Lección 4 de Deuteronomio: Amarás a Jehová tu Dios.
En los últimos capítulos de Deuteronomio, Moisés revela el gran amor de Dios por
Israel. Utilizando un lenguaje poético para describir al Señor, entona un cántico y
pronuncia una bendición sobre los hijos de Dios. Los capítulos 32 y 33 de
Deuteronomio contienen descripciones de extraordinaria riqueza sobre Dios. Él es
el Creador, el Padre, la Roca, el Águila, el Salvador, el Rey, el Escudo, el Refugio, la
Espada y el Ayudador. Es grande, eterno, fiel, recto y celoso. No practica la
injusticia. Él ama, hace morir, da vida, castiga, hace expiación, libera, guía, protege,
legisla, revela, vigila, guarda, bendice y provee para nuestras necesidades. Moisés
también destaca la singularidad de Dios (Deut. 32:39; 33:26). Dios lo es todo para
su pueblo, Está a su favor y nunca en su contra. Para asegurarse de que todos
entienden lo que está diciendo sobre Dios, Moisés hace esta proclamación final:
«¡Bienaventurado tú, Israel! ¿Quién como tú, pueblo salvado por Jehová? Él es tu
escudo protector, la espada de tu triunfo. Así que tus enemigos serán humillados, y
tú pisotearás sus lugares altos» (Deut. 33:29).
EL CONSTANTE AMOR DE DIOS
El constante amor de Dios por su pueblo lleva a Israel a corresponderle. Su amor
los motiva a responder con gratitud por las inagotables misericordias de Dios.
Somos capaces de amar solo en la medida en que experimentamos y llegamos a
apreciar el amor desinteresado de Dios. Juan expresa claramente este pensamiento
cuando dice: «Nosotros lo amamos a él porque él nos amó primero» (1 Juan 4:19).
En el plan de salvación, primero recibimos las buenas nuevas: el gran amor de Dios.
A esto le sigue el imperativo del evangelio: lo que tenemos qué hacer. Este debe
ser el orden lógico para aplicar la verdad de Dios en nuestra vida. Inicialmente, se
proclama el evangelio (la salvación en Jesucristo, nuestro Señor) y luego le siguen
los mandatos del evangelio. Primero viene la gracia, luego la obediencia; primero
es la fe, luego las obras; primero es la experiencia de la salvación, y luego
interiorizamos y obedecemos la ley. La salvación es nuestra por gracia, por medio
de la fe, y la ética es su resultado. Nuestro misericordioso Señor nos creó y nos
redimió; por tanto, el reconocimiento y aprecio de lo que ha hecho en nuestro
favor, nos lleva a aceptarlo como nuestro Señor y Rey. Cuanto más conozcamos y
experimentemos su bondad, más deseosos estaremos de que su poder
transformador cambie nuestra vida, nos libere de la esclavitud del pecado y nos
capacite para seguirlo y adorarlo. En este oscuro mundo, él guía nuestras acciones
y decisiones para que reflejemos sus valores. Por ejemplo, Dios sacó a los hijos de
Israel de Egipto, los puso en libertad y solo entonces les entregó el Decálogo. El
apóstol Pablo explica esta fascinante verdad de la verdadera conversión a los
creyentes de Roma: «¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y
generosidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?» (Rom. 2:4).
Hay numerosos ejemplos de esta verdad. En la creación, Dios hizo todo perfecto.
Después de hacer del ser humano la corona de su creación, ordenó a Adán y Eva
que siguieran sus instrucciones para gozar de una vida próspera y feliz. Les encargó
el mantenimiento del Jardín de Edén, su regalo perfecto para ellos, en su perfecto
estado original (Gén. 1:28-31; 2:i5-i?f. Entonces, cuando Adán y Eva pecaron y se
escondieron de Dios, el Señor, en su gracia, los buscó: «¿Dónde estás?» (Gén. 3:9).
Esta acción llegó a ser el modelo de la redención. Dios siempre da el primer paso
para nuestra salvación (Fil. 2:12,13).
En su Epístola a los Romanos, el apóstol Pablo explica el evangelio: todos somos
pecadores y, por ende, necesitamos a Jesucristo como nuestro Salvador (Rom. 1-8).
Aplica estas verdades fundamentales a la nación judía (capítulos 9-11) y luego
presenta cuál debe ser nuestra respuesta, cómo deben vivir los redimidos en Cristo
(capítulos 12-16). Pablo afirma con acierto: «Por lo tanto, hermanos, os ruego por
las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo,
santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto. No os conforméis a este
mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento,
para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta»
(Rom. 12:1,2). El apóstol hace lo mismo en la Epístola a los Efesios: primero habla
de las riquezas de la misericordia de Dios (Efe. 1-3) y luego señala cómo caminar a
la luz del evangelio (capítulos 4-6). Este es un patrón importante: primero tenemos
que proclamar la gracia de Dios y luego ayudar a los que son tocados por su amor
a saber cómo seguirlo en el poder de su Espíritu (Rom. 8:1-17).
Moisés exhorta encarecidamente a los creyentes a amar a Dios, porque solo con
amor podemos corresponder al amor de Dios. El autor exhorta diez veces a Israel a
amar a Dios (Deut. 6:5; 10:12; 11:1,13,22; 13:3; 19:9; 30:6,16,20) y subraya que Dios
bendice a los que lo aman (Deut. 5:10; 7:9). Los creyentes también deben amarse
unos a otros, y a los extranjeros que se encuentran entre ellos, porque Dios
también los ama (Deut. 10:18,19). El libro también se refiere al amor de un siervo
por su amo (Deut. 15:16) y al amor de un esposo por su esposa (Deut. 21:15,16).
Deuteronomio es la carta de amor de Dios a su pueblo y, en sus discursos, Moisés
describe con elocuencia la devoción, la fidelidad y el interés de Dios por sus hijos.
Deuteronomio se centra en el amor de Dios por Israel, que demanda a cambio un
compromiso total de amor. El amor de Dios se presenta como la principal
motivación para la obediencia. De este modo, Deuteronomio recuerda a todos los
verdaderos seguidores de Dios que, como comunidad de creyentes, estamos
llamados a recordar el amor del Señor y a poner en práctica dicho amor
obedeciendo su ley y mostrando amor hacia los demás. Dios nos ama, por ende,
estamos llamados a amar.
¿QUÉ ES EL AMOR?
El mandamiento que nos llama a amar puede hacer que nos detengamos y nos
preguntemos si el amor puede ser ordenado. Dos de los mayores mandatos de las
Escrituras comienzan con el imperativo de amar: ama a Dios con todo tu corazón y
ama a tu prójimo como a ti mismo (Lev. 19:18; Deut. 6:5; Mat. 22:37-40; Luc. 10:27).
Resulta chocante saber que Dios nos ordena amar. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo
se puede exigir el amor? La sociedad posmoderna está confundida sobre la
naturaleza del amor debido a la forma cómo Hollywood y los medios de
comunicación lo representan. El mensaje erróneo sobre el amor es que el amor es
algo personal y privado. Si bien el amor es un sentimiento agradable, nuestros
sentimientos pueden cambiar y son susceptibles a las circunstancias de la vida. Si
me hace sentir bien, significa que debe ser bueno y correcto.
Viendo así las cosas cabe que nos preguntemos: el amor verdadero, ¿depende de
nuestros sentimientos, tan inestables, inseguros y engañosos? Por otra parte,
¿cómo se puede exigir el amor? Para responder a estas preguntas tan importantes,
tenemos que darnos cuenta de que, en el sentido bíblico, los buenos sentimientos
siguen al amor y a hacer lo correcto. Por tanto, el amor no se define por los
sentimientos o por momentos ocasionales de euforia.
En contra de la opinión popular, el amor verdadero va más allá de nuestras
emociones, sentimientos o pasiones temporales. En primer lugar, el amor bíblico es
una decisión. Al igual que el amor matrimonial, es una decisión para toda la vida
(Gén. 2:24). En segundo lugar, el amor verdadero es un compromiso, donde la
fidelidad desempeña un papel crucial. En ese sentido, la verdadera pregunta antes
de casarnos con alguien no es si amamos a esa persona, sino si estamos
comprometidos con ella, pase lo que pase. Solo podemos aprender del amor
genuino por medio del constante amor que emana de la vida de Jesús. Cristo nos
amó incluso cuando éramos pecadores y estábamos enemistados con él (Rom. 5:6-
8; Efe. 2:1-3,12). Esto nos lleva al tercer punto: el amor es un principio. No está
moldeado por las emociones del momento. Nosotros decidimos, nos
comprometemos y cumplimos. Amar es más que una emoción o un análisis
racional; es una entrega total. Y de este compromiso incondicional fluye la alegría,
la paz, la armonía, la felicidad, la colaboración, la seguridad y la estabilidad. Por
eso, Dios revela que el amor es el mandato, el principio y el sólido fundamento del
que depende todo lo demás.
Alguien afirmó sabiamente que el amor es un verbo, porque el amor siempre está
en acción y se centra en los demás, no en uno mismo. En el Nuevo Testamento, la
mejor definición del amor verdadero la proporciona el apóstol Pablo en i Corintios:
«El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso,
no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda
rencor; no se goza de la injusticia, sino que se goza de la verdad. Todo lo sufre,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. v J El amor nunca deja de ser; pero la£
profecías se acabarán, cesarán las lenguas y el conocimiento se acabará» (i Cor.
13:4-8).
El amor está por encima de todo, y por este tipo de amor genuino se juzga toda
acción. Por eso el apóstol afirma: «Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, y no
tengo amor, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe. Y si tuviera
profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la
fe, de tal manera que trasladara los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si
repartiera todos mis bienes para dar de correr a los pobres, y si entregara mi
cuerpo para ser quemado, vivo tengo amor, de nada me sirve» (vers. 1-3).
De este modo, el mito moderno del amor sentimental queda derrotado. El
emocionalismo es agradable por un momento, pero en los compromisos a largo
plazo no ayuda e incluso puede ser perjudicial al causar dolor, decepción y
depresión. El amor es una flor frágil de origen celestial que hay que cultivar y regar
constantemente «para que no se marchite ni desaparezca. Sería provechoso que
cada uno de nosotros aprendamos de memoria 1 Corintios 13, meditemos en él y
lo pongamos en práctica. De este modo, mediante el poder del Espíritu Santo,
mejorarían todas nuestras relaciones.
APRENDE A TEMER A DIOS
El amor está estrechamente relacionado con el temor a Dios. En los idiomas
modernos se ha perdido esta asociación porque la semántica del temor y del amor
no vincula estos dos conceptos. Asociamos el temor con emociones y actitudes
negativas, como tener miedo de una persona o de una situación. Pero en la Biblia,
temer a Dios está vinculado con amarlo y estar totalmente dedicados a él, así como
los enamorados se comprometen el uno con el otro. Uno de los pasajes que mejor
ilustra este concepto es Deuteronomio 10:12, donde Moisés afirma: «Ahora, pues,
Israel, ¿qué pide de ti Jehová, tu Dios, sino que temas a Jehová, tu Dios, que andes
en todos sus caminos, que ames y sirvas a Jehová, tu Dios, con todo tu corazón y
con toda tu alma». El texto explica por aposición lo que significa temer a Dios:
significa andar en todos sus caminos, es decir, obedecerle, amarle, servirle
completamente, estar a su disposición y ser su canal de bendición para otros.
Temer a Dios es una enseñanza crucial que aparece en lugares clave de
Deuteronomio (ver Deut. 4:10; 5:29; 6:2,13, 24; 8:6; 10:12,20; 13:4; 14:23; 17:19;
25:18; 28:58; 31:12,13).1
La idea de temer al Señor aparece quince veces en
Deuteronomio. En general, hay veintitrés usos del término hebreo yaré («temor»,
«miedo», «terrible», «reverencia») en Deuteronomio que no hacen referencia al
temor de Dios (de las treinta y ocho veces en total que aparece esta palabra), como
en Deuteronomio 1:19, 21, 29; 2:4; 7:19; 11:25; 28:1o.2
El Señor es un «Dios grande y
temible» (Deut. 7:21; 10:17), y el pueblo de Dios necesita aprender a temerle
siguiendo las enseñanzas e indicaciones de Deuteronomio.
Temer a Dios significa escogerlo como nuestro Señor y seguir sus enseñanzas en
cada aspecto de nuestra vida. Significa vivir en su presencia, reconocer que él está
con nosotros y consultar su voluntad revelada en nuestra toma de decisiones. Es
significativo que Moisés señale varias veces que no sabemos cómo temer a Dios o
cómo amarlo y obedecerlo, necesitamos aprender a hacer estas cosas (Deut. 14:23;
31:12,13). Incluso los futuros reyes necesitaban estudiar cuidadosamente el libro de
Deuteronomio para aprender a temer al Señor (Deut. 17:19). Ante Dios, somos
como niños pequeños que necesitan aprender a caminar con él.
¿QUÉ SIGNIFICA TEMER A DIOS?
Ningún mandato de Dios se da en el vacío. El precepto de temer a Dios presupone
un conocimiento de la bondad de Dios y de su amoroso carácter. El Señor es fiel,
bondadoso, misericordioso, santo y justo. Estas cualidades y virtudes nos atraen a
Dios porque está lleno de compasión, gracia, paciencia y perdón, y siempre está en
busca de sus hijos perdidos. Dios mismo revela estas características a Moisés:
«¡Jehová! ¡Jehová! Dios fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande
en misericordia y verdad, que guarda misericordia a millares, que perdona la
iniquidad, la rebelión y el pecado, pero que de ningún modo tendrá por inocente al
malvado» (Éxo. 34:6,7). Esta autorrevelación de Dios es el mensaje fundamental de
quién es él. Es como un diamante precioso con facetas brillantes o como un hilo de
oro tejido en un tapiz. Es el Juan 3:16 del Antiguo Testamento y expresa la
revelación de Dios, repitiéndose o parafraseándose a menudo en lugares clave de
las Sagradas Escrituras (por ejemplo, Núm. 14:18; Neh. 9:17; Sal. 86:15; 103:8; 145:8;
Joel 2:13; Jon. 4:2).
Esta observación nos enseña que solo podemos temer a Dios si lo apreciamos a él
y a sus atributos. Solo cuando estemos agradecidos por lo que él ha hecho y lo que
está haciendo en nuestra vida, el temor a Dios se convertirá en algo más que un
concepto. Solo entonces se convertirá en un estilo de vida, no solo en una
actividad adicional en nuestro desempeño, sino en una vida llena de gozo delante
de la presencia de Dios, que se conduce de acuerdo con sus normas. Lo que
transforma completamente nuestra forma de ser es nuestra respuesta a la gracia
salvadora y a la dirección de Dios en nuestra vida. Esto influye en nuestras metas,
en nuestros planes y en todo lo que hacemos.
En términos sencillos, ¿qué significa temer a Dios? Significa cultivar su presencia en
nuestro corazón y tomar decisiones en el marco de su gracia, respetando su
voluntad revelada y sus planes para nosotros. La presencia de Dios santifica
nuestras intenciones y pensamientos, haciendo que nos deleitemos en el Señor y
en su ley (Sal. 1:2; 37:4; Prov. .3:5,6). De este modo, aprendemos a confiar y a crecer
en él.
Es así como el respeto y la reverencia hacia Dios se encuentran detrás de este corto
mandato, que tiene implicaciones tan grandes. Temer a Dios es sintonizar su
frecuencia y dejar que su voz nos dirija. Por tanto, no es de extrañar que temer a
Dios sea el primer imperativo del evangelio eterno (Apoc. 14:6,7). De este modo,
cambia todo en nuestra vida porque su presencia en nosotros lo es todo.3
1 -Jirí Moskala, «The Meaning of the Fear of God: The Crucial Notion of the
Everlasting Gospel-a Biblical Study» [El significado del temor de Dios: La noción
crucial del evangelio eterno: un estudio bíblico], Journal of the Adventist Theological
Society 30, nos. 1, 2 (2019): pp. 1-20.
2 El sustantivo «temor» aparece una vez (Deut. 2:25), y el adjetivo
«temeroso/medroso» se emplea una vez (Deut. 20:8).
3 Jirí Moskala, «The Indispensable God’s Presence: Toward the Theology of God’s
Face» [La indispensable presencia de Dios: Hacia la teología del rostro de
Dios], Currerit 8 (otoño 2020): pp. 36-43
0 comentarios