Razones de su fracaso
Los israelitas "no quisieron someterse a las
restricciones y a los mandamientos de Dios, y esto les impidió, en gran
parte, llegar a la alta norma que él deseaba que ellos alcanzasen, y
recibir las bendiciones que él estaba dispuesto a concederles" (PP
396). Albergaban la idea de que eran los predilectos del cielo (PVGM 236-237),
y eran ingratos frente a las oportunidades que tan bondadosamente Dios les proporcionaba
35 (PVGM 243; cf. 322). Perdieron el derecho a las bendiciones de Dios porque
no cumplieron el propósito divino para el cual los había convertido
en su pueblo escogido, y así se acarrearon su propia ruina (PVGM 227,
232-233; PR 520).
Cuando vino el Mesías, los judíos,
su propio pueblo, "no le recibieron" (Juan 1: 11). Ciegamente "habían
pasado por alto aquellos pasajes que señalaban la humillación
de Cristo en su primer advenimiento y aplicaban mal los que hablaban de la gloria
de su segunda venida. El orgullo oscurecía su visión [ver Luc.
19: 42]. Interpretaban las profecías de acuerdo con sus deseos egoístas"
(DTG 22; cf. 183, 222), porque sus ambiciosas esperanzas estaban fijas en la
grandeza mundana (DTG 20). Esperaban que el Mesías reinaría como
príncipe temporal (DTG 383; cf. Hech. 1: 6), que sería libertador
y vencedor y que exaltaría a Israel para que dominase a todas las naciones
(PR 524; ver com. Luc. 4: 19). No querían tener parte en nada de lo que
Cristo patrocinaba (ver com. Mat. 3: 2-3; Mar. 3: 14; DTG 210, 355). Afanosamente
buscaron el poder del reino de Cristo, pero no estuvieron dispuestos a dejarse
guiar por sus principios. Se aferraban a las bendiciones materiales que tan
generosamente les ofrecía, pero rehusaron aceptar la gracia espiritual
que habría transformado sus vidas y los hubiera capacitado para ser representantes
de Cristo. Produjeron "uvas silvestres" y no la buena fruta de un
carácter semejante al de Dios (Isa. 5: 1-7; cf. Gál. 5: 19-23);
y porque no produjeron el fruto que de ellos se esperaba, perdieron el derecho
de ocupar su puesto en el plan divino (ver Rom. 11: 20).
Como declinaron rendirse a Dios para ser sus agentes
y llevar la salvación a la raza humana, los judíos, como nación,
se transformaron en agentes de Satanás para la destrucción de
su propia raza (DTG 27). En vez de llegar a ser portaluces para el mundo, se
llenaron de sus tinieblas y reflejaron esta oscuridad. No realizaron ningún
bien positivo. Por el contrario, hicieron un daño incalculable, y su
influencia se transformó en "un sabor de muerte para muerte"
(PVGM 245). "En vista de la luz que habían recibido de Dios, eran
peores que los paganos, a los cuales se creían superiores" (DTG
81; PVGM 234-235). "Rechazaron la Luz del mundo, y desde ese momento su
vida quedó rodeada de tinieblas como de medianoche" (PR 526).
En estos trágicos acontecimientos se cumplieron
final y totalmente las palabras de Moisés: "Así como Jehová
se gozaba en haceros bien y en multiplicamos, así se gozará Jehová
en arruinaros y en destruimos; y seréis arrancados de sobre la tierra
a la cual entráis para tomar posesión de ella. Y Jehová
te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta
el otro extremo" (Deut. 28: 63-64). En Deut. 8: 19-20 se puede ver cuán
completo y final fue este rechazo: "Como las naciones que Jehová
destruirá delante de vosotros, así pereceréis, por cuanto
no habréis atendido a la voz de Jehová vuestro Dios". El
rechazo de Jesús por parte de los dirigentes de Israel (cf. Isa. 3: 12;
9: 16) significó la cancelación permanente e irrevocable de su
categoría especial como nación delante de Dios (PVGM 246; cf.
Jer. 12: 14-16).
En relación con el cautiverio babilónico, Dios había anunciado específicamente que esta vicisitud no significaría "del todo" una destrucción de Israel como pueblo de Dios (Jer. 4: 27; 5: 18; 46: 28). Pero cuando los judíos rechazaron a Cristo no se les dio tal seguridad de restauración. El regreso actual de los judíos a Palestina y el establecimiento del moderno Estado de Israel no implican una restauración como pueblo de Dios, ni presente, ni futura. Lo que los judíos pueden hacer como nación, ahora o en el futuro, no tiene ninguna relación con las promesas que les fueron hechas. Cuando crucificaron a Cristo perdieron para siempre su posición especial como pueblo escogido de Dios. Cualquier idea de que el regreso de los judíos a su antigua patria, es decir al Estado de Israel, pueda en modo alguno relacionarse con 36 las profecías bíblicas, significa que se ignoran las declaraciones terminantes del AT de que las promesas de Dios hechas a Israel fueron todas condicionales.
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