La vida religiosa del Judío
Esta giraba en gran medida alrededor de la sinagoga
local. Sin embargo, en las grandes fiestas anuales -la Pascua o los Panes sin
Levadura, Pentecostés y los Tabernáculos- los peregrinos judíos
y los prosélitos gentiles de todas partes del mundo civilizado afluían
por miles al templo de Jerusalén. En esas ocasiones, los romanos entregaban
para su uso las sagradas vestiduras del sumo sacerdote que ordinariamente guardaban
en la Fortaleza Antonia junto al templo.
Los 2 partidos religiosos principales eran los fariseos
y los saduceos. Un 3er grupo lo constituían los esenios. Los zelotes
conformaban un 4º partido judío. Los herodianos, "los que estaban
en favor de Herodes", formaban un 5º grupo, con intereses puramente
políticos. Los escribas, "intérpretes de la ley" o "doctores"
(Mt. 7:29; Lc. 7:30), no constituían un grupo separado, porque su mayoría
era farisea. Intérpretes profesionales de las leyes civiles y religiosas
de Moisés, su trabajo consistía en aplicar estas leyes a los asuntos
de la vida diaria. Su interpretación colectiva de la ley mosaica, más
tarde codificada en la Mishná y el Talmud, constituyó la "tradición"
contra la que Cristo habló tan definidamente. Véase Rollos del
Mar Muerto (III).
Sin embargo, se debería recordar que sólo una pequeña fracción
de la población de Palestina pertenecía a estas sectas políticas
y religiosas, y que las grandes masas no tenían educación y eran
despreciados por los líderes por causa de su ignorancia y laxa observancia
de los ritos. Entre estas personas sencillas hizo Jesús la mayor parte
de su obra y con quienes fue clasificado por la así llamada elite de
su tiempo. Era la gente común -muchos de los cuales temían a Dios
y tomaban en serio su religión-, la que lo escuchaba "de buena gana"
(Mr. 12:37).
En los días de Cristo había quienes fervientemente esperaban el Mesías (Mr. 15:43; Lc. 2:25, 36-38). La literatura judía extrabíblica anterior a Cristo, como también la posterior a él refleja un gran interés en su venida y el establecimiento de su reino. Las interminables y sangrientas guerras del período herodiano-romano, el gran terremoto del 31 a.C. (en el que miles de personas murieron) y la hambruna desastrosa del 25-24 a.C. fueron considerados como señales de la cercanía de la venida del Mesías.
También había en todo el mundo gentil
gran expectativa por un salvador. Cuando Augusto subió al trono (27 a.C.)
y siglos de luchas dieron lugar a una paz casi universal, los sentimientos populares
aplicaron leyendas y profecías mesiánicas a él.
En la mente de muchos su largo y tranquilo reinado parecía justificar
esta opinión. De esta expectativa mesiánica general, el historiador
romano Suetonio escribió: "Se había difundido por todo el
Oriente una antigua y firme creencia de que la suerte quería que en ese
tiempo hombres salidos de Judea Gobernaran al mundo. A esta predicción,
referida al emperador de Roma, como surgía de los acontecimientos, la
gente de Judea la tomo para sí misma". Otro historiador romano,
Tácito, atribuyo la rebelión judía (que terminó
con la destrucción de Jerusalén en el 70 d.C.) a esta esperanza
mesiánica de los judíos: la creencia de que uno de su raza estaba
destinado a gobernar al mundo.
Bib.: Flavio Josefo – Antiguedades Judaicas, xiv.15.10; S-LC viii.4.
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