Las Estigmas, parte II
Hace algunos años atrás, en el Dallas Morning News, en el periódico principal de la ciudad de Dallas, salió un artículo acompañado de una foto que atrajo mi atención. Era una foto ridícula. Allí estaba en primera plana, pero por lo ridícula que se miraba, me interesé en leer el artículo. Aparecía allí en esa foto el Primer Ministro de Inglaterra. El Ministro de Gobierno. En la Universidad de Edimburgo, en Glasgow. Fíjense que interesante como estaba la foto. Este hombre había ido allí a la Universidad a hablar a los estudiantes. Y había sido presentado por el Canciller de la Universidad. Pero antes de que el hombre pudiese usar el estrado para dirigirse a ese cuerpo estudiantil tan grande, antes de que pudiese abrir su boca para dirigirse a los estudiantes, estos comenzaron a arrojarle una lluvia de vegetales podridos, de tomates podridos, y papas podridas, y todo tipo y lluvia de vegetales en estado de descomposición. Y como si eso fuera poco, después de que estaba cubierto de todo eso, le tiraron harina encima y plumas. Y el Primer Ministro de Inglaterra salía allí en la foto todo cubierto de harina y plumas y todo eso que le habían tirado los alumnos de la Universidad de Glasgow. En desprecio, en señal de que odiaban al gobierno de Inglaterra. Y a través de su Primer Ministro querían mostrar el desprecio que sentían por esa institución. Ahora, por que les menciono eso. Porque eso me hizo dar vuelta las páginas de la historia. Muchos años antes, en ese mismo salón, en esa misma Universidad, en ese mismo estrado, el Canciller de la Universidad presentó ante el estudiantado reunido a otro hombre que iba a hablar a los alumnos. Y hermanos, cuando ese hombre se paró delante de los estudiantes, era un hombre delgado, flacucho, todo debilitado por la malaria, picado de los mosquitos, y la fiebre africana, el pelo quemado por el fuerte sol del África, el brazo derecho pendía inmóvil sin poderlo mover por un zarpazo que recibió de un león africano, y cuando los estudiantes vieron que este hombre se acercaba al estrado para hablar, el cuerpo entero de estudiantes se puso en pie en honor, en honra, en respeto, en admiración y en reverencia, de ese gran hombre de Dios, el gran misionero al África, David Livingstone. Oh, mis hermanos, lo que cuesta sacrificio, lo que cuesta devoción, lo que trae gran sufrimiento, es difícil de desacreditar, es difícil de hacer de menos, cuando se da para la causa de Dios. Ese hombre llevaba en su cuerpo las marcas del Señor Jesús. La prueba, mis hermanos, del verdadero discipulado, es lo que estemos dispuestos a sufrir por causa de Aquel que nos llamó para ser sus discípulos. Solo aquellos que han sufrido por el Señor Jesús, pueden darle el valor a lo que significa ser apóstoles de Cristo Jesús.
Oh, yo recuerdo muy bien, a ese gran misionero que tuvo nuestra iglesia. El primer misionero al extranjero. El pastor cuyo nombre hoy está recordado en la Universidad de Andrews. El nombre que lleva esa Universidad es el nombre de nuestro primer Misionero . El pastor John Nevis Andrews. Fue en una reunión aquí en Boston, en el año 1874, en el mes de Julio, en una reunión de la Conferencia General, donde los hermanos habían recibido cartas desde Europa mandando a pedir que se enviase un pastor, porque querían saber de nuestro mensaje . Y allí ese grupo de hermanos, y nuestra Iglesia para ese entonces no tenía más que unos 10.000 o 12.000 miembros, aquí en los Estados Unidos, no teníamos miembros en otras partes del mundo, hace un poquito más de 100 años atrás, en 1974 se conmemoró el Centenario de las Misiones Adventistas, y allí se leyeron las cartas que mandaban a pedir desesperadamente un pastor que fuese hacia Europa. Y entonces el Presidente de la Conferencia General dijo, hermanos aquí está el pedido; y la sierva del Señor, Ellen White, se paró y dijo, el Señor me ha mostrado que tenemos que llevar este evangelio a todos los rincones del mundo, es de parte del Señor que viene este llamado. El quiere que este mensaje del tercer ángel llegue hasta los confines de la Tierra. Este es el momento de que nos levantemos como pueblo y cumplamos el mandato de Dios. A quién enviaremos ? Quién irá por nosotros ? Y allá en la congregación, en la parte de atrás, de esa iglesita que todavía Uds. pueden visitar en el Atlantic Union College, la Village Church, yo estuve la semana pasada allí, en esa iglesita en la parte de atrás estaba sentado un hombre que parecía ser de edad mediana, aunque era muy joven todavía, de barba roja, pelo también rojizo, de lentes redonditos, y cuando él escuchó ese llamado de parte de Dios, él se puso en pie, y con esa manera distinguida que tenía de hablar dijo, si a los hermanos les parece bien, yo estoy dispuesto a responder. Heme aquí. Envíenme a mi. Yo estoy dispuesto a ir. Se llamaba John Nevis Andrews. Y hermanos, no pasaron sino 30 días, desde Julio hasta el 14 de Agosto, en menos de 30 días, ese hombre había preparado todo lo que tenía que preparar, y estaba listo para salir como misionero. El primer misionero enviado por la Iglesia Adventista a ultramar. Y salió de aquí, del puerto de New York, en el barco que se llamaba El Atlas, dirigiéndose hacia Europa. Viajó solo ? No! Con su familia completa. Quienes constituían su familia ? Angelina, su esposa, había muerto hacía dos años atrás. Estaba viudo. Sus dos hijos menores, también habían muerto. Cuando salió como misionero, salió acompañado de su hijita de 12 años Mary, y de su hijo mayor de 17 años Charles. Saben Uds., que Carlitos tenía la misma edad que había tenido su padre cuando él se convirtió al evangelio, y aceptó la verdad del Sábado y el mensaje del Tercer Ángel. El pastor Andrews tenía 17 años cuando él abrazó la verdad adventista, aquí mismo en New York. Y ahora su hijo de 17 años acompañaba su padre en esa travesía hacia Europa. El pastor James White escribió en la Revista Adventista de esa semana, al reportar la salida del pastor Andrews hacia Europa, deja la mitad de su familia en la tumba silenciosa. Solo, sin esposa, con dos hijos, se va de misionero a Europa. Y allá llega y su destino es Basiléa, en Suiza. Y allá comienza el trabajo por el Señor. No conocía el idioma. No sabía el francés ni el alemán, que son los dos idiomas que se hablan en Suiza. Pero apenas llegó dijo, lo primero que tengo que hacer es aprender el idioma. Y entonces comienza a estudiar el idioma. Comienza a estudiarlo regularmente. Y hermanos, saben Uds. que al poquito tiempo, solamente a las seis semanas de estar en Basiléa, la familia Andrews ya estaba dispuesta a hacer un voto. Saben qué voto tomaron ? Muy formalmente lo escribieron y lo firmaron los tres con puño y letra. El voto era el siguiente: en esta casa, de hoy en adelante, no se vuelve a hablar más Inglés. Vamos a hablar Francés. Y cuando estemos muy desesperados porque no podemos comunicarnos, entonces se permite usar el Alemán, que se parece un poquito al Inglés. Pero no se habla más Inglés. Y los tres firmaron el voto, para así obligarse a aprender el idioma para predicar el evangelio. Y el pastor Andrews comenzó inmediatamente a trabajar, a escribir artículos para publicar una revista. Y comenzó a publicar allá en Basiléa la primera Revista Adventista en otro idioma. Se llamó «Les Signes de Temps». Las Señales de los Tiempos en Francés. La revista El Centinela, en Francés. La primera revista en otro idioma, aparte del Inglés. Y hermanos, saben Uds. que esos años fueron de trabajos muy arduos. En aquella época los pastores no tenían un sueldo regular. No recibían un cheque a fin de mes, con el cual mantenerse. No! Saben Uds. cómo viajó el pastor Andrews allá ? Yo pienso hoy en día, bueno a mí me mandan de misionero a Costa Rica, pero me llegan los pasajes de avión. El trabajaba para imprimir la revista y pagar así la revista que él estaba escribiendo. Y de qué vivía ? De los poquitos ahorritos que tenían, compraban lo más barato que había. Iban a la tienda, y claro, lo más barato era papas. Así es que comían papas por la mañana, papas al medio día, y papas por la noche; y un poquito de pan blanco, que era lo más barato. Claro hermanos, con esa dieta no podían llegar muy lejos, sin una esposa que les hiciese comidas, trabajando. Mary iba a la Escuela, y ella fue la primera que aprendió el Francés. Como estaba niña, 12 años, rapidito aprendió el idioma, y entonces el papá escribía en Inglés al principio, y Mary lo traducía al Francés, y luego pagaban a un señor que ni siquiera era Adventista, para que les revisase la traducción y la pusiese en buen Francés. Pero todo eso costaba dinero. Y luego llevaban para imprimir el periódico, y el de la imprenta les cobraba mucho dinero, y al Pr. Andrews le gustaban las cosas bien hechas, y este señor de la imprenta hacía un trabajo bastante malo, chapucero, salían manchadas las hojas, y el Pr. Andrews decía, no, la verdad de Dios tiene que estar hecha de la mejor manera, bien representativa. Así es que él dijo no, tenemos, de alguna manera, conseguir nosotros una imprenta para hacer nosotros mismos el trabajo.
Saben donde vivían hermanos ? No tenían una casa. Habían alquilado un altillo en el tercer piso de una casa vieja, allá en Basilea. Y ese cuartito les servía de dormitorio para los tres, de cocina, de comedor, de oficina, y cuando compraron la imprenta con donaciones que les mandaron los hermanos de aquí de Estados Unidos, también les sirvió de lugar de trabajo. Allí en ese altillo instalaron su imprenta, para comenzar a imprimir. Y entonces el papá escribía. Ya para entonces Mary dominaba tan bien el Francés que era como que si toda su vida lo hubiese hablado. Escribía un Francés perfecto. Así es que el papá escribía en Inglés, la hija lo corregía, Charles ponía el linotipo, y así preparaban la impresión de esa revista, Las Señales de los Tiempos. Y comenzaron a enviarla a todos los países de Europa. Ahora trabajaban imagínense. Iban a la Escuela a aprender el idioma. Mary durante el día en la Escuela. Por la tarde venía a revisar las traducciones del papá. A veces, cuando tenían que sacar la revista, se pasaban noches enteras trabajando en el linotipo. Mary trataba de dormir, pero el ruido de la máquina impresora en el mismo cuarto, no la dejaba dormir. Y hermanos, la mala comida, la mala alimentación, el frío en aquel cuartito que no tenía calefacción, el trabajo arduo, hicieron su efecto en esa familia de misioneros. Mary se enfermó. Y el papá comenzó a ver en Mary las mismas señales que había visto en su esposa. Mary comenzó a toser. Primero pensaron que era un resfrío que no se curaba. Pero seguía tosiendo, y comenzó a adelgazar. Y a pesar del dolor de su padre, él se dio cuenta de que los síntomas eran inequívocos. Su esposa había muerto 4 años atrás de una enfermedad que en esa época no tenía cura. Se llamaba consunción. Consumption le decían. Tuberculosis. Enferma Mary, su querida Mary. Para esa época, habían pasado tres años, llegó el Congreso de la Asociación General. Y entonces le escribieron al Pr. Andrews diciéndole, pastor, queremos que Ud. regrese aquí a Estados Unidos en su viaje, para dar el informe de lo que Ud. está haciendo. Ya para entonces, en tres años y medio, el Pr. Andrews con su familia habían levantado 11 Iglesias Adventistas en Europa. Sin saber el idioma, sin poder predicar en Francés, 11 Iglesias había fundado ese hombre de Dios. Ayudado por sus hijos. Mary era la que traducía los sermones. Hasta eso hacía la querida niña. Oh mis hermanos, pero que triste. Al Pr. Andrews le mandaron el pasaje para él, pero no para su hija. Y él dijo, yo no puedo dejar a mi hijita enferma aquí. Tanto que me ha ayudado. Ella se ha sacrificado por mi. Ahora que está enferma, no la puedo abandonar. Por favor, díganle a mi madre, que venda la casita de herencia que tenemos, y con ese dinerito me mande el pasaje de Mary. Yo voy a pagar su pasaje de vuelta a los Estados Unidos para que esté conmigo. Y así la trajo de vuelta. Esa Conferencia, en 1878, fue en Battle Creek. Y hermanos, mientras el Pr. Andrews estaba en la Conferencia, puso a su hija de tan solo 16 años de edad, en el Hospital Adventista más grande que teníamos entonces. El famoso Dr. Kellog hizo todo lo que él pudo en favor de esa muchacha. Pero no había cura hermanos. Cada día se veía más delgada, hasta que quedó la piel y los huesos. Y un día sacaron al Pr. Andrews de la reunión, y le dijeron, el Dr. Kellog quiere hablar con Ud. Y entonces salió preocupado de la reunión y le dijo: Pr. Andrews, si Ud. quiere estar junto a su hija, este es el momento para estar junto a ella. No le queda mucho tiempo. Y el pastor fue allá y encontró a su hijita tosiendo y vomitando sangre, y con su propio pañuelo recogía la sangre que su hijita escupía. Y decía, mi Mary, tanto que trabajó por la causa de Dios. Tanto que se esforzó. Yo tengo que estar a su lado. Y allí se mantuvo al lado de esa cama día y noche. Y el mismo Pr. Andrews cerró los ojitos de su hija de 16 años de edad, cuando murió en aras del Evangelio de Cristo Jesús. Esa niña murió con las marcas del Señor Jesús. Oh mis hermanos, saben lo que escribió el Pr. Andrews esa semana, para la Review and Herald ? Escribió: me da la impresión de estar aferrado a Dios con una mano adormecida. Es como si hiciese tanto frío, que ya del dolor no siento la mano. Pero todavía estoy cogido de Dios. Todavía tengo esperanzas. Y mis hermanos, días más tarde, la mensajera del Señor, tuvo una visión. Bendito el Señor que se preocupa de cada uno de sus hijos. El Señor del Cielo, el que rige el Universo entero, vio el sufrimiento de su hijo, y a través de Su mensajera, le mandó una visión. Y Elena vio en esa visión, que Dios amaba al Pr. Andrews en su tremenda soledad. En esa visión, el Señor le dijo a Elena de White, que Angelina, que los dos hijitos que habían muerto antes, y que Mary, dormían en Cristo Jesús, y que en el día de Cristo, él los volvería a ver, si se mantenía fiel. Oh mis hermanos, eso fue como un bálsamo al corazón de ese esclavo del Señor Jesús. Ya su rostro se iluminó otra vez con la alegría. Y él dijo: si el Señor me da la seguridad que voy a volver a ver a mi esposa, que ya está salva, y que mis hijitos están salvos, y que Mary durmió en el Señor Jesús, y que estará salva en el día del Señor, todo lo que yo quiero ahora es predicar este evangelio del reino para que Cristo venga pronto, para ver a Angelina, para ver a Mary, para ver a mis hijitos otra vez. Me voy de vuelta a Europa, ya mismo, no me quedo a que termine la reunión. Tengo que ir a predicar este evangelio para que Cristo venga pronto. Y otra vez cogió ese barco; había venido acompañado y se iba solo. Uds. pueden ir allí a Battle Creek, y van a encontrar una tumba sencilla. La tumba de Mary Andrews. Murió allí en Battle Creek con 16 años de edad, en su plena adolescencia. Y ahora el Pr. Andrews regresa otra vez. Y ahora comienza a trabajar con un nuevo espíritu. Hay algo que lo inspira de una manera tal, que no lo pueden hacer parar. Ahora comienza a publicar con su hijo Charles, que ya no solamente hablaba el Francés, sino que también el Alemán, comienzan a publicar una revista en Francés y en Alemán, y ahora comienzan a publicarla en Italiano. Mis hermanos, el Pr. Andrews, aunque nunca había estudiado el hebreo, sabía leer y escribir en hebreo. Sabía leer y escribir en Griego. Sabía Latín, sabía Francés, aprendió el Alemán, el Italiano, a parte del Inglés que hablaba, mis hermanos. Y cuándo hacía todo eso ? Si tenía que predicar. Uds. pueden ver el diario del Pr. Andrews, como trabajaba. Saben Uds. que en un lapso de tres meses, escuchen bien, predicó 182 sermones ? Tres meses. Eso es un promedio de 4 sermones diarios. Cómo lo hacía ? Es que iba de ciudad en ciudad, y donde se reunía la gente, allí él les predicaba. Y tomaba el tren, iba a la próxima estación y reunía la gente, y allí les predicaba. Y comenzaron a llegar cartas de todas partes de Europa, de Checoslovaquia, de Polonia, de Bélgica, de Holanda, de Escandinavia, de Inglaterra, de todas partes le llegaban cartas pidiendo: queremos un pastor que nos venga a bautizar. Hemos leído la Revista Adventista. Creemos la verdad del Sábado y necesitamos un pastor que nos venga a bautizar. Y allí iba el Pr. Andrews a responder a esos llamados. Y saben lo que hacía ? El decía que no podía perder tiempo. Así es que durante el día predicaba. Por la noche tomaba el tren. Pero no crean que dormía en el tren de un lugar a otro. Tenía que escribir los artículos para la Revista Adventista. Así es que se lo pasaba escribiendo de noche. A veces dormitaba un poquito, y a la mañana siguiente cuando llegaba el tren a la próxima estación, ya estaban los hermanos esperando para que les predicase, para que los bautizase, para que formase una nueva Iglesia, y así seguir camino. Saben Uds. que en esos años que siguieron hermanos, el Pr. Andrews visitó 22 países ? Fue hasta Israel. Fue hasta Egipto en el África. Visitó Turquía, visitó Grecia, visitó los países de Polonia, Checoslovaquia. Por todas partes en tren iba ese hombre predicando el evangelio. Y otra vez era lo mismo. Poca comida, mucho trabajo, no había dinero a veces. El dinero que enviaban los hermanos solo se usaba para la publicación de la revista. No se usaba para otra cosa. Que paradoja hermanos. El hombre que fue el responsable en la Iglesia Adventista, de descubrir la verdad de la benevolencia sistemática, el diezmo, él fue el que escribió esa doctrina. La descubrió en la Biblia y escribió sobre eso. Y él como misionero no tenía un sueldo fijo. No tenía de que vivir. El tenía que buscar de alguna manera cómo subsistir. Y lo poquito que le daban, lo usaba de la manera más sabia, para que alcanzase más el dinero.
Claro hermanos, todo esto, pues tenía que traer su resultado. Comenzó a toser. Comenzó a enflaquecerse. No se sanaba de su resfrío. Pero seguía predicando. Los que lo vieron predicar en esa época, dicen que a veces usaba hasta 5 o 6 pañuelos, que iba dejando detrás del púlpito al toser, y tratar de seguir predicando. Cayó en cama enfermo de gravedad. Se puso tan malo, claro, los síntomas eran obvios, el virus que había adquirido atendiendo a su hijita algunos años atrás, ahora estaba haciendo su efecto. Cayó en cama de vuelta en Basilea. Y hermanos, su converso, que él había bautizado, aquí en la ciudad de New York, el Pr. Loughborough, que ahora había sido enviado de misionero a Inglaterra, recibió una carta expresa que decía, vaya inmediatamente a Basilea. El Pr. Andrews lo necesita. Y ese hombre de Dios, el Pr. Loughborough, dejó lo que tenía que hacer en Inglaterra, estaba dando un ciclo de conferencias, inmediatamente se dirigió a Basilea. Y allá en el tercer piso de ese humilde altillo, encontró al Pr. Andrews en cama, tan delgado y tan débil que casi no podía hablar. Los hermanos adventistas del mundo entero, todas esas Iglesias que él había levantado, ahora pidieron a la Conferencia General que se dedicase un día, el Sábado 21 de Octubre, para que fuese un día de ayuno y oración. Y todas las Iglesias de Estados Unidos, y de Europa, y del África, y de otros lugares donde había llegado el evangelio, se pusieron en ayuno y oración. Y el Pr. Loughborough ungió al Pr. Andrews. Y hermanos, cuando terminó de ungirlo con aceite, el Pr. Andrews se incorporó en la cama y dijo, el Señor me ha sanado para predicar Su evangelio. Oh mis hermanos, y comenzó otra vez. Se levantó y era un hombre nuevo. Dice que fue al baño y allá vomitó una cosa verde, horrible, de sus pulmones, y después era un nuevo hombre. Respiraba de nuevo. Dios le hizo el tremendo milagro. Ah mis hermanos, pero a las tres semanas, había una carta en su correspondencia. El remitente decía Ellen White. Ella le escribió una carta, donde le decía: hermano Andrews, el Señor ha hecho un gran milagro en su vida. Dios lo necesita para Su causa. No vuelva a cometer el error de trabajar tanto y no cuidar su salud. Cuídese, porque si Ud. no se cuida, esta enfermedad podría regresar otra vez. Y el Pr. Andrews leyó esa carta y dijo: pero cómo, si con esta misma carta he recibido 32 cartas pidiéndome de todas partes de Europa. Que vaya a bautizar a los hermanos. Quién lo va a hacer ? Si no voy yo, quien va a ir ? Y su hijo le dijo: papá, por favor, no vayas. Déjame, yo voy a ir. Pero si tu no eres un pastor ordenado hijo, cómo vas a ir a bautizar. Papá, déjame, yo voy. Bueno, pues pidámosle a los hermanos de la Conferencia General, que me permitan imponerte las manos y dedicarte como Ministro del Señor para que puedas bautizar esas almas, porque alguien tiene que ir. El evangelio tiene que ser predicado, las Iglesias tienen que ser organizadas, no hay obreros en la viña del Señor. Y la Conferencia General autorizó al Pr. Andrews, el cual con una emoción tremenda puso las manos sobre su querido Charles, el único que le quedaba, para ungirlo al santo ministerio de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Y ahora ese joven fue la mano derecha de su padre, y comenzó a trabajar y a viajar. Y su padre escribía. Pero al poco tiempo, mientras Charles estaba en un país, recibían el llamado de otro país urgente, que necesitaban que vaya. Y allá se iba el Pr. Andrews. Y poquito a poco, poquito a poco, comenzó a repetir otra vez la escena. El no quería. El quería obedecer el mandato de Dios que cuidase su salud, pero quien iba, si no había más pastores. O era su hijo o era él. Así es que comenzó a responder a esos llamados y otra vez predicaba de día, viajaba y escribía de noche, dormía una o dos horas, comía poco. Y hermanos, al poco tiempo, solamente tres años más tarde, otra vez los síntomas. Y esta ves sí fue grave. Estaba la piel y los huesos. Un esqueleto vivo. Era tan grave su situación, que su madre, ya ancianita, se vino desde Estados Unidos, se fue allá a Basilea, al cuartito del tercer piso donde todavía estaba la imprenta, a cuidar a su hijo los últimos días de su vida. Vinieron los pastores, oraron por él, los hermanos que ya eran muchos, venían a visitarlo, y para todos tenía palabras de ánimo. Su hijo vino y estuvo al lado de su padre. Hermanos, un 19 de Octubre de 1883, un domingo, el sol salió tenue. Pero por la luz que entraba por esa ventana del tercer piso, el Pr. Andrews se incorporó en la cama y le dijo: hijo, toma lápiz y papel, hay que escribir para la Revista Adventista. Y comenzó a dictar su último artículo para la Revista Adventista. Dictó hasta las 11 de la mañana. Descansó. Vinieron hermanos y le leyeron su Salmo favorito. Y después les dijo: cántenme. Cántenme ese himno que le gustaba a Angelina: Nos Veremos Junto al Río. Cántenme ese himno. Y los hermanos alrededor de la cama de ese hombre de 54 años de edad, estaba tan delgado que solo era hueso y piel, comenzaron a cantar, nos veremos junto al río en las aguas cristalinas; oh, si, nos congregaremos en las riberas del río inmortal. Y el Pr. Andrews dijo: si. Y allí veré a Angelina y veré a Mary, y veré a todos mis hermanos queridos. Y cerró sus ojos a la puesta del sol. Al ponerse el sol se puso la vida del primer misionero Adventista. Si Uds. visitan la ciudad de Basilea alguna vez, como me tocó visitarla a mí, no dejen de ir a un cementerio pequeñito, allí en las afueras de la ciudad. Se llama el Cementerio de Wolf. Y allí encontrarán, si todavía está, un viejito, que cuida el cementerio. Ya está cerrado, ya no entierran más gente allí, porque está lleno ese cementerio. Pero ese viejito, cuando yo le pregunté, vengo a ver la tumba de J. N. Andrews. Y él se sonrió y me dijo, de donde viene Ud. ? Yo soy de Argentina. Me dice, este Sr. Andrews lo visita gente de Estados Unidos, lo visita gente de Centro América, lo visita gente de Sudamérica, lo visita gente de Australia, lo visita gente de la China, del Japón, qué de gente que quiere a este Sr. Andrews. y me dirigió por allí en medio de la nieve, hasta una lápida que limpió con una escoba que tenía, y allí pude leer, 23 de Octubre de 1883, aquí descansa el primer misionero Adventista. Y allí hermanos, parados junto a esa lápida sencilla que marca el descanso de ese hombre de Dios, me puse a pensar, y recordé las palabras que él mismo escribiera en ese último artículo que se publicó. Quieren que les lea un parrafito de ese último artículo ? Miren lo que él escribió: en medio de las tribulaciones y aflicciones mi alma se regocija en Dios. Se estaba muriendo hermanos. Le faltaban no más de cinco horas de vida, pero se regocijaba en Dios. Nunca he estado más impresionado, escribió, con la importancia de la obra que se nos ha encomendado. En este tiempo mi corazón está ligado a esta obra tan sagrada, que con alegría estoy dispuesto a gastar y ser gastado. Las almas perecen a nuestro alrededor, que podríamos salvar. El tiempo para trabajar es corto. La noche pronto viene en la cual nadie puede obrar. No haremos entonces, mientras dura el día, todo lo que esté de nuestra parte para salvar como sea a tantos como podamos ? Palabras del Pr. Andrews. Oh mis hermanos, las marcas del Señor Jesús, son para mostrar a quien pertenecemos. Son para mostrar la prueba del llamado que Dios nos ha hecho al santo ministerio de compartir con otros el evangelio de Cristo Jesús.
Y hermanos, al fin y al cabo, no es ese el poder del evangelio ? No se encuentra acaso en las marcas del Señor Jesús el poder de este mensaje que amamos, el poder del evangelio del Hijo de Dios ? Acaso no son sus lágrimas, no es su amor, su gracia, sus gruesas gotas de sangre y de sudor que cayeron por su rostro. Acaso no son sus heridas, no son su corona de espinas, no son sus manos traspasadas y su costado. Acaso no es su cruz, mis hermanos, lo que le da poder al evangelio, para conmover el corazón del ser humano ? Son las marcas del Señor Jesús, lo que da poder a este evangelio que amamos. Quitadle las lágrimas, quitadle su sangre, quitadle sus heridas, quitad la corona de espinas, quitad la cruz, y estaríamos todavía en nuestras miserias y pecados. No es la cruz de Cristo mis hermanos, lo que le da el poder a la proclamación del evangelio ? Es el evangelio que fue llevado con lágrimas y sufrimiento, con sangre de mártires se regó, con el sacrificio, con las privaciones de los mensajeros de Dios, de los hombres que tomaron la antorcha en la mano de sus discípulos. El poder del evangelio mis hermanos, depende de las lágrimas, del sufrimiento, del sacrifico que tu y yo estemos dispuestos a dar por la cruz de Cristo y su mensaje.
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