Los santuarios de Dios en la tierra, tema 2
Poco después de dar la Ley en el monte Sinaí, el Señor ordenó a Moisés: “Di a los hijos de Israel que tomen para mí ofrenda: de todo varón que la diere de su voluntad, de corazón, tomaréis mi ofrenda” (Éxodo 25:2). Esta ofrenda había de consistir en “oro, y plata, y cobre, y jacinto, y púrpura, y carmesí, y lino fino, y pelo de cabras, y cueros de carneros teñidos ele rojo, y cueros de tejones, y madera de Sittim; aceite para la luminaria, especias para el aceite de la unción, y para el sahumerio aromático; piedras de ónix, y piedras de en[1]castes, para el efod, y para el racional” (versículos 3-7). Todo esto habría de ser empleado en la construcción de “un santuario, y yo habitaré entre ellos” (versículo 8).
El santuario mencionado aquí se llama generalmente el tabernáculo. Era realmente una tienda de paredes de madera, cuyo techo consistía en cuatro capas de las cuales la de más adentro era de lino fino, y la de más afuera de “cueros de carneros, teñidos de rojo, y una cubierta de cueros de tejones encima” (Éxodo 26:14). El edificio mismo no era muy grande, pues tenía más o menos 6 metros por 18, con un recinto exterior que se llamaba el atrio, de unos 30 metros de ancho por 60 de largo.
El tabernáculo era un edificio portátil hecho de tal manera que podía desarmarse y trasladarse con facilidad. En el tiempo en que fue erigido, Israel iba viajando por el desierto. Dondequiera que iba, llevaba consigo el tabernáculo. Las tablas del edificio no estaban clavadas como en una estructura común, sino separadas, y cada una se alzaba sobre un zócalo de plata (Éxodo 36:20-34). Las cortinas que rodeaban el patio iban suspendidas de columnas asentadas en zócalos de bronce (Éxodo 38:9- 20). Los muebles del tabernáculo estaban hechos de tal manera que podían transportarse con facilidad. Toda la construcción, aunque hermosa y gloriosa en su diseño, revelaba su índole provisoria. Estaba destinada a servir únicamente hasta que Israel se estableciese en la tierra prometida y se pudiese levantar un edificio más permanente.
El edificio mismo estaba dividido en dos departamentos, de los cuales el primero y mayor se llamaba el lugar santo; el segundo departamento era el santísimo. Una magnífica cortina o velo separaba estos departamentos. Como no había ventanas en el edificio, ambos departamentos, especialmente el de más adentro, si hubiesen dependido solamente de la luz solar, habrían sido lugares obscuros. Debido a su estructura provisoria, debía penetrar, es cierto, algo de luz en ellos; aunque forzosa[1]mente tenía que ser poca. No obstante, en el primer departamento, las velas del candelabro de siete ramas daban bastante luz para que los sacerdotes pudiesen ejecutar el servicio diario que exigía el ritual.
Había tres muebles en el primer departamento, a saber, la mesa de los panes de la proposición, el candelabro de siete brazos, y el altar del incienso. Al entrar en el departamento desde el frente del edificio que miraba hacia el este, uno veía cerca del extremo de la pieza el altar del incienso. A la derecha estaba la mesa de los panes de la proposición, y a la izquierda el candelabro. En la mesa estaban ordenados en dos montones los doce panes de la proposición, juntamente con el incienso y los tazones para las libaciones. Estaban también sobre esta mesa los platos, cucharas y recipientes que se usaban en el servicio diario (Éxodo 37:16). El candelero estaba hecho de oro puro. “Su pie y su caña, sus copas, sus manzanas y sus flores eran de lo mismo” (versículo 17). Tenía seis brazos, tres a cada lado del centro. Los vasos que contenían el aceite estaban hechos en forma de almendra (versículo 19). No sólo el candelabro había sido hecho de oro, sino también las despabiladeras, y los platillos que las acompañaban (versículo 23).
El mueble más importante de este departamento era el altar del incienso. Tenía más o menos 90 centímetros de alto por 45 de lado. Este altar estaba revestido de oro puro, y en derredor de su parte superior había un coronamiento de oro. Sobre este altar el sacerdote colocaba cada día los tizones de fuego sacados del altar de los holocaustos, y el incienso. Cuando ponía el incienso sobre los carbones del altar, el humo subía y como el velo que había entre el lugar santo y el santísimo no se extendía hasta el techo del edificio, el incienso no tardaba en llenar no solamente el lugar santo sino también el santísimo. De esta manera, el altar del incienso, aunque situado en el primer departamento, servía también para el segundo. Por esta razón se hallaba “delante del velo que está junto al arca del testimonio, delante de la cubierta que está sobre el testimonio, donde yo te testificaré de mí” (Éxodo 30:6).
En el segundo departamento, el lugar santísimo, había tan sólo un mueble, el arca. Esta arca estaba hecha en forma de cofre, y tenía más o menos 1,15 metros de largo por unos 55 centímetros de ancho. La tapa de este cofre se llamaba propiciatorio. En derredor de la parte superior del propiciatorio había un coronamiento de oro, igual como en el altar del incienso. En esta arca Moisés puso los diez mandamientos escritos en dos tablas de piedra por el dedo de Dios. Por un tiempo a lo menos, el arca contuvo también una vasija de oro con maná, y la vara de Aarón que había florecido (Hebreos 9:4). Sobre el propiciatorio había dos querubines labra[1]dos en oro, un querubín en un extremo y el otro al otro extremo (Éxodo 25:19). Acerca de estos querubines se dice que habían de extender “por encima las alas, cubriendo con sus alas la cubierta: sus caras la una enfrente de la otra, mirando a la cubierta las caras de los que[1]rubines” (Éxodo 25:20). Allí quería Dios comunicarse con su pueblo. Dijo a Moisés: “De allí me declararé a ti, y hablaré contigo de sobre la cubierta, de entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio, todo lo que yo te mandaré para los hijos de Israel” (Éxodo 25:22).
Afuera, en el atrio que había inmediatamente frente a la puerta del tabernáculo, se hallaba una fuente grande que contenía agua. Esta fuente era hecha del bronce obtenido de los espejos que las mujeres habían regalado con ese propósito. En esa fuente los sacerdotes habían de lavarse las manos y los pies antes de entrar en el tabernáculo o de iniciar su servicio (Éxodo 30:17-21; 38:8).
En el atrio se hallaba también el altar de los holocaustos, que desempeñaba un papel muy importante en todos los sacrificios. Este altar tenía más o menos 1,50 metros de alto, y su parte superior, que era cuadrada, tenía más o menos 2,40 metros de cada lado. Era linceo por dentro y estaba revestido de bronce (Éxodo 27:1). Sobre este altar se colocaban los animales cuando se ofrecían como holocausto. Allí también se consumía la grasa y la parte de la carne que debía quemarse. En las cuatro esquinas del altar sobresalían unos cuernos. En algunos de los sacrificios, la sangre debía ponerse sobre estos cuernos o asperjarse sobre el altar. Al pie del altar se derramaba el resto de la sangre que no se usaba en la aspersión.
El templo de Salomón
Cuando Salomón empezó a reinar, el viejo tabernáculo debía hallarse en descalabro. Ya tenía varios siglos y había estado expuesto a la intemperie por mucho tiempo. David se había propuesto edificar una casa a Jehová, pero no le fue permitido por haber derramado mucha sangre. Su hijo Salomón había de realizar la edificación. Esa casa, “cuando se edificó, fabricáronla de piedras que traían ya acabadas; de tal manera que cuando la edificaban, ni martillos ni hachas se oyeron en la casa, ni ningún otro instrumento de hierro” (1 Reyes 6:7).
El templo propiamente dicho tenía unos 9 metros de ancho por unos 27 de largo. A la entrada del frente, que daba hacia el este, había un pórtico que tendría unos 9 metros de largo por unos 5 de ancho. En derredor de los otros lados del templo se habían edificado tres hileras de cámaras, algunas de las cuales servían de dormitorios para los sacerdotes y los levitas que oficiaban en el templo, y las otras como depósitos del dinero y otros dones dedicados a Dios. El templo estaba forrado interiormente con cedro revestido de oro en el cual se habían grabado figuras de querubines, palmas y flores (1 Reyes 6:15, 18, 21, 22, 29). Acerca de esto se dice: “Así que, Salomón labró la casa, y acabóla. Y aparejó las paredes de la casa por de dentro con tablas de cedro, vistiéndola de madera por dentro, desde el solado de la casa hasta las paredes de la techumbre: cubrió también el pavimento con madera de haya” (1 Reyes 6:14, 15).
El tabernáculo original no tenía piso, pero en el templo, Salomón construyó “desde el solado hasta lo más alto; y fabricóse en la casa un oráculo, que es el lugar santísimo” (versículo 16). Después de haber recubierto todo el interior del templo con cedro, de manera que “ninguna piedra se veía”, “vistió Salomón de oro puro la casa por de dentro, y cerró la entrada del oráculo con cadenas de oro, y vistióla de oro. Cubrió pues de oro toda la casa hasta el cabo” (versículos 18, 21, 22).
En el oráculo, o lugar santísimo, fue colocada el arca del pacto de Jehová. El arca original tenía dos querubines hechos de oro puro. Pero se hicieron ahora dos querubines más que se pusieron sobre el piso, y entre ellos se colocó el arca. Estos nuevos querubines eran de madera de olivo, y tenían más o menos unos 4,50 metros de altura cada uno. “Ambos querubines eran de un tamaño y de una hechura” (1 Reyes 6:25). “Los cuales querubines extendían sus alas, de modo que el ala del uno tocaba a la pared, y el ala del otro querubín tocaba a la otra pared, y las otras dos alas se tocaban la una a la otra en la mitad de la casa” (versículo 27). Esto daba a los dos querubines una envergadura combinada de más o menos nueve metros. Estos querubines estaban también revestidos de oro, y en las paredes de la casa que los rodeaba, había esculpidas figuras de querubines, palmas y flores abiertas tanto en el interior como en el exterior. Aun el piso estaba recubierto de oro (versículo 29, 30).
En el primer departamento del templo, se hicieron varios cambios. Delante del oráculo, se hallaba el altar del incienso como en el tabernáculo, y dicho altar es mencionado en algunas versiones como perteneciente al oráculo (versículo 22). En vez de un candelabro, había ahora diez, cinco a un lado y cinco al otro. Estos candelabros eran de oro puro, como también los vasos, las despabiladeras, las vasijas, las cucharas y los incensarios (1 Reyes 7:49, 50). En vez de una mesa que tuviera los panes de la proposición, había diez, “cinco a la derecha, y cinco a la izquierda” (2 Crónicas 4:8).
El altar de los holocaustos, o altar de bronce, como se lo llama a veces, fue considerablemente ampliado en el templo de Salomón. El altar del antiguo tabernáculo había tenido unos 2,40 metros de lado. El altar de Salomón era de dimensiones casi cuatro veces mayores o sea de unos nueve metros de lado, y casi cinco metros de altura. Las ollas, las palas, los garfios y vasijas usados para el servicio del altar, eran de bronce (2 Crónicas 4:11, 16).
El santuario había tenido una fuente para la limpieza. En el templo esta fuente fue grandemente ampliada. Vino a ser un gran recipiente de bronce, que tenía 4,50 metros de diámetro, 2,40 metros de alto, y capacidad para 64.000 litros de agua, y se llamaba el mar de fundición (1 Reyes 7:23-26.) El bronce de que estaba hecho tenía el espesor de la mano de un hombre. El borde era labrado como el borde de una copa con flores de lirios. Todo el mar descansaba sobre doce bueyes, “tres miraban al norte, y tres miraban al poniente, y tres miraban al mediodía, y tres miraban al oriente; sobre esto se apoyaba el mar, y las traseras de ellos estaban hacia la par[1]te de adentro” (1 Reyes 7:25).
Además de esta gran fuente había diez más pequeñas colocadas sobre ruedas, de manera que se podían llevar de un lugar a otro (1 Reyes 7:27-37). Estas fuentes contenían cada una unos 1.200 litros de agua y se usaban para lavar las partes del animal que habían de ser quemadas sobre el altar del holocausto (2 Crónicas 4:6.) Cada una de esas cubas estaba colocada sobre una base de 24 bronce; las ruedas eran “como la hechura de las ruedas de un carro: sus ejes, sus rayos, y sus cubos, y sus cinchos, todo era de fundición” (1 Reyes 7:33). Los costados estaban adornados de figuras de leones, bueyes, querubines y palmas, con “unas añadiduras de bajo relieve” (versículos 29, 36.) No se nos da el tamaño del atrio, pero debe haber sido por supuesto mucho mayor que el del tabernáculo.
En 1 Reyes 6:22 se halla una declaración interesante acerca del altar del incienso. Los versículos anteriores describen el oráculo, o lugar santísimo. Se dice que estaba allí el arca que contenía los diez mandamientos, y en relación con ella “el altar de cedro” (versículos 19, 20.) Ese altar, dice el versículo 22, “estaba delante del oráculo”. Esto puede tener cierta relación con la cuestión que suscita la redacción del capítulo nueve de Hebreos, donde el altar del incienso está omitido al describir los muebles del primer departamento, y se menciona un incensario en el segundo departamento (versículos 2-4.) La Versión Revisada Americana tiene “altar del incienso” en vez del incensario, aunque en una nota marginal se conserva la palabra incensario. Sea lo que fuere, es digno de notar que Hebreos 9: 2 omite el altar del incienso en la descripción del lugar santo. La mención que en 1 Reyes 6:22 hace cierta versión, de que el altar del incienso, aunque situado en el lugar santo, pertenecía al santísimo, se considera generalmente como la traducción correcta. Entendemos, por lo tanto, que lo declarado en Éxodo 30:6 es que el altar del incienso se hallaba situado delante del velo en el lugar santo “delante del propiciatorio” (V. M.), y que su uso era tal que en cierto sentido pertenecía también al lugar santísimo. Como es un hecho que el incienso llenaba el lugar santísimo tanto como el lugar santo, esto parece, en conjunto, ser la mejor opinión respecto del asunto (véase Éxodo 40:26).
El templo de Zorobabel
El templo edificado por Salomón fue destruido durante las invasiones de Nabucodonosor en el siglo VI a. C. Tanto los gobernantes como el pueblo se habían apartado gradualmente de Jehová y hundido cada vez más en la idolatría y el pecado. A pesar de todo lo que Dios hizo para corregir estos males, los israelitas persistieron en la apostasía. Dios les envió profetas con amonestaciones y ruegos, “mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió el furor de Jehová contra su pueblo, y que no hubo remedio. Por lo cual trajo contra ellos al rey de los caldeos, que mató a cuchillo sus mancebos en la casa de su santuario, sin perdonar joven, ni doncella, ni viejo, ni decrépito; todos los entregó en sus manos” (2 Crónicas 36:16, 17).
En esta destrucción de Jerusalén, los soldados de Nabucodonosor “quemaron la casa de Dios, y rompieron el muro de Jerusalén, y consumieron al fuego todos sus palacios, y destruyeron todos sus vasos deseables” (versículo 19). “Los que quedaron del cuchillo, pasáronlos a Babilonia; y fueron siervos de él y de sus hijos, hasta que vino el reino de los Persas” (versículo 20). Así empezó lo que se llama el cautiverio de setenta años, “para que se cumpliese la palabra de Jehová por la boca de Jeremías, hasta que la tierra hubo gozado sus sábados: porque todo el tiempo de su asolamiento reposó, hasta que los setenta años fueron cumplidos” (versículo 21).
El esplendor del templo de Salomón puede juzgarse por los despojos que Nabucodonosor llevó de Jerusalén. Una enumeración hecha en Esdras indica “treinta tazones de oro, mil tazones de plata, veinte y nueve cuchillos, treinta tazas de oro, cuatrocientas y diez otras tazas de plata, y mil otros vasos. Todos los vasos de oro y de plata, cinco mil y cuatrocientos” (Esdras 1:9-11).
Israel estuvo en cautiverio durante setenta años. Cuando se cumplieron estos años, recibió permiso para regresar, pero muchos habían estado en Babilonia tanto tiempo que preferían quedar. Sin embargo, regresó un residuo, y a su debido tiempo fueron echados los fundamentos del nuevo templo. “Y todo el pueblo aclamaba con grande júbilo, alabando a Jehová, porque a la casa de Jehová se echaba el cimiento” (Esdras 3:11). No obstan[1]te, no era todo gozo, porque “muchos de los sacerdotes y de los levitas y de los cabezas de los padres, ancianos que habían visto la casa primera, viendo fundar esta casa, lloraban en alta voz, mientras muchos otros daban gran[1]des gritos de alegría. Y no podía discernir el pueblo el clamor de los gritos de alegría, de la voz del lloro del pueblo: porque clamaba el pueblo con grande júbilo, y oíase el ruido hasta de lejos” (Esdras 3:12, 13).
El templo así edificado fue llamado templo de Zorobabel, pues tal era el nombre del que dirigiera la obra. No se sabe mucho acerca de su estructura, pero se supone, y quizás con buenos motivos, que seguía las líneas del templo de Salomón. Ya no había arca. Esta había desaparecido en el tiempo de la invasión de Nabucodonosor. La tradición declara que algunos hombres santos tomaron el arca y la escondieron en las montañas para evitar que cayese en manos profanas. Como quiera que sea, el lugar santísimo no tenía sino una piedra que ser[1]vía como substituto del arca en el día de las expiaciones. Ese templo fue usado hasta cerca del tiempo en que Cris[1]to apareció. Entonces fue reemplazado por el templo de Herodes.
El templo de Herodes
Herodes subió al trono en el año 37 a. C. Una de las primeras cosas que hizo fue construir una fortaleza, la Antonia, al norte del sitio del templo, y vincularla con el templo por un pasaje subterráneo. Algunos años más tarde, decidió reedificar el templo en mayor escala que nunca antes. Los judíos desconfiaban de él, y no quisieron dejarlo proceder a la edificación hasta que hubiese demostrado su buena fe reuniendo los materiales necesarios para la estructura antes que se derribase ninguna parte del templo antiguo. El cumplió voluntariamente con este requisito. Los sacerdotes insistieron también en que ninguna persona común trabajase en el templo, y declararon necesario que los sacerdotes mismos erigiesen la estructura del templo. Por esta razón, se dedicaron algunos años a adiestrar mil sacerdotes como albañiles y carpinteros para que trabajasen en el santuario. Hicieron todo el trabajo relacionado con los dos departamentos del templo. En conjunto, se emplearon en la construcción unos diez mil obreros expertos.
Las operaciones de construcción empezaron más o menos hacia el año 20 a. C. El templo mismo fue terminado en un año y medio, pero se necesitaron ocho años más para terminar el atrio y los claustros. En Juan 2:20 se declara que en el tiempo de Cristo el templo había estado en construcción 46 años; de hecho, no estuvo el templo completamente terminado hasta el año 66 de d. C., poco antes de la destrucción de Jerusalén por los romanos.
El templo de Herodes era una estructura hermosísima. Estaba edificado de mármol blanco cubierto con placas de oro. Se elevaba en una eminencia a la cual se llegaba por gradas desde todas direcciones, y constituía una serie de terrazas. Alcanzaba a una altura de 120 metros sobre el valle, y podía verse desde gran distancia. Josefo lo compara a una montaña cubierta de nieve. Era algo bello, especialmente cuando se lo veía desde el Monte de las Olivas por la mañana, bajo el resplandor del sol. Era una de las maravillas del mundo.
El tamaño de los dos departamentos, el santo y el santísimo, era el mismo que en los del templo de Salomón; a saber, que el templo mismo tenía unos 27 metros de largo y 9 metros de ancho. El lugar santo estaba separado del santísimo por un tabique de unos 45 centímetros de espesor, con una abertura delante de la cual colgaba el velo mencionado en Mateo 27:51, que se desgarró cuando murió Jesús. No había muebles en el lugar santísimo, sino tan sólo la piedra que quedaba del templo de Zorobabel, sobre la cual el sumo sacerdote colocaba su incensario en el día de las expiaciones. Los muebles que había en el lugar santo eran probablemente los mismos que en el templo de Salomón.
Directamente sobre el lugar santo y el santísimo había cámaras o salones donde los sacerdotes se reunían en ocasiones fijas. El Sanedrín se reunió también allí durante un tiempo. En el piso de la pieza situada sobre el lugar santísimo había trampas por las cuales una jaula podía bajar al lugar santísimo situado abajo. Esta jaula era bastante grande para contener uno o más de los obreros que a veces se necesitaban para reparar el templo. Esa jaula se abría hacia la pared, de manera que los obreros podían trabajar en las paredes sin salir de la jaula ni mirar en derredor suyo. Como únicamente el sumo sacerdote podía entrar en el lugar santísimo, este plan permitía que se hiciesen las reparaciones necesarias sin que los obreros entrasen ni estuviesen en el lugar santísimo propiamente dicho.
A un lado del templo mismo, había piezas para los sacerdotes y también para el almacenamiento, lo mismo que en el templo de Salomón. Había también un pórtico en la parte delantera que se extendía unos doce metros más allá de los costados del templo, dando al pórtico una anchura total de unos 48 metros.
El patio exterior del templo de Herodes era un gran recinto, no completamente cuadrado, que tema más o menos unos 300 metros de cada lado. Este patio estaba dividido en atrios más pequeños, como el atrio de los gentiles, el atrio de las mujeres, y el atrio de los sacerdotes. En una parte de este atrio, sobre un inmenso enrejado, descansaba una vid de oro de la cual los racimos, según Josefo (en quien no se puede, sin embargo, confiar siempre), tenían la altura de un hombre. Según él, la vid se extendía unos doce metros de norte a sur, y su parte superior estaba a más de treinta metros del suelo. Allí puso también Herodes un águila colosal de oro, con mucho desagrado de los judíos. Se vio por fin obligado a sacar el águila del recinto sagrado.
A unos doce metros frente al pórtico del templo, y al este, se hallaba el altar de los holocaustos. Este altar era mayor que el que había en el templo de Salomón. Josefo dice que tenía unos 23 metros de costado, pero otros más moderados dicen que eran 15 metros. Estaba construido de piedra bruta, y tenía más o menos 5,50 metros de altura. Una rampa, también construida de piedras, llevaba hasta casi la cúspide del altar. En derredor del altar, cerca de su cúspide, había una saliente en la cual los sacerdotes podían caminar mientras administraban los sacrificios prescritos.
En el pavimento, cerca del altar, había anillos donde podían atarse los animales destinados al sacrificio. Había también mesas que contenían vasos, cuchillos y tazones usados en los sacrificios. El altar estaba conectado con un sistema de cloacas a fin de que la sangre derramada al pie del altar fuese llevada al arroyo que corría abajo. Todo era mantenido escrupulosamente limpio, pues hasta el sistema de cloacas era lavado a intervalos fijos.
Dentro de los muros que rodeaban el patio, había vestíbulos o claustros, a veces llamados pórticos. El que había al este se llamaba el “pórtico de Salomón”. En el norte, el oeste y el este había dobles pórticos con dos hileras de columnas, y un techo de cedro tallado. En la parte sur estaba el pórtico real con 162 columnas. Estas columnas estaban de tal manera dispuestas que formaban tres pasillos, de los cuales los dos exteriores tenían nueve metros cada uno de ancho, y el del medio unos trece metros de ancho. En esos pórticos se podían celebrar reuniones públicas. Allí era donde la iglesia primitiva se reunía cuando iba al templo a orar. Era el lugar acostumbrado de reunión de Israel cuandoquiera que iba al templo.
La parte del atrio que estaba más cerca de su entrada se llamaba el atrio de los gentiles. Un parapeto de piedra separaba este atrio del resto del recinto. Ningún gentil podía pasar sus límites. En el parapeto se hallaba la inscripción: “Ningún extranjero ha de entrar más allá de 30 — la balaustrada y talud que rodea el lugar sagrado. Cualquiera que sea prendido será responsable de su muerte que seguirá”. Porque los judíos pensaban que Pablo había transgredido esta ordenanza, se apoderaron de él en el templo y lo hicieron arrestar por los romanos (Hechos 21:28). En 1880 se halló esta inscripción, y se encuentra ahora en un museo.
El templo de Herodes era tal vez la estructura más hermosa que el mundo hubiese conocido. Era el orgullo de los judíos. Sin embargo, fue destruido. “No será dejada aquí piedra sobre piedra, que no sea destruida”, había dicho Cristo (Mateo 24:2). Esta profecía se cumplió literalmente. No quedó piedra sobre piedra.
El templo ya no existe, y el servicio del templo cesó. Pero permanece la lección. Será bueno que estudiemos cuidadosamente el servicio que se llevaba a cabo en el santuario terrenal. Esto nos permitirá apreciar mejor lo que está sucediendo ahora en el santuario celestial.
El santuario original y los tres templos mencionados tenían ciertas cosas en común, aunque diferían en algunos detalles. Todos tenían dos departamentos: el santo y el santísimo. Todos tenían un altar del incienso, un altar de los holocaustos, una fuente, una mesa de los panes de la proposición, y un candelabro. Los dos primeros tenían un arca, que desapareció hacia el año 600 a. C. El sacerdocio era el mismo en todos, como también las ofrendas y los sacrificios. Durante más de mil años, Israel se reunió en derredor del santuario. ¡Qué bendición habría recibido si hubiese discernido en sus sacrificios al Ser prometido en el huerto de Edén, al Cordero que quita el pecado del mundo! Temamos, no sea que siéndonos dejada una promesa, nosotros igualmente no realicemos su cumplimiento (Hebreos 4:1).
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