Libro Complementario 07 Julio – Septiembre 2012
Cartas a los Tesalonicenses
Capítulo 7
Vivir  vidas santas
    (1 Tesalonicenses 4:1-12) 
Los primeros tres capítulos de 1 Tesalonicenses están  concentrados, principalmente, en el pasado. Pablo escribió acerca de lo  sucedido durante su primera visita y después de ella. En los capítulos 4 y 5,  sin embargo, Pablo se vuelve, del pasado, al futuro. La fe de los creyentes  tesalonicenses era deficiente, en cierta forma (1 Tesalonicenses 3:10), y Pablo  quiere ayudarlos a remediar esas deficiencias. La carta comenzaría el proceso,  pero el proyecto no sería completo hasta que Pablo viera a los tesalonicenses  otra vez en persona.
La oración de  Pablo, en 1 Tesalonicenses 3:11 al 13, resume los tres primeros capítulos de la  carta. Pero también adelanta los temas de los capítulos 4 y 5: “abundar”,  “santificación”, segunda venida y amor mutuo. La oración es como un puente que  lleva a los tesalonicenses, y a los lectores posteriores, a los puntos que  Pablo procura presentar ahora.
1 Tesalonicenses 4:1, 2
- Por lo tanto, finalmente, hermanos,
 
les pedimos y
  los animamos
  en el Señor Jesús,
  que como lo han recibido
  de nosotros
  cuánto es necesario que ustedes 
  caminen y 
  agraden a Dios,
  como están caminando continuamente, 
  que sobresalgan en esto más y más.
  2 Porque ustedes saben 
  qué clase de instrucción 
  les dimos a ustedes 
  por medio del Señor Jesús.
Con “por lo  tanto, finalmente”, Pablo avanza del aperitivo al plato principal del  cristianismo práctico. En un sentido, los dos primeros versículos del capítulo  4 constituyen un resumen introductorio de todo el capítulo 4 y el 5. El punto  básico, o tema, es la línea “los animamos a abundar más y más en lo que ya  están haciendo”.
  La palabra  “caminar”, en el versículo 1, traduce una palabra griega, peripatéo, que básicamente significa “andar por  allí”. En castellano, tenemos la palabra “peripatético”, a partir de esta  raíz. Una persona que es peripatética emplea mucho tiempo “dando vueltas”. Yo  puedo ser una de esas personas: no puedo resistir estar en una oficina todo el  día. Cuando tengo una cita personal con alguien, a menudo le pregunto si le  gustaría caminar por el vecindario, mientras hablamos. Encuentro que nuestra  mente trabaja mejor y logramos más cuando caminamos que cuando estamos sentados  en una oficina.
  Pero, hay algo  más en el uso de Pablo de ese término. En el lenguaje y la cultura hebrea  antiguos, “caminar por allí” era una metáfora para la vida diaria. En el  versículo 1, Pablo conecta el “caminar” con el agradar a Dios. Como afirma el  título del capítulo, Pablo da muchos consejos prácticos sobre cómo deben vivir  los cristianos urbanos. Ese consejo continúa siendo válido hoy. En otras  palabras, este pasaje proporciona una ventana a la clase de adiestramiento  práctico que Pablo brindó a quienes llegaron a ser cristianos por sus  esfuerzos. Nuestro Padre celestial se agrada cuando nuestro carácter y conducta  se parecen a los suyos. Cuando somos bondadosos y amables, reflejamos la  bondad y la gracia del carácter de Dios. Cuando nos abstenemos de inmoralidad  sexual, mostramos respeto por el valor que Dios ve en las demás personas, y él  se agrada cuando elegimos valorar lo que él valora.
  Los  tesalonicenses ya estaban agradando a Dios con su conducta y su carácter. En el  versículo 1, Pablo los anima a hacer “más y más” lo que ya están haciendo. La  vida cristiana ha de ser una relación siempre creciente con Dios. Esto es  realista y práctico. Pablo sabe que los nuevos creyentes no pueden alcanzar las  alturas de la “santificación” –una palabra que usa varias veces en el pasaje–  de la noche a la mañana; es realmente “una batalla y una marcha”, que dura una  vida entera. Aun los creyentes más maduros se chasquean diariamente con algún  aspecto de su conducta. Así que, en vez de aconsejarnos que nos centremos en un  buen acto ocasional, o en uno malo, Pablo nos anima a prestar atención a la  tendencia de nuestras vidas, y a hacerlo en la plena seguridad de que Dios nos  ama como una madre ama a un hijo recién nacido.
  Los buenos  padres no castigan a los niños de tres meses de edad por no saber cómo caminar.  Los animan a hacer lo que puedan, y a hacerlo más y más. Con el tiempo, los  niños aprenderán a gatear y luego a caminar, y más tarde a correr, ¡y grande  es la alegría cuando esto sucede! “Más y más” es la palabra.
  El versículo 2  es más fácil de traducir que el versículo 1. Pero el versículo 2 contiene un  punto de incertidumbre: la cuestión de qué quiso decir Pablo cuando escribió:  “por medio del Señor Jesús”. ¿Cuál era su percepción de la conexión entre su  consejo de conducta y Jesús? La versión griega de 1 Tesalonicenses revela que  Pablo usaba muchas expresiones que recuerdan, al lector conocedor, los dichos  de Jesús en los cuatro Evangelios. Siendo que es probable que ninguno de esos  Evangelios hubiese sido escrito cuando Pablo escribió a los tesalonicenses,  parece probable que él aprendió lo que Jesús enseñó de los discípulos y otros  seguidores de Jesús. Él se habría valido de los líderes en Jerusalén, tales  como Bernabé y Silas, como libros de referencia. Aunque Pablo pudo no haber  visto a Jesús en persona durante su ministerio terrenal (1 Corintios 15:3–8),  estaba muy atento a la tradición oral que otros habían recibido, y que más  tarde sería registrada en los cuatro Evangelios.
  Así que, en los  capítulos 4 y 5 de 1 Tesalonicenses, Pablo estaba ofreciendo más que su propio  buen consejo. No solo estaba compartiendo su propia teología con ellos, sino  también estaba trasmitiendo la tradición de las propias palabras de Jesús.  Jesús mismo había pedido ciertas conductas que Pablo ahora estaba estimulando.  De este modo, las enseñanzas en nuestro pasaje se dan con la más elevada  autoridad posible: la autoridad de Dios hecho carne.
1 Tesalonicenses 4:3–8
- Porque esta es la voluntad de Dios
 
la santificación (santidad) de ustedes, 
  mantenerse alejado
  de la inmoralidad sexual.
- saber (cada uno de ustedes)
 
cómo adquirir su propio vaso 
  en santidad y honra,
- no en pasión de lujuria
 
como los gentiles
  que no conocen a Dios:
- para que ninguno transgreda y
 
defraude a su hermano 
  en este asunto
  porque el Señor es un vengador 
  con respecto a todas estas cosas, 
  así como les contamos a ustedes y 
  les advertimos con anticipación.
- Porque Dios no nos llamó a inmundicia
 
sino a santidad.
- En consecuencia, quienquiera rechace (esta instrucción)
 
no rechaza a hombre
  sino a Dios
  quien nos da su Espíritu Santo.
La palabra  clave, en ese pasaje (versículos 3–8), es “santidad”, o “santificación”. Esta  es la voluntad de Dios para nosotros. Algo llega a ser santo cuando es  dedicado, puesto aparte, consagrado a un uso especial. La forma de la palabra  “santidad” que Pablo usa es la de un sustantivo de acción. Pablo enfatiza el proceso de llegar a ser santo, en vez del  resultado. Lo que quiere significar con santificación, en este contexto, está  explicado por la cláusula que sigue: mantenerse alejado de la inmoralidad  sexual. Los que creen que Pablo está promoviendo un evangelio “libre de la ley”  encontrarán, en 1 Tesalonicenses 4:3 al 8, un texto que los desafía. Pablo  expone algunos requerimientos de conducta muy estrictos, para quienes están en Cristo. 
  El versículo 4  ha sido, por mucho tiempo, un enigma para los estudiantes de la Biblia. La  frase “adquiera su propio vaso” puede significar por lo menos dos cosas  diferentes. De modo que profundicemos. La palabra traducida “adquirir” es un  verbo que puede denotar el principio de una acción (adquirir algo que no  tenías antes) o a una etapa posterior de la acción (mantener o controlar algo  que ya tienes). La palabra traducida “vaso” puede significar un cuerpo o una persona,  en general (ver Hechos 9:15; Romanos 9:21; 2 Timoteo 2:21), o una mujer en  particular (el “vaso más frágil”, 1 Pedro 3:7). De este modo, las dos mejores  traducciones son “adquirir una mujer [esposa] para ti mismo” o “controlar tu  propio cuerpo/tus propios órganos sexuales”. ¿Es su consejo muy específico: que  los hombres satisfagan sus deseos sexuales adquiriendo una esposa (ver también  1 Corintios 7:36–38)? ¿O está solamente haciendo una declaración más general  de que debemos controlar nuestros apetitos sexuales? La frase puede leerse de  las dos maneras y, de ambas maneras, el punto es que el cristiano no debe  relacionarse con las “pasiones de concupiscencia” de la manera en que la  mayoría de los gentiles lo hacía entonces.
  En el versículo  6, Pablo presenta una idea que es singular dentro de la Escritura. Afirma que  la inmoralidad sexual “defrauda” al “hermano” de uno. Defraudar significa  aprovecharse o hacer trampa a alguien; tomar algo que no es nuestro por  derecho. La palabra está relacionada con la codicia, desear algo que no nos  pertenece. Para Pablo, la mejor definición de “hermano” es alguien por quien  Cristo murió (Romanos 14:15; 1 Corintios 8:11). “Hermano”, aquí, incluiría a  cualquiera –varón o mujer– que es afectado por nuestras acciones sexuales.
  En este pasaje,  Pablo nos está diciendo algo que la industria cinematográfica rara vez  comunica. Está diciendo que la misma idea de “sexo casual” es una fantasía; el  sexo promiscuo daña profundamente a ambas partes. Ahora sabemos que el tocar  casualmente las partes privadas de alguien, en la niñez, puede afectar todo lo  que la persona piense y haga durante toda su vida. Cuánto más, entonces, la  invasión profunda de la sexualidad explícita afecta el núcleo mismo del ser de  una persona. Un vínculo entre dos personas implica que nunca puede ser  meramente casual. Desde ese día en adelante, los sentimientos quedan  confundidos y, cuando se los suprime, como a menudo ocurre, van a ejercer un  daño interno, sea que la persona lo perciba o no.
  Pero aún hay más.  En Mateo 25:40, el “hermano” es también el “hermano” de Cristo. Así que la  cuestión del sexo no es solo acerca de cómo tratamos a otros seres humanos,  sino también cómo tratamos a Cristo, en la persona de ese “hermano”. El sexo,  en última instancia, comprende nuestra relación con Dios. Los gentiles, que no  conocen a Dios, viven vidas de lujuria apasionada (1 Tesalonicenses 4:5). La  ignorancia de Dios es la que produce una conducta inmoral. Quienes ignoran las  enseñanzas de la Biblia sobre este tema no solo rechazan esas enseñanzas, sino  también a Dios mismo (versículo 8; ver también 1 Corintios 6:19, 20). De modo  que el “sexo casual” no es una opción para los cristianos. Sin embargo, por  otro lado, cuando dos personas practican el sexo de acuerdo con los designios  de Dios, llega a ser una hermosa “ilustración” del amor abnegado que Dios  derramó sobre nosotros, en Cristo (ver Juan 13:34, 35). Por lo tanto, la  cuestión de cómo nos relacionamos con el sexo llega a ser una cuestión referente  a lo que haremos con Cristo, en la persona del “hermano”.
  ¡Aunque los  santos no debieran vivir sin sexo, tampoco el sexo tiene que ser sin santidad!  El sexo es santo, puesto aparte para el matrimonio. El mayor gozo conocido  para el ser humano se encuentra en la íntima libertad de la sexualidad, gozada  de acuerdo con los designios de Dios.
  La tentación de la atracción 
  ¿Por qué un  creyente defraudaría a otro? ¿Por qué algún cónyuge comprometido se apartaría  del objeto de su afecto, para buscar afecto en otra parte? (Los lectores que  deseen evitar la franca descripción de la tentación sexual que sigue pueden  pasar directamente a la página 81 y comenzar a leer otra vez mi traducción de  la siguiente sección de la carta de Pablo, 1 Tesalonicenses 4:9–12.) Yo pienso  que la seriedad de lo que Pablo escribió en los versículos 3 al 8 nos invita a  examinar con cuidado, lo que sucede cuando los cristianos se comportan en forma  promiscua.
  La sexualidad  humana forma parte del diseño de Dios. De acuerdo con el Génesis, Dios creó al  hombre y a la mujer para ser atraídos mutuamente. Sentir una atracción por un  miembro del sexo opuesto no es un pecado: es un don de Dios. La mayoría de la  gente, si no toda, nace con la capacidad de cierto grado de atracción hacia los  miembros del sexo opuesto. Las experiencias de la vida pueden fortalecer o  disminuir este sentido de atracción, pero, hasta cierto punto, es natural e  innato.
  Dios diseñó la  sexualidad para nuestro beneficio. Pero, el enemigo procura destruir ese  designio, y el arma que usa se llama tentación. Cada  tanto, cuando te encuentras con otra persona, sientes un sentido de atracción intensificado.  No importa si eres casado ante Dios, las sustancias químicas hacen su trabajo,  y tú sientes lo que la gente llama “amor a primera vista”. Estar cerca de esta  persona, de quien estás fuertemente atraído, no es lo que la Biblia llama  pecado; pero cómo manejas la situación es lo crítico. Definitivamente, has  llegado a una encrucijada. La sabiduría del mundo dice: “Acéptalo”; la Palabra  de Dios aconseja otra cosa.
  ¿Qué te  recomendaría Pablo que hicieras, en esa situación? Yo no creo que él quisiera  que negaras la atracción y actuaras como si no estuviera allí. Es más seguro  reconocer lo que sucede y confrontarlo, trayéndolo a la conciencia. Pregúntate  por qué eres tan atraído por esta persona. ¿Tienes necesidades no satisfechas?  ¿Existen problemas que necesitas conversar con tu cónyuge? El haber cedido a la  tentación sexual previamente aumenta el deseo sexual de la persona. ¿Es este  un factor que está presente? Lo mejor que puedas, usa la razón para controlar  tus sentimientos. Encuentra a alguien –otro creyente, en quien confías– que se  asocie contigo y que te controle; eso puede fortalecer el poder de la razón.  Relatar a esa persona lo que estás sintiendo, a menudo, quita mucho de la  “aventura” a la situación; el saber que un amigo te está observando puede  hacerte sentir necio en todo el asunto, lo que es, tal vez, más próximo a la  realidad que la tentación misma.
  La acción más  útil que puedes hacer es ponderar el costo cuidadosamente, antes de ceder a  tal tentación. Reconoce que cometer un pecado sexual desagrada a Dios (1 Tesalonicenses  4:1). También, traiciona a quienes amas (Génesis 39:8, 9; 1 Tesalonicenses 4:5)  y defrauda a la persona hacia quien fuiste atraído (1 Tesalonicenses 4:6).  Además, más adelante en el camino, habrá mayores consecuencias para ti también  (4:6). Un sabio pastor escribió la siguiente “nota para sí mismo”:
  “Si sigo por  este camino [de la tentación sexual], probablemente causaré dolor a quien me  redimió. Probablemente arrastraré su nombre sagrado por el barro […]. Un día  tendré que mirar en el rostro a Jesús, el justo Salvador, y dar cuenta de mis  acciones. Si voy más allá, probablemente produciré un dolor enorme a mi esposa,  que es mi mejor amiga y quien me ha sido fiel. Perderé el respeto y la  confianza de mi esposa; heriré a mis amadas hijas. Destruiré mi ejemplo y  credibilidad ante mis hijos. Podría perder a mi esposa y a mis hijos para  siempre. Podría causar vergüenza a mi familia. Podría perder mi respeto propio.  Podría llegar a tener una forma de culpabilidad terriblemente difícil de  eliminar. Aun cuando Dios me perdonara, ¿podría alguna vez perdonarme a mí  mismo? Podría dejar recuerdos y escenas retrospectivas mentales que podrían  dañar la intimidad futura con mi esposa. Podría amontonar juicios y un sin fin  de dificultades a la persona con quien cometa adulterio. Posiblemente, podría  cosechar las consecuencias de enfermedades como la gonorrea, la sífilis, el herpes  o el sida. Tal vez, pueda causar un embarazo, y eso sería un recuerdo de mi  pecado para toda la vida. Tal vez, invoque vergüenza y turbación sobre mí  mismo.   
  Las dos opciones  parecen un poco diferentes desde esa perspectiva, ¿verdad? Pero, algunos cristianos  están listos para asumir riesgos, por un poco de “diversión” o de “aventura”.
  ¿Qué sucede si  no te alejas de la atracción sexual? Comienzas a fantasear acerca de esa  persona, imaginar cómo sería la vida con ella. Te preguntas si ella se siente tan  atraída a ti como tú hacia ella. Deliberadamente, alteras tu ruta para ir  hasta la oficina, para pasar frente a su puerta de modo que puedas verla, ver  cómo se ve hoy. Aprendes su horario, y “casualmente” estás por allí cuando esa  persona aparece.
  Puedes pensar  que el mundo de la fantasía es seguro, porque nadie sabe que lo estás viviendo  (aunque, por supuesto, Dios sí lo sabe). Pero, aun en esa etapa de la fantasía,  te estás haciendo daño. Tú estás perdiendo tiempo, que sería mejor usarlo con  tu cónyuge o en tu relación con Dios. Además, cuanto más tiempo pases en el  país de la fantasía, más difícil será entrar en relaciones legítimas. Y, siendo  que la realidad nunca puede ser como la fantasía, te estás adiestrando para  fracasar en las relaciones que consideras las más importantes. En este punto,  todavía puedes dar la vuelta; pero muchas personas siguen al paso siguiente.
  El siguiente  paso es el flirteo. Tú le dices algo a esa persona que tiene doble sentido,  solo para ver cómo reaccionará. Compartes confidencias con ella, que no tienes  por qué compartir con otra persona que con tu esposa. Permites que tus dedos  acaricien sus cabellos mientras intercambian un objeto o un sobre, esperando  una reacción que indique si ella está interesada en ti como tú en ella. Sentir  la atracción de otra persona en ti produce una emoción que te llama a  profundizar la relación.
  A menos que los  sucesos se detengan en este punto, las cosas solo pueden ir en bajada desde  aquí. Si eres cristiano, probablemente tienes dificultad en creer que podrías  cruzar la línea con alguien que no es tu cónyuge, de modo que, al principio,  buscas excusas para estar juntos, tales como trabajar juntos en un proyecto o  estudiar juntos la Biblia. Pero, en el fondo, el verdadero motivo para desarrollar  la relación es la atracción. Entonces, la fantasía comienza a ser realidad, y  tomas una decisión consciente de pasar tiempo con esta persona, fuera de los  límites del plan de Dios.
  El pecado sexual  no comienza con la fornicación o el adulterio; termina en eso, en última  instancia. Y, cuando la fantasía llega a ser realidad, siempre deja un sabor  amargo. Las películas y la televisión rara vez muestran esto. La gente que  comete pecados sexuales está profundamente herida por esa experiencia, aun  cuándo lo nieguen a otros, o a sí mismos. Acepta un consejo de Pablo: si estás  jugando con la tentación sexual ahora mismo detente, toma una ducha fría,  memoriza 1 Tesalonicenses 4:1 al 8, busca a un amigo de confianza, piensa en  las consecuencias y haz lo que sea necesario para salir de esa situación. Si tu  fantasía ya ha llegado a ser realidad, tienes un camino largo y duro delante de  ti, pero puedes romper esa relación; realizar todo lo que puedas con la intención  de hacer restitución a todas las personas involucradas (incluyendo hacer lo  mejor que puedas con el bebé, si has ido tan lejos). Pide perdón a todos los  que hayas herido con tus acciones, y arrójate a la abundante misericordia de  Dios. Tu vida nunca será la misma, pero puedes hacer mucho para limitar el  daño.
1 Tesalonicenses 4:9–12
- Ahora con respecto al amor fraternal
 
no tienen necesidad de que les escriba, 
  porque ustedes mismos fueron enseñados 
  por Dios
  a  amarse unos a otros,
- porque eso es en realidad cómo se conducen
 
hacia todos los hermanos
  por  toda Macedonia.
  Pero  les exhortamos, hermanos, 
  a  hacer esto más y más, y
  11 aspirar a vivir tranquilamente,  y 
  ocuparse  de sus propios asuntos, y 
  trabajar  con sus propias manos,
  así  como les enseñamos,
- para que puedan andar adecuadamente
 
en relación con los que son de afuera, y 
  que ninguno tenga necesidad.
Los griegos  tenían varias palabras para amor, tres de las cuales aparecen en el Nuevo  Testamento. Éros es  la palabra griega de la que se deriva la palabra erótico. Éros se refiere al lado sexual del amor. Agápe es la palabra griega para amor que más  se emplea en el Nuevo Testamento. Se refiere al amor abnegado, y es la palabra  que se utiliza para el amor de Cristo hacia nosotros, manifestado en la cruz.
  La tercera  palabra griega para amor que se usa en el Nuevo Testamento esfiléo. Es la palabra traducida como “amor  fraternal”, en el pasaje anterior. En el mundo gentil, esta palabra se refería  al amor de las personas por sus parientes de sangre, pero la iglesia extendió  su significado para denotar el amor hacia los compañeros creyentes, la familia  cristiana por elección. Dios llama a tener esta clase de amor familiar y,  siempre que ocurre, es un milagro de su gracia.
  La frase inicial  del versículo, “ahora con respecto”, sugiere que Pablo escribió los versículos  9 al 12 en respuesta a preguntas que la iglesia planteó a Timoteo. Ellos  comprendieron el principio del amor fraternal, pero no sabían cómo usarlo en la  vida real. Pablo se vuelve específico en los versículos 10 al 12, señalando a  los tesalonicenses que debían expresar el amor fraternal de tres maneras:  debían aspirar a vivir vidas tranquilas, debían ocuparse de sus propios asuntos  y debían trabajar con sus manos. Estas tres formas están todas relacionadas. En  el mundo antiguo, la labor manual era el principal medio de sostén propio. La  raíz para el amor a nuestros “hermanos” es ocuparnos de nosotros mismos  primero, llevar nuestro propio peso, asegurándonos de que no dependemos de  otros. El entusiasmo por la segunda venida de Jesús pudo haber llevado a  algunos creyentes tesalonicenses a abandonar sus trabajos y llegar a depender  de sus vecinos gentiles. Esto haría que sus vecinos los consideraran perezosos  y perturbadores, al esperar que otros se hicieran cargo de ellos; y esta  percepción habría dado una mala reputación a la iglesia naciente.
  En el mundo  actual, Pablo podría aconsejar: “Sosténganse con su familia y guarden un poco  extra para ayudar a los que tienen una necesidad legítima”. También,  probablemente, diría que estar listos para testificar en todo tiempo  significaba no ser perturbadores, metidos en asuntos ajenos o perezosos en el  trabajo. Para algunos de afuera, la conducta en las vidas diarias de los  cristianos que conocen puede constituir la única vez que vean a la iglesia.
  ¿Cómo puedes  vivir una “vida tranquila” en medio de una ciudad, hoy? En 2006, volví a la  ciudad de Nueva York para asistir a un curso. Habiendo crecido allí, esperaba  con ansias las tres semanas de clases intensivas, que se darían en una sala a  una cuadra o dos de Times Square, en el corazón mismo de Manhattan. Estimaba  que unas veinte mil personas por hora caminaban por la acera frente al aula. Lo  que me llamó la atención, acerca de la gente que se apresuraba a ir a alguna  parte, era la mirada de dolor y de estrés en casi cada rostro. La agitada gran  ciudad daba a la gente su propio molde.
  Yo creo que si Pablo estuviera  hablándonos hoy nos animaría a poner la vida en la ciudad en verdadera  perspectiva. La gente corre a fin de cumplir sus objetivos, de un valor solo  temporario, en el mejor de los casos. La búsqueda de dinero, de cosas, de  relaciones terrenales: todas esas pueden ser de la máxima importancia en algún  momento dado; no obstante, a largo plazo, no satisfacen. Solo los valores  eternos pueden proveer la paz, en medio del trajín de la vida de la ciudad.  Solo una vida que está cimentada hora tras hora y día tras día en la  perspectiva divina de las cosas puede ser realmente una “vida tranquila”. La  ciudad nos llama a ocuparnos de nuestros caminos y preocupaciones; pero  nuestros caminos no son los caminos de Dios (Isaías 55:8, 9).
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