¡Llorad y aullad! 2
Casa Publicadora Brasilera
Comentarios de la Lección de Escuela Sabática
IV Trimestre de 2014
La epístola de Santiago
Lección 10
(29 de noviembre al 6 de diciembre de 2014)
¡Llorad y aullad!
Introducción
La Palabra de Dios nos dice que “Dichoso el que se preocupa del pobre. El Señor lo librará en el día malo” (Salmo 41:1). Es incomprensible, por lo tanto, que seamos tan lerdos para ayudar a nuestro prójimo y para defender los ideales de la igualdad social. Al respecto se pronunció Henry George, economista norteamericano del siglo XIX que defendía la idea de un impuesto único: “Que en una sociedad tan avanzada como la nuestra, haya personas que se desmayen y mueran de hambre, es un testimonio, no de la mezquindad de la naturaleza, sino de las injusticias humanas”.
¡Se hará justicia!
La primera parte del capítulo 5 de Santiago (versículos 1 al 6) es una de las más elocuentes condenas al estilo de vida propio del ser humano, ya sea moderno o posmoderno. El mensaje del apóstol es tan apropiado para nuestros días que representa un testimonio irrefutable de que la mañosa e irrefrenable naturaleza humana ha continuado siendo la misma en estos últimos dos mil años. La censura del apóstol, expresada en forma de manifiesto, nos alcanza en el bolsillo y en el espíritu.
Es cierto que el mensaje del apóstol está destinado especialmente a los más ricos, pero sus implicancias nos alcanzan a todos: “Ahora (age nyn), ricos, llorad y aullad por las miserias que os vendrán” (5:1). Estos pensamientos encuentran eco en el discurso que Santiago desarrolló en la sección anterior. El apóstol comenzó tal como lo había hecho en 4:3; sin embargo, hizo una inversión de las palabras griegas utilizadas en 4:9, dejando intencionalmente la palabra “miserias” bien al final del versículo. Esto destaca la naturaleza casi intimidante de la reprensión apostólica, hecha en un contexto de luto.
Santiago habló tal como hablaron los profetas del Antiguo Testamento. En 1:10, 11, el apóstol reprendió a los ricos de la iglesia, ahora censuró a todos los ricos, ya no haciendo un llamando, sino pronunciando un ultimátum, puesto que los ricos saben lo que deben hacer, pero no lo hacen (4:17).
Cuando la riqueza no tiene valor
Las acusaciones del apóstol en el capítulo 5 son graves: insensibilidad a las propias prioridades y a las necesidades del prójimo, en los versículos 2 y 3; injusticia, en los versículos 4 al 6, y satisfacción propia, en el versículo 5. Al presentarlas, Santiago condenó en primer lugar al mal uso de las riquezas: “Vuestra riqueza está podrida, vuestra ropa está comida de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos, y su moho testificará contra vosotros, y devorará vuestra carne como fuego. Habéis acumulado tesoros para los últimos días” (5:2, 3). La secuencia de los tres tiempos perfectos (sesēpen, “está podrida”; sētobrōta gegonen, “está comida de polilla” y katiōtai, “están enmohecidos”) es, en el griego bíblico, propia de la anticipación profética, siendo enfatizada por la presencia, a continuación, de dos tiempos futuros (eis martyrion estai, “testificará”; y phagetai, “devorará”).
Esta denuncia social nos recuerda situaciones en las que la inflación liquida las finanzas de los inversores y los constantes e imprevisibles cambios de la moda devoran el guardarropa de aquellos que están preocupados por ella. Aquí tenemos un buen ejemplo de la verdad fenomenológica de la Biblia. Aun cuando el oro y la plata no se enmohezcan, el dinero mal invertido pierde su poder adquisitivo. Además, el hecho de haber convertido a los negocios como el centro de nuestras vidas y de haber hecho del lucro el objetivo de nuestras relaciones, nos recuerda que hubo un cambio de referencias. El cristiano capitalista se esfuerza para invertir en el mercado, aun a costa de su salvación. La verdad es que, para los consumidores crónicos que llenan nuestras iglesias, las acciones de “Salvación, S. A.” están muy devaluadas.
Los medios de comunicación masiva presentan un discurso único: comprar, consumir, descartar. La hegemonía de este discurso acaba por transformar el cinismo en lucidez. El consumismo pasa a ser considerado como una actitud natural a causa de su naturaleza común. Estamos tan comprometidos con el capitalismo, que no nos damos cuenta de que es un sistema pecaminoso. Por eso cabe, también para nuestra época, la perplejidad con la que Santiago se dirigió a sus oyentes: “Habéis acumulado tesoros para los últimos días” (5:3b).
¿Cómo es posible que un cristiano esté absorbido por la acumulación de las riquezas y bienes materiales, cuando el tiempo urge y el desenlace escatológico se acerca a grandes zancadas? El proverbio romano “El dinero es la motivación para todas las cosas” (nervus rerum gerendarum) parece haber asumido el valor de verdad absoluta.
Los “últimos días” tenían un sentido de urgencia para Santiago. No se trata de una referencia a un período lejano en la historia futura. Santiago se refería a los días del Mesías y la predicación del evangelio. Y nosotros, mientras tanto, que vivimos bien cerca del fin de todas las cosas, permitimos que el fuego de la acumulación capitalista se propague rápidamente y que nos hayamos convertido, con pocas excepciones, en objetos de subasta en un proceso general de quiebra.
El clamor de los pobres
Aunque esta no haya sido la primera vez en la que Santiago se la tomara con los ricos, el apóstol se tomó el trabajo de registrar, minuciosamente, el modo opresor con el que ellos se relacionaban con los menos favorecidos: “El jornal de los obreros que han segado vuestros campos, y que por engaño no les habéis pagado, clama. Y el clamor de los segadores ha entrado en los oídos del Señor Todopoderoso” (5:4).
Santiago empleó aquí, diversas expresiones que también aparecen en el texto griego de la Septuaginta, la versión bíblica utilizada por el apóstol, en relación a la historia de Abel y Caín de Génesis 4:10. Esto llama la atención hacia la gravedad del caso: se trata de acusaciones de homicidio, del tipo que él ya había denunciado en 4:2. Puede ser que el derecho de mano dura utilizado por los ricos para amordazar y maniatar a sus trabajadores, según se ve en Santiago 2:6 resultara ocasionalmente (si no frecuentemente) en condiciones tan desfavorables para los pobres que su propia existencia estuviera amenazada por el hambre, la inanición, la enfermedad y la muerte. En contraste con esto, tenemos una vislumbre de los beneficios disfrutados por los ricos. Al fin de cuentas, ellos poseían chōrai, “campos”, que podían ser descritos, con mayor exactitud, como latifundios.
Gordos y felices (por ahora)
Santiago continuó, en 5:5, su reprensión a los pecados de los hombres opresores: “Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y habéis sido disolutos. Habéis cebado vuestro corazón como en el día de la matanza”. El apóstol comparó a los opresores como cerdos engordados en el chiquero del lujo y el libertinaje. Denunció el materialismo de estas personas y, además, empleó términos que se asemejaban a los utilizados por Pablo, al censurar a las viudas cristianas que incurrían en libertinajes (1 Timoteo 5:6). De hecho, el profeta Ezequiel hizo uso, en la Septuaginta, del mismo verbo “deleitarse” para reprobar los pecados de Jerusalén, comparándolos a los de Samaria y Sodoma (Ezequiel 16:49).
La expresión “en el día de la matanza” es de difícil interpretación, pudiendo ser una referencia al juicio final, a la inminente destrucción de Jerusalén, a cualquier calamidad que le sobrevenga al cristiano, a las consecuencias de vivir fuera de las reglas, a todas esas cosas o, tal vez con menor probabilidad, al día de la muerte de Jesús, conforme es sugerido por el versículo siguiente. Es evidente que “habéis cebado vuestro corazón como en el día de la matanza”, contrasta con “habéis acumulado tesoros para los últimos días” de 5:2. Sin embargo, es difícil usar una comparación de los dos versículos para establecer un significado específico para las dos expresiones. En realidad, la ambigüedad forma parte de la propia esencia del lenguaje teológico de Santiago.
Culpa a la víctima
Santiago culmina su reprensión a los ricos opresores con una declaración que demuestra su profunda decepción hacia sus prácticas: “Habéis condenado y muerto a personas inocentes, que no os oponían”. Debido a que la idea de que los cristianos primitivos estuvieran involucrados en homicidios es tan ofensiva, los intérpretes de las Escrituras siempre procuraron atenuar estas palabras de Santiago, tal como en 4:2. Por eso, algunos sugieren que el “inocente” mencionado por Santiago sea, en este contexto, el propio Cristo, tal como figura en Hechos 3:14. De este modo, el apóstol habría afirmado que, cuando oprimimos al semejante, volvemos a crucificar a Cristo.
Debido a que los manuscritos antiguos no contenían signos de puntuación, otros proponen interpretar el versículo como una pregunta y añaden una pequeña enmiendo a fin de corregir una ligera inconsistencia en el uso de los tiempos verbales: la expresión “Dios”. Así, la traducción pasaría a ser: “Habéis condenado y muerto al Inocente, ¿y no se os opondría Dios?”. El problema es que, al ser formulada de este modo, la pregunta exigiría una respuesta positiva, lo que alteraría significativamente el cuadro.
Consideraciones finales
Lo que se percibe en la primera parte del capítulo 5 (versículos 1 al 6) es que Santiago estaba indignado, primeramente, ante las diferentes formas de opresión impuestas por los ricos a los menos favorecidos, incluyendo la práctica de arrastrarlos a los tribunales con acusaciones falsas (5:6; cf. 2:6), y también la ostentación y el libertinaje que marcaban la vida de la elite de la iglesia.
La propia etimología del verbo “condenar” (katadikazō), nos remite, una vez más, a la familia lingüística asociada al pecado de la acepción de personas, que ya había sido amplia y vigorosamente reprobada por el apóstol a lo largo de su exposición. El mensaje bíblico es inequívoco y debería sensibilizar a todos los cristianos de nuestros tiempos: somos responsables de nuestros hermanos menos favorecidos y nuestra negligencia equivale a que nos hayamos unido a los opresores.
Pastor, con maestrías en Lingüística y Letras Clásicas; posee un doctorado en Arqueología Clásica. Está cursando el doctorado en Letras Clásicas y el posdoctorado en Estudios Literarios. Editor de la revista Protestantismo em Revista, es autor de diversos artículos y libros en el área de la Teología Bíblica. Actualmente se desempeña como coordinador de las carreras de Letras y Traductorado en la Universidad Adventista de San Pablo, Campus Engenheiro Coelho. Está casado con Tania M. L. Torres, y tiene dos hijos.
La verdad fenomenológica es la que se preocupa por la causa percibida y no con la causa real. Así, por ejemplo, para una persona que atribuye su enfermedad a la envidia de su vecino [esta es una referencia a una creencia popular en muchos pueblos, denominada comúnmente “mal de ojo” evidencia de deseo o envidia, contra la cual se han dispuesto amuletos o hechizos para evitarla; Nota del traductor], la verdad fenomenológica de su situación, para él, es que se enfermó por culpa de su vecino. En el caso del texto de Santiago, la plata y el oro no se oxidan. A pesar de ello, para el apóstol, en la situación de pobreza generalizada de las comunidades cristianas a las que escribía, en el juicio final será como si el oro y la plata acumulados por la avaricia de los especuladores se hubiera enmohecido.
Los antiguos manuscritos bíblicos, generalmente no contenían una puntuación. Por ello, hay quienes han sugerido una puntuación diferente para el versículo 3: “Vuestro oro y plata están enmohecidos, y su moho testificará contra vosotros, y devorará vuestra carne. Como fuego, habéis acumulado tesoros para los últimos días”.
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