Racismo y Cristianismo
Samuel Koranteng-Pipim
El racismo es casi tan antiguo como la misma raza humana. Aparece en muchos empaques, en forma cruda y en forma subrepticia. El racismo existe cuando permitimos que el color, la casta, el lenguaje, la nacionalidad, la tribu, el origen étnico, la cultura o cualquier otro factor erija un muro entre las personas, en forma individual o corporativa, de manera que uno exprese desprecio, prejuicio o ejerza señorío sobre el otro. La sugerencia de que alguna gente es inherentemente superior o inferior puede derivarse de la religión (castas en la India, o la purificación racial en Bosnia), o puede tener origen en el expansionismo económico (colonialismo), o brotar del chauvinismo político (nazismo, apartheid, tribalismo), o estar basado sobre una falsa premisa genética (Ku Klux Klan). Cualquiera que sea el factor, para el racismo no todos los seres humanos tienen necesariamente un valor intrínseco, ni igual dignidad 1. ¿Pero es el racismo realmente una religión, como lo sugiere el título de este ensayo? ¿Por qué y cómo es el racismo incompatible con el cristianismo bíblico? ¿Qué podemos hacer como adventistas para promover normas bíblicas cuando se trata de relaciones humanas?
El racismo como religión
La antropóloga Ruth Benedict afirma que el racismo es una religión establecida sobre una concepción naturalista del mundo. Ella propone que el racismo es «el dogma de que un grupo étnico está condenado por la Naturaleza a una inferioridad, y otro grupo está destinado a una superioridad hereditaria. Es el dogma de que la esperanza de la civilización depende de la eliminación de algunas razas y del mantenimiento de otras en estado de pureza».2 Sin embargo, aquellos que asumen o practican la inherente superioridad o inferioridad de un grupo de personas sobre otro, no necesariamente admitirán que es un hecho que son adherentes de una religión muy propia de ellos. No obstante, el racismo comparte todas las características de una religión, sea esta secular o sobrenatural.3
Como religión, el racismo transmite un sentimiento de poder. Los racistas conciben la raza superior como su valor central y el objeto de su devoción. Por ello sus miembros encuentran en la feligresía y en la identificación con la raza superior su sentido y «poder de existencia». El poder del racismo adquiere dos formas importantes, a saber: el racismo legal, en el cual las prácticas discriminatorias están establecidas en los códigos legislativos de la nación (apartheid, nazismo, esclavitud) y el racismo institucional, en el cual las prácticas raciales están entretejidas subrepticia e insidiosa-mente en varias estructuras sociales sin la protección de la ley.
Como religión, el racismo tiene la estructura común de la religión. Tiene su propia ideología (arrianismo, supremacía blanca, poder negro, triunfalismo tribal), tiene realidad tangible (la cruz esvástica), tiene su semidiós (Hitler), tiene credos, dogmas, mitos, rituales, prácticas (ceremonias de purificación, cultos místicos), simbolismos, cultos comunitarios (aserciones de grupo en forma periódica), e incluso tiene valores morales (con la definición de lo bueno y lo malo de acuerdo con las percepciones del grupo y de sus prioridades).
Como religión, el racismo compite con otras religiones. Tradicionalmente las religiones apelan a lo sobrenatural y a otros valores y figuras del mundo, pero el racismo es más terrenal y secular. El racismo puede competir con otras religiones, o subrepticiamente explotarlas para alcanzar sus propios propósitos. Por ejemplo, considera cómo el nazismo atentó contra el auténtico cristianismo mientras cooperaba con iglesias sumisas. La religión apela a un líder superior, condena el mal en la sociedad, se esmera por encontrar respuestas a los problemas sociales, exalta elevados ideales de justicia, equidad y hermandad, requiere obediencia absoluta y sacrificio propio y tiene su propio libro de códigos. De igual manera funciona el racismo, aunque restringido a su propio grupo de humanos superiores.
El racismo y el cristianismo; la incompatibilidad
El racismo es absolutamente incompatible con el cristianismo. Los adventistas tienen que entenderlo por la simple razón de que el racismo, al vestirse con el manto de la religión, se hace aceptar tan fácilmente que aun los cristianos sinceros fallan en ocasiones en reconocer sus peligros y caen presos de su insistencia en la superioridad étnica. El cristianismo genuino se aparta e inclusive pone en tela de juicio el racismo en cualquiera de sus formas o prácticas. Enumeraremos siete áreas significativas, donde el evangelio de la gracia rechaza la temeraria empresa del racismo.4
Epistemología. La Biblia enseña que un conocimiento de la verdad y la realidad viene «de arriba»: de una revelación de Dios en Jesús y por medio de la Palabra escrita (Juan 17:3; 2 Timoteo 3:15-17). En cambio el racismo apela a fuentes «de abajo», que asumen la existencia de una raza superior e incorpora versiones variadas de orgullo étnico. Por ejemplo, el racismo del blanco en el siglo XIX, encontró una confortable base epistemológica en la teoría darwinista de la sobrevivencia del más apto. Basados en esta teoría, los europeos recibieron la confirmación de que «ellos eran los más aptos de todos».5 Herbert Spencer, argumentando a favor del darwinismo social, mantenía la posición de que algunas razas eran «naturalmente ineptas» porque son biológicamente o inherentemente inferiores. Argumentos de esta naturaleza proporcionaron «la licencia final para la política social de dominación» y «ofrecieron un crédito espúreo al racismo».6 También el foco del conocimiento para el racista es un entendimiento subjetivo, usualmente derogatorio de la otra raza, que es reforzado por creencias exageradas, mitos, estereotipos y burlas. Para entender a cabalidad lo que está sucediendo en un contexto social dado, uno tiene que pertenecer a una raza en particular y adoptar su interpretación de la realidad. Por lo tanto, la versión racista de la verdad ignora o rechaza la aserción bíblica de que todos los seres humanos, creados a la imagen de Dios, tienen la capacidad de entender, de intimar, de apreciar y de comunicarse entre sí, independientemente del origen racial. Al rechazar el racista la revelación bíblica, busca en la sociología, en la antropología, la historia y en la ciencia las explicaciones a los problemas raciales y de cómo comportarse frente a los mismos. El racismo consultará a veces la Biblia, pero sólo para buscar el apoyo a sus pretensiones.7
Creación. La doctrina bíblica de la creación establece la unidad biológica y la paridad racial de la raza humana. La declaración de Pablo de que Dios «de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres» (Hechos 17:26), enfatiza la singularidad de Dios y de la humanidad. La asunción racista de la inferioridad de algunas razas, no solamente niega esta enseñanza bíblica sino que también afrenta el carácter de Dios al sugerir que él es el responsable de los supuestos defectos de ciertas especies humanas. Además, una teología racista implica que, como alguna gente no pertenece a la familia humana a la cual Dios confió el dominio sobre el orden creado (Génesis 1:26), esta gente puede ser subyugada y explotada por la raza superior. T. F. Torrance, ha argumentado correctamente al decir que el racismo es «una inversión del mismo orden de la creación», y que se enfrenta «directamente contra el propósito divino de la gracia de la cual depende toda la creación».8
La naturaleza del ser humano. La enseñanza bíblica de que la humanidad ha sido creada a la imagen de Dios, asimismo implica que, como agentes morales libres, realizamos decisiones por las cuales debemos dar cuenta a Dios y a cada miembro de la comunidad. Para sustentar sus premisas raciales, el racismo rechaza la doctrina bíblica humana y apela a un determinismo biológico o genético. Por ejemplo, al enseñar el racismo que algunas razas son por naturaleza físicamente débiles, mentalmente impedidas o moralmente inferiores, como consecuencia de este determinismo, acepta la idea de la limitación del potencial humano y de su capacidad de ejecución. Simultáneamente niega la responsabilidad que tenemos ante Dios, la cual es fundamental para la perspectiva mundial que la Biblia concibe. (Ver Hechos 17:31; Apocalipsis 14:6).
El pecado y la depravación humana. La Biblia enseña que «todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23; ver también 5:12; 1 Corintios 15:22). El pecado original, y la consecuente degeneración y muerte de todos los seres humanos, son el resultado de la caída de Adán (Romanos 5:12-21). Pero el argumento racista de la existencia de una raza superior o inferior no ve en ello un problema caída y pecado. El racismo argumenta a favor de una jerarquía depravada: cuanto más se alega a favor de la inferioridad de la raza más profunda es la depravación. Aunque la teología racista admita que la raza superior también cayó en pecado, sostiene que ésta reinterpreta la naturaleza de la caída. El racismo ve en la así llamada raza inferior una doble caída: la primera fue debido a la caída de Adán y la segunda es una «caída» especial de orden racial. Por lo tanto, para el racista la mezcla de las razas contribuye a la pérdida de la pureza racial. Así Hitler en su obra Mein Kamp, sostiene que las razas superiores experimentan una caída cuando permiten que su sangre se mezcle con la de la raza inferior. ¿Cómo puede una creencia tal ser compatible con la representación bíblica que reclama que toda la raza humana tiene un mismo origen y un problema común?
La gran controversia. La Biblia describe dramáticamente una controversia cósmica entre Cristo y Satanás (Efesios 6:10). El tema central de este conflicto es el carácter amoroso de Dios, y sus acciones y requerimientos en relación con el orden creado. El racismo como religión también reconoce un conflicto cósmico entre dos fuerzas mayores, pero sus participantes están divididos por una línea de naturaleza racial: Dios y sus ángeles son moldeados a la imagen de la raza superior; Satanás y sus ángeles malignos forman la esencia de la raza inferior. Este dualismo permite al racismo crear una dicotomía de tipo «Nosotros-contra-ellos». Esta plataforma cósmica le ayuda también al racismo a hablar de un abismo infranqueable entre las razas.9 La única manera de mantener la armonía entre las diferentes razas, es haciendo que cada una reconozca su puesto en la sociedad. Para evitar conflictos, los dos mundos deben mantenerse separados y segregados.10 Pero el punto de vista bíblico del gran conflicto anticipa una reunión final de la familia de Dios completa con «un pulso de armonía y gozo [pulsando] …a través de la vasta creación.»11 Cuando el evangelio de Jesús demanda la práctica de esta unidad aquí sobre la tierra, ¿cómo puede el racismo con su odio y segregación ser compatible alguna vez con el cristianismo?
Redención. El racismo contradice la doctrina cristiana de la redención. El sacrificio expiatorio sustitutivo por el pecado puesto en vigencia en la cruz, redime a todos los seres humanos que escogen aceptar a Jesús, sin considerar diferencias entre ellos (Juan 3:16; Romanos 1:16; Gálatas 3:26-28). La cruz también asegura una consumación escatológica de la redención en la tierra nueva (Juan 14:1-3; 1 Tesalonicenses 4:14-17; 2 Pedro 3; Apocalipsis 21). Sin embargo, en la teología racista, los seres humanos (la raza superior) buscan efectuar su propia redención: «La esencia de la redención consiste en una renovación racial, en revivificar la raza superior por medio de técnicas de purificación».12 Por medio de técnicas tales como la eugenesia, la esterilización, la guerra, la purificación étnica, etc., la escatología racista intenta proteger los genes superiores de ser disminuidos por la raza inferior; lo cual significa que la raza superior tiene que reproducirse y que la raza inferior tiene que ser eliminada.13
Etica. La ética cristiana y la ética racista, inevitablemente, se oponen. La primera está basada en la «santidad de la vida humana», que surge de la doctrina de la creación. La Biblia presenta los Diez Mandamientos como la norma de conducta humana más clara y a Jesús, como el supremo ejemplo para la humanidad. El racismo, por el contrario, exalta la doctrina de la «calidad de la vida humana», la cual sugiere que la esencia de la persona está determinada por sus características biológicas, teniendo algunas personas sólo valor relativo. De acuerdo con la ética de la «calidad de la vida humana» 14 algunos seres humanos no son «personas» realmente y pueden por lo tanto ser explotados. Así, en el infame caso conocido como Dred Scott, de 1857, Roger Taney, el juez de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos pudo razonar así: Como el negro pertenece a un orden inferior «el negro puede justa y legalmente ser reducido a la esclavitud para su propio beneficio. Fue comprado y vendido y tratado como un artículo ordinario de mercancía y tráfico, siempre que se obtuviera con ello una ganancia».15
Filosofía de la historia. La Biblia ve la historia como un proceso que ocurre bajo la soberanía de Dios. Dios trajo la creación a la existencia para que fuera el «teatro de la historia». El creó el tiempo para medir el «movimiento de la historia» y formó al ser humano para llegar a ser una «entidad que habite en la historia».16 Pero en la religión del racismo, la raza superior es el centro de la historia humana. El racista cree que es solamente «una raza (la raza superior) la cual ha generado el progreso a través de la historia humana y que solamente ella puede asegurar el progreso futuro». 17 De esta manera el racista no solamente ignora, le resta o distorsiona la historia de otras razas, sino que también se rehúsa a escuchar o aprender de ellas. Al fin y al cabo, hay sólo una historia: la historia de la raza superior, o la historia interpretada por la misma.18
Aunque el racismo no puede ser culpado por todo el fracaso en reconocer las contribuciones y capacidad de todos los seres humanos, sin embargo uno se extraña ante la manera astuta en que ha influido para fomentar la lentitud de la iglesia en dar oportunidad de igualdad a todos los cristianos en la vida y en la misión de la misma.
El racismo y el adventismo: El desafío
Los adventistas tienen una oportunidad singular para tratar el tema del racismo, tanto en la iglesia como en la sociedad. Considera las tres ventajas que tenemos.
Somos el remanente. Al identificarnos como la iglesia remanente, nos atribuimos el ser el último pueblo de Dios, que guarda sus mandamientos y la fe de Jesús (Apocalipsis 14:12). Tal atribución debe hacernos reconocer, en palabra y en acción, que el ser miembros del remanente no depende del nacimiento natural sino del nacimiento espiritual (Juan 3:3-21). Tampoco está ligada esta feligresía a la sangre de origen étnico sino a la sangre redentora de Cristo (Hebreos 9: 14, 15); y tampoco depende de la pertenencia a una raza superior, sino a una raza santa (1 Pedro 2:9).
Tenemos una misión global. Con nuestra fe, misión, y estructura dedicada a la formación de una familia global escatológica, deberíamos combatir todo aquello que produzca una brecha entre los pueblos. El racismo hiere el cuerpo de Cristo y destruye su misión global. Hemos sido llamados para la alabanza y proclamación de Uno de quien dice Juan: «con tu sangre nos ha redimido para Dios» (Apoc. 5:9; ver 14:6).
Llevamos un nombre. Nuestro nombre exige el rechazo del racismo y una manifestación de armonía 19. Confirmar el sábado como «séptimo día» es confirmar a Dios como el Creador y Padre de toda la raza humana; por lo tanto significa sostener que todos los humanos somos hermanos y hermanas. Mantener el componente «adventista» en nuestro nombre significa mirar hacia adelante a un tiempo y lugar donde los integrantes de «toda nación, tribu, pueblo y lengua» vivirán reunidos en perfecta paz. Que una agrupación humana de esta índole –que incluya toda nacionalidad, raza y lengua– pueda llegar a existir, será un milagro digno de contemplar. Mientras tanto, la iglesia debe ser «un tipo de modelo preliminar, a pequeña e imperfecta escala, de lo que será el estado final de la humanidad en el diseño divino». 20
Nacido en Ghana, Samuel Koranteng-Pipin es un candidato al título de doctor en teología sistemática en el Seminario Teológico de Andrews University, Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.
Notas y referencias
1. Stephen Jay Gould, «The Geometer of Race», Discover (November 1994): 65-69.
2. Ruth Benedict, Race: Science and Politics (New York: Viking Press, 1959) p. 98.
3. Para un estudio sobre la naturaleza, características y tipos de religión, ver Elizabeth K. Nottingham, Religion and Society (New York: Random House, 1954), pp. 1-11.
4. Para un estudio en detalle, ver mi artículo: «Saved by Grace and Living by Race: The Religion Called Racism», Journal of the Adventist Theological Society 5/2 (Otoño 1994): 37-78.
5. Alan Burns, Colour Prejudice (London: George Allen and Unwin Ltd., 1948), p. 23; citado in T. B. Maston, The Bible and Race (Nashville, Tenn.: Broadman Press, 1959), p. 64.
6. See Stephen T. Asma, «The New Social Darwinism: Deserving Your Destitution», The Humanist 53 (September-October 1993) 5:12.
7. See Maston, pp. 105-117; Cain Hope Felder, «Race, Racism, and the Biblical Narratives», en Stony the Road We Trod, Cain Hope Felder, ed. (Minneapolis: Fortress Press, 1991), pp. 127-145.
8. T. F. Torrance, Calvin’s Doctrine of Man (London: Lutherworth Press, 1949), p. 24.
9. Lewis C. Copeland, «The Negro as a Contrast Conception», en Edgar T. Thompson, ed., Race Relations and the Race Problem (New York: Greenwood Press, 1968), p. 168.
10. See George D. Kelsey, Racism and Christian Understanding of Man (New York: Scribner’s, 1965), p. 98.
11. Ellen G. White, El conflicto de los siglos (Mountain View, Calif.: Pacific Press Publ. Assn., 1954), p. 737.
12. Kelsey, p. 162.
13. Ver Jacques Barzun, Race: A Study in Superstition (New York: Harper & Row, 1965), pp. 47-48.
14. Ver Joseph Fletcher, Humanhood: Essays in Biomedical Ethics (Buffalo, N.Y.: Prometheus,979), pp. 12-18.
15. Dred Scott v. Standford, 60 U.S. 393 en 404. Ver también Curt Young, The Least of These (Chicago, Ill.: Moody Press, 1984), pp. 1-20.
16. Ver Gerhard Maier, Biblical Hermeneutics, Robert W. Yarbrough, trans. (Wheaton, Ill.: Crossway, 1994), p. 23.
17. Benedict, p. 98.
18. Ver Robert Hughes, Culture of Complaint: The Fraying of America (New York: Oxford University Press, 1993), pp. 102-147.
19. Ver Sakae Kubo, The God of Relationships (Hagerstown, Md.: Review and Herald Publ. Assn., 1993), pp. 33-49. Se publicó una reseña de este libro en Diálogo 6:2 (1994), p. 30.
20. C. H. Dodd, Christ and the New Humanity (Philadelphia: Fortress, 1965), p. 2.
0 comentarios