra y con su hacha se fue al bosque para
cortar leña. Con un dolor continuo en su costado trabajaba desde el alba
hasta el oscurecer, ganando con ello unos cincuenta centavos diarios. No
obstante, nos esforzamos en mantenernos de buen ánimo y en confiar en el
Señor. Yo no murmuré. Por la mañana, daba gracias a Dios de que nos
hubiese conservado la vida durante otra noche, y por la noche le 115
agradecía que nos hubiese guardado durante otro día.
Un día que no teníamos nada para comer, mi esposo fue a ver a su
empleador para pedirle dinero o provisiones. El día era tormentoso y tuvo que
andar cinco kilómetros de ida y otros tantos de vuelta bajo la lluvia. Vino a
casa cargado con un saco de provisiones dividido en diferentes
compartimientos, y así cruzó por el pueblo de Brunswick, donde a menudo
había dado conferencias. Al verlo entrar en casa, muy fatigado, sentí
desfallecer mi corazón. Mi primera idea fue que Dios nos había
desamparado. Le dije a mi esposo: «¿A esto hemos llegado? ¿Nos ha
dejado el Señor?» No pude contener las lágrimas, y lloré amargamente largo
rato hasta desmayarme. Oraron por mí. Pronto noté la placentera influencia
del Espíritu de Dios y deploré haber cedido al desaliento. Nosotros
deseamos seguir e imitar a Cristo, pero a veces desfallecemos bajo el peso
de las pruebas y nos distanciamos de él. Los sufrimientos y las pruebas nos
acercan a Jesús. El crisol consume las escorias y abrillanta el oro.
Entonces se me mostró que el Señor nos había estado probando para
nuestro bien, a fin de prepararnos para trabajar en favor del prójimo; que él
había perturbado nuestra tranquilidad para que no nos arrellanáramos
cómodamente en nuestro hogar. Nuestra labor había de emplearse en bien
de las almas, y si hubiésemos prosperado, nos hubiera parecido tan
agradable el hogar que no hubiéramos querido abandonarlo. Dios permitió
las pruebas a fin de prepararnos para conflictos todavía más graves con que
íbamos a tropezar en nuestros viajes. Pronto recibimos cartas de hermanos
que vivían en diferentes Estados y nos invitaban a visitarlos. Pero no
teníamos recursos para salir del Estado en que nos hallábamos.
Contestamos que el camino no estaba abierto delante de nosotros. 116 Me
pareció imposible viajar con mi hijito, y además no queríamos depender de
nadie, y cuidábamos de vivir según nuestros medios, resueltos a sufrir antes
que contraer deudas.
Antes de mucho, nuestro pequeño Enrique cayó enfermo y empeoró tan
rápidamente que nos alarmamos mucho. Yacía sin conocimiento; su
respiración era agitada y penosa. Le dimos remedios, pero sin éxito.
Llamamos entonces a una persona de experiencia en cuánto a
enfermedades, y nos dijo que era dudoso que se restableciera. Habíamos
orado por él, pero no había cambio. Habíamos hecho del niño una excusa
para no viajar ni trabajar por el bien de otros, y temíamos que el Señor nos lo
fuera a quitar. Una vez más acudimos al Señor para suplicarle que se
compadeciese de nosotros y le perdonara la vida al niño,
comprometiéndonos solemnemente a salir confiados en Dios, para ir
dondequiera que nos enviase.
Nuestras peticiones fueron hechas con fervor y en agonía mental. Por la fe
nos acogimos a las promesas de Dios, y creímos que él oía nuestros
clamores. La luz del cielo atravesó las nubes y resplandeció sobre nosotros.
Nuestras oraciones recibieron misericordioso respuesta. Desde aquella hora,
el niño empezó a restablecerse.
Primera visita a Connecticut
Mientras estábamos en Topsham recibimos una carta del Hno. E. L. H.
Chamberlain, de Middletown, Connecticut, en la que nos instaba a asistir a
una conferencia que iba a celebrarse en dicho Estado en abril de 1848.
Resolvimos ir si podíamos obtener los medios. Mi esposo ajustó cuentas con
su patrón y resultó que éste le debía diez dólares. Con cinco de ellos compré
prendas de vestir, de que estábamos muy necesitados,117 y después
remendé el abrigo de mi esposo, añadiendo pedazos hasta en los parches ya
puestos, a tal punto que era difícil reconocer cuál había sido el primitivo paño
de las mangas. Con los otros cinco dólares nos costeamos el viaje hasta
Dorchester, Massachusetts.
Nuestro baúl contenía casi todo cuanto poseíamos en la tierra; pero en
cambio gozábamos de placidez de ánimo y tranquilidad de conciencia, cosas
que apreciábamos mucho más que las comodidades mundanas.
En Dorchester fuimos a visitar al Hno. Otis Nichols y, al despedirnos, la Hna.
Nichols le dio a mi esposo cinco dólares con los que costeamos el viaje hasta
Middletown, Connecticut. En Middletown éramos forasteros, pues nunca
habíamos visto a ninguno de los hermanos de Connecticut. Sólo nos
quedaban cincuenta centavos de nuestro dinero. Mi esposo no se atrevió a
gastarlos en alquilar un carruaje, por lo que, dejando el baúl sobre un montón
de tablones que había en un depósito de madera cercano, nos fuimos en
busca de alguien de nuestra fe. Pronto encontramos al Hno, Chamberlain,
quien nos llevó a su casa.
La conferencia de Rocky Hill
La conferencia de Rocky Hill se celebró en un espacioso aposento
desamueblado de la casa del Hno. Alberto Belden. En una carta dirigida por
mi esposo al Hno. Stockbridge Howland le decía lo siguiente acerca de la
reunión:
«El 20 de abril, el Hno. Belden envió su coche de dos caballos a Middletown
para recogernos a nosotros y a los demás hermanos de la población.
Llegamos a este lugar cerca de las cuatro de la tarde, y al cabo de pocos
minutos llegaron los Hnos. Bates y Gurney. Aquella tarde tuvimos una
reunión de unas quince personas. El viernes de mañana, sin embargo,
llegaron 118 más hermanos hasta alcanzar el número de cincuenta, pero no
todos habían aceptado por completo la verdad. Fue muy interesante la
reunión de aquel día. El Hno. Bates explicó claramente los mandamientos,
cuya importancia quedó señaladamente impresa en el corazón de los
presentes por medio de poderosos testimonios. La predicación tuvo por
efecto confirmar en la verdad a quienes ya la profesaban, y estimular a
quienes aún no se habían resuelto por completo».
Obtención de recursos para visitar el oeste de Nueva
York
Dos años antes se me había mostrado que algún día visitaríamos el
occidente del Estado de Nueva York. Y ahora, poco después de concluida la
conferencia de Rocky Hill, recibimos una invitación para asistir a la reunión
general que en el mes de agosto debía celebrarse en Volney, Nueva York. El
Hno. Hiram Edson nos escribió diciéndonos que la mayoría de los hermanos
eran pobres, y en consecuencia no podía prometer que harían mucho para
sufragarnos la estancia, pero que harían cuanto estuviera a su alcance.
Carecíamos de recursos para el viaje y mi esposo andaba mal de salud: pero
se le deparó ocasión de trabajar en la siega del heno, y aceptó este trabajo.
Pareció entonces que debíamos vivir por fe. Al levantarnos cada mañana
nos arrodillábamos junto a la cama, rogando a Dios que nos diera fuerzas
para trabajar durante el día, y no podíamos quedar satisfechos sin la
seguridad de que Dios había oído nuestras oraciones. Después se iba mi
esposo a manejar la guadaña con las fuerzas que le daba Dios. Al volver a
casa por la noche, rogábamos de nuevo a Dios que le diera fortaleza para
obtener recursos con que difundir la verdad. En una carta escrita al Hno.
Howland con fecha 2 de 119 julio de 1848, decía lo siguiente acerca de esta
experiencia:
«Hoy está lloviendo y, por lo tanto, no corto heno, pues de otra suerte no
escribiría. Siego cinco días para los incrédulos y el domingo para los
creyentes, y descanso el séptimo día, por lo que me queda muy poco tiempo
para escribir… Dios me da fuerzas para trabajar con firmeza todo el día… Los
Hnos. Holt, Juan Belden y yo hemos contratado cien acres de hierba para
segar (unas cuarenta hectáreas) al precio de ochenta y siete centavos y
medio el acre (unos cuatro mil metros cuadrados), quedando a nuestro cargo
la manutención. ¡Alabado sea Dios! Espero reunir unos cuantos dólares para
emplearlos en la causa del Señor». 120 - Actividades en el Oeste de Nueva York en 1848
DE SU trabajo en la siega del heno obtuvo mi esposo cuarenta dólares, con
los que, después de comprar alguna ropa, tuvimos lo suficiente para ir a la
parte occidental del Estado de Nueva York y regresar.
Estaba yo quebrantada de salud y me era imposible viajar y cuidar a mi
pequeñuelo Enrique, que entonces tenía diez meses. Así que lo dejamos en
Middletown confiado a la Hna. Clarisa Bonfoey. Dura prueba era para mí
separarme de mi hijo; pero no nos atrevimos a permitir que nuestro cariño
hacia él nos apartara de la senda del deber. Jesús dio su vida para salvarnos,
¡Cuán pequeño es cualquier sacrificio que podamos hacer, comparado con el
suyo!
En la mañana del 13 de agosto llegamos a la ciudad de Nueva York, y fuimos
a la casa del Hno. D. Moody. Al día siguiente se nos unieron los Hnos.
Bates y Gurney.
Conferencia en Volney
Nuestra primera reunión general en el occidente del Estado de Nueva York
comenzó el 18 de agosto en Volney, en la granja del Hno. David Arnold.
Concurrieron unas treinta y cinco personas – todos los amigos que pudieron
reunirse en aquella parte del Estado. 121 Pero de los treinta y cinco apenas
había dos de la misma opinión, porque algunos sustentaban graves errores, y
cada cual defendía tenazmente su criterio peculiar diciendo que estaba de
acuerdo con la Biblia.
Un hermano sostenía que los mil años del capítulo veinte del Apocalipsis
estaban en el pasado, y que los ciento cuarenta y cuatro mil mencionados en
los capítulos siete y catorce del Apocalipsis eran los que fueron resucitados
en ocasión de la resurrección de Cristo.
Mientras estábamos frente a los emblemas de nuestro Señor moribundo, y
estábamos por conmemorar sus sufrimientos, este hermano se levantó y
declaró que él no creía en lo que estábamos por hacer; que la Cena del
Señor era una continuación de la Pascua, y que debía celebrarse sólo una
vez al año.
Esta extraña diferencia de opinión me causó mucha pesadumbre, pues vi que
se presentaban como verdades muchos errores. Me pareció que con ello
Dios quedaba deshonrado. Mi ánimo se apenó grandemente y me desmayé
bajo el pesar. Algunos me creyeron moribunda. Los Hnos. Bates,
Chamberlain, Gurney, Edson y mi esposo oraron por mí. El Señor escuchó
las oraciones de sus siervos y reviví.
Entonces me iluminó la luz del cielo y pronto perdí de vista las cosas de la
tierra. Mi ángel guiador me hizo ver algunos de los errores profesados por
los concurrentes a la reunión, y también me presentó la verdad en contraste
con sus errores. Los criterios discordes, que a ellos les parecían conformes
con las Escrituras, eran tan sólo su opinión personal acerca de las
enseñanzas bíblicas, y se me ordenó decirles que debían abandonar sus
errores y unirse en torno a las verdades del mensaje del tercer ángel.
Nuestra reunión terminó victoriosamente. Triunfó la verdad. Nuestros
hermanos renunciaron a 122 sus errores y se unieron en el mensaje del
tercer ángel; y Dios los bendijo abundantemente y añadió muchos otros a su
número.
Visita al Hno. Snow, en Hannibal
De Volney pasamos a Port Gibson, a unos cien kilómetros de distancia, para
estar allí, según compromiso anteriormente contraído, los días 27 y 28 de
agosto. «En nuestro viaje- escribió mi esposo en una carta fechada el 26 de
agosto y dirigida al Hno. Hastings-, nos detuvimos en casa del Hno. Snow,
en Hannibal. Hay allí ocho o diez preciosas almas. Los Hnos. Bates,
Simmons y Edson con su esposa se quedaron toda la noche con ellas. Por
la mañana Elena fue arrebatada en visión, y mientras estaba en visión
entraron todos los hermanos. Uno de ellos no estaba de acuerdo con
nosotros acerca de la verdad del sábado, pero era humilde y bueno. En su
visión Elena se levantó, tomó la Biblia grande, la sostuvo ante el Señor y
habló basándose en ella. Luego la llevó a ese humilde hermano, y se la puso
en los brazos. El la tomó mientras le caían las lágrimas sobre el pecho.
Luego, Elena vino y se sentó a mi lado. Estuvo en visión una hora y media,
durante la cual no respiró en absoluto. Fueron momentos conmovedores.
Todos lloraron mucho de gozo. Dejamos al Hno. Bates con aquellas
personas, y vinimos acá con el Hno. Edson».
La reunión de Port Gibson
La reunión de Port Gibson se realizó en el galpón del Hno. Hiram Edson.
Había personas presentes que amaban la verdad, pero que escuchaban y
albergaban el error. Antes del fin de esta reunión, sin embargo, el Señor obró
en nuestro favor con poder. Se me mostró de nuevo en visión la importancia
de que los hermanos 123 pongan a un lado sus diferencias y se unan en
torno a la verdad bíblica.
Visita al Hno. Harris, en Centerport
Salimos de la casa del Hno. Edson con la intención de pasar el sábado
siguiente en la ciudad de Nueva York. Era demasiado tarde ya para tomar el
barco, de manera que tomamos una lancha, con la idea de trasbordar cuando
llegara el próximo barco. Al verlo aproximándose, comenzamos a hacer los
preparativos para abordarlo; pero la embarcación no se detuvo, y nosotros
tuvimos que saltar a bordo mientras el barco estaba en movimiento.
El Hno. Bates tenía en la mano el dinero de nuestro pasaje, y le decía al
capitán del barco: «Aquí tiene esto para pagar el pasaje». Al ver el barco
moviéndose, él saltó para abordarlo, pero su pie se enganchó en el borde del
barco, y cayó al agua. Comenzó entonces a nadar hacia el barco, con su
cartera en una mano, y un billete de un dólar en la otra. Se le cayó el
sombrero, y al rescatarlo perdió el billete de un dólar, pero retuvo la cartera.
El barco se detuvo entonces para que él pudiera abordarlo. Sus ropas
estaban empapadas con el agua sucia del canal, y estábamos cerca de
Centerport, de manera que decidimos llegar al hogar del Hno. Harris, para
que el Hno. Bates pudiera arreglarse la ropa.
Nuestra visita resultó de beneficio a esta familia. Durante años la Hna.
Harris había sufrido de catarro. Ella había usado rapé para aliviarse de esta
aflicción, y decía que no podía vivir sin esto. Tenía mucho dolor de cabeza.
Le recomendamos que fuera al Señor, el gran Médico, quien la sanaría de su
aflicción. Decidió hacerlo, y tuvimos una reunión de oración en su favor.
Abandonó completamente el rapé; sus dificultades 124 resultaron
grandemente aliviadas, y desde ese tiempo su salud fue mejor de lo que
había sido durante años.
Mientras estábamos en la casa del Hno. Harris tuve una entrevista con una
hermana que usaba joyas de oro y sin embargo profesaba esperar la venida
de Cristo. Le hablamos de las declaraciones expresas de la Escritura contra
el uso de joyas. Pero ella se refirió a la ocasión en que se le ordenó a
Salomón embellecer el templo, y a la declaración de que las calles de la
ciudad de Dios eran de puro oro. Afirmó que si podíamos mejorar nuestra
apariencia usando joyas, de manera que pudiéramos tener influencia en el
mundo, esto estaba correcto. Le repliqué que nosotros éramos pobres
mortales caídos, y que en lugar de decorar nuestros cuerpos porque el
templo de Salomón estaba gloriosamente adornado, debemos recordar
nuestra condición caída y que costó el sufrimiento y la muerte del Hijo de
Dios para redimirnos. Este pensamiento debe causar en nosotros un
sentimiento de humillación. Jesús es nuestro modelo. Si él abandonara su
humillación y sufrimientos, y clamara: «Si alguien quiere venir en pos de mí,
agrádese a sí mismo, y goce del mundo, y será mi discípulo», la multitud lo
creería y le seguiría. Pero Jesús no se nos presenta de otra manera que
como el humilde crucificado. Si queremos estar con él en el cielo, debemos
ser como él fue en la tierra. El mundo reclamará a aquellos que le
pertenecen. Y quien quiera ser vencedor, debe abandonar lo que es
mundano.
Visita a la casa del Hno. Abbey, en Brookfield
Al día siguiente proseguimos nuestro viaje en barco, y llegamos hasta el
condado de Madison, Estado de Nueva York. Dejamos entonces el barco,
alquilamos un carruaje, y recorrimos cuarenta kilómetros hasta 125
Brookfield, donde estaba el hogar del Hno. Ira Abbey. Siendo que era
viernes de tarde cuando llegamos a la casa, se propuso que uno de nosotros
fuera a la puerta e hiciera las averiguaciones del caso, de manera que si nos
veíamos chasqueados en nuestra esperanza de recibir la bienvenida,
pudiéramos regresar con el mismo conductor, y pasar el sábado en un hotel.
La Hna. Abbey llegó hasta la puerta, y mi esposo se introdujo como alguien
que guardaba el sábado. Ella contestó: «Me alegro de verlo. Pase». El
replicó: «Hay tres personas más en el carruaje conmigo. Pensé que si todos
veníamos a la vez la espantaríamos». «Yo nunca me espanté de ver
cristianos», fue la respuesta. La Hna. Abbey expresó gran gozo al vernos y
nos dio una calurosa bienvenida, tanto ella como su familia. Cuando el Hno.
Bates fue introducido ella dijo: «¿Será éste el Hno. Bates que escribió aquel
libro tan directo sobre el sábado? ¿Y viene a vernos? Yo soy indigna de que
entréis debajo de mi tejado. Pero el Señor os ha enviado a nosotros; pues
tenemos hambre de la verdad».
Se mandó a un niño al campo para comunicar al Hno. Abbey que habían
llegado cuatro observadores del sábado. El no manifestó apuro, sin
embargo, por conocernos; porque anteriormente había sido engañado por
algunos que lo visitaban a menudo. Estos, profesando ser siervos de Dios,
habían esparcido el error entre la pequeña grey que estaba tratando de
mantenerse fiel a la verdad. El Hno. y la Hna. Abbey habían luchado contra
ellos por tanto tiempo, que tenían miedo de volver a tener relación con ellos.
El Hno. Abbey tenía miedo de que fuéramos de la misma clase. Cuando él
vino a la casa nos recibió fríamente, y entonces comenzó haciendo unas
pocas preguntas sencillas y directas con respecto a si guardábamos el 126
sábado y si creíamos que los mensajes pasados eran de Dios. Cuando tuvo
evidencias de que veníamos con la verdad, gozosamente nos dio la
bienvenida.
Nuestras reuniones en este lugar resultaron una alegría para los pocos que
amaban la verdad. Nos regocijamos de que el Señor en su providencia nos
había guiado de esta manera. Gozamos de la presencia de Dios juntos, y
fuimos consolados al encontrar a unos pocos que habían permanecido firmes
a través de todo el tiempo del esparcimiento, manteniéndose unidos a los
mensajes de verdad en medio de las tinieblas que lo espiritualizaban todo y
manifestaban fanatismo. Esta querida familia nos ayudó en nuestro camino
de una manera piadosa. 127 - Una Visión del Sellamiento*(5)
AL PRINCIPIAR el santo sábado el 5 de enero de 1849, nos pusimos en
oración con la familia del Hno. Belden en Rocky Hill, Connecticut, y el
Espíritu Santo descendió sobre nosotros. Fui arrebatada en visión al lugar
santísimo, en donde vi a Jesús intercediendo todavía por Israel. En la parte
inferior de su ropaje llevaba una campanilla y una granada. Entonces vi que
Jesús no dejaría el lugar santísimo hasta que cada caso estuviese decidido,
ya para salvación, ya para destrucción, y que la ira de Dios no podía
manifestarse mientras Jesús no hubiese concluido su obra en el lugar
santísimo y se hubiese quitado sus vestiduras sacerdotales, para revestirse
de ropaje de venganza. Entonces 128 Jesús abandonará el lugar que ocupa
entre el Padre y los hombres, y Dios ya no callará, sino que derramará su ira
sobre los que rechazaron su verdad. Vi que la cólera de las naciones, la ira
de Dios, y el tiempo de juzgar a los muertos, eran cosas separadas y distintas
que se seguían unas a otras. También vi que Miguel no se había levantado
aún, y que el tiempo de angustia cual no lo hubo nunca no había comenzado
todavía. Las naciones se están airando ahora, pero cuando nuestro Sumo
Sacerdote termine su obra en el santuario, se levantará, se pondrá las
vestiduras de venganza y entonces se derramarán las siete postreras plagas.
Vi que los cuatro ángeles iban a retener los vientos hasta que estuviese
hecha la obra de Jesús en el santuario, y que entonces caerían las siete
postreras plagas. Estas plagas enfurecieron a los malvados contra los justos;
ellos pensaron que habíamos atraído sobre ellos los juicios de Dios, y que si
podían raernos de la tierra,129 las plagas se detendrían. Se promulgó un
decreto para matar a los santos, lo cual hizo que éstos clamaran día y noche
por su libramiento. Este fue el tiempo de la angustia de Jacob. Entonces
todos los santos clamaron con angustia de ánimo, y fueron libertados por la
voz de Dios. Los ciento cuarenta y cuatro mil triunfaron. Sus rostros
quedaron iluminados por la gloria de Dios.
Entonces se me mostró una hueste que aullaba de agonía. Sobre sus
vestiduras estaba escrito en grandes caracteres: «Pesado has sido en
balanza, y fuiste hallado falto». Pregunté quiénes formaban esta hueste. El
ángel dijo: «Estos son los que una vez guardaron el sábado, y lo
abandonaron». Los oí clamar en alta voz: «Creímos en tu venida, y la
proclamamos con energía». Y mientras hablaban, sus miradas caían sobre
sus vestiduras y veían lo escrito, y entonces prorrumpían en llanto. Vi que
habían bebido de las aguas profundas, y hollado el residuo con los pieshabían
pisoteado el sábado- y que por esto habían sido pesados en balanza
y hallados faltos.
Entonces el ángel que me acompañaba me indicó de nuevo la ciudad, donde
vi a cuatro ángeles que volaban hacia la puerta. Estaban justamente
presentando al ángel de la puerta la tarjeta de oro. En ese momento vi a otro
ángel que, volando raudamente, venía de la dirección de la más excelsa
gloria, y gritaba en alta voz a los demás ángeles mientras algo tremolaba en
su mano. Le pregunté a mi guía qué significaba aquello, y me respondió que
por entonces yo no podía ver más, pero que muy pronto me explicaría el
significado de todas aquellas cosas que veía.
El sábado por la tarde enfermó uno de nuestros miembros, y pidió que
oráramos por su salud. Todos nos unimos en súplica al Médico que no yerra
en caso alguno, y mientras el poder curativo bajaba a sanar al 130 enfermo,
el Espíritu descendió sobre mí y fui arrebatada en visión.
Vi a cuatro ángeles que habían de hacer una labor en la tierra y andaban en
vías de realizarla. Jesús estaba revestido de sus vestiduras sacerdotales.
Miró compasivamente al pueblo remanente, y alzando las manos exclamó
con voz de profunda piedad: «¡Mi sangre, Padre; mi sangre, mi sangre, mi
sangre!» Entonces vi que Dios, sentado en el gran trono blanco, emitía una
luz en extremo refulgente que derramaba sus rayos sobre Jesús. Después vi
a un ángel comisionado por Jesús para ir rápidamente a los cuatro ángeles
que tenían determinada labor que cumplir en la tierra, y agitando algo en su
mano, clamó en alta voz: » ¡Deteneos! ¡Deteneos! hasta que los siervos de
Dios estén sellados en la frente».
Le pregunté a mi ángel acompañante el significado de lo que oía, y qué iban
a hacer los cuatro ángeles. Me respondió que Dios era quien refrenaba todas
las potestades, y que ponía sus ángeles a cargo de lo que ocurría en la tierra;
que los cuatro ángeles tenían poder de Dios para retener los cuatro vientos, y
que estaban ya a punto de soltarlos; pero que mientras estaban aflojando las
manos, y cuando los cuatro vientos estaban por soplar, los misericordiosos
ojos de Jesús vieron al pueblo remanente todavía sin sellar, y alzando las
manos hacia su Padre intercedió ante él, recordándole que había derramado
su sangre por ellos. En consecuencia se le mandó a otro ángel que fuera
velozmente a decir a los cuatro ángeles que retuvieran los vientos hasta que
los siervos de Dios fuesen sellados en la frente con el sello del Dios vivo. 131 - Providencias Alentadoras
NUEVAMENTE el bien de las almas requirió de mi parte abnegación
personal. Hubimos de sacrificar la compañía de nuestro pequeñuelo Enrique,
y continuar la obra mediante una entrega incondicional. Mi salud estaba
quebrantada, y el llevarme al niño hubiera exigido gran parte de mi tiempo
para cuidarlo. Esto era una prueba muy dura, pero no me atrevía a permitir
que mi hijo fuera una dificultad en el camino del deber. Yo creía que el Señor
nos lo había conservado cuando estuvo muy enfermo, y que, si yo consentía
en que el niño me impidiese cumplir con mi deber, Dios me lo quitaría. Sola
ante el Señor, con el corazón contristado y desecha en lágrimas, hice el
sacrificio, y entregué al cuidado ajeno a mi único hijo.
Dejamos a Enrique con la familia del Hno. Howland, en quien teníamos
absoluta confianza. Gustosos aceptaron la carga a fin de que nosotros
quedáramos en la mayor libertad posible para trabajar por la causa de Dios.
Comprendíamos que la familia Howland podría cuidar de Enrique mucho
mejor que si nosotros nos lo llevásemos en nuestros viajes. Sabíamos que le
sería beneficioso permanecer en un hogar estable y sujeto a firme disciplina,
para que no sufriese menoscabo su apacible temperamento.
Me fue penoso separarme de mi hijo. Día y noche se me representaba la
tristeza de su carita cuando lo 132 dejé; pero con la fortaleza del Señor logré
apartar aquel recuerdo de mi mente y procuré beneficiar al prójimo.
Durante cinco años estuvo Enrique al entero cuidado de la familia del Hno.
Howland. Cuidaron de él sin recompensa alguna, proveyéndole también de
ropas, excepto las que yo le regalaba una vez al año, como Ana hizo con
Samuel.
Curación de Gilberto Collins
Una mañana de febrero de 1849, mientras la familia del Hno. Howland estaba
en oración, se me mostró que debíamos ir a Darmouth, Massachusetts.
Poco después, mi esposo fue a la oficina de correos y trajo una carta del
Hno. Felipe Collins, quien nos instaba a ir a Darmouth, porque su hijo estaba
muy enfermo. Fuimos inmediatamente y encontramos que el muchacho, de
trece años de edad, había estado nueve semanas con tos convulsa y se
había quedado como esqueleto. Los padres lo creían atacado de
tuberculosis y se desconsolaban muchísimo al pensar que podían perder a su
único hijo.
Nos unimos en oración por el muchacho, rogando fervorosamente al Señor
que le conservase la vida. Creíamos que sanaría, aunque todas las
apariencias eran que no podría mejorar. Mi marido lo levantó en brazos, y lo
paseó por el aposento exclamando: «¡No morirás, sino que vivirás!» Creíamos
que Dios sería glorificado por su curación.
Salimos de Darmouth, de donde estuvimos ausentes ocho días. Al volver,
vino a recibirnos el pequeño Gilberto, que había ganado cerca de dos kilos de
peso. Encontramos a los padres muy regocijados en Dios por aquella
manifestación del favor divino. 133
Curación de la Hna. Temple
Cuando recibimos la invitación de visitar a la Hna. Hastings, de Nueva
Ipswich, Nueva Hampshire, quien estaba afligidísima, hicimos de este asunto
un motivo de oración, y tuvimos la prueba de que el Señor iría con nosotros.
En el viaje nos detuvimos en Dorchester, con la familia del Hno. Otis Nichol,
quien nos informó de la aflicción de la Hna. Temple, de Boston. Ella tenía en
el brazo una llaga que le causaba viva ansiedad, pues se había extendido por
el repliegue del codo, ocasionándole mucha angustia, sin que de nada
valieran los remedios humanos a que había acudido. El último esfuerzo
había hecho pasar la enfermedad a los pulmones, y la asaltaba el temor de
que a menos que obtuviese remedio inmediato, la enfermedad degenerase
en tuberculosis.
La Hna. Temple había solicitado que nos dijeran que fuéramos a orar por
ella. Fuimos temblorosos, pues en vano habíamos impetrado la seguridad de
que Dios obraría en su beneficio. Entramos en el aposento de la enferma
confiando tan sólo en las visibles promesas de Dios. La Hna. Temple tenía
el brazo en tal estado que no pudimos tocárselo y hubimos de verter aceite
sobre él. Después nos unimos en oración y reclamamos el cumplimiento de
las promesas de Dios. Durante la oración, cesaron los dolores del brazo, y
dejamos a la Hna. Temple muy alegre en el Señor. A nuestra vuelta, ocho
días más tarde, la encontramos en buena salud y entregada al duro trabajo
de lavar en la artesa.
La familia de Leonardo Hastings
Hallamos a la familia del Hno. Leonardo Hastings profundamente afligida. Su
esposa salió a recibirnos 134 con lágrimas y exclamó: «El Señor os envía en
un momento de grandísima necesidad». Tenía un pequeñuelo de ocho
semanas que, cuando despierto, lloraba sin cesar; y esto extenuaba las
fuerzas de la madre pues, además, ella era de precaria salud.
Oramos fervientemente a Dios por la madre, siguiendo las instrucciones del
apóstol Santiago, y tuvimos la seguridad de que nuestras oraciones eran
oídas. Jesús estaba en medio de nosotros para quebrantar el poder de
Satanás y librar al cautivo. Pero también teníamos la seguridad de que la
madre no recobraría muchas fuerzas hasta que cesaran los llantos de la
criatura. Ungimos al niño con aceite y oramos por él, creyendo que el Señor
concedería paz y sosiego a la madre y al niño. Así sucedió. Cesaron los
llantos del niño y los dejamos a los dos con buena salud.
Nuestra entrevista con esta querida familia fue muy preciosa. Nuestros
corazones quedaron unidos y especialmente el de la Hna. Hastings con el
mío como el de David con el de Jonatán. Esta unión no se perturbó en toda
la vida.
Mudanza a Connecticut en 1849(6) En junio de 1849, la Hna. Clarisa M. Bonfoey propuso vivir con nosotros. Sus padres acababan de morir, y una división de los muebles de la casa le había dado 135 todo lo necesario para empezar un nuevo hogar de un pequeña familia. Ella gozosamente nos permitió el uso de estas cosas, y realizó las tareas de nuestra casa. Ocupamos una parte de la casa del Hno. Belden en Rocky Hill. La Hna. Bonfoey era una preciosa hija de Dios. Tenía una disposición alegre y feliz; nunca estaba triste, y sin embargo no era vana ni frívola. Aguas vivas: un sueño(7)
Mi esposo asistió a ciertas reuniones en Nueva Hampshire y Maine. Durante
su ausencia estaba yo muy conturbada por temor de que se contagiase de
cólera, a la sazón en pleno auge. Pero una noche soñé que mientras a
nuestro alrededor morían muchos de cólera, mi marido propuso que
fuéramos a dar un paseo. Durante el paseo observé que él tenía los ojos
inyectados de sangre, el rostro encendido y los labios pálidos. Le manifesté
mis temores de que fuese fácil presa del cólera, y él me dijo: «Andemos un
poco más, y te enseñaré un seguro remedio para el cólera».
Anduvimos algo más, hasta llegar a un puente tendido sobre un río, y de
pronto mi esposo se arrojó a las aguas y desapareció de mi vista. Quedé
asustada; pero no tardó en resurgir con un vaso de agua centellante que
tenía en la mano. La bebió, diciendo: «Esta agua 136 cura todas las
enfermedades». Se sumergió de nuevo en el río y sacó otro vaso del agua
límpida, que alzó repitiendo las mismas palabras.
Me entristecí porque no me había ofrecido de aquella agua, y él me dijo:
«En el fondo de este río hay un manantial secreto que cura toda clase de
enfermedades, y quien quiera beber de sus aguas debe sumergirse en
persona. Nadie puede obtenerla por mano ajena. Cada uno debe
sumergirse en el agua para obtener el beneficio».
Según bebía mi esposo el vaso de agua, yo le miraba el semblante. Su
complexión era natural y gallarda. Denotaba salud y vigor. Al despertarme,
se habían disipado todos mis temores, y confié a mi esposo al cuidado de un
Dios misericordioso, creyendo firmemente que me lo devolvería sano y salvo.
137 - Principios de la Obra de Publicaciones
EN UNA asamblea celebrada en Dorchester, Massachusetts, en noviembre
de 1848, se me mostró la proclamación del mensaje del sellamiento y el
deber en que estaban los hermanos de difundir la luz que alumbraba nuestro
sendero.
Después de la visión le dije a mi esposo: «Tengo un mensaje para ti. Debes
imprimir un pequeño periódico y repartirlo entre la gente. Aunque al principio
será pequeño, cuando la gente lo lea te enviará recursos para imprimirlo y
tendrá éxito desde el principio. Se me ha mostrado que de este modesto
comienzo brotarán raudales de luz que han de circuir el globo».
Mientras estábamos en Connecticut, en el verano de 1849, mi esposo sintió
el profundo convencimiento de que le había llegado la hora de escribir y
publicar la verdad presente. Recibió mucho aliento y bendición al resolverse
a ello. Pero cayó de nuevo en duda y perplejidad al considerar que no tenía
dinero. Quienes contaban con recursos preferían guardárselos. Por fin,
desalentado, renunció a la empresa y decidió ir en busca de un campo de
heno para comprometerse a guadañarlo.
Al marchar mi esposo de casa, sentí que me sobrecogía un gran peso, y
quedé desvanecida. Oraron por 138 mí y Dios me bendijo, arrebatándome
en visión. Vi que el Señor había bendecido y dado fuerzas a mi esposo para
trabajar en el campo un año antes; que había empleado provechosamente
los recursos obtenidos de su trabajo); que recibiría el ciento por uno en esta
vida, y, sí era Fiel, una copiosa recompensa en el reino de Dios; pero que el
Señor no quería ahora darle fuerzas para trabajar en el campo, porque lo
tenía destinado a otra labor, y que si se aventuraba a ir a cortar heno, habría
de dejarlo porque caería enfermo, pues debía escribir, escribir y avanzar por
fe. Inmediatamente se puso a escribir, y cuando llegaba a un pasaje difícil,
nos uníamos en oración a Dios a fin de comprender el verdadero significado
de su Palabra.
«La verdad presente»
Un día de julio, mi esposo trajo a casa desde Middletown mil ejemplares del
primer número de su periódico. Mientras se componía el original, había
recorrido varias veces a pie, ida y vuelta, la distancia trece kilómetros que nos
separaba de Middletown pero aquel día le pidió prestado al Hno. Belden un
carro con su caballo para llevar a casa los ejemplares del periódico.
Traídas a la casa las valiosas hojas impresas, las pusimos en el suelo, y
luego se reunió alrededor un pequeño grupo de personas interesadas. Nos
arrodillamos junto a los periódicos, y, con humilde corazón y muchas
lágrimas, suplicamos al Señor que otorgase su bendición a aquellos impresos
mensajeros de la verdad.
Después que doblamos los periódicos, mi esposo los envolvió en fajas
dirigidas a cuantas personas él pensaba que los leerían, puso el conjunto en
un maletín, y los llevo a pie al correo de Middletown. 139
Durante los meses de julio, agosto y septiembre se imprimieron en
Middletown cuatro números del periódico, de ocho páginas cada uno.(8) Antes de mandar los ejemplares al correo, los extendíamos siempre ante el Señor y ofrecíamos a Dios fervorosas oraciones mezcladas con lágrimas para que él derramase sus bendiciones sobre los silenciosos mensajeros. Poco después de publicar el primer número, recibimos cartas con recursos destinados a continuar publicando el periódico, y también recibimos las buenas noticias de que muchas almas abrazaban la verdad. El comienzo de esta obra de publicaciones no nos estorbó en nuestra tarea de predicar la verdad, sino que íbamos de población en población, proclamando las doctrinas que tanta luz y gozo nos habían dado, alentando a los creyentes, corrigiendo errores y poniendo en orden las cosas de la iglesia. A fin de llevar adelante la empresa de publicaciones y al propio tiempo proseguir nuestra labor en diferentes partes del campo, el periódico se trasladaba de cuando en cuando a distintas poblaciones. Visita a Maine El 28 de julio de 1849 nació mi segundo hijo, Jaime Edson White. Cuando contaba seis semanas fuimos al estado de Maine, y el 14 de septiembre asistimos a una reunión en Paris. Estaban presentes los Hnos. Bates, Chamberlain, Ralph y otros hermanos y hermanas de Topsham. El poder de Dios descendió a la manera del día del Pentecostés, y cinco o seis de los que por el engaño se habían extraviado en el error y el fanatismo cayeron postrados en el suelo. Los padres confesaron sus faltas a sus hijos, los hijos a sus padres y unos a otros. El Hno. 140 J. N. Andrews exclamó con profundo sentimiento: «Yo cambiaría mil errores por una verdad». Raras veces habíamos presenciado una escena tal de confesión y de súplica a Dios en demanda de perdón. Aquella reunión fue para los hijos de Dios residentes en Paris el comienzo de mejores días y como un oasis en el desierto. El Señor colocaba al Hno. Andrews en condiciones de ser útil en el porvenir, y le daba una experiencia que había de valerle mucho en sus tareas futuras. Avanzando por fe En una reunión celebrada en Topsham, algunos de los hermanos allí presentes manifestaron su deseo de que volviéramos a visitar el Estado de Nueva York; pero mi salud quebrantada oprimía tanto mi ánimo, que les respondí que no me aventuraría a emprender el viaje a menos que el Señor me diese fuerzas para cumplir la tarea. Oraron por mí, y se disiparon las nubes, si bien no cobré las fuerzas que tanto deseaba. Sin embargo resolví avanzar por fe y aferrarme a la promesa: «Bástate mi gracia». Durante el viaje a Nueva York nuestra fe fue puesta a prueba, pero obtuvimos la victoria. Mi fortaleza creció, y me regocijé en Dios. Muchos habían abrazado la verdad desde nuestra primera visita, pero aún quedaba mucho que hacer por ellos, siendo necesaria toda nuestra energía para la obra según se iba abriendo ante nosotros. Residencia en Oswego En los meses de octubre y noviembre de 1849, mientras viajábamos, había quedado en suspenso la publicación del periódico, aunque mi esposo todavía sentía el deber de redactarlo y publicarlo. Alquilamos 141 una casa en Oswego, Nueva York, con muebles que nuestros hermanos nos habían prestado, y nos instalamos en ella. Allí mi esposo escribía, publicaba y predicaba(9)
Fue necesario que él mantuviera puesta la armadura en todo momento,
porque a menudo tenía que contender con profesos adventistas que
defendían el error. Algunos fijaban cierta fecha definida para la venida de
Cristo. Nosotros aseveramos que ese tiempo pasaría sin que nada ocurriera.
Entonces trataban de crear prejuicios de parte de todos contra nosotros y
contra lo que enseñábamos. Se me mostró que aquellos que estaban
honradamente engañados algún día verían el engaño en que habían caído y
serían inducidos a escudriñar la verdad. 142 - Visitando a la Grey Esparcida
MIENTRAS estábamos en Oswego, Nueva York, a principios del año 1850, se nos invitó a
Camden, Nueva York, población situada a unos sesenta y cuatro kilómetros más al este.
Antes de emprender el viaje, se me mostró la pequeña compañía de creyentes que allí había,
y entre ellos vi a una mujer que aparentaba hipócritamente mucha piedad y engañaba al
pueblo de Dios.
En Camden, Nueva York
El sábado por la mañana se reunieron unos cuantos para el culto, pero la engañosa mujer no
estaba presente. Le pregunté a una hermana si todos los creyentes estaban presentes y me
respondió que sí. La mujer a quien yo había visto en visión vivía a siete kilómetros del lugar y
la hermana no pensó en ella. Poco después llegó, e inmediatamente reconocí en ella a la
mujer cuyo verdadero carácter el Señor me había mostrado.
Durante la reunión la mujer habló largo rato, diciendo que tenía perfecto amor
y gozaba santidad de corazón, que no tenía pruebas ni tentaciones, sino que
disfrutaba de perfecta paz y se sometía a la voluntad de Dios.
Al salir de la reunión volví a casa del Hno. Preston muy entristecida. Aquella
noche soñé que un gabinete 143 secreto, lleno de basura se abría ante mis
ojos, y se me dijo que yo debía limpiarlo. A la luz de una lámpara quité la
basura, y a quienes estaban conmigo les dije que el gabinete había de
llenarse con objetos valiosos.
El domingo por la mañana nos reunimos con los hermanos, y mi esposo se
levantó a predicar sobre la parábola de las diez vírgenes. El no tenía
facilidad de palabra y propuso que orásemos un rato. Nos inclinamos ante el
Señor y nos pusimos a orar fervorosamente. La nube negra se desvaneció y
fui arrebatada en visión, y otra vez se me mostró el caso de aquella mujer.
La veía en completas tinieblas. Jesús los miraba ceñudamente a ella y a su
esposo. Aquel temible ceño me hizo temblar. Vi que la mujer obraba
hipócritamente, pues fingía santidad mientras que su corazón estaba del todo
corrompido.
Al salir de la visión, relaté temblorosa pero fielmente lo que había visto. La
mujer dijo sin turbarse: «Me alegro de que el Señor conoce mi corazón y sabe
que lo amo. Si vosotros pudierais escudriñar mi corazón, veríais que es puro
y limpio».
Algunos de los presentes vacilaban en su ánimo. No sabían si creer lo que el
Señor me había mostrado, o si dejar que las apariencias prevaleciesen sobre
el testimonio que yo había dado.
Poco después de esto, la mujer se sintió sobrecogida de un miedo terrible.
Llena de horror, empezó a confesar. Fue de casa en casa entre sus
incrédulos vecinos confesando que el hombre con quien vivía desde hacía
muchos años no era su marido, y que ella había huido de Inglaterra
abandonando a un esposo amable y a un hijo. Confesó muchas otras
maldades. Su arrepentimiento parecía sincero y en varias ocasiones
restituyó lo que había tomado injustamente.
Esta experiencia tuvo por efecto que nuestros 144 hermanos de Camden y
sus vecinos creyeran firmemente que Dios me había revelado cuanto dije, y
que por amor y misericordia se les había dado el mensaje para salvarlos de
la decepción y de un error nocivo.
En Vermont
En la primavera de 1850 resolvimos visitar a Vermont y Maine. Dejé a mi
pequeño Edson, a la sazón de nueve meses de edad, al cuidado de la Hna.
Bonfoey, mientras continuamos nuestro viaje para cumplir la voluntad de
Dios. Trabajamos duramente, sufriendo muchas privaciones, para lograr muy
poco. Hallamos a los hermanos y hermanas en confusa dispersión. Casi
cada uno estaba afectado por algún error, y todos se mostraban celosos por
sus opiniones personales. A menudo sufríamos intensa angustia de ánimo al
ver cuán pocos eran los que estaban dispuestos a escuchar la verdad bíblica,
mientras que se encariñaban ardientemente con el error y el fanatismo.
Tuvimos que hacer un molesto viaje de sesenta y cinco kilómetros en
diligencia hasta Sutton, lugar de nuestra cita.
Sobreponiéndonos al desaliento
La primera noche después de llegar al lugar de la reunión, el desaliento
sobrecogió mi ánimo. Traté de vencerlo, pero me parecía imposible dominar
mis pensamientos. Me apesadumbraba el recuerdo de mis pequeñuelos.
Habíamos tenido que dejar en el Estado de Maine a uno de dos años y ocho
meses, y a otro, en el Estado de Nueva York, de nueve meses de edad.
Acabábamos de efectuar con gran fatiga un viaje molesto, y yo pensaba en
las madres que en sus tranquilos hogares disfrutaban de la compañía de sus
hijos. Recordaba nuestra vida pasada y me acudían a la mente las frases de
una hermana que algunos días antes me había dicho 145 que debía ser muy
agradable viajar por el país sin ninguna preocupación. Esa era la clase de
vida que a ella le gustaría llevar. En ese momento preciso, mi corazón se
sentía anheloso por mis hijos, especialmente por el pequeñuelo de Nueva
York, y acababa de salir de mi dormitorio, donde había estado batallando con
mis sentimientos, y, anegada en lágrimas, había buscado al Señor en
demanda de fuerzas para acallar toda queja, de modo que alegremente
pudiese negarme a mí misma por causa de Jesús.
En este estado de ánimo me quedé dormida, y soñé que un ángel alto se
ponía a mi lado y me preguntaba por qué estaba triste. Le referí los
pensamientos que me habían conturbado, y dije: «¡Puedo hacer tan poco
bien! ¿Por qué no podemos estar con nuestros pequeñuelos y disfrutar de su
compañía?» El ángel respondió: «Has dado al Señor dos hermosas flores
cuya fragancia le es tan grata como suave incienso, y más valiosa a sus ojos
que el oro y la plata, porque es ofrenda de corazón. Este sacrificio conmueve
todas las fibras del corazón como ningún otro. No debes mirar las presentes
apariencias, sino atender únicamente a tu deber, para la sola gloria de Dios, y
según sus manifiestas providencias. De este modo el sendero se iluminará
ante tus pasos. Toda abnegación, todo sacrificio se anota fielmente y tendrá
su recompensa».
En el este del Canadá
La bendición del Señor acompañó nuestra conferencia de Sutton, y una vez
terminada la reunión, proseguimos nuestro viaje hacia el oriente de Canadá.
La garganta me molestaba mucho, y no podía hablar en voz alta ni aun
cuchichear sin sufrimiento. Durante el viaje oramos suplicando fortaleza para
soportar las fatigas del camino.146
Así continuamos hasta llegar a Melbourne, donde esperábamos encontrar
oposición. Muchos de los que decían creer en el próximo advenimiento de
nuestro Salvador combatían la ley de Dios. Sentíamos la necesidad de que
Dios nos fortaleciese, y orábamos para que el Señor se manifestara en
nosotros. Mi más fervorosa oración era que se me curase la garganta y se
me devolviera la voz. Tuve la prueba de que la mano del Señor me tocó,
porque al punto desapareció el malestar y se me aclaró la voz. La lámpara
del Señor brilló sobre nosotros durante la reunión y gozamos de gran libertad.
Los hijos de Dios quedaron grandemente fortalecidos y alentados.
Reunión en Johnson, Vermont
Pronto volvimos a Vermont y celebramos una notable reunión en Johnson.
Durante el viaje nos detuvimos varios días en casa del Hno. E. P. Butler.
Supimos que él y otros hermanos del norte de Vermont habían sufrido grave
perplejidad y pruebas a causa de las falsas enseñanzas y el áspero
fanatismo de un grupo de personas que pretendían estar completamente
santificadas y, bajo la capa de santidad, llevaban un género de vida que
deshonraba el nombre de cristiano.
Los dos cabecillas del fanatismo eran en conducta y carácter muy
semejantes a los que cuatro años antes habíamos encontrado en Claremont,
Nueva Hampshire. Enseñaban la doctrina de la extrema santificación,
pretendiendo que no podían pecar y que estaban listos para la traslación.
Practicaban el mesmerismo y aseguraban que recibían iluminación divina
mientras estaban en una especie de trance.
No tenían trabajo regular, sino que en compañía de dos mujeres que no eran
sus esposas, iban de pueblo en pueblo, abusando de la hospitalidad de las
gentes. Por 147 medio de su sutil influencia mesmérica, se habían
conquistado muchas simpatías entre los hijos mayores nuestros hermanos.
El Hno. Butler era un hombre de rígida integridad. Se opuso resueltamente a
la maligna influencia aquellas fanáticas teorías, y era muy activo en su
oposición a las falsas enseñanzas y arrogantes pretensiones de aquellos
hombres. Además nos declaró explícitamente que no creía en visiones de
ninguna clase.
Aunque de mala gana, el Hno. Butler consintió asistir a la reunión que
celebraríamos en Johnson. Los dos caudillos del fanatismo que tanto habían
engañado y oprimido a los hijos de Dios, llegaron a la reunión en compañía
de las dos mujeres que iban ataviadas con vestidos de hilo blanco, con la
negra cabellera caída suelta sobre los hombros. Los trajes de hilo blanco
querían representar la justicia de los santos.
Yo tenía un mensaje de reprobación para ellos, y mientras yo hablaba, uno
de esos dos hombres, el que estaba más adelante, mantuvo fija la vista en
mí, como habían hecho otros mesmerizadores. Pero yo no temía su
mesmérica influencia. El cielo me daba fuerzas para sobreponerme a su
poder satánico. Los hijos de Dios que habían estado en esclavitud
empezaban a respirar libremente y a regocijarse en el Señor.
Según proseguía la reunión, estos fanáticos trataban de levantarse para
hablar, pero no encontraban ocasión para ello. Se les dio a conocer que su
presencia allí no era grata, y sin embargo quisieron quedarse. Entonces el
Hno. Samuel Rhodes, agarrando por detrás la silla en que estaba sentada
una de las dos mujeres, la sacó del local, arrastrándola a través de la galería
hasta el césped. Después hizo lo propio con la otra mujer. Los dos hombres
abandonaron el local, pero intentaron volver. 148
Al concluir la reunión, mientras estábamos orando, uno de los hombres se
acercó a la puerta y comenzó a hablar. Le cerraron la puerta sin dejarle
entrar; pero él la abrió de nuevo y se puso a hablar otra vez. Entonces
descendió el poder de Dios sobre mi esposo, quien, levantándose, extendió
pálido las manos ante aquel hombre mientras exclamaba: «El Señor no
necesita aquí tu testimonio. El Señor no quiere que vengáis a distraer y
molestar aquí a su pueblo».
El poder de Dios llenó el local. El hombre aquel, aterrado y confundido
retrocedió a través del vestíbulo hacia otro aposento, dando traspiés y
tropezando contra la pared, hasta que, recobrando el equilibrio, encontró la
puerta y salió de la casa. La presencia del Señor, tan penosa para los
fanáticos pecadores, impresionó con reverente solemnidad a los
circunstantes. Pero cuando se marcharon los hijos de las tinieblas, la dulce
paz del Señor descansó sobre nuestra compañía. Después de aquella
reunión, los falsos y ruines que pretendían perfecta santidad no fueron
capaces de recobrar su influencia sobre nuestros hermanos.
Las experiencias de esta reunión nos conquistaron la confianza y el
compañerismo del Hno. Butler.
Regreso a Nueva York
Después de cinco semanas regresamos a Nueva York. En North Brookfield
nos encontramos con la Hna. Bonfoey y el pequeño Edson. El niño estaba
muy débil. Había ocurrido un gran cambio en él. Era muy difícil librarlo de
los pensamientos de murmuración. Pero sabíamos que nuestra única ayuda
estaba en Dios, de manera que oramos por el niño, y sus síntomas
mejoraron, y viajamos con él hasta Oswego para asistir a una conferencia
que se realizaba allí. 149 - De Nuevo a la Obra de Publicaciones
DE OSWEGO fuimos a Centerport, Nueva York, en compañía de los esposos Edson, y nos
hospedamos en la casa del Hno. Harris, donde publicamos una revista mensual titulada: The
Advent Review.*(10)
Esfuerzos de Satanás para obstaculizar nuestro trabajo
Mi hijo empeoró, y tres veces por día teníamos oración por él. A veces él
resultaba bendecido, y el progreso de la enfermedad se detenía; luego
nuestra fe era severamente probada cuando sus síntomas se hacían
alarmantes.
Yo me encontraba grandemente deprimida. Preguntas similares a éstas me
atribulaban: ¿Por qué no estuvo Dios dispuesto a escuchar nuestras
oraciones y a devolver la salud del niño? Satanás, siempre dispuesto a
molestar con sus tentaciones, sugería que era porque 150 nosotros no
llevábamos una vida recta. Yo no podía pensar en ninguna cosa en particular
en que hubiera agraviado al Señor, y sin embargo un peso agobiante parecía
oprimir mi espíritu, llevándome a la desesperación. Dudaba de mi aceptación
por parte de Dios, y no podía orar. No tenía valor ni aun para elevar mis ojos
al cielo. Sufría intensa angustia mental, hasta que mi esposo buscó al Señor
en mi favor. El no cejó hasta que mi voz se unió con la de él en procura de
liberación. La bendición llegó, y yo comencé a tener esperanza. Mi fe
temblorosa se asió de las promesas de Dios.
Entonces Satanás actuó de otra manera. Mi esposo cayó gravemente
enfermo. Sus síntomas eran alarmantes. De a ratos temblaba y sufría un
dolor agonizante. Sus pies y sus miembros estaban fríos. Yo los frotaba
hasta que no me quedaban fuerzas. El Hno. Harris estaba a varias millas de
distancia en su trabajo. Las Hnas. Harris y Bonfoey y mi Hna. Sara eran las
únicas personas presentes; y yo apenas reunía valor suficiente para
atreverme a creer en las promesas de Dios. Si alguna vez sentí mi debilidad
fue entonces. Sabíamos que algo debía hacerse inmediatamente. Momento
tras momento el caso de mi esposo iba empeorando en forma crítica. Era,
claramente, un caso de cólera. El nos pidió que oráramos, y no nos
atrevimos a rehusar hacerlo. Con gran debilidad nos postramos ante el
Señor con un profundo sentimiento de mi indignidad, coloqué mis manos
sobre su cabeza y pedí al Señor que revelara su poder. Entonces sobrevino
un cambio inmediatamente. Regresó el color natural de su cara, y la luz del
cielo brilló en su semblante. Todos estábamos llenos de una gratitud
inefable. Nunca habíamos observado una respuesta más notable a la
oración. 151
Ese día debíamos salir rumbo a Port Byron para leer las pruebas del
periódico que se imprimía en Auburn. Nos parecía que Satanás estaba
tratando de obstaculizar la publicación de la verdad que estábamos
esforzándonos por colocar delante de la gente. Sentíamos que debíamos
andar por fe. Mi esposo dijo que iría a Port Byron en busca de las pruebas.
Lo ayudamos a enjaezar el caballo, y yo lo acompañé. El Señor lo fortaleció
en el camino. Recibió las pruebas, y una nota que decía que el periódico
estaría impreso al día siguiente, y que debíamos estar en Auburn para
recibirlo.
Esa noche fuimos despertados por los lamentos de nuestro pequeño Edson,
que dormía en la pieza que estaba encima de la nuestra. Era cerca de
medianoche. Nuestro hijito se aferraba a la Hna. Bonfoey, y entonces, con
ambas manos, luchaba contra el aire, y con terror gritaba: «¡No! ¡No!» Y se
acercaba más aún a nosotros. Sabíamos que éste era el esfuerzo de
Satanás para molestarnos, y nos arrodillamos en oración. Mi esposo
reprendió el mal espíritu en el nombre del Señor, y Edson se quedó
tranquilamente dormido en los brazos de la Hna. Bonfoey, y descansó bien
toda la noche.
Entonces mi esposo fue atacado de nuevo. Sentía mucho dolor. Me arrodillé
al lado de su cama y rogué al Señor que fortaleciera nuestra fe. Yo sabía
que Dios había obrado en su favor, y reprendí a la enfermedad; no podíamos
pedirle al Señor que hiciera lo que él ya había hecho. Pero oramos que el
Señor llevara adelante su obra. Repetimos estas palabras: «Tú has oído la
oración. Tú has obrado. Creemos sin ninguna duda. ¡Lleva adelante la obra
que tú has empezado!» Así suplicamos durante horas delante del Señor; y
mientras estábamos orando, mi esposo se quedó dormido, y 152 descansó
bien hasta la luz del día. Cuando se levantó estaba muy débil, pero no
queríamos fijarnos en las apariencias.
Triunfando por fe
Confiamos en la promesa de Dios, y determinamos andar por fe. Se nos
esperaba en Auburn ese día para recibir el primer número del periódico.
Creíamos que Satanás estaba tratando de obstaculizarnos, y mi esposo
decidió ir, confiando en el Señor. El Hno. Harris alistó el carruaje, y la Hna.
Bonfoey nos acompañó. Mi esposo tuvo que ser ayudado para subir al carro,
y sin embargo con cada kilómetro que recorríamos aumentaban sus fuerzas.
Manteníamos nuestra mente en Dios, y nuestra fe en constante ejercicio,
mientras recorríamos el camino, en forma pacífica y feliz.
Cuando recibimos la revista toda terminada, y viajamos de nuevo a
Centerport, estábamos seguros de que nos hallábamos en el camino del
deber. La bendición del Señor descansó sobre nosotros. Habíamos sido
grandemente abofeteados por Satanás, pero por medio de Cristo que nos
fortalecía habíamos salido victoriosos. Teníamos un gran atado de
periódicos con nosotros, que contenían la preciosa verdad para el pueblo de
Dios.
Nuestro niño se estaba recuperando, y a Satanás no se le permitió afligirnos
de nuevo. Trabajamos desde temprano hasta tarde, a veces sin tomarnos el
tiempo para sentarnos a la mesa para nuestras comidas. Con un periódico a
un lado, comíamos y trabajábamos al mismo tiempo. Al abusar de mis
fuerzas para doblar las grandes hojas de papel, me acarreé un fuerte dolor de
hombro, que por años no me abandonó.
Estábamos anticipando el viaje al este, y nuestro niño de nuevo estaba
repuesto para viajar. Tomamos 153 el barco para Utica, y allí nos
despedimos de la Hna. Bonfoey y de mi Hna. Sara y nuestro hijito, y
proseguimos nuestro viaje al este, mientras el Hno. Abbey los llevó de vuelta
consigo a casa. Teníamos que hacer algún sacrificio al separarnos de
aquellos a quienes nos unían tiernos lazos de afecto; especialmente nuestros
corazones estaban con Edson, cuya vida había estado en tanto peligro.
Viajamos entonces a Vermont y estuvimos en una conferencia en Sutton.
La «Review and Herald»
En noviembre de 1850 esta revista se publicó en Paris, Maine. Era de mayor
tamaño, y ostentaba el nuevo título que todavía lleva: Advent Review and
Sabbath Herald. Nos albergamos en casa del Hno. A. Queríamos vivir con
economía a fin de sostener el periódico. Los amigos de la causa eran pocos
y pobres en riquezas mundanas, por lo que aún hubimos de luchar contra la
pobreza y el mucho desaliento. Teníamos suma solicitud y a menudo nos
quedábamos hasta medianoche , y a veces hasta las dos o tres de la
madrugada corrigiendo pruebas de imprenta.
El excesivo trabajo, los cuidados, las ansiedades y la falta de adecuada y
nutritiva alimentación, aparte de la exposición al frío en nuestros largos viajes
de invierno, eran demasiado para mi esposo, quien se rindió a la fatiga.
Llegó a ser tanta su debilidad que apenas podía ir a la imprenta. Nuestra fe
fue probada hasta el extremo. Gustosos habíamos sufrido privaciones,
fatigas y penalidades, y sin embargo, se interpretaban erróneamente
nuestros motivos, y se nos miraba con desconfianza y celos. Pocos de
aquellos por cuyo bien habíamos sufrido parecían estimar nuestros
esfuerzos.
Estábamos demasiado afligidos para dormir o descansar. Las horas que
hubiéramos podido dedicar al 154 sueño para recuperarnos, las solíamos
emplear en responder a largas cartas dictadas por la envidia. Muchas horas
en que los demás dormían, las pasábamos nosotros en angustioso llanto,
lamentándonos ante el Señor. Al fin dijo mi esposo: «Mujer, es inútil que
intentemos luchar por más tiempo. Todas estas cosas me están
quebrantando, y pronto me han de llevar al sepulcro. No puedo ir más lejos.
He redactado una nota para el periódico diciendo que me es imposible
continuar publicándolo». En el momento en que mi esposo cruzaba la puerta
para llevar la nota a la imprenta, me desmayé. El volvió y oró por mí. Su
oración fue oída, y me repuse.
A la mañana siguiente, mientras orábamos en familia, fui arrebatada en visión
y se me instruyó respecto de estos asuntos. Vi que mi esposo no debía
desistir de la publicación del periódico, porque Satanás trataba de moverlo a
dar semejante paso y se valía de varios agentes para lograrlo. Se me mostró
que debíamos continuar publicándolo, pues el Señor nos sostendría.
No tardamos en recibir urgentes invitaciones para celebrar conferencias en
diferentes Estados, y resolvimos asistir a las reuniones generales de Boston,
Massachusetts; Rocky Hill, Connecticut, y Camden y West Milton, Nueva
York. Todas estas reuniones fueron de mucho trabajo pero sumamente
provechosas para nuestros diseminados hermanos.
Traslado a Saratoga Springs
Permanecimos en Ballston Spa algunas semanas, hasta instalarnos en
Saratoga Springs, con el objeto de proceder a la publicación del periódico.
Alquilamos una casa y pedimos a los esposos Stephen Belden y a la Hna.
Bonfoey que vinieran. Esta última estaba a la sazón en el Estado de Maine
cuidando al pequeño 155 Edson. Nos instalamos en la casa con enseres
prestados. Allí publicó mi esposo el segundo volumen de la Advent Review
and Sabbath Herald.
La Hna. Anita Smith, que ya duerme en Jesús, vino a vivir con nosotros y nos
ayudaba en nuestras tareas. Su ayuda era necesaria. Por entonces mi
esposo manifestó como sigue sus sentimientos en una carta escrita al Hno.
Stockbridge Howland, con fecha 20 de febrero de 1852: «Todos estamos
perfectamente, menos yo. No puedo resistir por más tiempo el doble trabajo
de viajar y dirigir el periódico. El miércoles pasado trabajamos por la noche
hasta las dos de la madrugada, plegando y envolviendo el N.º 12 de la
Review and Herald. Después estuve en la cama tosiendo hasta el amanecer.
Rogad por mí. La causa prospera gloriosamente. Quizá el Señor ya no
tendrá necesidad de mí y me dejará descansar en el sepulcro. Espero
quedar libre del periódico. Lo sostuve en circunstancias completamente
adversas, y ahora que tiene muchos amigos, lo dejaré voluntariamente con
tal que se encuentre quien lo dirija. Espero que se me abra el camino. Que
el Señor lo guíe todo». 156 - En Rochester, Nueva York
EN ABRIL de 1852 nos trasladamos a Rochester, Nueva York, en las
circunstancias más desalentadoras. A cada paso nos veíamos precisados a
seguir adelante por fe. Aún estábamos impedidos por la pobreza, y tuvimos
que practicar la más rígida economía y abnegación. Daré un breve extracto
de la carta escrita a la familia del Hno. Howland el 16 de abril de 1852:
«Acabamos de instalarnos en Rochester. Hemos alquilado una casa vieja por
ciento setenta y cinco dólares al año. Tenemos la prensa en casa, pues de
no ser así hubiéramos tenido que pagar cincuenta dólares al año por un local
para oficina. Si pudierais ver nuestro ajuar os sonreiríais. Hemos comprado
dos camas viejas por veinticinco centavos cada una. Mi esposo me trajo seis
sillas viejas, en las que no había dos iguales, que le costaron un dólar, y
después me regaló otras cuatro, también viejas, y sin asiento, por las que
había pagado sesenta y dos centavos. Pero la armazón era fuerte y con un
pedazo de dril remedié la falta de asiento. La mantequilla está tan cara que
no podemos comprarla, ni tampoco las papas. Usamos salsa en vez de
mantequilla y nabos en lugar de papas. Tomamos nuestras primeras
comidas en un bastidor de chimenea colocado sobre dos barriles vacíos de
harina. Nada nos importan las privaciones con tal que adelante la obra de
Dios. Creemos que la mano del Señor nos guió en llegar a esta población.
Hay un amplio campo de labor, pero pocos obreros. El sábado pasado
tuvimos 157 una excelente reunión. El Señor nos refrigeró con su presencia».
Muerte de Roberto Harmon
Poco después de que nuestra familia se estableció en Rochester, recibimos
una carta de mi madre en que nos informaba de la peligrosa enfermedad de
mi hermano Roberto, que vivía con mis padres en Gorham, Maine. Al recibir
esta noticia, mi Hna. Sara decidió ir inmediatamente a Gorham.
Según las apariencias, mi hermano podía vivir solamente unos pocos días;
sin embargo, en contra de la expectación de todos, vivió seis meses, pero
sufriendo mucho. Mi hermana lo cuidó fielmente hasta el fin. Tuvimos el
privilegio de visitarlo antes de su muerte. Fue una reunión emocionante. El
había cambiado mucho, y sin embargo sus gastadas facciones se hallaban
iluminadas de gozo. La brillante esperanza del futuro lo sostenía
constantemente. Tuvimos oraciones en su habitación, y Jesús parecía estar
muy cerca. Nos vimos obligados a separarnos de nuestro querido hermano,
no esperando que nos encontraríamos más con él de este lado de la
resurrección de los justos. Pronto mi hermano descansó en Jesús, con la
plena esperanza de tener una parte en la primera resurrección.
Avanzando
Seguimos llevando a cabo nuestra obra en Rochester entre perplejidades y
desalientos. El cólera atacó la ciudad, y durante la epidemia se oía toda la
noche, por las calles, el rodar de las carrozas fúnebres que conducían los
cadáveres al cementerio de Mount Hope. La epidemia no diezmaba
únicamente a los pobres, sino que hizo víctimas de todas las clases. Los
más hábiles médicos murieron y fueron llevados a Mount Hope. Al 158 pasar
nosotros por las calles de Rochester, encontrábamos casi en cada esquina
furgones con ataúdes de pino basto, que trasportaban los cadáveres.
Nuestro pequeñuelo Edson cayó enfermo, y lo llevamos al gran Médico. Lo
tomé e mis manos, y en el nombre de Jesús conjuré la enfermedad. En
seguida encontró alivio, y al comenzar una hermana a orar al Señor para que
lo curase, el pequeñuelo, que sólo tenía tres años, la miró asombrado,
diciendo: «No hay necesidad de que oréis por mí, porque el Señor me ha
sanado». Estaba muy débil, pero la enfermedad no siguió adelante. Sin
embargo, no cobraba fuerzas. Todavía iba a ponerse a prueba nuestra fe.
En tres días Edson no probó alimento.
Teníamos compromisos para dos meses, que abarcaban desde Rochester,
Nueva York, hasta Bangor, Maine; y este viaje lo liaríamos en nuestro
carruaje cubierto y con nuestro buen caballo Charlie, que nos fueron dados
por los hermanos de Vermont. Casi no nos atrevíamos a dejar al niño en un
estado tan crítico, pero decidimos ir, a menos que empeorara. Dentro de dos
días debíamos comenzar nuestro viaje para llegar a tiempo a nuestra primera
cita. Presentamos el caso delante del Señor, tomando como prueba, de que
si el niño tenía apetito para comer, nosotros nos aventuraríamos. El primer
día no hubo mejoría. El no podía tomar ningún alimento. Al día siguiente,
cerca de mediodía pidió caldo, y esto lo fortaleció.
Comenzamos nuestro viaje esa tarde. Cerca de las cuatro de la tarde tomé a
mi hijo enfermo sobre una almohada y viajamos 35 kilómetros. El parecía
estar muy nervioso esa noche. No podía dormir, y yo lo tuve en mis brazos
casi toda la noche.
A la mañana siguiente consultamos juntos si debíamos regresar a Rochester
o continuar el viaje. La 159 familia que nos había alojado nos dijo que si
proseguíamos, tendríamos que enterrar al niño en el camino, lo cual parecía
ser así. Pero no me atrevía a regresar a Rochester. Creíamos que la
aflicción del niño era obra de Satanás, para impedirnos viajar. Y no cedimos
ante él. Le dije a mi esposo: «Si regresamos puedo descontar que el niño
morirá. Si seguimos viajando, lo más que puede ocurrir es que muera.
Continuemos nuestro viaje, confiando en el Señor».
Teníamos delante de nosotros un viaje de 160 kilómetros para hacer en dos
días, pero creíamos que el Señor obraría en nuestro favor en ese tiempo de
extrema necesidad. Yo estaba muy agotada, y temía dormirme y que el niño
se me cayera de los brazos; de manera que lo apoyé en mi regazo, y lo até a
mi cintura, y ambos dormimos aquel día durante gran parte del viaje. El niño
revivió y continuó fortaleciéndose a través de toda la gira, y lo trajimos de
vuelta a casa bien robusto.
El Señor nos bendijo mucho en nuestro viaje a Vermont. Mi esposo tenía
mucha preocupación y trabajo. En las diferentes reuniones realizó la mayor
parte de las predicaciones, vendió libros y trabajó para extender la circulación
del periódico. Cuando terminaba una conferencia, nos apresurábamos a la
próxima. A mediodía alimentábamos el caballo al lado del camino, y
comíamos nuestra merienda. Entonces mi esposo, apoyando su papel de
escribir sobre la caja en la que teníamos el almuerzo o en la parte superior de
su sombrero, escribía artículos para la Review y el Instructor.
Conversión del capataz de la imprenta
Mientras estábamos ausentes de Rochester en esta gira al este, el capataz
de la imprenta fue atacado de cólera. Era un joven no convertido. La señora
de la 160 casa donde él se hospedaba murió de la misma enfermedad, y
también su hija. Entonces él cayó, y nadie se aventuraba a cuidar de él,
porque temían la enfermedad. Algunas personas de la imprenta lo cuidaron
hasta que la enfermedad pareció detenida, y entonces lo llevaron a nuestra
casa. Tuvo una recaída, y el médico que lo asistía se esforzó en sumo grado
para salvarle la vida, pero por fin le dijo al paciente que su caso era
desesperado, y que no podría sobrevivir esa noche. Los que se interesaban
en el joven no podían soportar la idea de verlo morir sin esperanza. Oraron
en torno a su cama mientras él pasaba por una gran agonía. El también oró
que el Señor tuviera misericordia de él, y perdonara sus pecados. Sin
embargo no obtuvo ningún alivio. Continuó teniendo calambres y agitación
en medio de una agitada agonía. Los hermanos continuaron orando toda la
noche para que el Señor le salvara la vida a fin de que se arrepintiera de sus
pecados y guardara los mandamientos de Dios. Al fin pareció consagrarse a
Dios, y le prometió al Señor que observaría el sábado y le serviría. Pronto se
alivió.
A la mañana siguiente llegó el médico, y al entrar dijo: «A la una de la
mañana le dije a mi esposa que con toda probabilidad el joven ya había
dejado de sufrir». Pero le comunicaron que estaba vivo. El médico estaba
sorprendido, e inmediatamente subió las escaleras en dirección a su
habitación. Al tomarle el pulso dijo: «Joven, Ud. está mejor; la crisis ha
pasado; pero no fue mi habilidad médica la que lo salvó, sino un poder
superior. Con buen cuidado, Ud. mejorará». Mejoró rápidamente, y pronto
ocupó su lugar en la imprenta, como un hombre convertido.
Natanael y Ana White
Después que regresamos del viaje del este, se me 161 mostró que
estábamos en peligro de asumir cargas que Dios no exigía que lleváramos.
Teníamos que hacer una parte en la causa de Dios, y no debíamos
recargarnos aumentando nuestra familia para gratificar los deseos de
algunos. Vi que con el propósito de salvar almas debemos estar dispuestos a
llevar responsabilidades; y que debíamos abrir la puerta para que el hermano
de mi esposo, Natanael, y su hermana Ana, vinieran a vivir con nosotros.
Ambos eran inválidos, y sin embargo, les extendimos una cordial invitación
para venir a nuestro hogar. Ellos aceptaron la invitación.
Apenas vimos a Natanael, temimos que la tuberculosis lo llevara a la tumba.
El color rojo propio de la tisis estaba ya en sus mejillas, y sin embargo
esperábamos y orábamos que el Señor le salvara la vida, y que sus talentos
fueran empleados en la causa de Dios. Pero el Señor vio bueno obrar de
otra manera.
Natanael y Ana aceptaron la verdad lentamente pero con mucha
comprensión. Ponderaron las evidencias de nuestra posición, y en forma
concienzuda se decidieron por la verdad. El 6 de mayo de 1853 le
preparamos la cena a Natanael, pero pronto él dijo que se estaba
desmayando, y que sabía que estaba por morir. Mandó a buscarme, y tan
pronto como yo entré en la habitación, supe que se estaba muriendo. Le dije:
«Querido Natanael, confía en Dios. El te ama, y tú lo amas a él. Confía en él
como un hijo confía en sus padres. No te aflijas. El Señor no te abandonará».
El contestó: «Sí, sí». Oramos, y él respondió: «Amén, ¡alabado sea el Señor!»
No parecía sentir dolor, no gimió ni una sola vez, ni luchó, ni movió un
músculo de su cara, sino que su respiración se fue haciendo más y más
corta, hasta que cayó dormido, a los 22 años de edad. 162 - Avanzando bajo Dificultades
DESPUES de la muerte de Natanael, ocurrida en mayo de 1853, mi esposo
quedó muy afectado en su salud. Los problemas y la ansiedad mental lo
habían postrado. Tenía fiebre alta y debía guardar cama. Nos unimos en
oración en su favor; pero aunque aliviado, todavía permanecía muy débil.
Tenía citas que cumplir en Mill Grove, Estado de Nueva York, y en Michigan,
pero temía no poder cumplir con esos compromisos. Decidimos, sin
embargo, aventuramos a ir hasta Mill Grove, y si él no mejoraba, regresar a
casa. Mientras estábamos en la casa del pastor R. F. Cottrell, en Mill Grove,
él padecía de extrema debilidad, y creía que no podía ir más lejos.
Nos encontrábamos en gran perplejidad. ¿Debíamos permitir que las
enfermedades físicas nos desviaran de la obra? ¿Se le permitiría a Satanás
ejercer su poder sobre nosotros, y luchar para anular nuestra utilidad y
quitarnos la vida, por tanto tiempo como estuviéramos en el mundo?
Sabíamos que Dios podía limitar el poder de Satanás. El podía permitir que
fuéramos probados en el horno, pero nos sacaría de él purificados y mejor
preparados para su obra.
Yo fui a la cabaña rústica que estaba cerca, y allí derramé mi alma delante de
Dios en oración 163 rogándole que él reprendiera la enfermedad y
fortaleciera a mi esposo para que pudiera soportar el viaje. El caso era
urgente, y mi fe se asió firmemente de las promesas de Dios. Allí obtuve la
evidencia de que si proseguíamos con nuestro viaje a Michigan, el ángel de
Dios iría con nosotros. Cuando le relaté a mi esposo lo que yo pensaba, él
me confesó que había estado pensando de la misma manera, y así
decidimos ir, confiando en el Señor. Mi esposo estaba tan débil que no podía
abrochar las correas de su valija, y llamó al Hno. Cottrell, para que se lo
hiciera.
Con cada kilómetro que viajábamos él se sentía más fuerte. El Señor lo
sostuvo, y mientras él predicaba la palabra, sentí la seguridad de que los
ángeles de Dios estaban a su lado.
Primera visita a Michigan
En la localidad de Jackson, Estado de Michigan, encontramos una iglesia que
se hallaba en gran confusión. Mientras yo estaba entre los hermanos, el
Señor me instruyó con respecto a su condición, y traté de presentar un
testimonio directo. Algunos rehusaron escuchar el consejo dado, y
comenzaron a luchar contra mi testimonio; y aquí empezó lo que más tarde
se conoció con el nombre de Partido del Mensajero.
Con respecto a nuestras labores en esta gira, entre los grupos de creyentes
observadores del sábado de Michigan, escribí lo siguiente en una carta
fechada el 23 de junio de 1853:
«Mientras estaba en Michigan visité Tyrone, Jackson, Sylvan, Bedford y
Vergennes. Mi esposo, con la fuerza de Dios, soportó bien el viaje y el
trabajo. Solamente una vez fallaron sus energías. No pudo predicar en
Bedford. Fue al lugar de la reunión, y se puso de pie en el púlpito para
predicar, pero se desmayaba y se vio 164 obligado a sentarse. Le pidió al
pastor J. N. Loughborough que continuara el tema donde él lo había dejado, y
finalizara el discurso. Entonces salió de la casa al aire libre, y se acostó
sobre el pasto verde hasta que más o menos se sintió recuperado. El Hno.
Kelsey le permitió tomar su caballo, y cabalgó solo como dos kilómetros y
medio hasta la casa del Hno. Brooks.
«El Hno. Loughborough continuó con el tema con mucha libertad. Todos
estaban interesados en la reunión. El Espíritu del Señor descansó sobre mí, y
tuve perfecta libertad para dar mi testimonio. El poder de Dios estaba en la
casa, y casi cada uno de los presentes se sintió conmovido hasta las
lágrimas. Algunos se decidieron por el Señor en forma definida.
«Después que terminó la reunión continuamos viaje en nuestro carruaje por
entre los bosques hasta un hermoso lago, donde seis personas fueron
sumergidas con Cristo en las aguas del bautismo. Regresamos entonces a la
casa del Hno. Brooks, y encontramos a mi esposo más cómodo. Mientras
estaba solo ese día, su mente había estado pensando en el tema del
espiritismo, y allí decidió escribir el libro titulado Signs of the Times.
«Al día siguiente viajamos a Vergennes, recorriendo ásperos caminos y
lodazales. Yo hice gran parte del viaje en una condición casi desfalleciente;
pero nuestros corazones se elevaban a Dios en oración en procura de fuerza,
y en él encontramos un pronto auxilio, y pudimos realizar el viaje, y dar
nuestro testimonio allí».
Escribiendo y viajando
Pronto después de nuestro regreso a Rochester, Nueva York, mi esposo se
ocupó en escribir el libro Sings of the times. El todavía estaba débil, y podía
dormir 165 solamente poco tiempo, pero el Señor fue su sostén. Cuando su
mente se hallaba en estado confuso y sufriente, nos inclinábamos delante de
Dios, y en nuestra aflicción clamábamos a él. El oía nuestras fervientes
plegarias, y a menudo bendecía a mi esposo, de manera que con un espíritu
aliviado continuaba con su trabajo. Muchas veces en el día nos
presentábamos delante del Señor de esta manera, en ferviente oración. Ese
libro no fue escrito con la propia fuerza de mi esposo.
En el otoño de 1853 asistimos a algunas conferencias que se realizaron en
Buck Bridge, Nueva York; Stowe, Vermont; Boston, Dartmouth y Springfield,
Massachusetts; Washington, Nueva Hampshire; y New Have, Vermont. Este
fue un viaje trabajoso y más bien desanimador. Muchos habían abrazado la
verdad, pero no habían sido santificados en su corazón y en su vida.
Elementos de lucha y rebelión se hallaban en acción, y era necesario que se
realizara un movimiento para purificar la iglesia.
Liberación de la enfermedad
En el invierno y la primavera yo sufrí mucho de un mal del corazón. Me era
difícil respirar mientras estaba acostada, y no podía dormir a menos que
estuviera en una posición casi sentada. En el párpado de mi ojo izquierdo
tenía una inflamación que parecía ser cáncer. Había estado creciendo
constantemente por más de un año, hasta llegar a ser muy dolorosa, y me
afectaba la visión.
Un célebre médico que daba consejos gratuitos visitó Rochester, y yo decidí
pedirle que me examinara el ojo. El pensó que el crecimiento pudiera ser
cáncer. Pero al tomarme el pulso dijo: «Usted está muy enferma, y morirá de
apoplejía antes que ese crecimiento 166 se abra. Está en una condición
peligrosa por su enfermedad del corazón». Esto no me alarmó porque estaba
consciente de que a menos que viniera un alivio rápido estaba destinada a la
tumba. Otras dos mujeres que habían venido para recibir consejo padecían
de la misma enfermedad. El médico afirmó que yo estaba en una condición
más peligrosa que cualquiera de ellas, y que no pasarían más de tres
semanas antes que me viera afligida de parálisis.
Después de unas tres semanas desfallecí y caí al suelo, y permanecí casi
inconsciente durante 36 horas. Se temió que muriera, pero en respuesta a la
oración, reviví. Una semana más tarde recibí un shock en mi costado
derecho. Tuve una sensación extraña de frialdad e insensibilidad en la
cabeza, y fuerte dolor en las sienes. Mi lengua parecía pesada y entumecida;
no podía hablar con claridad. Mi brazo izquierdo y mi costado estaban
paralizados.
Los hermanos y hermanas se reunieron para hacer de mi caso un motivo
especial de oración. Recibí la bendición de Dios, y tuve la seguridad de que
él me amaba; pero el dolor continuó, y seguí debilitando hora tras hora. De
nuevo los hermanos y hermanas se reunieron para presentar mi caso al
Señor. Yo esta tan débil que no podía orar en voz alta. Mi aspecto parecía
debilitar la fe de los que me rodeaban. Entonces las promesas de Dios me
fueron presentadas como nunca las había visto hasta entonces. Me parecía
que Satanás se estaba esforzando por arrancarme del la de mi esposo y de
mis hijos para enviarme a la tumba, y estas preguntas surgían en mi mente:
¿Puedes tú creer en la directa promesa de Dios? ¿Puedes caminar por fe,
cualesquiera sean las apariencias? La fe revivió. Yo le susurré a mi esposo:
«Creo que me recuperaré». El contestó: «Ojalá yo pudiera creerlo». Me dormí
esa 167 noche sin alivio y, sin embargo, descansando con firme confianza en
la promesa de Dios. No podía dormir, pero continué mi oración silenciosa.
Precisamente antes de que rompiera el alba me quedé dormida.
Me desperté a la salida del sol, perfectamente liberada del dolor. ¡Oh, qué
cambio! Me parecía que un ángel de Dios me había tocado mientras dormía.
La presión que sentía sobre el corazón había desaparecido, y me sentía muy
feliz. Estaba llena de gratitud. La alabanza a Dios estaba en mis labios.
Desperté a mi esposo y le relaté la obra maravillosa que el Señor había
hecho por mí. Al principio él apenas pudo comprenderlo; pero cuando me
levanté y me vestí y caminé por la casa, él pudo alabar a Dios conmigo. Mi
ojo enfermo dejó de dolerme. En unos pocos días la hinchazón desapareció
y mi visión fue totalmente restaurada. La obra fue completa.
De nuevo fui a ver al médico, y tan pronto como él me tomó el pulso dijo:
«Señora, un cambio completo ha ocurrido en su sistema; pero las dos
mujeres que me visitaron para pedir consejo cuando usted estuvo la última
vez, ambas han muerto». Después de salir, el médico le dijo a una de mis
amistades: «Su caso es un misterio. No lo entiendo».
Visita a Michigan y Wisconsin, 1854
En la primavera de 1854 volvimos a visitar Michigan, y aunque tuvimos que
recorrer caminos escabrosos y atravesar pantanos cenagosos, no desfalleció
mi fortaleza. Sentíamos que era el deseo del Señor que visitáramos
Wisconsin, y en Jackson nos dispusimos a emprender el viaje y tomar el tren
a última hora de la noche.
Mientras nos estábamos preparando para ir a tomar el tren, sentimos una
honda y solemne emoción, 168 y convinimos en orar un rato; y al
entregarnos de nuevo a Dios, no pudimos reprimir las lágrimas. Fuimos a la
estación con un sentimiento de profunda solemnidad. Al subir al tren,
procuramos acomodarnos en un coche delantero que tenía asientos con altos
respaldos, esperando así poder dormir algo aquella noche; pero el coche ya
estaba lleno, y pasamos al siguiente; allí encontramos asiento. No me quité
el sombrero como solía hacer cuando viajaba de noche, sino que conservé el
maletín en la mano como si esperase algo. Mi esposo y yo nos
comunicamos nuestros singulares sentimientos.
Se habría alejado el tren unos cinco kilómetros de Jackson cuando empezó a
dar violentas sacudidas de avance y retroceso, hasta que al fin se detuvo.
Abrí la ventanilla y vi que uno de los coches tenía levantado un extremo hasta
el punto de estar casi completamente vertical, y de él salían agonizantes
gemidos en medio de una gran confusión. La máquina se había descarrilado,
pero el coche en que íbamos nosotros se había quedado en los rieles,
separado unos treinta metros de los demás. El enganche no estaba roto,
sino que nuestro coche se había desprendido del precedente como por la
mano de un ángel. El furgón de equipajes no sufrió mucho daño y nuestro
voluminoso baúl lleno de libros quedó indemne. El coche de segunda clase
resultó destrozado por completo, y sus astillas, con los viajeros, se
esparcieron por ambos lados de la vía. El coche en que nosotros habíamos
tratado de conseguir asiento quedó muy maltrecho, y uno de sus extremos se
elevaba sobre el montón de ruinas. De la catástrofe resultaron cuatro
pasajeros muertos o mortalmente heridos, y muchos otros heridos de
gravedad. Tuvimos la seguridad de que Dios había enviado a un ángel para
salvarnos la vida. 169
Regresamos a casa del Hno. Cirenco Smith, cerca de Jackson, y al día
siguiente tomamos el tren para Wisconsin. Dios bendijo nuestra visita a ese
Estado. A consecuencia de nuestros esfuerzos se convirtieron muchas
almas. El Señor me fortaleció para soportar el fatigoso viaje.
Regreso a Rochester
Volvimos a Wisconsin muy fatigados, deseosos de descansar, pero
quedamos muy tristes al encontrar a la Hna. Ana muy afligida. La enfermedad
había hecho presa de ella, y estaba muy débil. Las pruebas se multiplicaban
a nuestro alrededor. Teníamos muchas congojas. Los empleados de la
imprenta se hospedaban en nuestra casa, y éramos de quince a veinte en
familia. Las reuniones del sábado y las conferencias se celebraban en
nuestra casa. No teníamos un sábado tranquilo, porque algunas hermanas
solían quedarse todo el día con sus chiquillos, y generalmente nuestros
hermanos y hermanas no consideraban las incomodidades, cuidados y
gastos suplementarios que con ello nos traían. Y como los empleados de la
oficina cayeron enfermos uno tras otro y necesitaban especial cuidado, yo
temía que al fin nos rendiría la ansiedad con el excesivo trabajo. A menudo
pensaba que ya no podía resistir más. Pese a que las dificultades
aumentaban vi con sorpresa que no nos vencían. Aprendimos la lección de
que era posible sobrellevar más pruebas y sufrimientos de los que habíamos
imaginado en un principio. El vigilante ojo del Señor estaba fijo en nosotros
para evitar nuestra destrucción.
El 29 de agosto de 1854, el nacimiento de Guillermo añadió nueva
responsabilidad a nuestra familia, y me distrajo de algunas de las
tribulaciones que me rodeaban. Entonces recibimos el primer número del
170
periódico falsamente titulado El Mensajero de la Verdad.*(11) Los que en este periódico
nos calumniaban habían sido reprobados por sus faltas y errores. No soportaron la
reprobación, y secretamente al principio y abiertamente después, emplearon su influencia
contra nosotros.
El Señor me había mostrado el carácter y el resultado final de este grupo. El
enojo del Señor se dirigía contra cuantos estaban relacionados con dicho
periódico y su mano se alzaba contra ellos, de suerte que aunque durante
algún tiempo pudiesen prosperar, y engañar a algunas personas sinceras, la
verdad triunfaría con el tiempo, y todas las almas honradas se librarían del
engaño que las había aprisionado, y se apartarían de la influencia de
aquellos malvados contra quienes estaba la mano de Dios, y por lo tanto,
habían de hundirse.
Muerte de Ana White
La Hna. Ana continuó mal de salud. Su padre y su madre y su hermana
mayor vinieron de Maine para visitarla en su aflicción. Ana estaba tranquila y
de buen ánimo. Ella había anhelado grandemente esta entrevista con sus
padres y hermana. Se despidió de ellos, cuando salieron para regresar a
Maine, con la idea de que no se encontraría más con ellos hasta que Dios
llame a sus fieles a la salud y la inmortalidad.
En los últimos días en que estaba enferma, con sus 171 propias manos
temblorosas ella arregló sus cosas, dejándolas en perfecto orden, y
disponiéndolas de acuerdo a su criterio. Expresó un gran deseo de que sus
padres aceptaran el sábado, y vivieran cerca de nosotros. «Si yo creyera que
esto ocurriría alguna vez -dijo ella-, yo moriría perfectamente satisfecha».
El último trabajo realizado por su mano temblorosa y delgada fue escribir unas pocas líneas a
sus padres. ¿Y no consideró Dios sus últimos deseos y oraciones en favor de sus padres?
En menos de dos años, el padre y la madre White estaban observando el sábado bíblico,
felizmente instalados, a menos de treinta metros de nuestra puerta. Habíamos conservado a
Ana con nosotros; pero nos vimos obligados a cerrarle los ojos en la muerte y colocarla para
descansar. Por largo tiempo ella había mantenido su esperanza en Jesús, y esperaba con
grata anticipación la mañana de la resurrección. La colocamos al lado del querido Natanael,
en el cementerio Mount Hope. 172 - Traslado a Michigan
EN 1855 los hermanos de Michigan abrieron el camino para trasladar a Battle
Creek la obra de publicaciones. Por esa fecha mi esposo debía entre dos y
tres mil dólares, sin que para saldar la deuda contara con otra cosa que una
reducida cantidad de libros y varias facturas de venta, entre ellas algunas de
dudoso cobro. Parecía como si la causa se hubiese paralizado. Los pedidos
de publicaciones eran pocos y de escasa importancia. Mi esposo andaba
mal de salud. Le aquejaba una fuerte tos con irritación de los pulmones, y
tenía abatido el sistema nervioso. Temíamos que muriera antes de poder
librarse de la deuda.
Seguridades consoladoras.
Aquellos días fueron muy tristes. Yo veía huérfanos a mis tres pequeñuelos,
y me asaltaban dudas como las siguientes: Si mi esposo muere por haber
trabajado con exceso en la causa de la verdad presente, ¿quién reconocerá
lo que ha sufrido? ¿Quién sabrá cuánta carga sobrellevó durante años, y los
extremos cuidados que apesadumbraron su ánimo, quebrantaron su salud y
lo arrastraron prematuramente al sepulcro, dejando a su familia miserable y
desvalida? Yo solía preguntarme: ¿No cuidará Dios de estas cosas?
¿Pasarán ellas inadvertidas? Yo me consolaba al saber que hay un Ser que
juzga rectamente, y que todo sacrificio, 173 toda abnegación, todo llanto de
angustia sufrido por su causa, queda fielmente registrado en el cielo y ha de
obtener su recompensa. El día del Señor declarará y esclarecerá cosas que
todavía no han sido descubiertas.
Se me mostró que Dios se proponía restablecer gradualmente a mi esposo, y
que nosotros debíamos ejercer firmemente nuestra fe, pues Satanás nos
embestiría con furia con cada esfuerzo que hiciésemos. Habíamos de
prescindir de las apariencias y creer. Tres veces por día nos postrábamos
solos ante el Señor, y orábamos fervorosamente por el restablecimiento de la
salud de mi esposo. El Señor se dignó escuchar nuestras ardientes súplicas,
y mi esposo empezó a mejorar. Y no puedo expresar mejor los sentimientos
que entonces me embargaban, que por la transcripción de los siguientes
extractos de una carta que escribí a la Hna. Howland:
«Me siento agradecida por tener ahora a mis hijos conmigo, bajo mi propio
cuidado.*(12) Durante unas cuantas semanas he venido sintiendo hambre y
sed de salvación, y hemos gozado casi sin interrupción de la comunión con
Dios. ¿Por qué quedarnos alejados del manantial cuando podemos ir a él y
beber? ¿Por qué morirnos por falta de pan, cuando hay un granero lleno,
abundante y gratuito? ¡Oh, alma mía, sáciate en él, y bebe diariamente de los
goces celestiales! No callaré. La alabanza a Dios está en mi corazón y
sobre mis labios. Podemos regocijarnos con la plenitud del amor de nuestro
Salvador. Podemos regalarnos con su excelente gloria. Mi alma da
testimonio de ellos. Mi lobreguez ha sido disipada por esta preciosa luz, y
nunca 174 podré olvidarlo, Señor, ayúdame a recordarte vivamente.
¡Despertaos, energías todas de mi alma! ¡Despierta, oh alma. y adora a tu
Redentor por su prodigioso amor!
«Puede ser que nuestros enemigos triunfen. Pueden decir palabras acerbas,
y fraguar con la lengua calumnias, engaños y mentiras; no nos
conmoveremos. Sabemos en quién creímos. No hemos corrido en vano, ni
trabajado en vano. Llegará un día de ajuste de cuentas, en que todos serán
juzgados según las obras hechas en el cuerpo. Es cierto que el mundo es
oscuro. Puede fortalecerse la oposición. Pueden envalentonarse en su
iniquidad el burlador y el escarnecedor. Sin embargo, por ninguna de estas
cosas seremos conmovidos, sino que para obtener fuerza nos apoyaremos
en el brazo del Omnipotente».
Cambio de condiciones
Desde que nos trasladamos a Battle Creek, el Señor volvió favorables
nuestras condiciones adversas. En Michigan encontramos cariñosos amigos
dispuestos a compartir nuestras cargas y proveer a nuestras necesidades.
Antiguos y probados amigos del centro de Nueva York, Nueva Inglaterra y,
especialmente, de Vermont, simpatizaron con nosotros en nuestras
aflicciones y estaban prontos a ayudarnos en tiempo de angustia. En
noviembre de 1856, en el congreso celebrado en Battle Creek, Dios obró por
nosotros. La causa recibió nueva vida y tuvo éxito la labor de nuestros
predicadores.
Aumentó el pedido de las publicaciones, que demostraron ser precisamente
lo que necesitaba la causa. El Mensajero de la Verdad no tardó en
desaparecer, y se dispersaron los espíritus discordantes que habían hablado
por su medio. Mi esposo pudo pagar todas sus 175 deudas. Desapareció su
tos, cesó la irritación de los pulmones y la garganta, y fue recobrando
gradualmente la salud, de modo que pudo predicar sin fatiga tres veces en el
sábado y en el primer día de la semana. De Dios fue esta admirable obra del
restablecimiento de mi esposo, y a Dios se ha de tributar toda la gloria. 176 - Actividades en el Medio Oeste: 1856-1858
EN EL otoño de 1856, mientras visitaba a un grupo de adventistas
observadores del sábado en Round Grove, IIlinois, se me mostró que una
compañía de hermanos ubicada en Waukon, lowa, necesitaba ayuda; que la
trampa de Satanás debía ser quebrada, y que estas preciosas almas debían
rescatarse. Yo no pude quedar tranquila hasta que decidí visitarlos.
Una victoria en Waukon, Iowa
Cuando llegamos a Waukon, en la última parte de diciembre de 1856,
encontramos que casi todos los observadores del sábado lamentaban que
hubiéramos llegado. Existía mucho prejuicio con respecto a nosotros, porque
se habían dicho muchas cosas que tendían a perjudicar nuestra influencia.
En la reunión de la noche fui tomada en visión, y el poder de Dios descansó
sobre la compañía. Yo relaté lo que el Señor me había dado para el pueblo.
Era lo siguiente: «Volved a mí, y yo me volveré a vosotros, y sanaré vuestras
apostasías. Quitad la basura de la puerta de vuestro corazón, y abrid la
puerta, y yo entraré y cenaré con vosotros». Se me mostró que si ellos abrían
el camino, y confesaban sus errores, Jesús andaría en medio de nosotros
con poder. 177
Después que presenté mi testimonio, una hermana comenzó a confesar de
una manera clara y definida; y mientras ella hacía su confesión, los portales
del cielo parecieron abrirse repentinamente, y yo quedé postrada por el poder
de Dios. Parecía un lugar terrible pero glorioso. La reunión continuó hasta
pasada la medianoche, y se realizó una gran obra.
Al día siguiente la reunión empezó donde había terminado la noche anterior.
Los que habían sido bendecidos en la sesión previa mantenían la bendición.
No habían dormido mucho porque el Espíritu de Dios descansó sobre ellos
durante la noche. Algunos confesaron sus sentimientos de desunión con los
otros y su condición de apostasía. La reunión continuó, sin intervalo, desde
las 10 de la noche hasta las 5 de la tarde. Esa tarde nos sentimos aliviados.
La carga que había estado sobre mí fue transferida a los hermanos y
hermanas de Waukon, quienes trabajaron con el celo y el poder de Dios que
descansaba sobre ellos. Sus rostros, que parecían tristes cuando llegamos
al lugar, ahora brillaban con una unción celestial. Parecía que los santos
ángeles pasaban de uno a otro de los hermanos que estaban en la habitación
para terminar la buena obra que había comenzado. Pronto pudimos
despedirnos de nuestros hermanos de Waukon, para comenzar nuestro viaje
de vuelta al hogar.
Visión que me fue dada en Lovett Grove, Ohio
En la primavera de 1858 visitamos Ohio, y asistimos a algunas conferencias
que se realizaban en Green Springs, Gilboa y Lovett Grove. En Lovett Grove
la bendición del Señor descansó sobre nosotros con un poder especial. El
domingo por la tarde había un funeral en la escuela donde se realizaban
nuestras reuniones. Mi esposo fue invitado a hablar. Fue bendecido. 178
con elocuencia para hablar libremente, y las palabras habladas parecían
llegar a los oyentes.
Cuando hubo terminado sus observaciones, me sentí impulsada por el
Espíritu de Dios a dar mi testimonio. Me sentí inducida a hablar sobre la
venida de Cristo y la resurrección, y también sobre la gozosa esperanza del
cristiano. Mi alma triunfó en Dios; bebí a grandes sorbos el agua de la
salvación. El cielo, el dulce cielo parecía ser el imán que atraía mi alma hacia
arriba, y me sentí envuelta en una visión de la gloria de Dios. Se me
revelaron muchos asuntos importantes relativos a la iglesia.
La redacción de «Spiritual Gifts», tomo 1
En la visión que recibí en Lovett Grove, la mayor parte de lo que había visto
diez años antes concerniente al gran conflicto de los siglos entre Cristo y
Satanás fue repetido, y se me instruyó a que lo escribiera. Se me mostró que
aunque debía luchar contra los poderes de las tinieblas, pues Satanás haría
grandes esfuerzos para impedir esta tarea, debía poner mi confianza en Dios,
y que los ángeles no me abandonarían en el conflicto.
Dos días después, mientras viajábamos en nuestros carruajes hacia Jackson,
Michigan, arreglamos nuestros planes para escribir y publicar,
inmediatamente a nuestro regreso al hogar, el libro titulado El gran conflicto
entre Cristo y sus ángeles, y Satanás y sus ángeles, comúnmente conocido
como Spiritual Gifts, tomo 1.*(13) Yo me encontraba entonces tan bien
como de costumbre. 179
A la llegada del tren a Jackson, fuimos a la casa del Hno. Palmer.
Habíamos estado en la casa solamente un corto tiempo cuando, mientras
conversaba con la Hna. Palmer, mi lengua se rehusó a articular lo que yo
quería decir, y parecía grande y paralizada. Sentí en mi corazón una extraña
sensación de frialdad, que pasó por mi cabeza, y se extendió por mi costado
derecho. Por un tiempo estuve insensible e inconsciente, pero fui despertado
por la voz de la oración ferviente. Traté de usar mis miembros izquierdos,
pero estaba completamente paralizada. Por un corto tiempo yo no esperaba
vivir. Era el tercer ataque de parálisis que tenía; y aunque estaba a unos 80
kilómetros de mi casa, no esperaba volver a ver a mis hijos. Recordé la
reunión triunfante que tuvimos en Lovett Grove, y pensé que ése era mi
último testimonio, y me sentí reconciliada con la idea de morir
Pero todavía las fervorosas plegarias de mis amigos ascendían al cielo en mi
favor, y pronto sentí en mis miembros una sensación de picazón y alabé al
señor porque podía usarlos un poco. El señor escuchó y contestó las fieles
oraciones de sus hijos, y el poder de Satanás fue quebrantado. Esa noche
sufrí mucho, pero al día siguiente me sentí suficientemente fortalecida como
para regresar a casa.
Durante semanas no podía sentir la presión de una mano ni el agua más fría
que se me arrojara en la cabeza. Al levantarme para caminar, a menudo
tambaleaba, y a veces caía al suelo. En mi afligida condición empecé a
redactar lo referente al gran conflicto. Al principio podía escribir una sola
página por día, para entonces descansar tres días; pero a medida que
progresaba, mi fuerza aumentaba. El entumecimiento de mi cabeza no
parecía oscurecer mi mente, y antes de haber terminado el tomo 1 del libro
Spiritual Gifts, el 180 efecto del ataque había desaparecido por completo.
Al tiempo de la conferencia de Battle Creek, en junio de 1858, se me mostró
en visión que en el repentino ataque que sufrí en Jackson, Satanás intentó
quitarme la vida, a fin de impedir que escribiera la obra que estaba por
empezar; pero los ángeles de Dios fueron mandados en mi rescate. También
vi, entre otras cosas, que había de ser bendecida con mejor salud que antes
del ataque. 181 - Pruebas personales
ANTES de trasladarnos de Rochester, sintiéndose mi esposo muy débil,
creyó él necesario librarse de las responsabilidades de la obra de
publicaciones. Entonces propuso que la iglesia se hiciese cargo de esa obra,
y que ésta fuese administrada por una junta editorial que aquélla debía
nombrar, suponiéndose además que ninguno de sus integrantes debería
recibir beneficio financiero alguno en adición al salario que ya estuviera
recibiendo por su trabajo.
Esfuerzos para establecer la obra de publicaciones
Aunque el asunto fue discutido varias veces, los hermanos no tomaron
ningún acuerdo sobre el particular hasta el año 186l. Hasta ese momento mi
esposo había sido el propietario legal de la casa editora y el único
administrador de la misma. Gozaba de la confianza de amigos activos de la
causa, quienes confiaban a él los medios que de vez en cuando donaban, a
medida que la obra crecía y necesitaba más fondos para el firme
establecimiento de la empresa editorial. Pero a pesar de que
constantemente se informaba a través de la Review que la casa publicadora
era prácticamente propiedad de la iglesia, como él era el único administrador
legal, nuestros enemigos se aprovecharon de esta situación y, con
acusaciones de especulación, hicieron todo lo posible para perjudicarlo y
retardar el 182 progreso de la obra. Bajo estas circunstancias él presentó el
asunto a la organización, y como resultado, en la primavera de 1861 se
decidió organizar legalmente la Asociación Adventista de Publicaciones, de
acuerdo con las leyes del Estado de Michigan.
Preocupación por los hijos
Aunque nuestras responsabilidades en la obra de publicaciones y otras
ramas de nuestro trabajo nos producían mucha preocupación, el sacrificio
más fuerte que me imponía la obra en que estaba empeñada era tener que
dejar con frecuencia a mis hijos al cuidado de otras personas.
Enrique había estado ausente de nosotros ya por cinco años y a Edson lo
habíamos podido atender muy poco. Durante los años que vivimos en
Rochester nuestra familia era numerosa, y nuestra casa era como un hotel,
pero nosotros pasábamos la mayor parte del tiempo ausentes de esa casa.
Yo siempre tenía la gran preocupación de que mis hijos se criaran exentos de
malos hábitos, y a menudo me afligía al pensar en el contraste entre mis hijos
y los de otras personas que, no queriendo llevar cargas y responsabilidades,
podían estar siempre con sus hijos, para aconsejarlos e instruirlos y, por lo
tanto, pasaban casi todo el tiempo junto a sus familias. Y me preguntaba:
¿Por qué reclama Dios tanto de nosotros, y a otros no les exige nada? ¿Es
esto justo? ¿Tendremos nosotros que pasar la vida siempre apresurados,
resolviendo problemas aquí y allá, yendo de un lugar a otro, sin disponer
siquiera de un poco de tiempo para atender a nuestros hijos?
Pérdida de hijos
En 1860 la muerte tocó a nuestra puerta y desgajó la más nueva rama de
nuestro árbol familiar. El 183 pequeño Herbert, que había nacido el 20 de
septiembre de 1860, falleció el 14 de diciembre de ese mismo año. Nadie
que no haya perdido un hijo pequeño que era una promesa podrá
comprender cómo sangraron nuestros corazones cuando esa tierna rama fue
quebrada.
Y luego, cuando nuestro noble hijo Enrique falleció,*(14) a la edad de 16
años; cuando nuestro dulce cantor fue llevado a la tumba y ya no pudimos
escuchar más sus canciones en la mañana, nuestro hogar quedó muy
solitario. Ambos padres y los dos hijos que quedaron, sentimos el golpe
intensamente. Pero Dios nos consoló en medio de nuestra aflicción, y con fe
y valor continuamos adelante con la obra que él nos había asignado,
abrigando la luminosa esperanza de que un día, en ese mundo donde no
habrá más muerte ni dolor, nos encontraremos con nuestros queridos hijos
que nos fueron arrebatados por la muerte. 184 - Combatiendo las enfermedades
[NOTA histórica.- «Nuestro pueblo está generalmente despertando en cuanto
a la importancia del tema de la salud -escribía el pastor Jaime White en un
editorial de la Review, el 13 de diciembre de 1864-, y a fin de responder a sus
necesidades actuales debieran prepararse publicaciones acerca del tema, a
precios que estén al alcance de los más pobres». Al mismo tiempo anunció la
pronta aparición de una serie de folletos bajo el título general de «La salud: o
Cómo vivir».
La firme convicción que tenían el pastor y la Sra. White en cuanto a que las
reformas que iban a ser esbozadas en esos folletos eran algo de gran
importancia, se ilustra en la siguiente nota que apareció en la Review el 14 de
enero de 1865, donde se informaba sobre la aparición del primer folleto de la
serie:
«Deseamos presentar ante todos nuestros hermanos estos folletos,
preparados con especial cuidado, acerca del importante tema de la reforma
en cuanto a nuestro modo de vivir, lo cual es de gran necesidad, y según nos
parece, será logrado en las vidas de todos aquellos que al fin estén
preparados para la traslación».
En los primeros cinco meses del año 1863 se 185 terminó de publicar la
serie. Estos folletos sobre la salud, seis en total, contenían artículos de la
Sra. White respecto «a las enfermedades y sus causas», y otros temas
similares; y también muchos extractos de escritos de algunos médicos y otras
personas interesados en los principios de la reforma pro salud. También
contenían recetas para la sana alimentación e instrucciones relativas al uso
del agua como remedio para muchas enfermedades. Más adelante se
exponían los efectos nocivos del alcohol, el tabaco, el té y el café, las
especias, y otros estimulantes y narcóticos.
El invierno de 1864 a 1865 fue un tiempo de muchas tensiones y pruebas.
En esos días, aparte de tener que dedicar tiempo junto a su esposa y a la
preparación de material de salud y temperancia para las publicaciones, el
pastor White se vio en la necesidad de tener que trabajar incansablemente
con el fin de ayudar a resolver los problemas que tenían que enfrentar los
guardadores del sábado que eran reclutados para servir en el ejército. Este
trabajo le causaba gran ansiedad y lo afectó emocionalmente, además de
desgastar sus fuerzas físicas. Sus labores como administrador en la sesión
de la Asociación General que se celebró en mayo de 1865 se añadieron a su
agotadora actividad.
A pesar de estar agobiados por el pesado trabajo de las publicaciones y por
la responsabilidad de tener que velar por todos los intereses relacionados con
la obra en general, el pastor White y su esposa no encontraban tiempo para
descansar. Inmediatamente después de la sesión de la Asociación General
fueron llamados a Wisconsin y lowa, en donde tuvieron que enfrentarse con
muchas dificultades. Poco después de regresar a Michigan le sobrevino una
parálisis parcial. Una información referente a esta enfermedad y al impulso
que indirectamente recibió de la misma el movimiento 186 de reforma pro
salud, apareció unos meses más tarde, presentada por la Sra. White, en las
ediciones de la Review del 20 y 27 de febrero de 1866. Una porción de ella
forma parte del contenido de este capítulo.]
La enfermedad del pastor Jaime White
Una mañana, mientras dábamos nuestro paseo habitual antes del desayuno,
entramos en la huerta del hermano Lunt, y mientras mi esposo trataba de
abrir una mazorca de maíz oí un extraño ruido. Rápidamente miré a mi
esposo y noté que su cara estaba toda enrojecida y su brazo derecho
colgaba como muerto. El trataba de levantar su brazo, pero sin resultado
alguno: los músculos no respondían.
Lo ayudé a entrar en la casa, pero no pudo hablarme hasta que una vez
dentro me dijo en forma ininteligible: «Ora, ora». Doblamos nuestras rodillas y
elevamos fervientemente nuestras súplicas a Dios que siempre había estado
a nuestro lado en momentos de prueba. Al poco rato mi esposo balbuceó
algunas palabras de alabanza y gratitud a Dios porque al fin pudo mover su
brazo. El movimiento de la mano le fue restituido, aunque no totalmente.
Mi esposo y yo sentimos la necesidad de acercarnos más a Dios, y
habiéndonos acercado a él, mediante confesión y oración, tuvimos la
bendecida seguridad de que él se acercó a nosotros. Aquellos momentos de
comunión con Dios fueron realmente preciosos, extraordinariamente
preciosos.
Las primeras cinco semanas de nuestra aflicción las pasamos en nuestro
propio hogar. En su sabiduría nuestro Padre celestial no consideró apropiado
devolver inmediatamente la salud a mi esposo en respuesta a nuestras
fervientes oraciones, si bien nos parecía sentirlo gloriosamente cerca de
nosotros, sosteniéndonos 187 y consolándonos mediante su Santo Espíritu.
Estada en Dansville, Nueva York
Teníamos confianza en el uso del agua como uno de los remedios indicados
por Dios, pero no confiábamos en medicamentos. No obstante, me sentía
cansada para poder aplicar yo misma los remedios hidroterápicos a mi
esposo. Por lo tanto pensamos que lo mejor sería llevarlo a Dansville, Nueva
York, donde él podría descansar y donde podríamos disponer cuidado de
médicos hidroterápicos capaces. No nos atrevimos a seguir nuestro propio
juicio, y decidimos buscar el consejo de Dios. Después de orar mucho sobre
el asunto decidimos ir. Mi esposo soportó el viaje muy bien.
Permanecimos en Dansville cerca de tres meses. Conseguimos alojamiento a
corta distancia de la institución, y desde allí podíamos caminar, con lo que
disfrutábamos el mayor tiempo posible del aire libre. Cada día íbamos a
tomar el tratamiento, excepto los sábados y domingos.
Tal vez algunos pudieron haber pensado que haber ido a Dansville para
someternos a tratamientos de los médicos estábamos perdiendo la fe en que
Dios podría curar a mi esposo en respuesta a nuestras oraciones. Pero no
era así. Nunca pensamos que estábamos despreciando los medios que Dios
había puesto a nuestro alcance para lograr la recuperación de la salud, sino
que más bien, colocándolo a Dios sobre todo creíamos que él, que ha dado al
hombre el conocimiento de remedios naturales, esperaba que nosotros los
usáramos para ayudar a nuestro maltratado organismo a recobrar sus
energías gastadas. Estábamos seguros de que el Señor bendeciría las
medidas que estábamos tomando para recuperar la salud. 188
Sesiones de oración y bendiciones
Tres veces al día dedicábamos un período especial a la oración para que el
Señor devolviera la salud a mi esposo y para que su gracia nos sustentara en
la hora de nuestra aflicción. Estas reuniones de oración significaban mucho
para nosotros. Nuestros corazones muy a menudo se inundaban de
indecible gratitud al pensar que en la hora de la adversidad teníamos un
Padre celestial en quien podíamos confiar sin temor alguno.
El cuatro de diciembre de 1865, mi esposo pasó la noche muy mal. Oré junto
a su cama, como de costumbre, pero no fue la voluntad del Señor aliviarlo
esa noche. Mi esposo estaba muy preocupado. Pensaba que iba a morir,
pero decía que no tenía temor a la muerte.
Yo también estaba muy preocupada. No creía ni por un momento que mi
esposo moriría. Pero ¿cómo se le podría inspirar fe? Rogué a Dios para que
me guiara y no me permitiera cometer ningún error, sino que me diera
sabiduría para hacer lo correcto. Cuanto más fervientemente oraba, más
fuerte era mi impresión de que debía llevar a mi esposo junto a sus
hermanos, aun cuando tuviéramos que regresar de nuevo a Dansville.
El Dr. Lay llegó en la mañana y yo le dije que, al menos que se advirtiera una
notable mejoría en mi esposo a lo sumo en las dos o tres siguientes
semanas, yo me lo llevaría a mi casa. El me contestó: «Ud. no puede llevarlo
a la casa. El no podría soportar un viaje tan incómodo». Yo le respondí:
«Nosotros nos vamos. Me llevaré a mi esposo por fe, confiando en Dios;
haremos nuestra primera parada en Rochester, donde estaremos por algunos
días; luego pasaremos a Detroit, y si es necesario nos detendremos también
allí por algunos días para descansar, y después nos dirigiremos a Battle
Creek». 189
Este fue el primer indicio que mi esposo tuvo de mis intenciones. Pero no
dijo ni una palabra. Esa noche empaquetamos nuestras maletas, y a la
mañana siguiente ya estábamos de camino. Mi esposo viajaba muy
cómodamente.
Durante las tres semanas que permanecimos en Rochester, la mayor parte
del tiempo la pasamos en oración. Mi esposo sugirió que pidiéramos al
pastor J. N. Andrews que viniera desde Maine, y a la hermana Lindsay,
desde Olcott; y que los hermanos de Roosevelt que tuvieran suficiente fe en
Dios y sintieran la necesidad de hacerlo, también viniesen para orar con él.
Todos estos amigos respondieron a su llamado y durante diez días estuvimos
juntos celebrando reuniones de ferviente oración. Todos los que participaron
en estas reuniones fueron grandemente bendecidos. A veces nos sentíamos
tan refrescados con las lluvias de gracia celestial que podíamos decir: «Mi
copa está rebosando», y llorábamos y alabábamos a Dios por la riqueza de su
salvación.
Los que vinieron de Roosevelt tuvieron que regresar pronto a sus hogares.
El hermano Andrews y la hermana Lindsay, sin embargo, quedaron con
nosotros. Continuamos nuestras oraciones de súplica al cielo. Todo parecía
una dura lucha contra los poderes de las tinieblas. Algunas veces la
tambaleante fe de mi esposo se asía de las promesas de Dios y entonces
disfrutábamos de dulce y preciosa victoria.
En la Nochebuena, mientras nos humillábamos delante de Dios en ferviente
oración, nos pareció ver como que la luz del cielo brillaba sobre nosotros, y
fui arrebatada en una visión de la gloria de Dios. Me pareció como si hubiera
sido trasladada rápidamente de la tierra al cielo, donde todo era salud,
belleza y gloria. Mis oídos empezaron a oír acordes musicales, 190
melodiosos, perfectos, fascinantes. Se me permitió disfrutar de esta escena
por un momento, antes de que mi atención se fijara en este oscuro mundo.
Luego se me mostraron las cosas que estaban ocurriendo sobre la
tierra.*(15) Entonces tuve una visión alentadora acerca del caso de mi
esposo.
Las circunstancias no se mostraban favorables para dirigirnos a Battle Creek,
pero en mi mente estaba fija la idea de que debíamos ir.
Todo nos había ido muy bien en el viaje. Cuando el tren llegó a Battle Creek,
fuimos recibidos por un grupo de fieles hermanos, quienes nos dieron una
alegre bienvenida. Mi esposo descansó bien durante toda la noche. Al
sábado siguiente caminó hasta el lugar donde se iban a celebrar los servicios
del día y allí predicó durante tres cuartos de hora. Por la noche asistimos al
servicio de la Cena del Señor. El Señor lo fortalecía mientras por fe se dirigía
a estas reuniones.
La larga enfermedad de mi esposo fue un duro golpe no solamente para mí y
mis hijos, sino también para la causa de Dios. Las iglesias se vieron privadas
tanto de las labores de mi esposo como de las mías. Satanás se sentía
triunfante al contemplar cómo quedaba interrumpida la obra de la verdad;
pero, gracias a Dios, no se le permitió destruirnos. Después de haber estado
desligados de la obra activa durante 15 largos meses, una vez más volvimos
los dos a trabajar entre las iglesias. 191 - Conflictos y Victorias
ESTANDO completamente convencida de que mi esposo no se recuperaría
de su prolongada enfermedad mientras permaneciera inactivo, y de que harto
había llegado el tiempo para que yo prosiguiera con el trabajo y presentara mi
testimonio ante la iglesia, decidí hacer una gira por el norte de Michigan,
mientras mi esposo se encontraba en una condición extremadamente débil,
en medio del frío más severo del invierno. Requirió un grado no pequeño de
valor moral y de fe en Dios el que yo resolviera arriesgar tanto; pero sabía
que tenía una obra que hacer, y me parecía que Satanás estaba determinado
a mantenerme alejada de ella. El permanecer por más tiempo fuera del
campo de trabajo me parecía peor que la muerte, y si nos salíamos de esa
actividad, lo único que podría pasar era que pereciéramos. De manera que el
19 de diciembre de 1866, en medio de una tormenta de nieve, salimos de
Battle Creek con rumbo a Wright, Michigan.
Mi esposo soportó el viaje de ciento cuarenta kilómetros mucho mejor de lo
que yo esperaba, y parecía estar tan bien cuando llegamos a la casa del Hno.
E. H. Root como cuando salimos de Battle Creek. Fuimos recibidos
bondadosamente por esta querida familia, y cuidados con tanta ternura por
ellos como los padres cristianos cuidan a sus hijos inválidos. 192
Actividades en Wright, Michigan
En este lugar comenzaron nuestras primeras labores efectivas desde la
enfermedad de mi esposo. Aquí él empezó a trabajar como en años
anteriores, aunque estaba todavía muy débil. El solía hablar treinta o
cuarenta minutos por la mañana el sábado y el primer día de la semana,
mientras yo ocupaba el resto del tiempo. También hablaba yo por la tarde de
cada día, cerca de una hora y media cada vez. Se nos escuchaba con la
mayor atención. Vi que mi esposo se estaba fortaleciendo, aumentaba su
claridad mental y sus discurso eran más coherentes. Y cuando en una
ocasión él hablo una hora con claridad y poder, sintiendo la carga de la obra
sobre él como antes de su enfermedad, mis sentimientos de gratitud fueron
inexpresables.
Mi trabajo en Wright resultó muy cansador. Tenía que prodigar mucho
cuidado a mi esposo durante el día, y a veces en la noche. Le daba baños, y
lo sacaba caminar dos veces por día, fuera el tiempo frío, tormentoso o
agradable. Yo usaba la pluma mientras él dictaba sus informes para la
Review, y también escribí muchas cartas, en adición a los testimonios
personales, así como la mayor parte de Testimony for the Church, N. 1 1
(Testimonio para la iglesia, No. 11).
En Greenville, Michigan
El 29 de enero de 1867 salimos de Wright y viajamos en carruaje a
Greenville, ubicado como a setenta kilómetros de distancia. Era un día
intensamente frío y nos alegramos de encontrar un albergue del frío y de la
tormenta en la casa del Hno. A. W. Maynard. Esta querida familia nos dio la
bienvenida en sus corazones y en su hogar. Permanecimos en este
vecindario seis semanas, trabajando con las iglesias de Greenville y 193
Orleans, mientras hacíamos nuestro centro de actividades del hospitalario
hogar del Hno. Maynard.
El Señor me dio libertad para hablar a la gente. En todo esfuerzo que realicé
me daba cuenta del poder sostenedor del Señor. Y como estaba plenamente
convencida de que tenía un testimonio para el pueblo, que podía presentarles
en relación con las labores de mi esposo, mi fe fue fortalecida en la
esperanza de que su salud mejoraría para trabajar en forma aceptable en la
causa y la obra de Dios. Al aventurarse a hacerlo, confiando en Dios, a
despecho de su debilidad, él se fue fortaleciendo y progresando con cada
esfuerzo.
Visita a Battle Creek: marzo de 1867
Se decidió que debíamos ir a Battle Creek, y permanecer allí mientras los
caminos siguieran siendo barrosos y estuvieran en mal estado, y que yo
debía terminar de escribir Testimony N.º 12 (Testimonio N.º 12). Mi esposo
estaba muy ansioso de ver a sus hermanos de Battle Creek, y de hablarles y
regocijarse con ellos en la obra que Dios estaba haciendo por él.
Unos pocos días más tarde nos encontramos de nuevo en Battle Creek,
después de una ausencia de unos trece meses. El sábado 16 de marzo mi
esposo habló con claridad y poder, y yo también di mi testimonio con la
habitual libertad.
Llegué de vuelta a Battle Creek como un niño cansado, que necesitaba
palabras de consuelo y ánimo. Pero a nuestro regreso nos encontramos con
informes que no tenían ningún fundamento en la verdad. Fuimos humillados
hasta el polvo, y angustiados más allá de toda expresión.
Así las cosas, comenzamos a cumplir una cita que teníamos en Monterey.
En el viaje traté de explicarme a mí misma por qué nuestros hermanos no
entendían 194 lo referente a nuestro trabajo. Me había sentido
completamente segura de que cuando nos encontráramos con ellos, ellos
sabrían de qué espíritu estábamos animados, y que el Espíritu de Dios en
ellos crearía la misma convicción que en nosotros humildes siervos del
Altísimo, y que habría unión de sentimientos. En lugar de esto, se
desconfiaba de nosotros, y se nos vigilaba con suspicacia. Esto fue causa de
la mayor perplejidad que jamás haya yo experimentado.
Confiando en Dios
Mientras así pensaba, una porción de la visión que me fuera dada en
Rochester, Nueva York, el 25 de diciembre de 1865, vino como un relámpago
a mi mente, e inmediatamente la relaté a mi esposo.
Se me mostró un conjunto de árboles, cercanos los unos a los otros, que
formaban un círculo. Por encima de estos árboles había una vid que los
cubría por arriba y descansaba sobre ellos, formando una glorieta. Pronto vi
que los árboles se sacudían dé un lado a otro, como si fueran movidos por un
fuerte viento. Una rama de la viña tras otra era sacudida de su soporte, hasta
que la vid quedó librada de los árboles, salvo unas pequeñas ramitas que
quedaron adheridas a las ramas inferiores. Luego vino una persona que
cortó los zarcillos adheridos de la vid y la dejó postrada en tierra.
Muchos pasaron por ese lugar y observaron con lástima la escena, y yo
esperé ansiosamente que una mano amiga la levantara; pero no se ofreció
ninguna ayuda. Pregunté por qué ninguna mano levantaba la vid. En
seguida vi a un ángel llegar hasta la vid aparentemente abandonada. El abrió
sus brazos y los colocó debajo de la vid, y la levantó, de manera que quedara
erguida, y dijo: «Yérguete hacia el cielo, y que tus ramas se entrelacen en
torno a Dios. Has sido sacudida 195 de todo soporte humano. Tú puedes
mantenerte firme con la fuerza de Dios y florecer con él. Depende sólo de
Dios, y nunca dependerás en vano, ni serás sacudida de allí».
Al mirar la vid abandonada que era atendida por el ángel, sentí un alivio
inexpresable que me reportaba gozo. Me volví al ángel y le pregunté qué
significaban estas cosas. El dijo: «Tú eres la vid. Tú experimentarás todas
estas cosas, y entonces, cuando esto ocurra, entenderás plenamente la
figura de la vid. Dios será para ti un auxilio presente en tiempo de dificultad».
Desde este tiempo en adelante resolví cumplir con mi deber, y siempre me
sentí libre para presentar mi testimonio al pueblo. Después de volver de
Monterey a Battle Creek, creí que era mi deber avanzar con el poder de Dios,
y liberarme de las sospechas y los informes que circulaban en perjuicio
nuestro. Presenté mi testimonio, y relaté las cosas que se me habían
mostrado relativas a la historia pasada de algunos de los presentes,
amonestándolos acerca de sus peligros y reprobando sus conducta errónea.
Declaré que yo había sido puesta en las posiciones más desagradables.
Cuando familias e individuos me eran presentados en visión, frecuentemente
lo que se me mostraba tenía relación con la vida privada de ellos, y
reprobaba sus pecados secretos. He trabajado con algunas personas
durante meses con respecto a errores de los cuales los otros nada sabían.
Cuando mis hermanos vieron a estas personas tristes; cuando las oyeron
expresar dudas con respecto a su aceptación por parte de Dios, y también
exteriorizaron sentimientos de desánimo, me censuraron, como si yo fuera
culpable de que estas personas estuvieran pasando por una prueba.
Los que me censuraban de esta manera ignoraban completamente de qué
estaban hablando. Protesté 196 contra las personas que se sentaban como
inquisidores para juzgar mi conducta. El reprobar pecados privados ha sido
la tarea desagradable que se me ha asignado. Si, con el fin de evitar la
sospecha y los celos, diera yo una total explicación de mi conducta, e hiciera
público aquello que debe mantenerse privado, pecaría contra Dios y
perjudicaría a los individuos. Yo tengo que mantener en privado los
reproches relativos a errores particulares guardándolos para mí sola,
restringidos en mi propio pecho. Que otros juzgen como quieran, pero yo
nunca traicionaré la confianza que depositaron en mí los errantes y
arrepentidos. Nunca revelaré a los demás aquello que solamente debe ser
presentado a las personas culpables. Dije a los que estaban reunidos que
debían dejar de intervenir y permitirme actuar con libertad en el temor de
Dios. 197 - Entre las Iglesias de Nueva Inglaterra
REFRIGERADA en espíritu por el buen resultado de nuestro trabajo en la
iglesia de Battle Creek, que terminó en octubre de 1867, alegremente nos
unimos con el pastor J. N. Andrews en un viaje a Maine. De camino
celebramos una reunión en Roosevelt, Nueva York, el 26 y el 27 de octubre.
Esta reunión implicó un duro trabajo, pues en ella se dieron agudos
testimonios. Se hicieron confesiones, seguidas por un retorno general al
Señor de parte de los apóstatas y pecadores.
En Maine
Nuestras actividades en Maine comenzaron con la conferencia que se realizó
en Norridgewock, el primero de noviembre. La reunión era grande. Como
siempre, mi esposo y yo presentamos un testimonio directo en favor de la
verdad y la debida disciplina de la iglesia, y contra las diferentes formas de
error, confusión, fanatismo y desorden que procedían de una falta de tal
disciplina. Este testimonio fue especialmente aplicable a la condición que
reinaba en Maine. Espíritus desordenados que profesaban observar el
sábado estaban en rebelión y trabajaban para difundir el descontento entre
los asistentes a la conferencia. 198
Debido a este espíritu de rebelión, nuestra obra en Maine requirió siete
semanas de un trabajo de lo más angustioso, laborioso, desagradable y lleno
de fatiga. Pero al salir de ese Estado, nos sentíamos consolados con el
hecho de que todos habían confesado su rebelión, y de que cierto número de
personas había sido inducido a buscar al Señor y abrazar la verdad.
Tal vez la mejor manera en que yo pudiera dar una idea de nuestras labores
hasta el tiempo de la reunión de Vermont sería copiando una porción de Una
carta que escribí a nuestro hijo residente en Battle Creek, el 27 de diciembre
de 1867:
«Mi querido hijo Edson:
«Después que terminó nuestra reunión en Topsham, Maine, teníamos otra
cita en Westbrook, Maine, para encontrarnos con los hermanos de Portland y
lugares vecinos. Nos alojamos en la casa de la bondadosa familia del Hno.
Martin. Yo no pude sentarme durante toda la tarde; pero como se me instó a
asistir a la reunión de la noche, fui a la escuela, sintiendo que no tenía
fuerzas para estar de pie y dirigirme a la gente.
«El local estaba lleno de oidores muy interesados. El Hno. Andrews
comenzó la reunión, y habló poco tiempo; tu padre continuó con algunas
observaciones. Entonces me levanté, y apenas había pronunciado unas
pocas palabras sentí que mis fuerzas eran renovadas; toda mi debilidad
pareció abandonarme, y hablé durante una hora con perfecta libertad. Sentí
una inefable gratitud por esta ayuda de Dios en el tiempo cuando más la
necesitaba.
«El miércoles por la noche hablé con libertad, por dos horas. El tener mi
fuerza física renovada de una manera tan inesperada, cuando había estado
completamente exhausta antes de estas dos reuniones, ha sido una fuente
de gran ánimo para mí. 199
Servicios de reavivamiento en Washington, Nueva
Hampshire
«Nuestro viaje a Washington, Nueva Hampshire, fue tedioso. Encontramos
albergue en el hogar del Hno. C. K. Farnsworth. Ellos hicieron todo lo que
pudieron para nuestra comodidad; todo se arregló y pudimos descansar tanto
como fue posible.
«El sábado tu padre habló en la mañana, y 20 minutos después hablé yo,
presentando un testimonio de reprobación para varias personas. La reunión
para la tarde fue citada en la casa del Hno. Farnsworth. A la mañana
siguiente asistimos otra vez a reuniones en la casa donde nos habíamos
congregado primero. Tratábamos de que los que profesaban la verdad
vieran su estado de terribles tinieblas y apostasía delante de Dios, y que
hicieran una humilde confesión.
«De nuevo tuvimos una reunión por la tarde en la casa del Hno. Farnsworth.
El Señor ayudó al Hno. Andrews esa noche, mientras se espaciaba en el
tema de sufrir por causa de Cristo. Se mencionó el caso de Moisés, que
‘rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón; escogiendo antes ser
maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del
pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros
de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón’ (Heb. 11:
24-26).
«La reunión comenzó el lunes a las diez de la mañana. De nuevo se trató el
tema de la condición de la iglesia. Con los ruegos más fervientes los
exhortamos a convertirse a Dios y a dar una media vuelta completa. El Señor
nos ayudo en la tarea. Nuestra reunión de la mañana terminó a las tres o
cuatro de la tarde. Todas estas horas habíamos estado ocupados, primero
uno de nosotros, luego el otro, trabajando fervientemente 200 por todos los
jóvenes inconversos.
«El martes por la noche hablé una hora con gran libertad. El Hno. Andrews
habló también de una manera ferviente y conmovedoras. El Espíritu de Dios
estaba en la reunión. Los ángeles de Dios parecían acercarse mucho,
alejando a los ángeles malos. Tanto los ministros como el pueblo lloraron
como niños. Sentimos que habíamos ganado terreno, y que los poderes de
las tinieblas habían retrocedido. Nuestra reunión terminó bien.
«Citamos todavía a otra reunión al día siguiente, comenzando a las 10 de la
mañana. Hablé cerca de una hora sobre la humillación y glorificación de
Cristo. Entonces comenzamos nuestro trabajo en favor de la juventud.
Muchos padres habían venido a la reunión trayendo a sus hijos consigo para
que recibieran la bendición. Nos dirigimos con ruegos fervientes a los niños,
hasta que trece de ellos se levantaron y expresaron su deseo de ser
cristianos. Un joven de cerca de los 20 años de edad caminó como 65
kilómetros para vernos y oír la verdad. Nunca había profesado religión, pero
se decidió en favor de Dios antes de salir.
«Esta fue una de las mejores reuniones. Nos despedimos con muchas
lágrimas, sintiendo que la bendición del cielo descansaba sobre nosotros».
En Vermont y Nueva York
La reunión de West Enosburgh, Vermont, revistió el más profundo interés.
Fue bueno reunirse de nuevo con nuestros antiguos y probados amigos de
este Estado y hablarles. Se realizó una obra grande y buena en poco tiempo.
Estos amigos eran generalmente pobres, y trabajaban duramente para
conseguir las comodidades de la vida en un lugar donde para ganar un dólar
había que trabajar más que para ganar dos en el oeste. 201 Sin embargo,
fueron liberales con nosotros. En ningún Estado los hermanos fueron más
fieles a la causa que en el antiguo Estado de Vermont.
Nuestra próxima reunión fue en Adams Center, Nueva York. Resultó una
reunión numerosa. Había varias personas en esa región, cuyos casos me
habían sido presentados, y por los cuales tenía el más profundo interés.
Eran hombres de valor moral. Algunos ocupaban posiciones que hacían que
la cruz de la verdad presente les fuera pesada de llevar, o por lo menos así lo
pensaban. Otros, que habían alcanzado la edad media de la vida, desde la
niñez habían observado el sábado, pero no habían llevado la cruz de Cristo.
Estos estaban en una posición en que parecía difícil conmoverlos.
Necesitaban ser sacudidos para que dejaran de confiar en sus buenas obras
y comenzaran a sentir su condición perdida sin Cristo. No podíamos
abandonar a estas almas, y trabajamos con todas nuestras energías para
ayudarlas. Por fin fueron conmovidas, y no hace mucho me alegré de oír
noticias de algunos de ellos, y buenas nuevas con respecto a todos.
Dios está convirtiendo a hombres poderosos y ricos, y trayéndolos a las filas.
Si ellos prosperan en la vida cristiana, crecen en gracia y por fin recogen una
rica recompensa, tendrán que usar su abundancia para hacer progresar la
causa de la verdad.
Regreso a Michigan
Después de salir de Adams Center, permanecimos unos pocos días en
Rochester, y de ese lugar vinimos a Battle Creek, donde permanecimos
durante el sábado y el primer día de la semana. Entonces regresamos a
nuestro hogar en Greenville, donde pasamos el próximo sábado y el primer
día con los hermanos que se reunieron de diferentes lugares. 202 - Reclamando a los Perdidos
DESPUES de llegar a nuestro hogar, sentimos de una manera intensa el
cansancio producido por el trabajo en nuestra gira al este. Muchos urgían
por carta a que escribiera lo que yo les había relatado respecto de lo que el
Señor me había mostrado concerniente a ellos. Y había muchos otros a los
cuales no había hablado, cuyos casos eran importantes y urgentes. Debido a
mi cansancio, la tarea de escribir tanto se me hacía más de lo que podía
soportar, y yo dudaba si tenía el deber de escribir tanto, a tantas personas,
algunas de las cuales no eran merecedoras de ello. Me parecía que por
cierto existía algún error en alguna parte.
Un sueño animador
Una noche soñé que una persona me trajo una tela blanca y me pidió que yo
cortara de ella vestidos para personas de todos los tamaños y toda
descripción de carácter y circunstancias en la vida. Se me dijo que los
cortara y los colgara, teniéndolos listos para ser confeccionados cuando se
me pidiera. Tenía la impresión de que muchas personas para quienes se me
pidió que cortara vestidos, no los merecían. Pregunté si ésa era la última
pieza de tela que yo tendría que cortar, y se me dijo que no; que tan pronto
como yo terminara este 203 trabajo, habría otros de los cuales debía
hacerme cargo.
Me sentí desanimada por la cantidad de trabajo que tenía delante, y declaré
que había estado ocupada en cortar vestidos para otros durante más de 20
años, y que mis labores no habían sido apreciadas, y que tampoco vi que mi
obra había realizado mucho bien. Le hablé al que me trajo la tela acerca de
una mujer en particular, para la cual él me había pedido que cortara un
vestido. Declaré que ella no merecía el vestido, y que sería una pérdida de
tiempo y material presentárselo. Ella era muy pobre, de un intelecto inferior,
desprolija en sus hábitos, y muy pronto lo ensuciaría.
La persona que me hablaba replicó. «Corta los vestidos; ése es tu deber. La
pérdida no es tuya sino mía. Dios no ve como el hombre ve. El es el que
traza el programa del trabajo que quiere realizar, y tú no sabes cuál
prosperará, si esto o lo otro. Se hallará al fin que muchas de tales pobres
almas irán al reino, mientras que otros que están favorecidos con todas las
bendiciones de la vida, que tienen un buen intelecto, viven en ambientes
agradables, y que reciben todas las ventajas del progreso, serán dejados
afuera. Se verá que estas pobres almas han vivido de acuerdo con la débil
luz que tenían, y han progresado gracias a los limitados medios que estaban
a su alcance, y que vivieron mucho más aceptablemente que algunos otros
que gozaron de una luz plena, y de amplios medios para el progreso».
Entonces levanté las manos, encallecidas como estaban con el uso de las
tijeras, y dije que solamente podía acobardarme ante el pensamiento de
realizar esta clase de trabajo.
La persona de nuevo repitió: «Corta los vestidos. Tu liberación todavía no ha
llegado».
Con un sentimiento de gran cansancio me levanté 204 en el sueño para
empeñarme en la tarea. Delante de mí había un par de tijeras nuevas,
relucientes, que comencé a usar. Al momento mis sentimientos de cansancio
y desánimo me abandonaron, las tijeras parecían cortar con poco esfuerzo de
mi parte, y corté un vestido tras otro, con comparativa facilidad.
Visitando iglesias en Michigan
Con el ánimo que este sueño me dio, al momento decidí acompañar a mi
esposo y al Hno. Andrews a los condados de Gratiot, Saginaw y Tuscola.
Resolví confiar en que el Señor me diera la fuerza para trabajar. Así, el 7 de
febrero salimos de casa, y viajamos en nuestro carruaje más de 70 kilómetros
para nuestra primera cita en Alma. Aquí trabajé como de costumbre, con un
buen grado de libertad y fuerza. Los hermanos de condado de Gratiot
parecían muy interesados en escuchar.
En Tittabawassee encontramos una gran casa de culto edificada
recientemente por nuestro pueblo, bien llena de observadores del sábado.
Los hermanos parecían listos para nuestro testimonio, y disfrutamos de
libertad. El día siguiente quince personas fueron bautizadas.
En Vassar tuvimos reuniones el sábado y el primer día en la casa de la
escuela. Este era un lugar gratuito donde se podía hablar, y obtuvimos buen
fruto de nuestro trabajo. El primer día por la tarde pasaron al frente, para que
oráramos por ellos, unos treinta hermanos que se habían apartado, y niños
que no habían hecho profesión de religión.
Cuidando de los enfermos
Regresamos a casa de esta gira antes que se desencadenara una gran lluvia
que venía acompañada de 205 nieve. Esta tormenta impidió la reunión del
próximo sábado, y de inmediato yo comencé a preparar el contenido de
Testimony No. 14 (Testimonio Num. 14). También tuvimos el privilegio de
cuidar a nuestro querido Hno. Séneca King, a quien trajimos a nuestro hogar
con una terrible herida en la cabeza y en el rostro. Lo trajimos a casa para
que muriera, porque no pensábamos que era posible que una persona con el
cráneo tan terriblemente fracturado se recuperara. Pero con la bendición de
Dios y con un poco de uso de agua, con una dieta escasa hasta que hubiera
pasado el peligro de fiebre, y piezas bien ventiladas de día y de noche, en
tres semanas pudo regresar a su hogar y atender sus asuntos en la granja.
No tomó ni una pizca de medicina desde el comienzo hasta el fin de su
proceso. Aunque había perdido considerable peso por la pérdida de sangre
de sus heridas y por la dieta reducida, cuando pudo tomar una cantidad más
abundante de alimento se fortaleció rápidamente.
Reuniones de reavivamiento en Greenville
Por este tiempo comenzamos a trabajar por nuestros hermanos y amigos que
vivían en torno a Greenville. Como es el caso en muchos otros lugares,
nuestros hermanos necesitaban ayuda. Algunos observaban el sábado, y sin
embargo no pertenecían a la iglesia, y había otros que habían abandonado la
observancia del sábado. Nos sentimos dispuestos a ayudar a estas pobres
almas, pero la conducta pasada y la posición presente de los miembros
dirigentes de la iglesia en relación con esas personas nos hacía casi
imposible acercarnos a ellas.
Al trabajar por los errantes, algunos de nuestros hermanos habían sido
demasiado rígidos, demasiado cortantes en sus observaciones. Y cuando
algunos estaban 206 dispuestos a rechazar su consejo solían decir: «Bien, si
quieren irse, que se vayan». Mientras los profesos seguidores de Jesús
manifestaran tal carencia de la compasión, la tolerancia y la ternura de Jesús,
la fe de estas pobres almas errantes, sin experiencia, abofeteadas por
Satanás, seguramente naufragaría. Por grandes que fueran los males y
pecados de los que yerran, nuestros hermanos debían aprender a manifestar
no solamente la ternura del Pastor, sino su infaltable cuidado y amor por la
oveja pobre y errada. Nuestros ministros se esfuerzan y predican semana
tras semana, y se regocijan de que unas pocas almas abracen la verdad. Y
sin embargo, hermanos con una disposición arrebatada y decidida pueden en
cinco minutos destruir la obra al albergar sentimientos que hacen surgir
palabras precipitadas como éstas: «Bien, si quieren abandonarnos, que lo
hagan».
Hallamos que no podíamos hacer nada en favor de las ovejas esparcidas que
estaban cerca de nosotros hasta que primeramente hubiéramos corregido los
errores de muchos de los miembros de la iglesia. Ellos habían permitido que
estas pobres almas erraran. No sentían ninguna carga por ellas. Escribí
testimonios definidos no solamente para los que habían errado grandemente
y estaban fuera de la iglesia, sino para aquellos miembros que estaban en la
iglesia y que se habían equivocado grandemente al no ir en procura de las
ovejas perdidas.
Las ovejas perdidas
El Señor está enviando a los errantes, a los débiles y temblorosos, y aun a
aquellos que han apostatado de la verdad, un llamado especial a regresar
plenamente al redil. Pero muchos no han aprendido que ellos tienen un
deber especial de ir y buscar a estas ovejas perdidas. 207
Los fariseos murmuraron porque Jesús recibía a los publicanos y a los
pecadores comunes, y comía con ellos. En su justicia despreciaban a estos
pobres pecadores que con gozo oían las palabras de Jesús. Para reprender
este espíritu en los escribas y fariseos, y para dejar una lección
impresionante para todos, el Señor relató la parábola de la oveja perdida.
Notad en particular los siguientes puntos:
Se dejan las noventa y nueve ovejas en el redil y se busca diligentemente a
la única que se ha perdido. Todo el esfuerzo se realiza por la oveja
desafortunada. Así también el esfuerzo de la iglesia debe dirigirse en favor
de los miembros que se desvían del redil de Cristo. ¿Y se han apartado ellos
muy lejos? No esperéis que regresen antes de que tratéis de ayudarlos, sino
id en busca de ellos.
Cuando se encuentra a la oveja perdida se la trae de vuelta con regocijo, y
esto produce mucha alegría. Esto ilustra la bendita y gozosa tarea de
trabajar por los errantes. La iglesia que se ocupa con éxito en esta obra, es
una iglesia feliz. El hombre o la mujer cuya alma es impulsada por la
compasión o el amor por los errantes y que trabaja para traerlos al redil del
gran Pastor, se halla empeñada en una tarea bendita. Y, ¡oh! ¡qué
pensamiento arrobador el que, cuando un pecador es así reconquistado, hay
más gozo en el cielo por él que por noventa y nueve justos! las almas
egoístas, exclusivistas, exigentes, que parecen temer ayudar a los que están
en el error como si esto los contaminara, no disfrutan la dulzura del trabajo
misionero; no sienten la bendición que llena todo el cielo de regocijo por el
rescate de uno que se ha extraviado.
La iglesia o las personas que rehúyen llevar cargas por otros, que se
encierran en sí mismas, pronto sufrirán una debilidad espiritual. Es el trabajo
lo que mantiene 208 fuerte a un hombre. La labor misionera, el esfuerzo y
llevar cargas y preocupaciones, es lo que fortalece a la iglesia de Cristo.
En viaje a Battle Creek
El sábado y el primer día, 18 y 19 de abril, respectivamente, disfrutamos de
buenos momentos con nuestro pueblo de Greenville. Los Hnos. M. E.
Cornell y M. G. Kellogg estaban con nosotros. Mi esposo bautizó a ocho
personas. El 25 y 26 estábamos con la iglesia de Wright. Estos queridos
hermanos estaban muy listos a darnos la bienvenida. Aquí mi esposo bautizó
a ocho.
El 2 de mayo nos encontramos con una gran congregación en la casa de
culto de Monterey. Mi esposo habló con claridad y fuerza sobre la parábola
de la oveja perdida. Su palabra fue grandemente bendecida. Algunos que se
habían extraviado estaban fuera de la iglesia, y no existía espíritu de trabajo
para ayudarlos. De hecho, la posición fría, erguida, dura e insensible de
algunos miembros de la iglesia estaba calculada para impedir su regreso, si
ellos decidían hacerlo. El tema conmovió los corazones de todos, y todos
manifestaron un deseo de hacer lo recto. El primer día hablamos tres veces
en Allegan a buenas congregaciones.
Teníamos luego una cita para encontrarnos con la Iglesia de Battle Creek el
9, pero creíamos que nuestro trabajo en Monterey apenas había comenzado,
y por lo tanto decidimos regresar a Monterey y trabajar con la iglesia otra
semana. La buena obra progresó, más allá de nuestras expectativas. La
casa estaba llena, y nunca antes presenciamos un espíritu tal en Monterey en
tan poco tiempo. El primer día cincuenta avanzaron al frente pidiendo que se
orara por ellos. Los hermanos estaban muy preocupados por las ovejas
perdidas, y 209 confesando su frialdad e indiferencia decidieron hacer lo que
debían. Catorce fueron bautizados. La obra progresó con solemnidad, con
confesiones y muchas lágrimas. Esto puso fin al trabajo arduo del año de la
conferencia.
Sesión de la Asociación General de mayo de 1868
La reunión de la Asociación General fue una oportunidad del más profundo
interés. Las labores de mi esposo fueron grandes durante sus numerosas
sesiones. Durante la conferencia se nos manifestó simpatía, tierno cuidado y
benevolencia. 210 - Viajando por el Camino Angosto
MIENTRAS estaba en Battle Creek, en agosto de 1868, soñé que estaba con
un gran grupo de personas. Una porción de esta asamblea comenzó un
viaje. Teníamos carruajes pesadamente cargados. Mientras viajábamos, el
camino parecía ascender. A un lado de este camino había un profundo
precipicio; del otro lado había un muro blanco, alto y liso, como el que hay en
las habitaciones revocadas.
A medida que proseguíamos el viaje, el camino se hacía más angosto y más
alto. En algunos lugares parecía tan estrecho que llegamos a la conclusión
de que no podíamos viajar más en carros cargados. De manera que
soltamos los caballos, tomamos una porción del equipaje de los carros, la
colocamos sobre ellos, y proseguimos, cabalgando.
Al continuar, la senda siguió angostándose. Nos vimos obligados a pegarnos
lo más cerca posible del muro, para evitar caer del estrecho camino al
profundo precipicio. Al hacer esto, el bagaje que estaba sobre los caballos
raspaba el muro y hacía que nos ladeáramos hacia el precipicio. Temíamos
caer, y ser hechos añicos sobre las rocas. Sacamos entonces el equipaje de
encima de los caballos, y éste cayó en el precipicio. Continuamos a caballo y
al llegar a los lugares 211 más estrechos en el camino teníamos mucho
temor de perder el equilibrio y caer. En tales ocasiones, una mano parecía
tomar las riendas y guiarnos por el camino peligroso.
Como la senda se hacía más estrecha aún, decidimos que no podíamos
viajar seguros cabalgando; dejamos los caballos y continuamos a pie, de a
uno, cada cual siguiendo los pasos del anterior. En este punto parecieron
descolgarse unas cuerdas pequeñas del alto muro blanco. Las tomamos con
ansiedad, para que nos ayudarán a guardar el equilibrio por la senda. A
medida que viajábamos, la cuerda se movía con nosotros. Por fin el sendero
se hizo tan angosto que llegamos a la conclusión de que podíamos viajar con
más seguridad sin zapatos ni medias. Nos los quitamos y viajamos
descalzos.
Entonces pensamos en aquellos que no se habían acostumbrado a soportar
privaciones y durezas. ¿Dónde estaban ahora? No se hallaban en el grupo.
Cada vez que el camino cambiaba, algunos quedaban atrás, y permanecían
solamente los que estaban acostumbrados a soportar vicisitudes. Las
privaciones del camino solamente hacían que estas personas estuvieran más
ansiosas de proseguir hasta el fin.
Nuestro peligro de caer del sendero aumentaba. Nos pegamos a la pared
blanca y sin embargo no podíamos colocar nuestros pies completamente en
el sendero, porque era demasiado angosto. Entonces suspendimos todo
nuestro peso de las cuerdas exclamando: «¡Nos sostienen desde arriba! ¡Nos
sostienen desde arriba!» Las mismas palabras fueron pronunciadas por todos
los miembros del grupo que marchaba por el estrecho sendero. Al escuchar
el ruido de la alegría y la rebelión que parecía provenir del abismo que estaba
debajo, nos estremecíamos. Oíamos juramentos 212 profanos, chistes
vulgares y cantos bajos y viles. Oíamos cantos de guerra y cantos de baile.
Oíamos instrumentos musicales y risotadas ruidosas, mezcladas con
maldiciones y clamores de angustia y amargo lamento. Entonces aumentaba
más que nunca nuestra ansiedad por mantenernos en el estrecho y difícil
sendero. Gran parte del tiempo nos veíamos obligados a suspendernos
completamente de las cuerdas, que aumentaban en tamaño a medida que
progresábamos.
Yo noté que el hermoso y blanco muro estaba manchado de sangre.
Producía un sentimiento de lástima ver la pared así manchada. Este
sentimiento sin embargo, duró sólo un momento, pues pronto pensé que todo
era como debía ser. Los que seguían detrás sabían que otros habían pasado
por la senda estrecha y difícil antes que ellos, y concluían que si a otros les
fue posible proseguir su marcha hacia adelante, ellos podrían hacer lo
mismo. Y cuando la sangre comienza a manar de sus doloridos pies, no
desmayarían con desánimo; sino que, viendo la sangre sobre la pared
sabrían que otros habían resistido la misma dificultad.
Por fin llegamos a un gran precipicio, en el cual terminaba nuestro camino.
No había nada ahora para guiar nuestros pies, nada sobre lo cual dejarlos
descansar. Nuestra entera confianza debía estar en las cuerdas, que habían
aumentado en tamaño hasta ser tan gruesas como nuestros cuerpos. En
este punto nos acosó durante un tiempo la perplejidad y la angustia. Con
medrosos susurros inquiríamos: «¿A qué está adherida la cuerda?» Mi esposo
estaba precisamente delante de mí. Grandes gotas de sudor caían de su
frente; tenía las venas del cuello y de las sienes engrosadas hasta el doble
de su tamaño habitual, y gemidos contenidos y agonizantes se escapaban de
sus labios. El 213 sudor me chorreaba por la cara y sentí tanta angustia como
nunca antes. Estábamos frente a una terrible lucha. Si aquí fracasábamos,
todas las dificultades de nuestro viaje habrían sido en vano.
Delante de nosotros, del otro lado del precipicio, se extendía un campo
hermoso de pasto verde, de unos 15 cm. de alto. No podía ver el sol, pero
rayos de luz brillantes y suaves, que se parecían al oro y la plata finos,
descansaban sobre ese campo. Nada que hubiera visto sobre la tierra podía
compararse en belleza y gloria con este campo. ¿Pero tendríamos éxito en
llegar hasta él? Esta era la ansiosa pregunta. Si la cuerda se rompía,
estábamos perdidos.
De nuevo, en susurros de angustia, fueron pronunciadas las palabras: «¿Qué
sostiene las cuerdas?» Por un momento dudábamos aventuramos. Entonces
exclamamos: «Nuestra única esperanza es confiar totalmente en la cuerda.
De ella hemos dependido en todo este difícil camino, No nos fallará ahora».
Todavía estábamos dudando con angustia. En este Momento escuchamos
las palabras: «Dios sostiene la cuerda. No debemos temer». Las palabras
eran repetidas por aquellos que estaban detrás de nosotros, y junto con ellas:
«El no nos faltará ahora. Hasta aquí nos ha conducido con seguridad».
Mi esposo entonces se arrojó por encima del terrible abismo hasta el campo
hermoso que se veía más allá. Inmediatamente yo lo seguí. ¡Oh, qué
sentimiento de alivio y gratitud a Dios experimentamos! Oí voces elevadas
en triunfante alabanza a Dios. ¡Yo estaba feliz, perfectamente feliz! 214 - Los que Llevan Cargas
EL 25 DE OCTUBRE de 1869, mientras estaba en Adams Center, Nueva
York, se me mostró que algunos ministros entre nosotros no están dispuestos
a llevar toda la responsabilidad que Dios quiere que tengan. Esta falta arroja
una carga adicional de cuidados y de trabajo sobre los que llevan las cargas.
Algunos ministros dejan de avanzar y de aventurarse en empresas en la
causa y la obra de Dios. Hay que hacer decisiones importantes, pero siendo
que el hombre mortal no puede ver el fin desde el principio, algunos no
asumen la responsabilidad, de aventurarse para progresar de acuerdo con lo
que la providencia de Dios les señala. Alguien debe avanzar; alguien debe
aventurarse en el temor de Dios, confiando en él por los resultados. Los
ministros que rehúyen esta parte del trabajo pierden mucho. Dejan de
obtener la experiencia que Dios se propuso que tuvieran para hacerlos
fuertes, hombres eficientes en los cuales pueda confiarse en una
emergencia.
Durante la aflicción de mi esposo, el Señor probó a su pueblo para revelar lo
que había en sus corazones; y al hacerlo, él les mostró lo que no había sido
descubierto en ellos y que no estaba de acuerdo con el Espíritu de Dios. El
Señor les mostró a sus hijos que la sabiduría del hombre es necedad, y que a
menos que ellos posean una firme confianza de Dios y una dependencia de
él, sus planes y cálculos resultarán un fracaso. 215 Hemos de aprender
lecciones de todas las cosas que nos pasan. Si se cometen errores, ellos
deben enseñarnos e instruirnos, pero no inducirnos a rehuir cargas o
responsabilidades. Donde hay mucho en juego, y donde deben considerarse
asuntos de vital consecuencia, y deben definirse cuestiones importantes, los
siervos de Dios deben asumir una responsabilidad individual. No pueden
deponer la carga y sin embargo hacer la voluntad de Dios.
Algunos ministros son deficientes en las cualidades necesarias para edificar
las iglesias, y no están dispuestos a ser gastados en la obra de Dios. Deben
estar dispuestos a darse íntegramente a sí mismos a la obra, con un interés
indiviso, con un celo que no puede ser abatido, con una paciencia y una
perseverancia incansables. Con estas cualidades en ejercicio activo, las
iglesias serán mantenida, en orden.
Dios había advertido y amonestado a mi esposo con respecto a la
preservación de su salud. A mí se me había mostrado que él había sido
levantado por el Señor, y que vivía por un milagro de su misericordia, no con
el propósito de concentrar de nuevo sobre él las cargas bajo las cuales una
vez cayó, sino para que el pueblo de Dios fuera beneficiado por su
experiencia en hacer progresar los intereses de la causa, y en relación con la
obra que el Señor me ha dado, y la carga que él ha puesto sobre mí.
Durante los años que siguieron a la recuperación de mi esposo, el Señor
abrió delante de nosotros un amplio campo de trabajo. Aunque yo asumí la
responsabilidad de la predicación tímidamente al comienzo, a medida que la
providencia de Dios abría el camino delante de mí aumentó mi confianza para
ponerme de pie ante grandes auditorios. juntos asistimos a nuestros
congresos campestres y otras grandes reuniones, 216 desde Maine hasta
Dakota, y desde Michigan hasta Texas y California.
La obra que comenzó en forma débil y oscura continuó aumentando y
fortaleciéndose. Casas editoras y misiones establecidas en muchos países
dan fe de su crecimiento. En lugar de la edición de nuestro primer periódico,
que llevamos a la oficina de correos en una valija, ahora se envían,
mensualmente, muchos cientos de miles de ejemplares de nuestros diversos
periódicos, desde donde se publican. La mano de Dios a sido con esta obra
para prosperarla y edificarla.
La historia posterior de mi vida había de implicar la historia de muchas de las
empresas que han surgido entre nosotros, y con las cuales la obra de mi vida
ha estado estrechamente vinculada. Para la edificación de estas
instituciones, mi esposo yo trabajamos con la pluma y con la voz. El anotar,
aun brevemente, las experiencias de estos activos y atestados años,
excedería en gran manera los límites de este bosquejo. Los esfuerzos de
Satanás para impedir la obra y para destruir a los obreros no han cesado;
pero Dios ha tenido cuidado de sus siervos y de su obra.
Como he participado en todo paso de avance hasta nuestra condición
presente, al repasar la historia pasada puedo decir: «¡Alabado sea Dios!» Al
ver lo que el Señor ha hecho, me lleno de admiración y de confianza en
Cristo como director. No tenemos nada que temer del futuro, a menos que
olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido, y lo que nos ha
enseñado en nuestra historia pasada.
Somos deudores a Dios de usar toda ventaja que nos ha confiado para
hermosear la verdad con la santidad de carácter, y para enviar el mensaje de
advertencia, de consuelo, de esperanza y amor, a los que están en las
tinieblas del error y del pecado. 217 - Un Sueño Solemne
EN LA noche del 30 de abril de 1871 me retiré a descansar con mi espíritu
muy deprimido. Durante tres meses había estado muy desanimada. A
menudo había orado con angustia de espíritu solicitando alivio. Había
implorado ayuda y fuerza de Dios, para que pudiera elevarme por encima del
pesado desaliento que estaba paralizando mi fe y esperanza, y que me
estaba incapacitando para ser útil.
Esa noche tuve un sueño que me produjo una impresión muy feliz. Soñé que
estaba asistiendo a una importante reunión en la cual se reunía un gran
grupo de hermanos. Muchos estaban arrodillados delante de Dios en
ferviente oración, y parecían sentir una carga. Estaban importunando al
Señor y rogándole que les diese luz especial. Unos pocos parecían estar en
agonía de espíritu; sus sentimientos eran intensos; con lágrimas clamaban en
voz alta por ayuda y por luz. Nuestros hermanos más prominentes estaban
empeñados en esta impresionante escena. El Hno. A. estaba postrado
sobre el suelo, aparentemente en profunda angustia. Su esposa estaba
sentada entre un grupo de burladores indiferentes. Ella parecía que deseaba
que todos entendieran que ella se burlaba de los que se humillaban a sí
mismos de esa manera.
Soñé que el Espíritu del Señor vino sobre mí, y que yo me puse en pie en
medio de los clamores y las 218 oraciones, y dije: «El Espíritu del Señor Dios
es sobre mí. Me siento impulsada a deciros que debéis comenzar a trabajar
individualmente por vosotros mismos. Estáis mirando a Dios y deseáis que él
realice en vuestro favor la obra que él os ha dejado para que vosotros la
hagáis. Si hacéis en favor de vosotros mismos la obra que sabéis que debéis
realizar, entonces Dios os ayudará cuando necesitéis ayuda. Habéis dejado
sin hacer precisamente lo que Dios os ha dejado para que vosotros hicierais.
Habéis estado pidiendo que Dios haga vuestro trabajo. Si vosotros siguierais
la luz que él os dio, él haría que un mayor grado de luz brillara sobre
vosotros; pero mientras descuidáis los consejos, las amonestaciones y los
reproches que, han sido dados, ¿cómo podéis esperar que Dios, os dé más
luz y bendición para descuidar y despreciar? Dios no es un hombre; no
puede jugarse con él».
«Tomé la Biblia preciosa y la rodeé con varios Testimonios para la iglesia,
dados para el pueblo de Dios. Dije yo: «Aquí se describen los casos de casi
todos. Los pecados que deben evitar están señalados. El consejo que
necesitan puede encontrarse aquí, dado para otros casos que estaban en
condición similar. Dios se ha agradado de dar línea sobre línea y precepto
sobre precepto. Pero no hay muchos de vosotros que sepan en realidad lo
que está contenido en los Testimonios. No estáis familiarizados con las
Escrituras. Si hubierais hecho de la Palabra de Dios vuestro estudio
predilecto, con un deseo de alcanzar las normas bíblicas y lograr la
perfección cristiana, no habríais necesitado los Testimonios. Es debido a que
habéis descuidado familiarizaros con el libro inspirado de Dios por lo que él
ha tratado de llegar a vosotros por medio de testimonios sencillos y directos,
llamándoos la atención a las palabras de la inspiración que habéis dejado de
obedecer, y 219 urgiéndoos a modelar vuestra vida según sus puras y
elevadas enseñanzas.
«El Señor se ha dignado amonestaros, reprobaros y aconsejaros por medio
de los testimonios dados, e impresionaros con la importancia de la verdad de
su Palabra. Los Testimonios escritos no tienen el propósito de traer nueva
luz, sino de impresionar vívidamente en el corazón las verdades de la
inspiración ya reveladas. El deber del hombre hacia Dios y hacia su prójimo
ha sido distintamente especificado en la Palabra de Dios; sin embargo, sólo
unos pocos de vosotros son obedientes a la luz dada. No se presenta una
luz adicional, sino que Dios mediante los Testimonios, ha simplificado las
grandes verdades ya reveladas, y en la manera específica en que él decidió,
las ha puesto delante del pueblo, para despertar e impresionar la mente por
medio de ellos, a fin de que todos sean dejados sin excusa.
«El orgullo, el amor propio, el egoísmo, el odio, la envidia y los celos han
oscurecido las facultades de percepción, y la verdad, que os haría sabios
para la salvación, ha perdido su poder de cautivar y dominar la mente. Aun
los principios fundamentales de la piedad no se entienden porque no existe
un sentido de hambre y sed por el conocimiento de la Biblia. No hay pureza
de corazón y santidad de vida. Los Testimonios no han de empequeñecer la
palabra de Dios, sino exaltarla y conducir a las mentes a ella, para que la
hermosa sencillez de la verdad pueda impresionar a todos».
Yo dije además: «Así como la Palabra de Dios está rodeada de estos libros y
folletos, Dios os ha circundado con reproches, consejos, amonestaciones y
palabras de ánimo. Aquí estáis clamando delante de Dios, con vuestras
almas angustiadas, por más luz. Dios me ha autorizado a deciros que no
brillará sobre vuestro 220 camino ningún otro rayo de luz por medio de los
Testimonios, hasta que hagáis un uso práctico de la luz que ya tenéis. El
Señor os ha circundado de luz, pero vosotros no habéis apreciado esa luz; la
habéis pisoteado. En tanto que algunos han despreciado la luz, otros la han
descuidado, o la han seguido sólo en forma indiferente. Unos pocos han
resuelto en su corazón obedecer la luz que Dios se ha agradado en darles.
«Algunos de los que han recibido advertencias especiales por medio de un
testimonio, han olvidado después de pocas semanas el reproche dado. Los
testimonios enviados a algunos han sido repetidos varias veces; pero ellos no
han creído que eran de suficiente importancia como para darles cuidadosa
atención. Han sido para ellos como fábulas ociosas. Si hubieran atendido a
la luz dada, habrían evitado pérdidas y pruebas que ellos consideran que son
duras y severas. Ellos deben dirigir la censura solamente a sí mismos. Han
colocado sobre sus propios cuellos un yugo que encuentran gravoso llevar.
No es el yugo que Cristo les ha impuesto. El cuidado y el amor de Dios
fueron ejercidos en su favor; pero sus almas egoístas, malas e incrédulas no
podían discernir la bondad del Señor y su misericordia. Se apresuraron en la
dirección de su propia sabiduría, hasta que, abrumados de pruebas y
confundidos con perplejidades se hallan entrampados por Satanás. Cuando
recojáis los rayos de luz que Dios ha dado en lo pasado, entonces él dará
una luz mayor».
Les pedí que consideraran el caso del Israel de antaño. Dios les dio su ley;
pero ellos no quisieron obedecerla. Entonces les dio ceremonias y
ordenanzas, para que en la realización de estas cosas recordaran a Dios.
Estaban tan propensos a olvidar al Señor y lo que él pedía de ellos, que fue
necesario mantener sus mentes agitadas para que se dieran cuenta de sus
obligaciones 221 de obedecer y honrar a su creador. Si hubieran sido
obedientes, y si hubieran amado observar los mandamientos de Dios, no se
habría necesitado la multitud de ceremonias y ordenanzas que tenían.
Si los hijos de Dios que ahora profesan ser el tesoro peculiar del señor
quisieran obedecer sus requerimientos, como están especificados en su
palabra, no recibirían testimonios especiales para despertarlos a su deber, e
impresionar en su mente su pecaminosidad y el terrible peligro de descuidar
la obediencia a la palabra de Dios. Hay conciencias que han sido embotadas,
porque la luz ha sido puesta a un lado, descuidada y despreciada. Y Dios
quitará estos Testimonios del pueblo, lo privará de su fuerza y lo humillará.
Soñé que mientras hablaba el poder de Dios cayó sobre mí de una manera
muy notable, y se me privó de toda mi fuerza. Sin embargo no tuve ninguna
visión. Yo pensaba que mi esposo se ponía en pie delante del pueblo y
exclamaba: «Este es el poder maravilloso de Dios. El ha hecho de los
Testimonios un medio poderoso de alcanzar a las almas, y que por medio de
ellos, él trabajará en forma todavía más poderosa de lo que ha hecho hasta
ahora. ¿Quién estará de parte del Señor?»
Soñé que un buen número de hermanos se pusieron instantáneamente de
pie, y respondieron al llamamiento. Otros permanecieron sentados de mal
humor; algunos manifestaron escarnio y burla, y unos pocos parecían
totalmente indiferentes. Uno se puso en pie a mi lado y dijo:
«Dios te ha levantado y te ha dado palabras para hablar al pueblo y para
alcanzar los corazones como él no lo ha hecho con ningún otro. El ha
conformado tus testimonios para hacer frente a los casos que están en
necesidad de ayuda. No debes dejarte afectar por la burla, por el escarnio,
por el reproche y por la censura. 222 A fin de ser el instrumento escogido de
Dios, no debes depender de ningún otro, sino depender exclusivamente de
él, y como la viña que se agarra de su tutor, debes permitir que tus zarcillos lo
rodeen. El te hará un medio para comunicar su luz al pueblo. Debes obtener
diariamente fuerza de Dios, a fin de estar fortalecida, para que el ambiente
donde estás no oscurezca ni eclipse la luz que Dios ha permitido que brille
sobre su pueblo por tu medio. Es el objeto especial de Satanás impedir que
esta luz llegue al pueblo de Dios, quien mucho la necesita en medio de los
peligros de estos últimos días.
«Tu éxito está en tu sencillez. Tan pronto como abandones esta sencillez, y
elabores tus Testimonios para conformarlos con las mentes de algunos, tu
poder se habrá ido. En esta época casi todo es falaz e irreal. El mundo
abunda en testimonios dados para agradar y encantar por el momento, y para
exaltar el yo. Tu testimonio es de un carácter diferente. Ha de afectar hasta
las minucias de la vida, impidiendo que la débil fe muera, y haciendo
entender claramente a los creyentes la necesidad de brillar como luces en el
mundo.
«Dios te ha dado tu testimonio para presentar delante del apóstata y del
pecador su verdadera condición, y para mostrarle la inmensa pérdida que él
experimenta al continuar en su vida de pecado. Dios ha impresionado esto
en tu mente, exponiéndolo ante tu visión, como no lo ha hecho con ninguna
otra persona que ahora viva; y de acuerdo con la luz que te ha dado, te hará
responsable. ‘No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho
Jehová de los ejércitos’. ‘Alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo
su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado’ » (Zac. 4: 6; Isa. 58: 1).
Este sueño tuvo una poderosa influencia sobre mí. 223 Cuando desperté, mi
espíritu estaba alegre y sentía una gran paz. Las enfermedades que me
habían hecho más difícil el trabajo fueron quitadas, y gocé de una fuerza y de
un vigor ausentes durante meses. Me parecía que los ángeles de Dios
habían sido comisionados para darme alivio. Una inefable gratitud llenó mi
corazón por este gran cambio del desaliento a la luz y la Felicidad. Yo sabía
que había recibido ayuda de Dios. Esta manifestación me pareció como un
milagro de la misericordia de Dios, y no seré desagradecida por su bondad
amorosa. 224 - Obra Misionera(16). EL 10 de diciembre de 1871 se me mostró que Dios realizaría una gran obra por medio de la verdad, si hombres consagrados que se sacrificaran a sí mismos se entregaran sin reservas a la obra de presentar el mensaje a los que están en tinieblas. Los que tienen un conocimiento de la preciosa verdad, y están consagrados a Dios, deben valerse de toda oportunidad dondequiera se presente una puerta abierta para hacer avanzar la verdad. Los ángeles de Dios están conmoviendo los corazones y las conciencias del pueblo de otras naciones, y almas honestas se sienten angustiadas al presenciar las señales de los tiempos en el estado incierto 225 de las naciones. Surge el interrogante en sus corazones: ¿Cuál será el fin de todas estas cosas? Mientras Dios y los ángeles están obrando para impresionar los corazones, los siervos de Cristo parecen dormir. Pero unos pocos trabajan en unión con los mensajeros celestiales. Si los ministros y el pueblo despertaran lo suficiente, no descansarían en esta forma tan indiferente, mientras Dios los ha honrado haciendo de ellos los depositarios de su ley, imprimiendo esa ley en sus mentes y escribiéndola en sus corazones. Las verdades de vital importancia han de poner a prueba al mundo; y sin embargo en nuestro propio país hay ciudades, aldeas y pueblos que nunca han oído el mensaje de amonestación. Jóvenes que se sienten conmovidos por los llamados realizados en procura de ayuda en esta gran obra de hacer progresar la causa de Dios, realizan algún movimiento de avance, pero no asumen la carga de la obra tan plenamente como para hacer lo que debe hacerse. Si los jóvenes que comienzan a trabajar en esta causa tuvieran el espíritu misionero, darían evidencia de que Dios ciertamente los ha llamado a la obra. Pero cuando no van a nuevos lugares, sino que están contentos de ir de iglesia en iglesia, dan evidencia de que la carga de la obra no está sobre ellos. Las ideas de nuestros predicadores jóvenes no son lo suficientemente amplias. Su celo es demasiado débil. Si los jóvenes estuvieran despiertos y dedicados al Señor, serían diligentes en todo momento, y buscarían las calificaciones necesarias para llegar a ser obreros en el campo misionero. Los jóvenes deben estar adquiriendo las calificaciones para ese trabajo y familiarizarse con otros idiomas, para que Dios los use como medios de comunicar 226 su verdad salvadora a los habitantes de otras naciones. Estos jóvenes pueden obtener un conocimiento de otras lenguas aun mientras están empeñados en trabajar por los pecadores. Si son económicos en la forma de aprovechar su tiempo, pueden estar progresando mentalmente, y calificándose para una utilidad más amplia. Si las jóvenes que han llevado sólo pocas responsabilidades se consagraran a Dios, podrían calificarse para ser útiles estudiando y familiarizándose con otros idiomas. Podrían dedicarse a la obra de traducir. Nuestras publicaciones deben imprimirse en otras lenguas, a fin de que las naciones extranjeras puedan ser alcanzadas. (17) Mucho puede hacerse
por medio de la prensa, pero se podría hacer aún más si la influencia de las
labores de los predicadores activos acompaña a nuestras publicaciones. Se
necesitan misioneros que vayan a otros países para predicar la verdad de
una manera cuidadosa. La causa de la verdad presente puede ser
grandemente extendida por el esfuerzo personal.
Cuando las iglesias vean que hay jóvenes que poseen el celo que los califica
para extender sus labores a ciudades, aldeas y pueblos que nunca han sido
despertados a la verdad; cuando vean que hay misioneros voluntarios
dispuestos a ir a otras naciones a fin de llevarles la verdad, las iglesias se
verán animadas y fortalecidas mucho más que si ellas mismas fueran
beneficiarias de los trabajos de jóvenes inexpertos. Al ver los corazones de
sus ministros ardiendo de amor y celo por la verdad y con un deseo de salvar
almas, las iglesias despertarán. Estas generalmente tienen en su 227 propio
seno los dones y el poder que les reportaría bendición y fortaleza a ellas
mismas, y que les permitiría reunir a las ovejas y a los corderos en el redil.
Necesitan que se les permita trabajar con sus propios recursos, para que
todos los dones que están durmiendo puedan así ser llamados a un servicio
activo.
El Señor ha impulsado a hombres que hablan otros idiomas, y los ha
colocado bajo la influencia de la verdad, a fin de calificarlos para trabajar en
su causa. El los ha puesto al alcance de la oficina de publicaciones, para que
sus gerentes se valieran de sus servicios, si estaban despiertes a las
necesidades de la causa. Se necesitan publicaciones en otros idiomas, para
despertar el interés y las inquietudes entre otras naciones.
Así como la predicación de Noé amonestó y probó a los habitantes del
mundo antes que el diluvio los destruyera de sobre la faz de la tierra, también
la verdad de Dios para estos últimos días está haciendo una obra similar de
amonestar y poner a prueba al mundo. Las publicaciones que salen de la
oficina llevan el sello del Eterno. Están siendo esparcidas por todo el país, y
están decidiendo el destino de muchas almas. Se necesitan grandemente
ahora hombres que puedan traducir y preparar nuestras publicaciones en
otros idiomas, de manera que el mensaje de advertencia vaya a todas las
naciones y las pruebe por medio de la luz de la verdad, y así los hombres y
mujeres, al ver la luz puedan volver de la transgresión a la obediencia de la
ley de Dios.
Debe aprovecharse toda oportunidad para extender la verdad a otras
naciones. Esto requerirá considerable gasto, pero el gasto de ninguna
manera debe impedir la realización de esta tarea. Los medios son de valor
únicamente al ser empleados para hacer progresar los intereses del reino de
Dios. El Señor ha prestado
228 medios a los hombres para este mismo propósito, para usarlos en enviar
la verdad a sus semejantes.
Ahora es el tiempo de usar los medios para Dios. Este es el tiempo de ser
ricos en buenas obras, colocando para nosotros un buen fundamento para el
tiempo venidero, de manera que podamos echar mano de la vida eterna. Un
alma salvada en el reino de Dios es de más valor que todas las riquezas
terrenales. Somos responsables ante Dios por las almas de aquellos con
quienes nos relacionamos, y cuanto más estrechas nuestras relaciones con
nuestros semejantes, mayor es nuestra responsabilidad. Somos una gran
hermandad, y el bienestar de nuestros semejantes debe ser nuestro gran
interés. No tenemos un momento que perder. Si hemos sido descuidados en
esta materia, es harto tiempo de que ahora con todo fervor redimamos el
tiempo, no sea que la sangre de las almas se encuentre sobre nuestros
vestidos. Como hijos de Dios, ninguno de nosotros está eximido de tomar
parte en la gran obra de Cristo para la salvación de nuestros semejantes.
Será una tarea difícil la de vencer el prejuicio y convencer a los no creyentes
de que nuestros esfuerzos por ayudarlos son desinteresados. Pero esto no
debe impedir nuestra labor. No hay precepto en la Palabra de Dios que nos
ordene hacer bien solamente a aquellos que aprecian nuestros esfuerzos y
responden a ellos, o que nos pida que beneficiemos solamente a los que nos
agradezcan por ello. Dios nos ha enviado a trabajar en su viña. Nuestra
tarea es hacer todo lo que podemos. «Por la mañana siembra tu semilla, y a
la tarde no dejes reposar tu manos; porque no sabes cuál es lo mejor, si esto
o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno» (Ecl: 11: 6).
Tenemos demasiado poca fe. Limitamos al Santo 229 de Israel. Debemos
estar agradecidos de que Dios condescienda en usar a algunos de nosotros
como sus instrumentos. Cada oración ferviente elevada con fe por algo
recibirá respuesta. Ella puede no llegar como lo habíamos esperado; pero
vendrá, tal vez no como lo habíamos planeado, pero al tiempo preciso
cuando más la necesitemos. Pero ¡oh, cuán pecaminosa es nuestra
incredulidad! «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en
vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho» (Juan 15: 7). 230 - Planes mas Amplios
MIENTRAS estaba en California, en el año 1874, tuve un sueño
impresionante, en el cual se me presentó la prensa como instrumento en la
obra de proclamar el mensaje del tercer ángel al mundo.
Soñé que varios de los hermanos en California se hallaban en concilio,
considerando el mejor plan de trabajar durante la próxima estación. Algunos
creían que era sabio rehuir las grandes ciudades, y trabajar en los lugares
pequeños. Mi esposo estaba urgiendo con todo fervor a que se hicieran
planes más amplios, y se realizaran esfuerzos más extendidos, lo cual estaría
en más consonancia con el carácter de nuestro mensaje.
Entonces un joven a quien yo había visto con frecuencia en mis sueños llegó
al concilio. Escuchó con profundo interés las palabras que se hablaban, y
entonces, hablando en forma deliberada, con autorizada confianza, dijo:
«Las ciudades y los pueblos constituyen una parte de la viña del Señor.
Deben escuchar el mensaje de advertencia. El enemigo de la verdad está
haciendo esfuerzos desesperados para apartar al pueblo de la verdad de
Dios a fin de que vaya en procura de falsedades… Habéis de sembrar junto a
todas las aguas.
«Puede ser que no veáis de inmediato el resultado de vuestra labor, pero esto
no debe desanimaros. Tomad a Cristo como vuestro ejemplo. El tenía
muchos 231 oyentes, pero pocos lo seguían. Noé predicó durante ciento
veinte años al pueblo antes del diluvio; sin embargo, de las multitudes de la
tierra de ese tiempo, solamente ocho se salvaron».
El mensajero continuó: «Estáis concibiendo ideas demasiado limitadas de la
obra para este tiempo. Estáis tratando de planear la obra como para poder
abarcarla con vuestros brazos. Debéis tener una visión más amplia. Vuestra
luz no debe ser colocada debajo de un almud o debajo de la cama, sino en el
candelero, para que alumbre a todos los que están en casa. Vuestra casa es
el mundo…
«La veracidad y la verdad de las declaraciones y obligaciones del cuarto
mandamiento deben ser presentadas en forma clara delante del pueblo.
‘Vosotros sois mis testigos’. El mensaje avanzará con poder a todas partes
del mundo, a Oregon, a Europa, a Australia, a las islas del mar, a todas las
naciones, lenguas y pueblos. Preservad la dignidad de la verdad. Esta
crecerá hasta alcanzar grandes proporciones. Muchos países están
esperando el avance de la luz que Dios tiene para ellos, y vuestra fe es
limitada, muy pequeña. Vuestro concepto de la obra necesita ampliarse
grandemente. Oakland, San Francisco, Sacramento, Woodland, y las
grandes ciudades de los Estados Unidos deben oír el mensaje de verdad.
Avanzad. Dios obrará con gran poder si andáis con toda humildad delante de
él. La fe no habla de imposibilidades. Nada es imposible para Dios. La luz
de las declaraciones obligatorias de la ley de Dios ha de someter a prueba al
mundo…»
En mi última visión se me mostró que debemos tener una parte que realizar
en California para extender y confirmar la obra ya comenzada. Se me mostró
que debía ponerse a contribución trabajo misionero en
232 California, en Australia, en Oregon, y en otros territorios en forma mucho
más extensa de lo que nuestros hermanos han imaginado, o de lo que jamás
han contemplado y planeado. Se me mostró que en el tiempo actual no
avanzamos tan rápidamente como las providencias de Dios están abriendo
oportunidades delante de nosotros. Se me mostró que la verdad presente
debe ser un poder en California si los creyentes en el mensaje no le hicieran
lugar al enemigo con su incredulidad y egoísmo, sino concentraran sus
esfuerzos en un solo objeto: la edificación de la causa de la verdad presente.
Vi que habría un periódico publicado en la costa del Pacífico. Habría una
institución de salud establecida allí, y se crearía una casa publicadora.
El tiempo es corto; y todos los que creen en este mensaje deben sentir que
una solemne obligación descansa sobre ellos, a saber la de ser obreros
desinteresados, que ejerzan su influencia en la debida dirección, y nunca, ni
por palabra ni por acción, se los encuentre alineados en contra de los que
tratan de hacer progresar los intereses de la causa de Dios. Las ideas de
nuestros hermanos son completamente estrechas. Esperan solamente poco.
Su fe es demasiado limitada.
Un periódico publicado en la costa del Pacífico daría fuerza e influencia al
mensaje. La luz que Dios nos ha dado no tendrá mucho valor para el mundo
si no puede ser vista al ser presentada delante de él. Os declaro que nuestra
visión puede ser extendida. Vemos las cosas cercanas, pero no las que
están lejos. 233 - A Todo el Mundo
SIENTO profundamente la necesidad de que hagamos esfuerzos más
completos y fervientes para presentar la verdad al mundo. En la última visión
que me fue dada, se me mostró que no estamos haciendo ni la vigésima
parte de la obra que debiéramos realizar para la salvación de las almas.
Trabajamos por ellas en forma indiferente, como si no fuera un asunto de
grandísima importancia el que reciban o rechacen la verdad. Se hacen
esfuerzos generales, pero dejamos de trabajar en forma particular por medio
de esfuerzos personales. No nos acercamos a los hombres y mujeres de tal
manera que los impresionemos con el hecho de que tenemos un interés
personal por ellos, y de que nos preocupamos en forma profunda y ferviente
por su salvación y no queremos renunciar a la tarea de salvarlos.
Nos mantenemos a gran distancia de quienes no creen en la verdad. Los
llamamos y esperamos que vengan a nosotros para inquirir acerca de la
verdad. Muchos no se sentirán inclinados a hacerlo, porque están en
tinieblas y en el error, y no pueden discernir la verdad y su vital importancia.
Satanás los retiene con firme poder, y si nosotros queremos ayudarlos,
debemos mostrar interés personal y amor por sus almas, y tratarlos con
fervor. Debemos trabajar con oración y amor, con fe y paciencia incansable,
esperándolo todo
234 y creyéndolo todo, con la sabiduría de la serpiente y la humildad de la
paloma, a fin de ganar almas para Cristo.
Preparación especial
Como pueblo no estamos suficientemente despiertos ante el corto tiempo en
el cual nos toca trabajar, y no entendemos la magnitud de la obra para este
tiempo. La noche pronto viene, en la cual nadie puede obrar. Dios llama a
hombres y mujeres que tengan las cualidades necesarias -consagración a la
voluntad divina y fervor en el estudio de las Escrituras-, para hacer su obra
especial en estos últimos días. El llama ahora a hombres que puedan
trabajar. A medida que se empeñan en la tarea con sinceridad y humildad
para hacer todo lo que puedan, obtendrán una experiencia más completa.
Tendrán un conocimiento mejor de la verdad y de los métodos para alcanzar
a las almas y ayudarlas, precisamente cuando necesitan ser ayudadas. Se
necesitan obreros ahora, ahora mismo, para trabajar por Dios. Los campos
ya están blancos para la siega, y sin embargo los obreros son pocos.
Providencias y oportunidades
Se me mostró que, como pueblo, hemos estado dormidos en cuanto a
nuestro deber de presentar la luz a los hombres de otras naciones. ¿Es
porque Dios nos ha eximido como pueblo, de tener cualquier carga o de
realizar un trabajo especial en favor de los de otras lenguas, por lo que no
tenemos misioneros ya hoy en países extranjeros? ¿Por qué ocurre esta
negligencia y esta demora? Hay personas de mente superior en muchas
otras naciones, a quienes Dios está impresionando con la falta de
espiritualidad y de piedad genuina que existe en las denominaciones
cristianas del país. 235 Ellos no pueden armonizar la vida y el carácter de los
profesos cristianos con las normas bíblicas. Muchos están orando por luz y
conocimiento. No están satisfechos. Dios contestará sus oraciones por
medio de nosotros, como pueblo, si no estamos a una distancia tan grande
de él que no podamos oír su voz, y si no somos tan egoístas que no
queramos ser perturbados en nuestra comodidad y asociaciones agradables.
No estamos marchando al paso de las providencias de Dios que nos abren
puertas. Jesús y los ángeles están trabajando. Esta causa está progresando,
mientras que nosotros estamos detenidos y quedamos a la retaguardia. Sí
siguiéramos las providencias divinas que abren puertas delante de nosotros,
discerniríamos con rapidez toda puerta abierta, y aprovecharíamos hasta el
máximo toda ventaja que esté a nuestro alcance, a fin de permitir, que la luz
se extienda y llegue a otras naciones. Dios, en su providencia, ha enviado a
nuestras mismas puertas, y los ha arrojado, por así decirlo, en nuestros
brazos, a fin de que puedan aprender la verdad más perfectamente, y ser
calificados para realizar la obra que nosotros no podríamos hacer de llevar la
luz a hombres de otros idiomas. A menudo hemos dejado de discernir la
mano de Dios, y no hemos recibido precisamente a aquellos que Dios nos ha
provisto para que trabajen en unión con nosotros y desempeñen una parte en
enviar la luz a otras naciones.
Sembrar sobre todas las agua
Ha habido un descuido causado por nuestra pereza y una incredulidad
criminal entre nosotros como pueblo, que nos ha mantenido a la retaguardia
sin hacer la obra de Dios nos ha dejado y que consiste en permitir que
nuestra luz brille delante de los que pertenecen a 236 otras naciones. Se
siente temor en aventurarse y no se quiere correr riesgos en la obra,
temiendo que la inversión de medios no traiga resultados. ¿Qué pasaría si se
usan los medios y sin embargo no podemos ver que algunas almas han sido
salvadas por ellos? ¿Qué pasaría si malgastáramos una porción de nuestros
medios? Mejor es trabajar y mantenerse activo que no hacer nada. Vosotros
no sabéis qué cosa prosperará, si esto o lo otro.
Dios tendrá hombres que arriesgarán cualquier cosa y todo lo que tienen para
salvar almas. Aquellos que no avanzan sino hasta que puedan ver todo
trecho del camino con claridad delante de ellos, no rendirán ningún beneficio
en este tiempo, para el progreso de la verdad divina. Debe haber ahora
obreros que avancen en la oscuridad tanto como en la luz, y que se
mantengan firmes y valientes pese a los desánimos y las esperanzas
frustradas, que trabajen con fe, con lágrimas y con paciente esperanza, y
siembren junto a todas las aguas, confiando en el Señor para que él traiga los
frutos. Dios llama a hombres de nervio, de esperanza, de fe y de
persistencia, para que trabajen.
Publicaciones en muchos idiomas
Se me ha mostrado que nuestras publicaciones deben imprimirse en
diferentes idiomas y ser enviadas a todo país civilizado, a cualquier costo.
¿Qué valor tiene el dinero en este tiempo, en comparación con el valor de las
almas? Todo dólar de nuestros recursos debe ser considerado
como del Señor y no nuestro; y como un precioso legado de Dios a nosotros,
no para ser malgastado en complacencias innecesarias, sino para ser usado
cuidadosamente en la causa de Dios, en la obra de salvar a hombres y
mujeres de la ruina.
Se me ha mostrado que la prensa es poderosa para 237 el bien o para el
mal. Esta agencia puede alcanzar e influir la mente del público como no lo
puede ninguna otra cosa. La prensa, dirigida por hombres que sean
santificados y consagrados a Dios, puede ser un poder para el bien y para
traer a los hombres al conocimiento de la verdad. La pluma es un poder en la
mano de hombres que sienten la verdad ardiendo en el altar de sus
corazones, y que tienen un celo inteligente por Dios, equilibrado con un sano
juicio. La pluma, sumergida en la fuente de la verdad pura, puede enviar los
rayos de la luz a los oscuros rincones de la tierra, los cuales reflejarán de
vuelta sus rayos, añadiéndoles nuevo poder y dando una luz aumentada para
ser esparcida por dondequiera.
Una cosecha de almas preciosas
Se me ha mostrado que las publicaciones ya han estado haciendo una obra
en algunas mentes en otros países, quebrantando los muros del prejuicio y la
superstición. Se me han mostrado hombres y mujeres estudiando con
intenso interés periódicos, y algunas páginas de folletos, relativos a la verdad
presente. Ellos leen las evidencias, que les resultan tan maravillosas y
nuevas, y abren sus Biblias con un interés profundo y nuevo, a medida que
les son aclarados temas de la verdad que les eran oscuros, especialmente la
luz con respecto al sábado del cuarto mandamiento. Mientras investigan las
Escrituras para ver si estas cosas son así, una nueva luz brilla en su mente,
pues los ángeles los rodean e impresionan sus mentes con las verdades
contenidas en las publicaciones que han estado leyendo.
Los he visto sosteniendo periódicos y folletos en una mano, y la Biblia en la
otra, mientras sus mejillas estaban humedecidas con lágrimas; y
arrodillándose 238 delante de Dios en oración ferviente y humilde, los he
visto guiados a toda verdad: precisamente lo que el Señor estaba haciendo
por ellos antes que ellos se dirigieran a él. Y cuando recibían la verdad en su
corazón, y veían la armoniosa cadena de verdades, la Biblia llegaba a ser
para ellos un libro nuevo, y lo estrechaban contra su corazón con gozo y
gratitud, mientras sus rostros brillaban de felicidad y de santo gozo.
Estas personas no estaban satisfechas meramente con gozar de la luz
ellas mismas, y comenzaron a trabajar en favor de otros. Algunos han hecho
grandes sacrificios por causa de la verdad y para ayudar a los hermanos que
estaban en tinieblas. Así se está preparando el camino para una gran obra
en la distribución de folletos y periódicos en otros idiomas. 239 - La Circulación de la página Impresa*(18)
EN LA reunión celebrada en Roma, Nueva York, el domingo 12 de
septiembre de 1875, varios predicadores dirigieron la palabra a numerosos y
atentos auditorios. A la noche siguiente soñé que un joven de noble aspecto
entraba en el aposento en donde yo me hallaba, inmediatamente después de
pronunciar mi discurso. El joven me dijo:
«Has llamado la atención de las gentes a importantes asuntos, que para
muchos son nuevos y curiosos. A algunos de los oyentes les han interesado
muchísimo. Los obreros han hecho en palabra y doctrina cuanto han podido
para exponer la verdad; pero si no aumentan los esfuerzos para fijar en las
mentes las impresiones recibidas, obtendréis escaso fruto de vuestra labor.
Satanás tiene listos muchos atractivos para cautivar las mentes; y los
cuidados de esta vida y la falacia de las riquezas concurren para ahogar la
semilla de verdad sembrada en el corazón.
‘En todo esfuerzo similar al que estáis haciendo ahora, se obtendrían
resultados mucho más eficaces si dispusierais de páginas impresas
apropiadas listas para la circulación y la lectura. Repártanse gratuitamente, a
los que quieran aceptarlos, folletos que traten de puntos 240 importantes de
la verdad relacionada con los tiempos actuales. Sembraréis junto a todas las
aguas.
«La prensa es un poderoso medio de mover los entendimientos y los
corazones. Los hombres mundanos se valen de la prensa para aprovechar,
toda ocasión de difundir entre el público literatura ponzoñosa. Si quienes
están impulsados por el espíritu del mundo y de Satanás se esfuerzan con
ahínco por propagar libros, folletos y periódicos de índole corruptora, vosotros
debéis ser aún más tenaces en ofrecer a las gentes lecturas de carácter
enaltecedor y salvador.
«Dios ha otorgado a su pueblo valiosas ventajas en la prensa, la que,
combinada con otros agentes difundirá con éxito el conocimiento de la
verdad. Folletos, periódicos y libros, según la ocasión lo requiera, deben
distribuirse por todas las ciudades y aldeas de la tierra. Aquí hay obra
misionera para todos.
«Debe adiestrarse hombres en esta rama de la obra, que sean misioneros y
distribuyan publicaciones. Han de ser hombres de aspecto simpático y trato
afable, que no inspiren repugnancia ni den motivo para que los rechacen. Es
una obra que, cuando es necesario, exige todo el tiempo y las energías de
quienes se dediquen a ella. Dios ha confiado gran luz a sus hijos, no para
ellos solos, sino para que sus rayos iluminen a los que están sumidos en las
tinieblas del error.
«Como pueblo no estáis haciendo ni la vigésima parte de lo que se podría
hacer en la propagación del conocimiento de la verdad. Se puede lograr
muchísimo más por medio del predicador vivo acompañado de periódicos y
folletos, que por la predicación de la sola palabra sin publicaciones impresas.
La prensa es un eficacísimo instrumento que Dios ha provisto para que se lo
combine con las energías de la palabra viva, a fin de predicar la verdad a
toda nación, tribu, lengua y 241 pueblo. Hay muchos con quienes sólo es
posible ponerse en comunicación por medio de la prensa.
«Aquí tenemos verdadera obra misionera en qué invertir trabajo y recursos
con los mejores resultados. Ha habido demasiado temor de correr riesgo, de
moverse sólo por fe y de sembrar junto a todas las aguas. Se han presentado
ocasiones que no le han aprovechado para obtener los máximos resultados.
Los hermanos han tenido demasiado temor de aventurarse. La verdadera fe
no es presunción, pero se arriesga a mucho. Es preciso que en las
publicaciones se exponga sin tardanza la preciosa luz y la potente verdad».
Después añadió: «Tu esposo no ha de cejar en sus esfuerzos por estimular a
ciertos hombres para que lleguen a ser obreros responsables de una obra
importante. Satanás atacará a todo aquel a quien Dios acepte. Si ellos se
apartan del cielo y ponen la causa en peligro, sus fracasos no se anotarán en
la cuenta de tu esposo ni en la tuya, sino que se achacarán a la perversidad
de la naturaleza de los murmuradores, la cual ellos no supieron comprender
ni vencer. Estos hombres a quienes Dios trató de emplear en su obra, y han
fracasado e impuesto grandes cargas a los sinceros y desinteresados, han
entorpecido y desanimado mas que todo el bien que hicieron. Sin embargo,
esto no ha de entorpecer el propósito de Dios de que esta obra creciente -con
sus cuidados y cargas- dividida en varias ramas, sea confiada a hombres que
desempeñen su parte y levanten la carga cuando debe ser levantada. Estos
hombres deben estar dispuestos a recibir instrucciones, y entonces Dios
podrá capacitarlos, santificarlos y comunicarles santidad de juicio a fin de que
prosigan cuanto emprendan en su nombre». 242 - Actividades Públicas en 1877
EL 11 de mayo de 1877 salimos de Oakland, California, hacia Battle Creek,
Michigan. Mi esposo había recibido un telegrama que requería su presencia
en Battle Creek, para que diera atención a importantes asuntos relativos a la
causa. Fuimos en respuesta a este llamado, y nos empeñamos
fervorosamente en predicar, escribir y tener reuniones de junta en la oficina
de la Review, el Colegio y el Sanatorio, trabajando a menudo de noche.
Esto lo cansó terriblemente. Su constante ansiedad mental estaba
preparando el camino para un quebrantamiento físico. Ambos sentimos el
peligro, y decidimos ir a Colorado para gozar de un retiro y un descanso.
Mientras hacíamos planes para el viaje, una voz me pareció decir: «Ponte la
armadura. Tengo un trabajo que debes hacer en Battle Creek». La voz
parecía tan clara que yo me volví involuntariamente para ver quién hablaba.
No vi a nadie; y ante el sentido de la presencia de Dios, mi corazón se
quebrantó de ternura delante de él. Cuando mi esposo entró en la pieza, le
dije lo que había pasado. Lloramos y oramos juntos. Habíamos hecho
arreglos para salir después de tres días; pero ahora todos nuestros planes
habían cambiado. 243
Servicios especiales en favor de los alumnos del Colegio
La terminación del año escolar en el Colegio de Battle Creek estaba próxima.
Me había sentido ansiosa por los estudiantes, muchos de los cuales eran
inconversos o se habían apartado de Dios. Pasé una semana trabajando en
su favor, realizando reuniones cada noche y los sábados y el primer día. Mi
corazón estaba conmovido al ver la casa de culto casi completamente llena
de alumnos de nuestro Colegio. Traté de impresionarlos con la idea de que
una vida de pureza oración no sería ningún obstáculo para ellos en la
obtención de un conocimiento completo de las ciencias, sino que, al contrario,
ello quitaría muchos obstáculos en el camino de su progreso en el
conocimiento. Al relacionarse con el Salvador se colocaban en la escuela de
Cristo; y si eran estudiantes diligentes en esta escuela, el vicio y la
inmoralidad serían eliminados de en medio de ellos. Una vez que se lograra
esto, aumentaría su conocimiento como resultado de lo mismo.
Nuestro Colegio ha de ocupar una posición más elevada, desde el punto de
vista educacional, que cualquier otra institución de enseñanza, presentando
delante de los jóvenes, puntos de vista, blancos y objetivo más nobles en la
vida, y educándolos para tener un conocimiento correcto del deber humano y
de los intereses eternos. El gran objeto de establecer nuestro Colegio era
impartir el punto de vista correcto, mostrando la armonía de la ciencia y la
religión de la Biblia.
El Señor me fortaleció y me bendijo en los esfuerzos realizados en favor de
los jóvenes. Un gran número pasó al frente para que oráramos por ellos.
Algunos de ellos, debido a la falta de vigilancia y de oración, habían perdido
la fe y la evidencia de su relación con Dios. 244 Muchos testificaron que, al
tomar este paso, habían recibido la bendición de Dios. Como resultado de
las reuniones, un buen número solicitaron el bautismo.
Reuniones de temperancia
Pero mi obra no estaba todavía terminada en Battle Creek. Se nos solicitó
fervientemente que participáramos en una reunión de temperancia de gran
magnitud, un esfuerzo muy meritorio que estaba en marcha entre la clase
más alta de ciudadanos de Battle Creek. Este movimiento abarcó el Club de
Reforma de Battle Creek, que tenía 600 adherentes, y la Unión Femenina de
Temperancia Cristiana, que contaba con 260 adherentes. Dios, Cristo, el
Espíritu Santo y la Biblia eran palabras familiares para estos obreros
fervientes. Ya se había logrado mucho bien, y la actividad de los obreros, el
sistema que usaban para trabajar y el espíritu de sus reuniones prometían un
beneficio mayor aún en lo futuro.
Fue en oportunidad de la visita de la gran colección de animales raros de
Barnum a la ciudad, el 28 de junio, cuando las damas de la Unión Femenina
de Temperancia Cristiana dieron un golpe notable en favor de la temperancia
y la reforma, organizando un inmenso restaurante de temperancia para
acomodar a las multitudes que se habían reunido desde varios puntos con el
fin de visitar esa exposición de animales. Así se evitó que visitaran los
salones y tabernas, donde estarían expuestos a la tentación. Se armó para
la ocasión la inmensa carpa, con capacidad para cinco mil personas, usada
por la Asociación de Michigan en los congresos campestres. Debajo de esta
inmensa tienda se instalaron quince o veinte mesas [largas] para acomodar a
los huéspedes.
Por invitación hablé en la tienda el domingo de 245 noche primero de julio,
sobre el tema de la temperancia cristiana, a cinco mil personas presentes.
En el congreso campestre de Indiana
Del 9 al 14 de agosto asistí a un congreso campestre cerca de Kokomo,
Indiana, acompañada por mi nuera, María K. White. A mi esposo le resultó
imposible abandonar Battle Creek. En esta reunión el Señor me fortaleció
para trabajar con el mayor fervor. El me dio claridad y poder al dirigirme a la
hermandad. Al echar una mirada los hombres y mujeres allí reunidos, de
apariencia noble y de gran influencia, y compararlos con la pequeña
compañía reunida seis años antes, que se componía de personas más bien
pobres e incultas, pude exclamar: «¡Lo que ha hecho Dios!».
La influencia refinadora que la verdad tiene en la vida y el carácter de los que
la reciben estaba ejemplificada en forma poderosa allí. Mientras hablaba,
pedimos que se pusieran de pie los que habían sido adictos al tabaco, pero
que lo habían abandonado completamente debido a la luz que habían
recibido por medio de la verdad. En respuesta, entre treinta y cinco y
cuarenta personas se pusieron de pie, diez o doce de las cuales eran
mujeres. Entonces pedimos que se pusieran de pie todos aquellos a quienes
los médicos les habían indicado que sería fatal para ellos suspender el uso
del tabaco porque se habían acostumbrado a su falso estímulo y que por lo
tanto no les sería posible vivir sin él. En respuesta, ocho personas, cuyo
rostro reflejaba salud de mente y de cuerpo, se pusieron en pie. Cuán
maravillosa es la influencia santificadora que esta verdad tiene en la vida
humana, convirtiendo en personas estrictamente temperantes a los que
estaban habituados al tabaco, al vino y a otros tipos de disipaciones
habituales. 246
El domingo por la mañana el pastor J. H. Waggoner habló con gran libertad a
una buena congregación sobre el tema del sábado. Tres trenes de excursión
volcaron su carga viva de seres humanos en los terrenos. La gente aquí era
muy entusiasta con respecto a la temperancia. A las 2:30 de la tarde yo
hablé a ocho mil personas sobre el tema de la temperancia, visto desde el
ángulo moral y cristiano. Fui bendecida con una claridad notable y con mucha
libertad, y fui escuchada con la mejor atención por el gran auditorio presente.
Dejamos a un lado el trillado camino que seguían los oradores populares, y
rastreamos el origen de la intemperancia prevaleciente en el hogar, en la
mesa familiar y en la complacencia del apetito en la niñez. Los alimentos
estimulantes crean un deseo por estimulantes aún mayores. El muchacho
cuyo gusto resulta así viciado, y a quien no se le enseña el dominio propio, es
el ebrio o el esclavo del tabaco de años más tarde. Se señaló el deber de los
padres de educar a sus hijos en los conceptos correctos de vida y en las
responsabilidades, y de echar el fundamento para la formación de caracteres
cristianos rectos. La gran obra de reforma en pro de la temperancia, a fin de
ser plenamente exitosa, debe empezar en el hogar.
Por la tarde el pastor Waggoner habló sobre las señales de los tiempos, a un
auditorio grande y atento. Muchos señalaron que este discurso, y su sermón
sobre el sábado, habían despertado nuevos pensamientos en su mente, y
que estaban determinados a investigar estos temas.
El lunes exhorté a la gente a que entregara su corazón a Dios. Unas
cincuenta personas pasaron adelante para que oráramos por ellas. Se
manifestó el más profundo interés. Quince fueron bautizadas con Cristo como
resultado de la reunión. 247
Andando por fe
Habíamos hecho planes de asistir a los congresos campestres de Ohio y del
Oeste pero nuestros amigos pensaron que, considerando mi estado de salud,
sería imprudente hacer tal cosa; de manera que decidimos permanecer en
Battle Creek. Como sufría dolores una gran parte del tiempo, me puse en
tratamiento en el sanatorio.
Mi esposo trabajaba incesantemente para hacer progresar los intereses de la
causa de Dios en los varios departamentos de la obra que tenían su centro
en Battle Creek. Antes que nos diéramos cuenta de ello, él estaba muy
gastado físicamente. Una mañana temprano empezó a sentir vértigos y
desvanecimientos, y estaba amenazado por la parálisis. Teníamos mucho
temor de esta terrible enfermedad; pero el Señor fue misericordioso, y nos
ahorró está aflicción. Sin embargo, su ataque fue seguido de una postración
física y mental muy grande; y ahora, por cierto, parecía imposible que
asistiéramos a los congresos campestres del Este, o que yo estuviera
presente en ellos, dejando a mi esposo deprimido en espíritu y con una salud
débil.
Sin embargo yo no podía encontrar descanso y libertad en el pensamiento de
permanecer ausente del campo de trabajo. Presentamos el asunto al Señor
en oración. Sabíamos que el poderoso Sanador podía restaurar a ambos, a
mi esposo y a mí, para que tuviéramos salud, si era para su gloria hacerlo.
Ambos decidimos marchar por fe, y aventuramos amparados por las
promesas de Dios.
Los congresos campestres del este
Cuando llegamos al campo donde se realizaba el congreso de Groveland,
Massachusetts, encontramos una excelente reunión. Había 47 carpas en los
terrenos, 248 además de tres grandes tiendas. La que se usaba para la
congregación era de unos 27 metros de ancho por 42 de largo. Las
reuniones del sábado revistieron el más profundo interés. La iglesia revivió y
fue fortalecida, mientras los pecadores y los que se habían apartado
despertaban a la sensación del peligro en que se hallaban.
El domingo por la mañana, barcos y trenes volcaron su carga viva en el
campo por millares. El pastor Smith habló por la mañana sobre la cuestión
del Oriente. El tema era de especial interés, y la gente escuchó con la más
ferviente atención.
Por la tarde me fue difícil abrirme paso hasta el púlpito por entre la multitud
de los que estaban de pie. Cuando llegué a la plataforma, tenía frente a mí un
mar de cabezas. La gigantesca carpa estaba llena; los miles que estaban de
pie afuera constituían un muro viviente de varios metros de espesor. Me
dolían mucho los pulmones y la garganta. Sin embargo yo creía que Dios me
ayudaría en esta importante ocasión. El Señor me dio gran soltura al dirigirme
a esa inmensa multitud sobre el tema de la temperancia cristiana. Mientras
hablaba, me olvidé de mi fatiga y mi dolor, al darme cuenta de que estaba
hablando a gente que no consideraba mis palabras como fábulas ociosas. El
discurso se extendió por más de una hora, y a través de todo este tiempo el
público escuchó con gran atención.
El lunes por la mañana tuvimos una sesión de oración en nuestra tienda en
favor de mi esposo. Presentamos su caso al gran Médico. Era una
oportunidad preciosa; la paz del cielo descansaba sobre nosotros. Estas
palabras acudieron con fuerza a mi mente: «Esta es la victoria que vence al
mundo, nuestra fe» (1 Juan 5: 4). Todos sentimos la bendición de Dios que
descansaba sobre nosotros.
Entonces nos reunimos en la gran carpa. mi esposo 249 se reunió con
nosotros, y habló por un corto tiempo, pronunciando palabras preciosas que
procedían de un corazón suavizado y encendido con un profundo sentido de
la misericordia y la bondad de Dios.
Reanudamos, a continuación, la obra que habíamos dejado el sábado, y la
mañana fue empleada en trabajar especialmente por los pecadores y los
apóstatas, de los cuales doscientos pasaron al frente pidiendo oraciones.
Sus edades variaban: desde el niño de diez años hasta hombres y mujeres
de cabello cano. Más de una veintena de éstos eran personas que ponían
sus pies por primera vez en el camino de la vida. Por la tarde fueron
bautizadas treinta y ocho personas; y un buen número demoró su bautismo
hasta su regreso a sus casas.
El lunes de noche ocupé el púlpito en una reunión de carpa que estaba
realizándose en Danvers, Massachusetts. Tenía frente a mí una gran
congregación. Yo estaba muy cansada para ordenar mis pensamientos en
palabras bien hiladas; sentí que debía tener ayuda, y la pedí con todo mi
corazón. Sabía que si había de tener algún grado de éxito en mi trabajo,
habría de ser por medio de la fuerza del poderoso Dios.
El Espíritu del Señor descansó sobre mí al intentar hablar. Sentí como un
choque eléctrico en mi corazón, y todo dolor fue instantáneamente quitado.
Había sentido mucho dolor en los nervios de la cabeza; esto también fue
totalmente quitado. Mi garganta irritada y mis pulmones inflamados fueron
aliviados. Mi brazo y mi mano izquierdos estaban casi inútiles como
consecuencia de un dolor en mi corazón; pero ahora fui restablecida a la
normalidad. Mi mente estaba clara. Mi alma estaba llena de luz y del amor
de Dios. Los ángeles de Dios parecían estar a mi lado, como un muro de
fuego. 250
Tenía delante de mí a un pueblo a quien tal vez no volvería a encontrar hasta
el juicio, y el deseo de lograr su salvación me indujo a hablar con fervor y con
el temor de Dios, para estar libre de su sangre. Sentí gran soltura en mis
esfuerzos, y el discurso ocupó una hora y diez minutos. Jesús fue mi
ayudador, y su nombre tendrá toda la gloria. El auditorio estaba muy atento.
Regresamos a Groveland el martes para encontrar que el congreso
campestre de ese lugar estaba terminando. Se estaban plegando las
tiendas, y los hermanos estaban diciendo adiós y se hallaban listos para subir
a los carruajes y regresar a sus hogares. Este fue uno de los mejores
Congresos campestres a los cuales asistí.
Por la tarde el pastor Haskell nos llevó en su carruaje, y viajamos hacia South
Lancaster para descansar en su hogar durante un tiempo.
Decidimos viajar en un vehículo privado parte del camino al congreso
campestre de Vermont, pues pensamos que esto sería de beneficio para mi
esposo. A mediodía nos deteníamos a un costado del camino, encendíamos
el fuego, preparábamos nuestro almuerzo y teníamos unos momentos de
oración. Estas horas preciosas pasadas en compañía del Hno. y la Hna.
Haskell, de la Hna. Ings, y la Hna. Huntley, nunca serán olvidadas. Nuestras
oraciones ascendían a Dios en todo el camino desde South Lancaster hasta
Vermont. Después de viajar tres días, tomamos los vehículos públicos y
completamos nuestro viaje.
Esta reunión tuvo un beneficio especial para la causa en Vermont. El Señor
me dio fuerza para hablar a la gente todos los días.
Viajamos directamente desde Vermont hasta el congreso campestre de
Nueva York. El Señor me dio gran soltura al hablar a los hermanos. Pero
algunos no estaban preparados para recibir el beneficio de la reunión.
251 No se daban cuenta de su condición, y no buscaban al Señor con fervor,
confesando su apostasía y apartándose de sus pecados. Uno de los grandes
objetos de tener un congreso campestre es que nuestros hermanos puedan
sentir el peligro de verse sobrecargados con los cuidados de esta vida. Se
experimenta una gran pérdida cuando no se aprovechan estos privilegios.
Regreso a Michigan y California
Regresamos a Michigan, y después de unos pocos días fuimos a Lansing
para asistir al congreso campestre que allí se hacía, que continuó por dos
semanas. Aquí trabajé con todo fervor, y fui sostenida por el Espíritu del
Señor. Fui grandemente bendecida al hablar a los alumnos y trabajar por su
salvación. Esta fue una reunión notable. El Espíritu de Dios estuvo presente
desde el comienzo hasta el fin. Como resultado de la reunión, ciento treinta
fueron bautizados. Una gran parte de éstos eran estudiantes de nuestro
colegio. Nos regocijamos al ver la salvación de Dios en esta reunión.
Después de pasar unas pocas semanas en Battle Creek, decidimos cruzar
las llanuras hacia California. 252 - Visita a Oregon
HACIA el final del invierno de 1877-78, que pasamos en California, mi esposo
había mejorado en su salud; y como el tiempo en Michigan se había puesto
templado, él regresó al Battle Creek, para que pudiera tener el beneficio de
los tratamientos en el sanatorio.
No me atreví a acompañar a mi esposo a través de las llanuras; pues el
constante cuidado y la ansiedad, así como la dificultad para dormir, me
habían traído problemas del corazón que eran alarmantes. Sentimos
hondamente que tuviéramos que separarnos. No sabíamos si íbamos a
volver a vernos en este mundo. Mi esposo regresaba a Michigan; y habíamos
decido que era aconsejable que yo visitara Oregon y presentara mi testimonio
allí a los que nunca me habían escuchado.
El viaje
En compañía de una amiga y del pastor J. N. Loughborough, salí de San
Francisco en la tarde del 10 de junio de 1878, a bordo del Oregon. El capitán
Conner, que estaba a cargo de este espléndido barco, era muy atento con los
pasajeros. Al pasar por el Golden Gate y salir al amplio océano, el mar
estaba muy picado. El viento soplaba en contra de nosotros, y el buque
comenzó a inclinarse peligrosamente, mientras el océano era azotado por la
furia del viento. Observé el cielo nublado, las rugientes olas que alcanzaban
la 253 altura de montañas, y las gotas de agua que reflejaban los colores del
arco iris. El espectáculo era terriblemente grandioso, y yo me sentí llena de
pavor mientras contemplaba los misterios del abismo, terrible en su furia.
Había una tremenda belleza en la elevación de aquellas orgullosas olas
rugientes, que luego caían en sollozos de congoja. Podía ver la exhibición del
poder de Dios en el movimiento de las aguas inquietas, que gemían bajo la
acción de los vientos inmisericordes, los cuales arrojaban las olas hacia la
altura como si fuera en convulsiones de agonía.
Al observar las ondas espumosas y gimientes recordé la escena de la vida de
Cristo cuando los discípulos, en obediencia al mandato de su Maestro, fueron
al extremo más lejano del mar.
Cuando casi todos se habían retirado a sus camarotes, yo continuaba sobre
la cubierta. El capitán me había provisto de una silla de cubierta, y de
frazadas para protección contra el aire helado. Yo sabía que si iba a la
cabina me marearía. Llegó la noche, la oscuridad cubrió el mar y las olas
furibundas hacían inclinar la embarcación en forma terrible. Este gran buque
era una mera astilla sobre las inclementes aguas; pero estaba guardado y
protegido en su camino por los ángeles celestiales, comisionados por Dios
para cumplir sus mandatos. Si no hubiera sido por esto, habríamos sido
tragados en un momento de manera que no hubiera quedado ni rastro de ese
espléndido barco. Pero el Dios que alimenta a los cuervos, que sabe el
número de los cabellos de nuestra cabeza, no nos olvida.
La última noche que estuvimos en el barco sentí la mayor gratitud a mi Padre
celestial. Aprendí una lección que nunca olvidaré. Dios había hablado a mi
corazón en la tormenta y en las olas, y en la calma que siguió después. ¿Y
no lo adoraremos? ¿Opondrá el hombre 254 su voluntad a la voluntad de
Dios? ¿Seremos desobedientes a los mandamientos de un Gobernante tan
poderoso? ¿Contenderemos con el Altísimo, que es la fuente de todo poder,
y de cuyo corazón fluye amor y bendición infinitos hacia las criaturas, objeto
de su cuidado?
Reuniones de un interés especial
Mi visita a Oregon fue de un interés especial. Aquí me encontré, después de
una separación de cuatro años, con mis queridos amigos el Hno. y la Hna.
Van Horn, a quien reconocemos como nuestros hijos. En cierta forma yo
estaba sorprendida y muy alegre de encontrar la causa de Dios en una
condición tan próspera en Oregon.
El martes 18 de junio, por la noche, me reuní con un buen número de
observadores del sábado de ese Estado. Di mi testimonio por Jesús, y
expresé mi gratitud por el dulce privilegio que él nos concede de confiar en su
amor, y de reclamar su poder para que se una con nuestros esfuerzos para
salvar a los pecadores de su condición perdida. Si queremos ver prosperar la
obra de Dios, debemos tener a Cristo morando en nosotros; en suma,
debemos obrar las obras de Cristo. A dondequiera que dirijamos la mirada,
aparece la blanca cosecha; pero los obreros son pocos. Sentí mi corazón
lleno de la paz de Dios, y de un profundo amor hacia su querido pueblo con
quien estaba adorando por primera vez.
El domingo 23 de junio hablé en la iglesia metodista de Salem sobre el tema
de la temperancia. El próximo martes de noche hablé de nuevo en esta
iglesia. Se me extendieron muchas invitaciones para hablar acerca de la
temperancia en varias ciudades y pueblos de Oregon, pero el estado de mi
salud me 255 impidió cumplir con estos pedidos.
Llegamos al congreso campestre con un sentimiento del más profundo
interés. El Señor me dio fuerza y gracia al presentarme delante del pueblo.
Al echar una mirada al auditorio inteligente, mi corazón se quebrantó delante
de Dios. Este era el primer congreso campestre realizado por nuestro pueblo
en el Estado. Traté de presentar ante los hermanos la gratitud que debemos
sentir por la tierna misericordia y el gran amor de Dios. Su bondad y su gloria
impresionaban mi mente de una manera especial.
Me había sentido muy ansiosa acerca de mi esposo, debido a su salud pobre.
Mientras hablaba, mi mente concibió en forma vívida una reunión en la iglesia
de Battle Greek, en medio de la cual estaba mi esposo, con la suave luz del
Señor que descansaba sobre él y a su alrededor. Su rostro mostraba
señales de buena salud, y aparentemente estaba muy feliz.
Me sentí abrumada con el sentimiento de la incomparable misericordia de
Dios, y de la obra que él estaba haciendo, no solamente en Oregon, y en
California y Michigan, donde estaban establecidas nuestras importantes
instituciones, sino también en los países extranjeros. Nunca podré presentar
a otros el cuadro que impresionó vívidamente mi mente en esa oportunidad.
Por un momento se presentó delante de mí la extensión de la obra, y perdí la
noción de lo que me rodeaba. La ocasión y la gente a quien me dirigí
desapareció de mi mente. La luz, la preciosa luz del cielo, estaba brillando
con gran esplendor sobre esas instituciones empeñadas en la obra solemne y
elevada de reflejar los rayos de luz que el cielo ha permitido que brillaran
sobre ella.
Parecía que el Señor estaba muy cerca de mí a través de todo este
congreso. Cuando terminó, estaba 256 excesivamente cansada, pero libre
en el Señor. Fue una época de trabajo productivo, y el continuar su lucha en
favor de la verdad fortaleció a la iglesia.
El domingo que siguió al congreso campestre hablé por la tarde en la plaza
pública sobre la sencillez de la religión del Evangelio.
Un culto en una cárcel
Durante mi estancia en Oregon, visité la cárcel de Salem, en compañía del
Hno. y la Hna. Carter y del Hno. Jordan. Cuando llegó la hora del servicio, se
nos condujo a la capilla, que habían alegrado con una abundancia de luz y
aire fresco y puro. Al toque de la campana, dos hombres abrieron las
grandes puertas de hierro, y los reclusos entraron. Las puertas se cerraron
con seguridad detrás de ellos, y por primera vez en mi vida me vi encerrada
dentro de los muros de una prisión.
Yo hubiera esperado ver a una cantidad de hombres de aspecto repulsivo,
pero me llevé una agradable sorpresa; muchos de ellos parecían ser
inteligentes, y algunos parecían hombres capaces. Estaban vestidos con los
uniformes toscos pero limpios de la cárcel, el cabello peinado y las botas
lustradas. Al mirar las distintas fisonomías que tenía delante de mí, pensé:
«A cada uno de estos hombres se le han encomendado dones peculiares, o
talentos, para ser usados para la gloria de Dios y beneficio del mundo; pero
han despreciado estos dones del cielo, han abusado de ellos y los han
aplicado mal». Al ver a jóvenes de dieciocho a veinte años y a otros de
treinta años de edad, pensé en sus madres desdichadas, y en la pena y el
remordimiento que debía amargarlas. Muchos corazones de madres habían
sido quebrantados por la conducta impía seguida por sus hijos. 257
Cuando todo el grupo se hubo reunido, el Hno. Carter leyó un himno; todos
tenían himnarios, y se unieron en el canto de todo corazón. Uno de ellos, que
era un músico consumado, tocó el órgano. Yo entonces inicié la reunión con
una oración, y de nuevo todos se unieron en el canto. Al hablar me basé en
las palabras de Juan: «Mirad cuál amor nos ha dado el padre, para que
seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo: no nos conoce, porque no
le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha
manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se
manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1
Juan 3: 1-2).
Exalté delante de ellos el infinito sacrificio hecho por el Padre al dar a su
querido hijo para rescatar a hombres caídos, a fin de que pudieran ser
transformados mediante la obediencia y llegaran a ser reconocidos como
hijos de Dios.
El viaje de regreso
Mientras estaba en Salem, llegué a conocer al Hno. y la Hna. Donaldson, que
querían que su hija volviera a Battle Creek con nosotros, y asistiera al
colegio. La salud de ésta era pobre, y era una gran lucha para ellos
despedirse de ella, pues era hija única; pero las ventajas espirituales que
tendría allí los animaba a hacer el sacrificio. No mucho después, en un
congreso campestre realizado en Battle Creek, ella fue sepultada con Cristo
en las aguas del bautismo. Esta fue otra prueba de la importancia de que los
adventistas envíen sus hijos a nuestros colegios, donde pueden ser puestos
directamente bajo una influencia salvadora.
En nuestro viaje desde Oregon nos relacionamos con muchas personas
agradables, y distribuimos nuestras publicaciones poniéndolas en manos de
diferentes 258 personas, lo cual nos permitió realizar provechosas
conversaciones.
Cuando llegamos a Oakland encontramos que la tienda ya estaba armada y
que un buen número había abrazado la verdad gracias a las labores del
pastor Guillermo Healy. Hablamos varias veces en esa tienda. El sábado y
el primer día las iglesias de San Francisco y Oakland se reunieron allí, y
tuvimos asambleas interesantes y provechosas. 259 - De un Estado a Otro
YO ESTABA muy ansiosa de asistir al congreso campestre de California;
pero había pedidos urgentes de que asistiera a los congresos del este.
Según me fueron presentadas las cosas en relación con la condición en el
este, yo sabía que tenía un testimonio que presentar, especialmente a
nuestros hermanos de la Asociación de Nueva Inglaterra; y no podía sentirme
con la libertad de permanecer por más tiempo en California.
El 28 de julio de 1878, acompañada por mi nuera, la Sra. Emma L. White, y
Edith Donaldson, salí de Oakland, California, hacia el este. En camino, el
domingo hablé en Sacramento a una congregación muy atenta, y el Señor
me dio libertad para hablarles acerca de su Palabra. El lunes tomamos de
nuevo los carruajes, y nos detuvimos en Reno, Nevada, donde hablé el
viernes de noche.
En Colorado
En el camino de Denver a Walling’s Mills -el descanso en la montaña donde
mi esposo estaba pasando los meses de verano-, nos detuvimos en Boulder
City. Allí contemplé con gozo la carpa que servía como lugar de reuniones,
donde el pastor Cornell estaba realizando una serie de reuniones. Hallamos
un tranquilo descanso en el cómodo hogar de la Hna, Dartt. La 260 carpa
había sido prestada para realizar en ella reuniones en pro de la temperancia;
y por invitación especial hablé en una tienda llena de oidores atentos.
El lunes 8 de agosto me reuní con mi esposo, y lo encontré muy mejorado en
su salud, alegre y activo, por lo cual me sentí muy agradecida a Dios.
Toda nuestra familia estaba presente en las montañas con excepción de
nuestro hijo Edson. Mi esposo y los niños pensaron que, como yo estaba
muy cansada por haber trabajado casi constantemente desde el campamento
de Oregon, ahora tendría el privilegio de descansar. Pero mi mente estaba
impresionada con la idea de que debía asistir a los congresos campestres del
este, especialmente al de Massachussetts.
Recibimos una carta del Hno. Haskell en la cual nos instaba a ambos a
asistir al congreso campestre, pero que si mi esposo no podía venir, el
deseaba que, de ser posible, fuera yo. Le leí la carta a mi esposo, y después
de unos pocos momentos de silencio, dijo: «Elena, tú tendrás que asistir al
congreso de Nueva Inglaterra».
Al día siguiente Edith Donaldson y yo prepararnos nuestros baúles. A las dos
de la madrugada, favorecidos por la luz de la luna, comenzamos el viaje en
carruaje, y a las seis y media abordamos el tren en Black Hawk. El viaje fue
todo menos agradable, pues el calor era intenso.
Al llegar a Battle Creek supe que habían hecho arreglos para que yo hablara
el domingo de noche en la tienda gigantesca levantarla en los terrenos del
Colegio. La carpa estaba llena y desbordante, y de mi corazón surgieron
fervientes llamamientos al pueblo.
Me detuve en Battle Creek sólo poco tiempo, y entonces, acompañada por la
Hna. Mary Smith Abbey y el pastor E. W. Farnsworth, estaba otra vez de
viaje rumbo al este. 261
En la Asociación de Nueva Inglaterra.
Cuando llegamos a Boston, los Hnos. Wood y Haskell nos fueron a recibir, y
nos acompañaron hasta Ballard Vale, el lugar de las reuniones. Allí nos
dieron la bienvenida nuestros antiguos amigos con una cordialidad que nos
produjo descanso. Se necesitaba hacer mucho trabajo en esa reunión.
Habían surgido nuevas iglesias desde nuestro último congreso. Almas
preciosas habían aceptado la verdad y ellas necesitaban que alguien las
llevara a un conocimiento más profundo y más acabado de la piedad práctica.
En una ocasión hablé con respecto a la genuina santificación, que no es otra
cosa que una muerte cotidiana al yo y una conformidad diaria con la voluntad
de Dios. Mientras estaba en Oregon se me había mostrado que algunas de
las iglesias, jóvenes en la Asociación de Nueva Inglaterra estaban en peligro,
debido a la agostadora influencia de lo que se llama santificación. Algunos se
engañaban con esta doctrina, mientras que otros, conociendo su influencia
engañosa, se daban cuenta de su peligro y le daban la espalda. La
santificación de Pablo es un constante conflicto con el yo. Dijo él: «Cada día
muero» (1 Cor. 15: 31). La voluntad y los deseos de Pablo estaban en
conflicto cada día con el deber y con la voluntad de Dios. En lugar de seguir
sus inclinaciones, él hacía la voluntad de Dios, por desagradable y
martirizante que fuera para su índole natural.
Hicimos un llamamiento a los que deseaban bautizarse, y a los que
guardaban el sábado por primera vez para que pasaran adelante. Veinticinco
respondieron. Estos presentaron excelentes testimonios; y antes del fin del
congreso veintidós fueron recibidos por el bautismo. 262
Nos alegró encontrarnos aquí con nuestros antiguos amigos de la causa con
quienes nos habíamos relacionado treinta años atrás. Nuestro muy estimado
Hno. Hastings estaba tan profundamente interesado en la verdad como
siempre. Estábamos contentos de encontrarnos con la Hna. Temple, y la
Hna. Collins de Dartmouth, Massachusetts, y con el Hno. y la Hna.
Wilkinson, en cuya casa fuimos alojados durante nuestras primeras labores
en relación con el mensaje del tercer ángel.
Reunión en Maine.
Salimos de Ballard Vale el martes 3 de septiembre, por la mañana, para
asistir al congreso campestre de Maine. Disfrutamos de un tranquilo
descanso en el hogar del Hno. Morton, cerca de Portland. El y su buena
esposa hicieron que nuestra estancia fuera muy placentera. Estuvimos en el
campo donde se realizaba el congreso de Maine antes del sábado, y nos
alegramos de encontrarnos aquí con algunos de los probados amigos de la
causa. Hay algunos que están siempre en su puesto del deber, haya sol o
tormenta. Hay también una clase de cristianos que brillan como el sol.
Cuando todas las cosas van bien y ello resulta agradable, son fervientes y
celosos; pero cuando hay nubes y las cosas son desagradables, no tienen
nada que decir o que hacer. La bendición de Dios descansó sobre los
obreros activos, mientras que los que no hicieron nada no salieron
beneficiados por la reunión como debían. El Señor acompañó a sus
ministros, quienes trabajaron fielmente en la presentación, tanto de los temas
doctrinales como de los prácticos.
En Battle Creek.
El congreso de la Asociación General se realizó en 263 Battle Creek, del 2 al
14 de octubre de 1878. Había presentes más de cuarenta pastores. Todos
estábamos muy felices de encontrar aquí a los pastores Andrews y
Bourdeau, que volvían de Europa, y al pastor Loughborough, de California.
En esta reunión estaba representada la causa en Europa, California, Texas,
Alabama, Virginia, Dakota, Colorado y en todos los Estados del norte, desde
Maine hasta Nebraska.
Aquí me alegré de unirme con mi esposo en el trabajo. Mientras las
reuniones iban en progreso, mi fuerza aumentaba.
El miércoles de la segunda semana de reuniones, unos pocos de nosotros
nos unimos en oración por una hermana que estaba afligida, en estado de
desánimo. Mientras orábamos, yo fui grandemente bendecida. El Señor
parecía estar muy cerca. Fui arrebatada en visión, y observé la gloria de
Dios y muchas cosas que el Señor me reveló.
Estas fueron reuniones en que se manifestó un poder solemne y el más
profundo interés. Varias personas relacionadas con nuestra oficina de
publicaciones fueron convencidas y convertidas a la verdad, y presentaron
testimonios claros e inteligentes. Incrédulos fueron convencidos, y echaron su
suerte bajo la bandera del Príncipe Emmanuel. Esta reunión fue
decididamente una victoria. Antes de que terminara, ciento doce personas
fueron bautizadas.
El congreso de Kansas
El 23 de octubre salí de Battle Creek acompañada por mi nuera, Emma
White, hacia el congreso de Kansas. En Topeka dejamos los carruajes
públicos y nos trasladamos usando medios privados. Así recorrimos unos
veinte kilómetros hasta Richland, el lugar de las reuniones. Hallamos que el
lugar donde estaban erigidas 264 las carpas era un bosque. Ya era tarde en
la estación, y se había hecho una fiel preparación para hacer frente a un
tiempo frío. Cada carpa tenía una estufa.
El sábado de mañana empezó a nevar; pero ni una sola reunión fue
suspendida. Cayeron aproximadamente tres centímetros de nieve, y el aire
era penetrante y frío. Mujeres con niños pequeños se amontonaban en torno
a las estufas. Fue conmovedor ver ciento cincuenta personas reunidas para
esta convocación en circunstancias tales. Algunos habían venido desde una
distancia de más de trescientos kilómetros en carruajes privados Todos
parecían hambrientos del pan de vida, y sedientos del agua de la salvación.
El pastor Haskell habló el viernes de tarde y de noche. El sábado de mañana
yo hablé palabras de ánimo a los que habían hecho un esfuerzo tan grande
para asistir a la reunión. Les dije que cuanto más inclemente fuera el tiempo,
mayor es nuestra necesidad de que obtengamos el brillo del sol de la
presencia de Dios. Esta vida, aun en su mejor expresión, es solamente el
invierno del cristiano; y los fríos vientos del invierno -chascos, pérdidas, dolor
y angustia- son nuestra suerte aquí; pero nuestras esperanzas están puestas
en el verano del cristiano, cuando cambiaremos de clima; dejaremos todas
las ráfagas invernales y las fieras tormentas detrás, y seremos llevados a las
mansiones que Jesús ha ido a preparar para aquellos que lo aman.
El martes por la mañana terminaron las reuniones, y viajamos a Sherman,
Kansas, donde iba a realizarse otro congreso. Esta fue una reunión
interesante y provechosa, aunque había sólo unos cien hermanos y
hermanas presentes. El propósito era tener una reunión general de todos los
hermanos y hermanas aislados. Había algunos procedentes del sur de
Kansas, 265 Arkansas, Kentucky, Missouri, Nebraska, y Tennessee. En esta
reunión mi esposo se unió conmigo, y desde aquí, con el pastor Haskell y
nuestra nuera, fuimos a Dallas, Texas.
Visita a Texas
El jueves fuimos a la casa del Hno. McDearman en Grand Prairie. Aquí
nuestra nuera, se encontró con sus padres y su hermano y hermana, quienes
habían estado muy cerca de la muerte por la fiebre que había prevalecido en
el Estado durante el verano anterior. Fue para nosotros un gran placer
ministrar a las necesidades de esta afligida familia, que en los años
anteriores nos ayudó liberalmente en nuestra aflicción. Había mejorado un
poco su salud cuando los dejamos para asistir al congreso de Plano,
realizado del 12 al 19 de noviembre. También estábamos felices de
encontrar a nuestros antiguos amigos el pastor R. M. Kilgore y su esposa. Y
también muy contentos de hallar a un cuerpo grande e inteligente de
hermanos en el campamento. Mi testimonio nunca fue recibido con mejor
disposición y con un corazón más abierto que por estos hermanos. Llegué a
interesarme profundamente en la obra que se hace en el gran Estado de
Texas.
266 - Una Visión del Juicio
EN LA mañana del 23 de octubre de 1879, más o menos a las dos, el Espíritu
de Dios descansó sobre mí, y contemplé escenas relativas al juicio venidero.
Carezco de un lenguaje adecuado para dar una descripción de las cosas que
pasaron delante de mí, y del efecto que tuvieron sobre mi mente.
El gran día de la ejecución del juicio divino parecía haber llegado. La gente
reunida delante del trono era diez mil veces diez mil en número, y sobre el
trono estaba sentado un Personaje de apariencia majestuosa. Había varios
libros delante de él, y sobre la tapa de cada uno estaba escrita la frase «Libro
mayor del cielo», con letras de oro que parecían una llama ardiente.
Uno de estos libros contenía los nombres de los que pretendían haber creído
la verdad. Este fue abierto. Inmediatamente yo perdí de vista a los
incontables millones que rodeaban el trono, y únicamente los que habían
profesado ser hijos de la luz y de la verdad ocupaban mi atención. Mientras
éstos eran nombrados, uno por uno, y mencionadas sus buenas acciones,
sus rostros brillaban con un gozo santo que se reflejaba en todas direcciones.
Pero esto no parecía ser lo que impresionaba con mayor fuerza mi mente.
Otro libro fue abierto, en el cual estaban registrados los pecados de los que
profesaron la verdad. Bajo el encabezamiento general «egoísmo» venían
todos los 267 otros pecados. Había también encabezamientos en cada
columna, y debajo de éstos, frente a cada nombre estaban anotados, en sus
respectivas columnas, los pecados menores. Bajo el título de «codicia»
venían el engaño, el robo, el fraude y la avaricia; bajo el título «ambición»
venían el orgullo y la extravagancia; bajo «celos» estaban la malicia, la
envidia, el odio; y la palabra «intemperancia» encabezaba una larga lista de
terribles crímenes, como la lascivia, el adulterio, la complacencia de pasiones
animales, etc. Mientras contemplaba todo esto, estaba llena de inexpresable
angustia, y exclamaba: «¿Quién puede ser salvo? ¿Quién aparecerá
justificado delante de Dios? ¿Los mantos de quiénes estarán inmaculados?
¿Quiénes son sin falta a la vista de un Dios puro y santo?»
Mientras el Santo sentado en el trono daba vuelta con lentitud las páginas del
Libro mayor y sus ojos descansaban por un momento en los individuos, su
mirada parecía quemar sus mismas almas, al tiempo que toda palabra y
acción de la vida de ellos pasaban delante de sus mentes tan claramente
como si estuvieran grabadas delante de su vista con letras de fuego. El
temblor se posesionaba de ellos, y sus rostros palidecían…
Una clase de personas estaban registradas como los opresores de la tierra.
Cuando el ojo penetrante del juez descansaba sobre ellas, sus pecados de
descuido eran distintamente revelados. Con labios pálidos y temblorosos
ellos reconocían que habían sido traidores de su sagrado cometido. Habían
tenido advertencias y privilegios, pero no les habían prestado atención ni los
habían aprovechado. Podían ver ahora que habían presumido demasiado en
cuanto a la misericordia de Dios…
Fueron mencionados los nombres de todos los que 268 profesaban la
verdad… En una página del Libro mayor, bajo el encabezamiento de
«fidelidad», estaba el nombre de mi esposo. Su vida, su carácter y todos los
incidentes de nuestra experiencia, parecían ser traídos con vividez a mi
mente. Mencionaré unos pocos hechos que me impresionaron. Se me
mostró que Dios había calificado a mi esposo para una obra específica, y en
su providencia nos había unido para que hiciéramos avanzar esta obra. Por
medio de los Testimonios de su Espíritu, él le había impartido una gran luz.
Mi esposo había pronunciado palabras de cautela, de advertencia, de
reprobación y de ánimo; y era debido al poder de la gracia de Dios por lo que
nosotros habíamos sido capacitados para realizar una parte en la obra desde
su mismo comienzo. Dios había preservado sus facultades mentales
milagrosamente, a pesar de que sus facultades físicas se gastaban cada vez
más.
Dios debe recibir la gloria por la integridad inquebrantable y el noble valor que
mi esposo había tenido para vindicar lo recto y condenar lo erróneo. Tal
firmeza y decisión eran necesarias en el comienzo de la obra, y se han
necesitado también durante todo el tiempo, mientras ésta progresaba paso a
paso. El ha actuado en defensa de la verdad sin ceder en un solo principio
para agradar al mejor amigo. Había tenido un temperamento ardiente, había
sido valiente y atrevido para hablar. Esto a menudo lo había puesto en
dificultades que frecuentemente podría haber evitado. El se había visto
obligado a demostrar mayor firmeza, a ser más decidido, a hablar más
fervientemente y con mayor valor, debido a los temperamentos tan diferentes
de los hombres relacionados con él en su trabajo.
Dios le ha dado el poder de idear y ejecutar planes con la necesaria firmeza,
porque él no rehusaba ejercer estas facultades mentales y aventurarse a fin
de hacer 269 progresar la obra de Dios. El yo a veces se había mezclado
con la obra; pero cuando el Espíritu Santo dominó su mente, él fue un
instrumento del mayor éxito en las manos de Dios, para la edificación de su
obra. El ha tenido un elevado concepto de lo que el Señor espera de todos
los que profesan su nombre: de su deber de defender a la viuda y al
huérfano, de ser bondadoso con el pobre, y de ayudar al necesitado. El
cuidaba celosamente los intereses de los hermanos, a fin de que no se
tomara injusta ventaja en contra de ellos.
También vi registrados en el Libro mayor del cielo los esfuerzos fervientes de
mi esposo para edificar las instituciones que hay en nuestro medio. La verdad
difundida por la prensa era como rayos de luz que emanaban del sol en todas
direcciones. Esta obra se comenzó y se desarrolló con gran sacrificio de
fuerzas y de medios.
Tiempos de prueba
Cuando llegó la aflicción en la vida de mi esposo, otros hombres fueron
elegidos para ocupar su lugar. Ellos comenzaron con un buen propósito,
pero nunca habían aprendido la lección de la abnegación. Si hubieran
sentido la necesidad de agonizar con fervor delante de Dios diariamente, y de
arrojar sus almas en la obra con abnegación no dependiendo del yo sino de
la sabiduría de Dios, habrían mostrado que sus obras eran realizadas en
Dios. Si cuando ellos no satisficieron la mente del Espíritu de Dios, hubieran
escuchado los reproches y consejos dados, habrían sido salvados del
pecado.
Un hombre que es honesto delante de Dios tratará con justicia a sus
semejantes, ora sea que esto favorezca sus propios intereses personales o
no. Los actos exteriores 270 son un reflejo claro de los principios interiores.
Muchos a quienes Dios llamó a su obra han sido probados; y muchos otros
hay a quienes Dios está probando actualmente.
Después que Dios nos hubo probado en el horno de aflicción, él levantó a mi
esposo y le dio mayor claridad de mente y poder de intelecto para planear y
ejecutar que los que había tenido antes de su aflicción. Cuando mi esposo
sentía su propia debilidad y avanzaba en el temor de Dios, el Señor era su
fortaleza. Pronto en la palabra y en la acción, él ha impulsado las reformas
en momentos en que, de no hacerlo, el pueblo habría languidecido. El ha
hecho donativos muy generosos, temiendo que sus medios resultaran una
trampa para él.
Un llamamiento a los que llevan cargas
En tanto que Dios nos ha dado una obra que hacer para presentar nuestro
testimonio al pueblo por la pluma y de viva voz, otros deben disponerse a
llevar cargas en relación con la causa. No deben desanimarse, sino que
deben tratar de aprender mediante cada aparente fracaso cómo hacer un
éxito del próximo esfuerzo. Y si están relacionados con la Fuente,
seguramente tendrán éxito.
Dios está colocando cargas sobre hombros de menos experiencia. El los
está capacitando para llevar cargas, para aventurarse en la obra y para correr
riesgos.
Todos los que ocupan puestos de responsabilidad deben darse cuenta de
que primero deben tener un poder con Dios, a fin de que puedan tener poder
con los hombres. Los que idean y ejecutan planes para nuestras
instituciones deben relacionarse con el cielo si quieren tener sabiduría,
previsión, discernimiento y 271 aguda percepción. El Señor muchas veces
es dejado completamente fuera de la cuenta cuando en realidad todo
depende de su bendición. Dios escucha los llamados de sus obreros
abnegados que trabajan para hacer progresar su causa y hasta ha
condescendido en hablar cara a cara con débiles mortales.
Las estrechas relaciones que Moisés tuvo con Dios, y la gloriosa
manifestación que le fue dada, hizo que su rostro brillara en forma tan
resplandeciente con el lustre celestial que el pueblo de Israel no podía mirarlo
en la cara. Parecía un ángel brillante del cielo. Esta experiencia personal del
conocimiento de Dios era de más valor para él como hombre que llevaba
responsabilidades, y como dirigente, que toda su educación anterior y que la
ciencia y el conocimiento de los egipcios. El intelecto más brillante, el estudio
más fervoroso, la más alta elocuencia, nunca podrán sustituir la sabiduría y el
poder de Dios en aquellos que llevan responsabilidades en relación con su
causa. Nada puede ocupar el lugar de la gracia de Cristo y del conocimiento
de la voluntad de Dios.
Dios ha hecho toda provisión para que el hombre tenga la ayuda que
solamente él puede dar. Si el hombre permite que su trabajo lo apremie,
empuje y confunda, de manera que no tenga tiempo para el pensamiento
devocional o para la oración, cometerá errores. Si Cristo no levanta el
estandarte contra Satanás, el enemigo vencerá a los que están empeñados
en la obra importante para este tiempo.
Es el privilegio de cada uno de los que están relacionados con nuestras
instituciones denominacionales vincularse en estrecha relación con Dios; y si
dejan de hacerlo, son incompetentes para la obra que se les ha confiado. La
provisión que se ha hecho en favor de todos nosotros, por medio de Cristo,
es un sacrificio 272 pleno y perfecto: una ofrenda inmaculada. Su sangre
puede limpiar la mancha más sucia. Si él hubiera sido solamente un hombre,
nuestra falta de fe y obediencia sería excusable. Pero él vino a salvar lo que
se había perdido. Nosotros no estaremos calificados para la gran tarea para
este tiempo, a menos que trabajemos en Dios, y que nuestras oraciones,
fervientes y sinceras, estén continuamente ascendiendo al trono de la gracia.
Dios está capacitando a hombres para llevar cargas, hacer planes y
ejecutarlos, y mi esposo no debe interceptar su camino. El no puede abarcar
toda la causa de Dios con sus brazos; es demasiado amplia. Se necesitan
muchas cabezas y muchas manos para planear y trabajar sin reservas. Por
falta de experiencia, se harán errores; pero si los obreros se unen con Dios,
él les dará aumento de sabiduría. Nunca, desde la creación, han estado en
juego intereses tan importantes como los que ahora dependen de la acción
de hombres que creen en el último mensaje de amonestación al mundo y lo
están dando a conocer. 273 - La Muerte del Pastor Jaime White
A PESAR de las labores, los cuidados y las responsabilidades que llenaban
la vida de mi esposo, su sexagésimo año lo encontró activo y vigoroso de
mente y de cuerpo. Tres veces había caído bajo el golpe de la parálisis; y sin
embargo, por la bendición de Dios, gracias a una constitución naturalmente
fuerte, y a la atención estricta de las leyes de la salud, pudo regresar a la
actividad. De nuevo viajó, predicó y escribió con su celo y energía
acostumbrados. Habíamos trabajado lado a lado en la causa de Cristo por
treinta y cinco años; y esperábamos permanecer juntos para presenciar la
finalización triunfante de la obra. Pero tal no fue la voluntad de Dios. El
protector elegido de mi juventud, el compañero de mi vida, el copartícipe de
mis labores y aflicciones, fue arrebatado de mi lado, y fui dejada sola para
terminar mi obra y para continuar peleando la batalla.
La primavera y la primera parte del verano de 1881 las pasamos juntos en
nuestro hogar de Battle Creek. Mi esposo esperaba arreglar sus asuntos de
tal manera que pudiéramos ir a la costa del Pacífico y dedicarnos a escribir.
El creía haber hecho un error al permitir que las aparentes necesidades de la
causa y los pedidos de nuestros hermanos nos urgieran a realizar un trabajo
274 activo en la predicación cuando debiéramos haber estado escribiendo.
Mi esposo quería presentar en forma mas plena el tema glorioso de la
redención, y por años yo había contemplado el plan de preparar libros
importantes. Ambos sentíamos que mientras nuestras facultades mentales
estuvieran vigorosas debíamos completar esos libros; que era un deber que
teníamos, con nosotros mismos y con la causa de Dios, el descansar del
ardor de la batalla y dar a nuestro pueblo la luz preciosa de la verdad que
Dios había abierto ante nuestras mentes.
Algunas semanas antes de la muerte de mi esposo, yo le hablé con
insistencia de la importancia de buscar un campo de trabajo en que nos
viéramos libres de las cargas que necesariamente caían sobre nosotros
estando en Battle Creek. En respuesta, él habló acerca de varios asuntos
que requerían nuestra atención antes de poder partir: deberes que nos
correspondían. Entonces, con un profundo sentimiento preguntó: «¿Dónde
están los hombres para hacer esta obra? ¿Dónde están aquellos que tengan
un interés abnegado en nuestras instituciones, y que se mantengan de parte
de lo recto, sin dejarse afectar por ninguna influencia que puedan sentir?»
Con lágrimas expresó su ansiedad por nuestras instituciones de Battle Creek.
Dijo él: «Mi vida la he dado para la edificación de estas instituciones. El
dejarlas ahora es como la muerte. Ellas son mis hijos, y no puedo separar
mis intereses de ellas. Estas instituciones son los instrumentos del Señor
para hacer una obra específica. Satanás trata de estorbar y anular todos los
medios por los cuales el Señor está trabajando por la salvación de los
hombres. Si el gran adversario pudiera dar a estas instituciones un molde de
acuerdo con las normas del mundo, lograría su objeto. Mi 275 mayor
ansiedad consiste en encontrar al mejor hombre para desempeñar cada
tarea. Si en puestos de responsabilidad hay personas moralmente débiles,
vacilantes en sus principios, e inclinadas a desviarse hacia el mundo, siempre
habrá quienes se dejarán descarriar. No deben prevalecer las influencias
perversas. Antes preferiría morir que vivir para ver a estas instituciones mal
dirigidas, o desviadas del propósito por el cual fueron traídas a la existencia.
«En mis relaciones con la causa he estado por largo tiempo conectado muy
estrechamente con la obra de publicaciones. Tres veces he caído, herido por
la parálisis, debido a mi devoción a esta rama de la causa. Ahora que Dios
me ha renovado fuerza física y mental, siento que puedo servir a su causa
como nunca antes. Debo ver prosperar la obra de publicaciones. Está
entretejida en mi propia existencia. Si olvido los intereses de esta obra,
pierdo toda mi capacidad».
Teníamos un compromiso para asistir a un congreso campestre en Charlotte,
el sábado y el domingo 23 y 24 de julio. Decidimos viajar en carruaje privado.
En el camino, mi esposo parecía alegre, y sin embargo un sentimiento de
solemnidad descansaba sobre él. Repetidamente alababa a Dios por su
misericordia y por las bendiciones recibidas, y expresaba libremente sus
propios sentimientos concernientes al pasado y al futuro: «El Señor es bueno,
digno de ser alabado. El es una ayuda presente en tiempo de necesidad. El
futuro parece ser nublado e incierto, pero el Señor no quiere que nos
aflijamos acerca de estas cosas. Cuando vengan las pruebas, él nos dará la
gracia para soportarlas. Lo que el Señor ha sido para nosotros, y lo que él ha
hecho por nosotros, debe hacernos sentir tan agradecidos que nunca
murmuremos ni nos quejemos.
«Me ha parecido duro que se juzgaran mal mis 276 motivos, y que mis
mejores esfuerzos para ayudar, animar y fortalecer a mis hermanos, una y
otra vez se hayan usado contra mí. Pero debía haber recordado a Jesús y
sus chascos. Su alma fue agraviada al no ser apreciado por aquellos por
quienes había venido a bendecir. Debía haberme espaciado en la
misericordia y la bondad de Dios, alabándolo más, y quejándome menos de
la ingratitud de mis hermanos. Si alguna vez hubiera dejado todas mis
perplejidades con el Señor, pensando menos en lo que otros decían y hacían
contra mí, habría tenido más paz y gozo. Ahora trataré de guardarme para
no ofender ni de palabra ni con acciones, y luego trataré de ayudar a mis
hermanos a dar pasos en la dirección correcta. No me detendré a lamentar
ningún mal que se me haya hecho. He esperado de los hombres más de lo
que debía. Amo a Dios y a su obra, y amo también a mis hermanos».
Poco me imaginaba yo, mientras viajábamos, que éste había de ser el último
viaje que haríamos juntos. El tiempo cambió repentinamente de un calor
opresivo a un frío cortante. Mi esposo tomó frío, pero pensó que su salud era
tan buena que no recibiría daño permanente. Trabajó en las reuniones que
se realizaron en Charlotte, presentando la verdad con gran claridad y poder.
Habló del placer que sentía de dirigirse a hermanos que manifestaban un
interés tan profundo en los temas más queridos para él. «El Señor
ciertamente ha refrigerado mi alma -dijo él- mientras he estado compartiendo
con otros el pan de vida. Desde todas partes de Michigan los hermanos
están pidiendo ansiosamente que los ayudemos. ¡Cómo anhelo consolar,
animar y fortalecer a los hermanos en las preciosas verdades aplicables a
este tiempos»
A nuestro regreso a casa, mi esposo se quejó de una ligera indisposición, y
sin embargo se entregó a su 277 trabajo como de costumbre. Cada mañana
íbamos al bosquecillo cercano a nuestra casa, y nos uníamos en oración.
Estábamos ansiosos por conocer nuestro deber. Constantemente llegaban
cartas desde diferentes lugares, instándonos a asistir a congresos
campestres. A pesar de nuestra determinación de dedicarnos a escribir, era
difícil rechazar el reunirnos con nuestros hermanos en estas asambleas
importantes. Con fervor rogábamos recibir sabiduría para conocer cuál era el
proceder más correcto.
El sábado de mañana, como de costumbre, fuimos al bosquecillo, y mi
esposo oró con todo fervor tres veces. No parecía dispuesto a cesar de
interceder delante de Dios por una dirección y una bendición especiales. Sus
oraciones fueron oídas, y recibimos paz y luz en nuestros corazones. El
alabó a Dios y dijo: «Ahora le entrego todo a Jesús. Siento una paz dulce y
celestial, una seguridad de que el Señor nos mostrará nuestro deber, porque
nosotros deseamos hacer su voluntad». Me acompañó al Tabernáculo [la
iglesia adventista de Battle Creek], e inició los servicios con canto y oración.
Era la última vez que había de ponerse en pie a mi lado en el púlpito.
El lunes siguiente comenzó a sufrir severos escalofríos, y al día siguiente
también yo fui atacada. Fuimos llevados juntos al sanatorio para recibir
tratamiento. El médico entonces me informó que mi esposo tenía la
tendencia a dormirse y que estaba en peligro. En seguida me llevaron a su
cuarto, y tan pronto como observé su rostro me di cuenta de que se estaba
muriendo. Traté de despertarlo. El entendía todo lo que se le decía, y
respondía a todas las preguntas que podían ser contestadas con sí o con no,
pero parecía que era imposible que pudiera decir nada más. Cuando le dije
que yo creía que se estaba muriendo, no manifestó 278 ninguna sorpresa.
Le pregunté si Jesús era precioso para él. Dijo: «Sí, oh sí». «¿No tienes
deseos de vivir?», le pregunté entonces, El contestó: «No». Entonces no
arrodillamos junto a su cama, y oramos por él. Un expresión de paz
descansaba en su rostro. Le dije: «Jesús te ama. Debajo de ti están sus
brazos eternos». Contestó: «Sí, sí».
El Hno. Smith y otros hermanos oraron entonces en torno a su cama, y se
retiraron para pasar gran parte de la noche en oración. Mi esposo dijo que no
sentía ningún dolor; pero evidentemente estaba decayendo con rapidez. El
Dr. Kellogg y sus ayudantes hicieron todo lo que estaba a su alcance para
arrebatarlo de la muerte. Revivió con lentitud, pero continuó muy débil.
A la mañana siguiente pareció revivir débilmente pero cerca del mediodía
tuvo unos escalofríos que lo dejaron inconsciente. A las cinco de la tarde del
sábado 6 de agosto de 1881, en forma reposada, exhaló último suspiro, sin
lucha ni gemido alguno.
El choque de la muerte de mi esposo tan repentino, tan inesperado cayó
encima de mí como peso aplastador. En mi condición débil había reunido
todas mis fuerzas para permanecer junto a su cama hasta el final; pero
cuando vi sus ojos cerrados de muerte, la naturaleza exhausta cedió y quedé
completamente postrada. Por algún tiempo estuve oscilando entre la vida y
la muerte. La llama vital ardía en forma tan baja que un soplo podía
extinguirla. De noche mi pulso se debilitaba; y respiraba en forma más y
débil hasta que mi respiración parecía cesar. Sólo la bendición de Dios y los
cuidados ininterrumpidos del médico y sus ayudantes mi vida fue preservada.
Aunque no me había levantado de mi lecho de enferma después de la muerte
de mi esposo, fui llevada 279 al Tabernáculo el sábado siguiente para asistir
a su funeral. Al final del sermón sentí mi deber de testificar del valor de la
esperanza cristiana en la hora de dolor y aflicción. Al levantarme, me fueron
dadas fuerzas, y hablé unos diez minutos, exaltando la misericordia y el amor
de Dios ante aquella nutrida asamblea. Al final del servicio seguí a mi esposo
al cementerio de Oak Hill, donde fue puesto a descansar hasta la mañana de
la resurrección.
Mi fuerza física había sido postrada por el golpe, y sin embargo el poder de la
gracia divina me sostuvo en mi gran aflicción. Cuando vi a mi esposo exhalar
el último suspiro, sentí que Jesús era más precioso para mí que en ningún
momento anterior de mi vida. Cuando estaba de pie junto a mi primogénito, y
le cerré los ojos, pude decir: «El Señor dio, el Señor quitó; sea el nombre de
Jehová bendito». Y sentí entonces que tenía un consolador en Jesús. Y
cuando mi último hijo fue arrebatado de mis brazos, y no podía ver más su
cabecita, sobre la almohada a mi lado, pude decir: «El Señor dio, el Señor
quitó; sea el nombre de Jehová bendito». Y cuando aquel sobre el cual se
habían apoyado mis grandes afectos, aquel con quien había trabajado por 35
años, me fue arrebatado, pude poner mis manos sobre sus ojos y decir: «Te
encomiendo mi tesoro, oh Señor, hasta la mañana de la resurrección».
Cuando lo vi morirse, y vi a muchos amigos simpatizando conmigo, pensé:
¡Qué contraste con la muerte de Jesús cuando él colgaba de la cruz! ¡Qué
contraste! En la hora de su agonía, los burladores se mofaban de él y lo
ridiculizaban. Pero él murió, y pasó por la tumba para alegrarla, para hacerla
más liviana, para que tuviéramos gozo y esperanza, aun en ocasión de la
muerte; para que pudiéramos decir, al poner a nuestros 280 amigos a
descansar en Jesús: «Nos volveremos a ver».
A veces me parecía que no podría soportar la muerte de mi esposo. Pero
estas palabras parecían impresionar mi mente: «Estad quietos, y conoced
que yo soy Dios» (Sal. 46: 10). Siento hondamente la pérdida, pero no me
atrevo a entregarme a una congoja inútil. Esto no traería de regreso al
muerto. Y no soy tan egoísta que, aunque pudiera hacerlo, lo sacara de su
pacífico sueño para que de nuevo se empeñara en las batallas de la vida.
Como un cansado guerrero, se acostó a descansar. Miraré con placer su
lugar de reposo. La mejor manera en que yo y mis hijos podemos honrar la
memoria del que ha caído es asumir la obra que él dejó y, con el poder de
Jesús, llevarla hasta su terminación. Estaremos agradecidos por los años de
utilidad que se nos han concedido; y por causa de mi esposo, y por causa de
Cristo, aprenderemos de su muerte una lección que nunca olvidaremos.
Permitiremos que esta aflicción nos haga más bondadosos y amables, más
tolerantes, pacientes y considerados hacia los que viven.
Asumo la tarea de mi vida sola, con la plena confianza de que mi Redentor
estará conmigo. Tendremos tan sólo un corto momento para proseguir la
lucha; entonces Cristo vendrá, y esta escena de conflicto terminará.
Entonces habremos realizado nuestros últimos esfuerzos para trabajar con
Cristo y hacer progresar su reino. Algunos que han estado en el frente de
batalla, resistiendo celosamente al enemigo que avanzaba, caen en el puesto
del deber. Los vivos observan con lágrimas a los héroes caídos, pero no es
tiempo de cesar en la obra. Ellos deben cerrar filas, tomar el estandarte de la
mano paralizada por la muerte, y con energía renovada vindicar la verdad y el
281 honor de Cristo.
Como nunca antes debe hacerse una decidida resistencia contra el pecado,
contra los poderes de las tinieblas. El tiempo, exige una actividad enérgica y
determinada de parte de los que creen en la verdad presente. Si parece
largo el tiempo de espera hasta que venga nuestro Libertador; si, doblegados
por la aflicción y gastados por el trabajo, nos mostramos impacientes para
recibir un retiro honorable de la guerra, recordemos -y que este recuerdo
ahogue todo murmullo- que quedamos en la tierra para encontrar tormentas y
conflictos, para perfeccionar un carácter cristiano, para familiarizarnos mejor
con Dios nuestro Padre y con Cristo nuestro Hermano mayor, y para hacer la
obra del Maestro en la salvación de muchas almas para Cristo.»Los
entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que
enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad,»
(Dan. 12: 3). 282 - Fortaleza Bajo la Aflicción
EL SÁBADO 20 de agosto de 1881 por la tarde, dos semanas después de la
muerte de su esposo, la Sra. White se reunió con la iglesia de Battle Creek, y
habló a la congregación por cerca de una hora. Con respecto a este servicio,
el pastor Urías Smith escribió:
«Su tema versó acerca de la lección que debemos aprender de la experiencia
reciente por la cual hemos pasado. La incertidumbre de la vida es el
pensamiento que trató de impresionar sobre nosotros. . . Debemos también
considerar qué clase de persona debemos ser mientras vivimos. . .
«La mente de la oradora entonces se volvió a las benditas exhortaciones de
los apóstoles con referencia a la relación que los miembros del cuerpo de
Cristo deben tener mutuamente el uno con el otro, y su conducta, sus
palabras y sus acciones en sus relaciones mutuas. Se nos señaló pasajes
tales como éstos: ‘Estad en paz los unos con los otros’; ‘Amaos los unos a los
otros con amor fraternal’; ‘Sed bondadosos los unos con los otros’; ‘Sed todos
de un mismo sentir, compasivos’; ‘Os ruego . . . que habléis todos una misma
cosa’; ‘Os ruego . . . que estéis perfectamente unidos en una misma mente y
en un mismo parecer’; ‘No murmuréis los unos de los otros’; ‘Vivid en paz; y el
Dios de paz y de amor estará con vosotros’ «.* (19)283
Reflexiones personales
Con respecto a su viaje al oeste, en su ruta por California, y con relación a
sus reflexiones mientras se demoraba unas pocas semanas en su retiro
veraniego de las montañas rocosas, la Sra. White escribió:
«El 22 de agosto, en compañía de mis nueras Emma y María White, salí de
Battle Creek hacia el oeste, esperando recibir el beneficio de un cambio de
clima. Aunque estaba sufriendo todavía los efectos de un ataque severo de
paludismo, así como del choque de la muerte de mi esposo, soporté el viaje
mejor de lo que había esperado. Llegamos a Boulder, Colorado, el jueves 25
de agosto, y al siguiente domingo salimos de ese lugar en un carruaje privado
hacia nuestro hogar en las montañas.
«Desde nuestra casa de campo podía mirar los bosques de pinos jóvenes,
tan frescos y fragantes que perfumaban el aire con su aroma delicioso. En
años anteriores, mi esposo y yo hicimos de este bosque nuestro santuario.
En estas montañas a menudo nos arrodillamos juntos en adoración y súplica.
Me rodeaban por todas partes los lugares que habían sido bendecidos de
esta manera; y al observarlos, podía recordar muchos casos en los cuales
recibimos bendiciones directas y notables en respuesta a la oración. . .
«¡Cuán cerca parecíamos estar de Dios, cuando a la luz brillante de la luna
nos postrábamos en la ladera de alguna montaña solitaria para pedir las
bendiciones necesarias de manos del Señor! ¡Qué fe y qué confianza eran
las nuestras! Los propósitos de amor y misericordia de Dios parecían
revelarse más plenamente, y sentíamos la seguridad de que nuestros
pecados y errores eran perdonados. En tales oportunidades veía el rostro de
mi esposo iluminado con una luz 284 radiante que parecía reflejarse del trono
de Dios, mientras que con una voz cambiada alababa al Señor por las ricas
bendiciones de su gracia. En medio de las tinieblas de la tierra, todavía
podíamos discernir por todas partes los rayos brillantes de la fuente de la luz.
Por medio de las obras de la creación comulgábamos con Aquel que habita la
eternidad. Al mirar las rocas enhiestas y las altas montañas,
exclamábamos:’¿ Dónde hay un Dios tan grande como nuestro Dios?’
«Rodeados, como siempre lo estábamos, de dificultades, cargados de
responsabilidades, finitos, débiles, y en el mejor de los casos, mortales
errantes, a veces estábamos por ceder a la desesperación. Pero cuando
considerábamos el amor de Dios y su cuidado por sus criaturas, tal como se
revelan en el libro de la naturaleza y en las páginas de la inspiración,
nuestros corazones se consolaban y fortalecían. Rodeados por las
evidencias del poder de Dios y por su presencia, no podíamos albergar
ninguna desconfianza o incredulidad. ¡Oh, cuán a menudo la paz, la
esperanza y el gozo nos inundaron en nuestra experiencia en medio de estas
rocosas soledades!
«He estado otra vez entre las montañas, pero sola. ¡Nadie para compartir mis
pensamientos y sentimientos mientras observaba una vez más aquellas
grandiosas y terribles escenas! ¡Sola, sola! Los caminos de Dios parecen
misteriosos, sus propósitos inescrutables. Sin embargo yo sé que deben ser
justos, sabios y misericordiosos. Es mi privilegio y mi deber esperar
pacientemente en él, y el lenguaje de mi corazón en todo el tiempo es el
siguiente: ‘Dios hace todas las cosas bien’. . .
«La muerte de mi esposo fue un duro golpe para mí. Lo sentí más
agudamente porque fue repentino. Al ver el sello de la muerte sobre su
rostro, mis sentimientos eran casi insoportables. Anhelaba llorar en voz alta
285 en mi angustia. Pero sabía que esto no salvaría la vida de mi amado, y
creía que no era cristiano entregarme al dolor. Busqué ayuda y consuelo de
arriba, y las promesas de Dios se cumplieron en mi caso. La mano del Señor
me sostuvo. . .
«Aprendamos una lección de valor y fortaleza de la última entrevista de Cristo
con sus apóstoles. Estaban por separarse. Nuestro Salvador estaba
entrando en el sendero ensangrentado que lo conduciría al Calvario. Nunca
hubo una escena más probadora que aquella por la cual pronto había de
pasar. Los apóstoles habían oído las palabras de Cristo en las que predecía
sus sufrimientos y su muerte, y sus corazones estaban apesadumbrados por
el dolor, pero sus mentes estaban distraídas con la duda y el temor. Sin
embargo no hubo llanto en voz alta; nadie se abandonó a la aflicción.
Aquellas horas finales, solemnes y decisivas, fueron empleadas por nuestro
Salvador para hablar palabras de consuelo y seguridad a sus discípulos, y
entonces todos se unieron en un himno de alabanza. . . ¡Qué preludio a la
agonía del Getsemaní, al abuso y escarnio de la sala de juicio y a las terribles
escenas del Calvario, fueron aquellas últimas horas empleadas en cánticos
de alabanza al Altísimo!
«Cuando Martín Lutero recibía noticias desanimadoras a menudo decía:
‘Venid, vamos a cantar el Salmo 46’. Este salmo comienza con las palabras:
‘Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las
tribulaciones. Por tanto, no temeremos, a un que la tierra sea removida, y se
traspasen los montes al corazón del mar’. En lugar de lamentos, lloro y
desesperación, cuando las pruebas se acumulan sobre nosotros y nos
amenazan como una inundación que quisiera abrumarnos, si no solamente
oráramos pidiendo ayuda a Dios, sino que alabáramos al Señor por tantas
286 bendiciones que nos ha dado -alabando a Aquel que es capaz de
ayudarnos-, nuestra conducta sería más agradable a sus ojos, y veríamos
más su salvación».(20) Encontrando alivio en el trabajo por las almas Apenas había pasado una semana desde su llegada al hogar de su hijo, el pastor W. C. White, en Oakland, California, cuando la Sra. White asistió a un congreso que se realizó en Sacramento, del 13 al 25 de octubre. Casi cada día ella habló al pueblo, y durante el último sábado de tarde dio una conferencia sobre temperancia a un auditorio de unas cinco mil personas. A menudo, durante los meses del invierno de 1881-82, la Sra. White se reunía con iglesias locales y pequeños grupos de creyentes en los valles de Sonoma, Napa, y en su vecindario. «Estaba débil de salud -escribió en su primer informe de aquellos trabajos entre las iglesias-; pero la evidencia preciosa del favor de Dios pagó con creces el esfuerzo realizado. «Ojalá que nuestras iglesias más pequeñas pudieran ser visitadas más a menudo. Los fieles, que se mantienen firmemente en defensa de la verdad, serían alegrados y fortalecidos por el testimonio de sus hermanos. «Quiero animar a los que se reúnen en pequeños grupos a adorar a Dios. Hermanos y hermanas, no os sintáis desanimados porque sois pocos en número. El árbol, que se sostiene solo en la llanura, esparce sus raíces más profundamente en la tierra, envía sus ramas con más amplitud en todas direcciones, y se desarrolla más fuerte y más simétrico mientras él solo combate contra la tempestad y se regocija con la luz del sol. Así el cristiano, cuando no tiene el apoyo de la dependencia 287 terrenal, puede aprender a confiar en Dios y puede ganar fuerza y valor con todo conflicto. «Quiera el Señor bendecir a los hermanos esparcidos y solitarios, y hacerlos eficientes obreros para él. . . Hermanos, no olvidéis las necesidades de estas compañías pequeñas y aisladas. Se hallará que Cristo es un huésped en sus pequeñas reuniones».(21)
Esfuerzos especiales en favor de la juventud
En un informe relativo a sus actividades en la Iglesia de Healdsburg, donde
unas pocas semanas más tarde se dio comienzo al establecimiento del
Colegio de Healdsburg, la Sra. White escribió en forma particular acerca de
sus esfuerzos por alcanzar los corazones de los niños y los jóvenes, un
detalle notable de sus labores en las iglesias de California en este período de
su experiencia. He aquí sus palabras:
«El sábado asistí a la reunión confiando en el sostén de Dios. Al hablar a la
iglesia, resulté consolada y refrigerada. El Señor me dio paz y descanso en
él. Sentí una preocupación especial por la juventud, y mis palabras fueron
dirigidas especialmente a ella. Los jóvenes escucharon atentamente, con
rostros serios y ojos arrasados por las lágrimas. Al final de mis
observaciones pedí que todos los que querían llegar a ser cristianos pasaran
al frente. Trece respondieron. Todos éstos eran niños y jóvenes, de ocho a
quince años de edad, que de esta manera manifestaron su determinación de
comenzar una nueva vida. Tal espectáculo era suficiente para enternecer el
corazón más duro. Los hermanos y hermanas, especialmente los padres de
los niños, parecían profundamente conmovidos. Cristo nos ha dicho que hay
gozo en el cielo por un pecador
288 que se arrepiente. Los ángeles miraban con alegría esta escena. Casi
todos los que vinieron al frente expresaron en pocas palabras su esperanza y
determinación. Tales testimonios ascienden como incienso al trono de Dios.
Todos los corazones sintieron que ésta era una oportunidad preciosa. La
presencia de Dios estaba con nosotros» .* (22)289 - Restauración de la Salud
EN ABRIL de 1882, la Asociación de California abrió una escuela en
Healdsburg, que pronto fue incorporada con el nombre de Colegio de
Healdsburg. Anhelando estar cerca de esta institución la Sra. White compró
una casa en las afueras de la ciudad, y allí estableció su residencia por varios
años. Un año después de la muerte de su esposo, estaba ya en este nuevo
hogar, y los amigos hablaban de cuán bien se la veía entonces, y se refirieron
a sus actividades constantes.
El 22 de agosto viajó a Oakland para dar la bienvenida al pastor Urías Smith,
que venía del este, al pastor William Ings y esposa y al profesor C. C.
Ramsey y su familia. Tres días más tarde, en el hogar de su hijo W. C.
White, sintió un severo escalofrío seguido de fiebre, y a pesar de los buenos
tratamientos que le diera la Sra. C. F. Young, y de los fieles cuidados que le
prodigaran la Sra. Ings y María Chinnock, los escalofríos de paludismo
continuaron hasta el 10 de septiembre. Aunque estaba muy débil, deseaba
que la llevaran al Sanatorio de Santa Elena. Creía que el clima mejor de la
montaña sería favorable para su recuperación.
El 15 de septiembre realizó el viaje en una silla de ruedas, que fue levantada
y colocada en el carruaje de carrera que pasaba por la estación. Después de
unos pocos días de tratamiento en el sanatorio sin ningún aparente beneficio,
rogó que la llevaran a su hogar de Healdsburg. Se arregló una cama sobre
un colchón en
290 el carruaje, y acompañada por su hijo y por la Sra. Ings, realizó el
cansador viaje, de unos 50 kilómetros.
El congreso anual de la Asociación de California se realizaría del 6 al 16 de
octubre. En esta reunión se tomarían importantes decisiones con respecto a
la obra del Colegio de Healdsburg. ¿Responderían nuestros hermanos al
llamado a sostener el proyecto, y liarían donativos liberales para la edificación
de un hogar para los estudiantes? ¿O la obra de la escuela quedaría
truncada por falta de facilidades adecuadas?
La Sra. White anhelaba grandemente tener salud y vigor para poder asistir a
la reunión y presentar su testimonio, pero la perspectiva era desanimadora,
Tenía un resfrío muy malo, y su pulmón izquierdo estaba muy dolorido. Se
hallaba débil, y sin energía ni valor. Sin embargo, dijo: «Prepárenme un lugar
en la reunión, pues yo asistiré, si es posible», y expresó la esperanza de que
cuando llegara al campo donde se realizaba el congreso sentiría una
influencia vivificante.
El sábado por la mañana estaba muy débil, y apenas podía dejar su lecho de
enferma. Pero a medio día dijo: «Prepárenme un lugar en la carpa grande
donde yo pueda escuchar al predicador. Posiblemente el sonido de la voz
del predicador resulte una bendición para mí. Espero que algo me traiga
nueva vida».
Se arregló un sofá para ella cerca de la plataforma, de espaldas a la
congregación. El pastor Waggoner habló acerca del surgimiento y de la obra
del mensaje de los primeros tiempos, y relató sus progresos hasta 1882.
Había una gran congregación, y muchos de los hombres de negocio de
Healdsburg estaban presentes. Cuando el pastor Waggoner terminó de
hablar, la Sra. White dijo: «Ayúdenme a ponerme de pie». La Hna. Ings y su
hijo la levantaron, y fue conducida hasta el 291 púlpito. Se asió del púlpito
con ambas manos, comenzó, en forma débil, a decir a la gente que ésta
podría ser la última vez que ellos escucharan su voz en un congreso.
Después de pronunciar unas pocas frases, hubo un cambio en su voz y en su
actitud. Sintió la conmoción de un poder sanador. Su voz se fortaleció, y sus
frases salieron claras y completas. Al proseguir con su discurso, su fortaleza
era manifiesta. Estaba firmemente en pie, y no necesitaba usar el púlpito
como soporte.
La gran congregación presenció la manifestación sanadora. Todos notaron el
cambio en su voz y muchos lo observaron en su semblante. Vieron la
transición rápida de una palidez de muerte al color rosado de la vida, al notar
el tinte natural de su piel primeramente en la nuca y luego en la parte baja de
la cara, y más tarde en la frente. Uno de los hombres de negocios de
Healdsburg exclamó: «¡Se está realizando un milagro a la vista de toda esta
congregación!» Después de la reunión ella testificó ante los amigos que la
interrogaban en cuanto a su curación. Con el sanamiento vino la fuerza y el
valor para trabajar, y durante el resto del congreso habló cinco veces.
En Signs of the Times, de octubre 26 de 1882, el director, pastor J. H.
Waggoner, escribió:
«Al final del discurso del sábado por la tarde, . . . ella se puso en pie y
comenzó a hablar a la gente. Su voz y su apariencia cambió, y habló durante
algún tiempo con claridad y energía. Entonces invitó a los que deseaban
comenzar una experiencia en servir a Dios, y a los que se habían apartado, a
venir al frente, y un buen número respondió a la invitación…
«Como se nota más arriba, después de la primera tentativa que hizo la Hna.
White para hablar, su restauración fue completa». 292
Con respecto a su milagrosa curación, la Sra. White misma testificó en Signs
del 2 de noviembre de 1882:
«Durante dos meses mi pluma ha estado descansando; pero estoy
profundamente agradecida de que ahora puedo reasumir mi tarea de escribir.
El Señor me ha dado una evidencia adicional de su misericordia y de su
amante bondad restaurándome de nuevo la salud. Debido a mi reciente
enfermedad llegué muy cerca de la tumba; pero las oraciones del pueblo de
Dios en mi favor fueron fructíferas.
«Cerca de dos semanas antes de nuestro campamento la enfermedad de la
cual había estado sufriendo fue detenida, y sin embargo recuperé muy poco
mis fuerzas. Al acercarse el tiempo de las reuniones, parecía imposible que
yo pudiera participar en las mismas. . . Oré mucho, acerca del asunto, pero
continuaba todavía muy débil. . . En mi condición de sufrimiento lo único que
podía hacer era caer inerme en los brazos de mi Redentor, y allí descansar.
«Cuando llegó el primer sábado de la reunión, sentí que debía estar en el
campamento, pues allí podría encontrar al Sanador divino. Por la tarde me
recosté en un sofá debajo de la gran tienda, mientras el pastor Waggoner se
dirigía a los hermanos, presentando las señales que testificaban de que el día
de Dios estaba muy cerca. Al final de ese discurso, decidí levantarme y
ponerme en pie, esperando que si así me aventuraba por fe, haciendo todo lo
que estaba en mi poder, Dios me ayudaría a decir unas pocas palabras al
pueblo. Al comenzar a hablar el poder de Dios vino sobre mí, y mi fuerza fue
instantáneamente restaurada.
«Había esperado que mi debilidad iría pasando gradualmente, pero no
esperaba un cambio inmediato. La obra instantánea que se hizo en mi favor
era inesperada. No puede ser atribuida a la imaginación. 293
La gente me vio en mi debilidad, y muchos señalaron que, según todas las
apariencias, yo era un candidato para la tumba. Casi todos los presentes
observaron el cambio que se verificó en mí mientras me dirigía a ellos.
Declararon que mi rostro cambió, y que la palidez de la muerte dio lugar a un
color saludable.
«Testifico delante de todos los que leen estas palabras, que el Señor me ha
sanado. El poder divino ha hecho una gran obra en mí, por lo cual estoy
gozosa. Pude trabajar todos los días durante el congreso campestre y varias
veces hablé más de una hora y media. Todo mi sistema resultó imbuido de
nuevo vigor y fortaleza. Una nueva ola de emociones, una fe nueva y
elevada, tomó posesión de mi alma.
«Durante mi enfermedad aprendí algunas lecciones preciosas: Aprendí a
confiar donde no puedo ver. Aunque incapaz de hacer nada, aprendí a
descansar tranquilamente, con calma, en los brazos de Jesús. No ejercemos
fe como debemos. Tenemos miedo de aventurarnos respaldados en la
Palabra de Dios. En la hora de la prueba, debemos fortalecer nuestras almas
en la seguridad de que las promesas de Dios nunca pueden fallar. Lo que él
ha hablado, se cumplirá…
«Antes de mi enfermedad, yo pensaba que tenía fe en las promesas de Dios;
sin embargo me sorprendí del gran cambio obrado en mí, que excedió a mi
expectativa. No merezco esta manifestación del amor de Dios. Tengo
razones para alabar a Dios en forma más ferviente, para andar con mayor
humildad delante de él y para amarlo con más fervor que nunca antes. He
contraído la renovada obligación de dar al Señor todo lo que hay en mí.
Debo irradiar a otros el brillo bendito que el Señor ha permitido que brille
sobre mí.
«No espero ser librada de toda enfermedad y tribulación, y tener un mar
sereno en mi viaje hacia el cielo. 294 Espero pruebas, pérdidas, chascos y
dolores; pero tengo la promesa del Salvador: ‘Bástate mi gracia’. No debemos
considerarlo como algo extraño si somos: asaltados por el enemigo de toda
justicia. Cristo ha prometido ser una ayuda presente en todo tiempo de
necesidad; pero él no nos ha dicho que estaremos exentos de las pruebas.
Por el contrario, nos ha informado claramente que tendremos tribulación. El
ser probados y tener dificultades es una parte de nuestra disciplina moral.
Aquí podemos aprender las lecciones más valiosas y tener la gracia más
preciosa, si nos acercamos al Señor, y lo soportamos todo con su fortaleza.
«Mi enfermedad me ha mostrado mi propia debilidad, y la paciencia y amor de
mi Salvador y su poder para salvar. Cuando he pasado noches de insomnio,
he encontrado esperanza y consuelo en considerar la tolerancia y la ternura
de Jesús hacia sus discípulos débiles y errantes, y en recordar que él todavía
es el mismo, inalterable en su misericordia, en su compasión y en su amor.
El conoce nuestra debilidad, sabe que nos falta fe y ánimo y sin embargo no
nos desecha. Es piadoso y manifiesta tierna compasión hacia nosotros.
«Yo puedo caer en mi puesto antes que el Señor venga; pero cuando todos
los que están en la tumba se levanten, yo veré a Jesús si soy fiel, y seré
como él. ¡Oh, qué gozo insuperable ver a Aquel a que amamos, ver en su
gloria a Aquel que nos amó tanto que se dio a sí mismo por nosotros;
contemplar aquellas manos que fueron horadadas por nuestra redención,
extendidas hacia nosotros para bendecirnos y darnos la bienvenida! ¡Qué
importa que tengamos que trabajar duramente y sufrir aquí, si tan sólo
logramos la resurrección! Esperaremos pacientemente hasta que termine
nuestro tiempo de prueba, y entonces elevaremos el cántico alegre de
triunfo». 295 - Trabajo con la Pluma y la Palabra
«DESDE el territorio de Washington y desde el este -escribió la Sra. White
desde su hogar, ubicado en Healdsburg, California, el 26 de marzo de 1883-,
vienen urgentes pedidos de que yo asista a los congresos campestres. . .
Ahora estoy empeñada en redactar un importante material, tarea que he
estado tratando de realizar por seis años. Año tras año he postergado este
trabajo para asistir a los congresos. . .
«Los últimos dos veranos llegué muy cerca de los portales de la muerte, y
como pensé que placería al Señor permitirme descansar en la tumba, tenía
muy penosos remordimientos de que mis escritos no hubieran sido
completados. En la providencia de Dios, mi vida fue prolongada, y mi salud
una vez más está restaurada. Agradezco a Dios por su misericordia y por su
amorosa bondad hacia mí. He estado dispuesta a ir al este o al oeste, si mi
deber en ese sentido resultara claro para mí. Pero en respuesta a mi oración,
‘Señor, ¿qué quieres que haga?’, el Señor me ha contestado: ‘Descansa en
paz hasta que el Señor te pida que vayas’.
«No he estado ociosa. Desde que el Señor me levantó en el congreso de
Healdsburg, he visitado Santa Rosa, Oakland, San Francisco, Petaluma,
Forestville y Ukiah, y también trabajé en Healdsburg, hablando 296
frecuentemente el sábado y el domingo de noche. En cuatro semanas di diez
discursos, viajé trescientos treinta kilómetros, y escribí doscientas páginas. . .
«Mis hermanos que me urgen a asistir a diversos congresos y a que los visite
están preguntando ansiosamente: ‘¿Cuándo tendremos el tomo cuatro de
Spirit of Prophecy (El espíritu de profecía)?’ Esta pregunta la puedo contestar
ahora. Dentro de unas pocas semanas mi trabajo con respecto a este libro
quedará terminado. Pero hay otras obras importantes que requieren atención
tan pronto como ésta termine. . . Mientras tenga capacidad física y mental
haré la obra que es más necesaria para nuestro pueblo. . . Mientras viajaba
he trabajado con grandes desventajas. He escrito en la estación de los
carruajes, en los carruajes mismos, y en mi tienda en el congreso campestre,
hablando a veces hasta que quedaba exhausta, y levantándome luego a las
tres de la mañana para escribir de seis a quince páginas antes del desayuno.
. .
«Me resultaría muy agradable encontrarme con nuestros queridos hermanos
y hermanas en diversos congresos. Siento arder el amor de Jesús en mi
alma. Me gusta mucho hablar y escribir acerca de esto. Mis oraciones serán
que Dios os bendiga en vuestros congresos, y que vuestras almas puedan
ser refrigeradas por su gracia. Si Dios me pide que abandone mi tarea de
escribir, para asistir a estas reuniones o para hablar al pueblo en diferentes
lugares, espero escuchar y obedecer su voz».(23) Durante la primavera y el verano de 1883, la Sra. White pasó mucho tiempo en un esfuerzo para completar el tomo cuatro de la serie Spirit of Prophecy, conocido años más tarde como El conflicto de los siglos. 297 No fue sino hasta los primeros días de agosto cuando ella detuvo su tarea de escribir para asistir a algunos de los congresos del otoño en el este, y a la sesión de la Asociación General que siguió. Acerca de estas labores públicas en 1883 escribió: Visita a Battle Creek «El domingo 12 de agosto, en compañía de la Hna. Sara McEnterfer dejé la costa del Pacífico rumbo al este. Aunque sufrimos considerablemente por el calor y el polvo, tuvimos un viaje agradable a través de las llanuras. Encontramos conductores y mozos de cordel listos para hacer cuanto podían por nuestra comodidad y conveniencia. «Desde el tiempo que abordamos el tren, yo me sentí perfectamente satisfecha de que estaba cumpliendo con mi deber. Había tenido dulce comunión con mi Salvador, y había sentido que él es mi refugio y fortaleza, y que no me podía acontecer ningún daño mientras estuviera empeñada en la obra que él me ha dado para hacer. Tengo una permanente confianza en las promesas de Dios, y disfruto de la paz que viene solamente de Jesús… «Llegamos a Battle Creek el 17 de agosto, un viernes. La noche siguiente me resultó imposible dormir. No había visitado este lugar desde que saliera de aquí, cuando estaba muy débil, después del servicio fúnebre de mi esposo. Ahora la gran pérdida que la causa había sufrido con su muerte, la gran pérdida que yo sufrí al verme privada de la asociación con él y de su ayuda en mi trabajo me angustiaron vívidamente, y no podía dormir. Recordé el pacto que había hecho con Dios cuando mi esposo estaba en el lecho de muerte: que no me desanimaría bajo la carga, sino que trabajaría más fervorosamente y en forma más devota que nunca 298 antes para presentar la verdad, tanto por la pluma como de viva voz; que presentaría delante del pueblo la excelencia de los estatutos y los preceptos de Jehová y que señalaría a los oyentes la fuente purificadora donde podemos lavar toda mancha de pecado. «Toda la noche luché con Dios en oración para que él me diera fuerza para mi tarea, y que me imbuyera con su Santo Espíritu, a fin de que pudiera cumplir con mi solemne pacto. Lo que más deseaba era emplear mi tiempo en urgir a los que profesaban la verdad a que tuvieran una relación más estrecha con Dios, para que pudieran gozar de más perfecta comunión con él de la que gozó el Israel de antaño en sus días de mayor prosperidad. «El sábado de mañana hablé a la gran congregación reunida en el Tabernáculo. El Señor me dio fuerza y soltura al presentar las palabras que se encuentran en Apoc. 7: 9-17… La senda de la obediencia «El domingo de mañana hablé a unos 75 obreros relacionados con la oficina de la Review and Herald. Una semana antes, el 12 de agosto, me había presentado delante de un grupo similar en la Pacific Press, y les mostré la importancia de actuar según los principios. Ahora presenté el mismo tema, amonestando a todos a que no permitieran que nada los desviara de lo correcto. Les advertí que tendrían que hacer frente a influencias opositoras, y que se verían presionados por tentaciones. Les dije que todo el que no estuviera arraigado y fundado en la verdad sería movido de su fundamento… «El domingo de tarde, 19 de agosto, hablé por invitación en el Sanatorio… Ante esa numerosa congregación me referí a las palabras: ‘El que quiere amar 299 la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño; apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala. Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal ‘ (1 Ped. 3: 1012)… «La senda de la obediencia a Dios es la senda de la virtud, la salud y la felicidad. El plan de salvación, como está revelado en las Sagradas Escrituras, abre ante nosotros un camino por el cual el hombre puede asegurarse la felicidad y prolongar sus días en la tierra, así como gozar del favor del cielo, y asegurarse la vida futura que se mide con la vida de Dios. . . «La seguridad de la aprobación de Dios promoverá la salud física. Esta seguridad fortalece el alma contra la duda, la perplejidad y la excesiva congoja, que tan a menudo carcomen las fuerzas vitales e inducen a contraer enfermedades nerviosas de la índole más debilitante y angustiosa. El Señor ha comprometido su infalible palabra en el sentido de que su ojo estará sobre los justos, y su oído estará abierto a su oración. . . «El lunes 20 de agosto de tarde hablé de nuevo a los empleados de la oficina de la Review. . . «Hay algunos, aun de aquellos que están relacionados con nuestras instituciones, cuya fe se halla en grave peligro de naufragar. Satanás trabajará disfrazado en la manera más engañosa posible, en estas ramas de la obra de Dios. El hace de estos importantes instrumentos sus puntos especiales de ataque, y él no dejará de probar ningún medio para anular su utilidad. . . En estos días de peligro debemos tener extremo cuidado de no rechazar los rayos de luz que el cielo con misericordia nos envía; porque es por medio de estos rayos como hemos de discernir los ardides del enemigo. Necesitamos luz del cielo a toda hora, a fin de poder 300 distinguir entre lo sagrado y lo común, lo eterno y lo temporal. «Todos los que permanezcan puros e incorruptos, y se mantengan a cubierto del espíritu y de la influencia prevaleciente en este tiempo, tendrán serios conflictos. Pasarán por grandes tribulaciones; lavarán las ropas de su carácter, y las emblanquecerán en la sangre del Cordero. Estos cantarán el cántico de triunfo en el reino de gloria. Los que sufran con Cristo serán participantes de su gloria».(24)
Recogiendo frutos para la cosecha
«El congreso campestre de Worcester, Massachusetts, que se realizó del 22
al 28 de agosto, . . . fue una ocasión de especial interés para mí. Allí
encontré a una gran cantidad de creyentes, algunos de los cuales habían
estado relacionados con la obra desde el mismo comienzo del mensaje del
tercer ángel. Desde nuestro último congreso, el Hno. Hastings, uno de los
fieles portaestandartes, había caído en su puesto. Me entristecí de ver a
otros cargados por los achaques de la edad. Y sin embargo me alegré al ver
que escuchaban ansiosamente las palabras de vida. El amor de Dios y su
verdad parecía brillar en sus corazones e iluminar su semblante. Sus ojos a
menudo se llenaban de lágrimas, no de dolor, sino de gozo, mientras
escuchaban el mensaje de Dios por boca de sus siervos. Estos peregrinos
entrados en años estaban presentes casi en todas las reuniones, como si
temieran, como Tomás, estar ausentes cuando Jesús viniera y dijera: ‘Paz a
vosotros’.
«Como granos maduros, estos preciosos, probados y fieles hijos de Dios
están listos para la cosecha. Su obra está casi terminada. Tal vez se les
permita permanecer 301 hasta que Cristo sea revelado en las nubes del cielo
con poder y grande gloria. Pero pueden desaparecer de las filas en cualquier
momento, y dormir en Jesús. Pero aunque las tinieblas cubren la tierra y
densa oscuridad los pueblos, estos hijos de la luz pueden levantar sus
cabezas y regocijarse, sabiendo que su redención está cerca…
Los miembros laicos como misioneros para Dios
«Al mirar la congregación de creyentes, y al notar la expresión seria y
fervorosa de sus rostros, . . . mis ojos descansaron sobre no pocos que
tenían un conocimiento de la verdad, y que, si este conocimiento sólo fuera
santificado, realizaría una obra para Dios. Pensé: si todos estos hermanos se
dieran cuenta de que Dios les pedirá cuentas, y comprendieran su deber
hacia sus semejantes, y si trabajaran según la capacidad que el Señor les
concedió, ¡qué luz brillaría de ellos en Massachusetts, y aun se extendería a
otros Estados! Si cada uno de los que profesan tener fe en el mensaje del
tercer ángel hiciera de la Palabra de Dios su regla de conducta, y con estricta
fidelidad realizara su tarea como un siervo de Cristo, sería un poder en el
mundo.
«No son solamente los que trabajan por medio de la palabra y la doctrina los
responsables por las almas. Todo hombre y mujer que tiene un conocimiento
de la verdad debe ser un colaborador con Cristo. . . El pide que los miembros
laicos trabajen como misioneros. Hermanos, salid con vuestras Biblias,
visitad a la gente en sus hogares, leed la Palabra de Dios a la familia y a
todas las personas que vengan. Id con un corazón contrito y una confianza
permanente en la gracia y la misericordia de Dios, y haced lo que podáis. . .
«Hay hombres que nunca han dado un discurso en su vida, y que sin
embargo, deberían estar trabajando 302 para salvar almas. No se requiere ni
grandes talentos ni una elevada posición. Pero existe una urgente necesidad
de hombres y mujeres que conozcan a Jesús, y que estén familiarizados con
la historia de su vida y de su muerte. . .
«No necesitamos tanto hombres eminentes sino buenos, veraces y humildes.
Dios pide que trabajen en su causa personas de todas clases y de todos los
oficios. Se necesitan hombres que empiecen en los peldaños más bajos de
la escalera; hombres que, si fuera necesario, coman su propio pan y realicen
silenciosamente su deber; hombres que no le teman al trabajo diligente para
adquirir los medios y que practiquen una rígida economía en sus gastos,
dedicando tiempo y recursos a la obra en favor del Maestro en el seno de sus
familias y de sus propios vecindarios. Si la obra de reforma comenzara y
progresara en cada familia, habría una iglesia viva y próspera. Las cosas
deben ponerse en orden primeramente en el hogar. La causa necesita
personas que puedan trabajar en sus propios hogares, que estudien la Biblia
y practiquen sus enseñanzas, y que eduquen a sus hijos en el temor de Dios.
Entonces podrán realizarse diligentes esfuerzos perseverantes en favor de
otros, con oraciones fervientes en procura de la gracia y el poder divinos, y
así se obtendrían grandes resultados de la labor misionera.
«No importa de quién se trate, es la mente, el corazón, el sincero propósito y
la vida diaria lo que determina el valor del hombre. Los hombres inquietos,
que hablan mucho, dictatoriales, no se necesitan en la obra. Hay muchos de
esta clase que surgen por doquiera. Muchos jóvenes que tienen sólo poca
experiencia, se colocan a sí mismos en las primeras filas, no manifiestan
ninguna reverencia por la edad o por la posición, y se ofenden si se los
aconseja o se los reprueba. De las 303 personas que se creen muy
importantes tenernos ya más de las que se necesitan. Dios está llamando a
jóvenes modestos, silenciosos, de mente sobria, y hombres de edad madura
bien equilibrados en sus principios, que puedan orar y también hablar, que se
pongan en pie delante de los de más edad y traten con respeto a las canas.
«La causa de Dios está sufriendo por falta de obreros que tengan
comprensión y poder mental. Hermanos y hermanas, el Señor os ha
bendecido con facultades intelectuales capaces de vasto desarrollo. Cultivad
vuestros talentos con fervor perseverante. Educad y disciplinad la mente por
el estudio, la observación y la reflexión. No podéis encontramos con la mente
de Dios a menos que pongáis en uso toda facultad. Las capacidades
mentales se fortalecerán y desarrollarán si salís a trabajar con el temor de
Dios, con humildad, y con una ferviente oración. Un propósito resuelto
realizará milagros. Sed cristianos abiertos, firmes y decididos. Exaltad a
Jesús, hablad con amor, referid su poder, y así permitiréis que vuestra luz
brille sobre el mundo».*(25)
Un ejemplo de abnegación
«Me alegré por el privilegio que tuve de asistir al congreso de Vermont, que
se realizó en Montpelier del 30 de agosto al 4 de septiembre. . . Mi mente
retrocedió treinta años al tiempo en que, en compañía de mi hermana, visité a
Fairhaven, Massachusetts, para presentar mi mensaje al grupito de ese lugar.
El pastor Bates vivía entonces allí, y expresó su convicción de que era su
deber visitar Vermont, y predicar la verdad en ese Estado. Pero agregó: ‘No
tengo medios, y no sé 304 de dónde vendrá el dinero para viajar allí. Creo
que andaré por fe, empezando el viaje a pie, y yendo hasta donde el Señor
me dé fuerzas’. Mi hermana me dijo: ‘Yo creo que el Señor me ayudará a
abrirle el camino al pastor Bates para ir a Vermont. La Hna. F. está
buscando una niña para realizar el trabajo de la casa, y . . . yo ganaré el
dinero necesario’. Realizó su propósito, y, al solicitar el pago por adelantado,
colocó el dinero en manos del pastor Bates. El salió a la mañana siguiente, y
mi hermana quedó para trabajar por un dólar y cuarto por semana. Un buen
número fue traído a la verdad en Vermont, y el pastor Bates regresó con gran
gozo porque el Señor seguramente había bendecido sus labores…
Llenando las filas de los obreros
«Al mirar los rostros de hermanos probados que son preciosos a la vista del
Señor, y al ver que algunos de ellos estaban casi a punto de deponer la
armadura, . . . se despertó la siguiente pregunta en mi mente: ¿Quién vendrá
a ocupar los lugares de estos maduros y gastados soldados de la cruz?
¿Quién se consagrará a la obra del Señor?. . . ¿Quiénes son los que tienen
el conocimiento de la verdad, y que aman tanto a Jesús y a las almas por las
cuales él murió como para negarse a sí mismos, para elegir el sufrimiento
como parte de la religión, y para salir fuera del campamento, llevando el
reproche de Cristo?. . .
«¿Quién pondrá en uso los talentos que le fueron prestados por Dios, sean
grandes o pequeños, y trabajará con humildad, aprendiendo diariamente en
la escuela de Cristo, e impartiendo ese precioso conocimiento a los demás?
¿Quiénes verán lo que debe ser hecho y lo harán? ¿Y cuántos presentarán
excusas, y se sentirán atados con intereses mundanos? Cortad las 305
cuerdas que os atan, e id a la viña a trabajar por el Maestro.
«En todo departamento de la causa de Dios se necesitan ayudadores
consagrados, que teman a Dios y se dispongan a trabajar; hombres de
cerebro, hombres de intelecto, que salgan como ministros y colportores.
Hermanos y hermanas, ascienda de vuestras labios la oración de fe a Dios
para que el Señor levante obreros y los envíe a los campos de la mies; pues
la cosecha es grande y los obreros pocos.» *(26)
Estableciendo la fe en la verdad bíblica
«Asistí al campamento realizado en Waterville, Maine, del 6 al 11 de
septiembre. Aquí, en mi Estado natal, me encontré con hermanos y
hermanas queridos, cuyo interés ha estado identificado con la causa y la obra
de la verdad presente durante años. . . Tuvimos oportunidades preciosas en
este congreso. Se presentaron muchos testimonios gozosos; pero no se
realizó la obra completa que deseábamos grandemente haber realizado…
Hay una clase de fe que da por sentado que tenemos la verdad; pero la fe
que acepta plenamente lo que Dios ha dicho, la fe que obra por amor y
purifica el corazón, se da muy raramente.
«Dios ha revelado verdades salvadores en su Palabra. Como pueblo
debemos ser estudiantes fervorosos de la profecía; no debemos descansar
hasta que entendamos bien el tema del santuario que les fue presentado en
visiones a Daniel y a Juan. Este tema arroja gran luz sobre nuestra posición
y nuestra obra actual y nos presenta una prueba inequívoca de que Dios nos
ha guiado en nuestra pasada experiencia. Explica nuestro chasco de 1844,
mostrándonos que el santuario 306 que había de ser limpiado no era la tierra,
como habíamos supuesto, sino que Cristo entonces entró en el lugar
santísimo del santuario celestial, y está allí realizando la obra final de su
oficio sacerdotal, en cumplimiento de las palabras que el ángel le dirigió al
profeta Daniel:’Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario
será purificado ‘(Dan.8:14).
«Nuestra fe con referencia al mensaje del primero, el segundo y el tercer
ángel era correcta. Los grandes postes señaladores que hemos pasado son
inconmovibles. Aunque las huestes del infierno quieran derribarlos de su
fundamento, y triunfar con el pensamiento de que han tenido éxito, no lo
lograrán. Estos pilares de la verdad se mantienen tan inconmovibles como
las colinas eternas, y no pueden ser movidos ni por todos los esfuerzos de
los hombres combinados con los de Satanás y su hueste. Podemos
aprender mucho y debemos estar constantemente investigando las Escrituras
para ver si estas cosas son así. El pueblo de Dios debe tener ahora sus ojos
fijos en el santuario celestial, donde se está realizando la ministración final de
nuestro gran Sumo Sacerdote en la obra del juicio: donde él está
intercediendo por su pueblo».*(27)
La sesión de la Asociación General de 1883
Los congresos del otoño fueron seguidos por la vigesimosegunda sesión
anual de la Asociación General, durante la cual la Sra. White presentó
muchas de las «pláticas matutinas» a los ministros. Estas fueron publicadas
en la Review y más tarde en la edición inglesa de Obreros evangélicos de - Con respecto al congreso la Sra. White informó: 307
«Las reuniones realizadas en Battle Creek estaban cargadas de un interés
más profundo que cualquier otra reunión similar que jamás haya sido
realizada por nuestros hermanos. Muchas oraciones ascendieron al cielo en
favor de esta sesión de la Asociación General; y podemos testificar que
Jesús vino a la fiesta, y fue un huésped honrado en esta importante reunión.
Los estudios de la Biblia prestaron valiosa instrucción a los ministros
ordenados y licenciados y a la hermandad en general. Las reuniones de la
mañana, destinadas especialmente al beneficio de los ministros y otros
obreros en la causa, fueron intensamente interesantes. Se despertaron la fe y
el amor en muchos corazones. Las cosas espirituales y eternas llegaron a
ser una realidad, y no un mero sentimiento; se convirtieron en una gloriosa
sustancia, y no en una sombra espasmódico. Esta preciosa reunión está ya
en el pasado, pero sus resultados han de verse en el futuro. Nunca
llegaremos a conocer el bien realizado durante los veinte días que estuvimos
juntos, hasta que nos reunamos en torno al gran trono blanco» .(28) Actividades finales en el este Se había fijado la fecha para unas reuniones de diez días en el Instituto Bíblico y Misionero, que se realizaría en la ciudad de South Lancaster, Massachusetts, y para una reunión general dedicada a los creyentes de la Asociación de Pennsylvania, en Wellsville, Nueva York. Se logró que la Sra. White asistiera a estas reuniones, y a su regreso a Battle Creek habló, el viernes de noche, a los ayudantes que trabajaban en el Sanatorio, y el sábado, a una gran congregación en el Tabernáculo. 308 «Estas fueron mis labores finales en el este en este viaje -escribió la Sra. White, refiriéndose a los institutos bíblicos a los cuales asistió-; y tengo que decir, para la alabanza de Dios, que él me ha sostenido en todo momento. He orado durante la noche; y de día, mientras viajaba, he estado rogando a Dios que me diera la fuerza, la gracia y la luz de su presencia; y yo sé en quién he creído. Regreso a California con más fuerza y con más valor que los que tenía cuando salí de Oakland el 12 de agosto.(29)
«Anhelo como nunca antes tener el amor de Jesús. Veo razones para alabar
a Dios por su bondad, su cuidado protector y la dulce paz, el gozo y el ánimo
que él me dio en este viaje. Empecé por fe, y no por vista; y he visto la mano
de Dios en el trabajo de cada día, y diariamente su alabanza ha estado en mi
corazón y en mis labios. Su Espíritu me ha ayudado en mis enfermedades de
una manera señalada, que no puedo temer encomendarme a su cuidado.
Tengo la perfecta seguridad de su amor. El ha escuchado y contestado mis
oraciones, y yo lo alabaré».* (30)309 - Actividades en el Centro de Europa
LA SEGUNDA sesión del concilio misionero europeo se realizó en Basilea,
Suiza, del 28 de mayo al 1º de junio de 1884; el pastor George I. Butler, de
los Estados Unidos, la presidió. En esta reunión se adoptaron resoluciones
por las que se solicitaba a la Asociación General que pidiera a la Sra. White y
al pastor W. C. White, su hijo, que visitaran las misiones europeas. En la
sesión de la Asociación General realizada en Battle Creek, Michigan, el
siguiente mes de noviembre, se dio curso a este pedido, y se les recomendó
a estas personas que fueran.
Cumpliendo con este pedido la Sra. White y su secretaria, la Srta. Sara
McEnterfer, junto con W. C. White y familia, salieron de los Estados Unidos el
8 de agosto de 1885, navegando desde Boston en el barco Cephalonia, y
llegaron a Liverpool el 19 de agosto. Pasaron dos semanas en Inglaterra,
visitando grupos de observadores del sábado en Grimsby, Ulceby, Riseley y
Southampton. Se dieron varios sermones en salones públicos.
El grupo salió de Londres el 2 de septiembre, y llegó a Basilea, Suiza, a la
mañana siguiente. Aquí iba a realizarse pronto la sesión anual de la
Asociación Suiza y la tercera del concilio misionero europeo. 310
La Casa Editora «Imprimerie Polyglotte»
Acababa de completarse la instalación de la casa editora de Basilea, más
tarde denominada «Imprimerie Polyglotte» (Casa Publicadora Políglota). Se
había comprado el terreno y planeado el edificio durante la visita del pastor
Butler en la primera parte de 1884. El edificio se había levantado bajo la
vigilante supervisión del pastor B. L. Whitney, director de la Misión Europea; y
su equipo había sido comprado e instalado por el Hno. H. W. Kellogg, quien
por muchos años fue gerente de la Review and Herald Publishing Association
de Battle Creek, Michigan.
La nueva casa editora se componía de un edificio grande e importante de
unos 15 metros por 25, que tenía cuatro pisos además del piso bajo. Los
pisos superiores estaban construidos de tal manera que, hasta que lo
requiriera el progreso de la empresa, podían ser usados como residencias
para familias. Fue en uno de estos departamentos donde la Sra. White se
instaló durante la mayor parte de los dos años que pasó en Europa.
Casas editoras en muchos países
Cuando la Sra. White y sus acompañantes llegaron a la casa editora, el
pastor Whitney dijo: «Observen nuestra sala de reuniones antes de ir a los
pisos superiores». Era una hermosa sala que estaba en el piso bajo, bien
iluminada y bien amueblada. La Sra. White miró atentamente todos los
detalles del lugar, y entonces dijo: «Es un buen salón de reuniones. Yo creo
que he visto antes este lugar».
No mucho después de esto, se visitaron las partes del edificio ocupadas por
la editorial. Cuando el grupo llegó al departamento de prensas, la prensa
estaba 311 marchando, y la Sra. White dijo: «He visto esta prensa antes.
Este ambiente me parece muy familiar». Pronto se adelantaron los dos
jóvenes que trabajaban en las prensas, y éstos fueron presentados a los
visitantes. La Sra. White les estrechó la mano y entonces preguntó: «¿Dónde
está el otro?»
«¿Cuál otro?» preguntó el pastor Whitney.
«Hay un hombre de más edad aquí -replicó la Sra. White-, y tengo un
mensaje para él».
El pastor Whitney explicó que el encargado de las prensas estaba en la
ciudad haciendo diligencias. Hacía poco más de diez años que la Sra. White,
al relatar delante de un gran auditorio reunido en la iglesia de Battle Creek lo
que le había sido mostrado en su visión con respecto a la obra que había de
hacerse en muchos países extranjeros, había dicho que había visto prensas
funcionando en muchos países, e imprimiendo periódicos, folletos y libros
que contenían la verdad presente para los pueblos de esas naciones. En
este punto de su narración el pastor Jaime White la interrumpió,
preguntándole si podía mencionar algunos de estos países. Ella dijo que no
podía hacerlo, porque no le habían sido mencionados por nombre, «excepto
uno -afirmó-; recuerdo que el ángel dijo: Australia». Pero ella declaró que
aunque no podía nombrar los países, podía recordar los lugares si alguna vez
los viera, porque la escena había quedado grabada con mucha claridad en su
mente.
En el departamento de prensas de la nueva editora de Basilea reconoció uno
de estos lugares. Pocos meses más tarde, durante su visita a Noruega,
reconoció en el departamento de prensas de la ciudad de Cristianía (hoy
Oslo) otro de estos lugares; y seis años más tarde, durante su visita a
Australia, ella vio, en la oficina del Bible Echo de Melbourne, otro
departamento de prensas. 312 En él reconoció el lugar y las prensas como
pertenecientes al grupo que había visto en su visión de Battle Creek el 3 de
enero de 1875.
La venta de publicaciones
El congreso de la Asociación Suiza se realizó del 10 al 14 de septiembre de - Asistieron más o menos doscientas personas. A esta reunión siguió
inmediatamente el concilio misionero europeo, que continuó por dos
semanas. En estas reuniones se recibieron informes muy interesantes de
Escandinavia, Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia y Suiza, países en los
cuales la causa de la verdad presente había empezado a operar. Los
informes produjeron algunas discusiones animadas de temas como éstos: los
planes más eficaces para la circulación de nuestras publicaciones; la
ilustración de nuestros periódicos y libros; el uso de carpas, y el de portar
armas.
Los hermanos de Escandinavia informaron que la venta de publicaciones en
sus asociaciones durante el año fiscal anterior había alcanzado la suma de
1.033 dólares. Los delegados de Gran Bretaña informaron que las ventas
alcanzaron 550 dólares. La oficina de Basilea había recibido 1.010 dólares
por sus periódicos en alemán y francés.
Los colportores que trabajaban en la Europa católica pasaron mucho tiempo
relatando sus incidentes y refiriendo ante el concilio las causas por las cuales
nuestras publicaciones no podían venderse en Europa siguiendo los planes
que se usaban con mucho éxito en los Estados Unidos; e instaban a que al
colportor se le diera un sueldo, como lo hacían las sociedades evangélicas
importantes que operaban en países católicos.
Durante los diecinueve días cubiertos por la conferencia y el concilio, la Sra.
White escuchó con atención 313 los informes, que se dieron mayormente en
inglés. Pronunció palabras de ánimo y de alegría en las reuniones
administrativas, y en las reuniones que se hacían temprano por la mañana
dio una serie de discursos instructivos sobre temas como el amor, la
tolerancia entre los hermanos; el valor y la perseverancia en el ministerio, y
cómo trabajar en nuevos países. Al dirigirse a los obreros misioneros les dijo:
«En toda perplejidad, recordad, hermanos, que Dios tiene todavía sus
ángeles. Podréis hacer frente a la oposición; sí, aun a la persecución. Pero si
os mantenéis leales a los principios, encontraréis, como lo hizo Daniel, una
ayuda presente y un libertador en el Dios a quien servís. Ahora es el tiempo
de cultivar la integridad de carácter. La Biblia está llena de preciosas
promesas para los que aman y temen a Dios.
«A todos los que están empeñados en la obra misionera quiero decirles:
Refugiaos en Jesús. No permitáis que nada del yo aparezca en todas
vuestras labores, sino que se vea solamente a Cristo. Cuando la obra sea
difícil, y os desaniméis y estéis tentados a abandonarla, tomad vuestra Biblia,
doblad vuestras rodillas delante de Dios y decid: ‘He aquí, Señor, tu Palabra
que lo ha prometido’. Echad vuestro peso sobre las promesas del Señor, y
cada una de ellas se cumplirá».(31) Cuando los informes desanimadores de los colportores habían alcanzado su punto culminante, ella instó a los obreros a que, frente a todas estas dificultades, tuvieran fe en que el éxito coronaría sus labores. Repetidamente aseguró a los descorazonados colportores que se le había mostrado a ella que los libros podían venderse en Europa en forma tal que permitiera que los obreros se sostuvieran y produjeran suficientes entradas 314 a la casa editora como para hacer posible la publicación de más libros. La preparación de colportores Animados por la seguridad que ella dio de que los que perseveraran en la fe recibirían una ayuda especial, un número de jóvenes fueron persuadidos a hacer otro esfuerzo para realizar obra de sostén propio en la venta de las publicaciones, pero ellos señalaron que debían ser equipados con una provisión mejor de libros vendibles. El pastor J. G. Matteson relató que había hecho todo esfuerzo posible para animar y preparar colportores, y que ellos habían tenido éxito en la venta de periódicos y libros pequeños, pero que las entradas no eran suficientes para sostenerlos debidamente. Dijo que estaba muy ansioso por saber qué debía hacerse para lograr resultados mejores. Dijo que, con el ánimo recibido de la Sra. White, él estaba resuelto a intentarlo una vez más. De acuerdo con esto, durante el invierno de 1885 a 1886 se hicieron esfuerzos especiales en Escandinavia para entrenar y preparar colportores. Se realizaron cursos de preparación en Suecia, Noruega y Dinamarca. El curso realizado en Estocolmo continuó por cuatro meses. Asistieron 20 personas. Usaban seis horas del día para colportar; las mañanas y las tardes se empleaban en el estudio. En 1886, la venta de libros y folletos en Escandinavia ascendió a 5.385 dólares, y las suscripciones a periódicos a 3.146 dólares. Años después, el pastor Matteson declaró que en su esfuerzo en favor de la obra del colportaje inmediatamente después de su regreso de la conferencia de Basilea, él estaba tan plenamente convencido de que sus obreros debían vivir a base de una entrada tan escasa, que 315 persuadió a cada uno a guardar una estricta cuenta de los gastos, y a que le permitieran examinar esta lista una vez por semana para que pudiera aconsejarles sobre la forma de hacer economías. Pronto las cosas cambiaron, pues los colportores estaban gastando menos y ganando más, y un número de ellos ganaban lo suficiente como para sostenerse sin recibir nada de la tesorería de la asociación .(32)
En la Europa Central la obra de publicaciones necesitaba libros, y también un
maestro y un director. El libro Life of Christ (Vida de Cristo), que estaba
demostrando ser un libro popular en los países escandinavos, fue traducido
al alemán y al francés, y estaba listo para ser usado en la primera parte del
año 1887.
El pastor L. R. Conradi había ido a los Estados Unidos a principios de 1886, y
después de visitar las iglesias y grupos de observadores del sábado de
Alemania, Rusia y Suiza, informó que una de las necesidades más urgentes
en los campos europeos eran libros sobre la verdad presente, que fueran
llevados a los hogares de las gentes por colportores consagrados y bien
preparados. Vio claramente que deben usarse nuestras publicaciones para
llevar el mensaje adventista 316 a las multitudes de Europa, y que debido a
que los fondos misioneros no permitían siquiera pagar un pequeño salario a
los colportores, debía hacerse un esfuerzo para inaugurar en Europa Central
lo que había empezado en Escandinavia: la preparación de colportores para
vender las publicaciones y para que vivieran a base de su comisión, sin
sueldo. También vio que nuestros jóvenes necesitaban un empleo de tal
carácter que los educara y los preparara para llegar a ser obreros eficientes
en la causa de Cristo.
Comenzando en Basilea, el pastor Conradi reunió a un grupo de seis u ocho
jóvenes, y empezó a prepararlos para que tuvieran éxito. El declaró que la
gente necesitaba las verdades salvadores que había en nuestros libros; que
la Sra. White dijo que con esfuerzos bien realizados estos libros podían
venderse; que el pastor Matteson había comprobado que esto era cierto; y
que tanto él como sus jóvenes asociados debían encontrar la manera de
lograrlo. Estudiaban su libro hasta que se volvían entusiastas con respecto a
sus grandes verdades, y entonces, al salir con este ánimo e instrucción,
tenían éxito.* (33)317
Desarrollo debido a un servicio fiel
El acuerdo de la junta directiva de la Asociación General por el cual se hacían
subvenciones liberales para la traducción y publicación en Basilea, de varios
libros grandes en alemán y francés, le había dado mucho trabajo a la
Imprimerie Polyglotte. Esto abrió el camino para el empleo de una veintena
de jóvenes y señoritas que estaban muy contentos de relacionarse con la
obra educacional.
Viendo que los jóvenes estaban muy ansiosos de estudiar la Biblia y los
idiomas, la gerencia organizó clases de Biblia, historia, doctrinas bíblicas y
gramática inglesa, para los que quisieran asistir. Estas clases se tenían
normalmente desde las seis y media hasta las siete y media de la mañana.
Con admirable rapidez los jóvenes franceses dominaban tanto el alemán
como el inglés, y los muchachos alemanes tanto el francés como el inglés. Al
mismo tiempo progresaban en estatura y sabiduría.
Varias veces las clases matutinas fueron reemplazadas por una semana o
diez días de reuniones religiosas. En éstas la Sra. White tomaba una parte
importante, y parecía que nunca se cansaba en sus esfuerzos de animar a
los jóvenes a capacitarse para un servicio eficiente en la causa de Cristo.
Los urgía a aprovechar las oportunidades, a ser diligentes en el trabajo y en
el estudio; y les decía que a ella se le había mostrado que, si ellos eran fieles,
Dios los usaría para llevar la verdad a muchas personas que estaban cerca y
lejos; que si ellos se mantenían cerca del Señor, llegarían a ser poderosos en
su obra, y que algunos de ellos serían llamados a puestos de mayor
responsabilidad.
Hay muchos que pueden dar testimonio del notable cumplimiento de esta
predicción. En años posteriores,
318 uno de estos jóvenes ejerció durante varios términos la presidencia de la
Unión Latina; otro la presidencia de la Asociación Suiza; y otro fue director de
la Unión del Levante. Otros han sido predicadores, traductores, redactores,
maestros, y gerentes de grandes empresas editoriales. *(34)
Visitas a Italia
El 26 de noviembre de 1885, la Sra. White salió de Basilea rumbo a Torre
Péllice, Italia. Fue acompañada por su nuera, María K. White, y por el pastor
B. L. Whitney. Con respecto a este viaje ella escribió:
«Yo cumplía 58 años, y por cierto que el suceso había de celebrarse de una
manera y en un lugar con los cuales poco había soñado. Parecía difícil
darme cuenta que estaba en Europa; que había presentado mi testimonio en
Inglaterra, Suiza, Dinamarca, Noruega y Suecia, y que me hallaba en camino
a Italia.
«Nuestro viaje por los Alpes tenía que atravesar el gran paso de San Gotardo.
Llegamos a Torre Péllice el viernes, cerca de las nueve de la mañana, y nos
dieron la bienvenida en el hospitalario hogar del pastor A. C. Bourdeau. Al
día siguiente, sábado, hablé a los hermanos y hermanas en el salón alquilado
en que realizaban sus reuniones regulares los sábados». 319
La Sra. White permaneció en Torre Péllice por tres semanas, habló a la
gente diez veces y visitó algunos de los lugares donde los valdenses,
huyendo de sus perseguidores, habían sido seguidos y capturados,
torturados y muertos. Refiriéndose a estos incidentes, ella escribió:
«Si sus voces pudieran escucharse, ¡qué historia contarían las montañas
eternas que rodean estos valles, acerca de los sufrimientos del pueblo de
Dios, debido a su fe! ¡Qué historia de la visita de ángeles no reconocidos por
estos fugitivos cristianos! Una y otra vez los ángeles han hablado con
hombres, como un hombre habla con su amigo, y los han guiado a lugares de
seguridad. Repetidamente las palabras animadoras de ángeles han
renovado los espíritus caídos de los fieles, y conducido sus mentes por
encima de las cumbres de las más elevadas montañas, haciéndoles
contemplar por la fe los mantos blancos, las coronas y las palmas de victoria
que los vencedores recibirán cuando rodeen el gran trono blanco».
Dos veces después de esto, la Sra. White visitó los valles de los valdenses:
una vez en abril de 1886, cuando, en compañía de su hijo y de la esposa de
éste, dedicó dos semanas a hablar a pequeñas congregaciones en muchos
lugares; y de nuevo, en compañía del pastor Guillermo Ings y su esposa, en
noviembre, mientras estaban ellos de regreso a Basilea después de trabajar
por dos semanas en Nimes, Francia. 320 - Actividades en Gran Bretaña y Escandinavia
EL CUARTO concilio Misionero Europeo se realizó en Great Grimsby,
Inglaterra, del 27 de septiembre al 4 de octubre de 1886. Los informes de los
obreros muestran las grandes dificultades con que tropezaba cada ramo de la
obra. Una mañana, antes de la reunión, un grupo de obreros se reunió en
torno a la estufa en el salón de reuniones para relatar algunas de sus
experiencias y de sus chascos. Los buenos salones para reuniones públicas
eran muy costosos. La clase de gente que se deseaba alcanzar no asistiría a
los salones más baratos. Las carpas pronto se gastaban en el clima húmedo.
Las puertas de los mejores hogares no se abrían al obrero bíblico en sus
esfuerzos por hacer obra de casa en casa; y en las casas donde las puertas
se abrían fácilmente, las mentes eran lentas para comprender la importancia
de la obediencia a verdades impopulares. «¿Qué se puede hacer?», era la
pregunta.
Consagración, valor, confianza
Durante una serie de reuniones realizadas en Great Grimsby, precisamente antes del
Concilio, la Sra. White había dado varios discursos para señalar la importancia de la
consagración, el valor y la confianza. Al 321terminar un sermón sobre la experiencia
de los discípulos en relación con la resurrección de Jesús, ella dijo:
«Debemos aprovechar toda oportunidad que tengamos día tras día para
vencer las tentaciones del enemigo. La vida es un conflicto, y tenemos a un
enemigo que nunca duerme. El está vigilando constantemente para destruir
nuestras mentes y desviarnos de nuestro precioso Salvador, quien dio su
vida por nosotros. ¿Elevaremos la cruz que se nos ha dado? ¿O
permitiremos que nos domine una complacencia egoísta, y perderemos una
eternidad de bendición? No podemos consentir en pecar; no podemos
aceptar la idea de quebrantar la ley de Dios.
«La pregunta que nos confronta no es: ¿Cómo ganaré más dinero en
este mundo? La pregunta no debe ser: ¿Serviré a Dios? ¿Serviremos a Dios, o a
Baal? ‘Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a
los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado
del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi
casa serviremos a Jehová ‘ (Jos. 24: 15).
«Yo no espero recibir toda mi felicidad en el más allá. Experimento felicidad ya a lo largo de
mi camino. Sin embargo tengo pruebas y aflicciones; pero fijo la mirada en Jesús. Es en los
lugares estrechos y difíciles donde él está precisamente a mi lado, y podemos comulgar con
él, y colocar todas nuestras cargas sobre Aquel que las lleva todas y decir: ‘Oh Señor, no
puedo llevar por más tiempo estas cargas’. Entonces él nos dice: ‘Mi yugo es fácil, y
ligera mi carga’ (Mat. 11: 30). ¿Lo creéis? Yo lo he probado. Yo lo amo; lo amo. Veo en
él un encanto inigualable. Y deseo alabarlo en el reino de Dios.
«¿Quebrantaremos nuestro corazón de piedra? ¿Recorreremos toda la
trayectoria de la espinosa senda
322 que Jesús transitó desde el pesebre hasta la cruz? Vemos las manchas
de sangre. ¿ Albergaremos el orgullo del mundo? ¿Trataremos de hacer del
mundo nuestra norma? ¿O saldremos de en medio de ellos? La invitación
es:’Salid de en medio de ellos, y apartaos … y no toquéis lo inmundo; y yo os
recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas’ (2
Cor. 6: 17, 18).
«¡Oh, qué exaltación es ésta, la de ser miembros de la familia real, hijos del
Rey celestial; la de tener al Salvador del universo como nuestro Rey de
reyes, que nos conoce por nombre! ¡Qué dicha la de que seamos herederos
de Dios y aspiremos a la herencia inmortal, la sustancia eterna! Este es
nuestro privilegio. ¿Lograremos el premio? ¿Lucharemos la batalla del
Señor? ¿Continuaremos batallando hasta las mismas puertas? ¿Seremos
victoriosos?
«Yo he decidido que debo obtener el cielo, y quiero que vosotros lo tengáis.
Nunca habría venido desde California a Europa, si no hubiera querido deciros
cuán precioso es el Salvador, y cuán preciosa es la verdad que tenemos.
«Debéis estudiar la Biblia, porque ella os habla de Jesús. Al leerla,
observaréis los encantos incomparables de Jesús. Quedaréis prensados del
Hombre del Calvario, y a cada paso podréis decirle al mundo: ‘Sus caminos
son caminos deleitosos, y todas sus veredas paz’. Habéis de representar a
Cristo ante el mundo. Podéis mostrar al mundo que tenéis una esperanza
grande junto con la inmortalidad. Podéis beber de las aguas de salvación.
Enseñad a vuestros hijos a amar y temer a Dios. Anheláis que los ángeles
celestiales estén en vuestras moradas. Anheláis que el Sol de justicia brille
en las cámaras oscuras de vuestra mente. Entonces vuestros labios
expresarán alabanzas a Dios. 323
«Jesús ha ido a preparar mansiones para nosotros. El dijo: ‘No se turbe
vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi
Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy,
pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparara lugar,
vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros
también estéis’ (Juan 14: 1-3). Tengo la mirada puesta en esas mansiones;
no en las mansiones terrenales, porque éstas antes de mucho serán
derribadas por el violento terremoto. Anhelo las mansiones celestiales que
Cristo ha ido a preparar para los fieles.
«No tenemos hogar aquí; sólo somos peregrinos y extranjeros, y estamos en
marcha hacia un país mejor, el celestial. Poned la mira en estas cosas, y
mientras lo hacéis, Cristo estará precisamente a vuestro lado. Que Dios nos
ayude a ganar el don precioso de la vida eterna».
Algunos de los obreros respondieron con testimonios que manifestaban su fe
y determinación. Algunos creían que ella no comprendía las dificultades del
campo. Otros buscaban algo en que basar sus esperanzas de un éxito
futuro.
Dispersando las tinieblas.
Durante los primeros días del concilio, uno de los oradores, después de
referirse a algunas de las barreras que se oponían al progreso del mensaje,
solicitó que la Sra. White expresara sus puntos de vista para indicar qué más
podría hacerse, y si podían esperarse cambios en las condiciones en las
cuales los obreros estaban luchando.
En respuesta a esta pregunta, la Sra. White declaró que vendrían cambios
que abrirían puertas hasta entonces cerradas, cambios en muchas cosas que
alterarían 324 las condiciones y despertarían las mentes del pueblo para
comprender y apreciar la verdad presente. Se producirían tumultos políticos,
y cambios en el mundo industrial, y un gran despertar religioso, que
prepararía las mentes para escuchar el mensaje del tercer ángel. «Sí, habrá
cambios -ella les aseguró-, pero no hay razón para que esperéis. Vuestra
obra ha de seguir adelante, presentando la verdad con sencillez, levantando
la luz de la verdad ante el pueblo».
Entonces les dijo cómo el asunto le había sido presentado en visión. A veces
le fueron presentadas las multitudes de nuestro mundo a quienes va dirigido
el mensaje divino de amonestación de que Cristo viene pronto, como
envueltas en una neblina y en nube de densas tinieblas, tal como lo describe
Isaías, quien escribió: «Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y
oscuridad las naciones» (Isa. 60: 2).
Mientras en la visión estaba observando esta escena con intenso pesar, su
ángel acompañante dijo: «Observa», y al mirar ella de nuevo, aparecieron
pequeños rayos de luz, como las estrellas que brillan débilmente en la
oscuridad. Al aguzar la vista, la luz se fue haciendo más brillante, y el
número de luces aumentaba, porque cada luz encendía otras luces. A veces
estas luces se reunían como para animarse mutuamente; y de nuevo se
separaban, yendo cada vez más lejos y encendiendo más luces. Así la obra
avanzaba hasta que todo el mundo fue iluminado con su brillo.
En conclusión ella dijo: «He aquí una descripción de la obra que habréis de
hacer.’Vosotros sois la luz del mundo’ (Mat. 5: 14). Vuestra obra ha de elevar
la luz para ser vista por aquellos que os rodean. Mantenedla con firmeza.
Levantadla un poco más alto. Encended otras luces. No os desaniméis si la
vuestra no es una gran luz. Aunque sea pequeña, mantenedla en alto. 325
Permitid que brille. Haced lo mejor, y Dios bendecirá vuestros esfuerzos».
*(35)
Primera visita a Escandinavia
Durante los dos años que la Hna. White pasó en Europa, visitó Dinamarca,
Suecia y Noruega tres veces. Al final del concilio misionero realizado en
Basilea durante el mes de septiembre de 1885, los delegados de
Escandinavia rogaron que ella visitara su campo tan pronto como le fuera
posible; y aunque sus amigos de Suiza le dijeron que el verano era un tiempo
mejor 326 para viajar por el norte de Europa, ella decidió aventurarse por fe,
confiando en que Dios le daría fuerzas para soportar las penurias del viaje.
El mes de octubre y la primera mitad de noviembre lo pasó en Copenhague,
Estocolmo, Grythyttehed, Orebro y Cristianía. La Sra. White estaba
acompañada por su secretaria, la Srta. Sara McEnterfer, por su hijo, W. C.
White, y por el pastor J. G. Matteson, que era el guía, intérprete y
colaborador. En los diversos lugares donde se reunían creyentes para
escuchar su mensaje, éste era recibido con un interés reverente. Excepto en
Cristianía, donde la feligresía de la iglesia era de 120, las congregaciones no
eran grandes. El sábado 31 de octubre, ocasión en que hermanos de otras
iglesias llegaron a la reunión, había como 200 presentes. Un domingo ella
habló en el salón de los trabajadores a un auditorio de 800. El próximo
domingo, por pedido del presidente de una poderosa sociedad de
temperancia, habló a un grupo de 1.300 personas reunidas en el gimnasio
militar, sobre la importancia de enseñar en cada hogar los principios de
temperancia. Este tema fue presentado desde un punto de vista bíblico, e
ilustrado con experiencias de caracteres bíblicos.
Segunda visita a Escandinavia.
La Sra. White realizó la segunda visita a Escandinavia durante el verano de
1886, en compañía de su hijo y de la Srta. McEnterfer. Durante la primera
parte de su viaje, la Srta. Christina Dahl actuó como guía e intérprete.
La más importante de las reuniones a las cuales asistió durante este viaje fue
la de Orebro, Suecia. Aquí la Asociación Sueca realizó su sesión anual, del
23 al 28 de junio, y durante ella se organizó una sociedad de publicaciones y
una asociación de escuela sabática. 327 Cada una de estas entidades
abarcaba la obra de Dinamarca, Suecia y Noruega.
Una semana antes de iniciarse esta conferencia, el pastor Matteson había
comenzado un curso de instrucción para colportores y obreros bíblicos. En la
realización de este curso recibió la ayuda del pastor A. B. Oyen, de Cristianía,
y del pastor 0. H. Olsen, que acababa de llegar de los Estados Unidos.
«Educación» era el santo y seña entre los dirigentes en aquellos días, y el
pueblo estaba ávido de aprender. Este curso para obreros se iniciaba cada
mañana a las seis y media con oración y reunión de testimonios. A las nueve
se daba una clase de contabilidad; a las once y treinta se daba instrucción
acerca de cómo hacer obra misionera local. La instrucción relativa a cómo
dar estudios bíblicos se daba a las cuatro de la tarde; y a las ocho de la
noche había un servicio de predicación. Toda hora del día era considerada
preciosa tanto por los maestros como por los alumnos.
A la sesión de la Asociación que siguió asistieron regularmente unos 65
observadores del sábado. De las diez iglesias de Suecia, nueve estaban
representadas por 23 delegados. La Sra. White habló seis veces en las
reuniones de la primera hora de la mañana, y cinco veces en otras
oportunidades. Dirigiéndose a un grupo de creyentes, pequeño pero
resuelto, dijo:
«Al principio, la obra es dura y lenta. Ahora es cuando todos deben poner el
hombro para levantar la carga y llevarla adelante. Debemos avanzar, aunque
tengamos delante el mar Rojo y montañas inaccesibles del otro lado. Dios ha
sido con nosotros y ha bendecido nuestros esfuerzos. Debemos trabajar con
fe. ‘El reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan’ (Mat. 11:
12). Hemos de orar, creer que nuestras oraciones son escuchadas, y
entonces trabajar. 328
«Ahora la obra puede parecernos pequeña; pero debe haber un comienzo
antes de que haya progresado. ‘Primero hierba, luego espiga, después grano
lleno en la espiga’. La obra puede comenzar débilmente y su progreso por un
tiempo puede ser lento; sin embargo, si se empieza de una manera
saludable, habrá un progreso firme y, sustancial. *(36) Debe ponerse una
norma elevada delante de aquellos que acaban de aceptar la fe. Ellos deben
ser educados a ser cuidadosos en su habla y circunspectos en su conducta,
dando evidencia de que la verdad ha hecho algo por ellos, y esparciendo así
por su ejemplo la luz sobre los que están en tinieblas. . .
«Los que han recibido la verdad pueden ser pobres, pero no deben
permanecer ignorantes o seguir teniendo un carácter defectuoso, para dar el
mismo molde, por su influencia, a los demás. Cuando la iglesia recibe
plenamente la luz, las tinieblas serán disipadas; y si en santidad de carácter
ellos guardan paso con la verdad revelada, su luz resplandecerá con un brillo
cada vez mayor. La verdad hará su obra de refinamiento, restaurando la
imagen moral de Dios en el hombre, y cesarán entonces las tinieblas y las
confusiones y la lucha de las lenguas, que es una maldición en muchas
iglesias. Apenas se concibe el poder que Dios dará a su iglesia, si sus
miembros andan en la luz tan rápidamente como ésta brilla sobre ellos.
«El Señor ha de venir pronto, y el mensaje de amonestación ha de ir a todas
las naciones, lenguas y pueblos. Mientras la causa de Dios requiere medios
y obreros, ¿qué están haciendo los que viven bajo la luz 329 plena de la
verdad presente?». * (37)
Una vez que terminó la sesión de la Asociación Sueca, se emplearon dos
semanas en Cristianía, trabajando con fervor por la iglesia y por los obreros
de la casa editora. Por entonces se había terminado una nueva casa editora,
y los diversos departamentos de la misma se habían instalado ya y estaban
trabajando.
Cuando la Sra. White vio los diversos departamentos de la nueva planta
publicadora, expresó gran gozo de que, con las facilidades que de esta
manera se habían provisto, podían imprimirse periódicos y libros adecuados
para el campo en forma aceptable, y podían enviarse para que realizaran su
misión. Fue en ocasión de esta visita cuando, al llegar al departamento de
prensas, ella declaró que se le había mostrado en una visión, años antes, ese
mismo ambiente con sus prensas en marcha como ella las veía ese día.
Las reuniones de Cristianía fueron seguidas por diez días de trabajo en
Copenhague, después de lo cual la partida regresó a Basilea.
Quinto Concilio Misionero en Europa.
De nuevo, en 1887 la Sra. White pasó el mes de junio en Escandinavia. En
compañía de la Sra. Ings había asistido a reuniones muy interesantes de
pequeños grupos de observadores del sábado en Voh-winkel y Gladbach,
Alemania. En estas reuniones el pastor L. R. Conradi había actuado como
guía, traductor y colaborador.
En Copenhague se había visto un crecimiento animador en la iglesia desde la
última visita. Allí la sierva de Dios pasó una semana muy ocupada.
La quinta sesión anual del Concilio Europeo de 330 Misiones Adventistas
había de realizarse del 14 al 21 de junio en Noruega. El lugar elegido para
esa reunión fue Moss, una hermosa ciudad de 8.000 habitantes, a unas dos
horas de viaje de Cristianía. Los delegados eran los siguientes:
Europa Central: B. L. Whitney, Sra. E. G. White, W. C. White y L. R. Conradi.
Inglaterra: S. H. Lane, Guillermo Ings y J. H. Durland.
Noruega: 0. A. Olsen, K. Brorsen y N. Clausen.
Dinamarca: E. G. Olsen.
Suecia: J. G. Matteson.
Rusia: J. Laubhan.
Estados Unidos: S. N. Haskell, J. H. Waggoner, D. A. Robinson y C. L. Boyd.
En relación con el Concilio Misionero, se tuvo el primer congreso campestre
de la Asociación Noruega. Se erigieron diez tiendas en un hermoso bosque,
en las cuales podía acomodarse a unas cien personas. Además, otras
cincuenta personas encontraron alojamiento en las casas vecinas. Los
delegados de los Estados Unidos y de Europa Central se establecieron en
una casa grande y cómoda con vista al fiordo de Cristianía.
En la reunión campestre el idioma prevaleciente fue el noruego, y se siguió el
programa normal de un congreso local. En la casa grande el idioma
prevaleciente era el inglés, y se realizaron preciosas reuniones de oración.
También se celebraron una serie de reuniones administrativas en que se
estudiaron los medios que debían usarse para ampliar y fortalecer la obra en
todos los países de Europa.
El martes 14 de junio se presentaron animados informes relativos al
maravilloso desarrollo de la obra de colportaje durante el año. El pastor
Matteson relató 331 incidentes admirables ocurridos durante el invierno
anterior en el curso desarrollado para colportores e instructores bíblicos; el
pastor Conradi informó de los éxitos de obreros en Alemania y Suiza; el
pastor Olsen dio informes animadores de Noruega, y el pastor Hendrickson,
de Dinamarca. El pastor Lane informó buenos progresos de parte de los
colportores en Inglaterra.
El Concilio Misionero continuó activamente con su obra por varios días
después que los hermanos de las iglesias de Noruega habían regresado a
sus hogares. Se trazaron planes y se tomaron resoluciones tendientes a
lograr la educación de hombres para el ministerio, y para el establecimiento
de una misión para marinos en Hamburgo. El tema que despertó la más
entusiasta atención fue el desarrollo de escuelas en cada asociación para
preparar colportores. Lo que requirió el estudio más ansioso fue el asunto de
preparar e imprimir las publicaciones más adecuadas.
La presencia de los pastores C. L. Boyd y D. A. Robinson, quienes estaban
de viaje de los Estados Unidos al gran campo sudafricano añadió mucho
interés a las reuniones del Concilio. Ellos se unieron de todo corazón en el
estudio de los difíciles problemas de la obra en Europa; y a la vez trajeron
muchos de los problemas sudafricanos para una consideración informal.
Eficiencia en el servicio misionero
Al escribir a estos hermanos concerniente a la gran tarea que tenían delante,
la Sra. White destacó la importancia de comenzar bien desde el propio
comienzo de la obra. Ella habló de campos donde se podía haber hecho
mucho más si la obra no hubiera sido impedida por haberse practicado
economías con falta de sabiduría; 332 y declaró que si la obra hubiera
comenzado de la debida manera, se habrían empleado menos recursos. Dijo
ella:
«Tenemos un cometido grande y sagrado en las elevadas verdades que nos
fueron encomendadas. Nos alegramos de que hay hombres que entran en
nuestros campos misioneros dispuestos a trabajar con una pequeña
remuneración. El dinero no tiene peso en su ánimo frente a los clamores de
la conciencia y del deber, a fin de presentar la verdad a los que están en las
tinieblas del error en países lejanos, por amor a Cristo y a sus semejantes.
«Los hombres que se dan a sí mismos a la gran obra de enseñar la verdad no
son los que pueden ser sobornados con la riqueza o asustados por la
pobreza. Pero Dios hará que sus siervos delegados experimenten un
constante progreso. A fin de que la obra pueda ser llevada adelante con
eficacia, el Señor envió a sus discípulos de dos en dos… Ninguna idea
proveniente de un solo hombre, ningún plan de un solo hombre, ha de
predominar y controlar la tarea de hacer progresar la obra. . . El uno no debe
separarse del otro, invocando la bondad de sus propios medios y planes. El
puede haber sido educado en una cierta dirección, y poseer ciertos rasgos de
carácter que resulten perjudiciales para los intereses de la obra si se le
permitiera ser el poder dominante.
«Los obreros no han de separarse el uno del otro, sino trabajar juntos en
cualquier cosa que interese a la causa de Dios. Y una de las cosas más
importantes que debe considerarse es la cultura propia. Se da demasiado
poca atención a este asunto. Deben cultivarse todas las facultades a fin de
hacer una obra elevada y honorable para Dios. Debe obtenerse sabiduría en
mucho mayor medida de lo que suponen muchos de 333 los que han estado
trabajando por años en la causa de Dios…
«Mantened el carácter elevado de la obra misionera. Que la pregunta tanto
de los hombres como de las mujeres asociados en la labor misionera sea:
¿Qué soy yo? ¿Qué es lo que debo ser yo, y qué es lo que debo hacer? Que
cada obrero considere que él no puede dar a otro lo que él mismo no posee.
Por lo tanto no, debe encastillarse en sus propios métodos y hábitos, sin
hacer ningún cambio en procura de lo mejor. Pablo dice: No lo he logrado,
pero prosigo al blanco. Los individuos deben lograr un constante progreso,
un avance y una reforma para perfeccionar un carácter simétrico y bien
equilibrado. . .
«Hay poco que pueda hacer ninguno de vosotros trabajando solo. Dos o más
son mejores que uno si cada uno estima al otro mejor que él mismo. Si
alguno de vosotros considera sus planes y modos de trabajo como perfectos,
se engaña grandemente. Tomad consejo juntos con mucha oración y
humildad mental, dispuestos a ser aconsejados y guiados. Esto os colocará
donde Dios será vuestro Consejero. . .
«No hemos de hacer de las maneras del mundo las nuestras. Hemos de dar
al mundo un ejemplo más noble, manifestando que nuestra fe es de un
carácter elevado. Tratad a otros como vosotros mismos quisierais ser
tratados. Que cada acción revele la nobleza de la verdad. Sed fieles a
vuestra fe, y seréis fieles a Dios. Recurrid a la palabra, a fin de descubrir sus
instrucciones. Cuando Dios habla, es nuestro deber escuchar y obedecer…
«Desde el principio del establecimiento de vuestra obra, comenzad de una
manera digna, como Dios quiere, a fin de que deis carácter a la influencia de
la verdad, la cual vosotros sabéis que es de origen 334 celestial. Pero
recordad que ha de ejercerse mucho cuidado con respecto a la presentación
de la verdad. Conducid las mentes en forma cuidadosa. Espaciaos en la
piedad práctica, tejiéndola dentro de la trama de los discursos doctrinales.
Las enseñanzas del amor de Cristo subyugarán y someterán el terreno del
corazón y lo prepararán para el nacimiento de la simiente de la verdad.
Obtendréis la confianza de las personas al hacer esfuerzos por conocerlas.
Pero mantened el carácter elevado de la obra. Permitid que las
publicaciones, las revistas, los folletos, hagan su obra entre la gente,
preparando las mentes de la clase lectora para la predicación de la verdad.
No escatiméis esfuerzos en este sentido, y la obra, si comienza sabiamente y
prosigue sabiamente, tendrá éxito. Pero sed humildes y estad dispuestos a
ser enseñados, si queréis enseñar a otros y guiarlos en el camino de la
verdad y la justicia».
«¡Avanzad!»
Al pasar en revista el progreso logrado hasta la terminación del año 1887, la
Sra. White escribió libremente concerniente a las providencias de Dios en
Europa, y a las oportunidades del futuro. Dijo ella:
«Se ha encomendado una gran obra a aquellos que presentan la verdad en
Europa.. Están Francia y Alemania, con grandes ciudades y enormes
poblaciones. Están Italia, España y Portugal, después de tantos siglos de
tinieblas, . . . abiertos a la Palabra de Dios, abiertos para recibir el último
mensaje de amonestación al mundo. Están Holanda, Austria, Rumania,
Turquía, Grecia y Rusia, que son el hogar de millones y millones, cuyas
almas son tan preciosas a la vista de Dios como las nuestras, y que no saben
nada de las verdades especiales para este tiempo.
«Ya se ha hecho una buena obra en estos países.335 Existen personas que
han recibido la verdad, esparcidas como portadores de luz en casi cada país.
. . ¡Pero cuán poco se ha hecho en comparación con la gran obra que
tenemos delante! Los ángeles de Dios están conmoviendo las mentes del
pueblo, y preparándolas para recibir la amonestación. Se necesitan
misioneros en campos en los cuales hasta hoy apenas ha empezado la tarea.
Nuevos campos están abriéndose constantemente. La verdad debe ser
traducida a diferentes lenguas, para que todas las naciones disfruten de sus
influencias puras y vivificantes. . .
«Los colportores están teniendo un éxito animador en la venta de nuestros
libros. Así la luz se está llevando a la gente, en tanto que el colportor -que en
muchos casos es alguien que ha perdido su empleo por aceptar la verdadpuede
sostenerse con su trabajo. Además, las ventas son una ayuda para la
oficina de publicaciones. En los días de la Reforma, monjes que habían
abandonado los conventos, y que no tenían ningún otro medio de sostén,
viajaban por el país, vendiendo las obras de Lutero, que circularon así
rápidamente por toda Europa. La obra del colportaje fue uno de los medios
más eficientes para esparcir la luz entonces, y así resultará también hoy. . .
«Habrá obstáculos que retardarán la obra. . . Hemos tenido que hacerles
frente en todo lugar donde se han establecido misiones. Ha tenido que
vencerse la falta de experiencia, las imperfecciones, los errores y las
influencias no consagradas. ¡Cuán a menudo estas cosas han obstaculizado
el progreso de la causa en los Estados Unidos! No esperamos tener que
afrontar menos dificultades en Europa. Algunos de los que estaban
relacionados con la obra en estos campos extranjeros, así como en
Norteamérica, se han desanimado y, siguiendo la conducta de los espías
indignos, 336 han traído un informe descorazonador. Como el tejedor
descontento, ellos están mirando del lado erróneo de la tela. No pueden
entender el plan del Diseñador; para ellos todo es confusión, y en vez de
esperar hasta poder discernir el propósito de Dios, rápidamente comunican a
otros su espíritu de duda y oscuridad.
«Pero no es ése el informe que traemos ahora. Después de una estancia de
dos años en Europa no vemos más razón de desánimo en la condición de la
causa allí que cuando ésta empezó en los diferentes campos de Estados
Unidos. Allí vimos cómo el Señor estaba probando el material que había de
ser usado. Algunos no soportaron la prueba de Dios. No querían ser
labrados y modelados. Todo golpe del buril, toda aplicación del martillo,
despertaba su enojo y resistencia. Ellos fueron puestos a un lado, y otro
material fue traído para ser probado de la misma manera. Todo esto
ocasionó demora. Todo fragmento roto y desprendido causó lamentos.
Algunos pensaron que estas pérdidas arruinarían el edificio, pero por el
contrario, éste se hizo más fuerte al ser quitados los elementos de debilidad.
La obra avanzó en forma segura. Cada día hacía más claro el hecho de que
la mano del Señor lo estaba guiando todo, y que un gran propósito corría a
través de la obra desde el comienzo hasta el fin. Vemos que también la obra
se está estableciendo en Europa.
«Una de las grandes dificultades es la pobreza que afrontamos a todo paso.
Esto demora el progreso de la verdad, la cual, como en los siglos anteriores,
normalmente encuentra sus primeros conversos entre las clases más
humildes. Sin embargo hemos tenido una experiencia similar en nuestro
propio país, tanto al este como al oeste de las Montañas Rocosas. Los que
primero aceptaron el mensaje eran pobres, pero al disponerse ellos a trabajar
con fe para realizar lo que podían 337 con sus talentos, habilidades y medios,
el Señor acudió en su ayuda. En su providencia él trajo a la verdad a
hombres y mujeres de corazón dispuesto; tenían recursos, y anhelaban
enviar la luz a otros. Así ocurrirá ahora. Pero el Señor quiere que trabajemos
fervientemente con fe hasta que llegue el tiempo.
«Se ha dado la orden en Europa: ‘¡Avanzad!’ El más humilde de los que
trabajan con ahínco por la salvación de las almas es un colaborador con Dios
y con Cristo. Ángeles ministran en su favor. A medida que avanzamos
siguiendo las oportunidades que nos abre su Providencia, Dios continuará
abriendo el camino delante de nosotros. Cuanto mayores sean las
dificultades que tengamos que vencer, mayor será la victoria obtenida» .(38) Un notable desarrollo La Sra. White vivió para ver el día en que había surgido una numerosa feligresía de creyentes adventistas del séptimo día en Europa gracias a los incansables esfuerzos de muchos obreros. Ella se regocijó por la prosperidad que acompañaba a muchos ramos de la obra en diversos países, y por los informes de cantidades de creyentes que aumentaban rápidamente, hasta llegar en 1914 a más de 33.000, número mayor que el total de observadores del sábado que había en todo el mundo cuando ella viajó a Europa. Y grande fue el regocijo de la Sra. White cuando se le presentaron ejemplares de libros y otras publicaciones en diversos idiomas del campo europeo, producidos por muchos centros publicadores, donde se preparaban impresos denominacionales con una venta total anual de $ 482.000 en 1913. 338 Mensajes de esperanza y valor Los mensajes que la Sra. White envió de tiempo en tiempo a los obreros de Europa han estimulado el desarrollo de amplios planes que han traído fortaleza y prosperidad a todos los ramos de la obra. En 1902 ella escribió: «Hermanos míos, uníos con el Señor Dios de los ejércitos. Sea él vuestro temor y vuestro temblor. Ha llegado el tiempo en que su obra debe ampliarse. Tenemos delante tiempos llenos de problemas; pero si andamos unidos en camaradería cristiana, sin que nadie esté luchando por la supremacía, Dios obrará poderosamente por nosotros. «Tengamos esperanza y valor. El desánimo en el servicio de Dios es pecaminoso e irrazonable. El conoce cada una de nuestras necesidades. El tiene todo el poder. El puede otorgar a sus siervos la medida de eficacia que requieran sus necesidades. Su amor y compasión infinitos nunca se agotan. El une a la majestad de la omnipotencia la bondad y el cuidado de un tierno pastor. No necesitamos tener ningún temor de que no cumpla sus promesas. Su verdad es eterna. Nunca cambiará el pacto que ha hecho con los que lo aman. Sus promesas a su iglesia son firmes para siempre. El hará de ella una eterna excelencia, un gozo de muchas generaciones». (39)339 - En Confirmación de la Confianza
DURANTE el verano de 1890, la Sra. White dedicó mucho de su tiempo a
escribir. En octubre se la instó a que asistiera a las reuniones generales de
Massachusetts, Nueva York, Virginia y Maryland. Después de unos pocos
días pasados en Adams Center, Nueva York, ella asistió a la reunión general
que se realizó en South Lancaster, Massachusetts. En el viaje de South
Lancaster a Salamanca, Nueva York, contrajo un severo resfrío, de manera
que al comienzo de las reuniones de Salamanca se hallaba muy cansada
debido a los diez días de arduo trabajo en South Lancaster. La afligían
mucho la ronquera y el dolor de garganta.
Alrededor de 200 personas se habían reunido de todas partes de
Pennsylvania y de la parte sudoeste de Nueva York. Las reuniones se
realizaban mayormente en la Casa de la Opera, pero el sábado por la tarde y
por la noche se realizaron en la iglesia congregacional. La Sra. White habló
el sábado de tarde sobre la necesidad de un gran esfuerzo de parte de todas
nuestras iglesias para fortalecer la fe y el amor. El domingo de mañana habló
en el teatro. Había un gran auditorio, que llenaba todos los asientos y todos
los pasillos, y también la plataforma hasta cerca de la oradora. Su tema fue
la temperancia. Ella se espació mayormente340 en el deber de los padres de
educar a sus hijos en hábitos de fidelidad y abnegación, de manera que no
fueran vencidos cuando resultaran tentados a beber licores intoxicantes.
Después de esta reunión, la Sra. White estaba tan completamente exhausta
que su secretaria, la Srta. McEnterfer, la instó a que regresara a su hogar en
Battle Creek, y tomara tratamientos en el sanatorio. El pastor A. T. Robinson,
y otros que se hallaban interesados en las reuniones restantes a las cuales
había prometido asistir, le rogaron que no abandonara la esperanza de
recobrar la salud y la fuerza para continuar con sus labores.
Con gran dificultad ella cumplió un compromiso el lunes por la tarde, y
entonces sintió que debía decidir qué hacer con respecto a asistir a la reunión
de Virginia, que seguía inmediatamente después.
En el hogar del Hno. Hicks, donde estaba alojada, recibió la visita de una
señora de edad que sufría una violenta oposición en su vida cristiana por
parte de su esposo. Esta entrevista duró una hora. Después de esto,
cansada, débil y perpleja, quiso retirarse a su habitación para orar. Subió las
escaleras, se arrodilló junto a su cama, y antes de que elevara la primera
palabra de petición sintió que la pieza estaba llena de fragancia de rosas.
Mirando hacia arriba para ver de dónde venía esa fragancia, vio que la
habitación estaba inundada de una luz suave y plateada. Instantáneamente
su dolor y su cansancio desaparecieron. La perplejidad y el desánimo mental
se disiparon, y la esperanza, el consuelo y la paz llenaron su corazón.
Entonces, perdiendo toda conciencia de lo que la rodeaba, recibió una visión
en la que se le mostraban muchas cosas relativas al progreso de la causa en
diferentes partes del mundo, y a las condiciones que estaban 341 ayudando
u obstaculizando la obra.
Entre las muchas cosas que se le presentaron, estaban las condiciones que
existían en Battle Creek. Estas le fueron presentadas de una manera muy
completa y vívida.
El martes 4 de noviembre por la tarde, era el tiempo establecido para la
partida de Salamanca. Por la mañana los pastores A. T. Robinson y W. C.
White vinieron a ver lo que la Sra. White había decidido hacer. Entonces
ella les contó su experiencia de la tarde anterior, y de la paz y el gozo que
había sentido por la noche. Dijo que durante la noche no había tenido ningún
deseo de dormir, pues su corazón estaba muy lleno de gozo y alegría.
Muchas veces había repetido las palabras de Jacob: «Ciertamente Jehová
está en este lugar, y yo no lo sabía». «No es otra cosa que casa de Dios y
puerta del cielo» (Gén. 28: 16-17).
Estaba totalmente decidida a asistir a las reuniones, de acuerdo con el
compromiso hecho. Entonces se propuso contar a los hermanos lo que
había visto con respecto a la obra de Battle Creek; pero su mente se volvió
de inmediato a otros asuntos, y no relató la visión. Y no lo hizo sino hasta
que se reunió la sesión de la Asociación General en Battle Creek el siguiente
mes de marzo.
El tiempo restante del mes de noviembre y del mes de diciembre fue
empleado en los Estados del este, en reuniones en Washington y Baltimore,
en Norwich, Lynn y Danvers, Massachusetts. El mes de enero y febrero
fueron empleados en actividades en Battle Creek, y en preparación para el
congreso de la Asociación General.
Propuestas relativas a la centralización
Durante el año 1890, los hermanos dirigentes habían 342 dedicado mucho
tiempo a pensar en la manera de administrar la Review and Herald Publishing
Association, y a una propuesta de consolidación de la obra de las casas
publicadoras bajo una sola junta controladora. La unión propuesta de los
intereses de la obra de publicación era defendida como un medio de asegurar
la unidad, la economía y la eficiencia. Al mismo tiempo se expresó la
esperanza de que en un día no muy distante todos los sanatorios fueran
puestos bajo un solo gobierno y un solo control. Los mismos que defendían
la consolidación de las casas editoras y las instituciones médicas,
presentaron la teoría de que la forma más segura de establecer confianza en
la obra que hacían los adventistas del séptimo día era fortalecer las
instituciones en el centro administrativo, proporcionándole edificios mayores y
más importantes con amplias facilidades.
Pero los que estaban personalmente familiarizados con las condiciones
existentes en los Estados Unidos y en el campo misionero extranjero, sentían
que había mayor necesidad de ampliar el campo y establecer muchos
centros de influencia. Ellos creían que ya una cantidad desproporcionado de
recursos había sido invertida en la sede central. Por otra parte, los hombres
que llevaban la responsabilidad de la casa editora de California no aprobaban
ningún plan de consolidación que resultara en el desmedro de la obra en la
costa del Pacífico.
Una propuesta que sugería cambios
Entre los que trabajaban en la causa de la libertad religiosa se habían
despertado serias diferencias de opinión con respecto a la mejor manera de
conducir esa obra, la cual se desarrollaba rápidamente. Durante varios años
la entidad de la obra llamada American 343 Sentinel y los ministros de la
denominación, habían tratado el asunto de la libertad religiosa como una
parte vital del mensaje del tercer ángel. Pero durante el año de 1890 los
oradores principales de la Asociación Nacional Pro Libertad Religiosa habían
descubierto una puerta abierta para presentar los principio que ellos
defendían y su protesta en contra de la legislación religiosa, ante grandes
auditorios de personas del mundo no cristiano. Les parecía que sería un plan
sabio aprovechar estas oportunidades, y también que resultaría consecuente
con estos principios pronunciarse con mucha claridad, sin relacionarlos con
las enseñanzas de las Escrituras sobre la santidad del sábado y la cercanía
de la segunda venida de Cristo. Ellos instaron a que se cambiaran los planes
relativos a la revista Sentinel, y declararon que si esto no podía realizarse,
propondrían que se publicara otro periódico en Battle Creek, cuyas directivas
editoriales estuvieran más en armonía con su manera de presentar la verdad.
Consideración formal de cambios propuestos
El congreso de la Asociación General de 1891 se realizó en Battle Creek del
5 al 25 de marzo. El domingo 15 de marzo, de tarde, la comisión de veintiuna
personas nombrada en el congreso anterior de la Asociación General para
considerar la consolidación de los intereses publicadores, presentó su
informe. La comisión habló favorablemente de los objetivos que se lograrían
mediante la consolidación, pero aconsejaron que la Asociación General
actuara con cautela. Entonces propusieron qué la Asociación Legal de la
Conferencia General fuera organizada con la idea de que, en última instancia,
ella pudiera controlar toda la obra de publicaciones de la denominación.
En armonía con el consejo de esta comisión, la 344 entidad legal de la
Asociación General, que al principio tenía la intención de ser una
organización que poseyera a su nombre las propiedades de la iglesia, fuera
reorganizada con una comisión de veintiún miembros, y que se le diera a la
misma el control de muchos ramos, de la obra, entre los cuales figuraban los
intereses de la obra de publicaciones en primer lugar.
Reunión de una comisión especial
En la primera parte de la reunión los funcionarios de la Asociación Nacional
de Libertad Religiosa habían hecho un esfuerzo, junto con los representantes
del periódico American Sentinel (Centinela Americano), para llegar a un
entendimiento con respecto a los planes. Con este propósito se arregló un
concilio combinado para que sesionara el sábado por la noche, 7 de marzo,
después de las reuniones regulares en el tabernáculo.
En esta reunión, hombres con convicciones y una determinación fija
expresaron sus puntos de vista y sus sentimientos en forma perfectamente
libre y por fin los representantes de la Asociación Nacional de Libertad
Religiosa votaron que, a menos que se cambiaran las normas y directivas del
periódico American Sentinel, la asociación creara otro periódico para que
fuera su órgano. Esta reunión conjunta continuó hasta después de la una de
la madrugada del domingo.
El servicio del sábado
El sábado 7 de marzo era un día de gran solemnidad. Por la mañana el
pastor Haskell habló acerca de la proclamación mundial del Evangelio. Como
en la era apostólica el Evangelio fue proclamado en su pureza, con un poder
que lo llevó por todo el mundo, así también en los últimos días Dios había de
hacer brillar 345 todo rayo de luz del Evangelio eterno, para enviarlo con el
poder de su Espíritu a toda la tierra.
Por la tarde la Hna. White habló de la importancia de predicar la Palabra y el
peligro de cubrir y mantener semiocultos los rasgos distintivos de nuestra fe,
con la idea de que de esta manera podrían evitarse prejuicios. Si hay un
mensaje especial que nos fue encomendado, como creemos, ese mensaje
debe presentarse sin temor a las costumbres y a los prejuicios del mundo, y
no debiera restringirse por directivas que obedecieran a temor o favor.
Aunque multitudes se opondrán y lo rechazarán, algunos lo recibirán y serán
santificados por él. Pero debe ir a todas partes hasta que toda la tierra sea
alumbrada con su gloria. Ella se espació especialmente en el peligro de
abandonar nuestro primer amor, y en la importancia de que todos,
especialmente los que estaban relacionados con nuestras instituciones
principales, tuvieran una vital relación con Cristo, la vid verdadera. Debemos
evitar el tratar de amoldar las cosas al mundo y adoptar directivas mundanas.
Hombres que están en posiciones de responsabilidad deben ir a Dios, tan a
menudo como lo hacía Daniel, en ferviente súplica en procura de ayuda
divina.
Dos o tres veces durante el discurso ella comenzó a referir la historia de su
experiencia de Salamanca, pero cada vez titubeó en hacerlo, y dejando la
historia sin relatar dirigió su pensamiento en otra dirección. Este discurso
hizo una profunda impresión en la gran congregación.
En la última parte de esa tarde se tuvo una reunión de ministros en la sala
este del Tabernáculo. La Sra. White estaba presente, y rogó que hubiera
una mayor consagración. Al final de esta reunión especial el pastor O. A.
Olsen le preguntó si ella asistiría a la reunión 346 de ministros el domingo por
la mañana. Ella respondió que ya había hecho su parte, y que dejaría la
carga con él. Entonces se planeó que los pastores Olsen y Prescott dirigieran
la reunión.
El domingo por la mañana, aproximadamente a las 5: 20, el Hno. A. T.
Robinson, W. C. White y Ellery Robinson estaban pasando por la residencia
de la Sra. White en camino a la reunión temprana. Como vieron una luz en
su habitación, su hijo se apresuró a ir a averiguar cómo estaba su salud.
La encontró activamente ocupada en escribir. Ella le contó entonces que un
ángel del Señor la había despertado como a las tres de la mañana, y le había
pedido que fuera a la reunión de ministros y relatara algunas de las cosas
que se le habían mostrado en Salamanca. Y añadió que se había levantado
inmediatamente, y que había estado escribiendo por unas dos horas.
Había terminado una ferviente sesión de oración en la reunión de ministros
cuando la Sra. White entró con un paquete de manuscritos en la mano. Con
evidente sorpresa el pastor Olsen dijo: «Nos alegramos de verla, Hna. White.
¿Tiene Ud. un mensaje para nosotros esta mañana?»
«Por cierto que lo tengo», fue su respuesta. Entonces explicó ella que no
había sido su plan asistir a la reunión de la mañana, pero que había sido
despertado muy temprano, y que había recibido la instrucción de que se
preparara para relatar a los hermanos algunas cosas que se le habían
mostrado en Salamanca.
Contó brevemente la historia de su experiencia en la reunión de Salamanca,
y dijo que en la visión que allí recibió, el Señor había descubierto delante de
ella la condición y los peligros de la obra en muchos lugares. Le fueron
dadas advertencias y se le ordenó que las 347 presentara a los hombres que
ocupaban puestos de responsabilidad. Grandes peligros amenazan la obra
especialmente en Battle Creek, y los hombres no lo sabían, porque la
impenitencia cegaba sus ojos.
En una ocasión su guía le dijo: «Sígueme», y ella fue dirigida a una reunión de
concilio donde los hombres estaban defendiendo sus puntos de vista y sus
planes con gran celo y fervor, pero no conforme a ciencia. Un hermano se
puso de pie con un periódico en la mano y criticó el carácter de su contenido.
La revista era el American Sentinel. Señalando ciertos artículos, dijo él: «Esto
debe sacarse, y esto debe cambiar. Si el Sentinel no contuviera artículos
como éstos, podríamos usarlo». Los artículos señalados como objetables
tenían que ver con el sábado y con la segunda venida de Cristo.
Con claridad la Sra. White habló de las actitudes y los puntos de vista de los
principales oradores de esa reunión de consejo. Se refirió al espíritu duro
manifestado por algunos, y a la posición errónea tomada por otros. Clausuró
sus observaciones con el más ferviente llamado a que todos sostuvieran la
verdad en su perfección, y que los centinelas dieran un sonido certero a la
trompeta. Una convicción solemne descansó sobre la asamblea, y todos
sintieron que habían estado escuchando un mensaje del cielo.
El pastor Olsen estaba perplejo, y no sabía qué decir. El no había sabido
nada de la reunión de la comisión especial que había continuado hasta las
horas de la madrugada esa misma mañana, y que había terminado menos de
dos horas antes que el ángel le pidiera a la Sra. White que relatara la visión
que le fuera dada a ella cuatro meses antes, en la que precisamente le había
sido descrita en detalles esa reunión. Pero él no necesitó esperar mucho
tiempo para obtener una explicación. Pronto los hombres que habían estado
en la 348 reunión de la noche se levantaron y testificaron con respecto a la
sesión de su comisión
Uno dijo: «Yo estaba en la reunión anoche, y lamento decir que me considero
del lado erróneo. Y aprovecho esta primera oportunidad para colocarme del
lado correcto».
El presidente de la Asociación Nacional de Libertad Religiosa presentó un
claro testimonio. Dijo que la noche anterior, un número de hermanos se
habían reunido en su habitación en la oficina de la Review, y allí discutieron
precisamente los asuntos a los cuales la Sra. White se refirió. Sus
deliberaciones habían continuado hasta la una de la madrugada. Afirmó él
que no trataría de describir la reunión. Eso era innecesario, porque la
descripción dada por la Sra. White era correcta, y más exacta de lo que él
podía darla. Reconoció libremente que la posición que él había sostenido no
era correcta, y que ahora él podía ver su error.
Otro hermano declaró que había estado en la reunión, y que la descripción
dada por la Sra. White era cierta y correcta en todos los detalles. Se
manifestó profundamente agradecido de que se había recibido esa luz,
porque las diferencias de opinión habían creado una situación seria. El creía
que todos eran honrados en sus convicciones, y sinceramente anhelaban
hacer lo que era correcto, a pesar de que sus puntos de vista estaban en
conflicto, y no podían ponerse de acuerdo. Otros que habían estado
presentes en esa reunión de la madrugada sobre el Sentinel, presentaron un
testimonio de que la reunión había sido correctamente descrita por la Sra.
White.
Se dieron otros testimonios, expresando gratitud de que se había recibido luz
sobre este asunto que causaba tanta perplejidad. También expresaron su
gratitud de que el mensaje había llegado de tal manera, 349 que todos
podían ver no solamente la sabiduría de Dios en el mensaje, sino también la
bondad de Dios en enviarlo en una oportunidad tal, de manera que nadie
podía dudar de que fuera un mensaje del cielo.
Esta experiencia confirmó la fe de aquellos que creían, e impresionó
profundamente a aquellos que habían creído que, en materia administrativa,
era más seguro seguir su propio juicio, fruto de la experiencia, que seguir los
planes par a la distribución de responsabilidades y, el establecimiento de
muchos centros de influencia, los cuales habían sido defendidos por sus
hermanos en el campo y por los Testimonios. 350 - Peligro de Adoptar Directivas Mundanas en la Obra
de Dios
CON respecto a algunos de los consejos dados durante la visión de
Salamanca, y las experiencias y amonestaciones que recibieron diversos
obreros en la causa de Dios durante las próximas semanas, la Sra. White
escribió:
«El 3 de noviembre de 1890, mientras trabajaba en Salamanca, Nueva York,
estando en comunión con Dios durante la noche, fui arrebatada y conducida
para presenciar reuniones en diferentes Estados, donde presenté un decidido
testimonio de reprobación y advertencia. En Battle Creek se hallaba en
sesión un concilio de ministros y hombres responsables de la casa editora y
otras instituciones. Escuché como, los que allí estaban reunidos, con un
espíritu amable, presentaron puntos de vista e instaron a que se tomaran
medidas que me llenaron de aprehensión y de angustia.
Años antes, había sido llamada a pasar por una experiencia similar, y el
Señor entonces me reveló muchas cosas de vital importancia, y me advirtió
que éstas debían ser comunicadas a los que estaban en peligro. En la noche
del 3 de noviembre, estas advertencias 351 fueron traídas a mi mente, y se
me ordenó que las presentara ante aquellos que tenían puestos de
responsabilidad y confianza, sin falta y sin desánimo. Se me presentaron
cosas que yo no podía entender; pero se me dio la seguridad de que el Señor
no permitiría que su pueblo se viera inmerso en las tinieblas del escepticismo
y la incredulidad mundana, ligadas con el mundo, y que si solamente
prestaban atención y seguían su voz, obedeciendo su mandamiento, él los
conduciría por encima de la niebla del escepticismo y la falta de fe, y
colocaría sus pies sobre la roca, donde podrían respirar la atmósfera de
seguridad y triunfo.
«Mientras estaba en ferviente oración, perdí toda conciencia de lo que me
rodeaba; la pieza se llenó de luz, y empecé a presentar un mensaje a una
asamblea que parecía ser de la Asociación General. Yo era dirigida por el
Espíritu de Dios para hacer un ferviente llamado; porque yo estaba
impresionada de que había delante de nosotros un gran peligro en el propio
corazón de la obra. Había estado yo, y todavía lo estoy, agobiada de
perplejidad mental y física, abrumada con el pensamiento de que debía
presentar un mensaje a nuestros hermanos de Battle Creek, para advertirles
en contra de una línea de conducta que separaría a Dios de la casa
publicadora.
«Los ojos del Señor estaban fijos sobre el pueblo con dolor mezclado con
desagrado, y se pronunciaron las siguientes palabras: ‘Tengo contra ti, que
has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y
arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y
quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubiereis arrepentido’ (Apoc. 2: 4-5).
«El que lloró sobre el Israel impenitente al ver cómo ese pueblo desconocía a
Dios y a Cristo su Redentor, observaba el corazón de la obra en Battle Creek.
352 Un gran peligro se cernía sobre el pueblo, pero algunos no lo sabían. La
incredulidad y la impenitencia habían cegado sus ojos, y confiaban en la
sabiduría humana para conducir los intereses más importantes de la causa
de Dios con respecto a la obra de publicaciones. Con la debilidad del juicio
humano, algunos hombres estaban juntando en sus manos finitas las riendas
de control, mientras que la voluntad de Dios, el método y el consejo de Dios,
no eran considerados y buscados como cosa indispensable. Hombres de
una voluntad empecinada y férrea, tanto pertenecientes a la casa publicadora
como fuera de ella, se estaban confederando, y estaban determinados a que
se tomaran ciertas medidas de acuerdo con su propio juicio.
«Yo les dije: ‘No podéis hacer esto. El gobierno de estos grandes intereses
no puede ser colocado totalmente en manos de aquellos que manifiestan
tener poca experiencia en las cosas de Dios, y que no tienen discernimiento
espiritual. El pueblo de Dios en todas nuestras filas no debe, por causa de
una mala conducción de parte de hombres errados, ver su confianza
sacudida en los intereses importantes en el gran corazón de la obra, lo cual
tiene una decidida influencia sobre nuestras iglesias en los Estados Unidos y
en los países extranjeros. Si tomáis el control de la obra de publicaciones,
este gran instrumento de Dios, a fin de imponerle vuestro molde y vuestras
normas para regirla, hallaréis que esto es peligroso para vuestras propias
almas, y desastroso para la obra de Dios. Será un pecado tan grande a la
vista de Dios como fue el pecado de Uzías cuando puso su mano para
sostener el arca. Hay personas que han entrado en las labores de otros
hombres, y todo lo que Dios pide de ellos es que hagan justicia, que amen
misericordia y anden humildemente con Dios, para trabajar
concienzudamente 353 como personas empleadas por el pueblo a fin de
hacer la obra confiada a sus manos. Algunos no han hecho esto, y su obra lo
testifica. Cualquiera sea su posición, cualquiera su responsabilidad, aunque
tengan tanta autoridad como la tuvo Acab, hallarán que Dios está por encima
de ellos, y que la soberanía del Señor es suprema’. . .
«No debe formarse ninguna confederación con los no creyentes, ni debéis
reunir a un cierto número escogido de hombres que piense como vosotros, y
que dirán amén a todo lo que proponéis, mientras que otros estén excluidos
porque pensáis que no están en armonía con vosotros. Se me mostró que
hay un gran peligro en que esto ocurra.
» ‘Porque Jehová me dijo de esta manera con mano fuerte, y me enseñó que
no caminase por el camino de este pueblo, diciendo: No llaméis conspiración
a todas las cosas que este pueblo llama conspiración; ni temáis lo que ellos
temen, ni tengáis miedo. A Jehová de los ejércitos, a él santificad, sea él
vuestro temor, y él sea vuestro miedo. ¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren
conforme a esto, es porque no les ha amanecido’ (Isa. 8: 11-13, 20). El
mundo no ha de ser nuestro criterio. Permitid que el Señor obre. Permitid
que su voz sea escuchada.
«Los que están empleados en cualquier departamento de la obra gracias al
cual el mundo puede ser transformado, no deben entrar en alianza con los
que no conocen la verdad. El mundo no conoce al Padre o al Hijo, y no tiene
discernimiento espiritual con respecto al carácter de nuestra obra, respecto
de lo que debemos hacer o no hacer. Debemos obedecer las órdenes que
vienen de arriba. No debemos escuchar el consejo o seguir los planes
sugeridos por los no creyentes. Las sugestiones hechas por los que no
conocen la 354 obra que Dios está haciendo en este tiempo, tendrán el
efecto de debilitar el poder de los instrumentos de Dios. Aceptando sus
sugerencias, el consejo de Cristo es anulado…
«El ojo del Señor está sobre la obra, sobre todos sus planes, y sobre las
imaginaciones de toda mente; el ve debajo de la superficie de las cosas,
discerniendo los pensamientos e intenciones del corazón. No existe un solo
hecho propio de las tinieblas, ni un solo plan, ni una sola imaginación del
corazón, ni un solo pensamiento de la mente, que él no lea como si fuera en
un libro abierto. Todo acto, toda palabra, todo motivo, es fielmente anotado
en los registros del gran Dios que investiga el corazón, y que dijo: ‘Yo
conozco tus obras’.
«Se me mostró que las insensateces de Israel en los días de Samuel serán
repetidas entre el pueblo de Dios de hoy, a menos que haya mayor humildad,
menor confianza en el yo, y más confianza en el Señor Dios de Israel, el
Gobernante del pueblo. Es solamente cuando el poder divino se combina
con el esfuerzo humano cuando la obra soportará la prueba. Cuando los
hombres no se fíen más de los hombres o en su propio juicio, sino que hagan
de Dios su confianza, esto se manifestará en todos los casos en una
mansedumbre de espíritu, en hablar menos y orar más, en ejercer el cuidado
necesario en los planes y movimientos. Tales hombres revelarán el hecho de
que su dependencia de Dios, y que tienen la mente de Cristo.
«Una y otra vez se me mostró que el pueblo de Dios de estos últimos días no
puede estar seguro al confiar en hombres, y al hacer de la carne su brazo.
La palanca poderosa de la verdad los ha sacado del mundo como piedras
ásperas que han de ser recuadradas y pulidas para ser usadas en el edificio
celestial. Deben ser trabajados por los profetas por medio de reproches,
advertencias, 355 amonestaciones y avisos, a fin de que puedan ser
amoldados de acuerdo con el modelo divino; esta es la obra específica que
hará el Consolador, para transformar el corazón y el carácter, a fin de que los
hombres se mantengan en el camino del Señor. . .
«Desde 1845, de tiempo en tiempo han sido presentados delante de mí los
peligros del pueblo de Dios, y he visto los peligros que se agolparían en torno
al remanente en estos últimos días. Estos peligros me han sido revelados
hasta el tiempo presente. Pronto grandes escenas han de desenvolverse
delante de nosotros. El Señor viene con gran poder y gloria. Y Satanás sabe
que la autoridad que él ha usurpado terminará para siempre. Su última
oportunidad de dominar al mundo está ahora en sus manos, y él realizará los
más decididos esfuerzos para llevar a cabo la destrucción de los habitantes
de la tierra. Los que creen en la verdad deben ser fieles centinelas que
monten guardia en la torre, o de otra manera Satanás les sugerirá
razonamientos espaciosos, de tal manera que ellos expresarán opiniones que
traicionen su santo y sagrado legado. La enemistad de Satanás contra Dios
se manifestará más y más a medida que traiga sus fuerzas y las ponga en
actividad en su obra final de rebelión; y toda alma que no esté plenamente
rendida a Dios, y guardada por el poder divino, formará una alianza con
Satanás en contra del cielo, y se unirá en la batalla contra el Gobernante del
universo.
«En la visión de 1880 yo pregunté: ‘¿Dónde está la seguridad para el pueblo
de Dios en estos días de peligro?’ La respuesta fue: ‘Jesús ha de interceder
por su pueblo, aunque Satanás está a su mano derecha para acusarlo’. ‘Y
dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha
escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del 356
incendio?’ Como Intercesor y Abogado del hombre, Jesús conducirá a todos
los que están dispuestos a ser dirigidos diciendo: ‘Seguidme en vuestra
marcha hacia arriba, paso a paso, hasta llegar a donde brilla la clara luz del
Sol de justicia’.
«Pero no todos están siguiendo la luz. Algunos están apartándose del
sendero seguro, que a cada paso es el sendero de la humildad. Dios ha
encomendado a sus siervos un mensaje para este tiempo; pero este mensaje
no coincide en todo respecto con las ideas de todos los dirigentes, y algunos
critican el mensaje y a los mensajeros. Aun se atreven a rechazar las
palabras de reprobación enviadas a ellos por Dios por medio de su Espíritu
Santo.
«¿Qué reserva adicional de poder tiene el Señor para alcanzar a los que han
desoído sus advertencias y reprobaciones y han atribuido a los testimonios
del Espíritu de Dios una fuente no más elevada que la sabiduría humana?
En el juicio vosotros que habéis hecho esto, ¿qué podéis ofrecer a Dios como
excusa por haber dejado de lado las evidencias que él os ha dado de que
Dios estaba en la obra? ‘Por sus frutos los conoceréis’. No repetiréis delante
de vosotros las evidencias dadas en los dos años pasados en la forma en
que Dios ha tratado a sus siervos escogidos; pero la presente evidencia de la
forma en que él opera os es revelada, y ahora estáis en la obligación de
creer. No podéis descuidar los mensajes de amonestación de Dios; no
podéis rechazarlos o tratarlos con liviandad, sino con peligro de una pérdida
infinita.
«El cavilar, el ridiculizar y la falsa presentación pueden realizarse sólo a
expensas de rebajar vuestras propias almas. El uso de tales armas no gana
preciosas victorias para vosotros, sino que rebaja la mente, y separa el alma
de Dios. Las cosas sagradas son degradadas 357 hasta el nivel de las
comunes, y se crea una condición que agrada al príncipe de las tinieblas, y
agravia y aleja al Espíritu de Dios. El cavilar y criticar deja al alma tan
desprovista de gracia como los montes de Gilboa estaban desprovistos de
lluvia. No puede ponerse ninguna confianza en el juicio de los que se
complacen en ridiculizar y representar falsamente. Ningún peso puede
asignarse a su consejo o resolución. Debéis llevar la imagen divina antes de
hacer movimientos decididos para dar un molde diferente a los
procedimientos en la causa de Dios.
«El acusar y criticar a aquellos a quienes Dios está usando, es acusar y
criticar al Señor que los ha enviado. Todos necesitan cultivar sus facultades
religiosas, a fin de tener el discernimiento correcto de las cosas religiosas.
Algunos han dejado de distinguir entre lo que es oro puro y mero oropel,
entre la sustancia y la sombra.
«Los prejuicios y opiniones que prevalecieron en Minneápolis no están
muertos de manera alguna; las semillas sembradas allí en algunos corazones
están listas para brotar en la vida y llevar su cosecha. Las plantas han sido
cortadas, pero las raíces nunca han sido erradicadas, y ellas llevarán su fruto
no santificado para envenenar el juicio, pervertir las percepciones y cegar el
entendimiento de aquellos con los cuales os relacionáis, con respecto al
mensaje y a los mensajeros. Cuando, mediante una confesión plena,
destruyáis las raíces de amargura, veréis la luz en la luz de Dios. Sin esta
obra completa nunca libraréis vuestras almas. Necesitáis estudiar la Palabra
de Dios con un propósito, no para confirmar vuestras propias ideas, sino para
probarlas, a fin de condenarlas o aprobarlas, según estén de acuerdo o no
con la Palabra de Dios. La Biblia debe ser vuestra constante compañera.
Debéis estudiar los Testimonios, no para extraer ciertas frases 358 con el fin
de emplearlas como os parezca mejor, para fortalecer vuestras
declaraciones, mientras desatendéis las instrucciones más claras dadas para
corregir vuestra conducta.
«Ha habido un apartamiento de Dios entre vosotros, y la obra de celoso
arrepentimiento y regreso a vuestro primer amor, esencial para la
restauración y la regeneración del corazón, todavía no está realizada. La
incredulidad ha estado haciendo sus incursiones en nuestras filas; porque
está de moda apartarse de Cristo, y dar lugar al escepticismo. En el caso de
muchos el clamor del corazón ha sido: ‘No queremos que éste reine sobre
nosotros’. Baal, Baal es la elección. La religión de muchos entre nosotros
será la religión de muchos entre nosotros será la religión del apóstata Israel,
porque aman su propia manera de ser, y abandonan el camino del Señor. La
verdadera religión, la única religión de la Biblia que enseña perdón solamente
mediante los méritos de un Salvador crucificado y resucitado, que aboga por
justicia por fe en el Hijo de Dios, ha sido considerada livianamente, se ha
hablado contra ella, se la ha ridiculizado y se la ha rechazado. Ha sido
denunciada como culpable de inducir al entusiasmo y al fanatismo. Pero es
la vida de Jesucristo en el alma, es el principio activo del amor impartido por
el Espíritu Santo, lo único que hace que el alma sea fructífera en buenas
obras. El amor de Cristo es la fuerza y el poder de todo mensaje divino que
brotó alguna vez de labios humanos. ¿Qué clase de futuro nos espera, si
dejamos de venir a la unidad de la fe?
«Cuando estamos unidos en la unidad por la cual Cristo oró, esta larga
controversia que se ha mantenido viva por la agencia satánica, terminará, y
no veremos a hombres que arman planes de acuerdo con el mundo, porque
no tienen visión espiritual para discernir las 359 cosas espirituales. Ahora
ven a los hombres como árboles andando, y necesitan el toque divino, para
ver como Dios ve, y trabajar como Cristo trabajó. Entonces los atalayas de
Sión harán sonar la trompeta en forma unida, con notas más claras y más
resonantes; verán venir la espada, y se darán cuenta del peligro en el cual se
halla el pueblo de Dios.
«Necesitaréis hacer senderos rectos para vuestros pies, de modo que el cojo
no se salga fuera del camino. Estamos rodeados por cojos y vacilantes en la
fe, y habéis de ayudarlos, no haciéndoos cojos a vosotros mismos, sino
manteniéndoos firmes, como hombres que han sido probados, firmes en los
principios como una roca. Sé que debe hacerse una obra en favor del
pueblo, o de otra manera muchos no estarán preparados para recibir la luz
del ángel que baja del cielo para iluminar toda la tierra con su gloria. No
penséis que seréis hallados como vasos para honra en el tiempo de la lluvia
tardía, listos para recibir la gloria de Dios, si estáis elevando vuestras almas a
la vanidad, hablando cosas perversas y acariciando en secreto raíces de
amargura. El desagrado de Dios estará ciertamente sobre cada alma que
guarda estas raíces de disensión y posee un espíritu que es muy diferente
del Espíritu de Cristo.
«Cuando descansó el Espíritu del Señor sobre mí, parecía que yo estaba
presente en uno de vuestros concilios. Uno de entre vosotros se puso en pie;
su manera de hablar era muy decidida y ferviente mientras tenía un periódico
en la mano. Pude leer claramente el título del periódico; era de American
Sentinel. Se expresaron críticas con respecto a la revista y al carácter de los
artículos allí publicados. Los que estaban en el concilio señalaron ciertos
pasajes, declarando que esto debía quitarse, y aquello debía cambiarse. Se
360 pronunciaron palabras fuertes de crítica acerca de los métodos de la
revista, y prevaleció un fuerte espíritu diferente del Espíritu de Cristo. Las
voces eran decididas y desafiantes.
«Mi guía me dio palabras de advertencia y reproche para hablar a aquellos
que tomaron parte en este procedimiento y no fueron lentos en expresar sus
acusasiones y condenación. En sustancia, éste fue el reproche dado: el
Señor no presidió en ese concilio, y hay un espíritu de lucha entre los
consejeros. La mente y los corazones de estos hombres no están bajo la
influencia dominante del Espíritu de Dios. Dejad que los adversarios de
nuestra fe sean los que sugieran y desarrollen tales planes como los que
ahora estáis discutiendo. Desde el punto de vista mundano algunos de estos
planes no son objetables; pero ellos no deben ser adoptados por aquellos
que tienen la luz del cielo. La luz que Dios ha dado debe ser respetada, no
solamente para nuestra propia seguridad, sino también para la seguridad de
la iglesia de Dios. Los pasos que ahora están tomando unos pocos no
pueden ser seguidos por el pueblo remanente de Dios. Vuestra conducta no
puede ser sostenida por el Señor. Esa conducta hace evidente que habéis
trazado vuestros planes sin la ayuda de Aquel que es poderoso en consejo.
Pero el Señor obrará. Los que han criticado la obra de Dios necesitan tener
los ojos ungidos, pues se han creído poderosos en su propia fuerza; pero hay
Uno que puede detener el brazo del poderoso, y reducir a la nada los
consejos de los prudentes.
«El mensaje que tenemos que presentar no es un mensaje que los hombres
necesiten titubear en declarar. No han de tratar de cubrirlo ni ocultar su
origen y propósito. Los que lo defienden deben ser hombres que no guarden
silencio ni de día ni de noche. Como 361 personas que han hecho un
solemne voto delante de Dios han sido comisionados como mensajeros de
Cristo, y como mayordomos de los misterios de la gracia de Dios, estamos
bajo la obligación de declarar con fidelidad todo el consejo del Señor. No
hemos de hacer menos prominentes las verdades especiales que nos han
separado del mundo y que nos han hecho lo que somos, porque ellas están
cargadas de intereses eternos. Dios nos ha dado luz con respecto a las
cosas que ahora están ocurriendo en el último remanente del tiempo, y con la
pluma y de viva voz hemos de proclamar la verdad al mundo, no de una
manera temerosa sin vida, sino con demostración del Espíritu y el poder de
Dios. Los más serios conflictos están envueltos en la presentación del
mensaje, y los resultados de su promulgación son de gran importancia tanto
para el cielo como para la tierra.
«El conflicto que se viene desarrollando entre los dos grandes poderes del
bien y del mal pronto habrá de terminar. Pero hasta el tiempo de su
finalización habrá encuentros continuos y agudos. Debemos proponernos
ahora, como lo hicieron Daniel y sus compañeros en Babilonia, que seremos
leales a los principios, venga lo que viniere. El horno de fuego ardiente
calentado siete veces más que de ordinario, no hizo que estos fieles siervos
de Dios se apartaran de la lealtad a la piedad. Ellos permanecieron firmes en
el tiempo de prueba, y fueron arrojados al horno; pero no fueron
abandonados por Dios. Vieron a un cuarto personaje que caminaba con ellos
entre las llamas, y salieron del horno sin que se sintiese ni siquiera olor de
fuego en sus vestimentas.
«Hoy día el mundo está lleno de aduladores y disimuladores; pero no permita
Dios que quienes profesan ser guardianes de los sagrados cometidos
traicionen 362 los intereses de la causa de Dios insinuando ideas y métodos
propios del enemigo de toda justicia.
«No tenemos tiempo ahora de colocarnos del lado de los transgresores de la
ley de Dios, de mirar con sus ojos, de oír con sus oídos, de entender con sus
sentidos. Debemos avanzar juntos y unidos. Debemos trabajar para llegar a
ser una unidad, para ser santos en vida, y puros en carácter. Que los que
profesan ser siervos del Dios vivo no se inclinen más ante el ídolo de las
opiniones de los hombres, que no sean más esclavos de ninguna licencia
vergonzosa, ni le sigan trayendo una ofrenda contaminada al Señor, es decir
un alma manchada de pecado». 363 - Allende el Pacífico
EN LOS informes y discursos presentados en la sesión de la Asociación
General en 1891, el pastor S. N. Haskell hizo fervientes llamados en procura
de obreros para ser enviados a países distantes que recientemente él había
visitado; e hizo especial hincapié en lo urgente que era establecer un colegio
en Australia para preparar obreros cristianos. El estaba profundamente
impresionado con la importancia de tener, en todas las grandes divisiones del
mundo, jóvenes educados en su propio país, para servir como colportores,
maestros y predicadores. Rogó que se seleccionaran maestros para abrir un
colegio en Australasia; y también instó a la Sra. White y a su hijo W. C. White,
a que pasaran algún tiempo en ese campo.
La junta misionera tomó un acuerdo, inmediatamente después de la sesión,
invitándolos a viajar en el otoño. Esto los llevaría a un nuevo campo de
trabajo durante el verano de Australia. El barco que viajaría en octubre
estaba ya sobrecargado de pasajeros, por lo que su partida de San Francisco
se demoró hasta la salida del barco Alameda, el 12 de noviembre.
El pastor George B. Starr y su esposa, que fueron elegidos para desempeñar
una parte en el funcionamiento del propuesto colegio australiano, habían ido
de antemano a las islas Hawai, donde emplearon siete semanas muy
ocupadas antes de la llegada del Alameda. 364 Los otros miembros de la
partida eran W.C. White, María A. Davis, May Walling, Fannie Bolton y Emily
Campbell.
El viaje
Hubo un tiempo durante la mayor parte de los 25 días de navegación.
En Honolulu el barco permaneció 19 horas, y ¡qué horas gozosas fueron
aquéllas! Aquí la partida fue recibida por varios de los hermanos y hermanas,
quienes le mostraron a los viajeros las bellezas del hogar, y les hicieron una
fiesta en casa de la Hna. Kerr. Mientras tanto había circulado la noticia, y por
la tarde la Sra. White habló a un gran auditorio en el salón de la Asociación
Cristiana de Jóvenes.
El día que cumplía 64 años de edad, un día antes de que el barco llegara a
Samoa, la Sra. White escribió:
«Al contemplar el año pasado, estoy llena de gratitud a Dios por su cuidado
preservador y por su amorosa bondad. Estamos viviendo en un tiempo
peligroso, cuando todas nuestras facultades deben consagrarse a Dios.
Hemos de seguir a Cristo en su humillación, su abnegación, sus sufrimientos.
Le debemos todo a Jesús, y nuevamente me consagro a su servicio, para
exaltarlo ante la gente y para proclamar su amor incomparable».
Cerca del mediodía el 3 de diciembre, el Alameda atracó en el muelle de
Auckland. Muy pronto una cantidad de miembros influyentes de la iglesia de
Auckland se hallaban a bordo, dando la bienvenida al grupo que había ido a
visitar Nueva Zelanda. Todos fueron invitados al hogar del Hno. Eduardo
Hare. Durante la comida se relataron muchos incidentes de la primera visita
del pastor Haskell. Por la tarde se hizo una inspección de la ciudad y de sus
hermosos suburbios. 365 Por la noche la Sra. White habló a una
congregación ávida acerca del amor de Jesús, en la primera iglesia
adventista del séptimo día edificada al sur del ecuador.
Temprano por la mañana siguiente el Alameda prosiguió su camino y entró
en el puerto de Sidney a las siete de la mañana del 8 de diciembre. El pastor
A. G. Daniells y señora estaban esperando en el muelle. Durante la semana
que la Sra. White pasó en casa de ellos, habló dos veces a la iglesia de
Sidney.
El 16 de diciembre la partida llegó a Melbourne, donde el pastor George C.
Tenney y sus asociados de la casa editora le dieron una cálida bienvenida.
Antes de la llegada de la Sra. White, el pastor Tenney había dejado su nueva
casa e insistió en que ella y sus ayudantes entraran y se acomodaran en ella.
La reunión de la Asociación Australiana
Faltaba sólo una semana para la iniciación de las reuniones de la Asociación
Australiana, que habían de realizarse en el Federal Hall, Fitzroy Norte,
Melbourne, comenzando el 24 de diciembre. Asistían a la misma unos cien
representantes de las compañías de observadores del sábado de Victoria,
Tasmania, el sur de Australia y Nueva Gales del Sur.
En ese tiempo había 450 observadores del sábado en toda Australia y
Tasmania. En la capital de cada una de las colonias en que se había
empezado la obra, se había establecido una iglesia; y era en estas ciudades
más importantes donde el grueso de los hermanos se hallaba establecido.
Durante la conferencia se habló mucho de cómo los pocos creyentes sobre
los cuales descansaba la responsabilidad de mantener en alto la luz del
mensaje, debían llevarlo a todas partes del gran continente australiano. 366
Los fieles colportores habían colocado miles de libros de la verdad en los
hogares de la gente, y ahora se hacían planes para el empleo de instructores
bíblicos que atendieran el interés despertado por la lectura de estos libros.
Consideración de los intereses de la escuela
La mayoría de los que habían abrazado la verdad en Australia eran
comerciantes que vivían en las ciudades. Cuando sus hijos llegaban a la
edad en que terminaban su curso en las escuelas públicas y se preparaban
para ayudar a sostener la familia, se halló que era extremadamente difícil que
encontraran empleo o que aprendieran diversos oficios, debido a la
observancia del sábado.
Algunos anhelaban que sus hijos se prepararan para ser obreros en la causa.
¿Pero cómo podía lograrse esto? Las colonias estaban pasando por una
seria depresión financiera; y muchos de los observadores del sábado, junto
con millares de otros, se hallaban grandemente perplejos y muy
sobrecargados con la tarea de proporcionar a sus familias los medios para
las necesidades de la vida. ¿Cómo podían entonces ellos, en un tiempo tal,
abordar la costosa empresa de establecer y sostener un colegio
denominacional?
Los colportores rogaban que se organizara la escuela sin demora. Muchos
de ellos habían tenido que depender de sus propios recursos en la primera
parte de su vida. Tenían poca educación escolar, y su obra los había
inducido a sentir que debían tener la oportunidad de capacitarse para un
servicio más eficiente. Ellos indicaron con insistencia que si no se establecía
pronto una escuela en Australia, se verían obligados a afrontar el gran gasto
de ir a los Estados Unidos para adquirir la educación necesaria con el
propósito de obtener el 367 mejor éxito en su trabajo. También afirmaron que
aunque unos pocos de ellos podrían hacer esto, habría veintenas que
asistirían a un colegio en Australia, pero que no podían hacer lo propio
allende los mares.
La Asociación nombró una comisión para delinear planes y a otra comisión
para estudiar el problema del sitio; y autorizó la conducción de un curso de
preparación para obreros mientras se realizara la selección del lugar y la
erección de los edificios.
Enfermedad y cambio de planes
Se había planeado que la Sra. White con su hijo y los pastores Daniells y
Starr asistieran a la conferencia de Nueva Zelanda que debía celebrarse en
abril de 1892. Pero poco tiempo después de finalizar la reunión de
Melbourne, ella sufrió un severo ataque de neuritis. Cuando se hizo evidente
que no podía asistir a la reunión de Nueva Zelanda, la Sra. White alquiló una
casa espaciosa en Preston, suburbio norteño de Melbourne, y dijo que haría
lo posible para completar su libro sobre la vida de Cristo, por tanto tiempo
prometido.
De tiempo en tiempo, cuando el clima era favorable, la Sra. White hablaba en
las reuniones del sábado en la iglesia de Melbourne. A veces, cuando no
podía ascender los escalones que llevaban al Salón Federal, era llevada a la
plataforma; y en dos o tres ocasiones, cuando no pudo estar de pie, habló
sentada en un sillón.
Apertura de la Escuela Bíblica Australiana
Durante el invierno de 1892, la Sra. White observó con ávido interés los
esfuerzos que se hacían para iniciar la propuesta escuela. En abril rogó a los
hermanos que tenían responsabilidad en los Estados Unidos que
reconocieran las posibilidades del futuro, y proveyeran 368 facilidades para la
preparación de una gran fuerza de obreros: éstos podrían entrar en territorio
hasta allí no trabajado. «¡Oh, qué vasto número de personas que nunca han
sido amonestadas! -escribió ella-. ¿Está bien que se proporcione una gran
super abundancia de oportunidades y privilegios para la obra en los Estados
Unidos, mientras se nota una gran carencia de la debida clase de obreros
aquí en este campo? ¿Dónde están los misioneros de Dios?»
«Nuestro campo es el mundo -escribió-. El Salvador indujo a los discípulos a
empezar su obra en Jerusalén, y les indicó que luego debían pasar a Judea y
Samaria y llegar finalmente hasta lo último de la tierra. Tan sólo una
pequeña proporción de la gente aceptaba las doctrinas; pero los mensajeros
conducían el mensaje rápidamente de lugar en lugar, pasando de un país a
otro, levantando el estandarte del Evangelio en todos los lugares cercanos y
lejanos de la tierra».
En junio, la comisión que estaba a cargo de este asunto anunció que en el
camino de Santa Kilda, Melbourne, se habían rentado para la escuela dos
casas en la Terraza de George.
En la primera parte de agosto, el pastor L. J. Rousseau y señora llegaron de
los Estados Unidos, y el 24 de agosto comenzó un período de estudios de 16
semanas. Los maestros eran: el pastor Rousseau, director; el pastor Starr,
profesor de Biblia; W. L. H. Baker y la Sra. Rousseau realizaba trabajos
varios, y la Sra. Starr era la preceptora. Muy pronto había 24 alumnos que
asistían a la escuela. Casi todos eran adultos. Doce habían sido colportores
o se estaban preparando para esa obra. La mitad de los restantes doce
habían sido obreros en una u otra rama del servicio cristiano.
El día de la apertura los pastores Daniells, Tenney, Starr, White y Rousseau
pronunciaron breves discursos.
369 También la Sra. White habló, y en el curso de sus observaciones delineó
con claridad el amplio ámbito de un colegio denominacional, y la relación vital
que éste tiene con la tarea de terminar la obra de Dios en la tierra sin
demora. Pero la carga especial que ella sentía era la de impresionar la
mente de los profesores y estudiantes de que Dios, por medio de su
providencia, estaba abriendo un país tras otro a los heraldos de la cruz, y de
que en esos países que tenían la oportunidad de recibir el Evangelio, los
honestos de corazón estaban andando a tientas en la oscuridad con avidez
para hallar la luz de la verdad salvadora.
«Los planes y la obra de los hombres -dijo ella- no están guardando paso con
las providencias de Dios; porque aunque algunos en esas naciones que
pretenden creer la verdad declaran con su actitud: ‘No queremos seguir tus
planes, oh Señor, sino los nuestros’, hay muchos que están rogando a Dios
que les conceda la capacidad de entender cuál es la verdad. En lugares
secretos están llorando y orando para poder ver la luz en las Escrituras, y el
Señor del cielo ha comisionado a sus ángeles para cooperar con los agentes
humanos a fin de llevar adelante sus amplios designios, de manera que todos
los que deseen la vida puedan contemplar la gloria de Dios».
«Hemos de avanzar donde la providencia de Dios abre el camino -continuó la
oradora-; y al avanzar encontraremos que el cielo se nos ha adelantado,
ampliando el campo de trabajo mucho más allá de los límites de nuestros
medios y nuestra habilidad. La gran necesidad del campo abierto delante de
nosotros debe ser un llamado para que todos aquellos a quienes Dios ha
confiado recursos o habilidades se dediquen ellos mismos y todo lo que
tienen a Dios».
Por otra parte, los que han de recibir preparación 370 no deben ser limitados
en sus esfuerzos misioneros por barreras raciales o nacionales. Dondequiera
que trabajen, sus esfuerzos han de ser coronados con un triunfo acelerado.
«El propósito y los fines que han de lograrse por parte de misioneros
consagrados -declaró la Sra. White- son muy abarcantes. El campo de
operación misionera no está limitado por castas o por nacionalidades. El
campo es el mundo, y la luz de la verdad ha de ir a todos los lugares oscuros
de la tierra en un tiempo mucho más corto de lo que muchos piensan que es
posible».*(40)
Fue en esta misma ocasión de la apertura de la Escuela Bíblica
Australasiana, la cual más tarde llegó a ser el Colegio Misionero
Australasiano, cuando la Sra. White dijo: «La obra misionera de Australia y
Nueva Zelanda está todavía en su infancia. Pero debe realizarse en
Australia, Nueva Zelanda, África, la India, la China y las islas del mar la
misma obra que se ha hecho en los Estados Unidos» . *(41)
Acosada por la enfermedad
Los sufrimientos de la Sra. White debidos a su neuritis, que comenzaron en
enero, continuaron hasta noviembre de ese año. Su enfermera y sus
secretarias le administraron fielmente vigorosos tratamientos para dominar la
enfermedad, pero durante los meses del invierno ésta avanzó en forma
constante. Ella continuó, sin embargo, su tarea de escribir. Sostenida en la
cama, escribió cartas a amigos, testimonios a los obreros dirigentes de la
causa, y muchos capítulos de El Deseado de todas las gentes.
Al acercarse la primavera experimentó un poco de 371 mejoría; y en octubre
decidió probar el clima más seco de Adelaida, al sur de Australia. Allí pasó
seis semanas, con benéficos resultados.
Una revisión de su experiencia
En una carta escrita desde Melbourne, el 23 de diciembre de 1892, a los
hermanos reunidos en el congreso de la Asociación General, la Sra. White
pasó revista a su experiencia durante esta larga enfermedad en los
siguientes términos:
«Me regocijo en informaros de la bondad, la misericordia y las bendiciones
que el Señor me otorgó. Todavía estoy rodeada de dolencias, pero estoy
mejorando. El gran Restaurador está trabajando en mi favor, y alabo su
santo nombre. Mis miembros están aumentando en fuerza, y aunque tengo
dolores, no son tan severos como lo fueron durante los pasados diez meses.
Estoy restaurada hasta el punto de que, tomándome de la baranda, puedo
subir y bajar las escaleras sin ayuda. Durante todo el tiempo de mi aflicción
he sido bendecida por Dios de la manera más señalada. En los conflictos
más severos, con intenso dolor, yo comprendía la certeza de la promesa:
‘Bástate mi gracia’. A veces, cuando parecía que no podía resistir el dolor,
cuando no podía dormir, miraba a Jesús en procura de fe, y su presencia
estaba conmigo, toda sombra de oscuridad era disipada, una luz bendita me
rodeaba y toda la habitación se llenaba con la luz de su divina presencia.
«He sentido que podía dar la bienvenida al sufrimiento si esta preciosa gracia
me habría de acompañar. Yo sabía que el Señor es bueno y lleno de gracia,
de misericordia y compasión, y de un amor tierno y piadoso. En mi condición
indefensa y sufriente, su alabanza ha llenado mi alma y ha estado en mis
labios. Mi 372
meditación ha sido muy consoladora y fortalecedora al pensar en cuánto peor
podría ser mi condición sin la gracia sostenedora de Dios. Mi vista me ha
sido preservada, y también mi memoria, y mi mente nunca ha estado más
clara y activa para ver la belleza y el carácter precioso de la verdad.
«¡Cuán ricas son las bendiciones que disfruto! Con el salmista puedo
decir:’¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es
la suma de ellos! Si los enumero, se multiplican más que la arena; despierto,
y aún estoy contigo'(Sal. 139: 17-18). Estas últimas palabras expresan mis
sentimientos y mi experiencia. Cuando me despierto, el primer pensamiento y
la primera expresión de mi corazón es: ‘¡Alaba al Señor! Te amo, oh Señor.
Tú sabes que te amo. Precioso Salvador, me has comprado con el precio de
tu propia sangre. Me has considerado de valor, o de otra manera no habrías
pagado un precio tan infinito por mi salvación. Tú, mi Redentor, has dado tu
vida por mí, y no habrás muerto en vano por mí’. . .
«Desde las primeras semanas de mi aflicción no he tenido dudas con
respecto a mi deber de venir hasta este campo distante; y aún más, mi
confianza en los planes de mi Padre celestial ha sido grandemente
aumentada con motivo de mi aflicción. No puedo ver ahora todo el propósito
de Dios, pero tengo la confianza de que era parte de su plan que yo fuera
afligida de esta manera, y me siento contenta y perfectamente cómoda sobre
este asunto. Con los escritos que irán en este correo, he escrito desde que
salí de los Estados Unidos dos mil páginas de cartas. No podía haber hecho
todo esto si el Señor no me hubiera fortalecido y bendecido en gran manera.
Ni una sola vez me ha fallado la mano derecha. Mi brazo y mi hombro han
sufrido mucho, un sufrimiento duro de llevar, pero mi 373 mano ha podido
sostener la pluma y trazar las palabras que he recibido del Espíritu del Señor.
«He tenido la más preciosa experiencia y testifico ante mis colaboradores en
la causa de Dios: ‘Grande es Jehová, y digno de suprema alabanza'»*(42)
El congreso de la Asociación Australiana de enero de
1893
La quinta sesión de la Asociación Australiana se realizó en Fitzroy,
Melbourne, del 6 al 15 de enero de 1893. Durante esta reunión la Sra. White
habló siete veces sobre temas relativos a la piedad práctica.
Un día ella pasó revista al surgimiento y el progreso de la obra de
publicaciones denominacional. Instó a los hermanos de Australia a emplear
sus mejores esfuerzos para desarrollar obreros fuertes en este y en otros
ramos del esfuerzo cristiano.
Actividades en Nueva Zelanda
A la finalización del congreso de la Conferencia Australiana, la Sra. White
decidió emprender la visita largamente postergada a Nueva Zelanda. La
acompañó Emilia Campbell, quien la ayudó tanto en calidad de secretaria
como de enfermera. Su hijo W. C. White, y el pastor Starr y señora,
estuvieron también con ella durante gran parte del tiempo.
Al llegar a Auckland, el 8 de febrero, fueron recibidos por el pastor M. C.
Israel, y conducidos a una casa amueblada que la iglesia de Auckland puso a
su disposición.
Durante los doce días empleados en ferviente labor en favor de la iglesia de
Auckland, la Sra. White habló ocho veces. Después de esto pasó tres
semanas con los 374 hermanos y hermanas de Kaeo, la iglesia adventista
más antigua de Nueva Zelanda. Allí encontró un número promisorio de
jóvenes por los cuales trabajó fervientemente.
Tanto en Auckland como en Kaeo la Sra. White instó a los hermanos y
hermanas a asistir, junto con sus familias, al congreso anual que había de
realizarse en Napier, durante la última parte de marzo. Este iba a ser un
congreso campestre, el primero que los adventistas del séptimo día
realizarían al sur del ecuador. Con respecto a esta experiencia ella escribió:
«Sentíamos que este primer congreso campestre debía ser, tanto como fuera
posible, un ejemplo de lo que debían ser todas las demás reuniones de esta
clase que se realizarían en lo futuro. Una y otra vez dije a la gente: ‘Mira, haz
todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte'(Heb.
8:5). Jesús dijo a sus discípulos:’Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro
Padre que está en los cielos es perfecto'(Mat. 5: 48)»
Pero con respecto a este propuesto congreso campestre parecía imposible
despertar mucho entusiasmo entre los creyentes. Los campamentos de
leñadores, y los grupos de tiendas para constructores de camino, eran cosas
bien conocidas, pero no muy deseadas; pero un campamento cómodo para
un grupo de gente que se reúne para adorar a Dios era algo enteramente
nuevo en Nueva Zelanda.
Debido a la depresión financiera, era extremadamente difícil para muchos
asistir. Hasta el comienzo de la reunión, había poca promesa de que
acamparían más de 30 personas en los terrenos. Se proveyeron tiendas
para ese número. Pero cuando la reunión estaba empezando, comenzaron a
llegar sin anuncio miembros de diferentes iglesias hasta que hubo el 375
doble de lo que se había esperado. Durante la última semana de reuniones
había 18 tiendas en el campamento, ocupadas por 53 personas. Muchos
otros ocupaban habitaciones en el vecindario. Estos, junto con los miembros
de la iglesia de Napier, constituían una congregación de buen tamaño
durante el día. Cada noche la gran tienda estaba bien llena.
A medida que progresaban las reuniones, el plan de realizar congresos
campestres iba ganando una aprobación mayor y más entusiasta, y se votó
que la próxima conferencia anual se realizara en un campamento. Se
tomaron resoluciones que respaldaban la Escuela Bíblica Australasiana, y se
recogieron fondos para la misma: 500 dólares para muebles, y 400 para
ayudar a los alumnos. Como fondo para el campamento, se recogieron 270
dólares.
«Después de la finalización del congreso campestre de Napier -escribió la
Sra. White-, decidimos visitar Wellington, y también pasar unos pocos días en
Palmerston Norte para trabajar por una pequeña compañía de observadores
del sábado allí establecida y que pedía ayuda. Aunque las molestias físicas
todavía me acompañaban de noche y de día, el Señor me dio gracia para
soportarlas. A veces, cuando me sentía incapaz de cumplir con mis
compromisos, decía: ‘Con fe me presentaré delante del pueblo’; y cuando lo
hacía, recibía fuerzas para sobreponerme a mis dolencias y presentar el
mensaje que el Señor me había dado».
En Wellington la Sra. White recibió una calurosa bienvenida en el hogar de la
Sra. M. H. Tuxford, donde pasó varios meses. Desde esta sede temporaria
ella salía de vez en cuando para hablar a pequeños grupos de creyentes
establecidos en Petone, Ormondville, Dannevirke, Palmerston Norte y
Gisborne.
Antes de regresar a Australia, la Sra. White asistió 376 al segundo congreso
de Nueva Zelanda, realizado del 30 de noviembre al 12 de diciembre de
1893, en un suburbio protegido de Wellington. Hubo el doble de la asistencia
de la que había habido en las reuniones de Napier, El pastor 0. A. Olsen,
presidente de la Asociación General, llegó en los primeros días del congreso,
y sus labores y su oportuna instrucción fueron de un valor indecible. Trajo
informes animadores de los grandes campos misioneros que había visitado
recientemente; y se dirigió a los jóvenes ungiéndolos a que se capacitaran
para el servicio en la obra final del Evangelio.
Desde Wellington la Sra. White, y el pastor Olsen y otros obreros, se
apresuraron a viajar a Melbourne para asistir al primer congreso campestre
de Australia. 377 - El Primer Congreso Campestre en Australia
«NOS alegramos de anunciar a nuestro pueblo -escribió el pastor A. G.
Daniells a fines de septiembre de 1893 a los hermanos y hermanas de
Australia-, que ha llegado el tiempo en que la junta directiva de la Asociación
ve preparado el camino para realizar los deseos de muchos de tener un
congreso campestre». Algunos habían estado esperando ansiosamente un
anuncio semejante, y éste llegó como una gran noticia a las filas de los
creyentes esparcidos por todas las colonias australianas.
Entre los obreros que se había anunciadas que asistirían se encontraban el
pastor 0. A. Olsen, presidente de la Asociación General; la Sra. Elena G.
White y algunos hermanos a quienes la junta misionera enviaba desde los
Estados Unidos para ayudar a la pequeña fuerza de obreros del campo
australiano . La promesa de tener amplia ayuda indujo al pastor Daniells a
añadir sus palabras de recomendación: «Esta será una rara ocasión -que tal
vez no tendremos de nuevo por años- y ciertamente esperamos que sólo
pocos de nuestros hermanos se nieguen el privilegio de estar presentes».*
(43)378
Se requería mucha fe para planear un congreso campestre general al cual
se invitaba a los hermanos y hermanas de todas las colonias. Sólo los
gastos de viaje parecían casi prohibitivos debido a las extensas distancias
que debían recorrerse. Pero la necesidad de reunirse era imperativa, y por lo
tanto se instó a los creyentes, en forma reiterada, a asistir. «Esta reunión
-declaró la Sra. White- señalará una nueva era en la historia de la obra de
Dios en este campo. Es importante que todo obrero de nuestras iglesias esté
presente, e insto a todos a venir».
«Temo que algunos digan -continuó-: ‘Es costoso viajar, y sería mejor que yo
ahorrara el dinero y lo diera para el avance de la obra en donde se lo
necesite tanto’. No razonéis de esta manera; pues Dios espera que ocupéis
vuestro lugar en las filas de su pueblo. Habéis de estar aquí en persona, y
fortalecer la reunión todo lo que podáis. . . Sabemos que los creyentes en la
verdad están esparcidos ampliamente; pero no presentéis -ninguna excusa
que os impida obtener toda ventaja espiritual posible. Venid a la reunión, y
traed a vuestras familias. . .
«Debemos usar toda facultad que esté a nuestra disposición para hacer de
esta reunión un éxito, y debemos adecuarla a las necesidades de aquellos
que asistirán. La obra del Señor está por encima de todo interés temporal, y,
no debemos representar falsamente su causa. Velar, esperar, trabajar, debe
ser nuestra divisa. . .
«Dios ha encomendado a nuestras manos una obra muy sagrada, y
necesitamos reunirnos para recibir instrucción en cuanto a lo que es la
religión personal y la piedad familiar; necesitamos entender qué parte
seremos llamados a desempeñar individualmente en la obra grande e
importante de edificar la causa y la obra 379 de Dios en la tierra, de vindicar
su santa ley, y de elevar al Salvador,’el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo'(Juan 1: 29). Necesitamos recibir el toque divino, para que
podamos entender nuestra obra en el hogar. Los padres necesitan entender
cómo pueden enviar del santuario del hogar hijos cristianos, preparados y
educados de tal manera que puedan brillar en el mundo. Necesitamos el
Espíritu Santo, para que no representemos falsamente nuestra fe. . . Es
ahora harto tiempo de hacer un movimiento de avance en Australia. . .
Avancemos con un esfuerzo bien concertado, y venzamos toda dificultad».
(44) Algunos de los hermanos fabricaron de antemano 35 carpas para familias, a fin de ser usadas en el congreso. Se pensó que éstas harían frente a toda la demanda. Pero a medida que los pedidos iban llegando, se compraban más carpas, y se alquilaron otras para las reuniones. Cuando se completó, el campamento tenía más de cien tiendas. Asistieron 511 personas. Los planes fueron bien trazados y fielmente realizados. Muchas de las tiendas estaban amuebladas con las armaduras de las camas, y con sillas y cómodas; y todo el campamento era un modelo de limpieza y buen orden. «Sentimos que Dios había estado con nosotros en todos los arreglos -escribió la Sra. White cuando se refirió más tarde a estos arduos esfuerzos para hacer que los terrenos resultaran atractivos e invitadores-; y se trató de que el orden de nuestro campamento mostrara las alabanzas de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Ped. 2: 9). Los resultados logrados fueron mucho mayores que los que habían trabajado duramente se habían atrevido a esperar. «El campamento impresionó en quienes lo visitaron -escribió 380 la Sra. White también- que la verdad que defendíamos era de gran importancia, y que el espíritu misionero es el verdadero espíritu del Evangelio. «Este era el primer congreso campestre que Melbourne haya visto, y era una maravilla y un milagro para el pueblo. Cerca y lejos se divulgaron las noticias concernientes a esta ciudad de tiendas, y se despertó un admirable interés. Cada tarde y cada noche la tienda estaba llena hasta su máxima capacidad, no de una clase baja de la sociedad, sino de gente inteligente, médicos de nota, ministros y comerciantes. Vimos que, con la bendición de Dios, este congreso haría más para presentar nuestra obra ante la gente, que lo que hubieran hecho años de trabajo. «Miles visitaron el campamento y expresaron su placer y su admiración por el orden de los terrenos, y lo bien que estaban hechos los arreglos en las tiendas, limpias y blancas. No pareció despertarse ninguna terca oposición cuando los hombres y mujeres escuchaban la verdad por primera vez. El poder de Dios estaba entre nosotros. Brighton se hallaba conmovido desde un extremo hasta el otro. Se despertó tanto en Melbourne como en los suburbios circunvecinos, un interés mayor que cualquier cosa que hubiéramos presenciado desde el movimiento de 1844. La verdad era nueva y extraña; sin embargo impresionó a la gente; porque predicábamos la Palabra de Dios, y el Señor la hacía llegar a los corazones de los oyentes. «Muchos visitantes venían desde lejos y, como ocurría en el movimiento de 1843 y 1844, traían consigo su merienda y permanecían todo el día. Una cantidad de ciudadanos del lugar declararon que si no fuera porque vivían cerca, habrían rentado tiendas y acampado con nosotros en los terrenos. Valoraban el privilegio de escuchar la Palabra de Dios tan claramente explicada. 381 Dijeron que la Biblia parecía estar llena de cosas nuevas y preciosas, y que era como un libro nuevo para ellos. De parte de muchos escuchamos expresiones tales como las siguientes: ‘Esto es más de lo que esperábamos’. ‘Nuestra fe es confirmada; nuestra esperanza es más brillante; nuestra creencia en el testimonio de las Escrituras se ha fortalecido’ «. «Yo he asistido a muchos congresos campestres -testificó el pastor 0. A. Olsen, concerniente a las reuniones de Brighton-, pero nunca antes había presenciado tanto interés de parte de la gente de afuera. Esto se parece más que ninguna cosa que haya visto hasta ahora a lo que, en mi imaginación, yo pensaría que es la fuerte voz del mensaje del tercer ángel. Está impresionando profundamente a la ciudad de Melbourne. Dondequiera que uno va, el tema principal de las conversaciones es el congreso y lo que allí se ve y se escucha. Desde todas partes llegan fervientes pedidos de reuniones. . . «Para nuestros hermanos esta reunión ha sido del mayor valor posible. Les ha dado ideas mucho más amplias de la obra para este tiempo, y una experiencia cristiana más profunda. Después que ellos han estado aquí una semana, votaron casi unánimemente continuar todavía otra semana».(45)
«Como una proyección del congreso campestre de Brighton -testificó más
tarde la Sra. White-, surgieron varias iglesias. Visité la iglesia de
Williamstown, y me regocijé al ver que muchos tenían el valor moral de
manifestar su lealtad a los mandamientos de Dios a pesar de la continua
oposición que se había acumulado contra ellos y contra la santa ley de Dios.
«Se levantó una iglesia en Hawthorne, y otra en 382 Brighton. Unas sesenta
personas pertenecen a estas dos iglesias. Un gran número de nuevos
miembros se han añadido a la iglesia de Prahan, y a la iglesia de Fitzroy
Norte. Están llegando continuamente personas que escucharon la verdad en
el congreso de Brighton.
«Algunos dirán que estos congresos campestres son muy costosos, y que la
Asociación no puede sostener otra reunión semejante; pero cuando vemos
las tres iglesias que han sido organizadas, y que están prosperando en la fe,
¿podemos dudar de la respuesta a la pregunta: ‘¿Vale la pena?’ ¿No
elevaremos nuestras voces en la afirmación decidida de ‘Vale la pena’?» 383 - El Colegio de Avondale
DURANTE los últimos días del congreso campestre de Australia se dedicó
mucho tiempo al estudio de los problemas educativos. La comisión que
estaba a cargo de la escuela bíblica australasiana, y la comisión encargada
de decidir la locación, presentaron sus informes. En general se creía que los
tres cortos períodos de estudio que funcionaron en casas rentadas habían
sido de gran valor y debían considerarse como un éxito notable. Al mismo
tiempo, se vio que si la escuela continuaba en edificios rentados, los gastos
para los alumnos serían demasiado grandes para hacer posible la gran
asistencia que era deseable. También era evidente que, con una asistencia
limitada, los gastos para los promotores de empresa serían muy pesados.
¿Cómo podría la escuela ser puesta sobre una base tal que abriera el camino
para que una gran cantidad de alumnos asistiera a un costo moderado?
La Sra. White habló a menudo con respecto a la obra educativa, y presentó
los puntos de vista que le fueron dados de tiempo en tiempo concernientes al
carácter de la obra que ha de realizarse y de los lugares que deben
seleccionarse para la preparación de los cristianos. Ella también habló de las
ventajas que se obtienen combinando el estudio con el trabajo en la
adquisición de una educación equilibrada.
Poco tiempo después del congreso campestre, ella 384 preparó para la
publicación una abarcante declaración al efecto de que es aconsejable
colocar el colegio fuera de las grandes ciudades. También delineó la clase
de educación que debe impartirse en la propuesta escuela. Las
características principales de estos consejos se destacan en los siguientes
extractos:
Trabajo y educación
«Hemos pensado mucho de día y de noche con respecto a nuestras
escuelas. ¿Cómo deben ser dirigidas? ¿Y cuál será la educación y la
preparación de nuestra juventud? ¿Dónde deberá estar instalada la Escuela
Bíblica Australasiana? Me desperté esta mañana a la una de la madrugada
con una carga pesada sobre mi alma. El tema de la educación me ha sido
presentado de diferentes maneras, en diversos aspectos, por medio de
muchas ilustraciones, y con especificaciones directas, a veces sobre un
punto, y otras sobre otro. Por cierto, creo que tenemos mucho que aprender.
Somos ignorantes con respecto a muchas cosas.
«Al escribir y hablar acerca de la vida de Juan el Bautista y de la vida de
Cristo, he tratado de presentar lo que se me ha mostrado con respecto a la
educación de nuestra juventud. Estamos bajo la obligación, por parte de
Dios, de estudiar este tema en forma franca; porque merece un examen
detenido y crítico en cada uno de sus aspectos. . .
«Los que pretenden conocer la verdad y entender la gran obra que ha de ser
hecha para este tiempo han de consagrarse a Dios en alma, cuerpo y
espíritu. En el corazón, en la vestimenta, en el lenguaje y en todo respecto
deben separarse de las modas y prácticas del mundo. Han de ser un pueblo
peculiar y santo. No es su indumentaria lo que los hace peculiares; pero
debido a que forman un pueblo peculiar y santo, no 385 pueden llevar las
marcas de identificación del mundo.
«Muchos que suponen que están en camino al cielo, están cegados por el
mundo. Sus ideas con respecto a lo que constituye una educación religiosa y
una disciplina religiosa son vagas, y descansan solamente sobre
probabilidades. Hay muchos que no tienen una esperanza inteligente, y
corren gran riesgo de practicar las mismas cosas que Jesús enseñó que no
deben hacer en el comer, en el beber, en el vestir, uniéndose con el mundo
en una variedad de asuntos. Todavía tienen que aprender la seria lección,
tan esencial para el crecimiento en espiritualidad, de salir del mundo y estar
separados de él. El corazón está dividido; la mente carnal anhela
conformidad con el mundo y similitud con él en tantos aspectos, que la señal
de distinción del mundo es apenas perceptible. El dinero, el dios dinero, se
gasta con el propósito de parecerse al mundo, la experiencia religiosa es
contaminada de mundanalidad, y la evidencia del discipulado -la semejanza a
Cristo en la abnegación y en llevar la cruz- no puede ser discernido por el
mundo o por el universo del cielo. . .
«Nunca podrá impartiese la debida educación a la juventud en este país o en
cualquier otro, a menos que estas instituciones estén a gran distancia de las
ciudades. Las costumbres y prácticas de las ciudades incapacitan las
mentes de los jóvenes para la recepción de la verdad. El beber bebidas
alcohólicas, el fumar y los juegos de azar, las carreras de caballos, la
asistencia a los cines, la gran importancia que se les da a los días feriados,
todas estas cosas son especies de idolatría, un sacrificio sobre altares
idólatras. . .
«No es un plan correcto establecer edificios de escuela donde los estudiantes
tengan constantemente delante de sus ojos las prácticas erróneas que han
modelado 386 su educación durante toda su vida, sea este período largo o
corto. . . Si las escuelas se ubicaran en las ciudades o en el perímetro de
unos pocos kilómetros de ellas, sería más difícil contrarrestar la influencia de
la educación anterior que los alumnos han recibido con respecto a estos días
feriados y las prácticas relacionadas con ellos, tales como carreras de
caballo, apuestas y ofrecimientos de premios. La misma atmósfera de estas
ciudades está llena de miasmas ponzoñosas. . .
«Hallaremos que es necesario establecer nuestros colegios fuera de las
ciudades y lejos de ellas, y sin embargo no tan lejos que los alumnos no
puedan estar en contacto con ellas, para hacerles bien, para permitir que la
luz brille en medio de las tinieblas morales. Los alumnos necesitan ser
puestos bajo la influencia de circunstancias más favorables para contrarrestar
mucha de la educación que han recibido. . .
«Necesitamos escuelas en el campo a fin de poder educar a los niños y a los
jóvenes para que lleguen a ser señores del trabajo, y no esclavos del trabajo.
La ignorancia y la holgazanería no elevarán a un miembro de la familia
humana. La ignorancia no aliviará la suerte del que trabaja duro. Que el
obrero vea la ventaja que puede obtener en la más humilde ocupación,
usando la capacidad que Dios le ha dado como una concesión. Así puede
llegar a ser un educador, y enseñar a otros el arte de hacer la obra
inteligentemente. Puede entender lo que significa amar a Dios con el
corazón, el alma, la mente y las fuerzas. Las facultades físicas han de
consagrarse al servicio por amor a Dios. El Señor necesita las fuerzas
físicas, y podéis revelar su amor por él mediante el uso debido de vuestras
facultades físicas, realizando precisamente la obra que necesita hacerse. No
hay acepción de personas para Dios. . .
«Hay en el mundo mucho trabajo duro y difícil 387 para hacer; y el que trabaja
sin ejercitar las facultades que Dios le ha dado, de la mente, del corazón y del
alma, el que emplea la fuerza física solamente, hace que el trabajo resulte
una carga pesada y agobiante. Hay personas con una mente, un corazón y
un alma tales, que consideran el trabajo como una carga pesada, y se aplican
al mismo con una ignorancia complaciente, laborando sin usar el
pensamiento, sin emplear las capacidades mentales para hacer un trabajo
mejor.
«Hay ciencia en la clase más humilde de trabajo; y si todos tuvieran ese
concepto, verían nobleza en el trabajo. El corazón y el alma han de ser
puestos en el trabajo, cualquiera sea la clase, entonces hay alegría y
eficiencia. En las ocupaciones agrícolas y mecánicas, los hombres pueden
dar evidencia ante Dios de que aprecian su don en las capacidades físicas,
como también en las facultades mentales. Empléese la capacidad educada
en idear mejores métodos de trabajo. Esto es lo que el Señor quiere. Todo
tipo de trabajo que necesite ser hecho es honorable. Que la ley de Dios se
convierta en una norma de acción, y entonces ella ennoblecerá y enaltecerá
todo trabajo. La fidelidad en el desempeño de todo deber hacen del trabajo
algo noble, y revela un carácter que Dios puede aprobar. . .
«Las escuelas deben establecerse donde haya tantas cosas como sea
posible, en la naturaleza, para deleitar los sentidos y dar variedad al
escenario. Aunque evitamos lo falso y artificial, descartando las carreras de
caballos, el juego de cartas, las loterías, las peleas por premio, el beber y el
uso de del tabaco, debemos proporcionar fuentes de placer que sean puras,
nobles y elevadoras. Debemos escoger una ubicación para nuestra escuela
lejos de las ciudades, donde los ojos no descansen continuamente sobre las
moradas de los hombres, sino sobre las obras de Dios; donde haya 388
lugares de interés que los alumnos puedan visitar fuera de lo que la ciudad
les otorga. Establézcanse nuestros alumnos en lugares donde la naturaleza
pueda hablar a los sentidos, y en la voz de ella escucharán la voz de Dios.
Estén ellos donde puedan mirar las obras maravillosas del Señor y, por
medio de la naturaleza, contemplar a su Creador. . .
«La ocupación manual para los jóvenes es esencial. La mente no ha de ser
constantemente sobrecargada en desmedro de las facultades físicas. La
ignorancia de la fisiología, y el descuido en la observancia de las leyes de la
salud, han llevado a la tumba a muchos que podrían haber vivido para
trabajar y estudiar inteligentemente. El debido ejercicio de la mente y el
cuerpo desarrollarán y fortalecerán todas las facultades. Tanto la mente
como el cuerpo serán preservados, y serán capaces de realizar una variedad
de trabajo. Los ministros y los maestros necesitan aprender lo relativo a
estas cosas, y también necesitan practicarlas. El debido uso de la fuerza
física, así como de las facultades mentales, equilibrará la circulación de la
sangre, y mantendrá todo órgano de la máquina viviente en buena condición.
A menudo se abusa de la mente, y ella es dirigida hacia la locura
prosiguiendo una sola línea de pensamiento. El empleo excesivo del poder
del cerebro y el descuido de los órganos físicos crea una condición de
enfermedad en el sistema. Toda facultad de la mente puede ejercitarse con
comparativa seguridad si las facultades físicas son igualmente empleadas y
el tema de pensamiento es variado. Necesitamos un cambio de ocupación, y
la naturaleza es un maestro viviente y saludable …
«Se hallará que el hábito de la laboriosidad es una ayuda importante para que
la juventud resista la tentación. Aquí hay un campo para dar salida a sus
energías 389 restringidas que, si no se emplean en forma útil, serán una
fuente constante de dificultades para ellos mismos y para sus maestros.
Pueden idearse muchas clases diferentes de trabajo adaptadas a diferentes
personas, pero el trabajo de la tierra será una bendición especial para el
obrero. Existe una gran carencia de hombres inteligentes que labren la tierra,
y que sean cuidadosos. Este conocimiento no será un obstáculo en la
educación esencial para los negocios o para ser útil en otro ramo. El
desarrollar la capacidad de cultivar la tierra requiere pensamiento e
inteligencia. No solamente desarrollará los músculos, sino también la
capacidad de estudiar, porque la acción del cerebro y del músculo se
equilibran. Debemos educar a los jóvenes de tal manera que amen el trabajo
de la tierra y se deleiten en mejorarlo. La esperanza de hacer progresar la
causa de Dios en este país reside en crear un nuevo gusto moral por el amor
al trabajo, que transformará la mente y el carácter. . .
«La escuela que ha de establecerse en Australia debe considerar en primer
lugar la cuestión de las industrias, y revelar el hecho de que la labor física
tiene su lugar en el plan de Dios para todo hombre, y que su bendición la
coronará. Los colegios establecidos por quienes enseñan y practican la
verdad para este tiempo, deben dirigirse de tal manera que produzcan
nuevos y frescos incentivos de toda clase de trabajo manual. Habrá muchas
cosas que pondrán a prueba a los educadores, pero se habrá logrado un
objetivo grande y noble cuando los estudiantes sientan que el amor de Dios
ha de revelarse, no sólo en la devoción del corazón, de la mente y del alma,
sino en el uso útil y sabio de su fuerza física. Sus tentaciones serán mucho
menores; de ellos irradiará, por precepto y por ejemplo, una luz en medio de
las teorías erróneas y de las 390 costumbres que están de moda en el
mundo. . .
«Puede hacerse esta pregunta: ¿Cómo puede el que maneja los bueyes [para
arar la tierra] adquirir sabiduría permanente? Buscándola como la plata, y
como tesoros escondidos. ‘Porque su Dios lo instruye, y le enseña lo recto’.
‘También esto salió de Jehová de los ejércitos, para hacer maravilloso el
consejo y engrandecer la sabiduría’.
«El que les enseñó a Adán y Eva a cuidar el jardín, instruirá también a los
hombres hoy en día. Hay sabiduría para el que maneja el arado, y planta y
siembra la semilla. La tierra tiene sus tesoros escondidos, y el Señor quiere
que miles y decenas de miles que ahora están apiñados en las ciudades
esperando la oportunidad de ganar una pitanza, trabajen la tierra. En
muchos casos la escasa cantidad que ganan no se convierte en pan, sino
que es puesta en el cajón del publicano [el dueño de una taberna], para
obtener lo que destruye la razón del hombre formado a la imagen de Dios.
Los que lleven sus familias al campo las colocan donde hay menos
tentaciones. Los hijos que están con padres que aman y temen a Dios, están
en todo respecto mejor situados para aprender del gran Maestro que es la
Fuente de la sabiduría. Tienen una oportunidad mucho más favorable para
lograr la capacitación necesaria para el reino de los cielos».(46) En busca de una propiedad adecuada El pastor Olsen permaneció en Australia unas seis semanas después de la terminación del congreso campestre de 1894. Durante ese tiempo se unió de todo corazón en la búsqueda de un lugar adecuado para la escuela. Los administradores de la asociación y la comisión 391 de locación esperaban que se encontrara alguna buena propiedad antes de su regreso a los Estados Unidos, pero en este respecto resultaron chasqueados. La Sra. White visitó muchos de los lugares que estaban bajo consideración. Mientras la búsqueda continuaba, llegó a ser evidente que se experimentaría gran dificultad en obtener, a un precio moderado, una propiedad adecuada para los amplios ramos de trabajo que se creía debían realizarse en el colegio. En mayo, cinco miembros de la comisión visitaron Dora Creek y Cooranbong, y examinaron el terreno que fue más tarde comprado por $4.500 dólares. Esta parcela de tierra comprendía cerca de 600 hectáreas de tierra virgen, la tercera parte de las cuales se creía apta para el cultivo de granos, frutas y hortalizas, y para pasto. Después de comprar el terreno, la propiedad se designó con el nombre de «Avondale», debido a los numerosos arroyos y la abundancia de agua corriente. El lugar elegido para la edificación de la escuela está solamente a cinco kilómetros de la estación de Ferrocarril de Dora Creek, y a unos dos kilómetros al sudeste de la oficina de correos de Cooranbong. En enero y febrero de 1895, los amigos de la escuela se vieron favorecidos con la visita de la Sra. A. E. Wessels, de la ciudad de El Cabo, Sudáfrica, acompañada de tres de sus hijos. Ellos estaban muy contentos con muchas de las características de la propiedad de Avondale, y manifestaban profunda simpatía con los objetivos y blancos de la obra. Su hija Ana donó $5.000 dólares a fin de ayudar en los comienzos de la empresa. Un experimento industrial Desde el tiempo en que la propiedad llegó a estar en plena posesión de la Unión Australasiana, hasta el tiempo de la apertura de las clases, había mucho para 392 hacer. Había que limpiar el terreno, secar por drenaje un lodazal, plantar una huerta, y además había que erigir los edificios. Con ese propósito se reunió a un número de alumnos -jóvenes robustos que estaban contentos de trabajar seis horas por día, y recibir a cambio su alojamiento e instrucción en dos materias. La institución se inauguró el 6 de marzo de 1895, y continuó por 30 semanas. Para el alojamiento de los veinte jóvenes que iniciaron esta obra, se alquiló un viejo hotel en Cooranbong, y se levantaron varias tiendas junto a ese edificio. En abril, el Hno. Metcalfe Hare, que había sido elegido como tesorero y gerente de la empresa, trasladó a su familia a Cooranbong, y, deseando estar cerca de la obra, levantó su tienda cerca del aserradero y el sitio elegido para levantar los edificios. Durante dos años la tienda, cubierta por un techo de cinc galvanizado, sirvió como su casa. Muchos padres anhelosos de enviar a sus hijos al colegio, pensaban que debía establecerse cerca de una de las grandes ciudades donde vivían muchos adventistas. Ellos creían que unas diez o quince hectáreas de terreno que no estuvieran lejos de Sidney o Melbourne serían mucho mejores que una gran parcela de tierra inculta cerca de Newcastle. Otros se oponían a ese lugar porque creían que la tierra era tan pobre que se obtendría poco de su cultivo. La Sra. White tuvo una visión muy animadora del valor de la tierra; y cuando la ofrenda liberal de $5.000 dólares, procedente de los amigos del África, hizo posible el pago de la tierra, ella escribió: «Sentí mi corazón lleno de gratitud cuando supe que en la providencia de Dios la tierra ya estaba en nuestra posesión y sentí deseos de gritar expresando alabanzas a Dios por una situación tan favorable». 393 En julio de 1895, la Sra. White determinó manifestar su interés en la empresa del colegio y su confianza en la propiedad de Avondale comprando un lote de tierra, y estableciendo su hogar en Cooranbong. Ella seleccionó unas 28 hectáreas, y en unas pocas semanas tenía una porción de su familia viviendo en tiendas en los terrenos, que ella denominó «Sunnyside» [lado del sol]. Se comenzó la edificación de una casa de ocho habitaciones; y tan pronto como se pudo hacer la limpieza, el terreno fue arado y se plantaron árboles frutales. Acerca de esta experiencia ella escribió: «Cuando se pusieron los cimientos de la casa, se hicieron los preparativos para cultivar frutas y verduras. El Señor me ha mostrado que la pobreza que existe en torno a Cooranbong no debe existir; porque con laboriosidad el suelo podría cultivarse y hacer que rinda sus tesoros para el servicio del hombre». El entusiasmo ilimitado de la Sra. White con respecto a las mejoras de la propiedad de Avondale hizo mucho para alegrar y animar a otros. Ella insistió particularmente en que los hombres de la escuela no perdieran tiempo en empezar la preparación de la huerta; y se regocijó grandemente cuando en octubre se plantó un centenar de árboles frutales escogidos en un trozo de tierra favorable, ocupado un año antes por una espesa selva de eucaliptos. Cuando se cerró la escuela industrial en noviembre, pasaron varios meses sin que se hiciera ningún progreso material. La gente sentía en forma muy aguda la depresión financiera con la cual luchaban las colonias. Las críticas con respecto al esfuerzo de edificar un colegio en un lugar tan agreste y tan apartado, aumentaron cada vez más. Entonces vino la terminación desfavorable de un pleito al cual la escuela había sido arrastrada por la acción precipitada del hombre 394 que solicitaba los fondos, el cual costó $2.000 dólares además de causar una seria demora en la obra. ¿Qué podría hacerse? La obra parecía estar estancada, y con pocas perspectivas de tener condiciones más favorables. La pérdida de 2.000 dólares habría sido muy desanimadora en cualquier tiempo, pero en una ocasión como esta era desconsoladora. Un hermoso sueño En esta crisis, cuando la fe de muchos era severamente probada, la Sra. White tuvo un sueño que les trajo a ella y a otros la dulce seguridad de que Dios no los había abandonado. Al relatar esta experiencia, ella escribió: «La noche del 9 de julio de 1896 tuve un sueño hermoso. Mi esposo, Jaime Wliite, estaba a mi lado. Nos hallábamos en nuestra pequeña granja en los bosques de Cooranbong, consultando con respecto a la perspectiva de futuros beneficios por la labor realizada. «Mi esposo me dijo: ‘¿Qué estás haciendo tú con respecto al edificio escolar?’ » ‘No podemos hacer nada -le dije-, a menos que tengamos medios, y sepamos de dónde vienen los medios. No tenemos un edificio para la escuela. Todo parece estar estancado. Pero no voy a estimular la incredulidad. Trabajaré con fe. He estado tentada a contarte de un capítulo desanimador de nuestra experiencia; pero hablaré con fe. Si hablamos de las cosas como se ven, nos desanimamos. Hemos de aventurarnos a roturar el suelo, y arar con esperanza y con fe. Veríamos una medida de prosperidad delante de nosotros si todos trabajaran inteligentemente y se esforzaran fervientemente para poner la semilla. Las presentes apariencias no son halagüeñas, pero según toda 395 la luz que puedo obtener, veo que ahora es el tiempo de la siembra. El trabajar el terreno es nuestro libro de texto, pues exactamente de la manera en que tratamos los campos con la esperanza de futuros beneficios, debemos sembrar este suelo misionero con la semilla de la verdad’. «Recorrimos toda la extensión de los terrenos que estábamos cultivando. Entonces regresamos, conversando mientras caminábamos; y vi que las viñas que habíamos pasado llevaban fruto. Dijo mi, esposo: ‘La fruta está lista para ser recogida’. «Cuando llegué a otro sendero, yo exclamé: ‘Mira, mira las hermosas fresas. No necesitamos esperar hasta mañana para verlas’. Al recoger la fruta, dije: ‘Yo pensé que estas plantas eran inferiores, y que apenas valían la molestia de colocarlas en la tierra. Nunca esperé una cosecha tan abundante’. «Mi esposo dijo: ‘Elena, ¿te acuerdas cómo, cuando entramos por primera vez en el campo de Michigan y viajamos en carro a diferentes localidades para encontrarnos con humildes grupos que observaban el sábado, las perspectivas parecían tan prohibitivas? En el calor del verano nuestro dormitorio era a menudo la cocina, donde habíamos cocinado durante el día, y no podíamos dormir. ¿Te acuerdas cómo, en un caso, nos perdimos, y cuando no podíamos encontrar agua, te desmayaste? Con un hacha prestada nos abrimos camino a través de la selva hasta que llegamos a una casucha de troncos, adonde se nos dio un poco de pan y leche y alojamiento para la noche. Oramos y cantamos con la familia, y por la mañana les dejamos nuestros folletos. » ‘Nos sentíamos muy atribulados por esta circunstancia. Nuestro guía conocía el camino, y no podíamos entender que nos perdiéramos. Años después, en un 396 congreso, varias personas nos fueron presentadas y estas nos contaron su historia. Esa visita hecha, según pensábamos, por error, y ese libro que dejamos, era una semilla sembrada. En total veinte fueron convertidos por lo que nosotros pensábamos que era un error. Esta era la obra del Señor, para que la luz fuera dada a los que deseaban conocer la verdad’. «Mi esposo continuó: ‘Elena, estás en un terreno misionero. Has de sembrar con esperanza y fe, y no te verás chasqueada. Un alma vale más que todo lo que fue pagado por este terreno, y tú ya tienes algunas gavillas para traerle al Maestro. La obra comenzada en otros campos -en Rochester (Nueva York), Michigan, Oakland, San Francisco, y en los campos europeos- era tan promisoria como la obra en este campo. Pero la obra que haces con fe y esperanza te proporcionará un compañerismo con Cristo y con sus fieles siervos. Esa obra debe realizarse con sencillez, con fe y esperanza, y se verán resultados eternos como recompensa de tus labores’ «. Ayuda de los amigos del África En abril de 1896 la Sra. White había escrito a los hermanos Wessels de la Ciudad del Cabo, pidiéndoles que le prestaran 5.000 dólares a una tasa baja de interés, para que ella pudiera prestarlos a la junta de la escuela a fin de ayudar y animar en los comienzos de la edificación que se necesitaba. En una de sus cartas a uno de estos amigos de Sudáfrica ella escribió: «Necesitamos edificar una escuela aquí, donde los alumnos sean educados en la formación de caracteres para la vida eterna, y donde reciban una educación tal en las Escrituras que salgan del colegio para educar a otros. Esta es la obra del Señor; y cuando sabemos que estamos haciendo precisamente la obra que él ha especificado, 397 debemos tener fe para creer que él abrirá el camino. . . Los negocios del Rey requieren premura. La juventud de este país está esperando que haya una escuela, y no queremos esperar por más tiempo. «¿Quisierais saber cómo podéis agradar mejor a vuestro Salvador? Pues, colocando vuestro dinero en manos de los cambistas, para ser empleado en el servicio del Señor a fin de hacer avanzar su obra. Realizando esto, hacéis la mejor inversión de los medios que Dios os ha confiado. Yo he consagrado todo lo que poseo al Señor, y he gastado los medios en varias ramas, ayudando a sostener congresos campestres y a edificar casas de culto en los lugares donde la gente había aceptado la verdad. Encuentro muchas oportunidades donde puedo ayudar a salvar a las almas que perecen. . . «Vale la pena trabajar por aquellos por quienes Cristo murió. Nuestra fuerza y nuestros recursos no pueden invertirse de una manera mejor. Si mediante la ayuda del Espíritu de Dios, podemos edificar una estructura que dura por los siglos eternos, ¡qué obra habremos hecho! Cooperando con Dios en esta obra podemos pensar en las palabras de Cristo, tan llenas de seguridad: ‘Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento’. Dios tiene cuidado de las almas humanas por las cuales él dio a su Hijo Unigénito, y debemos mirar a todos los hombres con los ojos de la compasión divina». No mucho tiempo después del sueño relativo a la cosecha de la fruta, llegaron cartas del África, y en ellas se decía que la Sra. A. E. Wessels prestaría a la Hna. White el dinero que ella había solicitado. Gozosamente estas nuevas fueron comunicadas a la junta de la escuela, e inmediatamente se aceleraron los trabajos de 398 cortar los árboles y aserrar la madera para los edificios. El 5 de octubre de 1896, a las cinco y treinta de la tarde, unas 35 personas se reunieron en el colegio, y la Sra. Wliite colocó el primer ladrillo de los cimientos del edificio llamado Bethel Hall, que habría de ser el dormitorio de las señoritas. Ella entonces relató brevemente su experiencia en las siguientes palabras: «A menudo, durante este tiempo de estrecheces financieras, me he despertado en la noche gravemente afligida por la situación. ¿A qué fuente podríamos recurrir por ayuda? Oré con fervor para que el Señor abriera el camino para que pudiéramos construir, y aun cuando parecía no haber perspectivas de medios seguros, él enviara la ayuda necesaria. Una noche me quedé dormida, y soñé que estaba llorando y orando delante del Señor. Una mano me tocó en el hombro, y una voz dijo: ‘Yo tengo recursos en poder de muchas familias del África que están siendo invertidos en empresas mundanas. Escribe a los Hnos. Wessels. Diles que el Señor tiene necesidad de dinero. Les hará bien ayudar a hacer progresar mi obra aquí con los medios que yo les he confiado. Diles que se hagan tesoros en los cielos, donde la polilla no corrompe, y donde no hay ladrones que minen y hurten; porque donde está su tesoro, allí estará también su corazón’ «. La erección de los primeros edificios Durante cuatro meses de trabajo el aserradero y los carpinteros hicieron buen progreso. El dormitorio de las señoritas estaba casi terminado, y se estaban colocando los cimientos para el comedor. De acuerdo con el plan del arquitecto, este edificio debía ser una estructura de un piso, de unos 25 metros de largo por 9 metros de ancho, para acomodar el comedor, las piezas de servir, la despensa, la cocina y el lugar del almacenamiento. 399 Pero la junta de la escuela, temiendo que no sería posible levantar un tercer edificio pronto, planeó añadir un segundo piso, un extremo del cual, que quedaría sin terminar, podría ser usado por un tiempo como capilla, mientras que la porción restante podría usarse para acomodar dormitorios para una docena de jóvenes. Cuando este edificio estaba terminado en sus dos terceras partes, el tesorero informó que los fondos se habían terminado, y que la obra debía progresar lentamente. Pero se acercaba el tiempo en que el colegio debía abrirse, y los amigos de la empresa sentían que el no estar preparados para recibir a los que vendrían al colegio resultaría desastroso. «La escuela debe iniciarse el día anunciado», insistió la Sra. White, cuando se le habló de las dificultades que afligían a la junta de la escuela. A esto los edificadores contestaron: «Es imposible; no puede hacerse». Quedaba un recurso, y éste era la cooperación abnegada y unida de todos en un esfuerzo supremo para hacer posible aquello que parecía totalmente imposible. La Sra. White determinó hablar directamente a la hermandad. «Citarnos a una reunión para el domingo a las seis de la mañana, y convocamos la iglesia -relató más tarde acerca de las experiencias de las semanas que siguieron-. Presentamos la situación delante de los hermanos y hermanas, y pedimos trabajo donado. Treinta hombres y mujeres se ofrecieron para trabajar; y aunque era duro para ellos disponer del tiempo, un grupo fuerte continuó trabajando día tras día hasta que los edificios se vieron completados, limpios y amueblados, y listos para ser usados el día fijado para la apertura de la escuela». Al tiempo señalado, el 28 de abril de 1897, la escuela se abrió, teniendo como maestros al pastor S. N. 400 Haskell y esposa, junto con el profesor H. C. Lacey y esposa. El primer día había solamente diez estudiantes. Cuando se divulgó la noticia de que la escuela había iniciado sus actividades, otros llegaron; y un mes más tarde, cuando el profesor C. B. Hughes y esposa vinieron a unirse al personal docente, asistían casi treinta estudiantes. En el transcurso del período escolar, a medida que se presentaba en las iglesias el carácter de la instrucción dada, otros hicieron grandes esfuerzos para unirse con ellos, y antes de fin del período había sesenta estudiantes en total. Más o menos cuarenta de ellos fueron acomodados en el hogar de la escuela. Otra prueba de fe A medida que avanzaba el período escolar, y las familias se reunían con el fin de que sus hijos pudieran tener las ventajas de la escuela, la congregación de los días sábados se hacía demasiado numerosa para la capilla temporaria, ubicada sobre el comedor. En ella se habían provisto asientos para cien personas. En años anteriores las reuniones sabáticas se habían realizado primero en el comedor del Hotel Healey; y más tarde en el oscuro e incómodo desván del aserradero. La pequeña capilla era un salón de reuniones mucho mejor que el desván del aserradero; pero ahora era demasiado pequeña. Hubo mucha discusión sobre lo que podía hacerse; y finalmente los hermanos decidieron erigir una iglesia bonita y cómoda, suficientemente grande para las necesidades de todos. Refiriéndose a esta experiencia mientras hablaba en la iglesia durante la semana de oración que dirigió en el mes de junio de 1898, la Sra. White dijo: «Cuando llegó el tiempo en que esta casa de reuniones debía erigirse, se presentó otra prueba de lealtad. Tuvimos un consejo para considerar lo que debía 401 hacerse. El camino parecía cargado de dificultades. Algunos dijeron: ‘Hágase un edificio pequeño, y cuando haya más dinero, amplíese; porque no tenemos la capacidad de completar en este tiempo una casa como la que deseamos’. Otros decían: ‘Esperemos hasta tener dinero con el cual edificar una casa cómoda’ Pensamos hacer esto. Pero durante la noche recibí palabra del Señor: ‘Levantaos, y edificad sin demora’. «Entonces decidimos que emprenderíamos la tarea, y avanzaríamos por fe para hacer un comienzo. Precisamente en la noche siguiente vino de Sudáfrica un giro por 200 libras … para ayudarnos a edificar la casa de culto. Nuestra fe había sido probada, habíamos resuelto comenzar la obra, y ahora el Señor ponía en nuestras manos este gran donativo con el cual empezar. Con este ánimo la obra comenzó con fervor. La junta de la escuela dio el terreno y cien libras. Doscientas libras se recibieron de la Unión, y los miembros de la iglesia dieron lo que podían. Amigos que no eran parte de la iglesia ayudaron; y los edificadores donaron parte de su tiempo, lo cual era tan bueno como dinero. Así la obra fue completada, y tenemos esta hermosa casa, capaz de acomodar a cuatrocientas personas».(47)
Mientras tanto la escuela prosperó, y un buen número de jóvenes y señoritas
fueron preparados para entrar en el servicio del Maestro. En el congreso
realizado en Queensland, Brisbane, del 14 al 24 de octubre de 1898, la Sra.
White pasó en revista este aspecto animador del desarrollo de la escuela en
las siguientes palabras:
«Durante el primer año, . . . con una asistencia de 402 sesenta estudiantes,
había como treinta que tenían más de 16 años; y de este número, diez fueron
empleados durante la vacación en varios ramos de trabajo religioso. Durante
el segundo año la matrícula ascendió a cien; y de unos cincuenta que tenían
más de 16 años de edad se encontró trabajo para 42 durante la vacación.
Veinticinco de éstos fueron empleados por las asociaciones y las sociedades
en trabajo religioso».(48) Blancos y objetivos Los gerentes de la escuela de Avondale habían estado planeando durante años, primordialmente con el propósito de dar a los alumnos una preparación práctica para el servicio en muchas ramas de esfuerzo cristiano. En forma clara y enfática, una y otra vez la Sra. White destacó la obra que la escuela debía hacer, y las grandes ventajas que tendrían los estudiantes y maestros en su contacto diario con los asuntos prácticos de la vida cotidiana. En septiembre de 1898 escribió: «Necesitamos más maestros y más talentos para educar a los alumnos en varias ramas, a fin de que muchas personas salgan de este lugar deseosas y capaces de llevar a otros el conocimiento que ellos han recibido. Muchachos y niñas huérfanos han encontrado un hogar aquí. Deben levantarse edificios para un hospital, y deben proveerse embarcaciones para acomodar la escuela. Debe emplearse a un gerente de la granja que sea competente, y también a hombres sabios y enérgicos para actuar como jefes de las diversas empresas industriales, hombres que utilicen sus talentos consagrados para enseñar a los alumnos a trabajar. 403 «Muchos jóvenes que anhelan una preparación en los ramos industriales vendrán a la escuela. La instrucción industrial debe incluir contabilidad, carpintería, y todo lo que tenga que ver con trabajo de granja. También deben hacerse los preparativos para enseñar herrería, pintura, fabricación de zapatos, culinaria, panadería, trabajo de lavandería, el arte de tejer y remendar, dactilografía e imprenta. (49)Toda facultad que está a nuestra
disposición ha de ser puesta en esta obra de preparar a los alumnos, a fin de
que salgan equipados para los deberes prácticos de la vida. . .
La labor misionera es la preparación más elevada
«El Señor seguramente bendecirá a todos los que tratan de bendecir a otros.
La escuela ha de ser conducida de tal manera que maestros y alumnos
aumenten constantemente su capacidad por el uso fiel de los talentos que les
son dados. Poniendo en uso práctico lo que han aprendido, crecerán
constantemente en sabiduría y conocimiento. Hemos de aprender del Libro
de los libros los principios conforme a los cuales debemos 404 vivir y trabajar.
Consagrando a Dios todas las capacidades que nos fueron dadas por él, que
es quien tiene el primer derecho de poseerlas, haremos hermosos progresos
en todo lo que sea digno de nuestra atención. . .
«Nuestras escuelas deben ser conducidas bajo la supervisión de Dios. Hay
una obra que debe hacerse por los jóvenes y las señoritas que todavía no se
ha hecho. Existe un mayor número de jóvenes que necesitan tener las
ventajas de nuestras escuelas. Ellos necesitan el curso de educación
manual, que les enseñará a llevar una vida activa y enérgica. Nuestras
escuelas deben realizar toda clase de trabajo. Los alumnos deben ser
enseñados por directores sabios, juiciosos y temerosos de Dios. Todo ramo
de labor ha de ser conducido de la manera más cabal y sistemática en que la
larga experiencia y la sabiduría puedan capacitarnos a planear y ejecutar.
«Despierten los maestros a la importancia de este tema, y enseñen
agricultura y otras industrias, lo cual es esencial que los alumnos entiendan.
Tratad de obtener en todo departamento de trabajo los mejores resultados.
Que la ciencia de la Palabra de Dios sea traída al trabajo a fin de que los
alumnos entiendan los principios correctos, y alcancen las normas más altas
que sea posible. Ejerced vuestras capacidades dadas por Dios, y contribuid
con todas vuestras energías al desarrollo de la granja del Señor. Estudiad y
trabajad, a fin de que, como resultado de la siembra de la semilla, se obtenga
el máximo beneficio, y así haya abundante provisión de alimento, tanto
temporal como espiritual, para el número creciente de estudiantes que deben
reunirse con el objeto de ser preparados como obreros cristianos».* (50)405
Los campos están blancos para la siega
A medida que los obreros de las colonias australasianas y los que trabajaban
en las islas del Pacífico siguieron avanzando hacia nuevos territorios, iba
aumentando su convicción de que debía realizarse todo esfuerzo posible
para educar a muchos obreros para la cosecha.
«Por todo nuestro alrededor -declaró la Sra. White en una ocasión en 1898,
mientras asistía a un congreso campestre maravillosamente inspirador
celebrado en la Asociación recientemente formada de Queensland- existen
campos blancos para la siega; y todos nosotros sentimos un intenso deseo
de que estos campos sean trabajados, y de que el estandarte de la verdad
sea levantado en toda ciudad y toda aldea.
«Al estudiar nosotros la vastedad de la obra y la urgencia de entrar en estos
campos sin demora, vemos que se necesitan centenares de obreros donde
ahora hoy sólo dos o tres, y que no debemos perder tiempo antes de edificar
las instituciones donde deben prepararse y educarse obreros».*(51)
Y cuando la junta directiva de la Unión Australasiana, a la luz de las
providencias divinas que abrían puertas, estudió de nuevo su deber de
ocupar nuevos territorios, «reconoció que la escuela, el sanatorio y la fábrica
de productos alimenticios eran tres agentes que trabajaban armoniosamente
en la educación y la preparación de misioneros destinados al campo propio y
al extranjero, los cuales debían salir preparados para ministrar las
necesidades físicas, mentales y morales de sus semejantes». En su informe
a los lectores de la Review con respecto a este paso de progreso dado por
406 sus hermanos de Australia, la Sra. White escribió: «Todos nosotros
sentimos que la obra es urgente. No hay ninguna parte de ella que pueda
esperar. Todo debe progresar sin demora».
En ocasiones, durante los años de ardua labor invertidos en formar un
numeroso grupo de creyentes en Australasia, y en establecer centros donde
los jóvenes pudieran ser preparados como obreros para Dios, la Sra. White y
sus asociados captaron vislumbres de lo que el futuro tenía en reserva para
esa porción del amplio campo de la siega. Los pioneros de ese campo los
-pastores Haskell, Corliss, Israel, Daniells, y otros- habían reconocido muy
pronto la posibilidad de levantar allí mismo obreros que pudieran entrar en las
islas circunvecinas de la Polinesia, de la Melanesia y la Micronesia. Pero
hacia fines de la década del noventa, cuando los diversos ramos de la causa
de la verdad presente -el ramo de las publicaciones, el educacional y el
médico-, se estaban estableciendo bien, y muchos jóvenes surgían como
obreros, los hermanos que estaban a cargo de la Unión Australasiana vieron
más y más claramente las oportunidades de servicio que los rodeaban.
Estas posibilidades del futuro fueron bosquejadas ampliamente por la Sra.
White en comunicaciones dirigidas a los dirigentes de la causa de Dios
reunidos en el congreso de la Asociación General en la primera parte de - «Nuestros hermanos no han discernido el hecho de que al ayudarnos
-les escribió ella concerniente al valor de mantener fuertes centros de
preparación de obreros en Australasia -se están ayudando a sí mismos. Lo
que se dé para comenzar la obra aquí, resultará en el fortalecimiento de la
obra en otros lugares. A medida que vuestros donativos nos liberen de
continuos problemas, permitirán que nuestras labores 407 se extiendan;
habrá una recolección de almas, se establecerán iglesias, y la obra seguirá
creciendo en fortaleza financiera. Tendremos suficientes medios no
solamente para llevar adelante la obra aquí, sino para ayudar a otros
campos. No se gana nada con retener los medios que nos capacitarían para
trabajar con ventaja, extendiendo el conocimiento de Dios y los triunfos de la
verdad en regiones lejanas.(52) Un centro de preparación para campos misioneros En representación de los hermanos y hermanas de Australasia que estaban ansiosos de compartir las cargas del esfuerzo misionero en las regiones lejanas, el pastor A. G. Daniells, en ese tiempo presidente de la Unión Australasiana, informó al congreso de la Asociación General de 1899 el rápido desarrollo que se realizaba, y la sólida fe que todos tenían en su capacidad para unirse con sus colaboradores de los Estados Unidos y Europa a fin de llevar el mensaje del tercer ángel a territorios misioneros. «Nosotros en Australasia -escribió él-, hemos sido lentos en captar el significado de la providencia de Dios al mantener a su sierva, la Hna. White, en este país. Cuando ella vino, todos pensaron que estaba haciéndonos solamente una breve visita. Así también lo pensaba ella. Pero el Señor sabía mejor. El la colocó en este país, y no hace que la nube [que guiaba al pueblo] se levante y se mueva a otra parte. «Desde el momento en que ella llegó, Dios ha estado instruyéndola con respecto a la obra aquí. El ha señalado los errores de nuestros métodos de trabajo. El ha permitido que se coloque otro molde a la obra que 408 se hace en todo el campo. El ha amonestado constantemente a avanzar, a abrirse paso por partes. Todo el tiempo él está dirigiéndonos, e instándonos a ampliar nuestra obra. El ha dado a su sierva una gran preocupación con respecto a la obra educacional. Ha sido terrible la lucha que ha significado realizar lo que Dios ha revelado con sencillez que debía hacerse. Satanás ha disputado cada pulgada de terreno; pero Dios nos ha dado muchas victorias. El ha establecido la escuela de Avondale, y tenemos las más claras evidencias de que él será glorificado en ella. El ha dado detenidas instrucciones con respecto a su ubicación, objeto y dirección. Ahora él nos dice que andamos en la luz que él ha dado, Avondale llegará a ser el centro de preparación para muchos campos misioneros. La mano de Dios está en todas estas cosas. Nos estamos esforzando por despertar a nuestro pueblo para que entienda la situación, y para que haga todo lo que está a su alcance para sostener la obra. Los hermanos están respondiendo con nobleza; pero nuestros recursos visibles son pequeños para la gran obra que se nos insta a realizar. . . «Tenemos un ejército de jóvenes y señoritas inteligentes, ansiosos de prepararse para la obra de Dios. Creemos que en poco tiempo podremos proporcionar un gran número de obreros valiosos para varios campos misioneros que se hallan bajo la bandera británica. El Señor nos está revelando esto por medio del espíritu de profecía, y el hará que esto ocurra».(53)
En un discurso sobre la escuela de Avondale y su obra, dado el sábado 22 de
julio de 1899 por la tarde ante el congreso de la Unión Australasiana de ese
año, la Sra. White destacó considerablemente el carácter 409 misionero de
la obra que ha de hacerse aquí. Ella dijo:
«Dios se ha propuesto que este lugar llegue a ser un centro, una lección
objetiva. Nuestra escuela no ha de establecerse de acuerdo con el modelo de
cualquier otra escuela que haya sido fundada en los Estados Unidos, o de
cualquier otra escuela que haya sido establecida en este país. Estamos
mirando al Sol de justicia, y tratando de captar cada rayo de luz que
podamos. . .
«De este centro hemos de enviar misioneros. Aquí han de ser educados y
preparados, y enviados a las islas del mar y a otros países. El Señor quiere
que nos preparemos para el trabajo misionero. . .
«Hay una obra grande y extensa que realizar. Algunos de los que están acá
pueden sentir que ellos tienen la obligación de ir a la China o a otros lugares
a proclamar el mensaje. Estos deben en primer lugar asumir la posición de
quienes aprenden, y así ser probados».(54) Y este ideal la preparación de muchos obreros cristianos para los campos misioneros necesitados y lejanos fue continuamente mantenido delante de los que sostenían la escuela de Avondale, y constituye el ideal que ha caracterizado la obra allí en los años que siguieron, como lo indica el propio nombre que la escuela ahora lleva: «Colegio Misionero Australasiano». «Hemos avanzado por fe y hemos hecho grandes progresos escribió la Sra. White al final de 1899, porque hemos visto lo que debía hacerse, y nos hemos atrevido a no dudar. Pero hemos hecho la mitad de lo que debe hacerse. No estamos todavía en terreno ventajoso. Hay una gran obra delante de nosotros. En todo 410 nuestro derredor hay almas que anhelan la luz y la verdad; ¿y cómo han de ser alcanzadas?. . . «Mis hermanos y hermanas de Australasia, hay una obra en cada ciudad y en cada suburbio que debe hacerse para presentar el mensaje de misericordia al mundo caído. Y mientras tratamos de trabajar en estos campos necesitados, nos llega el clamor de naciones distantes: ‘Venid y ayudadnos. Esos campos no pueden alcanzarse tan fácilmente, y tal vez no estén tan listos para la cosecha como los campos que se hallan ante nuestra vista, pero no deben ser descuidados. Necesitamos impulsar los triunfos de la cruz. Nuestro santo y seña ha de ser: ‘¡Adelante, siempre adelante!’ No podemos deponer nunca nuestra preocupación por las regiones lejanas hasta que toda la tierra sea alumbrada con la gloria del Señor. «Pero ¿qué podemos hacer nosotros? Nos sentamos a considerar el asunto, oramos, y hacemos planes de cómo empezar la obra en los lugares que nos rodean. ¿Dónde están los fieles misioneros que llevarán esta obra adelante? ¿Y cómo será sostenida? «Por encima de todo, ¿Cómo deben educarse esos misioneros? ¿Cómo deben prepararse para entrar en los campos que se abren? Aquí está nuestro mayor problema. Por lo tanto nuestra ansiedad especial se centra en nuestra escuela de Avondale. Debemos proporcionar aquí facilidades adecuadas para educar a obreros en diferentes ramos. Vemos jóvenes que poseen cualidades tales que, si pueden educarse y desarrollarse adecuadamente, los habilitarán para llegar a ser obreros juntamente con Dios. Debemos darles la oportunidad. Algunos están colocando alumnos en nuestra escuela, y están ayudándoles a sufragar sus gastos, a fin de que lleguen a ser obreros en alguna parte de la viña del Señor. Mucho más debe hacerse en 411 este sentido, y deben realizarse esfuerzos e favor de aquellos a quienes nuestros obreros enviaran desde las islas para ser preparados como misioneros. «En lo futuro más que en lo pasado nuestra escuela debe ser un agente misionero activo, como el Señor ha especificado. . . Debemos tener veinte veces más obreros para suplir la necesidad, tanto en nuestro país como en los territorios extranjeros. Por lo tanto, la escuela de Avondale no debe ser restringida en lo que se refiere a edificios y equipo».(55)
Después de muchos años
Desde 1901 a 1909 el profesor C. W. Irwin actuó como director de la escuela
de Avondale. En su informe a la Asociación General de 1909 presentó un
testimonio del cumplimiento de lo que se había dicho que iba a ocurrir en la
propiedad de Avondale, como sigue:
«A medida que el tiempo ha pasado, y al tener la oportunidad de observar el
desarrollo de la obra, podemos afirmar con absoluta certeza, a base de
nuestra experiencia, que Dios dirigió la selección de este lugar. Todo lo que
se dijo acerca de la ubicación de la escuela en este lugar se ha cumplido;
absolutamente todo».
El profesor Irwin declaró más adelante: «Los hermanos, en consejo con la
Hna. White, habían realizado planes tan amplios y liberales para la escuela,
que a través de mis ocho años de relación con la misma, nunca he
necesitado cambiar uno solo de los planes que ellos habían trazado. Dios ha
dirigido el establecimiento de la obra aquí; y todo lo que hemos tratado de
hacer estos ocho años, ha sido sencillamente el amplio de los planes hechos.
Yo creo 412 que este desarrollo ha demostrado que la instrucción de Dios es
cierta.
» Necesariamente se deduce que al iniciar una escuela de este género en un
campo donde la feligresía era pequeña, y donde los hermanos habían estado
pasando por una seria dificultad financiera, se incurriría en una gran deuda
de unos $23.000 dólares sobre la escuela. Fue aproximadamente en ese
tiempo cuando se lanzó el plan de vender el libro Palabras de vida del gran
Maestro, y nuestros hermanos en ese país se abocaron a la tarea con
ferviente propósito de realizar la instrucción necesaria. Como resultado de
sus esfuerzos, hasta ahora se han recibido más de $20.000 dólares como
producto de la venta de ese libro para la escuela. Cuando empezamos,
prácticamente toda la deuda original de $23.000, había sido liquidada
mediante la venta de Palabras de vida del gran Maestro. . .
«Al principio de esta campaña, el valor de la escuela de Avondale era de unos
$23.000 dólares. El valor actual de la escuela [1909] gira en torno a $67.000.
Añadiendo $20.00 dólares, la cantidad que se ha recibido, a los $23.000 del
valor real, se tiene $43.000 dólares. Sustrayendo esta suma, de $67.000
dólares, que representa el valor real, vemos que la escuela ha ganado,
durante los ocho años pasados, en torno a $24.000 dólares. Esto prueba que
vale la pena tener escuelas industriales.
«Cuando comenzamos nuestra obra en esta escuela, hace ocho años, los
estudiantes estaban ganando alrededor de $2.000 dólares por año en el
trabajo industrial; esto es, trabajaban suficiente para recibir un crédito de
$2.000 dólares por año. Ese trabajo ha crecido en forma constante desde
ese día hasta hoy, de manera que cuando tuvimos nuestro último informe
financiero el 30 de septiembre de 1908, se reveló que 413 los estudiantes,
durante el año anterior, habían ganado $20.000 dólares de su educación».*
(56) . . . Desde la inauguración del trabajo con Palabras de vida del gran
Maestro, nunca hemos solicitado un centavo de donativos del campo.
Creeemos que cuando el Señor dice que una escuela industrial puede
dirigirse con éxito financiero así como de otro tipo, la única cosa que
debemos hacer es aceptar y probar lo que él nos ha dicho que es cierto.
«Me doy cuenta, sin embargo, de que las cifras financieras no son
necesariamente la mejor señal de progreso en una escuela. Se dijo en ese
tiempo, también, que esta escuela había de preparar misioneros para ir a
varios campos y, como sabéis, nosotros en Australia tenemos un amplio
campo misionero, que representa a muchos millones de personas . . ., entre
65 y 70 millones. La mayor parte son nativos, que deben ser alcanzados con
la verdad presente. Hace cinco años no teníamos más que dos o tres
obreros de la escuela de Avondale en estos campos misioneros, pero
actualmente hay en éstos casi treinta jóvenes de nuestra escuela que están
empeñados en una activa labor».(57) Durante el congreso de la Asociación General de 1913, el pastor J. E. Fulton informó concerniente a la escuela de Avondale: «Cada año esta institución proporciona 414 nuevos reclutas para nuestro campo. Muchos que en años anteriores fueron estudiantes en esta escuela están ahora haciendo un trabajo de éxito tanto en nuestro país como en los territorios extranjeros.»(58) 415 - A Través del Sur Rumbo al Congreso de la Asociación
General de 1901
«NUESTROS esfuerzos en los ramos misioneros deben ser mucho más
extensos escribió, la Sra. White poco tiempo antes de regresar a los Estados
Unidos el año 1900. Antes de la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo
debe hacerse una obra más decidida de la que se ha hecho. El pueblo de
Dios no ha de cesar en sus labores hasta que circuya el mundo».
«Resuene por nuestras iglesias el mensaje evangélico convocándolas a una
acción universal. Muestren los miembros de iglesia una fe mayor, obtengan
celo de sus aliados invisibles y celestiales, por el conocimiento de sus
interminables recursos, por la grandeza de la tarea en que están empeñados,
y por el poder de su Líder. Los que se colocan bajo el dominio de Dios, para
ser dirigidos y guiados por él captarán una visión de la continua sucesión de
acontecimientos ordenados por él. Inspirados por el Espíritu de Aquel que
dio su vida por la vida del mundo, no permanecerán inactivos en la
impotencia, señalando lo que no pueden hacer. Poniéndose la armadura del
cielo, avanzarán a la lucha, deseosos de hacer y de atreverse a emprender
trabajos para Dios, sabiendo que su Omnipotencia suplirá sus necesidades».*
(59)416
Centros de influencia y de preparación
Con el rápido desarrollo de las operaciones misioneras en muchos países
durante la década del noventa, habían surgido problemas administrativos,
con respecto a la distribución de obreros y de medios que causaban
perplejidad. Algunos defendían un procedimiento, otros otro. Había personas
que insistían en la ocupación inmediata de las fortalezas del paganismo por
grandes fuerzas de obreros, mientras que otros defendían el procedimiento
de llevar adelante campañas en regiones no ocupadas del país natal, como
por ejemplo, los Estados del sur de Norteamérica, y los países donde los
esfuerzos de los obreros eran recompensados con resultados animadores e
importantes. Estos defendían la idea de que se entrara en los países
misioneros difíciles tan sólo cuando la providencia de Dios abriera con
claridad el camino.
Por varios años la Sra. White habla estado escribiendo con respecto a las
ventajas que se obtienen estableciendo centros de influencia y de
preparación en Inglaterra y en algunos de los países continentales de
Europa, y en otros campos como Australia, donde había buenas perspectivas
de formar y educar a muchachos obreros para entrar en las regiones
distantes menos favorecidas. También ella había estado aconsejando a los
hermanos que condujeran una campaña agresiva en los Estados del sur, y a
menudo había rogado que esta porción del campo fuera tratada liberalmente.
«Constituye la verdadera esencia de toda fe correcta escribió ella el hacer lo
que corresponde al debido tiempo. Dios es el gran Obrero Maestro, y por su
providencia él prepara el ánimo para que su obra sea realizada. El
proporciona oportunidades, y abre 417 líneas de influencia y canales de
trabajo. Si su pueblo está observando las indicaciones de su providencia, y
está listo para cooperar con él, verá realizarse una gran obra. Los esfuerzos
de sus hijos, dirigidos en forma correcta, producirán resultados cien veces
mayores de los que se puede lograr con los mismos medios y facilidades en
otro canal en el cual Dios no está trabajando manifiestamente. . .
«Ciertos países tienen ventajas que los señalan como centros de educación e
influencia. En las naciones de habla inglesa y en los países protestantes de
Europa es comparativamente fácil encontrar acceso a la gente, y hay mucha
ventaja al establecer instituciones y hacer progresar nuestra obra en los
mismos. En algunos países, como la India y la China, los obreros deben
pasar por un largo curso de educación antes que el pueblo pueda
entenderlos, o que ellos puedan en tender al pueblo. Y en cada caso existen
grandes dificultades en la obra. En Estados Unidos, Australia, Inglaterra y
algunos otros países europeos, muchos de estos impedimentos no
existe’.(60) Oportunidades especiales en el sur Durante su viaje al congreso de la Asociación General de 1901, la Sra. White tuvo ocasión de pasar por los Estados del sur, y de hablar palabras de ánimo y consejo a los que estaban trabajando allí. En Vicksburg, Mississippi, se puso ella en directo contacto con la obra que se realiza en favor de los negros, con centro en esa ciudad. En Nashville se encontró con un grupo mayor de obreros, que estaban estudiando diligentemente las necesidades de la causa en los Estados del sur, e inaugurando muchas líneas de trabajo. 418 El Gospel Herald, que antes se imprimía en Battle Creek, se había trasladado a Nashville, y se estaban considerando las ventajas de publicar folletos y libros para la zona sur de Nashville. Acerca de esto la Sra. White testificó: «A medida que la obra sea llevada adelante se abrirán muchos ramos de actividad. Hay mucho trabado que hacer en el sur, y con el propósito de realizar esta obra los obreros deben tener publicaciones adecuadas, libros que presenten la verdad en un lenguaje sencillo, y abundantemente ilustrados. Esta clase de publicaciones serán el medio más efectivo de mantener delante de la gente la verdad. Un sermón puede predicarse y olvidarse pronto, pero un libro permanece».(61)
En comunicaciones escritas pocos meses más tarde sobre la necesidad de
planear con sabiduría para la conducción de una casa editora en el sur, se
señaló claramente que los hermanos responsables en ese campo
cosecharán una rica bendición al preparar y publicar una línea de impresos
especialmente adaptados a las necesidades particulares de las diversas
clases que viven en sus límites.
En mayo de 1901 se organizó la Southern Publishing Association (Casa
Editora del Sur), y se trazaron planes para el fortalecimiento de la obra del
colportaje en la Unión del Sur. Pero la publicación y circulación de impresos
especialmente preparados no sería la única cosa que llenaría la demanda del
campo. «Necesitamos escuelas en el sur declaró la Hna. White. Estas deben
establecerse lejos de la ciudad, en el campo. Debe haber escuelas
industriales y educacionales, donde los negros puedan enseñar a los negros,
y escuelas donde los blancos enseñen a la gente blanca. 419
Deben establecerse misiones».(62) También debe emprenderse obra misionera médica, y muchos pequeños centros deben establecerse en puntos estratégicos para llevar adelante este ramo del esfuerzo. Preparación institucional en muchos países No solamente en el sur se necesitaban instituciones para la educación de obreros. Debían establecerse centros de preparación en muchos países: «En Inglaterra, Australia, Alemania, Escandinavia, y otros países continentales, a medida que avance la obra». «En estos países señaló la Sra. White, el Señor tiene obreros capaces, trabajadores de experiencia. Estos pueden guiar en el establecimiento de instituciones, en la preparación de obreros y en la realización de la obra en sus diferentes ramos. Dios se propone que ellos sean provistos de medios y facilidades. Las instituciones establecidas darían carácter a la obra en esas naciones, y brindarían la oportunidad de preparar obreros para los países paganos que están más en tinieblas. De esta manera la eficiencia de nuestros obreros experimentados sería multiplicada cien veces tanto». (63)
En tanto que habían de colocarse amplios fundamentos en tierras donde
muchos obreros pudieran ser preparados rápidamente para ir a los extremos
de la tierra, no habían de descuidarse las regiones menos favorecidas. Al
respecto la Sra. White escribió: «Nos llega el clamor de campos lejanos:
‘Venid y ayudadnos’. Estas regiones no son alcanzadas tan fácilmente, y no
están listas para la cosecha, como están los campos que se hallan más
cercanos en el ámbito de nuestra 420 vista. Pero no deben ser
descuidadas».(64) Fue el gran deseo de ver el mensaje de la verdad presente proclamado en todos los países lo que indujo a la Sra. White durante el congreso de la Asociación General de 1901 a delinear muy claramente el propósito de Dios de edificar su obra en forma amplia en las regiones favorecidas de la tierra. Fue su deseo ver el mensaje proclamado en las tierras paganas lo que la indujo a urgir el establecimiento de centros de preparación institucional en Gran Bretaña, y en el continente europeo, así como en Australia y en los Estados del sur de los Estados Unidos. Ella señaló la necedad de restringir la obra en tales lugares. «No olvidemos los países de habla inglesa aconsejó ella, donde, si se presentara la verdad, muchos la recibirían y la practicarían. Me ha sido presentada la ciudad de Londres reiteradamente como un lugar en el cual debe hacerse una gran obra. . . ¿Por qué no se han enviado obreros allí, hombres y mujeres que podrían haber planificado el avance de la obra?» Misioneros de sostén propio Me he preguntado por qué nuestro pueblo, los que no están ordenados como ministros pero que tienen una relación con Dios, que entienden las Escrituras, no abren la Palabra a otras personas. Si ellos se ocuparan en esta tarea, sus almas recibirían una gran bendición. . . «Nadie suponga que la obra en Londres puede ser realizada por una o dos personas. Este no es el plan correcto. Aunque debe haber personas que puedan supervisar el trabajo, ha de haber un ejército de obreros que luchen para alcanzar las diferentes clases de gente. . . 421 «Dios pide que su pueblo despierte. Hay mucha obra que realizar, y nadie ha de decir: ‘No queremos a éste. El nos obstruirá el camino. El nos será un estorbo’. ¿No puede Dios encargarse de esto? ¿No hay en esta congregación hermanos que se establezcan en Londres para trabajar por el Maestro? ¿No hay personas que vayan a esa gran ciudad como misioneros de sostén propio? Pero aunque los misioneros han de hacer todo lo que puedan para hacer obra de sostén propio, los que permanecen aquí, los que sábado tras sábado asisten al Tabernáculo para escuchar la Palabra de Dios, los que tienen facilidades y ventajas, cuiden cómo les dicen a quienes son enviados a los campos extranjeros, carentes de toda facilidad y ventaja: ‘Debéis sosteneros a vosotros mismos’. . . «El campo europeo debe recibir la atención que debe tener y no hemos de olvidarnos de los campos cercanos. ¡Considerad a Nueva York! ¿Qué representación de la verdad hay en esa ciudad? ¿Cuánta ayuda se ha enviado hacia allí? Debe establecerse allí nuestra obra educacional y médica, y hay que dar ayuda financiera para esta obra. . . «Dios desea que la obra avance en Nueva York. Debe haber millares de observadores del sábado en ese lugar, y los habría si la obra se hiciera avanzar como debiera. Pero surgen prejuicios. Los hombres quieren que la obra marche de acuerdo con los planes [trazados], y rehúsan aceptar otros planes mayores de parte de otros. Así se pierden oportunidades. En Nueva York debería haber varios pequeños grupos establecidos, y deben enviarse obreros allí. El hecho de que un hombre no esté ordenado como predicador no significa que él no puede trabajar para Dios. Enséñese a los tales cómo trabajar, y entonces permítase que vaya a hacer la obra. Al regresar, cuenten ellos lo que han 422 hecho. Alaben al Señor por sus bendiciones, y vayan de nuevo otra vez. Anímeselos. Unas pocas palabras de estímulo serán una inspiración para ellos» .(65)
Reorganización
A fin de que la causa de Dios pudiera prosperar, era imperativo que la
administración fuera de tal naturaleza que permitiera el máximo desarrollo
posible en todos los ramos de servicio. «Dios desea que su obra sea un poder
que vaya surgiendo, ampliándose y engrandeciéndose -declaró la Sra. White
durante una reunión de junta un día antes que se hiciera la apertura oficial del
congreso de la Asociación General-. Pero la dirección de la obra se está
haciendo confusa en sí misma. . . Dios pide que haya un cambio».(66) En el primer día del congreso, la Sra. White habló algo más acerca de estos asuntos. «Debe darse más fuerza a la administración de la Asociación. . . Dios no ha colocado ningún poder monárquico en nuestras filas para controlar esta rama o la otra rama de la obra. La obra ha sido grandemente restringida por los esfuerzos para controlarla en todos los ramos. Aquí hay una viña que presenta lugares desiertos en los cuales no se ha trabajado. Y si alguno ha de empezar a labrar estos lugares en el nombre del Señor, a menos que obtenga permiso de los hombres que están en un pequeño círculo de autoridad no recibirá ninguna ayuda. Pero Dios se propone que sus obreros tengan ayuda. Si cien empezaran en una misión a trabajar estos campos destituidos, clamando a Dios, él abriría el camino delante de ellos. . . Si la obra no hubiera sido restringida de esta forma,. . . habría avanzado 423 con majestad. Habría progresado con debilidad al comienzo, pero el Dios del cielo vive; el gran Inspector vive. . . «Debe haber una renovación, una reorganización; deben otorgarse un poder y una fuerza a las juntas directivas, que son necesarios».(67)
Unos pocos días más tarde, cuando se propuso organizar el campo del sur
como una unión fuerte, la Sra. White, en otro discurso ante los delegados
dijo:
«Los arreglos que se están haciendo para ese campo están de acuerdo con
la luz que me ha sido dada. Dios desea que el campo del sur tenga una
asociación propia. La obra debe llevarse a cabo allí en forma diferente de la
obra que se hace en cualquier otro lugar. Los obreros allí deben trabajar con
planes propios, y sin embargo la obra será realizada. . .
«El Señor de Israel nos unirá a todos. La organización de nuevas
asociaciones no ha de separarnos. Ha de unirnos. Las asociaciones que se
han formado han de depender poderosamente del Señor, de manera que por
medio de ellas Dios pueda revelar su poder, haciendo de los hombres
excelentes ejemplos de cómo llevar frutos».(68) En años posteriores, cuando los hermanos responsables estaban poniendo en práctica en forma más o menos completa estos planes, la Sra. White en muchas ocasiones se regocijó por el éxito que estaba coronando los esfuerzos de un ejército de obreros cuya preparación para el servicio había sido obtenida en fuertes centros de preparación de Norteamérica, Europa y Australasia. Grande fue el regocijo de la Sra. White cuando los 424 informes de nuestros misioneros en la China indicaron que el Señor iba delante de nuestros obreros en ese país de una manera especial, preparando los corazones de los paganos para la recepción de la verdad presente. A medida que Dios abría el camino en campos donde en años anteriores había sido difícil entrar, ella instó a los hermanos responsables de hacer todo lo que estaba a su alcance para cooperar con los agentes celestiales que se hallaban manifiestamente activos en los lugares oscuros de la tierra. Al mismo tiempo ella continuó animando a los que tenían que ver con la obra de las instituciones, a mantener delante de los jóvenes que se preparaban los altos ideales por los cuales nuestras instituciones denominacionales se habían afanado, y a redoblar sus esfuerzos para preparar a muchos obreros a fin de que entraran en los campos que maduraban para la cosecha. De esta manera, el país que servía de base, ora estuviera en América, Europa o Australasia, o en otros países favorecidos, había de estar vinculado estrechamente con las regiones lejanas; y todas las agencias establecidas para el progreso de la causa de Dios habían de cooperar para la realización de un solo propósito: la preparación de un pueblo para la venida del Señor.425 53.En la Capital de Estados Unidos LA DESTRUCCIÓN por fuego, ocurrida en un mismo año, de los principales edificios de dos de las instituciones más importantes de Battle Creek, Michigan, indujeron a los hermanos a estudiar las ventajas que habría para la causa de Dios en el traslado de la sede denominacional y de la casa editora Review and Herald a algún otro lugar. Este problema se presentó ante los delegados reunidos en el congreso de la Asociación General de 1903. Se instó a los hermanos a que expresaran libremente sus convicciones en cuanto a lo que convenía hacer. Mientras estaban en consejo, la Sra. White, que asistía como delegado, presentó un testimonio decidido en favor de adoptar un procedimiento que resultara en una diseminación amplia de las verdades del mensaje del tercer ángel. Ella llamó la atención a los consejos a menudo repetidos de establecer centros de influencia en puntos estratégicos, y de hacer arreglos para una sabia distribución de las fuerzas de obreros, más bien que seguir los planes tendientes a la centralización. Las estacas debían ser fortalecidas sólo para que las cuerdas fueran alargadas. Desde centros establecidos, la influencia de la verdad presente había de extenderse a todo el mundo. La Sra. White dijo, en parte: 426 «¿Querrán los que están reunidos en Battle Creek escuchar la Voz que les habla, y entender que han de esparcirse en diferentes lugares, donde puedan hacer posible que irradie el conocimiento de la verdad, y donde puedan obtener una experiencia diferente de la que han estado obteniendo? «En respuesta a la pregunta que fue hecha con respecto al establecimiento [de la sede y las instituciones de Battle Creek] en otro lugar, yo contesto: Sí. Sean trasladadas las oficinas de la Asociación General y de la obra de publicaciones de Battle Creek a otro lugar. No sé cuál será el lugar, si debiera ser sobre la costa del Atlántico o en alguna otra parte; pero esto es lo que diré: Nunca pongáis una piedra o un ladrillo más en Battle Creek para reedificar la oficina de la Review. Dios tiene un lugar mejor para ella».(69)
De Battle Creek hacia el este
Antes de terminar el congreso de la Asociación General del año 1903 los
delegados habían votado:
«Que las oficinas de la Asociación General sean trasladadas de Battle Creek,
Michigan, a algún otro lugar favorable para su obra en los Estados del
Atlántico».(70) Inmediatamente después de la finalización de la sesión del congreso, la junta directiva de la Asociación General tomó el siguiente acuerdo: «Votado, que favorezcamos el establecimiento de la sede de la Asociación General en las vecindades de la ciudad de Nueva York».(71)
Y en la cuadragesimotercera reunión anual de la 427 Review and Herald
Publishing Association, celebrada el 21 de abril de 1903, se adoptaron
recomendaciones tendientes a la transferencia de la obra de esa asociación a
algún otro punto de los Estados del este.
Al discutir estas recomendaciones, se reiteró el propósito señalado durante el
congreso de la Asociación General: colocar la institución donde pueda dar al
mensaje del tercer ángel una publicidad mundial. Uno de los miembros de la
comisión de resoluciones declaró, en apoyo de la recomendación ofrecida:
«¿Por qué hablamos del traslado de esta institución? ¿No es acaso para
establecernos donde podamos hacer la obra confiada a nosotros en forma
más ventajosa? ¿No es para ubicarnos donde . . . podamos acelerar el
avance de nuestro mensaje por todo el mundo, y llevar nuestra obra a una
gloriosa consumación?»(72) En busca de un lugar Como paso preliminar de la tarea de poner en efecto las recomendaciones del congreso y de los accionistas de la Review and Herald, hombres representativos fueron elegidos para servir como miembros de una comisión de locación. Antes de comenzar con su trabajo, escribieron ellos a la Sra. White, pidiéndole que les comunicara cualquier luz definida que ella tuviera con respecto al lugar exacto a donde debieran mudar los intereses de la obra de publicaciones. En su primera respuesta a su pedido, la Sra. White escribió: «No tengo ninguna luz especial, salvo lo que habéis recibido, con referencia a Nueva York y las otras grandes ciudades que no han sido trabajadas. Deben hacerse esfuerzos decididos en Washington, D. C. Es triste el informe que tenemos actualmente, que muestra 428 cuán poco se ha realizado allí. Será mejor considerar lo que puede hacerse por esta ciudad, y ver qué procedimiento sería el más apropiado. «Ya se han presentado claros testimonios en cuanto a la necesidad de hacer esfuerzos resueltos para presentar la luz a los habitantes de Washington. . . «Quiera el Señor ayudarnos a movernos inteligentemente y con oración. Yo estoy segura de que él anhela que sepamos, y bien pronto dónde debemos colocar nuestra casa editora. Estoy satisfecha con el hecho de que nuestra única conducta segura es estar listos para movernos en el preciso momento cuando se mueve la nube. Oremos porque el Señor nos dirija. El nos ha indicado, por su providencia, que quiere que abandonemos Battle Creek… «Se debe trabajar en Nueva York, pero si nuestra casa editora debe establecerse allí, no lo sé. No considero la luz que he recibido lo suficientemente definida como para favorecer ese movimiento. «Elevemos todos nuestro corazón a Dios en oración, teniendo fe de que él nos guiará. ¿Qué más podemos hacer? Dejemos que él nos indique dónde establecer la casa editora. Que no prevalezca nuestra propia voluntad, sino que hemos de buscar al Señor, y seguir en pos de él donde él abra el camino».(73)
La comisión se reunió en la ciudad de Nueva York el 18 de mayo de 1903,
trazó sus planes, y empezó de inmediato una inspección de las propiedades
disponibles que había en los lugares suburbanos, y a lo largo del estrecho y
del río Hudson. Día tras día continuaron su búsqueda, hasta que finalmente
comenzaron a perder la esperanza de encontrar alguna cosa adecuada para
sus necesidades. Dos o tres miembros del grupo 429 habían regresado ya a
Battle Creek cuando se recibió una segunda carta de la Sra. White en la cual
ella daba los siguientes consejos adicionales:
«Anoche me fueron presentadas muchas cosas con respecto a nuestros
actuales peligros, y algunas cosas relativas a la obra de publicaciones fueron
traídas muy distintamente a mi mente.
«Mientras nuestros hermanos buscan dónde ubicar la casa editora Review
and Herald, han de buscar fervientemente al Señor, actuar con cuidado,
vigilancia y oración, y con un sentido constante de su propia debilidad. No
debemos depender del juicio humano. Debemos buscar la sabiduría que
Dios da. . .
«Con respecto a establecer la institución en Nueva York, debo decir: tened
cuidado. No estoy en favor de que sea allí. No puedo dar todas las razones,
pero estoy segura de que cualquier lugar a menos de cuarenta y cinco
kilómetros de esa ciudad sería demasiado cercano. Estudiad los alrededores
de otros lugares. Estoy segura de que debemos investigar cuidadosamente
las ventajas de Washington, D. C.
«Los obreros relacionados con la casa editora deben tener mucho cuidado.
Nuestros jóvenes y señoritas no deben ser colocados donde estarían en
peligro de ser entrampados por Satanás.
«No debemos establecer esta institución en una ciudad, ni en los suburbios
de una ciudad. Debe establecerse en un distrito rural, donde pueda estar
rodeada de terreno. En los arreglos hechos para su establecimiento debe
considerarse el clima . La institución debe estar ubicada donde la atmósfera
sea saludable. A este asunto debemos darle un importante lugar en nuestras
consideraciones, pues cualquiera sea el lugar donde se establezca la oficina
de publicaciones, también debe ser adecuado para un pequeño sanatorio o
430 para establecer una pequeña escuela agrícola. Por lo tanto, debemos
encontrar un lugar que tenga suficiente terreno para estos propósitos. No
debemos establecernos en un centro congestionado.
«Hermanos míos, iniciad la obra en forma inteligente. Cada punto sea
considerado cuidadosamente y con oración. Después de mucha oración y
frecuente consulta los unos con los otros, actuad de acuerdo con el mejor
juicio de todos. Que cada obrero sostenga a los demás. No desmayéis ni os
desaniméis. Mantened vuestras facultades perceptivas agudas y claras,
aprendiendo constantemente de Cristo, el Maestro que no puede errar».(74) Siendo que la comisión no había encontrado nada en la vecindad de Nueva York que llenara los requerimientos necesarios, y en vista de que en ambas cartas se aconsejaba que la comisión estudiara las ventajas de Washington, algunos miembros de la misma decidieron ir a esa ciudad, pero con poca esperanza de encontrar las ventajas deseadas. Sin embargo resultaron agradablemente sorprendidos. «No habíamos buscado lugar mucho tiempo -escribió uno de los miembros de la comisión-, antes de que comenzara a dominarnos la convicción de que, después de todo, Washington podía ser el lugar para nuestra sede. A medida que avanzábamos, esta convicción se hacía más profunda. Hemos encontrado condiciones aquí mucho más de acuerdo con el consejo recibido, que las que hallamos en ningún otro lugar».(75)
Poco tiempo después de que los hermanos llegaran a esta convicción,
recibieron una tercera carta de la 431 Sra. White, en la que ella decía:
«Hemos estado orando por luz con respecto al lugar de nuestra obra en el
este y hemos recibido esa luz de una manera muy decidida. Me fue dada luz
positiva en el sentido de que nos serán ofrecidos en venta lugares en los
cuales se ha gastado mucho dinero por parte de hombres que tenían dinero
para usarlo con liberalidad. Los propietarios de estos lugares mueren, o su
atención es llamada a algún otro objeto, y su propiedad se ofrece a la venta a
un precio muy bajo.
«Con respecto a Washington, diré que hace veinte años deberían haberse
establecido monumentos conmemorativos para Dios en esa ciudad, o más
bien en sus suburbios. . .
«Estamos muchos años atrasados en dar el mensaje de advertencia en la
ciudad que es la capital de nuestra nación. Una y otra vez el Señor me ha
presentado a Washington como un lugar que ha sido extrañamente
descuidado. . . Si hay un lugar en donde, por encima de otros, debe
establecerse un sanatorio, y donde debe realizarse obra evangélica, es
Washington. . .
«Os presento este asunto como algo que me conmueve poderosamente. Una
cosa es cierta: no nos veremos libres de cargo a menos que inmediatamente
hagamos algo en Washington para representar a nuestra obra. No podré
descansar hasta que no vea la verdad avanzando como una lámpara que
arde. . .
«Por la luz que me ha sido dada sé que, en este momento, la sede de la
Review and Herald debe estar cerca de Washington. Si en nuestros libros y
periódicos nuestro sello editorial tiene la dirección de Washington, D. C., se
verá que no tenemos temor de permitir que nuestra luz brille. Establézcase la
obra publicadora cerca de Washington. De esta manera mostraremos que
estamos tratando de hacer lo que Dios nos ha pedido 432 para proclamar el
último mensaje de misericordia a un mundo que perece».(76) Condiciones favorables en Takoma Park, D. C. Durante la parte final de julio de 1903, se reunieron en Washington, D. C., hermanos que representaban muchas partes del campo , y procedieron de inmediato a inspeccionar los alrededores alejados del distrito de Columbia para encontrar propiedades adecuadas. Mañana tras mañana, antes de salir, se reunían para orar con fervor en procura de dirección divina. Y sus oraciones fueron señaladamente contestadas. En Takoma Park, una de las ciudades más atractivas y saludables que hay cerca de Washington, se encontró una propiedad de 50 acres (unas 20 hectáreas), que parecía reunir todos los requisitos. El terreno, que se elevaba a unos 300 metros, distaba solamente unos 13 kilómetros del edificio del Capitolio y, como estaba en los límites de Takoma Park, tenía las ventajas de los servicios postales, de gas, agua, cloacas y calles. Al mismo tiempo estaba suficientemente aislado por tupidas arboledas para tener las ventajas adicionales de una propiedad de campo más bien retirada. La propiedad estaba cubierta por centenares de árboles silvestres, y a un costado de la misma y sin embargo dentro de sus límites, corría un pintoresco arroyo alimentado por fuentes vivas. En años anteriores esta propiedad había sido elegida por un médico de Boston para establecer un sanatorio, y en ella había gastado, incluyendo el precio de compra, unos 60.000 dólares. Con un costo elevado había limpiado la zona de malezas, troncos y desperdicios; pero no pudo financiar la empresa que se había 433 propuesto, y después de su muerte la propiedad había caído en manos de un caballero que tenía una hipoteca de 15.000 dólares garantizada por ese terreno, y estaba ahora ofreciéndolo por 6.000 dólares. Los hermanos sintieron que era su deber comprar sin demora esta hermosa propiedad, para hacer de esta manera factible el establecimiento de un sanatorio y una escuela cerca de la sede denominacional propuesta. Aunque la propiedad de Takoma Park, de unas 20 hectáreas, estaba situada a más de un kilómetro y medio fuera del límite del Distrito de Columbia, la comisión pudo comprar en la misma villa suficiente terreno dentro de la línea del distrito federal para servir como sede de la fábrica de la Review and Herald. Se obtuvieron lotes adyacentes para la administración de la Asociación General y para el edificio de la iglesia local, así como para el edificio de la escuela primaria. Así se estaba abriendo el camino, paso a paso, para el rápido traslado de la Review and Herald y de las oficinas de la Asociación General, desde Michigan a la capital de la nación. No pasaron más de unas pocas semanas antes que se hiciera la transferencia, y los hermanos se establecieron en edificios alquilados temporariamente en el corazón de la ciudad, hasta la erección de los edificios de Takoma Park. Un paso adelante «El traslado a Washington de la obra que hasta aquí se había hecho desde Battle Creek -escribió la Sra. White a los que se habían aventurado a hacer el traslado- es un paso en la debida dirección. Hemos de continuar avanzando hacia las regiones lejanas, donde el pueblo está en tinieblas espirituales».(77) 434
Los que avanzaron por fe fueron recompensados ricamente; y a medida que
trabajaban veían cada vez más claramente la sabiduría del paso que habían
tomado. «A medida que pasan los meses -escribió el redactor de la Review
en una nota, el 25 de febrero de 1904-, podemos ver con más claridad el
significado del traslado de la sede de nuestra obra a Washington, y apreciar
la oportunidad que se nos ofrece aquí de establecer monumentos
conmemorativos de la verdad tales que ejerzan una amplia influencia en favor
de este mensaje. Por la instrucción dada por el espíritu de profecía, es claro
que todo ramo de la obra institucional -la obra de publicaciones, la
educacional, y la médica- debe establecerse aquí de una manera
representativa, y que ha de llevarse a cabo una obra de evangelismo
continuo, de manera que pueda haber una representación adecuada de este
mensaje como movimiento misionero en la capital de la nación y en la sede
de nuestra obra denominacional».
Palabras de ánimo
En la primera parte de 1904 la Sra. White decidió ir a Washington, en
persona, para pasar algunos meses allí mientras se echaran los cimientos.
En el curso de su primer sermón, el sábado 30 de abril de 1904, ella dijo:
«En la ciudad de Washington hay mucho que hacer. Estoy agradecida a Dios
por el privilegio de ver la tierra que se ha comprado para nuestra obra
institucional en este lugar. La adquisición de estos terrenos estaba en la
providencia del Señor, y alabo a Dios porque nuestros hermanos han tenido
la fe de dar este paso de avance. Al observar esta ciudad me doy cuenta de
la magnitud de la obra que ha de hacerse. . .
«Dios pide ahora que todo creyente que está en este centro realice su parte
individual en ayudar a construir 435 la obra que debe hacerse».(78) Pocos días más tarde, la Sra. White; escribió: «El lugar que se ha obtenido para nuestra escuela y sanatorio es todo lo que podría desearse. La tierra se parece a las presentaciones que me ha mostrado el Señor. Está adecuada para su propósito. Hay amplio lugar para una escuela y un sanatorio, sin que ninguna de estas instituciones se vea limitada. . . «Se ha elegido para la oficina de publicaciones un buen sitio a una distancia prudencial del correo; y ha de encontrarse también un lugar de reuniones. Pareciera que Takoma Park ha sido especialmente preparada para nosotros, y que ha estado esperando ser ocupada por nuestras instituciones y sus obreros. «Mis esperanzas para este lugar son grandes. El territorio que rodea a Washington por kilómetros y kilómetros ha de ser trabajado desde aquí. Estoy tan agradecida de que la obra se va a establecer en este lugar. Si Cristo estuviera en este terreno, él diría: ‘Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega’ (Juan 4: 35)».(79)
«Levantaos y edificad»
Con el propósito de establecer un fuerte centro educacional en la sede de la
denominación, los hermanos hallaron necesario hacer planes para reunir un
fondo de 100.000 dólares. «La palabra de Dios a sus obreros de Washington
es ésta: ‘Levantaos, y edificad’ -escribió la Sra. White en uno de sus
llamamientos publicados en favor de este fondo-; y la palabra de Dios a este
pueblo en todas las asociaciones es: ‘Fortaleced las manos de los que
edifican’. La obra en Washington ha de avanzar en línea recta, sin demora ni
obstáculo. 436 No se la detenga por falta de recursos».(80) Noblemente los hermanos y hermanas del mundo entero respondieron a los pedidos de fondos para establecer un centro fuerte para la preparación de obreros en la capital de la nación; tan noblemente, de hecho, que cuando los delegados al congreso de la Asociación General de 1905 se reunieron en el hermoso bosque que había sido comprado en Takoma Park, y presentaron los donativos de las asociaciones para el cierre del fondo, hallaron que la suma fijada había sido sobrepasada, y que disponían de un superávit para usarlo como subvenciones a las misiones. «Nos sentimos muy agradecidos a nuestro Padre celestial -declaró la Sra. White durante el congreso de 1905 en que se presentó el fondo- porque ha conmovido, mediante su Santo Espíritu, las mentes de los hermanos para dar tan liberalmente a favor del establecimiento de su obra en Washington. . . El pondrá su aprobación sobre los esfuerzos para adelantar su obra según los lineamientos que él mismo ha señalado». (81)437 - En el Sur de California
«TODAS nuestras instituciones médicas se hallan establecidas como
instituciones adventistas del séptimo día, para representar los diversos
aspectos de la obra médico-misionera y evangélica, y así preparar el camino
para la venida del Señor»,(82) escribió la Sra. White en 1903, cuando se estaba considerando el desarrollo de la obra médico-misionera en el sur de California. «Si hemos de incurrir en los gastos de edificar sanatorios con el propósito de que podamos trabajar en la salvación de los enfermos y afligidos, debemos planear nuestra obra de tal manera, que los que deseen ayuda reciban la ayuda que necesitan. Hemos de hacer todo lo que está a nuestro alcance en favor del cuerpo, pero hemos de hacer del sanamiento del alma el asunto de máxima importancia. A los que vienen a nuestros sanatorios como pacientes ha de mostrárseles el camino de la salvación, para que puedan arrepentirse, y escuchar las palabras: Tus pecados te son perdonados; ve en paz y no peques más».(83)
Debido a las extraordinarias oportunidades que se presentaban para la
salvación de almas, la Sra. White ofreció un testimonio decidido en favor del
establecimiento 438 de un grupo de instituciones médicas en el sur de
California. «Por la luz que me ha sido dada cuando estaba en Australia, y que
me ha sido renovada desde que volví a los Estados Unidos -escribió ella en
1902-, yo sé que la obra en el sur de California debe avanzar más
rápidamente. La gente que afluye a ese lugar en procura de salud debe
escuchar el último mensaje de misericordia. . .
«Desde muchos lugares del sur de California la luz debe brillar para alumbrar
a las multitudes. La verdad presente ha de ser una ciudad asentada sobre un
monte, que no se puede esconder.
«En el sur de California hay muchas propiedades para la venta, en las cuales
ya se han levantado edificios adecuados para sanatorios. Algunas de estas
propiedades deben ser compradas, y la obra médico-misionera debe ser
llevada adelante según planes inteligentes y racionales. Han de establecerse
varios sanatorios pequeños en el sur de California para el beneficio de las
multitudes que acuden allí con la esperanza de encontrar salud. Me ha sido
dada instrucción en el sentido de que ahora es nuestra oportunidad de
alcanzar a los inválidos que acuden a los centros de salud del sur de
California, y de que debe hacerse una obra en favor de los que asisten a
ellos. . .
«En vez de invertir en una sola institución médica todos los recursos que se
pueden lograr, debemos establecer sanatorios menores en muchos lugares.
Muy pronto la reputación de los centros de salud del sur de California será
mayor que al presente. Ahora es el tiempo en que debemos entrar en ese
campo con el propósito de llevar adelante la obra médico-misionera».*
(84)439
Durante los años en que se dieron consejos similares a éstos, la Sra. White
visitó el sur de California en varias ocasiones, con la esperanza de animar a
los hermanos a perseverar en la búsqueda de propiedades adecuadas para
ser empleadas como instituciones médicas. A veces, en visiones de la
noche, se le daban cuadros rápidos de sanatorios que estaban funcionando.
Ella trataba de poner por escrito y pasar a los hermanos estas
presentaciones. En otras oportunidades se traía delante de ella una vívida
instrucción que le fuera dada en años anteriores con respecto al propósito y
objetivo de la obra médico-misionera y en cuanto al modelo que debía
seguirse al establecer y mantener sanatorios en diferentes partes del mundo.
Mientras que los ojos de algunos hermanos estaban dirigidos hacia las
ciudades, la Sra. White llamó la atención a las ventajas de un sitio en el
campo, y a los beneficios que recibirían los pacientes en lugares distantes de
las influencias de la vida moderna de la ciudad. Porciones considerables de
esta instrucción fueron publicadas en Testimonies for the Church, tomo
7.(85) Entre las presentaciones referidas están las siguientes: «En las horas de la noche observé el cuadro de un sanatorio en el campo. La institución no era grande, pero estaba completa. Se hallaba rodeada de árboles hermosos y de arbustos, más allá de los cuales había huertas y bosquecillos. Había, en relación con el lugar, jardines en los cuales las pacientes, cuando así lo deseaban, podían cultivar flores de toda clase; cada paciente seleccionaba un sector especial para cuidar. El ejercicio al aire libre en estos jardines era prescrito 440 como parte del tratamiento regular. «Pasó delante de mí una escena tras otra. En una escena un número de pacientes afligidos acababa de llegar a uno de nuestros sanatorios de campo. En otra escena vi al mismo grupo, pero, ¡oh, cuán transformada estaba su apariencia! La enfermedad se había ido, la piel era clara, y el semblante alegre; el cuerpo y la mente parecían animados de nueva vida. . . «Muchos de los pacientes afligidos vendrán de las ciudades al campo, rehusándose a conformarse con los hábitos, costumbres y modas de la vida de la ciudad; ellos tratarán de volver a obtener la salud en algunos de nuestros sanatorios del campo. Así, aunque estemos lejos de la ciudad 40 ó 50 kilómetros, podremos alcanzar a la gente, y los que desean salud tendrán oportunidad de volver a obtenerla en condiciones más favorables. «Dios obrará maravillas por nosotros si cooperamos con él con fe. Sigamos, pues, una conducta razonable como para que nuestros esfuerzos puedan ser bendecidos por el cielo y coronados de éxito».(86)
Los consejos relativos a la extensión de la obra médico-misionera no se
limitaban a una sección favorecida. «Dios calificó a su pueblo para iluminar al
mundo -escribió la Sra. White mientras estaba pensando especialmente con
respecto a las oportunidades que los adventistas del séptimo día tenían en el
sur de California-. El les ha confiado facultades mediante las cuales han de
extender su obra hasta que ésta circunde el globo. En todas partes de la
tierra han de establecer sanatorios, escuelas, casas editoras y facilidades
parecidas para la realización de su obra. . . Han de establecerse misiones
médicas en muchos países, 441 para actuar como mano ayudadora de Dios
en el ministerio a los afligidos.
«Cristo coopera con los que se empeñan en la obra médico-misionera. Los
hombres y mujeres que hacen abnegadamente lo que pueden para
establecer sanatorios y salas de tratamiento en muchos países, resultarán
ricamente recompensados. Los que visitan estas instituciones se
beneficiarán física, mental y espiritualmente; los cansados serán refrescados,
el enfermo será, restaurado a la salud, y el hombre cargado de pecado será
aliviado. En países lejanos se oirán acciones de gracias y voces de melodía
de parte de aquellos cuyos corazones, han sido conducidos del pecado a la
justicia por medio de estas agencias. Por sus cantos de agradecida alabanza
se presentará un testimonio que ganará a otros a la lealtad a Cristo y al
compañerismo con él».(87) En ocasión de la dedicación del Sanatorio de Loma Linda, el 15 de abril de 1906, la Sra. White revivió algunas de las notables providencias que había coadyuvado con los esfuerzos de los hermanos para comprar las propiedades para ese sanatorio en el sur de California. También delineó ella brevemente el propósito divino que habría de lograrse por medio de estas agencias. En el curso de sus observaciones declaró: «Solemne es la responsabilidad que descansa sobre los misioneros médicos. Han de ser misioneros en el verdadero sentido del término. Los enfermos sufrientes que son confiados al cuidado de los ayudantes en nuestras instituciones médicas, no deben sentirse chasqueados. Enséñeseles a vivir en armonía con el cielo. Al aprender a obedecer las leyes de Dios, serán ricamente bendecidos física y espiritualmente. 442 «La ventaja de la vida al aire libre no debe perderse nunca de vista. ¡Cuán agradecidos debemos estar de que Dios nos haya dado hermosas propiedades para sanatorios en Paradise Valley, en Glendale y en Loma Linda! ‘¡Fuera de las ciudades! ¡Fuera de las ciudades!’, éste ha sido mi mensaje por años. No podemos esperar que el enfermo se recobre rápidamente cuando está encerrado entre cuatro paredes, en alguna ciudad, sin ninguna vista hacia afuera, a excepción de casas, casas y casas, sin nada para animarlo, nada para aliviarlo. Y sin embargo, ¡cuán lentamente algunos se han de dar cuenta de que las ciudades tan atestadas no son lugares favorables para la obra de un sanatorio! «Aún en el sur de California, no hace muchos años, había algunos que favorecían la erección de un gran edificio de sanatorio en el corazón de Los Ángeles. A la luz de la instrucción que Dios ha dado, no podíamos consentir en la realización de un plan semejante. En visiones de la noche el Señor me había mostrado propiedades no ocupadas en el campo, adecuadas para el propósito de un sanatorio, que estaban a la venta a un precio muy inferior a su costo original. «Esto ocurrió un tiempo antes que encontráramos estos lugares. Primero compramos el sanatorio de Paradise Valley, cerca de San Diego. Unos pocos meses más tarde, en la buena providencia de Dios, descubrimos la propiedad de Glendale, y ésta fue comprada y preparada para el servicio. Pero se nos instruyó en él sentido de que nuestra obra de establecer sanatorios en el sur de California no estaba completa; y en varias ocasiones diferentes; recibimos testimonios de que debía realizarse obra médico-misionera en alguna parte de las vecindades de Redlands. «En un artículo publicado en la Review, el 6 de abril 443 de 1905, yo escribí lo siguiente: » ‘En nuestro camino de vuelta a Redlands, cuando nuestro tren recorrió muchos kilómetros de plantaciones de naranjos, yo pensé en los esfuerzos que debían hacerse en este hermoso valle para proclamar la verdad en este tiempo. Reconocí esta sección del sur de California como uno de los lugares que me habían sido presentados con la instrucción de que allí debía haber un sanatorio plenamente equipado. » ‘¿Por qué se han dejado sin trabajar campos como Redlands y Riverside?. . . El Señor quiere tener a hombres y mujeres valientes y fervorosos que asuman la obra en estos lugares. La causa de Dios ha de hacer progresos más rápidos en el sur de California que lo que ha hecho en lo pasado. Cada año miles de personas visitan el sur de California para encontrar salud, y por diferentes métodos debemos tratar de alcanzarlos con la verdad. Deben escuchar la amonestación a prepararse para el gran día del Señor, que es inminente. . . Obreros que puedan hablar a las multitudes han de establecerse donde puedan encontrar al público, para darle el mensaje de amonestación. . . Sean ellos rápidos en aprovechar las oportunidades para hablar de la verdad presente a quienes no la conocen. Den ellos el mensaje con claridad y poder, para que los que tengan oídos para oír oigan’. «Estas palabras fueron escritas antes que yo tuviera ninguna noticia acerca de la propiedad de Loma Linda. Todavía la carga de establecer otro sanatorio descansaba sobre mí. En el otoño de 1903 tuve la visión de un sanatorio en medio de campos hermosos, en alguna parte del sur de California, y ninguna de las propiedades que yo había visitado respondía a la presentación dada en esa visión. En ese tiempo, escribí acerca de la visión a nuestros hermanos y hermanas 444 reunidos en el congreso campestre de Los Ángeles, en la primera parte de septiembre de 1903. «Mientras asistía al congreso de la Asociación General de 1905, en Washington, D. C., recibí una carta del pastor J. A. Burden, en la cual él describía una propiedad que había encontrado a unos siete kilómetros al oeste de Redlands, nueve kilómetros al oeste de San Bernardino, y a unos quince kilómetros al noroeste de Riverside. Al leer la carta, tuve la impresión de que éste era uno de los lugares que había visto en visión. . . «Más tarde, cuando visité esta propiedad, la reconocí como uno de los lugares que, hacía dos años, había visto en visión. ¡Cuán agradecida estoy al Señor nuestro Dios por este lugar completamente preparado para que nosotros lo usemos para el honor y la gloria de su nombre!»(88)
Ante los delegados reunidos en el congreso general de 1909, la Sra. White
describió algunas de las experiencias relacionadas con el establecimiento de
la obra médico-misionera, sobre una base sólida, en el sur de California, y se
refirió particularmente a la mano prosperadora de Dios al proveernos
facilidades para la preparación de muchos médicos misioneros evangelistas
para un servicio mundial. En este sentido ella dijo:
«Una de las principales ventajas de Loma Linda es la agradable variedad de
las escenas encantadoras que hay por todas partes. La extensa vista del
valle y de la montaña es magnífica. Pero más importante que la
magnificencia de la escena y la belleza de los edificios y terrenos espaciosos,
es la estrecha proximidad de esta institución a un distrito densamente
poblado, y la oportunidad que así se ofrece de comunicar a muchísima 445
gente un conocimiento del mensaje del tercer ángel. Debemos tener claro
discernimiento espiritual, o de otra manera dejaremos de discernir las
providencias de Dios que abren puertas y que están preparando el camino
para nosotros a fin de que iluminemos al mundo.
«Con la posesión de este lugar viene la pesada responsabilidad de hacer que
la obra de la institución sea de carácter educacional. Loma Linda ha de ser
no solamente un sanatorio, sino también un centro educacional. Ha de
establecerse una escuela aquí para la preparación de misioneros médicos
evangelistas. . .
«En Loma Linda tenemos un centro ventajoso para la realización de varias
empresas misioneras. Podemos ver que estaba en la providencia de Dios
que este sanatorio fuera puesto en posesión de nuestros hermanos.
Debemos apreciar a Loma Linda como un lugar que el Señor previó que
necesitaríamos y que nos dio. Hay una preciosa obra que debe hacerse en
relación con el sanatorio y la escuela de Loma Linda, y esta obra será hecha,
cuando todos nosotros trabajemos con ese propósito, moviéndonos en forma
unida según los planes de Dios».* (89)446 - El Terremoto de San Francisco
EL JUEVES 12 de abril de 1906 por la tarde, la Sra. White salió de su casa
para asistir a la reunión anual de la Asociación del Sur de California, en Los
Ángeles, y a los ejercicios de dedicación de dos sanatorios: el de Paradise
Valley, cerca de San Diego, y el de Loma Linda, en el valle de San
Bernardino. Pasó los primeros pocos días en Loma Linda, y durante todo
este tiempo tuvo una notable experiencia, que describió brevemente en estas
palabras:
Juicios retributivos
«Mientras estaba en Loma Linda, California, el 16 de abril de 1906, pasó
delante de mí una maravillosa representación. Durante una visión nocturna,
estaba yo de pie en un lugar alto, desde el cual podía ver casas sacudidas
como una paja por el viento. Edificios, grandes y pequeños, eran derribados.
Lugares de placer, teatros, hoteles y hogares de gente rica eran sacudidos y
destrozados. Muchas vidas eran destruidas, y el aire estaba lleno de los
gritos de los heridos y aterrorizados.
«Los ángeles destructores de Dios estaban trabajando. Un toque, y edificios
tan sólidamente construidos que los hombres consideraban seguros contra
todo peligro, rápidamente se convertían en un montón de 447 ruinas. No
había certeza de seguridad en lugar alguno. Yo no me sentía en ningún
peligro especial, pero no encuentro palabras para describir lo terrible de las
escenas que pasaron delante de mí. Parecía que la tolerancia de Dios se
había acabado, y que el día del juicio había llegado.
«El ángel a mi lado entonces me dijo que solamente pocos tienen algún
concepto de la maldad que existe en nuestro mundo hoy, y especialmente la
maldad que hay en las grandes ciudades. Declaró que el Señor había
señalado un tiempo cuando visitaría a los transgresores con ira por el
descuido persistente de su ley.
«Por terrible que fuera la representación que pasó delante de mí, lo que me
impresionó más vívidamente fue la instrucción que se me dio en relación con
esto. El ángel que estaba a mi lado declaró que el gobierno supremo de
Dios, y el carácter sagrado de su ley, debían ser revelados a aquellos que
rechazaban persistentemente prestar obediencia al Rey de reyes. Los que
deciden permanecer desleales, deben ser visitados, por misericordia, con
juicios, a fin de que, si es posible, sean despertados para comprender la
pecaminosidad de su conducta.
«Todo el día siguiente estuve pensando en las escenas que habían pasado
delante de mí, y en la instrucción que había recibido. Por la tarde viajé a
Glendale, cerca de Los Ángeles: y en la noche siguiente … parecía estar yo
en una asamblea presentando delante de la gente los requisitos de la ley de
Dios. Leí las Escrituras con respecto a la institución del sábado en el Edén al
fin de la semana de la creación, y con respecto a la entrega de la ley en el
Sinaí; y entonces declaré que el sábado ha de ser observado ‘por pacto
perpetuo’, como señal entre Dios y sus hijos para siempre, para que sepan
que son santificados por Dios su Creador. 448
«Entonces me espacié en el gobierno supremo de Dios por encima de todos
los gobiernos terrenales. Su ley ha de ser la norma de acción. A los
hombres se les prohíbe pervertir sus sentidos por la intemperancia, o ceder
su mente a la influencia satánica; porque esto les impide guardar la ley de
Dios. Aunque el Gobernante divino tiene mucha paciencia con la
perversidad, él no se engaña, y no permanecerá en silencio para siempre. Su
supremacía, su autoridad como gobernante del universo, debe finalmente ser
reconocida y la justa reclamación de su ley debe ser vindicada.
«He repetido al pueblo mucha más instrucción, que he recibido de mi
Instructor, relativa a la longanimidad de Dios y a la necesidad de que los
transgresores despierten a una comprensión de su estado peligroso a la vista
del cielo».(90) «Me ha tomado muchos días el escribir una porción de lo que me fue revelado aquellas dos noches en Loma Linda y Glendale».(91)
«El 18 de abril, dos días después que la escena de la caída de los edificios
pasó delante de mí, salí a cumplir con un compromiso de hablar en la iglesia
de la calle Carr, en Los Ángeles. A medida que nos acercamos a la iglesia,
oímos a los niños que vendían diarios gritando: ‘¡San Francisco destruido por
un terremoto!’ Con un corazón cargado, leí las primeras noticias, impresas
con apresuramiento, relativas al terrible desastre».(92) Trabajando las ciudades desde centros establecidos fuera En el curso de su discurso ante la conferencia, la 449 Sra. White exaltó el carácter sagrado de la ley de Dios, y habló decididamente de la necesidad de una acción rápida y de instruir a la gente acerca del significado de las cosas que estaban ocurriendo en la tierra. Se refirió particularmente a las ventajas que se obtendrían al trabajar las ciudades desde centros establecidos afuera.. «¡Fuera de las ciudades, fuera de las ciudades! -declaró ella-; éste es el mensaje que Dios me ha estado dando. Vendrán terremotos; vendrán inundaciones, y no hemos de establecernos en las ciudades malvadas, donde el enemigo es servido a todo paso, y donde Dios es a menudo olvidado. El Señor desea que tengamos una clara visión espiritual. Debemos ser rápidos para discernir el peligro que habrá en establecer instituciones en estas ciudades malvadas. Debemos hacer planes sabios para amonestar a las ciudades, y al mismo tiempo vivir donde podamos proteger a nuestros hijos y protegernos a nosotros mismos de las influencias contaminantes y desmoralizadoras tan prevalecientes en esos lugares» .(93)
Escenas de destrucción
Dos semanas más tarde la Sra. White regresó a su hogar de Santa Elena vía
San José, Mountain View y San Francisco. «Mientras viajábamos hacia el
norte -escribió en un relato de su viaje-, vimos algunos de los aspectos del
terremoto; y cuando entramos en San José, pudimos ver que había grandes
edificios destruidos, y que otros habían sido seriamente dañados.
«En Mountain View la nueva oficina de correos y algunos de los negocios más
grandes de la ciudad habían 450 desaparecido. Otros edificios estaban
parcialmente destruidos y malamente dañados».(94) «En nuestro camino a casa pasamos por San Francisco, y alquilando un coche, pasamos una hora y media viendo la destrucción obrada en esa gran ciudad. Edificios que se creía eran a prueba de cualquier desastre, yacían en ruinas. En algunos casos, los edificios estaban parcialmente hundidos en la tierra. La ciudad presentaba un espectáculo de lo más terrible, lo cual hablaba de la ineficacia del ingenio humano para idear estructuras a pruebas de fuego y terremotos» .(95)
Advertencias y exhortaciones
Con respecto a sus enseñanzas y amonestaciones concernientes a la
necesidad de un esfuerzo fervoroso para proclamar el mensaje del tercer
ángel en las ciudades, en vista de las calamidades que han de ocurrir en los
grandes centros de población a medida que se acerca el fin del tiempo, la
Sra. White escribió lo siguiente:
«Desde que ocurrió el terremoto de San Francisco han circulado muchos
rumores concernientes a declaraciones que yo he hecho. Algunos han
informado que mientras estaba en Los Ángeles, yo pretendí haber predicho el
terremoto y el incendio de San Francisco, y que Los Ángeles sería la próxima
ciudad en sufrir. Esto no es cierto. La mañana después del terremoto, yo no
dije otra cosa sino que ‘vendrán terremotos; vendrán inundaciones’; y que el
mensaje de Dios a nosotros es que no debemos ‘establecernos en las
ciudades malvadas’.
«No hace muchos años, un hermano que trabajaba 451 en la ciudad de
Nueva York publicó algunas noticias alarmantes con respecto a la
destrucción de esa ciudad. Yo escribí inmediatamente a quien estaba a
cargo de la obra allí diciéndole que no era sabio publicar tales noticias; que
ello haría surgir una excitación que resultaría en un movimiento fanático, y
que esto perjudicaría a la causa de Dios. Es suficiente presentar la verdad
de la Palabra de Dios al pueblo. Las noticias alarmantes son perjudiciales
para el progreso de la obra».(96) El 3 de agosto de 1903, la Sra. White escribió además con respecto a este informe sensacional: «¿De dónde vino la noticia de que yo declaré que Nueva York ha de ser barrida por una ola gigantesca? Nunca lo he dicho. Yo he dicho, cuando veía los grandes edificios levantarse allí, piso tras piso: ‘¡Qué terribles escenas ocurrirán cuando el Señor se levante para sacudir terriblemente la tierra! Entonces se cumplirán las palabras de Apocalipsis 18: 1-3’. Todo el capítulo 18 de Apocalipsis es una advertencia de lo que ha de suceder en la tierra. Pero yo no tengo luz en particular con respecto a lo que ha de venir sobre Nueva York, y lo único que sé es que algún día los grandes edificios de esa ciudad serán derribados por el poder trastornador de Dios. Por la luz que me ha sido dada, sé que la destrucción está en el mundo. Una palabra del Señor, un toque de su poder terrible, y estas masivas estructuras caerán. No podemos imaginarnos el carácter terrible de las escenas que ocurrirán». El 1º de septiembre de 1902, la Sra. White escribió: «En las grandes ciudades, tales como San Francisco, deben realizarse reuniones en carpas bien equipadas, 452 porque de aquí a no mucho tiempo estas ciudades sufrirán bajo los juicios de Dios. San Francisco y Oakland están llegando a ser como Sodoma y Gomorra, y el Señor las visitará con ira». El 20 de junio de 1903 escribió: «Los juicios de Dios están en nuestro país. El Señor pronto vendrá. Con fuego, con inundación y con terremotos, él está advirtiendo a los habitantes de esta tierra de su próxima aparición. ¡Ojalá que el pueblo conozca el tiempo de su visitación! No tenemos tiempo que perder. Debemos hacer esfuerzos determinados para inducir a la gente del mundo a ver que el día del juicio está cercano». El 3 de junio de 1903 escribió: «Hay muchos con los cuales está luchando el Espíritu de Dios. El tiempo de los juicios destructivos de Dios es el tiempo de misericordia para aquellos que no tienen ninguna oportunidad para enterarse de la verdad. El Señor los considerará con ternura. Su corazón de misericordia es tocado; su mano está todavía extendida para salvar». El 12 de noviembre de 1902 escribió: «Está llegando el tiempo cuando vendrá la gran crisis de la historia, cuando todo movimiento en el gobierno de Dios será observado con intenso interés e inexpresable aprensión. En rápida sucesión los juicios de Dios caerán uno después de otro: fuego e inundación y terremotos, con guerra y derramamiento de sangre. Algo grande y decisivo tendrá necesariamente que ocurrir pronto».(97)
En febrero 15 de 1904 leemos: «Cuando estuve la última vez en Nueva York,
fui llamada a presenciar de noche como se levantaban los edificios, piso
sobre piso, hacia el cielo. Estos edificios tenían garantía contra el fuego y
eran erigidos para glorificar a los propietarios. 453 Estas estructuras se
levantaban más y más alto, y en ellas se usaba el material más costoso. . .
«Mientras subían estos altos edificios, los propietarios se regocijaban, con un
orgullo ambicioso, de que tenían dinero que invertir en glorificar el yo. . .
Mucho del dinero que era invertido había sido obtenido por exacción,
oprimiendo a los pobres. En los libros del cielo se guarda un registro de toda
transacción comercial. Allí se registra todo trato injusto, toda acción
fraudulenta. Viene el tiempo cuando los hombres en su fraude y en su
insolencia llegarán a un punto que el Señor no les permitirá pasar, y ellos
sabrán que hay un límite a la tolerancia de Jehová.
«La escena que en seguida pasó delante de mí era de un fuego alarmante.
Los hombres miraban los edificios elevadísimos, pretendidamente a prueba
de fuego, y decían: ‘Están perfectamente seguros’. Pero estos edificios eran
consumidos como si estuvieran hechos de resina. Las bombas de incendio
no podían hacer nada para detener la destrucción. Los bomberos eran
incapaces de hacerlas funcionar. Se me ha instruido en el sentido de que,
cuando venga el tiempo del Señor, si no ha ocurrido un cambio en los
corazones de los hombres orgullosos y de los ambiciosos seres humanos,
hallarán que la mano que ha sido poderosa para salvar será poderosa para
destruir. Ningún poder terrenal es capaz de detener la mano de Dios.
Ningún material puede ser usado en la erección de edificios que los preserve
de la destrucción cuando llegue el tiempo señalado por Dios para mandar
retribución a los hombres por su insolencia y el descuido de su ley».* (98)454
Llamados al arrepentimiento
La misericordia de Dios al salvar la vida de muchos durante la terrible
calamidad ocurrida en San Francisco y las ciudades cercanas, fue señalada
por la Sra. White como un poderoso llamamiento a todas las clases a
reconocer la supremacía del gobierno de Jehová y el carácter obligatorio de
su ley. Ella instó a que se hicieran esfuerzos evangelísticos en las ciudades
de la Bahía, para que la gente tuviera todas las oportunidades posibles de
informarse acerca del significado de los juicios que vendrán sobre los
habitantes de la tierra.
En consecuencia, durante muchos meses después del terremoto, se
realizaron esfuerzos especiales continuados para proclamar el mensaje del
tercer ángel en San Francisco, en Oakland y en otras ciudades de la Bahía.
La Sra. White hizo lo que pudo para animar a los obreros estacionados en
otros lugares, y realizó varias visitas ella misma a los grupos de obreros
activamente empeñados en enseñar a la gente. Cuando se encontraba con
los que estaban familiarizados con las verdades de la Palabra de Dios, ella
los instaba a prestar ayuda voluntaria a los esfuerzos de los obreros. Al
mismo tiempo escribió también acerca de la obra más amplia que ha de
hacerse en todos los países.
«El mundo está lleno de transgresión -declaró ella-. Un espíritu de ilegalidad
prevalece en todos los países, y se hace especialmente manifiesto en las
grandes ciudades. El pecado y el crimen que se ven en nuestras ciudades es
alarmante. Dios no puede soportar esto por mucho más tiempo. Ya sus
juicios están empezando a caer sobre algunos lugares, y pronto su señalado
desagrado se sentirá en otros lugares.
«Habrá una serie de acontecimientos que revelarán que Dios gobierna la
situación. La verdad será proclamada 455 en lenguaje claro e inequívoco.
Como pueblo debemos preparar el camino del Señor bajo la dirección
poderosa del Espíritu Santo. El Evangelio ha de ser dado en su pureza. La
corriente de agua viva ha de profundizarse y ampliarse mientras corra. En
todos los campos cercanos y lejanos, serán llamados hombres a dejar el
arado y las vocaciones comerciales comunes que mayormente ocupan la
mente, y será educados en relación con hombres de experiencia. A medida
que aprendan a trabajar con eficacia, proclamarán la verdad con poder.
Mediante la operación poderosa de la divina Providencia, montañas de
dificultades serán quitadas y echadas en el mar. El mensaje que significa
tanto para los habitantes de la tierra, será escuchado y entendido. Los
hombres sabrán cuál es la verdad. La obra ha de progresar siempre y seguir
avanzando, hasta que la tierra entera haya sido amonestada; y entonces
vendrá el fin».* (99)456 - En el Congreso de la Asociación General de 1909
EN LA tarde del jueves 9 de septiembre de 1909, la Sra. White regresó a su
hogar cerca de Santa Elena, California, después de una ausencia de cinco
meses y cuatro días, durante los cuales había viajado unos quince mil
kilómetros y, frente a auditorios grandes y pequeños, había hablado setenta y
dos veces, en veintisiete lugares, desde California hasta Maine, y desde
Alabama hasta Wisconsin.
El principal propósito de este viaje fue asistir a la Sesión Cuadrienal de la
Asociación General, que se reunió en Washington D. C., en la primavera de - Sus visitas a otros lugares las hizo en respuesta a urgentes
invitaciones, y las pudo hacer gracias a la misericordiosa provisión de fuerza
y valor que Dios le otorgaba, mientras proseguía de lugar en lugar.
Unos pocos días antes de empezar su viaje, ella señaló que, siendo que
tenía 81 años de edad y que se encontraba con poca salud, indudablemente
sería mejor para ella tomar la ruta más directa a Washington; pero que no
podía desatender los llamados para visitar Los Ángeles, Loma Linda y
Paradise Valley, en el sur de California, ni la invitación a ir a College View,
Nebraska, para hablar a los quinientos estudiantes del Unión College. Y
agregó: «También debo visitar a mi 457 hijo Edson, en Nashville, Tennessee,
y si el Señor me da fuerza, me gustaría visitar a los Hnos. Sutherland y
Magan en la escuela de Madison». Por otra parte, expresó el deseo de
detenerse un día en Asheville, Carolina del Norte, donde vivía el profesor S.
Brownsberger, y donde la Hna. Rumbaugh había edificado y donado a la
Asociación una cómoda casa de culto y una casa para el pastor.
Durante las cuatro semanas ocupadas en el viaje a Washington, la Sra. White
pudo hablar cuatro veces en College View, y dos veces en los siguientes tres
lugares: Loma Linda, Nashville, y Asheville; y una vez en cada uno de los
siguientes lugares: Paradise Valley, Madison, Hillcrest y Huntsville, y en la
escuela misionera de Alden, cerca de Hilltop. A su llegada a Washington fue
de inmediato a Takoma Park, donde fue alojada en el hogar del pastor G. A.
Irwin.
Una reunión representativa
El congreso de la Asociación General de 1909 tuvo la asistencia de
representantes de muchos países. Las delegaciones extranjeras eran
desacostumbradamente numerosas, pues las asociaciones y misiones de
ultramar tenían el número completo de delegados o casi ese número. La
asistencia de delegados de los Estados Unidos era también grande.
Desde el comienzo de la sesión la Sra. White sintió una pesada
responsabilidad por los intereses espirituales de varias clases de creyentes
acampados en los terrenos. En varias de sus pláticas públicas instó a los
hermanos y hermanas a echar mano de Dios y a buscarlo con más fervor en
procura de dirección y bendición. Los que asistían habían de recibir ánimo e
inspiración para hacer avanzar una obra poderosa en todo el mundo. En
todos sus planes, habían de mantener 458 constantemente en cuenta las
necesidades de las almas que perecían y la importancia de ocupar lugares
donde Dios abriera maravillosamente el camino para la entrada de la verdad
presente.
La obra en las ciudades
Particularmente señaló la importancia de la obra en las grandes ciudades de
las diversas naciones. «He aquí nuestras ciudades -dijo ella-, y la necesidad
que tienen del Evangelio. Por más de veinte años ha sido mantenida delante
de mí la necesidad de realizar un trabajo fervoroso entre las multitudes de las
ciudades. ¿Quién está llevando la carga por nuestras grandes ciudades?
Algunos dirán: Necesitamos todo el dinero que podamos obtener para llevar
adelante la obra en otros lugares. ¿No sabéis que a menos que llevéis la
verdad a las ciudades se producirá una carencia de medios? Cuando llevéis
este mensaje a los que están en las ciudades y tienen hambre de la verdad, y
ellos acepten la luz, irán fervorosamente a trabajar a fin de llevar la luz a
otros. Almas que tienen medios traerán a otros a la verdad, y darán de sus
medios para hacer progresar la causa de Dios».*(100)
La necesidad de hacer planes extraordinarios para la predicación del
mensaje del tercer ángel en los centros muy poblados constituyó una de las
principales preocupaciones de los discursos de la Sra. White en el congreso.
«Un poco se está haciendo en nuestro medio -declaró ella-; ¡pero ojalá la
buena obra se esparza y alcance toda alma necesitada! ¡Ojalá que la verdad
presente sea proclamada en toda ciudad! Esta gran necesidad la tengo
presente día y noche… 459
«Hombres y mujeres han de avanzar más y más para llevar el mensaje
evangélico. Agradecemos a Dios por esto, pero necesitamos un despertar
mayor… Es nuestro privilegio ver la obra de Dios avanzando en las ciudades.
Cristo está esperando; está esperando que entremos en distintos lugares.
¿Quién se está preparando para esta obra? No diremos que carecemos de
obreros. Nos alegramos de que hay algunos; pero hay una obra mayor,
mucho mayor que hacer en nuestras ciudades». *(101)
Esfuerzos especiales en Nueva Inglaterra
«La obra que hemos de hacer es una obra maravillosamente grande -dijo en
otro de sus discursos durante la sesión-. Hay un mundo que salvar». En
relación con esto se refirió especialmente a la bendición que sobrevendría a
la causa de Dios como resultado de un esfuerzo vigoroso y unido para
proclamar el mensaje en las ciudades de Nueva Inglaterra, donde los
mensajes del primero y el segundo ángeles habían sido dados con gran
poder. «Debemos traer a estas mismas ciudades la gloria del mensaje del
tercer ángel -dijo ella-. ¿Quién entre nosotros está tratando de esparcir los
rayos de luz en el lugar donde la verdad fue tan favorablemente recibida en
los primeros días del mensaje?.(102) En uno de sus llamamientos con respecto a la obra que debía hacerse en las ciudades de Nueva Inglaterra y de los Estados del Atlántico, dijo ella: «¿Qué se está haciendo en las ciudades del este, que fueron las primeras en las cuales se predicó el mensaje del advenimiento? Las ciudades del oeste han tenido 460 ventajas, pero ¿quién en el este ha tenido la preocupación de emprender la obra de ir al territorio que en los primeros días del mensaje fue bautizado con la verdad del pronto regreso del Señor? Me ha sido dada la indicación de que la verdad debe ir de nuevo a los Estados del este, donde empezamos nuestra obra, y donde tuvimos nuestras primeras experiencias. Debemos hacer todo esfuerzo para esparcir el conocimiento de la verdad a todos cuantos escuchen, y habrá muchos que escucharán. Por todas partes en nuestras grandes ciudades hay almas honradas que están interesadas en conocer la verdad. Hay una obra ferviente que debe hacerse en los Estados del este. ‘Repetid el mensaje, repetid el mensaje -fueron las palabras que me fueron dichas una y otra vez-. Decid a mi pueblo que repita el mensaje en los lugares donde fue predicado por primera vez, y donde una iglesia tras otra se decidió en favor de la verdad, donde el poder de Dios testificaba en favor del mensaje de una manera notable».(103)
Delegaciones del exterior
La presencia, en el congreso de 1909, de más de cien delegados del exterior,
dio a la Sra. White la oportunidad de encontrarse con viejos amigos con los
cuales en años pasados había estado asociada en el trabajo. A menudo
durante el congreso la visitaban grupos de hermanos de algunas
asociaciones del extranjero o del campo misionero, que le traían sus saludos
personales, y que le daban informes del progreso del mensaje del tercer
ángel en los campos que ellos representaban. Así, casi todos los que venían
del extranjero tuvieron esta oportunidad, tanto viejos amigos 461 como
aquellos que nunca la habían conocido, para asegurarle su valor en Dios y su
determinación de hacer su parte en la finalización de la obra.
La Sra. White dijo públicamente después de una de estas ocasiones: «Tuve
un profundo sentimiento de satisfacción cuando nuestros hermanos que
habían venido de los campos extranjeros me contaron un poco de sus
experiencias y de lo que el Señor está haciendo para traer almas a la
verdad».* (104)Y en otra ocasión, dirigiéndose especialmente a ellos
mientras hablaba ante el congreso, dijo:
«Aquí hay obreros que han venido de los campos extranjeros. Han venido a
ver y a entender. Están determinados a aprovechar todo privilegio, para
poder ir de vuelta a sus campos de labor con una provisión renovada de la
gracia y el poder del Espíritu de Dios. Como maestros y directores en la
obra, han de reunir preciosas verdades para presentar, si son fieles, a sus
colaboradores que están trabajando en muchos lugares y de diversas
maneras a fin de llevar a las almas al conocimiento de la verdad. Hermanos
míos, en vuestros campos de labor podréis estar rodeados de circunstancias
desfavorables; pero el Señor conoce todo lo que os concierne, y él suplirá
vuestra carencia por medio de su Santo Espíritu. Necesitamos tener mucho
más fe en Dios». (105) Luchas entre las naciones La Sra. White solemnemente pidió a los hermanos que habían venido a la reunión como representantes de la causa de la verdad presente desde todas partes de Europa, Asia, África, Sudamérica, Australasia y las 462 Islas del Mar, que prepararan sus corazones para escenas terribles de lucha y opresión superiores a todo lo que se conocía hasta entonces, y que pronto habían de ser presenciadas entre las naciones de la tierra. «Muy pronto -declaró- ella la lucha y la opresión de las naciones extranjeras se producirá con una intensidad que ahora no anticipáis. Necesitáis comprender la importancia de conocer a Dios en oración. Cuándo tengáis la seguridad de que él os escucha, estaréis gozosos en la tribulación; os elevaréis por encima del desánimo, porque experimentaréis la influencia revivificante del poder de Dios en vuestros corazones. Lo que necesitamos es la verdad. Nada puede ocupar su lugar, el lugar de la sagrada, la solemne verdad que ha de capacitarnos para afrontar la prueba así como la afrontó Cristo».(106)
Y en el servicio de despedida que señaló la finalización del congreso, ella una
vez más instó a los delegados reunidos de todas partes del mundo, a resistir
como viendo al Invisible. Exhortó a todo obrero a seguir adelante con la
fuerza del Todopoderoso de Israel. Declaró que aunque ella nunca tuviera el
privilegio de ver a sus hermanos en otro congreso similar, oraría por ellos y
se prepararía para encontrarlos en el reino de gloria.
Consejos importantes
Fue durante el congreso de 1909 cuando la Sra. White leyó un manuscrito
instando a la lealtad a los principios de la reforma pro salud;(107) y también habló a los delegados sobre el mismo tema. (108)Otro manuscrito
463 que fue leído se titula: «Un llamado para conseguir misioneros médicos
evangelistas». Y aun otro titulado «El colegio de evangelistas de Loma
Linda».(109) Después de la sesión del congreso, la Sra. White se reunió dos veces con los miembros de la junta directiva de la Asociación General, antes de partir para Filadelfia y otras ciudades del Este, y de allí viajar a congresos campestres y a instituciones en los Estados centrales y en el Medio Oeste, en ruta a su hogar de California. En su entrevista con la junta directiva de la Asociación General, la Sra. White leyó manuscritos que tenían que ver con algunos de los problemas que preocupaban a los hermanos. El llamamiento a hacer una obra mucho mayor en las ciudades, -tanto del país como del extranjero- de la que hasta entonces se había intentado, podía responderse solamente en la medida en que se encontraran hombres y medios para emplear en el adelanto de una obra tal. Con el objeto de que se pudiera inaugurar en forma rápida y efectiva una campaña mucho más amplia, la Sra. White sugirió que sería conveniente dejar en libertad a algunos de los obreros que llevaban pesadas cargas en los centros institucionales, a fin de que realizaran reuniones de evangelización. Ella dijo: «Para la conducción de los asuntos en los varios centros de nuestra obra, debemos tratar, tanto como sea posible, de encontrar hombres consagrados que hayan sido preparados en las ramas comerciales. Debemos cuidar, en estos centros de influencia, de no atar a hombres que podrían hacer una obra más importante en la plataforma pública, presentando delante de los incrédulos las verdades de la Palabra de Dios… «A nosotros, como siervos de Dios, nos ha sido 464 confiado el mensaje del tercer ángel, el mensaje que nos une, que ha de preparar a un pueblo para la venida de nuestro Rey. El tiempo es corto. El Señor desea que todo lo relacionado con su causa sea puesto en orden. El desea que el solemne mensaje de amonestación y la invitación sean proclamados tan ampliamente como sus mensajeros puedan hacerlo. Los medios que vengan a la tesorería han de ser usados sabiamente para sostener a los obreros. Nada que impida el progreso del mensaje, debe ser permitido en nuestros planes… «Por años los pioneros de nuestra obra lucharon contra la pobreza y contra muchas vicisitudes, a fin de colocar la causa de la verdad presente en terreno ventajoso. Con escasas facilidades trabajaron incansablemente. Y el Señor bendijo sus humildes esfuerzos. El mensaje avanzó con poder en el este y se extendió al oeste, hasta que se establecieron centros de influencia en muchos lugares. Los obreros de hoy tal vez no soporten todas las durezas de aquellos primeros días. Las nuevas condiciones, sin embargo, no deben inducir a nadie a debilitar sus esfuerzos. Ahora, cuando el Señor nos pide que proclamemos el mensaje una vez más con poder en el este; cuando él nos pide que entremos en las ciudades del este, del sur, del oeste y del norte, ¿no responderemos como un solo hombre para realizar su mandato? ¿No haremos planes para enviar a nuestros mensajeros por todos estos campos y para sostenerlos liberalmente?. . . «¿Para qué están nuestras asociaciones, sino para llevar adelante esta misma obra? En un tiempo como éste, toda mano debe ser empleada. El Señor viene. ¡El fin está cerca l ¡Sí, se apresura grandemente! ¡Dentro de poco no podremos trabajar con la libertad que ahora gozamos. Escenas terribles están delante de nosotros, y lo que hacemos, debemos hacerlo pronto. Debemos 465 ahora edificar la obra en todo lugar posible. Y para la realización de esta obra necesitamos grandemente en el campo la ayuda que pueda ser dada por nuestros ministros de experiencia que sean capaces de obtener la atención de grandes congregaciones… «Antes de salir de mi hogar prometí al Señor que si él me daba vida, y me permitía llegar a este congreso, entregaría el mensaje que él me había dado repetidamente respecto a las ciudades, en las cuales millares y millares están pereciendo sin el conocimiento de la verdad. Al presentar este mensaje al pueblo, la bendición de Dios ha descansado ricamente sobre mí. Y ahora, mis hermanos, os insto en el nombre del Señor a que hagáis lo mejor, y a que planeéis para el progreso de la obra de acuerdo con los planes de Dios… «Al hacer esta obra, hallaremos que los medios fluirán a nuestras tesorerías, y tendremos recursos con los cuales realizar una obra más amplia y de mayor alcance. ¿No avanzaremos con fe, como sí tuviéramos miles de dólares? No tenemos ni la mitad de la fe necesaria. Hagamos nuestra parte en amonestar a estas ciudades. El mensaje de amonestación debe llegar a muchos que están por perecer sin ser amonestados, sin ser salvos. ¿Cómo podemos demorar? Al avanzar, los medios vendrán. Pero debemos avanzar con fe, confiando en el Señor Dios de Israel». (110)466 - Labores Finales
LA SRA. White escribió libremente a los hermanos reunidos en el congreso
de la Asociación General de 1913 acerca de algunas de sus experiencias
durante los cuatro años que habían pasado desde que tuviera ella la
oportunidad, en el congreso de 1909, de hablarles personalmente.
«Por meses después de la finalización de esa reunión -escribió ella-, llevé una
carga pesada, y llamé con insistencia la atención de los hermanos
responsables a aquellas cosas que el Señor me estaba pidiendo que
presentara delante de ellos en forma clara… Y aunque todavía siento la
profunda ansiedad con respecto a la actitud que algunos están tomando
hacia importantes medidas relacionadas con el desarrollo de la causa de Dios
en la tierra, tengo sin embargo una fuerte fe en los obreros de todo el campo,
y creo que al reunirse y humillarse delante del Señor, y al consagrarse de
nuevo a su servicio, se capacitarán para hacer su voluntad. Hay algunos que
ni siquiera ahora ven las cosas en la debida luz, pero éstos pueden aprender
a ver las cosas en forma unánime con sus colaboradores, y pueden evitar
cometer serios errores buscando fervientemente al Señor en este tiempo y
sometiendo su voluntad completamente a la voluntad de Dios.
«He sido profundamente impresionada por escenas que pasaron delante de
mí recientemente durante 467 la noche. Parecía haber un gran movimiento
-una obra de reavivamiento- que se estaba realizando en muchos lugares.
Nuestros hermanos acudían al llamado, respondiendo a la invitación de Dios.
Hermanos míos, el Señor nos está hablando. ¿No escucharemos su voz?
¿No aderezaremos nuestras lámparas, y actuaremos como hombres que
esperan que su Señor venga? El tiempo exige que los portaluces estén
activos.
» ‘Yo pues,. . . os ruego que andéis como es digno de la vocación con que
fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con
paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del
Espíritu en el vínculo de la paz ‘ «.(111) Actividades personales Con respecto a sus actividades en la labor pública y en el hogar, la Sra. White escribió en 1913: «Anhelo personalmente empeñarme con fervor en la obra en el campo, y con toda seguridad estaría involucrada en una obra pública mayor, si no creyera que a mi edad no es sabio presumir con respecto a las fuerzas físicas de uno. Tengo una obra que hacer en comunicar a la iglesia y al mundo la luz que me ha sido confiada, de tiempo en tiempo, a través de todos los años durante los cuales el mensaje del tercer ángel ha sido proclamado. Mi corazón está lleno del más ferviente deseo de poner la verdad delante de todos aquellos que puedan ser alcanzados. Y todavía estoy desempeñando una parte en preparar material para la publicación. Pero tengo que moverme con mucho cuidado, no sea que me coloque en donde de ninguna manera pueda escribir. Yo no sé por cuánto tiempo 468 viviré, pero no estoy sufriendo tanto desde el punto de vista de la salud, como podría esperarse. «Después del congreso general de 1909, pasé varias semanas asistiendo a congresos campestres y a otras reuniones generales, y visitando diversas instituciones en Nueva Inglaterra, los Estados centrales y el medio oeste. «Al regresar a mi hogar de California, emprendí de nuevo la tarea de preparar material para la prensa. Durante los cuatro años pasados he estado escribiendo comparativamente pocas cartas. La fuerza que he tenido ha sido mayormente dedicada a la terminación de importantes libros. «Ocasionalmente he asistido a algunas reuniones, y he visitado instituciones en California, pero la mayor porción de mi tiempo … ha sido empleado en preparar manuscritos en mi hogar de campo, ‘Elmshaven’, cerca de Santa Elena. «Estoy agradecida de que el Señor me sigue dando vida para trabajar un poco más en mis libros. Ojalá tuviera fuerza para hacer todo lo que veo que debiera hacerse. Oro porque él me imparta sabiduría, a fin de que las verdades que nuestro pueblo necesita tanto puedan ser presentadas en forma clara y aceptable. Estoy animada a creer que Dios me permitirá hacerlo. Mi interés en la obra en general es tan profundo como siempre, y anhelo grandemente que la causa de la verdad presente progrese en forma sostenida en todas partes del mundo. Pero hallo que es aconsejable no intentar mucho trabajo en público mientras la obra de mis libros demanda mi supervisión… «Estoy más agradecida de lo que pueda expresarlo, por el Espíritu elevador del Señor, por el consuelo y la gracia que él continúa dándome y porque él me concede la fuerza y la oportunidad de impartir valor y 469 ayuda a su pueblo. Por tanto tiempo como el Señor me dé vida, seré fiel a él y veraz, tratando de hacer su voluntad y de glorificar su nombre. Quiera el Señor aumentar mi fe, para que continúe conociéndolo, y haciendo su voluntad más perfectamente. Bueno es el Señor, y grande para ser alabado».(112)
Los pioneros del mensaje
En una de sus comunicaciones a los hermanos reunidos en el congreso de la
Asociación General de 1913, la Sra. White se refirió al valor creciente de la
experiencia del pasado con la cual estaban familiarizados los pioneros del
mensaje del tercer ángel y concerniente a la cual ellos podían dar un
testimonio positivo.
«Deseo grandemente -escribió ella- que los viejos soldados de la cruz,
aquellos que han encallecido en el servicio del Maestro, continúen
presentando su testimonio directo para que los más jóvenes en la fe
entiendan que los mensajes que el Señor nos dio en lo pasado son muy
importantes en esta etapa de la historia de la tierra. Nuestra experiencia
pasada no ha perdido una jota de su fuerza.
«Tengan todos cuidado de no desanimar a los pioneros, o de hacer que
sientan que es poco lo que ellos pueden hacer. Su influencia puede
ejercerse todavía poderosamente en la obra de Dios. El testimonio de los
ministros de edad siempre será una ayuda y una bendición para la iglesia.
Dios velará por sus fieles y probados portaestandartes, de noche y de día,
hasta que venga el tiempo en que depongan su armadura. Asegúreseles que
están bajo el cuidado protector de Aquel que nunca está adormecido o
duerme; y que centinelas que no se cansan están a su lado para guardarlos.
470 Sabiendo esto, y comprendiendo que moran en Cristo, ellos pueden
descansar con confianza en las providencias de Dios».(113) Dando a la trompeta un sonido certero Durante la obra de su vida, la fe de la Sra. White en las providencias directoras de Dios relacionadas con el desarrollo de las verdades de los mensajes de los tres ángeles permaneció incólume. A menudo en su testimonio expresó la convicción de que, desde el comienzo, Dios ha sido el Maestro y el Director de su pueblo. Y esta convicción con respecto a la dirección divina en el pasado, a través de todo el movimiento adventista, le daba confianza para el futuro. Veamos la siguiente declaración, escrita por ella en 1890 al pasar en revista su propia experiencia, y teniendo pleno conocimiento de que en los días futuros surgirían controversias y diferencias doctrinales: «He tenido preciosas oportunidades de obtener una experiencia. He tenido una experiencia en el mensaje del primer ángel, del segundo y del tercero. Los ángeles son representados volando en medio del cielo mientras proclaman al mundo un mensaje de amonestación, un mensaje que tiene relación directa con la gente que vive en los últimos días de la historia de esta tierra. Nadie escucha la voz de estos ángeles, porque son símbolos que representan al pueblo de Dios que está trabajando en armonía con el universo del cielo. Hombres y mujeres, iluminados por el Espíritu de Dios, santificados por la verdad, proclaman los tres mensajes en su orden. «He desempeñado una parte en esta obra solemne. Casi toda mi experiencia cristiana está entretejida con 471 ella. Hay algunos que todavía viven y que tienen una experiencia similar a la mía. Ellos han reconocido la verdad que se revelaba para nuestro tiempo; se han mantenido al paso con el gran Director, el Capitán de las huestes del Señor. En la proclamación de los mensajes, toda especificación de la profecía se ha cumplido. Aquellos que tuvieron el privilegio de desempeñar una parte en proclamar estos mensajes han obtenido una experiencia que es del más alto valor para ellos; y ahora, cuando estamos en medio de los peligros de estos últimos días, cuando se oirán voces por todas partes diciendo: ‘He aquí el Cristo’, ‘Aquí está la verdad’; cuando la ocupación principal de muchos es la de trastornar el fundamento de nuestra fe que nos ha guiado desde las iglesias y del mundo para ser ahora un pueblo peculiar en el mundo, a semejanza de Juan, nuestro testimonio será el siguiente: » ‘Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida . . . lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros ‘. «Yo quiero testificar de las cosas que yo he visto, de las cosas que yo he oído, de las cosas que mis manos palparon tocante al Verbo de vida. Y éste testimonio yo sé que es del Padre y del Hijo. Hemos visto y testificamos que el poder del Espíritu Santo ha acompañado la presentación de la verdad, las amonestaciones dadas con la pluma y de viva voz, y la presentación de los mensajes en su orden. Negar esta obra sería negar el Espíritu Santo, y nos colocaría entre el grupo que se ha apartado de la fe, dando oído a espíritus seductores. «El enemigo utilizará todos los medios para desarraigar la confianza de nuestros creyentes en los pilares 472 de nuestra fe, en los mensajes del pasado, que nos han colocado sobre la elevada plataforma de la verdad eterna y que han establecido y han dado carácter a la obra. El Señor Dios de Israel ha conducido a su pueblo, revelándole la verdad de origen celestial. Se ha oído su voz, y todavía sigue oyéndose: Avanzad de fuerza en fuerza, de gracia en gracia, de gloria en gloria. La obra se fortalece y se amplía, pues el Señor Dios de Israel es la defensa de su pueblo. «Aquellos que sostienen en forma teórica la verdad, con la punta de los dedos, por así decirlo, que no han introducido sus principios en el santuario íntimo del alma, sino que han mantenido la verdad vital en el atrio exterior, no verán nada sagrado en la historia pasada de este pueblo, que ha hecho de ellos lo que son, y los ha establecido como obreros misioneros fervientes y determinados en el mundo. La verdad para este tiempo es preciosa; pero aquellos cuyos corazones no han sido quebrantados sobre la roca, Cristo Jesús, no verán ni entenderán lo que es la verdad. Ellos aceptarán lo que agrada a sus ideas, y comenzarán a fabricar otros fundamentos que los que han sido colocados. Ellos halagarán su propia vanidad y amor propio, pensando que son capaces de quitar los pilares de nuestra fe, y reemplazarlos por pilares que ellos han ideado. «Esto continuará ocurriendo mientras dure el tiempo. Todo el que haya sido un estudiante concienzudo de la Biblia verá y entenderá la posición solemne de los que están viviendo en las últimas escenas de la historia de esta tierra. Ellos sentirán su propia ineficiencia y debilidad, y harán que su primera ocupación sea no solamente una forma de piedad sino una conexión vital con Dios. No osarán descansar hasta que Cristo, la esperanza de gloria, sea formado en ellos. El 473 yo morirá; el orgullo será eliminado del alma, y ellos tendrán la mansedumbre y la bondad de Cristo».(114)
Trabajo con manuscritos para libros
La correspondencia personal de la Sra. White está llena de muchas
referencias a manuscritos de libros en los cuales estaba trabajando
incansablemente y con amor. Mientras estaba en Europa, ella trabajaba en
la ampliación de El conflicto de los siglos y la Vida de Cristo. Después que
se publicó la edición del Conflicto para el colportaje en 1888, ella completó el
volumen acompañante, Patriarcas y profetas, en 1890. El camino a Cristo
apareció en 1892, Obreros evangélicos en 1893, y el Discurso maestro de
Jesucristo (Thoughts From the Mount of Blessing) en 1896. Su mayor obra
literaria, El Deseado de todas las Gentes, ocupó mucho de su tiempo durante
el viaje por Australia, y apareció en 1898.
Cuando aparecieron Palabras de vida del gran Maestro (Christ’s Object
Lessons) y Testimonies for the Church, tomo 6, en 1900, algunos de sus
amigos pensaron que sus laboriosos trabajos para preparar manuscritos para
la publicación en forma de libros casi habían terminado. Pero no era así. La
preocupación por escribir todavía la estaba presionando pesadamente. Un
sentimiento compulsor acerca de las necesidades de un mundo que perece, y
de muchos que profesan ser súbditos del Rey Emanuel, la indujo a trabajar
más y más, en un esfuerzo fervoroso para dar a los demás aquello que
llenaba su propia alma de gozo y de paz. Escuchad su declaración cuando,
en 1902, ella le escribía a un amigo sobre la alta norma a que debían aspirar
los creyentes cristianos:
«Oh, ¿qué cosa podría darles una conciencia de la 474 responsabilidad que
descansa sobre ellos de ser semejantes a Cristo en palabras y hechos?
Trataré de despertar sus sentidos dormidos, si no por la palabra hablada,
escribiendo. El terrible sentimiento de mi responsabilidad se posesiona de mí
de tal manera que me siento cargada como un carro lleno de gavillas. No
deseo sentir menos intensamente mi obligación hacia el Poder Superior. La
Presencia divina está siempre conmigo, asegurándome su suprema
autoridad, y tomando nota del servicio que presto o que dejo de
realizar».(115) «El Señor me ordena que hable, y esto es lo que haré -declaró la Sra. White más adelante cuando se sentía de esta manera cargada con su responsabilidad como mensajera escogida-. Se me instruyó que presentara mi testimonio con la decisión de la autoridad». (116)Y en otra comunicación,
escrita el mismo mes, escribió:
«Tengo todas las razones para alabar a mi Padre celestial por la claridad de
pensamiento que él me ha dado con respecto a los temas de la Biblia.
Anhelo presentar estas cosas preciosas, de tal manera que las mentes de los
ministros y del pueblo puedan, si es posible, ser atraídas de las contenciones
y las luchas a algo que es vivificante para el alma: alimento que dará salud,
esperanza y valor…
«Durante la noche están pasando muchas cosas delante de mí. Me son
presentadas las Escrituras, llenas de gracia y de riqueza. La palabra del
Señor a mí es: ‘Mira estas cosas, y medita en ellas. Puedes reclamar la rica
gracia de la verdad, que nutre el alma. No tengas nada que ver con
controversias y disensiones y luchas, que traen oscuridad y desánimo a tu
alma. La verdad 475 es clara, pura, llena de sabor… Habla la verdad con fe y
con amor, dejando los resultados con Dios. La obra no es tuya, sino del
Señor. En todas tus comunicaciones, habla como alguien a quien ha hablado
el Señor. El es tu autoridad, y te dará su gracia sostenedora» ‘.*(117)
Estas palabras fueron escritas más o menos en el tiempo en que Testimonies
for the Church, tomo 7, estaba en manos de los impresores. Poco después
de su aparición, ella escribió con respecto a los tomos 6 y 7:
«He sido impresionada a llamar la atención de los miembros de nuestra
iglesia al estudio de los últimos dos tomos de Testimonies for the Church.
Cuando estaba escribiendo estos libros, sentí la acción profunda del Espíritu
de Dios… Ellos están llenos de material precioso. En visiones de la noche el
Señor me dijo que la verdad contenida en estos libros debía ser dada a los
miembros de nuestras iglesias, porque hay muchos que son indiferentes con
respecto a la salvación de sus almas» ‘ *(118)
Pero estos tomos no iban a ser los últimos. Había mucho que hacer
todavía.»Debo preparar libros -escribió en mayo de 1903- y así dar a otros la
luz que el Señor me da. No quiero dejar una obra sin terminar». Y durante el
mismo mes escribió de nuevo: «Estoy tratando de preparar material para
publicar que guardará la obra por todos lados, de manera que no se haga
desproporcionada. Tenemos muchas cosas en preparación para su
publicación… La verdad debe aparecer tal como es».
En agosto de 1903, la Sra. White escribió a un antiguo amigo: «Mi salud es
buena, y puedo escribir mucho. Agradezco a Dios por esto. He decidido no
476 asistir a tantos congresos, sino dedicar mi tiempo a escribir… Anhelo
grandemente escribir sobre la vida de Salomón y la historia siguiente de su
reino, y deseo también escribir sobre la vida de Pablo y su obra en relación
con los otros apóstoles. A veces el pensamiento de esta obra descuidada me
mantiene despierta durante la noche».
La Sra. White vivió para ver sus deseos cumplidos con respecto a mucho de
lo que había planeado hacer. Su obra Educación fue completada en 1903;
Testimonies for the Church, tomo 8, en 1904; y Ministerio de curación en - Muchos testimonios especiales (Special Testimonies) fueron
preparados para la circulación en forma de folletos; y en 1909 se publicó
también Testimonies for the Church, tomo 9, el último de la serie. Al final de
1910 la Sra. White había dado plena consideración a todos los problemas
relacionados con la reedición de El conflicto de los siglos. Habiendo
terminado la tarea, halló tiempo para supervisar la revisión de Sketches from
the Life of Paul (Bosquejos de la vida de Pablo), y para añadir varios
capítulos relativos a la obra de la vida y a los escritos de los apóstoles de la
iglesia cristiana primitiva. Esto se publicó en 1911, bajo el título Los hechos
de los apóstoles. El próximo volumen en aparecer fue Consejos para
maestros, padres y alumnos sobre educación cristiana (conocido como
Consejos para los maestros), en 1913; e inmediatamente después la Sra.
White comenzó la lectura de manuscritos que eran enviados a los impresores
en 1914 para una nueva edición de Obreros evangélicos.
Al publicar Facts of Faith en 1864, en ese pequeño volumen la Sra. White
incluyó material que llevó la historia de Israel más allá de los días de David.
En la década del setenta escribió bastante sobre el regreso de los israelitas
de Babilonia, espaciándose en detalles en 477 las experiencias de
Nehemías. En artículos y en tomos encuadernados de Testimonies for the
Church, a menudo contó y volvió a contar la historia de Salomón, Elías y
Eliseo, de Isaías y Jeremías, de Daniel y los jóvenes hebreos, y del regreso
de los exiliados bajo Zorobabel, Josué y Esdras.
Facts of Faith ha estado por mucho tiempo agotado, pues el material
contenido en él ha sido mayormente incorporado, con muchas adiciones, en
el último volumen, Spirit of Prophecy, t. 1 (1870), y finalmente en Patriarcas y
profetas (1890). Cuando se completó Patriarcas, la Sra. White esperaba
continuar pronto con la historia desde el final del reino de David y publicar en
una forma ordenada aquello que le había sido posible escribir a través de los
años concerniente a la experiencia de Salomón y el reino dividido, y la final
restauración al favor divino como un pueblo unido, es decir un tipo de Israel
espiritual, la actual iglesia de Dios en la tierra, en el seno de la cual
finalmente serán cumplidas todas las promesas del pacto.
Era su propósito preparar en forma adecuada, para la publicación, la historia
de los profetas y reyes del Antiguo Testamento, lo cual la indujo a reunir
algún material al efecto para una serie de artículos. Estos fueron publicados
en las columnas de la Review, del Signs y del Watchman.
No mucho después que la Sra. White regresó de Australia, comenzó de
nuevo con la historia del Antiguo Testamento, y continuó en forma
intermitente por más de diez años. Así se dio consideración a los muchos
manuscritos que trataban de este período de la historia de la Biblia y que no
estaban incluidos en sus otros volúmenes de la serie «Conflicto».
Durante 1913 y 1914 la Sra. White dedicó mucho pensamiento a la
terminación de esta obra. En el 478 tiempo de su accidente, en febrero de
1915, se habían completado todos los capítulos, menos los últimos dos, de
un volumen que llevaba por título La cautividad y la restauración de Israel, y
que cubría los períodos inconclusos. Estos capítulos finales habían sido
suficientemente esbozados para que pudieran terminarse, con la inclusión de
un material adicional de su archivo de manuscritos
Durante el año último empleado por la Sra. White en un tranquilo descanso y
en la finalización de su obra de preparar manuscritos, una de sus copistas le
escribió a su hijo W. C. White, con fecha 23 de diciembre de 1914:
«Aunque está excesivamente cansada mentalmente, su madre parece
encontrar gran consuelo en las promesas de la Palabra, y a menudo halla
citas y las completa cuando comenzamos a mencionar algún texto familiar…
No la encuentro desanimada … ante la perspectiva general del campo de la
siega, donde sus hermanos están trabajando. Ella parece poseer una fe
sólida en el poder de Dios para ejercer su suprema dirección, y realizar su
propósito eterno por medio de los esfuerzos de los que él ha llamado para
desempeñar una parte en su gran obra. Se eleva por encima de las
pequeñas críticas, por encima de los pasados fracasos de aquellos que han
sido reprobados, y expresa la convicción, nacida aparentemente de una fe
innata en la iglesia del Dios vivo, de que sus hermanos permanecerán fieles a
la causa que han sostenido, y de que el Señor continuará con ellos hasta el
fin, y les concederá la victoria completa sobre toda invención del enemigo.
«La fe en el poder de Dios para sostenerla a través de las muchas debilidades
propias de una edad avanzada; la fe en las preciosas promesas de la Palabra
de Dios; la fe en sus hermanos que llevan la carga de la 479 obra; la fe en el
triunfo final del mensaje del tercer ángel, es la fe completa que su madre
parece disfrutar cada día y cada hora. Esta es la fe que llena su corazón de
gozo y paz, aun cuando sufre gran debilidad física, y no puede continuar
escribiendo. Una fe semejante inspira a cualquiera que la observe».
Un encargo solemne
El espíritu que caracterizó la vida y las labores de la Sra. White durante los
años finales de su ministerio se refleja en una comunicación titulada «Valor en
el Señor», dirigida a sus hermanos reunidos en el congreso general de 1913.
Sus palabras de exhortación eran en realidad una oración y una bendición:
«Oro fervientemente porque la obra que hacemos en este tiempo impresione
profundamente el corazón, la mente y el alma. Las perplejidades
aumentarán; pero como creyentes en Dios, animémonos unos a otros. No
rebajemos la norma. Mantengámosla elevada, poniendo nuestros ojos en
Aquel que es el autor y consumador de nuestra fe. Cuando durante la noche
no puedo dormir, elevo mi corazón en oración a Dios, y él me fortalece, y me
da la seguridad de que está con sus siervos que ministran en este país y en
los países distantes. Me siento animada y bendecida cuando me doy cuenta
de que el Dios de Israel está todavía guiando a su pueblo, y que continuará
estando con él, aún hasta el fin.
«Se me ha instruido a decir a nuestros hermanos que ministran: Que los
mensajes que broten de vuestros labios estén cargados con el poder del
Espíritu Santo. Si hubo alguna vez un tiempo cuando necesitamos la
dirección especial del Espíritu Santo es ahora. Necesitamos una
consagración completa. Es harto tiempo de que demos al mundo una
demostración del 480 poder de Dios en nuestras propias vidas y en nuestro
ministerio.
«El Señor anhela ver llevada adelante con eficiencia creciente la obra de
proclamar el mensaje del tercer ángel. Como él ha obrado en todos los siglos
para dar victorias a su pueblo, así en este tiempo anhela llevar a un triunfante
cumplimiento las promesas que ha hecho a su iglesia. El pide a sus santos
creyentes que avancen en forma unida, yendo de una fuerza a una fuerza
mayor, de la fe a una seguridad y a una confianza acrecentada en la verdad y
la justicia de su causa.
«Hemos de mantenernos firmes como una roca a los principios de la Palabra
de Dios, recordando que Dios está con nosotros para darnos fortaleza a fin
de hacer frente a cada nueva experiencia. Mantengamos siempre en
nuestras vidas los principios de la justicia, para que avancemos de fortaleza
en fortaleza en el nombre del Señor. Hemos de considerar como muy
sagrada la fe que ha sido sostenida por la instrucción y la aprobación del
Espíritu de Dios desde nuestra primera experiencia hasta el tiempo presente.
Hemos de considerar como preciosa la obra que el Señor ha estado llevando
adelante por medio de su pueblo que guarda sus mandamientos, y que,
mediante el poder de su gracia, aumentará en fuerza y en eficiencia a medida
que avanza el tiempo. Los enemigos están tratando de nublar el
discernimiento de los hijos de Dios, y debilitar su eficacia; pero si éstos
trabajan de acuerdo con la dirección del Espíritu Santo, el abrirá puertas de
oportunidades delante de ellos, para la obra de edificar los antiguos lugares
desolados. Su experiencia será una experiencia de constante crecimiento,
hasta que el Señor descienda del cielo con poder y grande gloria para poner
su sello de triunfo final sobre sus fieles.
«La obra que está delante de nosotros pondrá a 481 prueba toda la
capacidad del ser humano. Exigirá el ejercicio de una fe fuerte y de
constante vigilancia. En ocasiones, las dificultades que encontraremos serán
muy desalentadoras. La misma grandeza de la tarea nos abrumará. Y sin
embargo, con la ayuda de Dios sus siervos triunfarán finalmente. Por lo cual
pido hermanos míos, que no desmayéis a causa de las tribulaciones que os
esperan. Jesús estará con vosotros. El irá delante de vosotros por medio de
su Santo Espíritu, preparando el camino. Y él será vuestro ayudador en toda
emergencia.
«‘Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo,
de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé,
conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el
hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros
corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente
capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud,
la profundidad y la altura; y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. «Y a Aquel
que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de
lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él
sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de
los siglos. Amén’ «.* (119)482 - La Ultima Enfermedad
DURANTE los dos años anteriores al accidente que aceleró su muerte, la
Sra. White se vio más libre de sufrimientos y de los achaques comunes que
durante ningún otro período de su vida. Una vez su fuerza decayó en forma
pronunciada, pero pronto recobró sus energías, y de nuevo fue capaz de
continuar con sus tareas con comparativa comodidad. Su ayudante
acostumbraba sacarla para que diera un paseo en coche cada día agradable,
y esto le proporcionaba un cambio que le reportaba descanso. Por lo común
ella podía ir de su pieza, ubicada en el piso superior, hasta el coche, sin
ayuda. Pero con el peso de los años su postura se encorvaba más y más, y
sus amigos no podían esperar que su vida se prolongara por mucho más
tiempo.
En la primavera de 1914, la Sra. White tuvo el placer de verse de nuevo con
su hijo, el pastor Jaime Edson pasó algunas semanas en su casa. No mucho
después de su regreso, su madre sufrió una gran debilidad a raíz de una
complicación de dificultades, y como resultado, mayormente dejó de leer. En
los meses que siguieron, a menudo tenía alguna otra persona que le leía.
El cese en sus actividades ordinarias, sin embargo, no la indujo a disminuir
su interés en el progreso de la causa de Dios en todo el mundo. Las páginas
de la Review and Herald y de otros periódicos denominacionales 483 eran
tan preciosas para ella como siempre, y continuó gozando de las cartas de
los viejos amigos, y a menudo volvía a contar con ánimo las experiencias de
los días primeros.
En el curso de una conversación que tuvo el 2 de diciembre de 1914, se
refirió a un incidente que había ocurrido muchos años antes. Un cierto
hermano había expresado desánimo frente a la perspectiva de una obra larga
y difícil que necesitaba hacerse antes que el mundo estuviera preparado para
la segunda venida de Cristo. Otro hermano, que tenía mucha fe, se volvió a
él, con su rostro emblanquecido por una gran emoción, y le dijo: «Hermano
mío, ¿permite Ud. que esta perspectiva lo desanime? ¿No sabe Ud. que Dios
quiere que continuemos la batalla hasta los portales? ¿No sabe Ud. que él
quiere que continuemos luchando más y más y más, sabiendo que la victoria
está delante?»
Fue en la primera parte de diciembre de 1914, cuando ella testificó del hecho
de que había oído voces durante la noche que clamaban: » ¡Avanzad!
¡Avanzad! ‘Avanzad! ¡Continuad la batalla hasta los portales!»
Aunque ansiosa de continuar su trabajo, y especialmente deseosa de hablar
en público, la Sra. White sabía que sus fuerzas la estaban abandonando
gradualmente, y que no debía abusar de sus energías declinantes. Esta era
una verdadera prueba para ella, y sin embargo se sentía resignada a la
voluntad del Señor. Escuchadla orando en el altar familiar a la puesta del sol
el sábado 26 de diciembre de 1914, después de las peticiones ofrecidas por
el pastor E. W. Farnsworth y otros:
«Tú escucharás nuestras peticiones, y te pedimos, Señor, en el nombre de
Cristo, que si ésta es tu voluntad, me des fuerza y gracia para continuar; o de
otra manera, estoy perfectamente lista a dejar mi carga en 484 cualquier
tiempo que te parezca mejor. Oh Señor, anhelo grandemente hacer algunas
cosas, tú lo sabes, y quisiera hacerlas si me das la fuerza; pero no nos
quejaremos, porque tú has conservado mi vida por más tiempo de lo que
muchos habían anticipado y de lo que yo misma pensaba… Danos luz.
Danos gozo. Danos la gran medida de gracia que tienes en reserva para los
necesitados. Lo pedimos en el nombre de Jesucristo de Nazaret».
Su constitución física se hizo más y más débil; pero el espíritu continuaba
animado. En conversación con el Dr. David Paulson el 25 de enero de 1915,
la Sra. White dijo: «El Señor ha sido mi ayudador. El Señor ha sido mi Dios,
y no tengo ninguna duda de ello. Si yo no pudiera darme cuenta de que él ha
sido mi guía y mi sostén, decidme en qué podría confiar. Tengo una
confianza tan firme de que Dios colocará mis pies sobre el monte Sión como
que vivo y respiro; y voy a conservar esa confianza hasta que muera».
Cuando, el 27 de enero de 1915, su hijo, W. C. White, regresó a casa
después de cuatro meses de ausencia en el este y en el sur, ella estaba
aparentemente tan fuerte como cuando él se fue. Todavía gozaba ella de
comodidad en alto grado, del punto de vista de la salud, y podía caminar de
aquí para allá. Unas dos semanas más tarde, tan sólo el día antes de que
sufriera el accidente, empleó un poco de tiempo caminando por el patio con
él, y conversando de los intereses generales de la causa de Dios.
Fue el sábado 13 de febrero de 1915 cuando la Sra. White sufrió el
accidente que la confinó a su sillón de allí en adelante y que aceleró su
muerte. Mientras estaba entrando en su estudio desde el pasillo, cerca del
mediodía, aparentemente tropezó y cayó. Su sobrina, la Srta. May Walling,
quien por algún tiempo 485 había actuado como su enfermera, estaba cerca
del pasillo, y se apresuró a asistirla. Como los esfuerzos hechos para
ayudarle a ponerse en pie resultaron inútiles, la Srta. Walling la sentó en una
silla, arrastró la silla por el pasillo hasta el dormitorio, y finalmente la puso en
cama. Luego, llamó al médico del sanatorio de Santa Elena.
Un examen preliminar que hizo el Dr. G. E. Klingerman fue seguido por un
examen más detenido por medio de los Rayos X, y éste reveló en forma
inequívoca una fractura intracapsular del fémur izquierdo. Naturalmente fue
imposible determinar cuándo se había producido la fractura del hueso, si
antes de la caída, causándole de esta manera su caída al suelo, o como
resultado de la misma.
La nerviosidad de los próximos días y noches siguientes fue acompañada
con un poco de dolor. De hecho, desde el comienzo el Señor
misericordiosamente le ahorró a su anciana sierva los dolores serios que
ordinariamente vienen con tales traumatismos. Tampoco tenía los síntomas
usuales de shock. La respiración, la temperatura y la circulación eran casi
normales. El Dr. Klingerman y el Dr. G. F. Jones, su asociado, hicieron todo
lo que la ciencia médica podía sugerir para hacer sentir cómoda a su
paciente; pero a su edad avanzada podían tener poca esperanza de una
recuperación final.
A través de las semanas y meses de su última enfermedad, la Sra. White se
reanimaba con la misma fe, esperanza y confianza que habían caracterizado
su vida en los días de su dolor. Su testimonio personal era uniformemente
alegre y su valor era notable. Sentía que sus días estaban en las manos de
Dios, y que la presencia del Señor estaba con ella continuamente. No mucho
después de haber quedado imposibilitada debido 486 al accidente, testificó
acerca del Salvador: «Jesús es mi bendito Redentor, y yo lo amo con todo mi
ser». Y de nuevo dijo: «Veo luz en su luz. Tengo gozo en su gozo, y paz en
su paz. Veo misericordia en su misericordia, y amor en su amor». A la Srta.
Sara McEnterfer, que por muchos años fue su secretaria, le dijo: «Si
solamente pudiera ver a mi Salvador cara a cara, estaré plenamente
satisfecha».
En una entrevista con otra persona ella dijo: «Mi ánimo está cimentado en mi
Salvador. Mi obra casi ha terminado. Mirando el pasado, no tengo el menor
asomo de desconsuelo o desánimo. Me siento muy agradecida al Señor
porque él me ha salvado de la desesperación y el desaliento, y porque
todavía puedo sostener la bandera. Yo conozco a Aquel a quien amo y en
quien tiene confianza mi alma».
Refiriéndose a la perspectiva de su muerte, declaró: «Yo creo que cuanto
antes se produzca, tanto
mejor. Todo el tiempo pienso de esta manera: cuanto antes, tanto mejor. No
tengo un solo pensamiento de desaliento o de tristeza… No tengo nada de
qué quejarme. Que el Señor haga lo que le plazca, que haga su obra en mí,
de manera que yo sea refinada y purificada; eso es todo lo que deseo. Sé
que mi obra está hecha; no hay por qué decir otra cosa; me regocijaré,
cuando llegue mi tiempo, de que se me permita descanzar en paz. No tengo
ningún deseo de que mi vida sea prolongada».
Después de que hubo orado la persona que estaba tomando estas notas de
su conversación, la Sra. White oró:
«Padre celestial, vengo a ti, débil como una caña quebrada, y sin embargo
confiando que, por la vindicación del Espíritu Santo, la justicia y la verdad
prevalecerá. Te doy gracias, Señor, y no eludiré nada que tú 487 quieras que
yo soporte. Que tu luz, tu gozo y tu gracia sean sobre mí, en mis últimas
horas, para que pueda glorificarte, es mi gran deseo; y esto es todo lo que
pediré de ti. Amén».
Esta oración humilde y llena de confianza, hecha por una persona que hacía
mucho tiempo había sido escogida como un vaso para el servicio del
Maestro, fue plenamente contestada. El suyo era un consuelo que hace que
un hijo del gran Padre de luz y amor no tenga ningún temor, aun mientras
pasa por el valle de sombra de muerte. Un sábado, solamente pocas
semanas antes que exhalara el último suspiro, le expresó a su hijo:
«Estoy muy débil. Estoy segura de que ésta es mi última enfermedad. No
estoy afligida por el pensamiento de morir. Me siento consolada todo el
tiempo de que el Señor está cerca de mí. No estoy ansiosa. El carácter
precioso del Salvador ha sido muy claro para mí. El ha sido un amigo, él me
ha guardado en la enfermedad y en la salud.
«No estoy afligida por la obra que he hecho. Hice lo mejor que pude. No creo
que todavía siga mucho más. No espero mucho sufrimiento. Estoy
agradecida de que tenemos las comodidades de la vida en tiempo de
enfermedad. No tengas temor. Yo me voy sólo un poco antes que los
demás».
La cómoda oficina del piso alto de la casa de la Sra. White era el lugar más
favorable para la enferma y las enfermeras, y allí dormía ella la mayor parte
del tiempo, rodeada por los objetos familiares de una vida más activa a la
cual había estado acostumbrada por largo tiempo. La pieza estaba bien
iluminada y aireada. En una esquina tenía una gran ventana que inundaba
una porción de la cámara con la luz del sol. Aquí estaba su vieja silla en la
que se sentaba para escribir. Esta fue 488 transformada en un sillón
reclinable; y después de la primera o segunda semana de enfermedad, casi
todos los días la levantaban para que se sentara en él. La vista que se
divisaba desde este asoleado rincón era agradable y variada, y ella se
gozaba grandemente por las cambiantes bellezas de la primavera y el
comienzo del verano.
Cerca de su silla, sobre una mesa, había varios de los libros que ella había
escrito. Ella solía tomar a menudo algunos de estos libros y mirarlos, y
parecía deleitarle el tenerlos cerca. Como una madre afectuosa con sus hijos
era ella con estos libros durante su última enfermedad. Varias veces, cuando
la visitaban, se la veía con dos o tres de estos libros en su regazo. «Aprecio
estos libros como nunca antes -señaló en una oportunidad-. Ellos son
verdad, y son justicia, y constituyen un testimonio permanente de que Dios es
verdad». Se regocijaba con el pensamiento de que, cuando ella ya no
pudiera hablar a la gente, sus libros hablarían por ella.
En ocasiones, cuando sus fuerzas se lo permitían, la conducían en una silla
de ruedas a una galería asoleada del piso superior. De este pequeño balcón,
rodeado con las ramas de un precioso rosal que trepaba, contemplaba el
panorama de la huerta y la viña, de las montañas y los valles, y esto le
brindaba un constante placer.
Durante las primeras semanas de su enfermedad, una y otra vez, su voz se
elevaba en cánticos. La traducción de las palabras del himno que ella
cantaba es la siguiente:
«Hemos oído del país santo y brillante,
hemos oído de él, y nuestros corazones se alegran;
pues somos un grupo de peregrinos solitarios,
cansados, agobiados, y tristes. 489
Nos dicen que los peregrinos tienen allí una morada.
Ya no existen personas privadas de hogar,
y sabemos que esa buena tierra es hermosa,
pues por ella corre el río puro de la vida.
«Estaremos allí, estaremos allí, a poco tiempo de aquí,
todo allí será puro y bendito;
tendremos palma, manto y corona,
y por siempre tendremos descanso».
Como quince días después del accidente, se le informó que se celebraría una
convención de misioneros y colportores en Mountain View, donde se hacían
planes para una mayor circulación de publicaciones denominacionales. Esta
referencia a los colportores la indujo a expresar una vez más el placer que
había tenido dos años antes de saludar a muchos de ellos personalmente en
su propio hogar. «Estoy tan contenta -añadió-, por todo lo que están
haciendo por la circulación de nuestros libros. La rama de publicaciones de
nuestra causa tiene mucho que hacer con nuestro poder. Yo deseo que ella
realice todo lo que el Señor se propone que haga. Si nuestros colportores
hacen su parte con fidelidad, yo sé, por la luz que el Señor me ha dado, que
el conocimiento de la verdad presente será duplicado y triplicado. Por esta
razón he tenido tanta premura en preparar mis libros. De esta manera se
podrán colocar en manos de la gente para ser leídos. Y en los idiomas
extranjeros el Señor se propone que la circulación de nuestros libros sea
grandemente acrecentada. Así estaremos colocando a la causa de la verdad
presente en terreno ventajoso. Pero recordemos que en todos nuestros
esfuerzos debemos buscar diariamente poder y experiencia cristiana 490
individual. Tan sólo si nos mantenemos en estrecho contacto con la Fuente
de nuestra fortaleza seremos capaces de avanzar con rapidez en diversos
ramos».
Fueron muchos los visitantes -antiguos conocidos y otros- que vinieron a
saludar a la Sra. White durante los últimos pocos meses de su vida. A veces
ella no podía reconocer a sus antiguos asociados en el trabajo; y otras veces
reconocía a los que venían. Siempre que era posible conversaba con ellos.
Nunca dejó de deleitarse en testificar de la bondad de Dios y de su tierna
misericordia. Durante meses antes de su enfermedad, citaba el texto bíblico:
Le han vencido «por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio»;
y se sentía fortalecida cada vez que daba testimonio del amor de Dios y de
su cuidado protector.
Un sábado de tarde, cuando la familia de su hijo W. C. White pasó algún
tiempo allí, ella resultó especialmente bendecida, y habló muchas palabras
de consejo a sus nietos. «El Señor es muy bueno con nosotros -declaró-; y si
seguimos conociendo al Señor, sabremos que sus salidas están preparadas
como la mañana. Si hay alguna pregunta en vuestras mentes con respecto a
lo que es correcto, mirad al Señor Jesús, y él os guiará. Debemos traer cada
plan al Señor, para saber si él lo aprueba… Recordad que el Señor nos
llevará adelante. Yo estoy velando cada momento, de manera que nada se
interponga entre mí y mi Señor. Espero que así sea. Dios quiera que todos
sean fieles. Pronto habrá una gloriosa reunión. Estoy contenta de que
hayáis venido a verme. El Señor os bendiga. Amén».
No sólo hacia sus nietas y sus nietos sino también hacia todos los jóvenes de
la denominación, su corazón se mostraba anhelante y lleno de amorosa
solicitud. A 491 veces ella hablaba con sus enfermeras y con sus ayudantes
de la oficina, concerniente a la necesidad de seleccionar sabiamente el
material de lectura para la juventud.
«Debemos aconsejar a los jóvenes -instaba ella-, a usar únicamente un
material de lectura apto para edificar el carácter cristiano. Los puntos más
esenciales de nuestra fe deben quedar fijados en la memoria de los jóvenes.
Ellos han tenido una vislumbre de estas verdades, pero no un conocimiento
completo que los guíe a considerar el estudio de las mismas con favoritismo.
Nuestros jóvenes deben leer aquello que tenga un efecto saludable y
santificante sobre su mente. Necesitan esto para que puedan discernir lo que
es la verdadera religión. Hay mucha lectura buena que no es santificante.
«Ahora es el tiempo y la oportunidad que tenemos de trabajar por los jóvenes.
Decidles que estamos ahora en una crisis peligrosa, y necesitamos saber
cómo discernir la verdadera piedad. Nuestros jóvenes necesitan ser
ayudados, elevados y animados, pero de la debida manera; no, tal vez, como
ellos quisieran, pero de una manera que les ayude a tener mentes
santificadas. Ellos necesitan, más que ninguna otra cosa, una religión buena,
santificante.
«No espero vivir mucho ya. Mi obra está casi hecha. Decid a nuestros
jóvenes que yo quiero que mis palabras los animen a vivir la clase de vida
que sea más atractiva para las inteligencias superiores».
El fin llegó el viernes 16 de julio de 1915, a las tres y cuarenta de la tarde, en
la asoleada cámara del piso superior de su hogar de Elmshaven, donde ella
había pasado tanto de su tiempo los últimos felices y fructíferos años de su
ocupada vida. Durmió en Jesús en forma tan silenciosa y pacífica como un
niño que va a 492 descansar. Rodeaban. su cama su hijo el pastor W. C.
White y esposa; su nieta, la Sra. Mabel White Workman; su fiel secretaria por
largo tiempo, la Srta. McEnterfer; su sobrina y consagrada enfermera, la
Srta. May Walling; otra de sus incansables enfermeras, la Sra. Carrie
Hungerford; su ama de llaves, la Srta. Tessie Woodbury; su compañera y
ayudante por largo tiempo, la Sra. Mary Chinnock Thorp; y unos pocos
amigos y ayudantes que habían pasado muchos años en su casa y en torno
a ella, así como en su oficina.
Varios días antes de su muerte había estado inconsciente gran parte del
tiempo, y al final parecía haber perdido la facultad de hablar y la de escuchar.
Las últimas palabras que habló a su hijo fueron: «Yo sé en quién he creído».
«Dios es amor». «El da descanso a sus amados». Para ellos la larga noche
de espera hasta la mañana de la resurrección es solamente un momento; y
aun para los que permanecen, el tiempo de espera no será largo, pues Jesús
viene pronto para reunir a sus amados y llevarlos al hogar. Como declaró
nuestra amada hermana a los que la rodeaban un sábado durante su
enfermedad: «Todos estaremos en el hogar muy pronto». 493 - El Servicio Fúnebre de Elmshaven
A LAS cinco de la tarde del domingo 18 de julio de 1915, en Elmshaven,
«un lugarcito que la gracia ha bendecido en medio de este mundo dolorido»,
se reunieron casi 500 amigos y vecinos para rendir su último tributo de
respeto a la memoria de la Sra. Elena G. White, y para consolar con su
presencia y simpatía a los que habían sido llamados a sufrir la pérdida de una
persona a quien habían amado con todo su corazón.
«El servicio se realizó en el prado, en frente de la tranquila casa de campo de
la Sra. White, que por mucho tiempo había sido un puerto de descanso, un
verdadero refugio, como ella a menudo lo llamaba cuando volvía de sus
actividades públicas. En un extremo del prado se había erigido una glorieta
para los ministros oficiantes; al mismo tiempo se habían colocado
convenientemente sillas y bancos bajo los olmos umbrosos, con sofás y sillas
mecedoras para los de más edad y para los enfermos, lo que proporcionó
asiento a todos los que llegaron.
Las estrofas de un himno familiar cantado por un doble cuarteto que
representaba al Colegio de la 494 Unión del Pacífico y al Sanatorio de Santa
Elena, señaló el comienzo del servicio. El pastor R. W. Munson, en su
oración, pidió que todos sacaran provecho del ejemplo de la vida consagrada
y piadosa de la que ahora dormía, y que muchos encontraran ayuda y
fortaleza especial en la lectura de sus escritos. «Te rogamos especialmente
-dijo él en su oración-, que bendigas esos escritos que ella ha enviado a los
cuatro rincones de la tierra, para que el mundo oiga el mensaje en los
muchos idiomas a los cuales sus libros han sido traducidos. Te agradecemos
por los que están en la China, en Corea, en Japón, en la India, en el África y
en las islas de los mares, y que han sido ayudados a obtener su
conocimiento salvador de la verdad por la lectura de los escritos de tu sierva.
Bendice, también, te pedimos, oh Señor, a los que han ido a esos países a
llevar la luz para este tiempo. . . Oh Dios, acelera la proclamación de este
mensaje a todos los habitantes de la tierra, para que esta generación pueda
escucharlo y prestarle atención, y pueda prepararse el camino para la venida
de nuestro bendito Señor».
El pastor George B. Starr tuvo la lectura bíblica, compuesta de los siguientes
pasajes, algunos de los cuales fueron leídos en parte: Sal. 116: 15; Ecl. 7: 2,
4; Rom. 8: 35, 37-39; Juan 6: 39-40; Dan. 12: 2-3; Apoc. 14: 12-13; Eze. 37:
12-14; Isa. 26: 19; Apoc. 7: 9-17; 21: 4. La lectura terminó con unos pocos
versículos especialmente ilustrativos de la experiencia de la vida de la Sra.
White: Sal. 40: 9, 10 y Mar. 14: 8.
El pastor J. N. Loughborough, venerable pionero con muchos años de
servicio cristiano pero sostenido maravillosamente por Dios como un testigo
viviente de las múltiples providencias en el surgimiento y el progreso del
movimiento adventista, fue el primer orador. Presentó un cálido tributo a la
obra de la vida de 495 alguien con quien él había trabajado tan a menudo en
estrecha asociación desde el año 1852. Su discurso, compuesto
mayormente de reminiscencias del pasado, siguió como un bosquejo
biográfico; aunque fue mucho más que un mero bosquejo, puesto que
revelaba, como lo hizo, la operación especial del Espíritu Santo en relación
con las labores de la Sra. White. Y luego destacó de nuevo el hecho de que
las obras publicadas por ella exponían la moral más pura, guiaban a Cristo y
a la Biblia, y traían descanso y consuelo a los corazones cansados y
dolientes.
El próximo orador, pastor Starr, se refirió a algunos aspectos personales de la
vida de la Sra. White. «Yo no he escuchado a ninguna otra persona -dijo él-,
hablar del amor a Jesús como la he oído a ella. Muchas veces la oí
exclamar: ‘Yo amo al Señor, yo amo al Señor, ¡yo amo al Señor!’ Su vida
entera estaba dedicada a lograr que otros lo amaran y lo sirvieran con todo el
corazón. . .
«La considero como uno de los caracteres más fuertes que yo haya
encontrado. Puedo comparar su vida solamente con el roble robusto que
hace frente a los vientos y soporta su embate más severo, o con la montaña
que se ríe de la tormenta . . . Su fe en Dios era invencible. Bajo pruebas que
habrían barrido la fe de muchos, ella mantuvo firme su confianza, y triunfó».
«Al decirle adiós, hace dos semanas -el pastor Starr continuó-, le dije: ‘Nos
alegramos de verla tan despejada esta mañana’. La Hna. White replicó: ‘Me
alegro de que me encuentre así, y deseo decirle que también mi interior se
halla despejado y brillante’. Y entonces añadió: ‘No he tenido muchos días
de tristeza, ¿no es cierto?’ ‘No, Hna. White -contesté-, porque a través de
toda su vida Ud. se ha elevado por encima de la tristeza’. ‘Sí -replicó ella,-,
mi Padre 496 celestial lo ha planeado de esta manera para mí, y él sabe
cuándo vendrá el fin. Por lo tanto estoy determinada a no murmurar’.
«Entonces le dije a ella: ‘No puedo dejar de repetirle, Hna. White, lo que Ud.
nos escribió en una de sus últimas cartas. Ud. dijo: «Las sombras se están
prolongando y nos acercamos al hogar. Pronto estaremos en el hogar, y
entonces repasaremos todo esto juntos en el reino de Dios» ‘. Ella replicó: ‘Sí;
parece casi demasiado bueno para ser cierto, pero es cierto’ «.
Se cantó entonces la estrofa de otro himno cuya traducción es la siguiente:
«Se fue de la tierra para siempre,
está libre de todo cuidado y temor;
nunca se unirá de nuevo con nosotros,
mientras marchamos por este valle de dolor».
Los primeros versos del segundo himno conmovieron profundamente a gran
parte de la congregación. Estos versos hace años fueron escritos por uno de
los asociados de la Sra. White en el servicio del Maestro, que también ahora
descansa, el pastor Urías Smith. Siempre es triste la despedida,
«Pero se acerca un día glorioso,
anhelado jubileo de la tierra.
El rey de la Creación en su venida
proclamará la libertad de su pueblo;
en las alas brillantes del amor,
entonarán desde la tima y del mar:
‘Oh muerte; ¿dónde está tu dominio?
Oh tumba, ¿dónde está tu victoria?’ «
El pastor E. W. Farnsworth, que estaba a cargo del servicio, habló como
sigue: 497
«Parece casi imposible, hermanos y amigos, que alguien piense predicar un
sermón, un sermón conmemorativo de alguien cuya vida y cuyas labores han
sido un constante sermón viviente durante prácticamente ochenta años. Este
verano va a hacer 78 años que la Hna. White entregó su corazón al Señor; y
durante todos estos años, raramente se ha producido un cese o una
interrupción en el más ardiente y fervoroso laborar en pro del Maestro, y su
vida y lo que ella representa en sus publicaciones es el mayor elogio que
pueda pronunciarse en esta ocasión fúnebre.
«Me he preguntado lo que la Hna. White misma diría si ella estuviera aquí
viva, y uno de nosotros estuviera en su lugar. Estoy seguro de algunas cosas
que ella diría. Yo creo que ella leería el siguiente pasaje, para beneficio de
sus amigos, parientes, vecinos y otros que están congregados aquí:
» ‘Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los
hombres’ -y me aventuro a decir que ninguna persona que viva en esta
generación ha proclamado más insistentemente la gracia de Dios para la
salvación de los hombres de lo que ella lo ha hecho-, enseñándonos que,
renunciando a la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este siglo
sobria, justa y piadosamente’.
«Ella hablaría a sus vecinos y amigos acerca de ese pensamiento, pero no se
detendría allí. Esta tarde ella añadiría: ‘Aguardando la esperanza
bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador
Jesucristo’. Ella impresionaría este pensamiento en nuestras mentes. No
solamente lo presentaría de una forma general, sino que destacaría el hecho,
la gran verdad, de que esa bendita esperanza pronto ha de ser consumada.
Ella elevaría nuestros corazones y nuestras mentes para impresionarnos con
esta hermosa 498 esperanza que fue su esperanza, su gozo y su inspiración.
Quiero ser esta tarde el eco de esa voz, hermanos, amigos y vecinos. Yo
estoy seguro de que éste sería el mensaje que ella daría. Pero ella está
descansando. «De alguna manera me impresiona el pensamiento de que se
cumple ahora el pasaje del capítulo 15 de 1 Corintios, que dice: ‘El aguijón de
la muerte es el pecado’. Permitidme leéroslo. Helo aquí: ‘Porque si los
muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra
fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que
durmieron en Cristo perecieron’. Y ella leería aún más: ‘Entonces se cumplirá
la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh
muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tú victoria?’
«El pensamiento que tengo es éste: Que hay cierto sentido en pensar que el
aguijón es quitado de la muerte aquí y ahora, hermanos [fervientes amenes].
Nuestros afectos naturales, el amor de nuestros corazones, harán brotar
lágrimas de nuestros ojos, y no podemos sino llorar; pero detrás de todo,
hermanos está el consuelo de que el pecado ha sido quitado de este ser
querido, y también el aguijón del pecado ha sido extraído, y la muerte no
puede retenerlo por mucho tiempo [muchos amenes].
«Leemos en cierto lugar que Jesús no podía ser retenido por la muerte. ¿Por
qué? Porque no había pecado en él. Donde reina la justicia, y el pecado ha
sido quitado, la muerte pierde su poder. El ser humano puede dormir en la
tumba por algún tiempo, pero la muerte no puede mantenerlo allí por largo
tiempo. El tiempo de la liberación está cerca. Pronto sonará la trompeta y,
gracias al Señor, veremos a la Hna. White de nuevo. 499
«Digo a su familia y a sus amigos: Yo me conduelo con vosotros hoy; pero
hay algo acerca de una vida justa en Cristo que despoja a la muerte de sus
terrores y a la tumba de toda su angustia. Jesús ha estado allí, y podemos,
con toda seguridad, recorrer el camino que él siguió. De manera que,
hermanos, miremos hacia arriba. Miremos más allá de este valle actual de
lágrimas y dolor, hacia una esperanza y una vida más brillante y eterna, por
causa de Jesús. Amén».
Con la entonación de uno de los himnos mas queridos para la Sra. White,
«Nos veremos junto al río», y la bendición que pronunció el pastor S. T. Hare,
terminó el servicio. 500 - Un Servicio a la Memoria de la Sra. White en
Richmond
POR pedido especial de los administradores de la Unión del Pacífico y de la
Asociación de California, se realizó un servicio a la memoria de Elena de
White en Richmond, California, al día siguiente en que se hizo el servicio
fúnebre en Elmshaven.
No fue difícil hacer los arreglos para tal servicio, siendo que se hallaba en
sesión en Richmond el congreso campestre de la Asociación de California.
Richmond está sobre la principal vía férrea que va de la costa del Pacífico al
este, a donde el cuerpo había de ser conducido para ser enterrado en el lote
de la familia. En consecuencia, se hicieron los anuncios enviándolos a las
grandes iglesias cercanas, y en la mañana del 19 de julio más de mil amigos
provenientes de ciudades que rodean la bahía de San Francisco y también
de puntos distantes, se congregaron en el campamento de Richmond.
El pastor E. E. Andross, presidente de la Unión de Pacífico, estaba a cargo
del servicio, y fue ayudado por el pastor E. W. Farnworth, vicepresidente de
la Unión; el pastor J. N. Loughborough, un honrado pionero del 501
movimiento adventista, y el pastor A. O. Tait, director de Signs of the
Times.*(120)
El himno de apertura que comienza con las palabras «Dulce sea el
descanso», y la lectura bíblica hecha por el pastor E. W. Farnsworth (1 Cor.
15: 12-20, 35-38, 42-45; 2 Cor. 4: 6-18; 5: 1-10), prepararon las mentes de la
congregación para entrar en el espíritu de la invocación ofrecida por el pastor
Loughborough. En el curso de la misma él reconoció que, «aunque nos
sobrevienen aflicciones, y aunque algunos obreros en esta causa deben
deponer la armadura por falta de fuerza física», el propósito de Dios será
realizado. Cuando el Salvador fue puesto en la tumba, los discípulos
pensaron que la obra del Señor en la tierra había finalizado; pero su muerte
en la cruz era en realidad la misma vida de la causa que había promovido.
Un bosquejo biográfico cuidadosamente preparado, escrito por el pastor M.
C. Wilcox, de la Pacific Press Publishing Association, fue leído por un
asociado, el pastor A. O. Tait, porque Wilcox se hallaba en el este. En los
párrafos introductorios se estableció el principio de que «Dios utiliza en gran
manera a los individuos. Todos los grandes movimientos, los reavivamientos
religiosos y las crisis de los siglos han tenido como centro a individuos, de
manera que la historia de las vidas de estas personas deben incluir la historia
de la obra de Dios en el mundo, o la historia de las crisis o de los
movimientos». Citando las biografías de Noé, Abrahán y otros notables
personajes hebreos, de Wyclif, de Lutero y de los hermanos Wesley, el
escrito continuaba: 502
«Y en el Movimiento Adventista, en la proclamación del último mensaje de
reforma al mundo, hay dos personas cuyas biografías necesariamente deben
incluir el comienzo y el establecimiento del movimiento y su crecimiento
mundial. Sí, más todavía, la mano de Dios a través de ellos afectará el
movimiento hasta el fin. Me refiero al pastor Jaime White y a su amada
esposa, la Sra. Elena G. White».
En esta revisión de la historia de la vida de la Sra. White, tal como fue leída
en Richmond, sus labores en la costa del Pacífico fueron bosquejadas de la
siguiente manera:
«La obra en California fue inaugurada por los pastores J. N. Loughborough y
D. T. Bordeau en el verano de 1868. En el otoño de 1872 el pastor White y
su esposa visitaron San Francisco, Santa Rosa, Woodland Healdsburg y
Petaluma. Aquí sus mensajes fueron recibidos por almas fervorosas, y sus
labores fueron grandemente apreciadas.
«En febrero de 1873 el pastor White y su esposa fueron a Michigan, y
regresaron a California en diciembre de ese año para asumir nuevas y
mayores cargas y comenzar nuevas empresas. En 1874 asistieron a dos
reuniones generales bajo tienda realizadas en Oakland. Aquí habló la Sra.
White con impacto notable sobre el asunto de la temperancia, en una
campaña local.
«Fue ése el tiempo en que la obra de publicaciones se empezó en Oakland,
pues el primer número de Signs of the Times lleva la fecha de junio 4 de - En 1875 se organizó la Pacific Press, con un capital inicial de 28.000
dólares. Esta asociación continúa ahora bajo el nombre de Pacific Press
Publishing Association, con un capital de cerca de 250.000 dólares y una
producción anual de un millón de dólares en publicaciones 503 religiosas y
educacionales.*(121)
«Dios reveló a la Sra. White que se haría una gran obra en la costa del
Pacífico, en las ciudades que rodean la bahía. Esto comenzó a
materializarse muy pronto; pues se erigieron iglesias en Oakland y San
Francisco en 1875 y 1876. Con el objeto de ayudar a edificar estas iglesias,
el pastor White y señora vendieron todo lo que tenían en el este.
«La Sra. White estuvo íntimamente relacionada con el comienzo del colegio
de Healdsburg, del cual salieron obreros a todas partes del mundo. Esa
escuela, que ha recibido también el pleno apoyo de la Sra. White, es ahora el
Pacific Union College, establecido cerca de Santa Elena.
«Siendo que el pastor White y su esposa tuvieron una gran carga en la
edificación del Sanatorio de Battle Creek, ellos sintieron especial placer en
animar a emprender una obra similar en California, lo cual resultó en el
desarrollo del Sanatorio de Santa Elena, que empezó con el nombre de Rural
Health Retreat (Retiro Rural para la Salud). Habiendo padecido sufrimientos
físicos toda la vida, las simpatías de la Sra. White han estado siempre
dirigidas a los afligidos. En relación con tres otras empresas
médico-misioneras de California -la de Paradise Valley, cerca de San Diego;
la de Glendale, cerca de Los Ángeles; y la de Loma Linda-, la Sra. White ha
llevado heroicas cargas y prestado una gran ayuda. Esto es especialmente
cierto con respecto al Colegio de Médicos Evangelistas de Loma Linda.
«En 1878 visitó Oregon. Allí asistió al primer congreso campestre de ese
Estado, en Salem. . .
«Su vida fue una vida de sacrificio. En medio de la 504 pobreza, con una
salud precaria, enferma ella misma, con su familia también enferma,
trabajando con sus manos junto con su esposo, economizando aun en las
necesidades fundamentales de la existencia, ministrando a los demás
esperanza y ánimo mientras ella misma estaba en las más desanimadoras
circunstancias, ella cubrió con creces el lapso de su vida con abnegación y
olvido de sí misma por causa de los demás. Donó muchas veces por encima
de lo que podría haberla mantenido con comodidad. Sus llamamientos a los
demás han sido a obrar, obrar, obrar por Dios y por la humanidad; pero en
esto fue grandemente bendecida por Dios. Llegó muchas veces a las puertas
de la muerte, y cuando sus amigos habían perdido la esperanza de que
continuara viviendo, y los médicos la habían desahuciado, fue repetida y
milagrosamente restaurada a la salud.
«La Sra. White terminó aquí su obra como empezó: pobre en bienes de este
mundo. Los ingresos que recibió de los libros, lo cual no era una suma
considerable, han sido usados liberalmente para dar ayuda a empresas
necesitadas y a gente en necesidad. Su corazón siempre manifestó
simpatía, y sus propias manos a menudo ministraron al enfermo y al
sufriente. . .
«La vida de la Sra. White vive después de ella. Se hizo de enemigos por la
enseñanza y la reprobación directa que necesitó hacer. Se la juzgó mal y se
la calumnió. Los que la conocen mejor, pueden apreciar mejor su vida. Ella
era humana, sujeta a todas las debilidades de la raza humana; pero encontró
en Cristo un precioso Salvador y Ayudador. El la llamó a hacer una obra muy
impopular, y ella respondió. El la usó en forma poderosa. Ella ha sido en
realidad una madre de Israel.
«Nuestro bendito Señor expresó el juicio más 505 ecuánime del corazón
humano cuando dijo que un árbol se conoce por sus frutos. A la luz de este
principio, la vida de nuestra hermana y su bendita influencia sobre todos
aquellos cuyas vidas fueron tocadas por las mismas, son un testimonio de su
carácter y de su obra. Estando muerta, todavía habla».
Para el discurso que siguió a la lectura de este bosquejo biográfico, el pastor
E. E. Andross eligió como su texto las palabras: «Bienaventurados de aquí en
adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu,
descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen».
«Con respecto a ninguna persona -declaró el orador- puede decirse con
mayor verdad que de nuestra querida hermana, que este pasaje se ha
cumplido; y en las actuales circunstancias, nuestros corazones claman en
espera de la gloriosa mañana de la resurrección. Necesitamos saber que la
muerte ha de ser destruida, que los que duermen serán despertados. Pero
por bendita que sea la vida de los que descansan, necesitamos saber que la
persona amada se levantará a una gloriosa inmortalidad. Y el Señor no nos
ha dejado para llorar como los que no tienen esperanza. ‘De la mano del Seol
los redimiré, -escribe el profeta-; los libraré de la muerte. Oh muerte, yo seré
tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seol». ¡Benditas palabras!. . .
De nuevo leo las palabras del profeta Isaías, como se registran en el capítulo
26: ‘Tus muertos vivirán, sus cadáveres resucitarán. ¡Despertad y cantad,
moradores del polvo! Porque tu rocío es cual rocío de hortalizas, y la tierra
dará sus muertos». La muerte ha de ser eventualmente destruida, y los que
duermen serán despertados. . .
«De manera que hoy en día, hermanos míos, y especialmente los que están
más dolidos en esta ocasión 506 -los miembros de la familia-, os digo: No
hemos de llorar como los que no tienen esperanza. Nuestra hermana,
después de setenta y más años de ferviente, fatigoso y fiel trabajo por el
Maestro, descansa ahora en el sueño final; pero pronto ha de levantarse.
‘Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con
trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán
primero’. Ella oirá la voz del arcángel, y saldrá. . . Ojalá que nosotros, como
nuestra querida hermana, sigamos ‘al Cordero por dondequiera que va’. Y
cuando pronto nuestras labores hayan terminado, como el gran apóstol
podamos decir: ‘He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he
guardado la fe’ «.
Con la entonación de un himno y la oración de despedida por el pastor E. W.
Farnsworth, se clausuró el servicio conmemorativo de Richmond. 507 - Los Servicios Fúnebres de Battle Creek
EL SÁBADO 24 de julio de 1915, la Sra. White fue puesta a descansar al lado
de su esposo, el pastor Jaime White, en el cementerio de Oak Hill, Battle
Creek, Michigan, para esperar allí el llamado del Dador de la vida.
En el Tabernáculo
Muchos amigos habían venido desde las ciudades y aldeas vecinas, para
unirse con los miembros de la iglesia de Battle Creek y con los ciudadanos de
ese lugar a fin de pagar un tributo de respeto y amor a la memoria de una
persona que había sido llamada al descanso. También de los Estados
colindantes había llegado un número considerable, incluyendo los
presidentes y otros administradores de asociaciones locales de la Unión del
Lago, de la División Norteamericana, y de la Asociación General de los
Adventistas del Séptimo Día.
El escenario para el servicio fúnebre era adecuado e impresionante. El
servicio se realizó en el gran Tabernáculo, al cual todo el pueblo había
contribuido cerca de cuarenta años antes, y en el que la Sra. White muchas
veces había hablado palabras de vida. Los tributos florales estaban
arreglados de tal manera que 508 formaban una hermosa glorieta que
semejaba un jardín. Los amigos del Sanatorio de Battle Creek habían
enviado abundancia de palmas, lirios y margaritas en macetas, que casi
cubrían la plataforma y se extendían hacia la derecha y la izquierda por la
galería y las escaleras. También había muchos arreglos florales, símbolos de
la ocasión y de la esperanza del más allá. La Iglesia de Battle Creek
presentó una rueda quebrada; la Review and Herald Publishing Association,
una columna quebrada; la Asociación General y la División Norteamericana,
una cruz y una corona, y la Pacific Press Publishing Association, una Biblia
abierta, sobre cuyas páginas se leían las promesas del Salvador: «He aquí yo
vengo pronto, y mi galardón conmigo».
Dos horas antes de que empezara el servicio el cuerpo ya estaba frente a la
plataforma. Había guardas de honor* (122)que lo custodiaban, en tanto que
miles pasaban para pagar un tributo a la sierva de Jesús, que dormía su
último sueño. En esa larga procesión de personas, había hombres y mujeres
encorvados por el peso de los años, quienes en su juventud se habían
sentado a los pies de aquella que ahora descansaba y habían recibido sus
enseñanzas. Ahora lloraban su ausencia de las filas de los obreros en la
causa de Dios. Las lágrimas corrían por las mejillas de más de un pionero
noble que por más de medio siglo había guardado la fe una vez entregada a
los santos, y que todavía se regocijaba en la esperanza de la recompensa
final que aguardaba a los fieles. 509
Cuando llegó la hora señalada para el servicio, el Tabernáculo, con
capacidad para cerca de 3.500 personas, estaba lleno, y muchos estaban de
pie; se estima que 1.000 personas o más no pudieron entrar y tuvieron que
regresar.
Entre los miembros de la familia de la Sra. White presentes estaban ambos
hijos sobrevivientes, el pastor Jaime Edson White, de Marshall, Michigan, y el
pastor W. C. White, de Santa Elena, California; la Srta. McEnterfer, de Santa
Elena, California; la Srta. Addie Walling MacPherson, una sobrina que vivía
en Suffern, Nueva York; la Sra. L. M. Hall, en un tiempo miembro del equipo
de la Sra. White; y varios otros que en años anteriores habían estado
asociados más o menos estrechamente con la que descansaba. Muchos
corazones sentían vivas simpatías por la Sra. Emma White, esposa del
pastor J. E. White, ausente debido a la aflicción reumática que durante dos
años le había impedido abandonar su casa.
El servicio fue impresionante en toda su extensión. Los cantores,(123) los conductores del féretro(124) y los ministros*(125) ascendieron a la
plataforma arrodillándose por unos breves momentos en oración silenciosa.
Entonces el coro cantó un himno relativo a la resurrección. 510
«¡En Jesús dormidos! ¡Bendito reposar
sin llanto ni tristeza alguna al despertar!
¡Dulce reposo en paz y calma no turbada
ni aun por quien cruelmente en la vida nos odiaba!
¡En Jesús dormidos! ¡Pronto despertar
cuando suene la trompeta celestial!
¡Las prisiones de la tumba se abrirán
y los fieles de Jesús despertarán!
Lectura bíblica
«Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva -leyó el pastor F. M. Wilcox, de
Washington, D. C.-. He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él
morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos
como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá
muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas
pasaron». Los pasajes que leyó de las visiones de Juan en la isla de Patmos,
fueron Apocalipsis 21: 1-7; 22: 1-5, y con éstos se vincularon las preciosas
promesas registradas en el capítulo 35 de la profecía de Isaías. «Los
redimidos de Jehová volverán, y vendrán a Sión con alegría; y gozo perpetuo
será sobre sus cabezas; y tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el
gemido’ «.
La oración
El pastor M. C. Wilcox, de Mountain View, California, 511 elevó la petición al
trono de gracia: «Bondadoso Dios, nuestro Padre celestial, te agradecemos
porque no hay prueba en la tierra tan grande para la cual tú no tengas
consuelo y fortaleza para tus hijos. Te agradecemos porque podemos venir a
ti esta mañana y saber que tú eres nuestro Padre. Gracias por el gran amor
con el cual nos amas aun en nuestra condición pecaminosa y mortal, no
porque seamos amables, sino porque tú eres amor.
«Te damos gracias por el don de tu Hijo unigénito; porque él murió en nuestro
favor, y porque en él tú puedes tomar a mortales indignos como nosotros y
prepararlos para la gloriosa herencia acerca de la cual hemos estado oyendo.
«Te agradecemos porque tu poder es tan grande que puedes dominar y
vencer todo lo que en nosotros es malo: porque puedes tomar la condición
pobre, baja e inmunda de nuestra naturaleza humana, y convertirla en oro
genuino de Dios.
«Te agradecemos por todas las preciosas promesas y seguridades de tu
Palabra; por todas tus fieles amonestaciones; por todos tus santos preceptos,
por la bendita esperanza de la venida de nuestro Señor que está a las
puertas, cuando él transformará a esta tierra con su propio poder para formar
un hogar eterno para todos sus hijos.
«Te agradecemos, oh Padre, por lo que tú has hecho por nosotros en este
último movimiento evangélico. Te agradecemos por la obra que has
realizado por medio de tu sierva, nuestra hermana, que yace delante de
nosotros esta mañana; por todo el consejo e instrucción que nos has dado
por ella; por toda la obra que has realizado por su medio; por las instituciones
que ella ayudó a establecer; por el poderoso mensaje que ella presentó. 512
«Y aunque nuestros corazones se hallan inexpresablemente tristes esta
mañana, Padre nuestro, te alabamos por lo que tú has hecho al tomar a un
pobre y débil ser humano, y hacer de él un instrumento para la edificación de
tu causa.
«Ven cerca de nuestros corazones doloridos esta mañana. Vuelca sobre
ellos el bálsamo de tu Espíritu, de tu sanadora bondad. Llena todos los
vacíos producidos por la muerte, con tu propia preciosa presencia. Ayuda a
los que lloran a extender la mirada más allá, a la gloriosa mañana ya
cercana, cuando el Señor Jesucristo sanará toda herida que el pecado haya
hecho, consolará todo corazón que confíe en él y hará todas las cosas
eternamente nuevas.
«Te rogamos que nos ayudes a aprender la lección de la brevedad de la vida
humana; de la necesidad de consagrarnos a ti; del gran ánimo que tú nos das
en esta vida que acaba de terminar, y que es un reflejo de lo que harás por
los que se entregan en tus manos para tu servicio.
«Sabemos que nuestra hermana está segura. Podemos dejarla contigo. De
aquí a poco tú hablarás y los muertos resurgirán inmortales. Pero oramos
por los que viven. Oramos por aquellos que quedan atrás para hacer frente a
las luchas y las pruebas y los conflictos de estos últimos días. ¡Cuán débiles
somos, cuán completamente incapaces de hacer frente a ninguna de estas
cosas! En esta hora, nuestra esperanza está en ti. Y pedimos que el gran
Dios que nos ha llamado nos capacite para su servicio; nos dé energía para
un esfuerzo mayor; nos conceda una fe más firme, mayor diligencia y más
gracia para encarar las pruebas y los conflictos. Rogamos que él nos salve
de todos los engaños, los hechizos y las trampas del enemigo; que él nos dé
una visión más clara para ver lo que Dios quiere que 513 cada uno sea y
haga, y que, finalmente, también nos conceda un triunfo rápido a la venida de
nuestro Señor.
«Y así, Padre, en este día triste, dejamos estas cosas en tus manos, y
rogamos que el gran Dios que ha guiado, que ha estado con nosotros,
continúe guiándonos a cada paso del camino, dándonos la salida de todos
los desiertos de duda y de prueba; conduciéndonos a la tierra del día
perfecto, donde no habrá más pecado, ni dolor, y donde nos regocijaremos
en las sonrisas de nuestro bendito Redentor, que ha vencido el pecado y por
lo tanto fue victorioso sobre la muerte. Concédenos, oh nuestro Padre, que
en aquel gran día, los que estamos aquí reunidos nos hallemos en el número
de los que vivirán para siempre junto con los buenos que se han ido y
aquellos que quedarán hasta tu venida. Todo esto lo pedimos en el nombre
del Señor Jesús. Amén».
El discurso del pastor Daniells
Un solo vocal, «Descanso para las manos cansadas», presentado por el
profesor Griggs, fue seguido por el discurso del presidente de la Asociación
General, pastor A. G. Daniells. El orador bosquejó en forma breve, pero con
mucha claridad, la vida temprana y la experiencia cristiana de la Sra. White, y
también sus labores de los últimos tiempos. La primera parte de su discurso
sirvió como bosquejo biográfico, y al mismo tiempo formó la base para la
línea principal de pensamiento de toda la presentación; a saber, que con toda
verdad Dios ha estado concediendo a la iglesia remanente el don precioso
del espíritu de profecía.
Con respecto al llamamiento de la Sra. White en la primera parte de su vida
para realizar un ministerio especial en favor de Dios, y los frutos que
caracterizaron 514 su ministerio, el pastor Daniells dijo:
«Tomando la Biblia como la guía suprema de su vida, en base a sus
enseñanzas, llegó ella a estar plenamente convencida de que la segunda
venida de Cristo estaba cerca. Sobre este asunto nunca tuvo dudas, y
creyéndolo con toda su alma, sentía que el propósito supremo de todo
individuo en este tiempo debe ser vivir una vida impecable en Cristo y dedicar
todo recurso a su alcance a la salvación de los perdidos.
«Esta idea la indujo a la oración incesante por la presencia interna del Espíritu
Santo. Su anhelo de la presencia divina fue contestado más allá de todo lo
que ella podía imaginar. . . Su vida plenamente consagrada, su obediencia y
su oración por la ayuda divina fueron recompensadas por la concesión del
don de profecía, uno de los dones más escogidos del Espíritu.
«En diciembre de 1844, el Espíritu Santo le dio una revelación de la segunda
venida de Cristo. En esa visión del futuro recibió ella una comprensión de la
gloriosa recompensa que aguarda a los redimidos y de la terrible suerte que
les sobrevendrá a todos los que rechacen servir a su Señor y Maestro. Esta
visión del destino de la familia humana hizo una profunda impresión en su
corazón. Aquí recibió su encargo como mensajera del Señor. Ella sintió que
Dios le estaba ordenando que diera este mensaje de luz y salvación a los
demás.
«Esto constituyó una gran prueba para ella. Tenía solamente diecisiete años
de edad, era pequeña, frágil y retraída; pero después de una lucha larga y
severa, se rindió al llamamiento de su Señor, y le fueron dados valor y
fortaleza para asumir la obra de su vida.
«Después de esta entrega y de esta victoria pasó por una serie de notables
experiencias espirituales, inequívocamente genuinas, y que fueron
consideradas por 515 los obreros asociados de ese tiempo como una
manifestación del don de profecía, prometido por Cristo a la iglesia
remanente. Los que han estado asociados con ella durante todos los años
que han pasado desde ese tiempo, nunca necesitaron cambiar su convicción
de que las revelaciones que ella recibió a través de los años han venido de
Dios.
«El extinto pastor Urías Smith, quien estuvo asociado durante toda su vida
tanto con el pastor White como con su señora, dejó el siguiente testimonio de
este don manifestado en las enseñanzas de la Sra. White:
» ‘Toda prueba que sea posible aplicar a tales manifestaciones muestra que
éstas son genuinas. Las evidencias que las sostienen, tanto internas como
externas, son concluyentes. Ellas concuerdan con la Palabra de Dios y
consigo mismas. Son dadas cuando el Espíritu de Dios está especialmente
presente, a menos que aquellos que están mejor capacitados para juzgar
estén invariablemente engañados. Siendo tranquilas, dignas impresionantes,
esas enseñanzas se recomiendan a sí mismas a toda persona que las
analiza, precisamente como lo opuesto de lo que es falso y fanático.
» ‘Su fruto es tal, que muestra que la fuente de la cual proceden es lo opuesto
a lo malo.
» ‘1. Ellas tienden a la más pura moralidad. Enseñan a terminar con todo
vicio, exhortan a la práctica de toda virtud. Señalan los peligros que hemos
de pasar en nuestro camino al reino. Revelan los ardides de Satanás. Nos
amonestan contra sus trampas. Cortan en flor todo esquema de fanatismo
que el enemigo ha tratado de poner en nuestro medio. Ellas han expuesto
iniquidades ocultas, han traído a luz males escondidos, y han presentado
abiertamente los motivos perversos de los que no tienen corazón sincero.
Ellas han protegido 516 de peligros la causa de la verdad por todos lados.
Ellas nos han despertado una y otra vez a la necesidad de una mayor
consagración a Dios, a realizar esfuerzos más celosos para obtener la
santidad del corazón, y a una mayor diligencia en la causa y el servicio de
nuestro Maestro.
» ‘2. Conducen a Cristo. A semejanza de la Biblia, lo señalan como la única
esperanza y el único Salvador del género humano, nos presentan en
caracteres vivos su vida santa y su ejemplo piadoso, y con irresistible
urgencia nos instan a seguir sus pasos.
» ‘3. Nos conducen a la Biblia. Señalan ese libro como la inspirada e
inalterable Palabra de Dios. Nos exhortan a tomar esa Palabra como nuestro
consejero y la regla de nuestra fe y práctica. Y con un gran poder compulsor
nos ruegan que estudiemos prolongada y diligentemente sus páginas y nos
familiaricemos con su enseñanza, pues ella ha de juzgarnos en el día final.
» ‘4. Han traído consuelo a muchos corazones. Han fortalecido al débil,
animado al medroso, levantado al desanimado. Han traído orden en la
confusión, han enderezado errores, y arrojado luz sobre lo que era oscuro y
tenebroso’.
«El 30 de agosto de 1846, la Srta. Harmon se casó con Jaime White, nacido
en Palmira, Somerset Country, Maine. Desde el tiempo de su matrimonio, la
vida de la Sra. White estuvo estrechamente ligada con la de su esposo en la
ardua tarea evangélica hasta su muerte, ocurrida el 6 de agosto de 1881.
Ambos viajaron en forma extensa por los Estados Unidos, predicando y
escribiendo, plantando y edificando, organizando y administrando. El tiempo
ha comprobado cuán amplios y firmes fueron los fundamentos que ellos
colocaron, y cuán sabiamente y cuán bien edificaron.
«Los pensamientos sostenidos y ampliamente proclamados 517 por la Sra.
White con respecto a cuestiones vitales y fundamentales -la soberanía de
Dios, la divinidad de Cristo, la eficacia del Evangelio, la inspiración de las
Escrituras, la majestad de la ley, el carácter del pecado y la liberación de su
poder, la hermandad del hombre y las relaciones y responsabilidades de esa
hermandad-, su enseñanza con respecto a estas grandes cuestiones y su
vida de devoción a su Señor y de servicio a sus semejantes, resultaron
impresionantes por medio de las revelaciones que le fueron dadas por el
Espíritu divino. Ellos son los frutos de ese Espíritu, los frutos por los cuales la
obra de su vida ha de ser juzgada. Ellos deben determinar la fuente y el
carácter del espíritu que ha dominado toda su vida. ‘Por sus frutos los
conoceréis’. ‘¡A la ley y al testimonio! si no dijeren conforme a esto, es
porque no les ha amanecido’.
«Esta cuestión no está envuelta de ninguna manera en una incertidumbre. Su
enseñanza es clara y la influencia de su vida ha sido positiva.
«Ningún maestro cristiano en esta generación, ningún reformador religioso de
cualquier época anterior, ha asignado un valor más alto a la Biblia. En todos
sus escritos ésta se presenta como el libro de todos los libros, la guía
suprema y suficiente para toda la familia humana. Ni una sombra de ‘alta
crítica’, ‘nueva teología’, ni de filosofía escéptica y destructiva, puede hallarse
en ninguno de sus escritos. Los que todavía creen que la Biblia es la
inspirada e infalible Palabra del Dios vivo valorarán más altamente este punto
de vista positivo, y este sostén incondicional que se da en los escritos de la
Sra. White.
«En su enseñanza, Cristo es reconocido y exaltado como el único Salvador
de los pecadores. Se coloca el énfasis sobre el anuncio directo y claro de los
discípulos: 518 ‘No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que
podamos ser salvos’. El poder: de redimir del pecado y de sus efectos se
halla solamente en él, y a él todos los hombres han de dirigirse.
«Sus escritos se atienen con firmeza a la doctrina de que el Evangelio, como
está revelado en las Sagradas Escrituras, presenta el único medio de
salvación. No se hace en sus obras el menor reconocimiento de ninguna de
las filosofías de la India, o de los códigos de ética de Birmania y la China, en
comparación con el Evangelio del Hijo de Dios. Esta es la única esperanza de
un mundo perdido.
«El Espíritu Santo, el representante de Cristo en la tierra, es señalado y
exaltado como el Maestro celestial y el guía enviado a este mundo por
nuestro Señor en ocasión de su ascensión, para hacer real en los corazones
y en las vidas de los hombres todo lo que él había hecho posible por su
muerte en la cruz. Los dones del Espíritu divino, como se los enumera en los
Evangelios y epístolas del Nuevo Testamento, son reconocidos, se ora por
ellos, y se reciben tan plenamente como el Espíritu ve conveniente
impartirlos.
«La iglesia instituida por nuestro Señor y edificada por sus discípulos en el
primer siglo es señalada como el modelo divino. Se reconocen plenamente
sus prerrogativas y autoridad, y se observan todas sus ordenanzas y
servicios conmemorativos. Se coloca fuerte énfasis sobre el orden y la
organización evangélicos tal como se revelan en las Escrituras, para la
eficiencia de la iglesia en todas sus operaciones mundiales.
«En base a la luz y al consejo que le fueron dados, la Sra. White sostuvo y
defendió opiniones amplias y progresivas con respecto a las cuestiones
vitales que afectan el mejoramiento y la elevación de la familia humana,
desde el punto de vista moral, intelectual, 519 físico y social, así como el
espiritual. Sus escritos están llenos de instrucción, clara y positiva, en favor
de una educación cristiana amplia y práctica para todo joven y toda señorita.
En respuesta a sus fervientes consejos, la denominación con la cual estuvo
asociada ahora sostiene un sistema de educación para todos sus niños y
jóvenes.
«Sus escritos presentan la posición más abarcante con respecto a la reforma
pro temperancia, las leyes de la vida y la salud, y el uso de remedios
racionales y eficaces para el tratamiento de la enfermedad. La adopción de
estos principios ha colocado a la vanguardia al pueblo con el cual ella trabajó,
junto con otros que están defendiendo los mismos principios de temperancia
y están trabajando por el mejoramiento físico de la humanidad.
«Tampoco la condición social de la familia humana se ha perdido de vista. La
esclavitud, el sistema de castas, los prejuicios raciales, la opresión del pobre,
el descuido del infortunado, todas estas cosas son declaradas como
anticristianas y una seria amenaza para el bienestar de la raza humana, y
como un mal que la iglesia de Cristo está encargada de cambiar.
«En sus escritos la Sra. White destaca las responsabilidades de la iglesia en
el servicio misionero, tanto en el país de origen como en el extranjero. Cada
miembro del cuerpo es amonestado a ser una luz en el mundo, una bendición
para aquellos con quienes se asocia. Todos deben vivir la vida abnegada del
Maestro en favor de los demás. Y la iglesia en los países cristianos debe
empeñarse en arduos esfuerzos para evangelizar, en los países paganos, a
los que están marchando a tientas en las tinieblas y la superstición. Id a todo
el mundo, dad a todo el mundo, trabajad por todo el mundo, es la exhortación
que corre a través de todos 520 los escritos de la Sra. White, como lo ilustra
el siguiente párrafo:
» ‘Tengan los miembros de la iglesia una fe acrecentada, y obtengan celo de
sus aliados angelicales invisibles, por medio de un conocimiento de sus
inextinguibles recursos, de la grandeza de la empresa en la cual están
empeñados, y del poder de su Dirigente. Los que se colocan bajo el gobierno
de Dios, para ser guiados y conducidos por él, captarán una visión estable de
los acontecimientos que él ordenó que ocurrieran. Inspirados por el Espíritu
de Aquel que dio su vida por la vida del mundo, no seguirán estáticos en su
impotencia, señalando lo que no pueden hacer. Colocándome la armadura
del cielo, avanzarán a la batalla deseosos de actuar y de ser valientes por
Dios, sabiendo que su Omnipotencia suplirá su necesidad’.
«Así, durante setenta años ella consagró su vida a un servicio activo por la
causa de Dios en favor de la humanidad pecaminosa, sufriente y dolorida.
Después de viajar extensamente por los Estados Unidos desde 1846 hasta
1885, visitó Europa, donde dedicó dos años a la obra allí, la cual estaba en
un período formativo. En 1891 fue a Australia, donde permaneció por nueve
años, viajando por las colonias, y dedicando todas sus energías a la
edificación de la obra.
«Al regresar a los Estados Unidos en 1900, a la edad de 73 años, pareció
sentir que el deber de viajar casi había terminado, y que debía dedicar el
resto de su vida a escribir. Así trabajó con ahínco hasta corto tiempo antes
de su muerte, a la avanzada edad de casi ochenta y ocho años.
«Tal vez no somos lo suficientemente sabios como para poder decir en forma
definida qué parte de la obra de la vida de la Sra. White ha sido del mayor
valor para el mundo, pero parece que el gran volumen de 521 literatura
bíblica que ella dejó resultará ser el mayor servicio para el género humano.
Sus libros son más de veinte. Algunos de ellos han sido traducidos a muchos
idiomas en diferentes partes del mundo. Ahora han alcanzado una
circulación de más de dos millones de ejemplares, y todavía continúan yendo
al público por millares.
«Al echar una mirada a todo el campo de la verdad evangélica -o sea la
relación del hombre con su Señor y con sus semejantes- debe verse que la
Sra. White, en toda su enseñanza, ha dado a estas grandes verdades
fundamentales un sostén positivo y constructivo. Ella tocó la humanidad en
todo punto vital de necesidad, y la elevó a un plano más alto.
«Ahora ella descansa. Su voz está silenciosa; su pluma ha sido puesta a un
lado. Pero la poderosa influencia de esa vida activa, poderosa y llena del
Espíritu continuará. Esa vida estaba vinculada con el Eterno; estaba
edificada en Dios. El mensaje proclamado y la obra realizada constituyen un
monumento que nunca se desmoronará ni perecerá. Los muchos libros que
ella ha dejado -relacionados con toda fase de la vida humana- instan a toda
reforma necesaria para el mejoramiento de la sociedad, en lo que atañe a la
familia, a la ciudad, el Estado y la nación, continuarán modelando el
sentimiento público y el carácter individual. Sus mensajes se apreciarán más
de lo que lo han sido en el pasado. La causa a la cual dedicó su vida, la
causa que recibió la influencia de esa vida y progresó en extenso grado,
progresará con creciente fuerza y rapidez a medida que pasen los años.
Nosotros, que estamos relacionados con ella, no necesitamos tener ningún
temor de que fracasaremos, a menos que tengamos temor de hacer nuestra
parte tan fiel y lealmente como debemos». 522
El discurso del pastor Haskell
En el discurso que siguió al del pastor Daniells, el pastor S. N. Haskell llamó
la atención a las palabras del salmista: «Estimada es a los ojos de Jehová la
muerte de sus santos» (Sal. 116: 15). Algunos pueden considerar que ésta
es una extraña declaración; sin embargo es verdad. Los siervos de Dios que
ahora duermen, son para él excesivamente preciosos. Mientras dure el
tiempo, la influencia de su vida piadosa continuará llevando ricos frutos. Ya
no podrá el enemigo de la raza humana poner en peligro su bienestar, están
seguros y a cubierto de su poder. Jesús los reclama como suyos, y en la
mañana de la resurrección él les dará la plenitud del gozo.
En una de las gloriosas visiones que se le dio a Juan el Amado en la isla de
Patmos, la atención del profeta fue llamada por una voz del cielo que le pedía
que escribiera. «Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que
mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos,
porque sus obras con ellos siguen» (Apoc. 14: 13). Maravillosas son estas
palabras y especialmente cuando se las considera a la luz del marco en que
están colocadas, al final de la profecía concerniente al triple mensaje que ha
de resonar en preparación para el fin del mundo y la segunda venida de
Cristo.
El cielo parecía deseoso de ayudarnos a entender que en el tiempo del fin,
cuando los mensajes son proclamados con el poder del Espíritu Santo, se
permitirá que algunos de los que están empeñados en esta obra descansen
de sus trabajos. Se nos asegura que todos ellos son considerados
bienaventurados por Dios. Sus incesantes esfuerzos por elevar el estandarte
de la verdad no serán sin resultado; «sus obras con ellos 523 siguen». Hoy, a
la luz de esta directa seguridad del cielo dada a los hijos de los hombres,
podemos decir que ella, muerta, «aún habla» (Heb. 11: 4).
El pastor Haskell pasó en revista la experiencia de los creyentes en
Tesalónica que fueron llamados en la primera hora a sufrir crueles
persecuciones, y aun la muerte. El apóstol Pablo, en su primera epístola a
los que sufrían allí, los consuela con la certidumbre de la esperanza cristiana.
«No os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza -exhorta él-.
Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con
Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del
Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del
Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con
voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del
cielo: y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego, nosotros los que
vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con
ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre
con el Señor. Por tanto, asentaos los unos a los otros con estas palabras» (1
Tes. 4: 13-18).
El orador llamó la atención a la expresión «Porque si creemos que Jesús
murió y resucitó, así también -así como Cristo fue resucitado de los muertostraerá
Dios con Jesús a los que durmieron en él». E ilustró esto con la
experiencia de María junto al abierto sepulcro. Amargamente chasqueada por
no encontrar a su Señor, «María estaba afuera llorando junto al sepulcro; y
mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles
con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera y el otro a
los pies, donde el cuerpo de Jesús, había sido puesto. Y le dijeron: Mujer,
¿por qué lloras? Les dijo: porque se han 524 llevado a mi Señor, y no sé
dónde le han puesto». Su corazón clamaba por hallar a su Salvador, y en ese
preciso momento él estaba a su lado, aunque ella no lo reconoció. «Jesús le
dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el
hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo
lo llevaré. Jesús le dijo: María». Eso fue todo lo que dijo: «¡María!» Muchas
veces ella había oído esa voz familiar, y ahora debió haber reconocido a
Jesús por su tono o expresión, pues inmediatamente lo reconoció como a su
Maestro y Señor. «No me toques -le dijo él-, porque aún no he subido a mi
Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a
mi Dios y a vuestro Dios» (Juan 20: 11-17). Fue entonces cuando María se
apresuró a ver a los discípulos con las alegres nuevas de un Salvador
resucitado.
«Fue su amor por el Maestro -continuó el orador-, por lo que él había hecho
por ella al perdonarle sus pecados y vincular su alma con el cielo, lo que hizo
que el Salvador permaneciera sobre la tierra después de la resurrección
hasta que se dio a conocer a ella. Hay algo conmovedor en esta narración.
Ella muestra que el Salvador está deseoso de revelarse a aquellos que están
consagrados a él y a su servicio, a los que desean por encima de todas las
cosas mantener una relación viviente con el cielo. Como María reconoció a
su Señor después de su resurrección por su voz y por su comportamiento en
general, así yo creo que podremos nosotros reconocer de nuevo a nuestra
hermana que ahora duerme. Aunque ya no podamos oír su voz en este
mundo, su influencia vive; y en la mañana de la resurrección, si
permanecemos fieles, y tenemos una parte con los hijos de Dios en esa hora
feliz, oiremos su voz una vez más, y la reconoceremos. Mis queridos 525
amigos, hay una relación viva entre el cielo y esta tierra todavía, y las
promesas que el Señor ha hecho a su pueblo se cumplirán. No faltará ni una
palabra en su cumplimiento. Quiera el Señor ayudarnos a todos a estar entre
aquellos que se encontrarán con su Señor en paz, y que tendrán el privilegio
de saludar a nuestra hermana en el reino de los cielos. Que Dios lo conceda
por amor de su nombre».
El himno «Nos veremos junto al río» y la bendición del pastor W. T. Knox
clausuraron el servicio del Tabernáculo. Había carruajes y coches que
estaban esperando, y éstos llevaron a muchos centenares al lugar de la
sepultura en el cementerio de Oak Hill.
Frente a la tumba
Había pasado medio siglo desde que la Sra. White y su esposo enterraron a
su hijo menor, y pronto después a su primogénito, en el hermoso rincón
donde ella ahora descansa. Cuando en 1881 el pastor Jaime White fue
puesto a dormir junto a los hijos, poco se imaginó su dolorida compañera que
el Señor la fortalecería para continuar en el ministerio por todo un tercio de
siglo. Sin embargo, tal ha sido el caso; y ahora sus labores han terminado, y
ella había de descansar al lado de sus queridos.
El pastor I. H. Evans leyó la historia de la resurrección de Lázaro de los
muertos, que está en el capítulo 11 de Juan. Jesús había declarado: «Yo soy
la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y
todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente». El pastor Evans
leyó también del inspirado testimonio del apóstol Pablo, que se registra en 1
Corintios 15, muchas promesas positivas y consoladoras relativas a la
resurrección de los justos. «Si no hay resurrección de muertos, tampoco
Cristo resucitó. Y si 526 Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra
predicación, vana es también nuestra fe». «Si en esta vida solamente
esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los
hombres. Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que
durmieron es hecho». «En Cristo todos serán vivificados». «Sorbida es la
muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro,
tu victoria?» «Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de
nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos míos amados, estad firmes y
constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro
trabajo en el Señor no es en vano».
«Dormimos en Jesús, mas no por siempre,
sino hasta aquella alborada de emoción,
cuando el reencuentro será sin despedidas
en la mañana de la resurrección.
De los valles, desiertos y montañas,
de la entraña insondable de la mar,
al sonido angelical de las trompetas,
multitudes habrán de despertar».
NOTAS FIN
1 (Emergente)
DE un folleto titulado Una visión, publicado en abril de 1847 (en la imprenta de Benjamín
Lindsey, New Bedford), reimpreso por el pastor Jaime White en A word to the little flock
(Una palabra a la manada pequeña), p. 21, mayo 1847.
2 (Emergente)
Véase Primeros escritos, pp. 32-35.
3 (Emergente)
No se refiere aquí al tiempo de angustia que sigue al fin del juicio investigador, sino a la
angustia previa a esa fecha.- N. del T.
4 (Emergente)
Después del fin del juicio investigador.- N. del T.
5 (Emergente)
Después de regresar del oeste de Nueva York en septiembre de 1848, el pastor White y su
esposa viajaron a Maine, donde realizaron una reunión con los creyentes, del 20 al 22 de
octubre. Esta era la conferencia de Topsham, donde los hermanos comenzaron a orar
pidiendo que se abriera un camino para publicar las verdades relacionadas con el mensaje
adventista. Un mes más tarde estaban ellos con «un pequeño grupo de hermanos y hermanasescribe
el pastor José Bates en un folleto titulado.’El mensaje del sellamiento’- realizando una
reunión en Dorchester, cerca de Boston, Massachusetts». «Antes que comenzara la reunión
-continúa diciendo-, algunos de nosotros estábamos examinando algunos de los puntos
relativos al mensaje del sellamiento; existían algunas diferencias de opinión acerca de si la
palabra ‘subía’ era correcta [véase Apoc. 7: 2], etc.»
El pastor Jaime White, en una carta inédita en que hacía un relato de esa reunión, escribe :
«Todos nosotros sentíamos que debíamos unirnos para pedir sabiduría de Dios sobre los
puntos que se disputaban; también acerca del deber del Hno. Bates de escribir. Tuvimos una
reunión llena de mucho poder. Elena fue de nuevo arrebatada en visión. Entonces ella
comenzó a describir la luz referente al sábado, que era la verdad selladora. Dijo ella: ‘Surgió
de la salida del sol. Surgió entonces débilmente. Pero luz y más luz ha brillado sobre ella
hasta que la verdad del sábado se hizo clara, intensa y poderosa. Así como cuando el sol
apenas se levanta emite rayos fríos, pero a medida que se eleva sus rayos se hacen más y más
cálidos y fuertes, así la luz y el poder han aumentado más y más, hasta que sus rayos se han
hecho más poderosos, santificadores del alma. Pero, a diferencia del sol, nunca se pondrá. La
luz del sábado estará en su estado más refulgente cuando los santos sean inmortales. Se
elevará más y más hasta que venga la inmortalidad ‘.
«Ella vio muchas cosas interesantes acerca de esta verdad gloriosa y selladora del sábado,
que no tengo tiempo ni espacio para referir. Ella le pidió al Hno. Bates que escribiera las
cosas que había visto y oído, y la bendición de Dios que seguiría».
Fue después de esta visión cuando la señora White informó a su esposo de su deber de
publicar. Le dijo que debía avanzar por fe, y que a medida que lo hiciera, el éxito coronaría
sus esfuerzos. (Véase el capítulo 18.)
6 (Emergente)
NOTA.-Después de visitar la familia Hastings en Nueva Ipswich, el pastor White y su esposa
regresaron a Maine, pasando por Boston, y llegaron a Topsham el 21 de marzo de 1849. Al
sábado siguiente, mientras adoraban con la pequeña compañía de ese lugar, la Sra. White
recibió una visión en la cual vio que la fe de uno de los hermanos de Paris, Maine, estaba
vacilando, y esto la indujo a pensar que era su deber visitar al grupo de ese lugar. «Fuimosle
escribió ella en una carta a los Hnos. Hastings-, y encontramos que ellos necesitaban ser
fortalecidos… Pasamos una semana con ellos… Dios me dio dos visiones mientras estaba allí,
para gran consuelo y fortaleza de los hermanos. El Hno. Stowell quedó establecido en toda
la verdad presente, de la cual él había dudado».
7 (Emergente)
Después de regresar a Topsham se encontraban perplejos en cuanto adónde debían pasar el
verano. Habían llegado invitaciones de los hermanos de Nueva York y de Connecticut, y en
ausencia de una luz positiva decidieron responder al llamado de Nueva York. Escribieron
una carta que daba indicaciones con respecto a su llegada a Utica, donde algunos de los
hermanos podrían encontrarlos. Pronto, sin embargo, la Sra. White se sintió agobiada y
oprimida. Su esposo, viendo su angustia, quemó la carta que acababan de escribir, se
arrodillaron y rogaron que la carga les fuera quitada. Al día siguiente el correo les trajo una
carta del Hno. Belden, de Rocky Hill, Estado de Connecticut, urgiéndolos a aceptar la
invitación. El pastor White y su esposa vieron en esta ferviente invitación la manifiesta
providencia de Dios, y decidieron ir, creyendo que el Señor estaba abriéndoles el camino.
8 (Emergente)
El tamaño del periódico era de unos 15 x 24 cms.
9 (Emergente)
Los números 5 y 6 de Preseni TrWh fueron publicados en Oswego, Estado de Nueva York,
en diciembre de 1849; y los números 7 al 10 en el mismo lugar, desde marzo hasta mayo de - Durante ese tiempo también se publicaron algunos folletos.
10 (Emergente)
La Advent Review (Revista Adventista) impresa en Auburn, Estado de Nueva York, durante
el verano de 1850, no debe ser confundida con la Advent Review and Sabbath Herald, cuyo
primer número se publicó en Paris, Maine, en noviembre de 1850. La Advent Review se
publicó entre los números 10 y 11 de la Present Truth. Con respecto a su propósito, el pastor
Jaime White escribió en su primera página una introducción a la edición publicada en forma
de panfleto, de 48 páginas, de la Advent Rewiew:
«Nuestro propósito en esta revista es alegrar y refrigerar al verdadero creyente, mostrando el
cumplimiento de las profecías en la maravillosa obra pasada de Dios, al llamar y separar del
mundo y de la iglesia nominal a un pueblo que espera la segunda venida de nuestro amado
Salvador».
11 (Emergente)
Los editores de este periódico, por haberse ofendido a causa de los testimonios directos dados
por la Sra. White, y por estar en desacuerdo con los principales escritores de la Review and
Herald en cuanto a ciertos puntos de doctrina y gobierno de la iglesia, emprendieron una
guerra encarnizada contra los que antes fueron sus hermanos. Predicaron jactanciosamente
que su obra sobrepujaría a la de los que publicaban la Review. Después de unos dos años
imperó el desacuerdo entre ellos, y el periódico murió por falta de apoyo (N. del T.).
12 (Emergente)
Cuando regresaron a su hogar en Rochester, después de una gira por el este, en el otoño de
1853, el pastor White y su esposa trajeron consigo a su hijo mayor Enrique, quien durante
cinco años había sido atendido con ternura por los Hnos. Howland.
13 (Emergente)
Nota.- Este tomo, que trata de la caída del hombre, el plan de redención, y la historia de la
iglesia desde el tiempo de Cristo hasta la tierra nueva, corresponde a la última parte de
primeros escritos, pp. 145-295. Una porción de ese tomo, ampliada en años posteriores, se
publica ahora separadamente bajo el título general de El conflicto de los siglos.
14 (Emergente)
La muerte de Enrique N. White ocurrió en Topsham, Maine, el 8 de diciembre de 1863 .
15 (Emergente)
Una parte de las instrucciones dadas durante esta importante visión en la que se revelaba que
la Iglesia Adventista debía establecer una institución de
salud, se puede encontrar en Testimonies for the Church, t. 1, pp. 485-495,
553-564.
16 (Emergente)
*NOTA.-Algunas veces, durante los primeros días del mensaje, los adventistas del
séptimo día captaron vislumbres de una obra ampliada que con el tiempo abarcaría muchas
nacionalidades. Sin embargo no fue sino hasta la década del 1870 cuando los dirigentes del
movimiento adventista comenzaron a comprender que la suya era una misión para el mundo
entero. Aún en 1872, el pasaje que dice: «Y será predicado este evangelio del reino en todo
el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin», era considerado
simplemente como una «señal prominente de los últimos días», que hallaría su cumplimiento
en la extensión de las misiones protestantes. Su completo cumplimiento de ninguna manera
se asociaba con la divulgación del mensaje adventista en todo el mundo. (Véase Review and
Herald, del 16 de abril y del 16 de julio de 1872.) Pero en 1873 empezó a aparecer una
señalada diferencia en las declaraciones de los dirigentes adventistas con respecto a su deber
de amonestar al mundo. (Véase el editorial de la Review and Herald, del 26 de agosto de
1873; y muchos otros artículos de similar importancia en los números que siguieron.) Hacia
el final del año 1874, esta transformación del pensamiento adventista parecía haber sido
efectuada en forma casi completa.
17 (Emergente)
Cuando estas palabras fueron escritas, en 1871, se había hecho solamente un comienzo en la
preparación y la publicación de material denominacional impreso en las diferentes lenguas de
Europa y de otros países,
18 (Emergente)
Estos consejos referentes a la circulación de publicaciones fueron de los primeros
llamamientos para la formación de colpoltores-evangelistas.
19 (Emergente)
Review and Herald, 23 de agosto de 1881.
20 (Emergente)
Review and Herald, l.º de noviembre de 188l.
21 (Emergente)
Signs of the time, 12 de enero de 1882.
22 (Emergente)
Signs of the Times, 19 de enero de 1882.
23 (Emergente)
Signs of the Times, 5 de abril de 1883.
24 (Emergente)
Review and Herald, 16 de octubre de 1883.
25 (Emergente)
Review and Herald, 13 de noviembre de 1883.
26 (Emergente)
Review and Herald, 20 de noviembre de 1883.
27 (Emergente)
Review and Herald, 27 de noviembre de 1883.
28 (Emergente)
Review and Herald, 15 de enero de 1884.
29 (Emergente)
La Sra. White llegó a su hogar de Healdsburg el 30 de diciembre de 1883 después de una
ausencia de casi cinco meses.
30 (Emergente)
Review and Herald, 5 de febrero de 1884.
31 (Emergente)
9Historical Sketches, p. 153.
32 (Emergente)
NOTA.Los fervientes esfuerzos realizados para establecer la obra de colportaje sobre una
base segura en Escandinavia tuvieron rápidos frutos. En la Asociación General de 1889, el
pastor 0. A. Oisen pudo informar que había 50 colportores en Escandinavia que estaban
teniendo buen éxito. (Véase el Bulletin de 1 889, p. 4.) La venta de libros en 1889 alcanzó la
suma de 10.000 dólares, y en años posteriores estas cifras subieron a más de 20.000 dólares.
Durante la sesión de 1891 de la Asociación General, el agente general de Escandinavia
declaró: «Los colportores se están manteniendo, y además de esto están ayudando a sostener
la causa con sus ofrendas. Varios cientos de coronas han llegado a la tesorería de la
Asociación Sueca como donaciones de nuestros colportores, y presumo que esto también es
cierto con respecto a Noruega y Dinamarca… Cuanto más venden nuestros colportores, más
pueden vender… Muchos han aceptado la verdad por la lectura de nuestras publicaciones»
(Bulletin, 1891, p. 84).
33 (Emergente)
NOTA.En el congreso de la Asociación General de 1887 se declaró: «La obra de
publicaciones en Basilea ha estado progresando firmemente. Desde el mismo comienzo, era
evidente que nuestras publicaciones debían desempeñar un papel activo en los campos de la
Europa Central. Los libros, folletos y periódicos denominacionales publicados en varios
idiomas están ejerciendo una poderosa influencia para el bien dondequiera que se los
distribuye» (S.D.A. Year Book, 1888, P. 120).
Tan prósperos eran los obreros que trabajaban con los libros grandes y con los periódicos
publicados por la Imprimerie Polyglotte, que en 1889 el pastor 0. A. Oisen pudo informar un
progreso importante en ese trabajo. «La casa editora de Basilea … ha operado muy bien
durante el año pasado declaró él a los delegados reunidos en la sesión de 1889. El informe
anual muestra una ganancia de 1.559,55 dólares en el año. Cuando consideramos que esta
casa nunca antes ha podido sostenerse por sí misma, este informe resulta muy animador. La
obra agresiva de la Asociación de Europa Central este año se ha hecho mayormente en
Alemania» (General Conference Daily Bulletin, 1889, p. 3).
34 (Emergente)
Nota.- Según lo que se informó en 1915, los siguientes puestos fueron desempeñados por
algunos de aquellos que estaban en el grupo de Basilea, Suiza:
a. Gerente de la obra publicadora de la Unión Latina.
b. Gerente del Sanatorio de Glad.
c. Presidente de la Unión Latina.
d. Director de la Unión del Levante.
e. Director del Campo Septentrional de Francia.
f. Profesor de la Escuela de la Unión Latina.
g. Directora de la cocina del Sanatorio de Gland.
h. Redactor y evangelista en Quebec.
35 (Emergente)
NOTA.-En los informes oficiales relativos al progreso del mensaje del tercer ángel en Gran
Bretaña, se ha reconocido frecuentemente la influencia que ha tenido la venta de periódicos
baratos en el desarrollo de una hermandad numerosa en ese campo de labor. «Se han enviado
publicaciones a todas partes del reino -informaron los obreros en 1888-, y almas fieles se
están despertando para abrazar la verdad, y veintenas de personas están estudiándola
cándidamente» (SDA Yearbook, 1888, p. 130). En la sesión de la Asociación General
realizada en 1895, se declaró que «la circulación promedio por semana de Present Truth [la
revista misionera publicada por los adventistas de Gran Bretaña sobre 1884] ha sido entre 9 y
10 mil». «Nada de lo que se ha hecho en Gran Bretaña ha tenido un efecto tan señalado en la
gente como la circulación de este periódico» (Btdktin, 1895, pp. 314-315). En 1897 los
hermanos de Europa se regocijaron por tener una circulación todavía mayor de su revista
misionera. «Present Truth tiene una circulación media de 13.000 ejemplares por semana
-declararon-, y muchos están llegando al conocimiento de la verdad al leer este periódico».
Durante la sesión de 1909 el Hno. W. C. Sisley, que estaba a cargo de la Casa Editora
Británica, pasó en revista los resultados de los últimos cuatro años de esta manera:
«Durante los últimos cuatro años, sin contar nuestras considerables ventas al extranjero,
hemos vendido, 168.947 libros, 6.871.649 periódicos, 23.382 folletos y 964.163 volantes, por
un valor total de $ 310.221,57; o sea un promedio anual de 42.237 libros, 1.717.912
periódicos, 5.840 folletos, 241.041 volantes y una venta promedio anual $ 77.555.
«Tenemos 207 colportores regulares que trabajan con libros y periódicos, es decir un
promedio de uno por cada ocho de nuestros miembros…
«La utilidad neta de nuestra obra de publicaciones durante los últimos cuatro años ha sido de
19.878 dólares. La sociedad de publicaciones ha donado esa suma y además $ 12.832 de sus
anteriores ganancias, o sea un total de $ 32.7 1 0, a la Unión Británica para el fondo de
propiedades» (Bulletin, 1909, p. 96).
36 (Emergente)
En confirmación de esto, considérese el desarrollo de la obra de la Unión Escandinava al
final de 1914, que llegó a tener 3.807 miembros, distribuidos en seis asociaciones locales y
tres misiones.
37 (Emergente)
Review and Herald, 5 de octubre de 1886.
38 (Emergente)
Review, 6 de diciembre de 1887.
39 (Emergente)
Testimonies for the Church, t. 3, pp.38-39.
40 (Emergente)
Bible Echo, suplemento del 1.º de septiembre de 1892.
41 (Emergente)
Ibíd
42 (Emergente)
Daily Bulletin of the General Conference, 1893, pp. 407-408
43 (Emergente)
Bible Echo, 1.º de octubre de 1893, p. 320.
44 (Emergente)
Bible Echo, 8 de diciembre de 1893.
45 (Emergente)
Review and Herald, 6 de marzo de 1894
46 (Emergente)
Special Testimonies on Education, pp. 84-104.
47 (Emergente)
Review and Herald, 1 de noviembre de 1898.
48 (Emergente)
Review and Herald, 28 de marzo de 1899.
49 (Emergente)
NOTA.- Algunas industrias iniciadas en la escuela de Avondale se han desarrollado hasta
alcanzar grandes proporciones. Concerniente a la imprenta y a la fábrica de productos
alimenticios, se informó en 1909, durante el congreso de la Asociación General: «La obra de
nuestra imprenta y de nuestra fábrica de productos alimenticios ha crecido hasta el punto de
que hoy tenemos una entrada de $2,000 a $3,000 dólares por mes [en bruto] en estos
departamentos. Esta cantidad de dinero efectivo todos los meses ayuda considerablemente.
Pero si no hubiéramos actuado de acuerdo con la instrucción que Dios nos dio sobre este
asunto, no tendríamos esta entrada, y no habríamos podido ayudar a tantos alumnos»
(Bulletin, 1909, p. 83).
En el congreso de la Asociación General realizado en 1913, el director de la escuela de
Avondale informó: «Como factor misionero y educativo, el departamento de imprenta está
demostrando ser de gran importancia. Se sostiene a sí mismo, y emplea alrededor de 25
alumnos. Varios otros son miembros de la clase industrial. Hasta el presente se han
producido publicaciones en los idiomas fidjiano, tongano, tahitiano, radotongano, maorí,
malayo, javanés, el niue, el samoano y el inglés. Se editan seis publicaciones mensuales y
una revista semanal» (Bulletin, 1913, pp. 149-150).
50 (Emergente)
Testimonies for the Church, t. 6 pp. 182, 189, 191-192.
51 (Emergente)
Review and Herald, 28 de marzo de 1899.
52 (Emergente)
Daily Bulletin de la Asociación General, 1899, p. 131.
53 (Emergente)
Daily Bulletin de la Asociación General, 1899, pp. 141-142.
54 (Emergente)
Australasian Union Conference Record, 28 de julio de 1899, pp. 8-9.
55 (Emergente)
Australian Unión Conference Record, 1.o de enero de 1900, p. 2.
56 (Emergente)
NOTA.- En el congreso de la Asociación General de 1913, el profesor Machlan informó
acerca de una constante prosperidad en los departamentos industriales de Avondale. «El
aspecto industrial del colegio -declaró él- es muy interesante y al mismo tiempo muy valioso.
El año pasado 55 por ciento de los alumnos pagaron todos sus gastos con trabajo, 35 por
ciento pagaron la mitad de sus gastos escolares, en tanto que solamente 10 por ciento eran
alumnos que pagaban todos sus gastos» (Bulletin, 1913, p. 154).
57 (Emergente)
Bulletin de la Asociación General, 1909, pp. 82-83. Durante el año 1915, el número de
obreros que trabajaban en los campos misioneros fuera de Australasia, que recibieron sus
preparación en Avondale, alcanzó casi a cien.
58 (Emergente)
Bulletin de la Asociación General, 1913, pp. 149-150.
59 (Emergente)
Testimonies for de Church, t. 6, p. 14.
60 (Emergente)
Testimonies for de Church, t. 6, pp. 24-25 (publicado en 1901).
61 (Emergente)
Review and Herald, 28 de mayo de 1901, p. 11.
62 (Emergente)
General Conference Bulletin, 1901, p. 483.
63 (Emergente)
Testimonies for de Church, t. 6, p. 25.
64 (Emergente)
Testimonies for de Church, t. 6, p. 27.
65 (Emergente)
General Conference Bulletin, 1901, pp. 396-399.
66 (Emergente)
Manuscrito inédito
67 (Emergente)
General Conference Bulletin, 1901, pp. 25-26.
68 (Emergente)
Id., pp. 69-70.
69 (Emergente)
General Conference Bulletin, 1903, p. 85.
70 (Emergente)
Id., pp. 67, 103.
71 (Emergente)
Review and Herald, 12 de mayo de 1903, p. 16.
72 (Emergente)
Suplemento de la Review and Herald, 28 de abril de 1903, p. 7.
73 (Emergente)
Review and Herald, 11 de agosto de 1903, p. 6.
74 (Emergente)
Review and Herald, 11 de agosto de 1903.
75 (Emergente)
Review and Herald, 20 de agosto de 1903.
76 (Emergente)
Review and Herald, 20 de agosto de 1903.
77 (Emergente)
Review and Herald, 1.o de octubre de 1903.
78 (Emergente)
Review and Herald, 26 de mayo de 1904.
79 (Emergente)
Manuscrito inédito, 10 de mayo de 1904.
80 (Emergente)
Review and Herald, 14 de julio de 1904.
81 (Emergente)
Id., 1.o de junio de 1905, p. 13.
82 (Emergente)
Testimonies for the Church, t. 7, p. 107.
83 (Emergente)
Id., p. 96.
84 (Emergente)
Manuscrito publicado en Medical Evangelist, t. 1, No. 2.
85 (Emergente)
Véase la sección titulada la obra de nuestros sanatorios, pp. 57-109, en Testimonies for de
Church, t. 7.
86 (Emergente)
Testimonies for the Church, t. 7, pp. 78-79.
87 (Emergente)
Testimonies for the Church, t. 7, pp. 51-52.
88 (Emergente)
Review and Herald, 21 de junio de 1906.
89 (Emergente)
Review and Herald, 21 de junio de 1906, pp. 173-174, 176-177.
90 (Emergente)
Testimonies for the Church, t. 9, pp. 92-94.
91 (Emergente)
Review and Herald, 5 de julio de 1906.
92 (Emergente)
Testimonies for the Church, t. 9, p. 94.
93 (Emergente)
Review and Herald, 5 de julio de 1906.
94 (Emergente)
Review and Herald, 24 de mayo de 1906.
95 (Emergente)
Testimonies for the Church, t. 9, pp. 94-95.
96 (Emergente)
Review and Herald, 5 de julio de 1906.
97 (Emergente)
Estos y otros diversos extractos de naturaleza similar fueron publicados en un artículo de la
Sra. White aparecido en la Review que lleva fecha 5 de julio de 1906.
98 (Emergente)
Mencionado en la Review and Herald, 26 de abril de 1906.
99 (Emergente)
Review and Herald, 5 de julio de 1906. El párrafo final, junto con muchos consejos similares
dados durante esos meses en servicios para salvar almas en las grandes ciudades del país
después del terremoto de San Francisco, pueden encontrarse en la sección sobre «La obra en
las ciudades», en Testimonies for the Church, t. 9.
100 (Emergente)
General Conference Bulletin, 1909, p. 136.
101 (Emergente)
General Conference Bulletin, 1909, p. 98.
102 (Emergente)
Id., pp. 225-226.
103 (Emergente)
General Conference Bulletin, 1909, p. 136.
104 (Emergente)
General Conference Bulletin, 1909, p. 105.
105 (Emergente)
Id., p. 57.
106 (Emergente)
General Conference Bulletin, 1909, p. 57.
107 (Emergente)
Este manuscrito fue publicado más tarde en Testimonies for the Church, t. 9, pp. 153-166.
108 (Emergente)
Véase General Conference Bulletin, 1909, pp. 213-215.
109 (Emergente)
Testimonies for the Church, t. 9, pp. 167-178.
110 (Emergente)
De un manuscrito, del cual se han publicado porciones en Testimonies for the Church, t. 9.
Véanse las pp. 98-99.
111 (Emergente)
General Conference Bulletin, 1913, p. 34.
112 (Emergente)
General Conference Bulletin, 1913, p. 164.
113 (Emergente)
General Conference Bulletin, 1913, p. 164.
114 (Emergente)
De un manuscrito inédito
115 (Emergente)
Carta inédita, 9 de diciembre de 1902.
116 (Emergente)
Id., 7 de diciembre de 1902.
117 (Emergente)
Carta inédita, 2 de diciembre de 1902.
118 (Emergente)
Id., 15 de abril de 1903.
119 (Emergente)
General Conference Bulletin, 1913, pp. 164-165.
120 (Emergente)
Los conductores del féretro eran el pastor J.L. McElhany, presidente de la Asociación de
California; los pastores A. Brorsen, E. J. Hibbard, G. W. Reaser, W. M. Healey, y C. E. Ford.
Los cantores fueron los hermanos D. Lawrence, C.A. Shull, J.H. Paap, y Ernest Lloyd.
121 (Emergente)
El capital de la Pacific Press al publicarse la primera edición castellana de esta obra (1981) es
de 12.000.000 de dólares, y las ventas anuales superan los 21.000.000 de dólares.
122 (Emergente)
Había seis guardas de honor, que servían en turnos de a dos: el pastor C.S. Longacre, de
Washington, D.C.; M.L. Andreasen, de Hutchinson, Minnesota; W.A. Westworth, de
Chicago, Illinois; E.A. Bristol, de Indianapolis, Indiana; L.H. Christian, de Chicago; C.F.
McVagh, de Grand Rapids, Michigan.
123 (Emergente)
Los cantores eran la Sra. H. M. Dunlap, la Srta. Florence Howell, la Sra. G.R. Isabel, la Srta.
Nenna Dunlap, el profesor Frederick Griggs, el Sr. M.H. Minier, el Dr. M.A. Farnsworth y el
Sr. Frank W. Hubbard.
124 (Emergente)
Los conductores del féretro eran los pastores I.H. Evans, presidente de la División
Norteamericana; W.T. Knox, tesorero de la Asociación General; G.B. Thompson, secretario
de la División Norteamericana; el profesor Frederick Griggs, director de Educación de la
Asociación General; F.M. Wilcox, director de la Advent Review and Sabbath Herald; y G.E.
Langdon, pastor de la iglesia del Tabernáculo de Battle Creek.
125 (Emergente)
Los ministros eran los pastores A.G. Daniells, presidente de la Asociación General de los
adventistas del Séptimo Día (a cargo del servicio); S.N. Haskell, de South Lancaster, Mass.;
M.C. Wilcox, de Mountain View, California; C.B. Stephenson, de Atlanta, Georgia; William
Covert, de Aurora, Illinois; L.H. Chritian, de Chicago, Illinois. El pastorJorge I. Butler, de
Bowling Green, Florida, por largo tiempo asociado con el pastor White y señora en asuntos
administrativos, había sido invitado por la Asociación General para ayudar en el servicio,
pero a él le fue imposible estar presente.
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